La
adquisición de mascotas en la Metropolis central de Tanagura estaba regulada en
su totalidad por las leyes de mascotas, como se explicaba en el artículo nueve:
I.
Calificaciones
II.
Procedimientos de registro.
III. Crianza
IV. Prevención de enfermedades
V. Requisitos para reproducción
VI. Garantía de calidad
VII. Prohibiciones
VIII. Límites disciplinarios
IX. Procedimientos de
disposición.
Las reglas eran más que una serie
de regulaciones para las élites que criaban mascotas como una forma de
simbolizar su prestigio; eran la manera que tenían los aristócratas favorecidos
por Júpiter de dar a conocer sus respectivos estatus.
Las posesiones llamadas
“mascotas” eran más específicamente muñecos sexuales producidos en
instalaciones de cría licenciadas para el proveimiento de juguetes
domesticados. Los muñecos sexuales eran genéticamente idénticos a los humanos,
pero eran y permanecían siendo artefactos manufacturados.
Los muñecos sexuales eran creados
a través de técnicas artificiales muy distintas a las unidades de reproducción
natural. Como prueba de su origen, cada cuerpo tenía un número serial inscrito
en la planta del pie, y todos sus documentos eran manejados y mantenidos por la
instalación de donde provenían.
Vivían—pero no
eran humanos. Consecuentemente, mientras las mascotas fueran provistas de un
mínimo básico de disciplina y manutención, su existencia no requeriría mayores
obligaciones.
Era muy natural que a las
mascotas, identificadas por sus dueños únicamente por sus números seriales y
careciendo hasta del más mínimo grado de dignidad humana, se les negara
cualquier derecho humano o privilegio. El único “rango” que poseían era el que
les otorgaba su certificado de linaje registrado, y cualquier valor adquirido
por el “privilegio” de pertenecer a uno de los miembros de la élite.
Sin embargo, limitados por las
rígidas restricciones del sistema de clases Zein, para la gente de Midas un certificado que acreditara al
propietario élite de una mascota era un accesorio fascinante —el símbolo
de una fantasía que estaba fuera de su alcance. No cualquiera podía convertirse
en la mascota de una élite; solo unos pocos elegidos pasaban la prueba
seleccionadora. Las mascotas que servían como símbolo de estatus de las
consagradas clases altas—los gobernantes de Tanagura—eran criados en la Torre
Imperial de Eos, y ahí disfrutaban de todos los lujos posibles. Aquellos
cuentos de hadas siempre lograban encantar a la gente. En cuanto a cómo
terminaban realmente esos cuentos—a nadie le interesaba discutirlo.
El valor total
de una mascota de Tanagura era el producto de un cálculo simple. Si el estatus
del dueño era alto, también lo era el de la mascota. El criadero del que
provenían quedaba en segundo lugar a comparación. Y entre las líneas de
mascotas, la apremiante pregunta era: por cuánto tiempo debían inclinarse,
arrastrarse y obedecer para de alguna forma conquistar el corazón de una élite.
Los
resultados visibles eran todo lo que contaba: una buena estirpe, una apariencia
atractiva y “pureza”. Aquellas eran las cualidades indispensables que toda
mascota buscaba tener. Pero la belleza no garantizaba el éxito de un muñeco—debía
tener algo único y especial. La obediencia era un requisito básico, pero
demostrar su valor era una estrategia segura para sobresalir en la
supervivencia de los más aptos. Era algo que ni todo el entrenamiento del mundo
podía lograr.
En apariencia,
las mascotas en Eos llevaban vidas de armoniosa tranquilidad. La estratosférica
clase de élites deseaba mascotas apropiadas a su estatus social. O, mejor, dado que el solo hecho de vivir en
Eos implicaba tener rango distintivo, criar a una mascota que mereciera tal privilegio,
se convertía en una especie de deber para los dueños.
Entre las mascotas, los grados más altos de pura sangre de la Academia
estaban reservados para ser los juguetes de los Blondies. Y si su rango decaía,
también lo hacía el del fabricante de la mascota.
Que Iason tomara a un mestizo de Ceres como Riki por mascota, manifestaba
un descarado desprecio por precedentes, que aunque no estaban escritos, seguían
allí. Era el más grande escándalo desde el origen de los tiempos de Eos. Las élites reaccionaron
manifestando su repugnancia al mismo tiempo que intentaban disimular su gran
curiosidad.
Al ser la
personificación de la clase social perfecta, la autoridad de los Blondies
primaba sobre todo Eos. Era de esperarse que nadie se atreviera a criticarlos
directamente.
Convertiré a un mestizo de Ceres en una mascota.
Era un
desafío intrépido que solo podía ser descrito como algo temerario, despertando
una marejada de intriga en respuesta. Naturalmente, en todas partes podían
escucharse vocecitas de burla que rayaban con el desprecio. Entre las compañías
de las mascotas, los comentarios eran mucho más extremos e insidiosos. Palabras
amargas cargadas de celos y desdén se valían de cualquier excusa para hacerse
más hierientes.
A Riki no le
importaba. Según él, las mascotas que solo conocían el estéril y seguro entorno
de Eos eran como bebés, con sus ataques de histeria y sus rabietas. A pesar de
todo su orgullo, ninguno de ellos era capaz de actuar por su cuenta. Sus
vulgaridades e improperios solo demostraban que sus vocabularios eran
ridículamente limitados. Sus cobardes miradas eran tan dañinas como una inofensiva
brisa. Eran estúpidos, débiles y no valían la consideración de Riki.
Inútiles.
Intimidar
silenciosamente a las inmaduras mascotas era simple—pero a veces, Riki no podía
evitar enojarse. Eos estaba repleta de mascotas, y aun así no había ni una sola
en la que él pudiera descargar sus frustraciones. No quería gastar energía en
mascotas que no merecieran su tiempo, y encargarse de ellos por cualquier cosa
no valía la pena ni la molestia. Fastidiarlos y ponerlos en su lugar no era
suficiente, así que prefería involucrar a los guardias de seguridad y
desquitarse de esa forma.
Una vez se
había peleado seriamente con ellos, sin contenerse, y le había ido bastante
mal. No iba a cometer el mismo error dos veces. De todas formas, su actitud
claramente enardecía al resto de mascotas a su alrededor e hilaba todavía más
rápido el circulo vicioso.
Estar atrapado
en su habitación todo el día sin nada que hacer, no encajaba con el
temperamento de Riki, y sacar provecho de las variadas entretenciones ofrecidas
en los salones y centros de ocio en Eos solo calmaba el aburrimiento por un
rato. Como resultado, a donde fuera que Riki llegara, habría problemas. Aunque
Riki nunca pensó que era él el
problemático, sino el otro chico que
iniciaba las peleas.
No importaba
si aquello era cierto. Era obvio que carecía hasta del más mínimo recato o
moderación. No tendía a retirarse o modular sus acciones.
“Atrás.”
“No lo
toquen.”
“Solo
quédense fuera de su vista y nadie saldrá lastimado.”
La arrogante
e insolente actitud de Riki era tan evidente como el abuso verbal que recibía
por parte de las otras mascotas. Tampoco daría el primer paso para tratar de
reconciliarse. Que un mestizo—enemigo natural de la gente de Midas—fuera el
juguete de un Blondie, desencadenaba profundos sentimientos de antipatía.
Tosco,
áspero y con una voluntad de hierro, un lobo siendo liberado de repente en
medio de un rebaño de ovejas habría provocado el mismo tipo de miedo instintivo
y odio. No importaba donde estuviera, su naturaleza se notaba con solo mirarlo.
Los inevitables y cegadores celos acarreaban sus abrumadoras consecuencias. Sin
embargo, era posible que el hecho de que Riki hubiera entrado a la escena,
regido por unos principios completamente diferentes, hubiera despertado un
miedo a lo desconocido en las mascotas… mascotas que, por otro lado,
consideraban virtudes el analfabetismo y la ignorancia.
Pero lo que
más les molestaba era la innegable realidad de aquellas diminutas y delatoras
marcas sobre su piel. Aparte de compartir fluidos corporales en público y
compartir secretos emocionantes en privado que a menudo terminaban bajo las
sábanas, Riki no se había involucrado físicamente con nadie.
Al
principio, cuando Riki apareció para su debut—pero no para las veladas que
siguieron—el resto de ellos se había reído a su costa. Carecía del básico sentido común que cada mascota poseía,
y ni hablar de los modales, buen gusto y clase. Ningún dueño iba a aparear su
mascota con un simio involucionado como Riki. Sin un posible compañero de
apareamiento, nunca obtuvo una invitación a las veladas sexuales—y una mascota
que no pudiera montar o ser montada no era útil para nadie. Todo el mundo lo sabía.
“Se lo
merece.”
“¡Solo
obtiene lo que le corresponde!”
“¿Qué podría
esperarse de un mestizo?”
Estaba
destinado a ser desechado dentro de poco. Nadie albergaba ni la más mínima duda
al respecto.
Solo que
aquello no ocurrió.
Riki no
atendió a las veladas sexuales, no porque no lo hubieran invitado. Al contrario,
su amo Iason tiró todas las invitaciones a la basura. Cuando esto se dio a
conocer, el escándalo fue universal. Riki nunca apareció en las veladas,
abiertas o encubiertas. Y sin embargo en su cuerpo estaba la evidencia de que
alguien le estaba haciendo el amor.
Es suficiente para hacerte creer que es Iason quien se
está acostando con él.
Nadie supo
quién fue el primero en divulgar esa posibilidad, pero el rumor sacudió la comunidad
de las mascotas como un terremoto. Los chupados eran marcas en la piel de Riki
que hacían valer los derechos de propiedad.
Normalmente
una mascota solo ostentaba tales marcas después de salir de una velada sexual o
después de que los derechos de apareamiento hubieran sido establecidos. Cualquier
mascota que disfrutara de los placeres de la carne a escondidas, sin un
compañero designado, se aseguraría—casi con manía—de no dejar evidencia alguna
de su recién saciada lujuria.
Aunque la
adicción al sexo era algo natural en las mascotas, la realidad era que
emparejarse con cualquiera no traería más que contentillo. Y, por supuesto, el
castigo apropiado esperaba a aquellos considerados ‘demasiado fáciles’, lo que
era razón suficiente para que una mascota perdiera el afecto de su amo. En el
peor de los casos, la consecuencia era que los “desecharan”. El orgullo
colectivo de las mascotas no les permitía admitir que eran bienes desechables,
pero para sus dueños, las mascotas no eran nada sino un reemplazable accesorio
de lujo.
Un chupado
persistente usualmente indicaba la existencia de un amante, y esa evidencia por
sí sola era interpretada por las mascotas como una especie de símbolo de estatus.
Y aunque Riki no fue ni una sola vez a una velada sexual, las marcas no
desaparecieron nunca de su cuerpo.
“Un amo
acostándose con su mascota…”
La evidencia
de algo inconcebible de acuerdo a las
viejas tradiciones de Eos, solo logró indignar más a las mascotas. Su odio
hacia Riki solo se agravaba al imaginarse al rebelde gimiendo entre los brazos
de Iason.
Empujando sus caderas y bamboleando el trasero. Apretaban
los dientes mientras imaginaban su hinchado
miembro estimulado hasta acabar…
Los celos
eran severos. Todo lo que tenían que hacer era imaginar a Iason haciendo lo que
le placía con Riki, penetrándolo donde él quisiera, para ser agobiados por la
rabia y la sensación de haber sido traicionados.
¿Por qué?
¿Por qué él? ¿Por qué Riki?
Las
preguntas solo atizaban el fuego de sus pasiones frustradas.
Incluso sus
dueños, que hacían absolutamente todo por ellos, no se atrevían a ponerles un
dedo encima. Las mascotas estaban allí para que se las mirara, no para que se
las tocara o se las amara. Esto era bien sabido por las élites.
Cuidar de
las mascotas cada día de sus vidas era el trabajo de una especie humana incluso
más inferior que las macotas: los “furniture”. Los furniture eran un artefacto
casero, un bien consumible; no había necesidad de tratar a un furniture como a
una persona. Y sin embargo en Eos, completamente automatizada con tecnología de
última generación, las mascotas se morirían de hambre mientras dormían en
harapos, de no estar ahí los Furniture para hacerse cargo de ellos. Nadie nunca
se preguntaba por qué.
Pero las
cosas cambiaron cuando Riki llegó. Él se reía de su sentido común. Actuaba como
si las reglas no estuvieran hechas para él. Y pisoteaba aquellos acuerdos
implícitos, que nunca eran discutidos o refutados, sin que le importara nada.
Su existencia
era odiosa, mortificante y angustiante.
Las reglas por
las que los pets habían vivido empezaban a derrumbarse. En poco tiempo, las
mascotas fueron acometidas por el miedo de que su valor de reventa pudiera caer
también. Alguien tenía que hacer algo.
Y sin
embargo…
A pesar del
caótico comportamiento de Riki, sus dueños solo divagaban empleando grandes
palabras que no comprendían sobre como las “diferencias en el IQ” afectaban lo
que era y lo que no era legal. Nadie estaba realmente preparado para reprender
a nadie por nada.
“Es porque
es la mascota de un Blondie.” En eso terminó concluyendo eventualmente el
problema. Asumieron que eso
resolvería las cosas, pero decir simplemente que Riki era la mascota de Iason no
significaba que todas las mascotas de los Blondies disfrutaran o disfrutarían
de estatus similares.
En realidad
era lo contrario. Antes de acoger a Riki como su mascota, por al menos seis
meses—quizás un año—Iason había cambiado de mascotas de ida y vuelta con
regularidad. Cada una pertenecía a la más alta clase de purasangres de la Academia,
las más costosas.
Un
purasangre de la Academia, con los documentos para probar que había pertenecido
a un Blondie, equivalía un alto precio. Nadie nunca se dio cuenta de lo que en
realidad sucedía, pero la necesidad de Iason de estar cambiando de mascotas era
una realidad. En las raras ocasiones en que Iason hacía uso de sus derechos de
crianza de mascotas, mandaba a menudo a sus mascotas a una velada sexual
diferente cada noche de la semana. Aparte de eso, Iason no era diligente sobre encariñarse
con ellas tampoco.
Entonces,
¿por qué? ¿Por qué la escoria de escorias, el despreciable mestizo de los
barrios bajos? ¿Cuándo iban a tener las otras mascotas su justa parte de
favores similares?
Cada vez que
estos pensamientos les pasaban por la cabeza, a todos ellos—hembras y sementales
por igual—hervían de los celos. Uno de ellos era especial. La singularidad de
un monstruo, que en cualquier mundo justo hubiera sido expulsado, no podía ser
tolerada.
La sangre de
Midas y el carácter de los mestizos se mezclaban como el agua y el aceite. Pero
el orgullo de Riki solo se hacía más fuerte al ser enfrentado por el fiero
elitismo de las mascotas. Entre más calumnias y críticas recibiera Riki, más
insolente se volvía. Escupía en la cara de su franca hostilidad. Ignoraba
mordazmente los prejuicios, y respondía a las amenazas con una fuerte bofetada
de su mano. Riki no era el chupamedias de nadie—Iason incluido—incluso teniendo
plena conciencia de que si se comportaba bien, las cosas serían mejor. Pero por
la forma en que él lo veía, si cedía una sola vez, estaría besando traseros
para siempre.
Con todo,
las otras mascotas no pasaban sus días postrados a los pies de sus amos. Mientras
algunos incurrían en la “sexo terapia” a escondidas—por la emoción que les
provocaba y para poder pasar el rato—otros se regodeaban con autosuficiencia
mientras sus serviles parásitos atendían todas sus necesidades.
Las
rivalidades entre las mascotas eran intensas y comunes entre todos. Los
linchamientos que a menudo resultaban eran prácticamente normales, y tan
solapados, que los dueños no parecían darse cuenta… o, mejor, los dueños solo
se daban cuenta hasta un punto que ninguno expresaba preocupación por un mero
símbolo de estatus. No era como que estuvieran realmente apegados a sus mascotas. Con seguridad no más que a cualquier otro
artículo estético.
La aflicción
y el miedo podían despertarse o extinguirse de repente. Como los pets eran queridos
por su sexualidad, ellos sabían que su duración era breve. Permanecían frescos
y deseables solo por un tiempo.
El inicio de
la pubertad.
El final de
la virginidad.
Emparejamiento
y apareamiento.
Estos tres
eventos definían sus existencias—y una vez que estos eventos pasaban, también
lo hacía el valor real de la mascota. Era la principal verdad de aquellos
criados en Eos. Incluso hasta la mascota de linaje más inusual, no tenía
esperanzas de un “mañana”. No importaba que tan hermoso u orgulloso, el tiempo
pasaría cruel e indudablemente.
En Eos, la
nómina de mascotas cambiaba con el día. Si el amo de una mascota se aburría,
sería el fin de esta. Mucho más si eran machos; aún si demostraban su virilidad
y eran emparejados exitosamente, era muy raro ver a una mascota macho mayor de
16 años. Había millones de distribuidores en Tanagura ofreciendo drogas
supresoras de hormonas para las macotas a las que les cambiaba la voz por la
pubertad. El disgusto y la ansiedad acompañando la transición de joven a
semental se debían a la desenfrenada paranoia de que aquello les pudiera costar
el afecto de sus amos. No había otros medios de subsistencia; tal era la
tragedia de las mascotas macho.
Y por lo
tanto, las mascotas eran desvergonzadas. No importaba qué les ordenaran, por ridículo
que fuera, ellos obedecían al instante—estaba en sus genes. Era por eso que en
Eos tenían lugar banquetes tan libertinos y sexuales, más terribles que
cualquiera que pudiera avistarse incluso en los harems de Midas, donde el sexo
se vendía sobre el mostrador.
Una vez que
Iason hubiera puesto un deliberado esfuerzo en entrenar a Riki, intentaría
mandarlo a una fiesta de presentación para las mascotas recién llegadas como
era la costumbre. Después de eso, una hembra apropiada sería elegida y Riki la montaría.
A ese punto era
improbable que su oposición expresara desaprobación sobre la improcedente
introducción de un mestizo de los barrios bajos al equipo. A Iason no le
preocupaba—el derecho de aprobar la unión entres mascotas generalmente residía
en qué tan alto fuera el rango de los dos dueños, de todas formas. Las
distinciones de clase eran una barrera inexpugnable. Además, una mascota era
solamente un lujo prescindible que no tenía ni voz ni voto en el asunto. Si se
hacía una proposición y el dueño la aceptaba, entonces las mascotas copularían.
Nada que hacer.
Hasta ese
punto, Iason nunca había ejercido sus derechos de crianza. De ahí en adelante,
sin embargo, pretendió intentarlo. Las relaciones homosexuales eran la norma en
los barrios bajos, y Iason tenía curiosidad de saber cómo su mestizo montaría a
una hembra. No le importaba si la vida sexual de Riki lo había puesto en el
papel de pasivo o activo.
A causa de
lo libertina que era la vida de un mestizo, las parejas del mismo sexo formadas
en los barrios bajos no tenían nada de inusual ni nada particularmente
interesante qué ofrecer. Nada podía ser más aburrido que la forma que tenía
alguien de excitarse. No tenía sentido traer a un mestizo a Eos con el
propósito expreso de hacer lo que normalmente hacía.
Pero a pesar
del disgusto; un ligero cambio de vez en cuando resultaba bien, no importaba
cuál fuera. Iason no estaba seguro todavía sobre cómo proceder con el fin de
alterar el status quo, pero con seguridad la experiencia no sería aburrida. Razón
por la cual la primera pareja sexual de Riki iba a ser una mujer.
Sin embargo,
después de solo tres días de intentarlo, con una irónica sonrisa en los labios,
Iason se encontró a sí mismo reconsiderando su plan entero.
Las
propiedades de una presentación de mascota eran las últimas cosas en la mente
de Riki. Como Iason debió haber predicho, en la cabeza de Riki no había nada
aparte de terquedad y testarudez. Cada vez que abría la boca, una sarta de
palabrotas, vulgaridades y jerga propia de los barrios bajos salía de ella. Si
se descuidaba, Riki pegaba puñetazos y patadas.
Iason apenas
si se inmutaba. Dios mío, ¡pero vaya que
un mestizo de los barrios bajos puede ser terco! A este paso, las cosas no
resultarán para nada aburridas en mucho tiempo. Aunque sabiamente se guardó
esos pensamientos para sí mismo.
Atando
fácilmente al desbocado Riki a la cama e inmovilizando sus manos, Iason dijo
con un dramático suspiro. “Tu comportamiento ensombrece tu presentación.”
Riki apretó
los dientes. “Entonces esa es la clase de criatura que deberías haber criado para
ti,” escupió en respuesta. “¿No que los Blondies de Tanagura tenían un catálogo
repleto de donde elegir?”
“Tal no es una
solución a estas alturas. De alguna forma te convertiste en el protagonista de
cada rumor en Eos. Una vez que hayas sido entrenado propiamente, en una forma
digna y acorde a la mascota de un Blondie, te enviaremos a una fiesta.”
Con el fin
de transmitir adecuadamente a Riki el significado de “entrenamiento digno y
acorde a la mascota de un Blondie”, Iason dejó a Riki completamente desnudo por
un mes. Mantener a las mascotas desnudas en sus habitaciones les obligaba a
entender que eran “cosas” sin libertad ni derechos. Al mismo tiempo, exponerlos
a las inquisitivas miradas de los extraños, removía cualquier trazo de timidez
y pudor.
Como regla
general, el apareamiento de mascotas acontecía en frente de un público. Incluso
si las mascotas estaban acostumbradas al sexo desde edades tempranas,
normalmente ellos no se montarían unos a otros en frente de nadie, antes de ser
entrenadas. Un macho confiado podía jactarse de que no se pondría flácido bajo
presión, pero toda esa confianza no significaba nada si el semental no podía
mantenerse erecto durante el show. Mientras culminar el acto era presión
suficiente, la posibilidad de perder prestigio en medio de este era
profundamente indeseable para todos los involucrados.
Siendo ese
el caso, el entrenamiento era necesario desde el primer día. Iason no creía que
su lobo de los barrios bajos se convertiría en una oveja, pero una criatura
imbécil que mordiera y enseñara los dientes a la menor provocación, también era algo inaceptable.
“No avergüences a tu dueño” era la regla básica que toda mascota tenía presente.
Para la
élite, un reconocimiento por el emparejamiento y cópula era sinónimo de
refinamiento. Escoger parejas para sus mascotas y recontar las exitosas copulas
era signo seguro de un dueño exitoso. Era así como disfrutaban la “madurez” de
sus mascotas, y los sumergía en la luz de su propia excelencia.
Adicionalmente,
hacerlo incrementaba el valor de la mascota en el mercado. Las mascotas hembra que
llegaban de los harems de Midas, habilidosas en las técnicas de la cama, sabían
esto más que nadie. Una mascota ambiciosa podía incrementar más su valor de
reventa en el acto de ser montada. No importaba cuál fuera la situación, no se
contendrían en lo más mínimo—tanto así que, en cuanto a corromper mascotas
pubescentes y desflorar virgos respectaba, acompañar al inexperto con una
mascota que proviniera de los harems, se había convertido en una práctica común
en Eos.
Las mascotas
criadas como “puras” no poseían ni un solo tramo de pudor en sus comportamientos.
Cada actividad, desde bañarse hasta defecar, le estaba encargada a los
furniture sin el más mínimo indicio de vergüenza o vacilación. La preparación
para el apareamiento incluía aprender todas las técnicas de autoestimulación, y
las llevaban a cabo sin dudar… y era deber del furniture limpiar después,
naturalmente.
Como la
regla decía que el apareamiento debía realizarse delante de una audiencia, la
copulación indudablemente se convirtió en el momento más importante de la vida
de las mascotas. No obstante, había distinciones individuales definitivas en el
ciclo de apareamiento de una mascota. Se sabía que las mascotas sin pareja, con
un impulso sexual inmanejable, encontrarían el alivio necesario a escondidas;
siempre que sus cuerpos estuvieran libres de cualquier tipo de evidencia de sus
luchas pasionales, sus dueños se harían los de la vista gorda. Y aquellos que
no podían encontrar una pareja adecuada para tales magreos clandestinos,
encontraban satisfacción en los servicios orales de sus furniture.
Los dueños
sabían mucho más de lo que sus mascotas hacían, de lo que ellas creían. Pero
ningún dueño deseaba que la prueba de sus suaves habilidades a la hora de
entrenar, se hiciera pública, y ahí era donde el deber de los furniture recaía.
Mientras que una mascota estaba enseñada a
obedecer a su amo, el furniture no tenía opción. El contacto sexual entre
mascotas y furniture estaba prohibido, y un dueño nunca iría tan lejos
como para perdonar abiertamente tal
comportamiento, pero la gran mayoría de mascotas se daban cuenta de que siempre
y cuando mantuvieran eso para sí mismos, nadie se opondría. Y si un dueño se
daba cuenta de tales actividades, las mascotas no dudarían que, los furniture,
que eran desechables, serían quienes recibieran el castigo.
Con todo,
Riki no poseía nada de experiencia. Exponerse al furniture o a Iason no le
despertaba nada diferente al disgusto. Era suficiente para que recordara la vez
que jugó a ser el chico malo, abriendo sus piernas para Iason y agitándose
delante del Blondie.
Esto
sorprendió a Iason. Había imaginado que, sin restricción alguna, un mestizo de
los barrios bajos se follaría cualquier cosa a la que pudiera echar mano. La
realidad era que eso de Riki invitando y llevándose a Iason a un motel, había
sido una cosa del momento, un trueque de carne por dinero en lugar de un
soborno. Riki tenía su propio sentido de la moral—y detrás de su estridente y
duro exterior, probaba ser sorpresivamente honesto.
Dándose
cuenta de esto, Iason pensó. Parece ser
que me he tropezado con un diamante en bruto. Rió para sí mismo. Siendo ese el caso, será mejor que me esmere
en entrenarlo propiamente.
Hasta un
mestizo podía cambiar si se le educaba correctamente. Mientras los pensamientos
fluían por su mente, Iason obtuvo un nuevo interés en la roca sin pulir que era
Riki. El indiscutible hecho de que había hecho que Riki se viniera delante de
él. El orgullo al que Riki se apegaba tan tercamente, incluso estando desnudo,
debía ser aplastado de una vez por todas.
La
reaccionaria respuesta de Riki—en pocas palabras—fue escupir el veneno,
arremetiendo violentamente con su colorido vocabulario. Se rehusó a ceder.
Iason inmovilizó
al rebelde y ruborizado Riki, exponiendo sus partes inferiores, y dejándole el
resto al furniture, quien asiduamente le estimulaba con su boca hasta que su
espalda se le arqueara de placer. Una vez terminaba, el furniture limpiaba.
Iason sabía que el furniture era mucho más eficiente para esa tarea.
Durante la
tortura de ser felado por el furniture, se despertaba en Riki el más grande
odio que hubiera sentido jamás.
Sus nalgas
se contraían en lo que el furniture lamía su glande.
Su ingle se estremecía
en lo que el furniture chupaba su falo.
Gemidos
salían de su boca en lo que el furniture estimulaba la punta con la punta de su
lengua.
Paroxismos
de placer sacudían sus caderas en lo que el furniture acariciaba sus
testículos.
Era
insoportable mostrar un comportamiento tan lascivo delante de Iason y el
furniture. Nada podía ser peor que ser arrastrado hasta el borde de un orgasmo,
y luego ser forzado a satisfacerse a sí mismo con sus propias manos.
Viendo a
Riki con sus partes al descubierto, con el cuerpo estremeciéndosele
vergonzosamente, y escuchándolo gemir mientras el furniture lo felaba, Iason se
inclinaba sobre sus rodillas y le llenaba los oídos a Riki de palabras
abusivas.
“Escuché que
los mestizos de los barrios bajos no poseen ni una sola pizca de carácter
moral,” decía Iason. “¿Son mentira esos rumores? ¿Dónde quedó toda esa
determinación que te hizo arrastrarme hasta ese mísero hotel?”
“¡No—soy—así—maldito—maníaco—sexual!”
“Pero para
nadie es un secreto que las mascotas tienen sexo en frente de todos.”
“¡Ustedes—las—élites—no—son—más—que—un—montón—de—pervertidos!”
“Tu
presentación es en dos meses. Debes estar listo para entonces. Por los medios
que sean necesarios.”
“¡Convertirme
en el hazmerreír, querrás decir! ¿Cuál es mi valor, considerando que soy basura
mestiza?”
“Hasta un
ignorante, impertinente y depravado simio debe tener, por lo menos, una cualidad
favorable. Y yo pretendo descubrirla.” Con esas palabras Iason estiró la mano y
agarró lo testículos de Riki. Un ronco e inarticulado chillido salió de la
garganta del chico. “No quiero que me avergüences en tu presentación, tampoco.
Tú eres mi—la mascota de Iason Mink—,
Riki. Cada nervio de tu cuerpo sabrá y recordará eso.”
Iason haría
que el furniture felara a Riki, hasta que Riki abriera sus piernas
obedientemente y se masturbara con sus propias manos. La desgracia del mestizo,
de tener sus extremidades atadas y sus partes íntimas expuestas, solo empeoraba
ante el furniture lamiendo su órgano—tanto más, cuando el furniture tomaba el
pene de Riki en su boca y este se ponía erecto. Ser tratado así era el precio
que Riki pagaba por apegarse a su terco orgullo. Iason pretendía marcar este
hecho en el alma de Riki.
Unos labios
que se apresuraban alrededor de la tensa corona de su órgano sexual.
Sus
testículos temblaban en sus bolsas mientras la lengua descendía por su miembro.
Chuparlo
hasta que los músculos, bien enterrados en su agrietada carne, se retorcieran y
convulsionaran.
Las
consecuencias de su terquedad, los sollozos de saciedad sexual emergiendo
mientras lo felaban, su cuerpo contorsionándose y gimiendo… era el mensaje
grabado sin piedad en el centro de su ser. No
tienes por qué avergonzarte; es así como deben comportarse las mascotas.
Se
requirieron dos meses antes de que Riki pudiera—si bien frunciendo el ceño y
mordiéndose el labio—exponerse y llevarse a sí mismo al clímax cuando se le
ordenaba. Tres meses desde que había sido llevado a Eos. Fue el tiempo y esfuerzo
que tomó enseñarle a Riki la manera correcta de masturbarse.
Pensar en el
calvario en esos términos, hizo imposible que Iason contuviera la sonrisa que
apareció en su boca. Con que de esto está
hecha la basura mestiza. El placer ha sido todo mío.
Por esos
tiempos, Raoul sacaba el tema a flote cada vez que él y Iason se topaban.
“¿Cómo va
todo con ese mono desgreñado que tienes?” Preguntaba Raoul. “¿Ya le enseñaste
algún truco?”
“Creo que
hasta tú encontrarías a Riki un verdadero dolor de cabeza.”
“Porque no
puedes perfeccionar habilidades que no existen. ¿No va siendo hora ya de que te
rindas?”
Raoul nunca
abandonaba su sarcasmo. Los otros Blondies también se divertían riéndose a
expensas de Iason—pero Iason permanecía sereno e imperturbable. Previamente,
lejos de considerar a las mascotas como un juguete diletante, las consideraba
una atractiva decoración de interiores. Sus nuevas actividades eran, para él,
un cambio en su personalidad.
Le tomó
otros tres meses a Iason completar el entrenamiento de Riki: lograr que el
cuerpo de Riki fuera sensible y sumiso a cada caricia amorosa, mientras su
espíritu permanecía tan inquebrantable como siempre. Ya no levantaba la voz, ni
enseñaba los puños o se descabritaba. Riki dejó de tratar de impedir que el furniture
lo felara. Atrapado por el veneno de la vergüenza y el placer, la resistencia
de Riki estuvo bajo control.
Hasta ese entonces, Iason siempre
había encarado a Riki con su calmada y fría personalidad. ¿A qué se debía el
eventual cambio? ¿Porque de repente había sentido deseos de tirarse a un
mestizo de los barrios bajos? Si tenía que ponerlo en palabras, aquello era más
que un capricho del momento. Quizás era el producto de su interminable
curiosidad. O quizás haber encasillado a Riki tan a menudo como un sucio simio salvaje
y como una basura analfabeta perpetuamente ignorante, despertó en Iason el deseo de querer probar la
fruta que él mismo estaba cosechado.
“¿Por qué no me muestras lo que
puedes hacer?”
Con esas palabras reveló la
perfecta simetría de su hermosa figura desnuda.
¿Qué demonios estás haciendo? Quiso preguntar Riki, pero en
lugar de eso estaba estupefacto.
La sensación intima de la tersa y
cálida piel de Iason no se le antojó a Riki como artificial. Sentía que la tensión
iba dejando sus extremidades poco a poco, aunque no completamente. Había esto
y también aquello y un poco de resistencia aquí merecedora de disciplina.
Aceptar obedientemente los placeres era el trabajo de las mascotas, y lograr acarrear
ese hecho a cada rincón del cuerpo de una mascota contaba como una especie de
triunfo.
El juego previo de Iason era
intenso y no en vano. Por supuesto, no carecía de habilidad. Riki temblaba cada
vez que Iason aumentaba sus atenciones, gruñendo y arqueando la espalda. Iason
estaba muy bien instruido en las artes sexuales.
El corazón de Riki se aceleraba
cuando la mano de Iason pasaba sobre sus pezones, haciéndolos endurecerse bajo
las yemas de sus dedos. Se endurecían a tal punto, presionados entre sus
dígitos, que resultaban una impudente y lascivamente sugestiva contusión. El
solo masaje contra su piel, hacía temblar los labios de Riki, y sin protestar,
la sangre fluía hacia su entrepierna.
Una suave risa salió de la boca
de Iason. Y eso que apenas estamos comenzando.
Iason tomó un pezón en su boca,
saboreándolo con su lengua, y el miembro de Riki se endureció en el puño de
Iason, la ya aguda punta sobresalía del puño del Blondie. Iason afianzó su
agarre, bombeando su mano mientras succionaba intensamente el pezón que tenía
en la boca.
Riki rindió su vital y joven
cuerpo al éxtasis. Influido por tales sensaciones, su carne solo deseó más.
Incluso si lo aborrecía hasta la muerte, una vez que empezaba la estimulación,
sus urgencias no podían ser reprimidas. Jadeó por aire, contorsionando su
cuerpo, ahogando dulces gemidos. Hiperextendió las piernas.
Y eyaculó.
Su corazón latió con fuerza en su
pecho. El semen salió, como expulsado por las fieras pasiones dentro de él,
como marcando sus dotes como macho de la especie. Era un espectáculo con el que
se había familiarizado mucho en los últimos meses.
Y sin embargo—¿Por qué?
Iason de repente advirtió el
desagradable sentimiento creciendo en su interior. Era un odio incomprensible
que luchó por poner en palabras. Pero esos sentimientos pronto se
transformaron, tornando sus labios en una dura y fría sonrisa.
Riki jadeó, su pecho hinchándose,
y lamió sus labios una y otra vez. Iason lo vio por el rabillo del ojo y se
estiró hacia la mesita de noche. Ahí yacía una caja de terciopelo. Dentro había
un anillo brillante. Era más grande que una sortija, pero no tan grande como un
brazalete, y a primera vista parecía un aro normal de platino.
Sin embargo, mirándolo más de
cerca, una serie de caracteres estaban impresos en la superficie: “Z-107M”
El número de registro de mascota
de Riki.
Iason tomó el anillo y lo deslizó
por el miembro flácido de Riki.
Riki se sentó de un salto. Miró
hacia su ingle y palideció. “¿Q-qué demonios es eso?”
“Eso es tu Pet-ring.”
“¿Pet-ring?”
“Sí. A partir de hoy, esto
servirá como tu identificación.”
“Pero Daryl dijo que un Pet-ring
era un collar o un pendiente—ese
tipo de cosas.”
“Aquellos accesorios son para la
mascotas ordinarias que siempre hacen lo que su amo les ordena. Este anillo
tipo D, hecho a medida, es el más apropiado para una basura rebelde de los
barrios bajos.”
“¿Qué carajos? ¡Quítame esta
cosa!”
“Esta es la cosa apropiada para
una malhablada criatura a la que no le importa dirigirse a su dueño con
semejante lenguaje tan vulgar.”
Iason ordenó el anillo
especialmente para Riki. Los tipo A eran una sortija. Los tipo B eran un
collar. Los tipo C eran un pendiente. Estos Pet-Ring con joyería, con sus
brillantes gemas empotradas complacían el gusto de las mascotas y los
distinguía del resto.
Pero el tipo D era diferente. En
todo Eos, Riki era probablemente la única mascota que usaba tal artilugio hecho
a medida. Manufacturado usando un efecto térmico de memoria y la más reciente
nanotecnología, se ajustaba cómodamente a la base del miembro de Riki.
“¡Hijo de perra!” Vociferó
Riki. “¿Por quién puñetas me estás tomando? ¡Quítalo!”
Callar a Riki fue fácil. Iason
calmadamente manipuló el minimalista anillo en su mano izquierda, y en un segundo,
las quejas de Riki fueron acalladas en lo que su cuerpo se sacudía y retorcía.
“¡Gaahh!” Gruñó, agarrando
su entrepierna con ambas manos y haciéndose un ovillo mientras su cara se
descomponía por el dolor.
Para dejar en claro la causa y
efecto, Iason tocó el anillo una vez más.
“¡Haaahh!” Los labios de
Riki titubearon. “D-detente-” lloriqueó. “M-me duele—”
“Este es el tipo de castigo que
el Pet-ring tipo D puede infligir.”
La garganta de Riki colapsó.
“Nunca lo olvides, Riki. Este
Pet-Ring carcomerá tu carne. Y donde quiera que vayas, el poder está justo aquí
al alcance de mi mano. También tiene un GPS integrado. Sé el mestizo que eres—pero contéstame de alguna forma y
te puedo lastimar con el toque de un dedo. ¿Lo has comprendido?”
Riki asintió, con sus
extremidades inferiores convulsionando.
“Ahora relájate y separa las
piernas.”
Pero los agarrotados músculos de
Riki no lo permitieron. Iason bajó la voz y susurró en su oído, “No voy a
pedírtelo una segunda vez.”
El cuerpo de Riki tembló
notablemente.
“Abre las piernas.”
Inacostumbrado al apretado dolor,
el cuerpo de Riki permaneció rígido como una tabla. Sin embargo, avergonzado,
hizo lo que le pedían.
“Un poco más. Un poco más.
Muéstrame tu anillo.”
Su órgano yacía flácido, como
tratando de esconderse en su todavía delgado vello púbico.
Iason se estiró despacio y con
las puntas de sus dedos acarició el anillo de Riki una y otra vez. Una sonrisa
satisfecha apareció en su boca.
Segundos después, Riki estaba
presionando su nuca contra las sabanas y doblando su cuerpo hacia atrás,
gimiendo. Iason ya había apresurado dos dedos dentro de él, forzando la
abertura de sus apretados pliegues. Riki contenía el aliento, le temblaban las piernas.
Estaba tenso como un arco encordado,
los tendones sobresalían de su carne, la comba de su erección prácticamente
tocaba su estómago. Agarró su órgano, empujando ligeramente la palma de su mano
contra la sensible punta. El cuerpo de Riki saltaba curiosamente de arriba
abajo mientras gemía y gruñía en un tono que aumentaba de volumen e intensidad.
“¡Ah—ahh—ahhh!”
El duro órgano en su mano. La
sangre batiéndose en sus venas, corriendo por él e incrementando la tensión del
apretado arco de carne.
Quizás sin posibilidades de deshacerse
del placer fluyendo como un espeso y viscoso entumecimiento a lo largo y alrededor
de la parte media de su cuerpo, los estridentes y excitados gemidos se
derramaban continuamente de los labios de Riki. Sin aflojar el agarre en sus
testículos, Iason los levantó. Los espasmódicos tendones de los muslos internos
de Riki delataron la verdadera extensión de su éxtasis.
Jugando con sus testículos,
violándolo con movimientos fuertes y rítmicos, Iason presenció el
convulsionante gemido que dejó la garganta de Riki. Fue más intenso, más
lascivo que cualquier otro sonido que Riki hubiera hecho. Más alto y más alto,
gruñendo, dibujando profundos, rasposos suspiros.
Y Riki se masturbaba
vigorosamente con ambas manos.
Pero—el duro
arco sobresalía en vano hacia el techo. Sin dar señales de la oleada final. Las
venas se marcaban en su piel, estaba tan erecto. Y sin embargo, el anillo constriñéndole
la base del pene no lo dejaba correrse.
“¡Ya—basta! ¡Quítamelo! ¡Dame—un—maldito—respiro!”
Su cuerpo
entero crepitó mientras trataba de recobrar el aliento. Cerró la boca,
silenciando su laringe, pero los lascivos gritos no dejaban de escapar de sus
labios.
No podía
correrse, y el éxtasis lo estaba quemando hasta dejarlo hecho cenizas. Los
labios de Riki temblaron. Sus caderas se sacudieron arriba y abajo
salvajemente. Aulló. La enrojecida punta de su miembro se contrajo, rociándose con
las primeras gotas del néctar, crudo y ansiado.
A Iason le
aburría muchísimo todo lo que a sexo con mascotas respectaba. Había tenido
suficiente de los machos y sus animalísticos instintos reproductivos y del
ostentoso exhibicionismo de las hembras.
Pero nunca
había experimentado la erótica fiebre de aquella gimiente, llorosa criatura
entre sus brazos. Cada vez que Riki arqueaba su espalda y aullaba, su trasero
se contraía y estremecía, afirmándose alrededor de los dedos de Iason. El
néctar emergiendo de la delgada fisura en la punta de su hombría, mojaba el
vello púbico de Riki y dibujaba una mancha oscura en las sabanas.
Iason
contempló esa fresca y cruda inocencia. La sonrisa fría ya había desaparecido
de sus labios apretados, pero sus ojos refulgían en sus cuencas.
¿Qué eran
aquellos estremecedores impulsos zumbando como una corriente eléctrica a través
de su cabeza—las que nunca había tomado en cuenta hasta entonces? Iason no lo
entendía. Lo único que sabía era que ese mestizo de los barrios bajos, que no
poseía una sola fibra entrañable en su cuerpo, estaba haciendo tambalear su
compostura.
“¡Déjame
correrme!” Suplicó y gimió Riki, y algo más vibró en el cráneo de Iason.
Iason se
acomodó despacio y agarró los talones de Riki para llevarle las rodillas al
pecho. Confundido, medio consciente, Riki soltó un tímido y seductor gemido.
Pero de haber visto el erecto instrumento levantándose de pronto de la ingle de
Iason, su cara hubiera convulsionado por razones diferentes, y sus caderas
hubieran rehuido.
Ahí estaba
la prueba de que Júpiter se había ocupado incluso por los detalles del
mecanismo fisiológico de los Blondies. Todo el mundo sabía que las elites de
Tanagura poseían todas las funciones de la más alta clase de androides
sexuales.
Riki ya
estaba tan sonrojado y excitado como podía estar. Pero a diferencia de los
elásticos órganos sexuales de una perra, no había chance de que Riki pudiera
recibir el miembro de Iason. A pesar de ser consciente de esto mientras
aflojaba el anillo, Iason penetró al mestizo sin piedad.
En ese
momento, un aturdidor grito rasgó la garganta de Riki. Su cara, sus
extremidades, su voz se contorsionó.
Su espalda
se dobló…
Sus músculos
se contrajeron…
Riki
gritaba.
Completamente
imperturbable, de un solo movimiento, Iason arremetió dentro de las
profundidades del cuerpo de Riki. Unidos profundamente, Iason embistió a Riki
con rudeza. Ni un solo sonido pudo escapar de los labios titubeantes de Riki.
Solo estaba la leve convulsión de sus extremidades en lo que la pelvis de Iason
se elevaba y caía, y entonces el semen de Riki
brotó entre ellos.
Los tres días que siguieron, Riki
no pudo ni orinar de pie sin ayuda. Fue tan terrible que el Furniture Daryl,
quien rara vez mostraba emoción alguna, se encontró cambiando su semblante
serio por uno simpático.
Que tal torpeza pudiera ser
atribuida a Iason parecía impensable. Excitado a un grado inesperado por la
sexualidad de Riki, había perdido el control de sí mismo. Incluso si no podía admitírselo
a sí mismo no estaba del todo inconsciente del hecho.
Quizás me excedí un poco.
Frunciendo el ceño ante la agria
nota en la que las cosas habían concluido, Iason predeciblemente volvió a su
vida cotidiana, lidiando con las cosas tan calmadamente como le fue posible.
Pero, ¿por qué?
¿Qué estaba pasando?
Aún si indagaba sobre aquellas cuestiones
y se analizaba a sí mismo, Iason no tenía información suficiente para llegar a
una conclusión contundente. Iason desde luego, no se había propuesto convertir
a Riki en su compañero sexual. Para empezar, no tenía razones para hacerlo.
O, mejor, él pensaba que
no tenía razones para hacerlo.
Riki no evidenciaba ni el más
mínimo grado de dignidad o sumisión apropiadas para la mascota de un Blondie.
Enviar a Riki a una de esas fiestas para aparearlo con una hembra habría sido
más mortificante de lo que hubiera podido aguantar. Probablemente no era
demasiado tarde para entrenar a Riki apropiadamente, pero, ¿cuánto tiempo
tomaría? Semental o hembra, Iason no deseaba aparear a Riki con ninguno. Pensó
que era mejor evitar el asunto por el momento—era muy consciente de la extraña
cosa que había traído a Eos.
Al final,
Iason acompañó a Riki a su debut para presentarlo como su nueva mascota, pero
después no envió a Riki a ninguna velada sexual.
Esto dio
rienda suelta a la especulación; escandalosos rumores se esparcieron por
doquier. Pero Iason no reaccionó ni en lo más mínimo. Y eso era algo que
quienes lo rodeaban no podían perdonar.
Raoul,
naturalmente, le reprochó con severidad.
“Iason,”
sermoneó, “manda esa cosa a una velada. Han pasado años desde su presentación,
y no lo has enviado a una sola todavía. Eso te ha hecho el blanco de todos
estos inútiles rumores.”
“Si son en
efecto inútiles, entonces, ¿en qué me afectan?”
“Incluso si
puedes ignorarlos, han ocasionado un desastre en el orden moral de Eos. ¿Qué
esperas cuando un Blondie rompe la costumbre?”
“El
apareamiento de mascotas está a la discreción de sus dueños. No hay ley que
diga que las mascotas deban ser apareadas.”
“Por eso es
que se llama costumbre.”
“No es algo
por lo que valga la pena quejarse.”
“Eres tú siempre
el que se está quejando sobre sus mentecatas y ninfómanas mascotas. No estoy
diciendo que lo tengas que emparejar—solo envíalo a una velada. Déjalo que
monte a alguna hembra. U otro macho, si es esa su afición. Solo hazlo copular
con las otras mascotas, entonces al menos los rumores se disiparán un poco.”
Los rumores
entretenían nada más ni nada menos que a los dueños de mascotas de la élite.
Sin embargo, sus mascotas estaban muy molestas y nerviosas por lo mismo. Un
blondie estaba dándole un trato especial a su mestizo de los barrios bajos. No
lo aparearía con ninguno de ellos. Se quedaría su mascota para él solo y no cambiaría
de parecer.
Y Iason
estaba restregándoles este hecho en sus caras.
Nada podía
ser más degradante que copular con un sucio mestizo de los barrios bajos. Y
aparte de eso, ser condescendido por esa insolente mascota de clase baja, era
más de lo que el resto de mascotas pudiera soportar.
Intensificando
la furia más que nada, el mundo que ellos creyeron eterno e invariante estaba
demostrando ser frágil y no digno de confianza. Tenían miedo. En un latido,
toda la animosidad se concentraba en Riki. Su presencia era ajena en todo
aspecto. Su existencia era imposible de aceptar para ellos.
Lo que se
apoderaba de esas mascotas en la furia de sus corazones—lo que comprendían con
todas sus violentas pasiones internas—era la medida en la cual Iason era
superior a todos ellos. Los que terminaban experimentando la furia, la rabia y
el antagonismo de las mascotas eran los furniture, ni machos ni hembras—los
furniture de Eos.
Tan extraña
atracción. Tan discordante para un Blondie de Tanagura. Tales perversas
pasiones.
Iason se había
dado cuenta de la atracción que sentía por Riki cuando lo descubrió
masturbándose en una especie de transe. En lugar de dejarlo copular con alguien
más, Iason buscó la manera de permitirle a Riki ese placer personal. Pero no
permitiría que el Furniture lo felara como antes.
Desnudo de
la cintura para abajo, Riki estaba espatarrado en la cama en medio de la
habitación. Las aletas de su nariz flameaban, sus ojos estaban embargados por
el holograma de una mujer desnuda—estaba tan ensimismado en el acto que no se
percató de que Iason había vuelto.
Ver a Riki
en semejante estado, justo frente a sus ojos, hizo que Iason frunciera el ceño.
Una extraña, desconocida, desagradable sensación se aglomeró en su pecho, y no
había forma de que pudiera soportarla.
En zancadas
largas, Iason acortó la distancia entre ellos. Todavía completamente ignorante
de él, Riki llegó al climax con un quedo gemido. Una sonrisita de satisfacción
apareció en las comisuras de sus labios entreabiertos.
En ese
momento, mientras lo miraba, Iason escuchó una especie de rugido en sus oídos,
disparándose desde el centro de su cerebro.
Agarrando a
Riki por el cuello de su camiseta, lo arrastró hasta ponerlo de pie con toda su
fuerza. Riki estaba claramente perplejo y confundido cuando Iason le golpeó la
cara con la palma de la mano repetidas veces, con la fuerza suficiente para
enviarle la cara hacia atrás y adelante.
Iason—quien
siempre tenía palabras abusivas y molestas para decir—no podía conseguir pronunciar
alguna. Nunca antes le había pegado a Riki así.
Y sin
embargo lo hizo, una y otra vez.
Los Blondies
de Tanagura era conocidos por su criterio frígido y conocimiento abundante; era
eso lo que constituía su orgullo imperturbable y su confianza.
De pie en la
cima, Iason había convertido a un mestizo de los barrios bajos en su compañero
y se había perdido. Llevado por su propia ira, golpeó a Riki en un ciego y
reflexivo espasmo.
Todo lo que
Riki había estado haciendo era darse placer con la fotografía de una mujer
desnuda. Esto atravesó una espina por el corazón de su orgullo de Blondie, una
espina de hirviente deseo sexual.
Los rumores
sobre Riki y Mimea solo confirmaron la realidad de aquellas emociones.
Un mestizo
de los barrios bajos y una muñeca manufacturada de la Academia. Entonces, todo
el mundo se hubiese reído de semejante unión tan inesperada. Era increíble—una
mala broma.
Pero
confrontada por Raoul, Mimea inesperadamente había confirmado su veracidad. Tan
pronto como se corrió la voz, los residentes de Eos estuvieron perplejos,
susurrando entre ellos con curiosidad irreprensible. Estaban interesados en
cualquier indicio de un creciente antagonismo entre Iason y Raoul. Interesados
en cómo se manejaría el asunto entre Riki y Mimea.
Que Iason
tratara a Riki como algo más que una mascota ordinaria ya se había vuelto algo público;
ese escándalo era pasado. Los chupados nunca desaparecían de la piel de Riki.
Cualquiera podía intuir a simple vista que una de las elites de los androides
estaba caliente por un mestizo.
Entendiblemente,
ninguna de las élites—ni siquiera Raoul—podía empezar a comprender semejantes
increíbles “irregularidades” emocionales que bajo condiciones normales nunca tendrían
lugar.
Este cambio
en el curso normal de las cosas se les antojó como el perro que muerde la mano
que lo alimenta. Era el equivalente de alguien escupiendo el orgullo de los
Blondies. Expectante, Eos aguardó ansiosamente a que se calmaran las cosas para
que todos los detalles escabrosos salieran a la luz por sí mismos.
Pero
contrario a las expectativas, Iason mantuvo la calma. El mal control sobre Riki
fue reconocido por lo que era, se rumoró que le fueron pedidas disculpas a
Raoul, y ese fue el fin. El castigo apropiado había sido deliberado.
Capturado
diariamente en la violenta red de pasiones entre Iason y Riki, Daryl comenzó a
perder un poco la cabeza.
Iason sabía
que lo que sentía hacia Mimea no era nada más que los más oscuros celos. Si no
podía soportar llamarlo “celos” específicamente, podía al menos ser consciente
de la enfermedad y el desagrado sofocando su corazón—y el conocimiento de que
la existencia de Riki era algo especial para él. Su ansia de monopolizar a
Riki, su irremediable atracción sexual hacia el mestizo se convirtieron en su
obsesión.
Pero Iason
no estaba dispuesto a desechar su identidad como Blondie. Eso parecía ser el
único freno restante en su comportamiento. Y sin embargo, no tenía ni la más
mínima intención de deshacerse de Riki. Tomó una decisión: continuaría criando
a Riki como su mascota especial y simplemente lo haría comportarse.
Carne y hueso
en los brazos de un androide, mascota y amo… era una visión antinatural a ojos de
todo el mundo—un desastre en proceso. No duraría para siempre. Solo unos
perversos hilos los mantenían unidos, y estos eventualmente se quemarían… y
Daryl con ellos. De una forma que nadie hubiera podido imaginar.
Pero aún
faltaba tiempo para el ajuste de cuentas de Iason.