sábado, 4 de octubre de 2014

AnK - Volumen 3, Capítulo 1

La adquisición de mascotas en la Metropolis central de Tanagura estaba regulada en su totalidad por las leyes de mascotas, como se explicaba en el artículo nueve:

I. Calificaciones
II. Procedimientos de registro.
III. Crianza
IV. Prevención de enfermedades
V. Requisitos para reproducción
VI. Garantía de calidad
VII. Prohibiciones
VIII. Límites disciplinarios
IX. Procedimientos de disposición.

Las reglas eran más que una serie de regulaciones para las élites que criaban mascotas como una forma de simbolizar su prestigio; eran la manera que tenían los aristócratas favorecidos por Júpiter de dar a conocer sus respectivos estatus.
Las posesiones llamadas “mascotas” eran más específicamente muñecos sexuales producidos en instalaciones de cría licenciadas para el proveimiento de juguetes domesticados. Los muñecos sexuales eran genéticamente idénticos a los humanos, pero eran y permanecían siendo artefactos manufacturados.
Los muñecos sexuales eran creados a través de técnicas artificiales muy distintas a las unidades de reproducción natural. Como prueba de su origen, cada cuerpo tenía un número serial inscrito en la planta del pie, y todos sus documentos eran manejados y mantenidos por la instalación de donde provenían.
Vivían—pero no eran humanos. Consecuentemente, mientras las mascotas fueran provistas de un mínimo básico de disciplina y manutención, su existencia no requeriría mayores obligaciones.
Era muy natural que a las mascotas, identificadas por sus dueños únicamente por sus números seriales y careciendo hasta del más mínimo grado de dignidad humana, se les negara cualquier derecho humano o privilegio. El único “rango” que poseían era el que les otorgaba su certificado de linaje registrado, y cualquier valor adquirido por el “privilegio” de pertenecer a uno de los miembros de la élite.
Sin embargo, limitados por las rígidas restricciones del sistema de clases Zein, para la gente de Midas un certificado que acreditara al propietario élite de una mascota era un accesorio fascinante —el símbolo de una fantasía que estaba fuera de su alcance. No cualquiera podía convertirse en la mascota de una élite; solo unos pocos elegidos pasaban la prueba seleccionadora. Las mascotas que servían como símbolo de estatus de las consagradas clases altas—los gobernantes de Tanagura—eran criados en la Torre Imperial de Eos, y ahí disfrutaban de todos los lujos posibles. Aquellos cuentos de hadas siempre lograban encantar a la gente. En cuanto a cómo terminaban realmente esos cuentos—a nadie le interesaba discutirlo.
El valor total de una mascota de Tanagura era el producto de un cálculo simple. Si el estatus del dueño era alto, también lo era el de la mascota. El criadero del que provenían quedaba en segundo lugar a comparación. Y entre las líneas de mascotas, la apremiante pregunta era: por cuánto tiempo debían inclinarse, arrastrarse y obedecer para de alguna forma conquistar el corazón de una élite.
Los resultados visibles eran todo lo que contaba: una buena estirpe, una apariencia atractiva y “pureza”. Aquellas eran las cualidades indispensables que toda mascota buscaba tener. Pero la belleza no garantizaba el éxito de un muñeco—debía tener algo único y especial. La obediencia era un requisito básico, pero demostrar su valor era una estrategia segura para sobresalir en la supervivencia de los más aptos. Era algo que ni todo el entrenamiento del mundo podía lograr.
En apariencia, las mascotas en Eos llevaban vidas de armoniosa tranquilidad. La estratosférica clase de élites deseaba mascotas apropiadas a su estatus social. O, mejor, dado que el solo hecho de vivir en Eos implicaba tener rango distintivo, criar a una mascota que mereciera tal privilegio, se convertía en una especie de deber para los dueños.
Entre las mascotas, los grados más altos de pura sangre de la Academia estaban reservados para ser los juguetes de los Blondies. Y si su rango decaía, también lo hacía el del fabricante de la mascota.
Que Iason tomara a un mestizo de Ceres como Riki por mascota, manifestaba un descarado desprecio por precedentes, que aunque no estaban escritos, seguían allí. Era el más grande escándalo desde el origen de los tiempos de Eos. Las élites reaccionaron manifestando su repugnancia al mismo tiempo que intentaban disimular su gran curiosidad.
Al ser la personificación de la clase social perfecta, la autoridad de los Blondies primaba sobre todo Eos. Era de esperarse que nadie se atreviera a criticarlos directamente.
Convertiré a un mestizo de Ceres en una mascota.
Era un desafío intrépido que solo podía ser descrito como algo temerario, despertando una marejada de intriga en respuesta. Naturalmente, en todas partes podían escucharse vocecitas de burla que rayaban con el desprecio. Entre las compañías de las mascotas, los comentarios eran mucho más extremos e insidiosos. Palabras amargas cargadas de celos y desdén se valían de cualquier excusa para hacerse más hierientes.
A Riki no le importaba. Según él, las mascotas que solo conocían el estéril y seguro entorno de Eos eran como bebés, con sus ataques de histeria y sus rabietas. A pesar de todo su orgullo, ninguno de ellos era capaz de actuar por su cuenta. Sus vulgaridades e improperios solo demostraban que sus vocabularios eran ridículamente limitados. Sus cobardes miradas eran tan dañinas como una inofensiva brisa. Eran estúpidos, débiles y no valían la consideración de Riki.
Inútiles.
Intimidar silenciosamente a las inmaduras mascotas era simple—pero a veces, Riki no podía evitar enojarse. Eos estaba repleta de mascotas, y aun así no había ni una sola en la que él pudiera descargar sus frustraciones. No quería gastar energía en mascotas que no merecieran su tiempo, y encargarse de ellos por cualquier cosa no valía la pena ni la molestia. Fastidiarlos y ponerlos en su lugar no era suficiente, así que prefería involucrar a los guardias de seguridad y desquitarse de esa forma.
Una vez se había peleado seriamente con ellos, sin contenerse, y le había ido bastante mal. No iba a cometer el mismo error dos veces. De todas formas, su actitud claramente enardecía al resto de mascotas a su alrededor e hilaba todavía más rápido el circulo vicioso.
Estar atrapado en su habitación todo el día sin nada que hacer, no encajaba con el temperamento de Riki, y sacar provecho de las variadas entretenciones ofrecidas en los salones y centros de ocio en Eos solo calmaba el aburrimiento por un rato. Como resultado, a donde fuera que Riki llegara, habría problemas. Aunque Riki nunca pensó que era él el problemático, sino el otro chico que iniciaba las peleas.
No importaba si aquello era cierto. Era obvio que carecía hasta del más mínimo recato o moderación. No tendía a retirarse o modular sus acciones.
“Atrás.”
“No lo toquen.”
“Solo quédense fuera de su vista y nadie saldrá lastimado.”
La arrogante e insolente actitud de Riki era tan evidente como el abuso verbal que recibía por parte de las otras mascotas. Tampoco daría el primer paso para tratar de reconciliarse. Que un mestizo—enemigo natural de la gente de Midas—fuera el juguete de un Blondie, desencadenaba profundos sentimientos de antipatía.
Tosco, áspero y con una voluntad de hierro, un lobo siendo liberado de repente en medio de un rebaño de ovejas habría provocado el mismo tipo de miedo instintivo y odio. No importaba donde estuviera, su naturaleza se notaba con solo mirarlo. Los inevitables y cegadores celos acarreaban sus abrumadoras consecuencias. Sin embargo, era posible que el hecho de que Riki hubiera entrado a la escena, regido por unos principios completamente diferentes, hubiera despertado un miedo a lo desconocido en las mascotas… mascotas que, por otro lado, consideraban virtudes el analfabetismo y la ignorancia.
Pero lo que más les molestaba era la innegable realidad de aquellas diminutas y delatoras marcas sobre su piel. Aparte de compartir fluidos corporales en público y compartir secretos emocionantes en privado que a menudo terminaban bajo las sábanas, Riki no se había involucrado físicamente con nadie.
Al principio, cuando Riki apareció para su debut—pero no para las veladas que siguieron—el resto de ellos se había reído a su costa. Carecía del  básico sentido común que cada mascota poseía, y ni hablar de los modales, buen gusto y clase. Ningún dueño iba a aparear su mascota con un simio involucionado como Riki. Sin un posible compañero de apareamiento, nunca obtuvo una invitación a las veladas sexuales—y una mascota que no pudiera montar o ser montada no era útil para nadie. Todo el mundo lo sabía.
“Se lo merece.”
“¡Solo obtiene lo que le corresponde!”
“¿Qué podría esperarse de un mestizo?”
Estaba destinado a ser desechado dentro de poco. Nadie albergaba ni la más mínima duda al respecto.
Solo que aquello no ocurrió.
Riki no atendió a las veladas sexuales, no porque no lo hubieran invitado. Al contrario, su amo Iason tiró todas las invitaciones a la basura. Cuando esto se dio a conocer, el escándalo fue universal. Riki nunca apareció en las veladas, abiertas o encubiertas. Y sin embargo en su cuerpo estaba la evidencia de que alguien le estaba haciendo el amor.
Es suficiente para hacerte creer que es Iason quien se está acostando con él.
Nadie supo quién fue el primero en divulgar esa posibilidad, pero el rumor sacudió la comunidad de las mascotas como un terremoto. Los chupados eran marcas en la piel de Riki que hacían valer los derechos de propiedad.




Normalmente una mascota solo ostentaba tales marcas después de salir de una velada sexual o después de que los derechos de apareamiento hubieran sido establecidos. Cualquier mascota que disfrutara de los placeres de la carne a escondidas, sin un compañero designado, se aseguraría—casi con manía—de no dejar evidencia alguna de su recién saciada lujuria.
Aunque la adicción al sexo era algo natural en las mascotas, la realidad era que emparejarse con cualquiera no traería más que contentillo. Y, por supuesto, el castigo apropiado esperaba a aquellos considerados ‘demasiado fáciles’, lo que era razón suficiente para que una mascota perdiera el afecto de su amo. En el peor de los casos, la consecuencia era que los “desecharan”. El orgullo colectivo de las mascotas no les permitía admitir que eran bienes desechables, pero para sus dueños, las mascotas no eran nada sino un reemplazable accesorio de lujo.
Un chupado persistente usualmente indicaba la existencia de un amante, y esa evidencia por sí sola era interpretada por las mascotas como una especie de símbolo de estatus. Y aunque Riki no fue ni una sola vez a una velada sexual, las marcas no desaparecieron nunca de su cuerpo.
“Un amo acostándose con su mascota…”
La evidencia de algo inconcebible de acuerdo a las viejas tradiciones de Eos, solo logró indignar más a las mascotas. Su odio hacia Riki solo se agravaba al imaginarse al rebelde gimiendo entre los brazos de Iason.
Empujando sus caderas y bamboleando el trasero. Apretaban los dientes mientras imaginaban su  hinchado miembro estimulado hasta acabar…
Los celos eran severos. Todo lo que tenían que hacer era imaginar a Iason haciendo lo que le placía con Riki, penetrándolo donde él quisiera, para ser agobiados por la rabia y la sensación de haber sido traicionados.
¿Por qué? ¿Por qué él? ¿Por qué Riki?
Las preguntas solo atizaban el fuego de sus pasiones frustradas.
Incluso sus dueños, que hacían absolutamente todo por ellos, no se atrevían a ponerles un dedo encima. Las mascotas estaban allí para que se las mirara, no para que se las tocara o se las amara. Esto era bien sabido por las élites.
Cuidar de las mascotas cada día de sus vidas era el trabajo de una especie humana incluso más inferior que las macotas: los “furniture”. Los furniture eran un artefacto casero, un bien consumible; no había necesidad de tratar a un furniture como a una persona. Y sin embargo en Eos, completamente automatizada con tecnología de última generación, las mascotas se morirían de hambre mientras dormían en harapos, de no estar ahí los Furniture para hacerse cargo de ellos. Nadie nunca se preguntaba por qué.
Pero las cosas cambiaron cuando Riki llegó. Él se reía de su sentido común. Actuaba como si las reglas no estuvieran hechas para él. Y pisoteaba aquellos acuerdos implícitos, que nunca eran discutidos o refutados, sin que le importara nada.
Su existencia era odiosa, mortificante y angustiante.
Las reglas por las que los pets habían vivido empezaban a derrumbarse. En poco tiempo, las mascotas fueron acometidas por el miedo de que su valor de reventa pudiera caer también. Alguien tenía que hacer algo.
Y sin embargo…
A pesar del caótico comportamiento de Riki, sus dueños solo divagaban empleando grandes palabras que no comprendían sobre como las “diferencias en el IQ” afectaban lo que era y lo que no era legal. Nadie estaba realmente preparado para reprender a nadie por nada.
“Es porque es la mascota de un Blondie.” En eso terminó concluyendo eventualmente el problema. Asumieron que eso resolvería las cosas, pero decir simplemente que Riki era la mascota de Iason no significaba que todas las mascotas de los Blondies disfrutaran o disfrutarían de estatus similares.
En realidad era lo contrario. Antes de acoger a Riki como su mascota, por al menos seis meses—quizás un año—Iason había cambiado de mascotas de ida y vuelta con regularidad. Cada una pertenecía a la más alta clase de purasangres de la Academia, las más costosas.
Un purasangre de la Academia, con los documentos para probar que había pertenecido a un Blondie, equivalía un alto precio. Nadie nunca se dio cuenta de lo que en realidad sucedía, pero la necesidad de Iason de estar cambiando de mascotas era una realidad. En las raras ocasiones en que Iason hacía uso de sus derechos de crianza de mascotas, mandaba a menudo a sus mascotas a una velada sexual diferente cada noche de la semana. Aparte de eso, Iason no era diligente sobre encariñarse con ellas tampoco.
Entonces, ¿por qué? ¿Por qué la escoria de escorias, el despreciable mestizo de los barrios bajos? ¿Cuándo iban a tener las otras mascotas su justa parte de favores similares?
Cada vez que estos pensamientos les pasaban por la cabeza, a todos ellos—hembras y sementales por igual—hervían de los celos. Uno de ellos era especial. La singularidad de un monstruo, que en cualquier mundo justo hubiera sido expulsado, no podía ser tolerada.
La sangre de Midas y el carácter de los mestizos se mezclaban como el agua y el aceite. Pero el orgullo de Riki solo se hacía más fuerte al ser enfrentado por el fiero elitismo de las mascotas. Entre más calumnias y críticas recibiera Riki, más insolente se volvía. Escupía en la cara de su franca hostilidad. Ignoraba mordazmente los prejuicios, y respondía a las amenazas con una fuerte bofetada de su mano. Riki no era el chupamedias de nadie—Iason incluido—incluso teniendo plena conciencia de que si se comportaba bien, las cosas serían mejor. Pero por la forma en que él lo veía, si cedía una sola vez, estaría besando traseros para siempre.
Con todo, las otras mascotas no pasaban sus días postrados a los pies de sus amos. Mientras algunos incurrían en la “sexo terapia” a escondidas—por la emoción que les provocaba y para poder pasar el rato—otros se regodeaban con autosuficiencia mientras sus serviles parásitos atendían todas sus necesidades.
Las rivalidades entre las mascotas eran intensas y comunes entre todos. Los linchamientos que a menudo resultaban eran prácticamente normales, y tan solapados, que los dueños no parecían darse cuenta… o, mejor, los dueños solo se daban cuenta hasta un punto que ninguno expresaba preocupación por un mero símbolo de estatus. No era como que estuvieran realmente apegados a sus mascotas. Con seguridad no más que a cualquier otro artículo estético.
La aflicción y el miedo podían despertarse o extinguirse de repente. Como los pets eran queridos por su sexualidad, ellos sabían que su duración era breve. Permanecían frescos y deseables solo por un tiempo.
El inicio de la pubertad.
El final de la virginidad.
Emparejamiento y apareamiento.
Estos tres eventos definían sus existencias—y una vez que estos eventos pasaban, también lo hacía el valor real de la mascota. Era la principal verdad de aquellos criados en Eos. Incluso hasta la mascota de linaje más inusual, no tenía esperanzas de un “mañana”. No importaba que tan hermoso u orgulloso, el tiempo pasaría cruel e indudablemente.
En Eos, la nómina de mascotas cambiaba con el día. Si el amo de una mascota se aburría, sería el fin de esta. Mucho más si eran machos; aún si demostraban su virilidad y eran emparejados exitosamente, era muy raro ver a una mascota macho mayor de 16 años. Había millones de distribuidores en Tanagura ofreciendo drogas supresoras de hormonas para las macotas a las que les cambiaba la voz por la pubertad. El disgusto y la ansiedad acompañando la transición de joven a semental se debían a la desenfrenada paranoia de que aquello les pudiera costar el afecto de sus amos. No había otros medios de subsistencia; tal era la tragedia de las mascotas macho.
Y por lo tanto, las mascotas eran desvergonzadas. No importaba qué les ordenaran, por ridículo que fuera, ellos obedecían al instante—estaba en sus genes. Era por eso que en Eos tenían lugar banquetes tan libertinos y sexuales, más terribles que cualquiera que pudiera avistarse incluso en los harems de Midas, donde el sexo se vendía sobre el mostrador.
Una vez que Iason hubiera puesto un deliberado esfuerzo en entrenar a Riki, intentaría mandarlo a una fiesta de presentación para las mascotas recién llegadas como era la costumbre. Después de eso, una hembra apropiada sería elegida y Riki la montaría.
A ese punto era improbable que su oposición expresara desaprobación sobre la improcedente introducción de un mestizo de los barrios bajos al equipo. A Iason no le preocupaba—el derecho de aprobar la unión entres mascotas generalmente residía en qué tan alto fuera el rango de los dos dueños, de todas formas. Las distinciones de clase eran una barrera inexpugnable. Además, una mascota era solamente un lujo prescindible que no tenía ni voz ni voto en el asunto. Si se hacía una proposición y el dueño la aceptaba, entonces las mascotas copularían. Nada que hacer.
Hasta ese punto, Iason nunca había ejercido sus derechos de crianza. De ahí en adelante, sin embargo, pretendió intentarlo. Las relaciones homosexuales eran la norma en los barrios bajos, y Iason tenía curiosidad de saber cómo su mestizo montaría a una hembra. No le importaba si la vida sexual de Riki lo había puesto en el papel de pasivo o activo.
A causa de lo libertina que era la vida de un mestizo, las parejas del mismo sexo formadas en los barrios bajos no tenían nada de inusual ni nada particularmente interesante qué ofrecer. Nada podía ser más aburrido que la forma que tenía alguien de excitarse. No tenía sentido traer a un mestizo a Eos con el propósito expreso de hacer lo que normalmente hacía.
Pero a pesar del disgusto; un ligero cambio de vez en cuando resultaba bien, no importaba cuál fuera. Iason no estaba seguro todavía sobre cómo proceder con el fin de alterar el status quo, pero con seguridad la experiencia no sería aburrida. Razón por la cual la primera pareja sexual de Riki iba a ser una mujer.
Sin embargo, después de solo tres días de intentarlo, con una irónica sonrisa en los labios, Iason se encontró a sí mismo reconsiderando su plan entero.
Las propiedades de una presentación de mascota eran las últimas cosas en la mente de Riki. Como Iason debió haber predicho, en la cabeza de Riki no había nada aparte de terquedad y testarudez. Cada vez que abría la boca, una sarta de palabrotas, vulgaridades y jerga propia de los barrios bajos salía de ella. Si se descuidaba, Riki pegaba puñetazos y patadas.
Iason apenas si se inmutaba. Dios mío, ¡pero vaya que un mestizo de los barrios bajos puede ser terco! A este paso, las cosas no resultarán para nada aburridas en mucho tiempo. Aunque sabiamente se guardó esos pensamientos para sí mismo.
Atando fácilmente al desbocado Riki a la cama e inmovilizando sus manos, Iason dijo con un dramático suspiro. “Tu comportamiento ensombrece tu presentación.”
Riki apretó los dientes. “Entonces esa es la clase de criatura que deberías haber criado para ti,” escupió en respuesta. “¿No que los Blondies de Tanagura tenían un catálogo repleto de donde elegir?”
“Tal no es una solución a estas alturas. De alguna forma te convertiste en el protagonista de cada rumor en Eos. Una vez que hayas sido entrenado propiamente, en una forma digna y acorde a la mascota de un Blondie, te enviaremos a una fiesta.”
Con el fin de transmitir adecuadamente a Riki el significado de “entrenamiento digno y acorde a la mascota de un Blondie”, Iason dejó a Riki completamente desnudo por un mes. Mantener a las mascotas desnudas en sus habitaciones les obligaba a entender que eran “cosas” sin libertad ni derechos. Al mismo tiempo, exponerlos a las inquisitivas miradas de los extraños, removía cualquier trazo de timidez y pudor.
Como regla general, el apareamiento de mascotas acontecía en frente de un público. Incluso si las mascotas estaban acostumbradas al sexo desde edades tempranas, normalmente ellos no se montarían unos a otros en frente de nadie, antes de ser entrenadas. Un macho confiado podía jactarse de que no se pondría flácido bajo presión, pero toda esa confianza no significaba nada si el semental no podía mantenerse erecto durante el show. Mientras culminar el acto era presión suficiente, la posibilidad de perder prestigio en medio de este era profundamente indeseable para todos los involucrados.
Siendo ese el caso, el entrenamiento era necesario desde el primer día. Iason no creía que su lobo de los barrios bajos se convertiría en una oveja, pero una criatura imbécil que mordiera y enseñara los dientes  a la menor provocación, también era algo inaceptable. “No avergüences a tu dueño” era la regla básica que toda mascota tenía presente.
Para la élite, un reconocimiento por el emparejamiento y cópula era sinónimo de refinamiento. Escoger parejas para sus mascotas y recontar las exitosas copulas era signo seguro de un dueño exitoso. Era así como disfrutaban la “madurez” de sus mascotas, y los sumergía en la luz de su propia excelencia.
Adicionalmente, hacerlo incrementaba el valor de la mascota en el mercado. Las mascotas hembra que llegaban de los harems de Midas, habilidosas en las técnicas de la cama, sabían esto más que nadie. Una mascota ambiciosa podía incrementar más su valor de reventa en el acto de ser montada. No importaba cuál fuera la situación, no se contendrían en lo más mínimo—tanto así que, en cuanto a corromper mascotas pubescentes y desflorar virgos respectaba, acompañar al inexperto con una mascota que proviniera de los harems, se había convertido en una práctica común en Eos.
Las mascotas criadas como “puras” no poseían ni un solo tramo de pudor en sus comportamientos. Cada actividad, desde bañarse hasta defecar, le estaba encargada a los furniture sin el más mínimo indicio de vergüenza o vacilación. La preparación para el apareamiento incluía aprender todas las técnicas de autoestimulación, y las llevaban a cabo sin dudar… y era deber del furniture limpiar después, naturalmente.
Como la regla decía que el apareamiento debía realizarse delante de una audiencia, la copulación indudablemente se convirtió en el momento más importante de la vida de las mascotas. No obstante, había distinciones individuales definitivas en el ciclo de apareamiento de una mascota. Se sabía que las mascotas sin pareja, con un impulso sexual inmanejable, encontrarían el alivio necesario a escondidas; siempre que sus cuerpos estuvieran libres de cualquier tipo de evidencia de sus luchas pasionales, sus dueños se harían los de la vista gorda. Y aquellos que no podían encontrar una pareja adecuada para tales magreos clandestinos, encontraban satisfacción en los servicios orales de sus furniture.
Los dueños sabían mucho más de lo que sus mascotas hacían, de lo que ellas creían. Pero ningún dueño deseaba que la prueba de sus suaves habilidades a la hora de entrenar, se hiciera pública, y ahí era donde el deber de los furniture recaía. Mientras que una mascota estaba enseñada a obedecer a su amo, el furniture no tenía opción. El contacto sexual entre mascotas y furniture estaba prohibido, y un dueño nunca iría tan lejos como  para perdonar abiertamente tal comportamiento, pero la gran mayoría de mascotas se daban cuenta de que siempre y cuando mantuvieran eso para sí mismos, nadie se opondría. Y si un dueño se daba cuenta de tales actividades, las mascotas no dudarían que, los furniture, que eran desechables, serían quienes recibieran el castigo.
Con todo, Riki no poseía nada de experiencia. Exponerse al furniture o a Iason no le despertaba nada diferente al disgusto. Era suficiente para que recordara la vez que jugó a ser el chico malo, abriendo sus piernas para Iason y agitándose delante del Blondie.
Esto sorprendió a Iason. Había imaginado que, sin restricción alguna, un mestizo de los barrios bajos se follaría cualquier cosa a la que pudiera echar mano. La realidad era que eso de Riki invitando y llevándose a Iason a un motel, había sido una cosa del momento, un trueque de carne por dinero en lugar de un soborno. Riki tenía su propio sentido de la moral—y detrás de su estridente y duro exterior, probaba ser sorpresivamente honesto.
Dándose cuenta de esto, Iason pensó. Parece ser que me he tropezado con un diamante en bruto. Rió para sí mismo. Siendo ese el caso, será mejor que me esmere en entrenarlo propiamente.
Hasta un mestizo podía cambiar si se le educaba correctamente. Mientras los pensamientos fluían por su mente, Iason obtuvo un nuevo interés en la roca sin pulir que era Riki. El indiscutible hecho de que había hecho que Riki se viniera delante de él. El orgullo al que Riki se apegaba tan tercamente, incluso estando desnudo, debía ser aplastado de una vez por todas.
La reaccionaria respuesta de Riki—en pocas palabras—fue escupir el veneno, arremetiendo violentamente con su colorido vocabulario. Se rehusó a ceder.
Iason inmovilizó al rebelde y ruborizado Riki, exponiendo sus partes inferiores, y dejándole el resto al furniture, quien asiduamente le estimulaba con su boca hasta que su espalda se le arqueara de placer. Una vez terminaba, el furniture limpiaba. Iason sabía que el furniture era mucho más eficiente para esa tarea.
Durante la tortura de ser felado por el furniture, se despertaba en Riki el más grande odio que hubiera sentido jamás.
Sus nalgas se contraían en lo que el furniture lamía su glande.
Su ingle se estremecía en lo que el furniture chupaba su  falo.
Gemidos salían de su boca en lo que el furniture estimulaba la punta con la punta de su lengua.
Paroxismos de placer sacudían sus caderas en lo que el furniture acariciaba sus testículos.
Era insoportable mostrar un comportamiento tan lascivo delante de Iason y el furniture. Nada podía ser peor que ser arrastrado hasta el borde de un orgasmo, y luego ser forzado a satisfacerse a sí mismo con sus propias manos.
Viendo a Riki con sus partes al descubierto, con el cuerpo estremeciéndosele vergonzosamente, y escuchándolo gemir mientras el furniture lo felaba, Iason se inclinaba sobre sus rodillas y le llenaba los oídos a Riki de palabras abusivas.
“Escuché que los mestizos de los barrios bajos no poseen ni una sola pizca de carácter moral,” decía Iason. “¿Son mentira esos rumores? ¿Dónde quedó toda esa determinación que te hizo arrastrarme hasta ese mísero hotel?”
“¡No—soy—así—maldito—maníaco—sexual!”
“Pero para nadie es un secreto que las mascotas tienen sexo en frente de todos.”
“¡Ustedes—las—élites—no—son—más—que—un—montón—de—pervertidos!”
“Tu presentación es en dos meses. Debes estar listo para entonces. Por los medios que sean necesarios.”
“¡Convertirme en el hazmerreír, querrás decir! ¿Cuál es mi valor, considerando que soy basura mestiza?”
“Hasta un ignorante, impertinente y depravado simio debe tener, por lo menos, una cualidad favorable. Y yo pretendo descubrirla.” Con esas palabras Iason estiró la mano y agarró lo testículos de Riki. Un ronco e inarticulado chillido salió de la garganta del chico. “No quiero que me avergüences en tu presentación, tampoco. Tú eres mi—la mascota de Iason Mink—, Riki. Cada nervio de tu cuerpo sabrá y recordará eso.”
Iason haría que el furniture felara a Riki, hasta que Riki abriera sus piernas obedientemente y se masturbara con sus propias manos. La desgracia del mestizo, de tener sus extremidades atadas y sus partes íntimas expuestas, solo empeoraba ante el furniture lamiendo su órgano—tanto más, cuando el furniture tomaba el pene de Riki en su boca y este se ponía erecto. Ser tratado así era el precio que Riki pagaba por apegarse a su terco orgullo. Iason pretendía marcar este hecho en el alma de Riki.
Unos labios que se apresuraban alrededor de la tensa corona de su órgano sexual.
Sus testículos temblaban en sus bolsas mientras la lengua descendía por su miembro.
Chuparlo hasta que los músculos, bien enterrados en su agrietada carne, se retorcieran y convulsionaran.
Las consecuencias de su terquedad, los sollozos de saciedad sexual emergiendo mientras lo felaban, su cuerpo contorsionándose y gimiendo… era el mensaje grabado sin piedad en el centro de su ser. No tienes por qué avergonzarte; es así como deben comportarse las mascotas.
Se requirieron dos meses antes de que Riki pudiera—si bien frunciendo el ceño y mordiéndose el labio—exponerse y llevarse a sí mismo al clímax cuando se le ordenaba. Tres meses desde que había sido llevado a Eos. Fue el tiempo y esfuerzo que tomó enseñarle a Riki la manera correcta de masturbarse.
Pensar en el calvario en esos términos, hizo imposible que Iason contuviera la sonrisa que apareció en su boca. Con que de esto está hecha la basura mestiza. El placer ha sido todo mío.
Por esos tiempos, Raoul sacaba el tema a flote cada vez que él y Iason se topaban.
“¿Cómo va todo con ese mono desgreñado que tienes?” Preguntaba Raoul. “¿Ya le enseñaste algún truco?”
“Creo que hasta tú encontrarías a Riki un verdadero dolor de cabeza.”
“Porque no puedes perfeccionar habilidades que no existen. ¿No va siendo hora ya de que te rindas?”
Raoul nunca abandonaba su sarcasmo. Los otros Blondies también se divertían riéndose a expensas de Iason—pero Iason permanecía sereno e imperturbable. Previamente, lejos de considerar a las mascotas como un juguete diletante, las consideraba una atractiva decoración de interiores. Sus nuevas actividades eran, para él, un cambio en su personalidad.
Le tomó otros tres meses a Iason completar el entrenamiento de Riki: lograr que el cuerpo de Riki fuera sensible y sumiso a cada caricia amorosa, mientras su espíritu permanecía tan inquebrantable como siempre. Ya no levantaba la voz, ni enseñaba los puños o se descabritaba. Riki dejó de tratar de impedir que el furniture lo felara. Atrapado por el veneno de la vergüenza y el placer, la resistencia de Riki estuvo bajo control.
Medio año después, Iason tomó a Riki por primera vez.


Hasta ese entonces, Iason siempre había encarado a Riki con su calmada y fría personalidad. ¿A qué se debía el eventual cambio? ¿Porque de repente había sentido deseos de tirarse a un mestizo de los barrios bajos? Si tenía que ponerlo en palabras, aquello era más que un capricho del momento. Quizás era el producto de su interminable curiosidad. O quizás haber encasillado a Riki tan a menudo como un sucio simio salvaje y como una basura analfabeta perpetuamente ignorante,  despertó en Iason el deseo de querer probar la fruta que él mismo estaba cosechado.
“¿Por qué no me muestras lo que puedes hacer?”
Con esas palabras reveló la perfecta simetría de su hermosa figura desnuda.
¿Qué demonios estás haciendo? Quiso preguntar Riki, pero en lugar de eso estaba estupefacto.
La sensación intima de la tersa y cálida piel de Iason no se le antojó a Riki como artificial. Sentía que la tensión iba dejando sus extremidades poco a poco, aunque no completamente. Había esto y también aquello y un poco de resistencia aquí merecedora de disciplina. Aceptar obedientemente los placeres era el trabajo de las mascotas, y lograr acarrear ese hecho a cada rincón del cuerpo de una mascota contaba como una especie de triunfo.
El juego previo de Iason era intenso y no en vano. Por supuesto, no carecía de habilidad. Riki temblaba cada vez que Iason aumentaba sus atenciones, gruñendo y arqueando la espalda. Iason estaba muy bien instruido en las artes sexuales.
El corazón de Riki se aceleraba cuando la mano de Iason pasaba sobre sus pezones, haciéndolos endurecerse bajo las yemas de sus dedos. Se endurecían a tal punto, presionados entre sus dígitos, que resultaban una impudente y lascivamente sugestiva contusión. El solo masaje contra su piel, hacía temblar los labios de Riki, y sin protestar, la sangre fluía hacia su entrepierna.
Una suave risa salió de la boca de Iason. Y eso que apenas estamos comenzando.
Iason tomó un pezón en su boca, saboreándolo con su lengua, y el miembro de Riki se endureció en el puño de Iason, la ya aguda punta sobresalía del puño del Blondie. Iason afianzó su agarre, bombeando su mano mientras succionaba intensamente el pezón que tenía en la boca.
Riki rindió su vital y joven cuerpo al éxtasis. Influido por tales sensaciones, su carne solo deseó más. Incluso si lo aborrecía hasta la muerte, una vez que empezaba la estimulación, sus urgencias no podían ser reprimidas. Jadeó por aire, contorsionando su cuerpo, ahogando dulces gemidos. Hiperextendió las piernas.
Y eyaculó.
Su corazón latió con fuerza en su pecho. El semen salió, como expulsado por las fieras pasiones dentro de él, como marcando sus dotes como macho de la especie. Era un espectáculo con el que se había familiarizado mucho en los últimos meses.
Y sin embargo¿Por qué?
Iason de repente advirtió el desagradable sentimiento creciendo en su interior. Era un odio incomprensible que luchó por poner en palabras. Pero esos sentimientos pronto se transformaron, tornando sus labios en una dura y fría sonrisa.
Riki jadeó, su pecho hinchándose, y lamió sus labios una y otra vez. Iason lo vio por el rabillo del ojo y se estiró hacia la mesita de noche. Ahí yacía una caja de terciopelo. Dentro había un anillo brillante. Era más grande que una sortija, pero no tan grande como un brazalete, y a primera vista parecía un aro normal de platino.
Sin embargo, mirándolo más de cerca, una serie de caracteres estaban impresos en la superficie: “Z-107M”
El número de registro de mascota de Riki.
Iason tomó el anillo y lo deslizó por el miembro flácido de Riki.
Riki se sentó de un salto. Miró hacia su ingle y palideció. “¿Q-qué demonios es eso?”
“Eso es tu Pet-ring.”
“¿Pet-ring?”
“Sí. A partir de hoy, esto servirá como tu identificación.”
“Pero Daryl dijo que un Pet-ring era un collar o un pendienteese tipo de cosas.”
“Aquellos accesorios son para la mascotas ordinarias que siempre hacen lo que su amo les ordena. Este anillo tipo D, hecho a medida, es el más apropiado para una basura rebelde de los barrios bajos.”
“¿Qué carajos? ¡Quítame esta cosa!”
“Esta es la cosa apropiada para una malhablada criatura a la que no le importa dirigirse a su dueño con semejante lenguaje tan vulgar.”
Iason ordenó el anillo especialmente para Riki. Los tipo A eran una sortija. Los tipo B eran un collar. Los tipo C eran un pendiente. Estos Pet-Ring con joyería, con sus brillantes gemas empotradas complacían el gusto de las mascotas y los distinguía del resto.
Pero el tipo D era diferente. En todo Eos, Riki era probablemente la única mascota que usaba tal artilugio hecho a medida. Manufacturado usando un efecto térmico de memoria y la más reciente nanotecnología, se ajustaba cómodamente a la base del miembro de Riki.
“¡Hijo de perra!” Vociferó Riki. “¿Por quién puñetas me estás tomando? ¡Quítalo!”
Callar a Riki fue fácil. Iason calmadamente manipuló el minimalista anillo en su mano izquierda, y en un segundo, las quejas de Riki fueron acalladas en lo que su cuerpo se sacudía y retorcía.
¡Gaahh!” Gruñó, agarrando su entrepierna con ambas manos y haciéndose un ovillo mientras su cara se descomponía por el dolor.
Para dejar en claro la causa y efecto, Iason tocó el anillo una vez más.
¡Haaahh!” Los labios de Riki titubearon. “D-detente-” lloriqueó. “M-me duele
“Este es el tipo de castigo que el Pet-ring tipo D puede infligir.”
La garganta de Riki colapsó.
“Nunca lo olvides, Riki. Este Pet-Ring carcomerá tu carne. Y donde quiera que vayas, el poder está justo aquí al alcance de mi mano. También tiene un GPS integrado. Sé el mestizo que erespero contéstame de alguna forma y te puedo lastimar con el toque de un dedo. ¿Lo has comprendido?”
Riki asintió, con sus extremidades inferiores convulsionando.
“Ahora relájate y separa las piernas.”
Pero los agarrotados músculos de Riki no lo permitieron. Iason bajó la voz y susurró en su oído, “No voy a pedírtelo una segunda vez.”
El cuerpo de Riki tembló notablemente.
“Abre las piernas.”
Inacostumbrado al apretado dolor, el cuerpo de Riki permaneció rígido como una tabla. Sin embargo, avergonzado, hizo lo que le pedían.
“Un poco más. Un poco más. Muéstrame tu anillo.”
Su órgano yacía flácido, como tratando de esconderse en su todavía delgado vello púbico.
Iason se estiró despacio y con las puntas de sus dedos acarició el anillo de Riki una y otra vez. Una sonrisa satisfecha apareció en su boca.
Segundos después, Riki estaba presionando su nuca contra las sabanas y doblando su cuerpo hacia atrás, gimiendo. Iason ya había apresurado dos dedos dentro de él, forzando la abertura de sus apretados pliegues. Riki contenía el aliento, le temblaban las piernas.
Estaba tenso como un arco encordado, los tendones sobresalían de su carne, la comba de su erección prácticamente tocaba su estómago. Agarró su órgano, empujando ligeramente la palma de su mano contra la sensible punta. El cuerpo de Riki saltaba curiosamente de arriba abajo mientras gemía y gruñía en un tono que aumentaba de volumen e intensidad.
“¡Ah—ahh—ahhh!
El duro órgano en su mano. La sangre batiéndose en sus venas, corriendo por él e incrementando la tensión del apretado arco de carne.
Quizás sin posibilidades de deshacerse del placer fluyendo como un espeso y viscoso entumecimiento a lo largo y alrededor de la parte media de su cuerpo, los estridentes y excitados gemidos se derramaban continuamente de los labios de Riki. Sin aflojar el agarre en sus testículos, Iason los levantó. Los espasmódicos tendones de los muslos internos de Riki delataron la verdadera extensión de su éxtasis.
Jugando con sus testículos, violándolo con movimientos fuertes y rítmicos, Iason presenció el convulsionante gemido que dejó la garganta de Riki. Fue más intenso, más lascivo que cualquier otro sonido que Riki hubiera hecho. Más alto y más alto, gruñendo, dibujando profundos, rasposos suspiros.
Y Riki se masturbaba vigorosamente con ambas manos.
Pero—el duro arco sobresalía en vano hacia el techo. Sin dar señales de la oleada final. Las venas se marcaban en su piel, estaba tan erecto. Y sin embargo, el anillo constriñéndole la base del pene no lo dejaba correrse.
“¡Ya—basta! ¡Quítamelo! ¡Dame—un—maldito—respiro!”
Su cuerpo entero crepitó mientras trataba de recobrar el aliento. Cerró la boca, silenciando su laringe, pero los lascivos gritos no dejaban de escapar de sus labios.
No podía correrse, y el éxtasis lo estaba quemando hasta dejarlo hecho cenizas. Los labios de Riki temblaron. Sus caderas se sacudieron arriba y abajo salvajemente. Aulló. La enrojecida punta de su miembro se contrajo, rociándose con las primeras gotas del néctar, crudo y ansiado.
A Iason le aburría muchísimo todo lo que a sexo con mascotas respectaba. Había tenido suficiente de los machos y sus animalísticos instintos reproductivos y del ostentoso exhibicionismo de las hembras.
Pero nunca había experimentado la erótica fiebre de aquella gimiente, llorosa criatura entre sus brazos. Cada vez que Riki arqueaba su espalda y aullaba, su trasero se contraía y estremecía, afirmándose alrededor de los dedos de Iason. El néctar emergiendo de la delgada fisura en la punta de su hombría, mojaba el vello púbico de Riki y dibujaba una mancha oscura en las sabanas.
Iason contempló esa fresca y cruda inocencia. La sonrisa fría ya había desaparecido de sus labios apretados, pero sus ojos refulgían en sus cuencas.
¿Qué eran aquellos estremecedores impulsos zumbando como una corriente eléctrica a través de su cabeza—las que nunca había tomado en cuenta hasta entonces? Iason no lo entendía. Lo único que sabía era que ese mestizo de los barrios bajos, que no poseía una sola fibra entrañable en su cuerpo, estaba haciendo tambalear su compostura.
“¡Déjame correrme!” Suplicó y gimió Riki, y algo más vibró en el cráneo de Iason.
Iason se acomodó despacio y agarró los talones de Riki para llevarle las rodillas al pecho. Confundido, medio consciente, Riki soltó un tímido y seductor gemido. Pero de haber visto el erecto instrumento levantándose de pronto de la ingle de Iason, su cara hubiera convulsionado por razones diferentes, y sus caderas hubieran rehuido.
Ahí estaba la prueba de que Júpiter se había ocupado incluso por los detalles del mecanismo fisiológico de los Blondies. Todo el mundo sabía que las elites de Tanagura poseían todas las funciones de la más alta clase de androides sexuales.
Riki ya estaba tan sonrojado y excitado como podía estar. Pero a diferencia de los elásticos órganos sexuales de una perra, no había chance de que Riki pudiera recibir el miembro de Iason. A pesar de ser consciente de esto mientras aflojaba el anillo, Iason penetró al mestizo sin piedad.
En ese momento, un aturdidor grito rasgó la garganta de Riki. Su cara, sus extremidades, su voz se contorsionó.
Su espalda se dobló…
Sus músculos se contrajeron…
Riki gritaba.
Completamente imperturbable, de un solo movimiento, Iason arremetió dentro de las profundidades del cuerpo de Riki. Unidos profundamente, Iason embistió a Riki con rudeza. Ni un solo sonido pudo escapar de los labios titubeantes de Riki. Solo estaba la leve convulsión de sus extremidades en lo que la pelvis de Iason se elevaba y caía, y entonces el semen de Riki  brotó entre ellos.


Los tres días que siguieron, Riki no pudo ni orinar de pie sin ayuda. Fue tan terrible que el Furniture Daryl, quien rara vez mostraba emoción alguna, se encontró cambiando su semblante serio por uno simpático.
Que tal torpeza pudiera ser atribuida a Iason parecía impensable. Excitado a un grado inesperado por la sexualidad de Riki, había perdido el control de sí mismo. Incluso si no podía admitírselo a sí mismo no estaba del todo inconsciente del hecho.
Quizás me excedí un poco.
Frunciendo el ceño ante la agria nota en la que las cosas habían concluido, Iason predeciblemente volvió a su vida cotidiana, lidiando con las cosas tan calmadamente como le fue posible.
Pero, ¿por qué?
¿Qué estaba pasando?
Aún si indagaba sobre aquellas cuestiones y se analizaba a sí mismo, Iason no tenía información suficiente para llegar a una conclusión contundente. Iason desde luego, no se había propuesto convertir a Riki en su compañero sexual. Para empezar, no tenía razones para hacerlo.
O, mejor, él pensaba que no tenía razones para hacerlo.
Riki no evidenciaba ni el más mínimo grado de dignidad o sumisión apropiadas para la mascota de un Blondie. Enviar a Riki a una de esas fiestas para aparearlo con una hembra habría sido más mortificante de lo que hubiera podido aguantar. Probablemente no era demasiado tarde para entrenar a Riki apropiadamente, pero, ¿cuánto tiempo tomaría? Semental o hembra, Iason no deseaba aparear a Riki con ninguno. Pensó que era mejor evitar el asunto por el momento—era muy consciente de la extraña cosa que había traído a Eos.
Al final, Iason acompañó a Riki a su debut para presentarlo como su nueva mascota, pero después no envió a Riki a ninguna velada sexual.
Esto dio rienda suelta a la especulación; escandalosos rumores se esparcieron por doquier. Pero Iason no reaccionó ni en lo más mínimo. Y eso era algo que quienes lo rodeaban no podían perdonar.
Raoul, naturalmente, le reprochó con severidad.
“Iason,” sermoneó, “manda esa cosa a una velada. Han pasado años desde su presentación, y no lo has enviado a una sola todavía. Eso te ha hecho el blanco de todos estos inútiles rumores.”
“Si son en efecto inútiles, entonces, ¿en qué me afectan?”
“Incluso si puedes ignorarlos, han ocasionado un desastre en el orden moral de Eos. ¿Qué esperas cuando un Blondie rompe la costumbre?”
“El apareamiento de mascotas está a la discreción de sus dueños. No hay ley que diga que las mascotas deban ser apareadas.”
“Por eso es que se llama costumbre.”
“No es algo por lo que valga la pena quejarse.”
“Eres tú siempre el que se está quejando sobre sus mentecatas y ninfómanas mascotas. No estoy diciendo que lo tengas que emparejar—solo envíalo a una velada. Déjalo que monte a alguna hembra. U otro macho, si es esa su afición. Solo hazlo copular con las otras mascotas, entonces al menos los rumores se disiparán un poco.”
Los rumores entretenían nada más ni nada menos que a los dueños de mascotas de la élite. Sin embargo, sus mascotas estaban muy molestas y nerviosas por lo mismo. Un blondie estaba dándole un trato especial a su mestizo de los barrios bajos. No lo aparearía con ninguno de ellos. Se quedaría su mascota para él solo y no cambiaría de parecer.
Y Iason estaba restregándoles este hecho en sus caras.
Nada podía ser más degradante que copular con un sucio mestizo de los barrios bajos. Y aparte de eso, ser condescendido por esa insolente mascota de clase baja, era más de lo que el resto de mascotas pudiera soportar.
Intensificando la furia más que nada, el mundo que ellos creyeron eterno e invariante estaba demostrando ser frágil y no digno de confianza. Tenían miedo. En un latido, toda la animosidad se concentraba en Riki. Su presencia era ajena en todo aspecto. Su existencia era imposible de aceptar para ellos.
Lo que se apoderaba de esas mascotas en la furia de sus corazones—lo que comprendían con todas sus violentas pasiones internas—era la medida en la cual Iason era superior a todos ellos. Los que terminaban experimentando la furia, la rabia y el antagonismo de las mascotas eran los furniture, ni machos ni hembras—los furniture de Eos.
Tan extraña atracción. Tan discordante para un Blondie de Tanagura. Tales perversas pasiones.
Iason se había dado cuenta de la atracción que sentía por Riki cuando lo descubrió masturbándose en una especie de transe. En lugar de dejarlo copular con alguien más, Iason buscó la manera de permitirle a Riki ese placer personal. Pero no permitiría que el Furniture lo felara como antes.
Desnudo de la cintura para abajo, Riki estaba espatarrado en la cama en medio de la habitación. Las aletas de su nariz flameaban, sus ojos estaban embargados por el holograma de una mujer desnuda—estaba tan ensimismado en el acto que no se percató de que Iason había vuelto.
Ver a Riki en semejante estado, justo frente a sus ojos, hizo que Iason frunciera el ceño. Una extraña, desconocida, desagradable sensación se aglomeró en su pecho, y no había forma de que pudiera soportarla.
En zancadas largas, Iason acortó la distancia entre ellos. Todavía completamente ignorante de él, Riki llegó al climax con un quedo gemido. Una sonrisita de satisfacción apareció en las comisuras de sus labios entreabiertos.
En ese momento, mientras lo miraba, Iason escuchó una especie de rugido en sus oídos, disparándose desde el centro de su cerebro.
Agarrando a Riki por el cuello de su camiseta, lo arrastró hasta ponerlo de pie con toda su fuerza. Riki estaba claramente perplejo y confundido cuando Iason le golpeó la cara con la palma de la mano repetidas veces, con la fuerza suficiente para enviarle la cara hacia atrás y adelante.
Iason—quien siempre tenía palabras abusivas y molestas para decir—no podía conseguir pronunciar alguna. Nunca antes le había pegado a Riki así.
Y sin embargo lo hizo, una y otra vez.
Los Blondies de Tanagura era conocidos por su criterio frígido y conocimiento abundante; era eso lo que constituía su orgullo imperturbable y su confianza.
De pie en la cima, Iason había convertido a un mestizo de los barrios bajos en su compañero y se había perdido. Llevado por su propia ira, golpeó a Riki en un ciego y reflexivo espasmo.
Todo lo que Riki había estado haciendo era darse placer con la fotografía de una mujer desnuda. Esto atravesó una espina por el corazón de su orgullo de Blondie, una espina de hirviente deseo sexual.
Los rumores sobre Riki y Mimea solo confirmaron la realidad de aquellas emociones.
Un mestizo de los barrios bajos y una muñeca manufacturada de la Academia. Entonces, todo el mundo se hubiese reído de semejante unión tan inesperada. Era increíble—una mala broma.
Pero confrontada por Raoul, Mimea inesperadamente había confirmado su veracidad. Tan pronto como se corrió la voz, los residentes de Eos estuvieron perplejos, susurrando entre ellos con curiosidad irreprensible. Estaban interesados en cualquier indicio de un creciente antagonismo entre Iason y Raoul. Interesados en cómo se manejaría el asunto entre Riki y Mimea.
Que Iason tratara a Riki como algo más que una mascota ordinaria ya se había vuelto algo público; ese escándalo era pasado. Los chupados nunca desaparecían de la piel de Riki. Cualquiera podía intuir a simple vista que una de las elites de los androides estaba caliente por un mestizo.
Entendiblemente, ninguna de las élites—ni siquiera Raoul—podía empezar a comprender semejantes increíbles “irregularidades” emocionales que bajo condiciones normales nunca tendrían lugar.
Este cambio en el curso normal de las cosas se les antojó como el perro que muerde la mano que lo alimenta. Era el equivalente de alguien escupiendo el orgullo de los Blondies. Expectante, Eos aguardó ansiosamente a que se calmaran las cosas para que todos los detalles escabrosos salieran a la luz por sí mismos.
Pero contrario a las expectativas, Iason mantuvo la calma. El mal control sobre Riki fue reconocido por lo que era, se rumoró que le fueron pedidas disculpas a Raoul, y ese fue el fin. El castigo apropiado había sido deliberado.
Capturado diariamente en la violenta red de pasiones entre Iason y Riki, Daryl comenzó a perder un poco la cabeza.
Iason sabía que lo que sentía hacia Mimea no era nada más que los más oscuros celos. Si no podía soportar llamarlo “celos” específicamente, podía al menos ser consciente de la enfermedad y el desagrado sofocando su corazón—y el conocimiento de que la existencia de Riki era algo especial para él. Su ansia de monopolizar a Riki, su irremediable atracción sexual hacia el mestizo se convirtieron en su obsesión.
Pero Iason no estaba dispuesto a desechar su identidad como Blondie. Eso parecía ser el único freno restante en su comportamiento. Y sin embargo, no tenía ni la más mínima intención de deshacerse de Riki. Tomó una decisión: continuaría criando a Riki como su mascota especial y simplemente lo haría comportarse.
Carne y hueso en los brazos de un androide, mascota y amo… era una visión antinatural a ojos de todo el mundo—un desastre en proceso. No duraría para siempre. Solo unos perversos hilos los mantenían unidos, y estos eventualmente se quemarían… y Daryl con ellos. De una forma que nadie hubiera podido imaginar.

Pero aún faltaba tiempo para el ajuste de cuentas de Iason.