Las estrellas titilaban en un despejado cielo nocturno.
La forma de las dos medias lunas colgando en el firmamento destacaban en alto
relieve contra la negrura del espacio. La frígida oscuridad se enroscaba en torno a los hombros del sujeto
como una fina y gélida sábana. A su alrededor todo estaba en absoluto silencio.
Un brillo naranja interrumpía la penumbra, acabando con
toda la seguridad de un único punto luminoso circundado por un mar de sombras.
Acurrucado tras una pared que se tragaba la luz, Guy exhaló otro suspiro.
“Típico. Llego temprano.”
No se había percatado del mensaje de texto de Kirie en su
terminal sino hasta la noche anterior. Tenemos
que hablar. Esa única frase iba precedida por un lugar de encuentro y una
hora.
Gracias a Kirie habían tenido que hacerse cargo de Jeeks.
Y por ello el mundo de Guy se encontraba hecho un desastre. Considerando las
circunstancias, que Kirie descaradamente le enviara un mensaje como ese, lo
dejaba sin palabras.
Pero de veras quería saber lo que el pequeño hijo de puta
estaba tramando. Que Jeeks exhibiera tal violencia se debía a que Kirie estuviera
ostentando su dinero por todas partes, dejando que se le agrandara el ego. Todos
ellos eran un montón de ratas maleducadas de callejón. Ambos grupos, trabajando
en conjunto en un círculo vicioso, habían convertido a los barrios bajos en un
lugar peligroso para vivir.
Guy había considerado ignorar el mensaje de texto, pero
tenía unos cuantos asuntos personales por discutir con Kirie—así que se decidió
a encontrarse con el maldito. Pero acercándose la hora acordada, Guy empezó a
ser presa de otras inquietudes. Si Riki
se entera, enloquecerá.
Todos sabían que Riki odiaba a Kirie a muerte y no se
molestaba en ocultarlo. A Kirie le ocurría igual. No intentaba sojuzgar sus
palabras y acciones, no importaba cuan a menudo Riki lo hiciera de lado.
La animosidad que Riki y Kirie compartían parecía más la
de una enemistad mortal que la de los enemigos naturales. El parecido familiar
no podía distinguirse con claridad, pero a veces, las cosas resultaban
evidentes inesperadamente. La forma en que Luke y los otros se habían aferrado
a Kirie convencía a Guy de que no estaba viendo cosas y ya. Sid había sido
quien introdujera a Kirie. Cuando Guy pensaba en ello, era Kirie quien había
querido acceder al escondite desde el comienzo y planeado como lograrlo a
través de Sid. Aunque Riki hubiera soltado las riendas y disuelto la pandilla,
el nombre de Bison continuaba siendo una leyenda y atraía a los parásitos:
aduladores, lameculos rastreros, y esos a los que siempre les pateaban el
trasero pero nunca aprendían. Tan solo seguían apareciendo.
Entre todos ellos, Kirie había sido el único que consiguiera
involucrarse.
Quizás todos buscaban la misma sombra de Riki que habían
avistado en él. Incluso ahora, Guy no podía evitar reírse de sí mismo. Sus actitudes
complacientes habían alimentado el ego masivo de Kirie. El brillante coche aéreo
de Kirie era una estridente extensión de su propia cabeza. No podía evitar
comportarse como algo diferente del esnob que era.
Guy y los otros no envidiaban los ojos arrogantes que los
miraban hacia abajo tanto como encontraban ridículo el asunto entero. Entendían
la turbulenta esencia de sus propias naturalezas. Y así distinguían qué era
esencial y qué era un desperdicio. Kirie era un desperdicio.
Entonces un día, sin decirle una palabra a nadie, Riki se
había desvanecido de los barrios bajos.
El costo por haber usado a Kirie para adormecer esa
sensación de pérdida había sido Jeeks. No podían culpar solamente a Kirie, pero
él y su bomba de gas había sido la chispa que rompiera la paz y la calma de sus
vidas cotidianas. No había forma de regresar atrás.
Entonces de nuevo, una ganancia inesperada se había
atravesado en sus caminos también.
Riki el
Siniestro, ¿eh? Guy encendió un cigarrillo y le dio una calada. El por
qué Riki había renunciado a Bison—esos tres años pérdidos—era razón suficiente
para justificar una visita a Robby el traficante de información. Aun si Guy solo
obtenía un corto vistazo de la verdad.
“Te has
vuelto muy atemorizante, Riki. Aun cuando has regresado arrastrando el trasero
como un perro apaleado, sigues conservando un par de aces bajo la manga.”
Las palabras de Robby eran extrañamente tranquilizadoras.
A pesar de lo que aparentaba en la superficie, Riki seguía siendo Riki.
Sabiendo eso, Guy sintió como si le hubieran quitado un gran peso de encima.
“¿Guy?” llamó una voz desde la oscuridad, interrumpiendo
sus pensamientos.
“¿Se trata de ti, Kirie?”
“Sí,” fue su corta respuesta, seguida del crujido de unos
pasos sobre los escombros. “Siento haberte hecho venir a un lugar como este.”
Escuchando el sonido de sus pasos acercándose, Guy de
pronto se preguntó cuánto tiempo llevaba Kirie allí. Guy no se había percatado
de su presencia en absoluto, a pesar de que todo estaba en silencio a su
alrededor. Pero no quería darle demasiada mente; solo quería acabar con eso.
Enterró el cigarrillo en la tierra con la punta del zapato y esperó a que Kirie
se acercara.
“Gracias por venir,” lo saludó este con una sonrisa. O al
menos, Guy pensó que era una sonrisa; Guy estaba guiándose por el matiz de la
voz que escuchaba en la oscuridad.
“Solo hagámoslo, ¿de acuerdo? No es como si hubiera
estado muriéndome por verte de nuevo.” Guy quería dejar en claro desde el
principio que no pretendía amigarse con él.
“Tan solo querías llegar de primero.”
“Lo que sea,” dijo Guy con brevedad. “También yo tengo un
par de asuntos por tratar contigo.”
Era la verdadera razón por la que Guy había venido.
“Huh… no me contesta.”
Después de dejar que el teléfono de Guy sonara un millón
de veces, Riki finalmente cortó la conexión. Había pensado en salir a cenar
algo con Guy, pero era imposible si no lograba ponerse en contacto con él.
“Supongo que eso es todo,” dijo Riki con un suspiro, y
salió de su apartamento solo.
El auto aéreo de Kirie pasó por encima del reflejo difuso
del brillante neón mientras se elevaba. Rindiéndose a esa sensación única de
estar flotando—algo distinta a la emoción de conducir una motocicleta—Guy exhaló
un resignado suspiro por lo bajo y se preguntó cómo habían llegado las cosas a
ese punto.
Encontrarse con Kirie y entregarle una parte de su mente debía haber sido el final de las cosas…
pero Kirie siguió insistiendo, prometiéndole a Guy una buena información.
“Solo dame una oportunidad,” lo engatusó Kirie. “Tengo en
mente tus mejores intenciones, hombre. Y tú no tienes nada que perder al
considerar todo este asunto.”
Kirie estaba tratando de convencerlo. Subirse a su auto aéreo
había sido la última cosa que habría imaginado. Pero entonces Kirie le había
dicho, “Mira, solo encuéntrate con él. Solo para probar que hice el esfuerzo.
Hazlo y te prometo que no te arrepentirás de la historia que va a contarte.”
La historia
que va a contarme.
“¿No quieres saber en qué estuvo involucrado Riki después
de que dejó Bison?”
Cualquier otro tema que no fuera ese y Guy habría dado
media vuelta para irse. Podía entender que Robby tratara de convencerlo con
algo como eso, ¿pero Kirie? ¿Qué podía saber Kirie?
Pero la historia de los tres años en que Riki estuvo
ausente era algo que Guy deseaba saber. No importaba cómo. Las insinuaciones en
la sonrisa de Kirie empezaban a surtir efecto, así que Guy había cedido a la
presión y había terminado metido en el auto aéreo.
Debió haber estado preocupado por donde iban a terminar,
pero no lo estaba. Deslizándose entre el paisaje de neones venenosos, Kirie
condujo su coche hacia los angostos cañones entre un afloramiento de edificios.
Guy se preguntó demasiado tarde qué demonios estaba pasando.
Aterrizaron y se bajaron. Kirie
no dio indicaciones de su destino final caminando varios pasos por delante. De
vez en cuando miraba por encima del hombro hacia atrás para confirmar que Guy
siguiera allí, y entonces proseguía su camino.
Cuando finalmente llegaron, Guy
se encontró en una suite preciosa, del tipo que jamás había visto antes.
“Mierda,” murmuró. Un lugar como este
debe costar una fortuna.
El amplio espacio poseía cada
comodidad posible. Las pulidas superficies del amoblado y los apliques en la
habitación brillaban con un rico esplendor. Comparado con los monótonos barrios
bajos, el lugar hacía que Guy se sintiera incómodo y fuera de lugar. Sabía que
había llegado a un sitio al que no pertenecía en absoluto. Esa desconcertante
sensación solo se hizo más grande cuando, un exquisito hombre de cabello dorado
apareció frente a él.
¡Un Blondie! La nobleza de Tanagura, la élite de las élites.
Guy de repente lo reconoció
como el mismo hombre que había visto ese día en Parque Mistral. El que había
afectado tanto a Riki. Incluso con su cara medio oculta por unas gafas de sol,
no había forma de poder disimular una belleza tan fuera de este mundo.
“Gracias por recibirnos.” Kirie
inclinó la cabeza ante el Blondie.
Era un gesto tan poco usual en
el arrogante mocoso que Guy conocía, que casi se le escapó una carcajada. Por
un largo segundo se quedó mirándolos a ambos boquiabierto. Pero la forma en que
los fríos ojos atravesaban a Guy como un par de picahielos hizo que se le erizaran
los cabellos de la nuca.
“Así que finalmente decidiste venir
a verme.” Los ecos en las palabras del Blondie le aceleraron el corazón a Guy.
“Buen trabajo. Y aquí está la recompensa acordada.”
Le entregó a Kirie una tarjeta
y Kirie se la metió en el bolsillo de la camisa. Una expresión de estupefacta
incomprensión nubló el rostro de Guy en lo que pasaba su mirada de Kirie al
Blondie una y otra vez.
“Lo siento, Guy,” dijo Kirie en
respuesta. “Pero un hombre debe hacer lo que un hombre debe hacer. No había
modo de avanzar al siguiente nivel sin ti.”
En ese instante, darse cuenta
de todo fue para Guy como una descarga eléctrica dentro de su cabeza.
“¡E-espera un minuto!” Tartamudeó. “¿Qué demonios? ¿Se trata de una especie de
broma?” Su voz indignada se convirtió en un grito estrangulado. La sangre se
batió en sus venas, arremetiendo contra su corazón como una gran ola.
“Te quería sin importar el
costo,” dijo Kirie, un extraño tono marcaba el compás de su voz. “Es una
situación que los favorece a ambos.”
Guy sintió como si de repente su
genio hubiese sido bañado por un baldado de agua fría. “Con que conseguiste lo
que querías vendiendo a tus amigos,” murmuró, la revelación formándose del todo
en su mente en lo que las palabras dejaban su boca. Pero era un poco demasiado
tarde para su propio bien. Ese era el “negocio” de Kirie… era la razón por la
que se estaba comportando tan amable con los mocosos de los barrios bajos.
“No seas tan ingenuo. Si una
oportunidad cae en tus manos, la tomas. ¿No es cierto? De lo contrario, serías
basura mestiza para siempre. Haré lo que sea necesario para salir de los
barrios bajos.”
El obvio júbilo que Kirie
tomaba por haber jugado tan sucio hizo que Guy entornara los ojos. Guy podía
escuchar ecos de Riki en las palabras que Kirie le estaba espetando. Otro
parecido familiar.
No voy a quedarme de brazos cruzados con una expresión cursi en la cara por
el resto de mi vida, le había dicho Riki. Es
una pérdida de tiempo. Si me quedo así para siempre, voy a pudrirme de adentro
hacia afuera.
¿Por qué Riki odiaba tanto a
Kirie? Por primera vez, Guy sintió que lo entendía. Era la razón por la que
todos se habían visto atraídos por Kirie en primer lugar, la razón por la que
habían recurrido a él cuando Riki había desaparecido. Pero nada de eso
importaba, Kirie no era nadie.
La copia no era para nada como
el original.
Riki dejando de lado a Bison era
el producto de su orgullo y determinación. Al vender a sus amigos, Kirie estaba
arrojando su orgullo por la borda. Lo que hacían parecía ser similar, pero la
razón por la que lo hacían era donde residía la verdadera diferencia.
“Tengo planes para mi futuro, ¿tú
no?” Se le burló Kirie.
Eres tú quien pierde el tiempo con intentos inútiles, pensó Guy,
pero se guardó sus palabras para sí mismo. Lo que dijera a ese punto no iba a
hacer ninguna diferencia.
“Esta es tu oportunidad de ser
la mascota de una élite. Es mi invitación. El éxito y el poder están justo ahí,
y todo lo que tienes que hacer es estirar la mano. Con el tiempo me agradecerás por esto.”
Guy no tenía dudas de que Kirie
estaba muy equivocado en cuanto a eso. Algo así no iba a pasar nunca. Él y
Kirie estaban buscando dos cosas diferentes, y aquella versión de la realidad
era la única forma en que Kirie podía hacer frente a lo que estaba haciendo.
Aunque pudiera molestar a la mayoría de las personas, Guy se relajó y tomó
control de sus sentimientos.
Sintió lastima por la estupidez
de Kirie. Algún día obtendría lo que merecía—podía imaginárselo con claridad. Hazle a los otros exactamente lo que a ti te
hicieron era la ley de los barrios bajos. Y cuando llegara ese momento,
Kirie se arrepentiría de no tener amigos en los que apoyarse.
“Bueno, pues tratadle bien,”
dijo Kirie frívolamente. El Blondie asintió. Kirie se fue sin dedicar una sola
mirada hacia atrás. Sin la habladuría sarcástica de Kirie, la habitación quedó
sumida en un extraño silencio.
“Cediste bastante rápido,” dijo
el Blondie por fin, sonando un poco decepcionado. “Esperaba algunos gritos y suplicas.”
Se rio con frialdad torciendo un lado de la boca.
Pensando en cuál sería la mejor
forma de responder, Guy apartó la vista por un instante. “Me parece que los
berrinches no van a cambiar nada.”
El Blondie concordó con él en
silencio, su voz era tan calmada que Guy estaba seguro de que el sentimiento
era auténtico de verdad.
Tenía a un Blondie de Tanagura
justo delante de sus ojos. Guy sabía que no era ni un sueño ni una ilusión,
pero no podía deshacerse de la sensación de que todo se trataba de una mala
broma.
“Y… ¿cuánto obtuvo Kirie por mí?”
“Diez mil.”
Guy se quedó boquiabierto sin
así pretenderlo. Se rio con desprecio, una reacción instintiva a lo absurdo que
resultaba esa cantidad. “Te está cobrando de más, ¿sabes? Un mestizo de los
barrios bajos sería capaz de sesgar su propia garganta por tanto dinero.”
“Kirie ha mencionado
exactamente lo mismo.”
Los silencios que había entre
cada una de sus palabras sugería que había algo más.
“Por el momento, dejemos de
lado esa mierda de convertirme en una mascota.”
“¿Por qué razón?”
“No hay nada deseable en mí. No
soy un diamante en bruto—solo una piedra que ningún Blondie tomaría jamás. Así
que debes tener otros motivos en mente si en serio tenía que ser yo.”
El Blondie sonrió, sus labios
insinuando algo frío y peliagudo. A Guy le dio la impresión de que le estaban
mostrando una especie de hombre completamente diferente. Cerró la boca.
“Muy bien, siéntete como en tu
casa.”
Esa era la última cosa que Guy tenía en mente. Y sabiendo que
el Blondie lo sabía, Guy se dio vuelta y adquirió una pose defensiva.
“Si tienes hambre, puedo hacer
que te preparen algo.”
Guy aceptó. “Mierda, ya que
insistes.” Parecía que iba a ser una noche larga, y no podía hacer nada en
realidad. Decidió tomarse las cosas de la mejor forma. Si seguía la corriente,
quizás pudiera descubrir algo interesante.
“¿Qué te gustaría?”
“Lo que sea que tengas,” respondió
Guy en lo que se sentaba en el sofá. No podía imaginar qué clase de comida se
consumía en tan resplandeciente establecimiento.
Sin ofenderse por ello, el
Blondie activó una terminal con mano experta. Mirándolo, Guy volvió a suspirar.
Sí, una especie de broma. ¿Quién podría querer tanto a un mestizo de los barrios
bajos? Eran callejones sin salida. Cada camino fuera de la realidad que era los
barrios bajos terminaba con un obstáculo. Sumidos en la desesperación, los
mestizos se pudrían en la oscuridad. Guy siempre había creído que pasaría el
resto de su vida allí.
No tenía el fuerte magnetismo
animal de Riki, ni la implacable energía que impulsaba a Kirie a pasar por
encima de los demás con tal de arar su propio camino. No tenía el coraje para
salir al mundo exterior. ¿De modo que qué hacía una persona como él ahí?
No importaba cuanto pensara en
ello, no podía conseguir descifrarlo. Podría reírse cuando despertara la mañana
siguiente y descubriera que todo había sido un sueño. Resignándose a la apatía,
Guy exhaló otro suspiro.
Casi al mismo tiempo, Kirie reía
para sus adentros. Engañar a Guy para enviárselo a Iason había sido demasiado
sencillo. Lo había hecho con una destreza tal que no había derramado una sola
gota de sudor. No sentía nada de culpa. De haber sabido que su conciencia iba a
molestarlo en lo más mínimo, no habría llamado a Guy en primer lugar. Pero una
delgada sonrisa le curvaba la boca.
Había anotado a lo grande. Sin
embargo muy dentro de él y con gran intensidad, otras cosas perturbaban su paz
mental. Guy había ocupado sus pensamientos más de lo que era necesario. Ho le
decía adiós a todos esos estallidos de envidia quemando sus entrañas. Habiendo
resuelto eso, no pudo contener la risa.
Se lo tiene merecido el bastardo.
Por alguna razón, la imagen que
se le vino a la mente en ese instante no fue la de Guy, sino la de Riki. El legendario
Riki, quien hacía un año había vuelto a introducirse a los barrios bajos.
Durante su ausencia de tres años, Kirie nunca había sido capaz de conquistar a
Guy, la pareja de Riki. Ese maldito le había dado la espalda a cada intento.
Pero ahora Kirie había llegado
de nuevo a Guy. Y cuando Riki se enterara…
Kirie esperaba ver la reacción
de Riki entonces. Imaginarlo lo hizo morderse la lengua. ¿Se sorprendería? ¿Se
enojaría? ¿Gritaría? ¿O se pondría triste? Quería ver cómo la actitud casual de
Riki finalmente se hacía trizas.
Con esos retorcidos sentimientos
abrasando su corazón, Kirie se subió a su automóvil aéreo y se alejó a toda
prisa hacia la noche.