Era tarde en la noche ya. Habían transcurrido tres días
desde que Kirie entrase al apartamento de Riki para quedarse. La perturbadora
revelación desencadenando su respectiva confusión e indignación, seguían
acosándole.
Riki había sido arrestado por los Siniestros y llevado a
sus cuarteles. Esa había sido la primera señal de que Kirie había hecho algo.
Gracias a él, y a algunos giros del destino, tanto él como Bison habían sido
forzados a aceptar las horribles consecuencias de sus juegos.
Habían barrido el piso con Riki por una información que
no poseía. Había sido torturado por nada hasta que, finalmente, su posición como
la mascota de un Blondie había sido revelada. En opinión de Riki, esa había sido
la gota que rebosara la copa, un insulto más añadiéndose a su ya supurante
herida.
Habiendo sido despojado de todas sus cosas, apenas si
había conseguido volver a casa. Fue ahí donde descubrió que la causa de todos
sus problemas se había estado ocultando en su armario todo ese tiempo. Riki se
sintió el blanco de la broma más ridícula en la historia del universo.
¿Qué? La escena teniendo lugar frente a sus ojos era tan
increíble, que casi se olvidó de respirar. Un odio profundo escaldaba su
cerebro.
“Ni se te ocurra sentir lastima por él,” le advirtió a
Guy.
“Es una bomba de tiempo. No podemos simplemente dejarlo
por ahí.”
“Entonces botaremos su patético trasero devuelta a la
calle,” había declarado Riki con determinación. Pero una vez la furia se esfumó
y los dos se quedaron a solas, no fue capaz de echar a Kirie. Y eso hacía que
se sintiera molesto consigo mismo.
Después de eso, Kirie permaneció dentro del armario,hecho
un ovillo tembloroso. Pero no porque temiera enfrentarse a Riki y ser presa de
sus gritos y su malgenio, o porque temiera que lo sacara de su casa. Era que
solo en ese oscuro y pequeño lugar podía definir los límites del mundo y
finalmente descansar.
A pesar del hambre, Kirie apenas comía, sobreviviendo a
base de agua mineral y unas cuantas migajas. No se debía a la falta de apetito.
Más bien era que su cuerpo parecía ser incapaz de tolerar los alimentos.
Consumía solo lo mínimo para mantenerse con vida.
Riki no tenía idea de lo que Kirie había tenido que
pasar. Fuera lo que fuera, Kirie solo repetía una y otra vez, “No quiero morir”.
La tenacidad con la que se aferraba a su existencia era feroz.
“Sí, así que amas vivir.”
A pesar de la empatía que Riki pudiera sentir por tal
sentimiento, al estar frente a la forma demacrada de Kirie—con hasta el más
mínimo de sus respiros acosado por las pesadillas—a Riki no podía importarle
menos arrastrar a Kirie fuera del armario.
Soy
tan fácil de convencer, pensó con
los dientes apretados. Era algo de lo que odiaba darse cuenta.
Kirie haría lo que fuera por salir adelante. No había
necesidad de disfrazar la verdad con palabras bonitas. El chico usaría y
abusaría de lo que fuera que tuviera a la mano, vendería a sus amigos y su
consciencia, diría cualquier mentira para conseguir la mano ganadora, besaría
el trasero de quien fuera.
“El fin justifica los medios,” había declarado mostrándose
orgulloso.
Había falsificado su camino por la vida con un orgullo que
jamás se había ganado, y con su ego desbordándose por cada uno de sus poros.
Ahora era la mera sombra de lo que solía ser, no merecía la simpatía de nadie.
Una brecha profunda e insanable se había abierto entre él
y Riki. Debería haber resultado obvio a primera vista, pero ante el amargo
final, Kirie también había lanzado su granada verbal para poner la cereza sobre
el pastel.
“Te amo,” dijo, repitiéndose como una criatura poseída.
¿Qué demonios creía que estaba haciendo, balbuceando cosas
tan sin sentido? Con todo lo que estaba ocurriendo, oyendo a Kirie parlotear,
Riki perdió la pista del lugar donde había venido ese chico. ¿Los Siniestros le
habían dado una paliza, y como resultado se tenía esa estúpida farsa? La idea
hizo a Riki arder de furia.
“Si vas a odiarme sin importar qué, ¡entonces haré que me
odies mucho peor que al resto!” había dicho Kirie. Había vendido a Guy a Iason
solo por rencor y motivos personales. Había imaginado como Riki reaccionaría al
darse cuenta, y quería ver como se derrumbaba, en persona.
“Ser odiado desde el corazón es mil veces mejor que ser
ignorado. De esa forma, nunca saldré de tu cabeza. Es un sentimiento como ningún
otro en el mundo. Le gana a tener sexo con cualquiera.”
Si Kirie podía de llegar tan lejos, entonces de verdad
que había enloquecido. Un tonto que causase tantos problemas y aun así esperara
que la gente se preocupara por él debía estar demente.
Riki no pensaba que Kirie sintiera nada parecido al amor.
Solo era una especie de extraño y retorcido apego que había mutado en lo que él
había confundido con afecto. Estaba racionalizando sus inexplicables impulsos
físicos encasillándolos dentro de la palabra ‘amor’.
¿Por
qué?
Porque no había otro lugar al cual ir. Con la División de
Seguridad Pública y la policía de Ceres tras sus pisadas, se había quedado sin
opciones. Había alcanzado su final.
Riki hubiera preferido escuchar que lo odiaba y
detestaba. Eso hubiera sido fácil de entender porque odiaba a Kirie. Nunca lo
había ocultado. Ser odiado por Kirie no significaba una mierda, y ciertamente
había hecho su vida más fácil hasta entonces.
Kirie continuaba lamentándose sobre lo mucho que amaba a
Riki, y no se calló ni cuando Riki le pegó una fuerte bofetada en toda la cara.
Nos
toma por tontos.
Kirie había desencadenado el dolor y el desastre y ahora
estaba tratando de encontrar una disculpa gritando la palabra ‘amor’. Era por
eso que Riki lo odiaba, la razón por la que no podía perdonarle. Confrontado
por semejante desgracia, sintió nauseas o más bien ganas de acabar de una vez
por todas con Kirie.
Y aun así, Riki no podía echar al maldito. No porque Riki
sintiera lástima por él. Tenía la sensación de que si lo hacía, Guy mismo se
haría cargo del mocoso.
“Es por eso que
necesitamos pensar en cómo deshacernos de él,” dijo Riki.
Guy había desairado
una de las preocupaciones más urgentes de Riki pero Riki no quería involucrar
más a Guy de ninguna forma. No quería a nadie de Bison involucrado.
¿Por qué se habían
ganado una paliza? Riki se hubiese conformado con la respuesta a esa pregunta.
Tenía derecho a saberlo. Guy pensaba lo mismo, pero tal como Riki veía las
cosas era demasiado peligroso indagar demasiado.
Sin importar cuan
insignificante pudiera ser el secreto, hacer parte de él convertiría a Guy en
culpable también. Y ese era un riesgo que Riki no estaba dispuesto a asumir.
Las cosas estaban
llegando al desenlace. Los Siniestros entrando a los Barrios bajos con tal de
mantener bajo control una inminente crisis. Las diferencias entre Riki y Kirie,
quien guardaba múltiples secretos.
Kirie no era el
único nadando contra el tiempo. De ahí la confusión de Riki—cómo deshacerse de
Kirie y dónde.
El timbre sonó. El corazón de Riki dio un vuelco. Tener
que cargar con el peso de Kirie le había dejado los nervios de punta. Pero
entonces observó el identificador y se relajó. Era Guy. Riki desbloqueó la
puerta y Guy entró, llevando consigo maletines en ambas manos.
“¿Dónde está Kirie?”
“¿Y esto?” los labios de Riki se apretaron en una línea.
“Comida y un cambio de ropas,” respondió Guy con una
sonrisita mientras acomodaba los maletines sobre la mesa. La comida estaba
bien, pero el ‘cambio de ropas’ preocupó a Riki.
“Qué ni se te ocurra gastar dinero que no tienes en ese
pedazo de basura, Guy.”
“Ha estado usando esos calzones por al menos tres días,”
apuntó Guy con forzado buen humor. “Deben oler a cadáver en descomposición.”
Con una familiaridad natural, Guy guardó la comida en el
refrigerador. Riki no podía ignorar el hecho de que Guy hubiera traído un
montón de comida.
“¿No vamos a volver a salir de aquí o qué?” preguntó
Riki.
“No está de más estar preparados.” El mensaje implícito
era que Kirie no se iba a ir a ninguna parte. “Debemos considerar todas las
perspectivas, ¿verdad? No se puede pensar con el estómago vacío.”
¿Todas
las perspectivas? ¿Cuál otra perspectiva? Todo lo que importaba era, cuándo, donde y como se iban a deshacer de
Kirie.
“Al menos podemos permitirnos pensar en la cena de esta
noche,” dijo Guy volcando una lata de comida en la estufa. El estómago de Riki
gruñó en respuesta.
“Vaya, mira eso, justo a tiempo” Guy sonrió
despreocupadamente, engatusando fácil a Riki con su plan. Riki solo pudo
suspirar.
Un instante después el timbre volvió a sonar, como
programado para romper la momentánea calma. El identificador no mostraba
nombres. Aquel visitante era imprevisto. Un inesperado visitante nocturno nunca
era bienvenido en los barrios bajos. Más con el incidente de los Siniestros a
sus espaldas. Kirie seguía siendo un fugitivo y la policía seguía buscándole la
pista.
Riki miró a Guy. En voz muy baja, le dijo: “Escóndete por
allá. No salgas ni hagas ruido.”
“Entendido.” Asintió Guy, incapaz de no demostrar en su
rostro su preocupación.
Guy desapareció dentro del dormitorio. Riki activó el
intercomunicador. Debía confirmar la identidad del intruso siendo cuidadoso de
no revelar demasiado. Pero el rostro que apareció en la pantalla fue el último
que habría esperado ver. De cierta forma, era un augurio peor que la policía.
¿Katze?
La División de Seguridad Pública de Midas. Kirie. Katze.
¿Cómo podía tener tan mala suerte? Eso no era normal, ahí había gato encerrado.
La dolorosa experiencia le había enseñado a Riki que las
coincidencias no estaban allí para tomarse a la ligera. Dos incidentes que en
un principio parecieran aislados podían combinarse para crear una reacción
química letal. No era solo la paranoia diciéndole a Riki que Kirie era una
chispa que podía encender la mecha completa.
Riki tragó hondo a pesar de sí mismo. Por tan solo unos
segundos, consideró hacerse el tonto. Pero entonces fue consciente de que no
tenía las pelotas suficientes para fingir inocencia ante los ojos del
Caracortada, su antiguo jefe.
“¿Qué quieres?” preguntó Riki con la voz ronca.
“Déjame entrar,” dijo Katze, mirando al lente de la
cámara. “Necesitamos hablar.”
“Lo lamento. Intenta de nuevo mañana. No estoy de humor.”
Eso no era mentira. Ya era bastante deprimente estar
compartiendo techo con Kirie. Ver a Katze en su puerta le revolvía el estómago
a Riki.
“Es urgente. No te quitaré mucho tiempo.”
Por supuesto que lo era. Katze no iba estarse apareciéndose
si no, por razones que Riki prefería no conocer. Qué Katze estuviese allí para
verlo era una buena excusa para impedir que él y el relativamente perdido Guy
se encontraran. Era suficientemente malo que Kirie hubiera descubierto la
conexión que había entre Katze y Riki. Sin contar que el chico no se encontraba
en sus cabales. Si los desastrosos detalles del asunto llegaban a oídos de Guy,
la cosa solo se complicaría más.
Riki rechinó los dientes. Esto no puede empeorar. Y Katze había llegado para probar cuán
equivocado estaba.
“Ábreme,” demandó Katze. No había estado de buen humor
antes, y su tono de voz se había aseverado varios grados hacía unos cuantos
segundos.
¡Mierda!
Incapaz de resolver la situación con rapidez, Riki mandó la
precaución a la mierda y desbloqueó la puerta. A tal punto, no tenía otra
opción más que la de jugar a la suerte y probar sus posibilidades, incluso si
aquello significaba apostarse la vida con una partida inútil.
Katze atravesó la puerta con ojos de acero. Los moretones
en la cara de Riki no lo detuvieron en lo más mínimo. Por el contrario, fue
directo al grano.
“Estoy buscando a Kirie.”
Por varios largos segundos, la fuerza de los latidos del
corazón de Riki prácticamente le abrieron un agujero en el pecho. Seguro de que
el sonido debía asemejársele a Katze como el golpeteo de un tambor, se mordió
el labio con fuerza.
“¿Qué sabes sobre eso?” insistió Katze.
“Oye, mejor haces la fila y esperas. Todo el mundo me ha
estado preguntando lo mismo,” siseó Riki, sin molestarse en ocultar su rabia.
“¿Cómo mierda se supone que sepa en qué anda metido o dónde está? La pequeña
mierda es un gafe. ¡No tiene nada que ver con nosotros!”
No importaba cuanto se esforzara en negarlo todo, nadie
iba a creerle. Sabía que Guy y Kirie estaban escuchando probablemente
conteniendo la respiración. Sin poder sacarse eso de la cabeza, Riki quería que
Katze se largara lo más pronto posible. Sentía que las entrañas iban a
encendérsele en llamas en cualquier momento. Además, era solo cuestión de
tiempo para que la palabra IASON saliera volando de la boca de Katze.
“¿Esos moretones te los hicieron los Siniestros de
Midas?”
“Nada se te escapa, ¿eh?”
“Si nada se me escapase, no estaría aquí en primer
lugar.”
Todas las partes involucradas habían retrocedido a su
rincón respectivo y era el trabajo de Katze limpiar el desastre. Riki no
necesitaba preguntar de parte de quién estaba trabajando.
En los cuarteles de la MPC, Riki les había pedido que
usaran sus propios recursos para dar con Kirie, en vez de ir repartiendo
palizas a él y a sus amigos. Había estado muriéndose de la ira y había soltado
ese balde de agua hirviendo sobre sus cabezas. Pero que Katze hubiera ido hasta
su casa era algo inesperado. A comparación de los brutales Siniestros, las
maneras de Katze resultaban un millón de veces más efectivas para averiguar qué
pasaba en los barrios bajos.
¿Cuál
era su siguiente jugada? Riki se
atormentaba a sí mismo. Debía sopesar cada movimiento con cuidado con tal de no
delatarse y perder. Pero sus pensamientos daban vueltas sin remedio.
“Cuando existe presión, la gente inevitablemente
retrocede a terreno familiar. Kirie es un mestizo y no tiene una tarjeta de
identidad, así que no tiene otro lugar al que recurrir aparte de Ceres.”
Si Katze había estado provocando a Riki a propósito,
entonces Riki intentaría dar todo de sí. Pero una respuesta violenta no iba a
hacer desaparecer la dura y cruel verdad. Con cada palabra innecesaria que
salía de su boca, estaba cavando su propia tumba, y eso era lo que deseaba
evitar.
El más grande error de Kirie había sido creer que había
escalado más que un par de rangos en la escalera social de Ceres. Considerarse
un ganador en los opresivos barrios bajos era una tonta ilusión. Había volado
alto, sin distinguir entre los sueños y la realidad.
No había cura para esa clase de ignorancia. Los montones
de dinero que Iason le había dado a Kirie a cambio de Guy le habían nublado el
pensamiento. Los únicos ganadores en ese mundo eran aquellos que pudieran
hacerse con una tarjeta de identidad verídica y dejarlo todo atrás.
Katze nunca se había considerado a sí mismo esa clase de
‘ganador’.
“No importa cuán malo quiera creerse Kirie, es solo un
cachorrito,” dijo Katze. “Cuando una basura como él se encuentra acorralada, va
a hundir la cara en la entrepierna de la perra más confiable que pueda
encontrar, a hacerse un ovillo y llorar de miedo.”
El corazón de Riki dio un salto. Era como si Katze
pudiera ver a través de las paredes.
“¿Y eso qué tiene que ver conmigo?” preguntó Riki.
“En cuanto a Kirie respecta, eso es todo lo que Bison
significó alguna vez para él. ¿No lo crees?”
“Creo que estás imaginando cosas.”
Riki tomó un profundo respiro y se tragó sus
pensamientos. Una respuesta como esa no iba a disuadir a Katze. Con Katze
involucrado, era estúpido fingir inocencia o decirle que creyera lo que le
viniera en gana.
Katze sabía que los Siniestros no conocían todos los
detalles. Incluyendo todas esas cosas que el mismo Riki no quería saber. Si
Riki no quería involucrar a las personas en el lugar donde había crecido, debía
lidiar directamente con Katze. Cuántas rondas más podía durar era otro
problema.
“A lo mejor Kirie ya está muerto,” dijo Riki.
“¿Y por qué concluirías algo así?”
“Los Siniestros cruzaron los límites hasta llegar aquí,
¿no es así? Bamboleando sus varas de asalto y causando dolor solo porque sí,
descubriendo cada roca para encontrar a Kirie. Eres tú quien ha dicho que no
tiene otro lugar al cual ir. Pero quizás debas considerar otras posibilidades.”
“¿Otras posibilidades?”
Iason decía que Katze era un mestizo que hacía uso de
todas sus neuronas. Había mejores usos para él que desecharlo en un laboratorio
biológico para quebrarlo pedazo a pedazo. No era la clase de cosa que Katze
quisiera oír, pero trabajar para él como mensajero en el mercado negro solo le
había mostrado a Riki cuán acertado estaba Iason sobre Katze.
En el Mercado Negro, un hombre capaz era aquel con autocontrol.
Tenía que tenerlo. En cuanto a un duelo de sabiduría y razonamiento con Katze,
Riki no podía albergar ni una esperanza de ganar.
Pero Riki no podía retractarse. No podía cruzar esa línea
en la arena. No lo hacía por el bienestar de Kirie. Había algo más que no podía
soportar perder.
“¿De veras te sorprendería si alguien más estuviera allí
fuera dándole caza?” preguntó Riki.
Solo
considero todas las posibilidades.
En los barrios bajos, no era difícil imaginarlo. Por supuesto, sería celestial
si consiguiera hacer que Katze considerara esa
posibilidad. Qué la considerara y se largara. Eso era todo lo que Riki
quería de Katze.
“Vale, pero no te parece que una generosa recompensa cambiaría
la calidad de la charla.” Preguntó Katze.
“¿Recompensa?”
“Sí. Si los métodos actuales no dan resultados, esa es la
dirección en que irán las cosas.”
“Debes estar bromeando.”
La conversación había adquirido un tono siniestro,
sorprendiendo a Riki. No solo Katze había esquivado el golpe que le había
lanzado sino que se las había apañado para contrarrestarlo con otro.
“Vivo o muerto, ante el olor del dinero, todos los
confiables traficantes de información se convertirán en cazadores. ¿No te
parece? Rastrear y entregar a un hombre que ha traído tantos problemas a los
Barrios bajos no va a remorderle a nadie la consciencia.”
Katze habló con total honestidad. Riki no tenía
argumentos para creer que le estaba mintiendo.
“¿Y quién está auspiciando tal recompensa?” quiso saber
Riki.
“Los Servicios de Seguridad de Ceres. Parece ser que su
honor se encuentra en juego.”
“¿Por qué?”
Riki no podía evitar sentir que Katze lo había llevado de
las narices hasta ese punto como el más experimentado de los abogados. Pero sin
estar seguro de si Katze lo estaba engañando o no, Riki no tenía opción
distinta a la de seguirle la corriente.
“Si un mestizo se mete con un turista, es una cuestión
que puede ser resuelta de manera individual. Pero cuando un mestizo estrella un
auto aéreo involucrándolos a todos, bueno, es algo completamente diferente.”
“¿Cuándo un mestizo hace qué cosa?” Ese era un detalle que Riki no conocía. Ni los
Siniestros o Kirie lo habían mencionado.
“Un Stella color plata. La marca que un mocoso como Kirie
elegiría. Además, las placas dicen que es un modelo personalizado. Es
complicado pasar por alto una cosa tan extravagante.”
Ahora que Katze lo mencionaba, el auto aéreo que Kirie
conducía cuando había emboscado a Riki en Orange Road era un modelo plateado
nuevo. Kirie lo había descrito con orgullo como el único en su especie.
“Añade el costo de la compensación financiera al orgullo
profesional. Es imposible que lo dejen pasar.”
Así que por eso la División de Seguridad de Midas había
estado persiguiendo a Kirie con tanto rencor. El tema de la conversación se iba
haciendo más convincente. Pero seguía sin poder explicarse la razón del estado
maniático de Kirie ni la de las visiones que lo atormentaban en sus sueños.
“¿No consideras todo aquello razón suficiente para que
los Siniestros quebrantasen los límites de la frontera y vinieran a los barrios
bajos?” inquirió Katze con una sonrisa torcida.
Sin importar cuan acostumbrado Riki estuviera a la cara
inexpresiva de Katze, Katze lo había llevado a un nivel más alto. Expuesto a
una especie de malicia hermosa que nunca antes había visto, Riki boqueó por
aire sonoramente sin poder evitarlo.
“Comprendo lo de los Siniestros. Ahora, ¿cuáles son las
circunstancias especiales que te sacaron a
ti de tu zona de confort y te hicieron venir hasta aquí?”
Katze se rio entre dientes. “Puedes con todo, Riki. ¿Cómo
es que saliste tan jodidamente inteligente?” la sonrisa fugaz se desvaneció
rápido. “Sigo paladeando la pregunta. Si tan solo se me hubiera presentado una
opción diferente en ese entonces. Ya sabes. Pero ese soy solo yo acribillándome
mentalmente.”
Katze había hablado con inesperada seriedad. Estás jugando sucio, Katze, pensó Riki,
apretando los dientes con rabia. Esa era exactamente la misma pregunta que abrumaba
sus propios pensamientos. Arrepentirse sobre el pasado no cambiaba el presente,
no obstante.
Por un pequeño instante, Riki y Katze se miraron a los
ojos, ambos colgaban del final de la correa de Iason, lamiéndose mutuamente las
heridas.
“¿Dónde está Kirie?” preguntó Katze.
“No lo sé.”
Como dos peleadores destruidos mirándose hacia abajo, no
dispuestos a rendirse, ninguno apartó la vista.
“¿En serio? Entonces supongo que todo esto ha sido en
vano.” Por un momento Riki albergó esperanzas de que fuera Katze el primero en
tirar la toalla. Solo un momento. “Entonces tal vez sea necesario un pequeño
estímulo para hacer que sueltes la lengua.”
Riki retrocedió un poco con los ojos bien abiertos.
“¿Estímulo? ¿Cómo que un estímulo?”
“Un suero de la verdad que te pone a hablar sobre
cualquier cosa de la que no desees hablar. Con lujo de detalle.”
Katze le informó casualmente en lo que extraía del
bolsillo de su chaqueta una caja. Hizo aspaviento de sacar de la caja una pequeña
jeringa.
Riki dio otro paso hacia atrás. “¿Qué demonios estás
haciendo?” No se le había ocurrido que Katze estuviera tan preparado. En cuanto
a experiencia acumulada, Katze seguía poseyendo un par de aces bajo la manga.
“El más novedoso, recién salido de los laboratorios. No
duele mucho, un pequeño pinchazo y surte efecto de inmediato. No hay necesidad
de que nos ensañemos golpes.”
“¿Qué carajos? ¡Ya te dije que no sé dónde está Kirie!”
“Entonces considera esto solamente una forma de confirmar
tus palabras. Si es verdad que no sabes, entonces no tienes por qué tener
miedo. Ven aquí, Riki.”
Riki no pudo evitar notar como esa orden directa había
sonado idéntico a Iason. Sintió que se le ponía la piel de gallina. La verdadera razón por la que Katze está
aquí—
En ese momento, que Riki no pudiera confesar lo que no
sabía—causó que se olvidara hasta de la existencia de Guy.
“¿Qué hizo Kirie exactamente?” preguntó Riki
deliberadamente, casi entrecortando las palabras. “¿Por qué necesitas saber tan
urgente dónde se encuentra?”
La voz de Katze se convirtió en un áspero suspiro. “El
pequeño insolente puso en la mira al hijo del administrador de Guardián en su
camino hacia la cima.”
“¿Guardián—?”
Riki no sabía con certeza si todo lo que Katze le había dicho hasta ese entonces era apenas un
preludio o si se trataba de una evasiva.
“Aparentemente el ingenuo fue seducido por los engaños
sexuales de Kirie. Kirie alimentó sus deseos como el predador que promete a un
niño un caramelo.”
¿En
serio? Riki no podía creer lo que
oía. No podía encontrar las palabras.
“Durante una de sus citas, aparentemente estuvieron
merodeando por las zonas restringidas que hay bajo Guardián. Pero un Minotauro
estaba esperándole a nuestro pequeño Theseus allí abajo en las catatumbas.”
Riki sintió como si lo acabaran de golpear con un
ladrillo.
“Naturalmente, nuestros dos pequeños cachorros no estaban
preparados en absoluto para encontrarse de frente con algo tan aterrador. El
shock fue demasiado grande para el muchacho y perdió la cabeza de inmediato.
Kirie, por otro lado, solo perdió su última cena en el suelo antes de echarse a
la fuga.”
Riki recordó Guardián. El Minotauro en el sótano al cual
ningún humano podía mirar y vivir. Haruka. Junker. Robby. Schell. Sus nombres y
sus rostros recorrieron sus sentidos, llevándole al pasado.
Es
tan triste—aterrador—doloroso—
Riki,
no vas a abandonarme, ¿verdad?
Perdí a Schell
por tu culpa. Pero puedes ser feliz. Algo debe andar mal con el mundo, ¿no? Lo
que yo pierda, ¡lo perderás también!
Una realidad demasiado irreal para ser cierta. Una
amenaza implícita.
Te diré lo que
sé, Riki. Y entonces serás tú quien acabe con el monstruo. Porque eres el más
grande y el más fuerte y el más lindo—
Los remolinos ondulantes del impulso. El agarre azul
pálido de la pantalla. El embrujador pálpito, respondiendo ante ellos. Y
entonces la sensación de unos dedos apretándose alrededor de su garganta.
¿Qué le había dicho el administrador de Guardián en ese
entonces? El poder de ver sin percibir.
Sí, tenía el recuerdo de que aquella conversación había
ocurrido. ¿Había visto Kirie lo que Riki no había percibido? ¿Y sabía Katze lo
que era? Tal vez aquello que sacaba gritos de los pulmones de Kirie, acabando
con sus nervios, se había adherido firmemente a su alma.
Sin querer Riki se encontró pensando esas cosas,
haciéndole temblar. Riki se lamió los labios, tieso como si hubiera sido
expuesto a una ráfaga de viento helado. “Una vez que des con Kirie, ¿qué
pasará?”
Katze esquivó la pregunta cortantemente. “Mi trabajo es
encontrar a Kirie y entregarlo a las autoridades competentes. Nada más.”
“Así que supongo que es inútil pedir que te olvides de
eso.”
“Valoro mi vida y mi salud tanto como tú.”
Esa respuesta fue suficiente para hacer que Riki fuera
consciente de la presencia de Iason tirando de los hilos desde algún lugar. Era
por eso que Katze se había tomado su tiempo antes de ir a ver a Riki.
“¿Dónde está?” preguntó Katze.
Riki se mordió el labio y lanzó una intermitente mirada
en dirección a la habitación.
Katze se mostró sorprendido. “Ya veo. Así que a esto se
reduce todo.”
Katze suspiró y regresó la jeringa a la caja. Manipuló
con destreza la interfaz de su pequeño teléfono. Un segundo después, la puerta
principal se abrió despacio y dos hombres robustos entraron a su apartamento.
Katze
debió forzar la puerta abierta cuando entró. A ese hijo de perra no se le
escapa una sola, pensó Riki.
Riki no dijo nada, pero los hombres parecían saber ya
cómo proseguir. Sin inmutarse en mirar a Riki, se dirigieron directo a la
habitación.
Jaque
mate. El juego acabó.
Un instante después, se oyó un grito: “¡MALDITOS! ¡NO!
¡SUÉLTENME!”
La rabia de Guy y los alaridos de Kirie se
entremezclaron, seguidos del sonido violento de unos puñetazos impactando en la
carne. Los hombres de Katze no pronunciaron palabra alguna. Ese era lo más raro
de todo.
“¡Riki!” llamó un Guy desesperado. “¡RIKI!”
Involuntariamente, los ojos de Riki se clavaron en la
puerta de la habitación. Katze le agarró del brazo. No interfieras, fue lo que dijo sin hablar.
Riki se miraba los pies con los puños apretados. Kirie berreaba
como un bebé. Guy resoplaba. Pero Riki no se movía. No podía.
La rabia y la angustia se habían esfumado de repente. Los
hombres salieron de la habitación. El primero llevaba sobre sus hombros una
gran maleta negra que Riki no había notado cuando entraron. Era lo
suficientemente grande para contener un hombre pequeño. El segundo hombre
escoltaba a Guy con los brazos tras su espalda.
Era evidente que los hombres ni se habían inmutado,
aunque Guy se veía exhausto. Lo que fuera que le hubieran hecho a Guy, la única
evidencia eran los jadeos que escapaban de su boca.
Katze miró a Guy y sus ojos se entornaron
momentáneamente. Esa fue su única reacción. Hizo un gesto con los ojos. El
hombre liberó a Guy quien se fue contra la pared más cercana, el cuerpo le
temblaba.
“Lamento la molestia,” se disculpó Katze con brevedad y
se marchó sin mirar atrás. Dejaré que te
ocupes del resto, era el mensaje
implícito.
Riki probó el sabor amargo en la boca. Ese era Katze. Aun
cuando el hombre había desaparecido de su vista, Riki no podía dejar de sentir
el horrible sabor.
“¿Qué cojones—Qué mierda—?” resolló Guy, la fiera ira a
flor de piel. “¿Por qué no los detuviste?”
La voz de Guy estaba cargada con un filo de reproche.
Riki acababa de traicionarlos.
“Esos sujetos eran malas noticias. En una liga
completamente diferente. Sería inútil intentar interponerse en el camino de
Katze cuando ha venido hasta aquí.”
Guy agarró a Riki del cuello de la camisa y lo jaló con
extrema violencia. “¡Ha sido todo un gravísimo error!” El usual ámbar suave de
sus ojos se tornó rojo sangre.
“¿Cómo que un error?”
“Teníamos opción—Algo mejor—”
“¿Cuál opción? Ese maldito estaba a punto de utilizar ese
suero de la verdad con nosotros.” Y a Riki le había dado la impresión
inequívoca de que Katze no intentaba intimidarlo solamente. “¿Qué rayos querías
que hiciera?” vociferó.
El equivocado no era él. Era Kirie. Kirie debía haber
previsto eso millones de años luz atrás, pero Guy estaba descargando toda su
rabia en Riki. Estaba siendo muy irracional.
Guy se mordió el labio y miró a Riki. Era obvio que Guy
no lo entendía. Para él, Katze era solo un hombre bonito y ya. No se daba
cuenta de lo aterrador que Katze podía llegar a ser. Pero eso no era algo que Riki
tuviera ganas de explicar. Si empezaba a hablar, temía acabar diciendo algo de
lo cual arrepentirse después.
“En los barrios bajos, estás por tu cuenta. Todo el mundo
lo sabe,” dijo Riki.
“No tienes idea de lo que hablas.”
“¡Pues explícamelo!”
La conversación estaba yéndose hacia rincones que Riki
prefería evitar.
“¿En qué momento te convertiste en semejante mariquita?”
rugió Guy, haciendo que Riki perdiera la paciencia.
“Estos últimos tres días, ¡no he pensado en nada distinto
a cómo deshacerme de ese gafe!” Era la verdad. Riki no quería que Kirie
estuviera cerca de Guy.
Riki siguió, “Esos sujetos aparecieron justo cuando iba a
tirarlo a la calle. Así que los dejé sacar la basura. Es lo mismo. ¿Qué hice
mal?” Nada, salvo que estaba encubriendo un pecado al confesar otro. “Dos
pájaros de un solo tiro. Y listo.”
Un segundo después, los oídos de Riki zumbaron. Su cabeza
se desplazó con violencia, se le pusieron borrosos los ojos. Le dolía la parte
de su cara donde Guy le había pegado.
Aw—
Guy nunca le había pegado por rabia. Saber eso hizo que
se le quebrara el corazón a Riki.
“Mira, hasta yo sé que salir de los barrios bajos no es
todo flores y colores, ” dijo Guy.
“Exacto. No puedes hacerte con el éxito sin dejar algo
más atrás. Dejé Bison—te dejé a ti.
Una vez me decidí a por ello, estuve dispuesto a vender lo que tuviera—incluyendo
mi orgullo—para conseguirlo. El resultado final es lo que ves. Siempre pagas un
precio para llegar donde quieres.”
Kirie estaba pagando ese precio ahora. Y no era una deuda
que nadie aparte de él pudiera asumir. Riki también había pagado su deuda. No,
seguía pagándola. Había creído una vez que esos tres años habían sido
suficientes, pero Iason no se regía por las mismas reglas que el resto del
mundo.
“No es eso a lo que me
refiero,” dijo Guy. Aun no lo captaba. “¡Quiero saber por qué te
quedaste ahí parado sin hacer nada!”
“Porque detesto, aborrezco, odio a Kirie. ¡He estado
conteniendo la respiración desde el primer maldito segundo en que estuvo metido
en ese armario!” Las palabras fueron como ácido sobre la lengua de Riki. “Sin
importar qué, no había otra opción. ¿Querías que arriesgáramos nuestras vidas
por Kirie? ¡Ni de coña lo vale!”
Pero ese era Guy—Guy quien sentía simpatía hasta por el
diablo. No era Riki. Ni aunque Guy se lo pidiera. Solo porque Guy fuera capaz
de perdonar a la miserable desgracia, no significaba que Riki pudiera pasar por
alto lo que había hecho.
“Olvídate de Kirie, Guy. Es lo mejor que puedes hacer,”
dijo Riki, aunque sabía que solo estaba tratando de tranquilizar su propia
consciencia. Guy también lo sabía.
“¿Crees que puedo olvidarme así nada más de lo que acabo
de ver?” le respondió enojado Guy. El veneno en su voz se imprimía en cada una
de sus palabras.
El fin de la noche.
La oscuridad cubría los barrios bajos como un manto
pesado. Aunque el cielo sobre Ceres estaba salpicado por el brillo de neón del
extravagante Distrito del Placer, el vulgar bullicio de alguna manera nunca
llegaba hasta allí.
Guy caminó calle abajo después de dejar el apartamento de
Riki. “Mierda, mierda, ¡mierda!” se
maldecía a sí mismo. Si no expresaba algo de lo que sentía, terminaría por
volverse loco.
¿Pero
cómo pudo suceder? ¿Cómo es que se fue todo a la mierda?
Porque Riki había estado vociferando cosas sin sentido.
Era como si el brazo de Guy se hubiera movido solo. No, no estaba enojado con
Riki por decir incoherencias—sino que Guy ya no había sido capaz de tragarse
más su propia ira. Ese sujeto había llegado sin ser invitado, y Riki le había
dejado pasar sin oponerse como un cobarde ordinario.
¿En
qué momento había salido todo tan mal?
Todos sabían que Riki detestaba a Kirie. Pero hasta el
día anterior, Riki nunca había esfuerzos porque se le notara. Nunca lo había
puesto en palabras, incluso si por culpa de eso se ganaba el puñetazo de un
ignorante mocoso.
Antes de esa noche, Riki había sido el mismo de antes. ¿Qué había cambiado? Ese bastardo. El
hombre con la cicatriz—al que Riki había llamado “Katze” —había aparecido y
Riki se había puesto raro.
¿Quién
era él?
Katze no podía ser un residente ordinario de los barrios
bajos. De lo contrario, no había forma de que pudiera saber tanto sobre la
situación en Midas.
Cuando Riki se levantó contra Katze, se encontraba tenso
a un grado inusual. Guy no se lo estaba imaginando. Podía darse cuenta por el
tono de voz de Riki. Pero entonces, por otro lado, ¿qué poseía ese delgado y
refinado hombre—quien era aparentemente ajeno a cualquier tipo de violencia—que
pusiese a Riki tan a la defensiva?
Había una verdad sorprendente en los rumores que corrían
sobre Katze. Aunque por más verdad que fuera, seguían siendo solo palabras. Guy
tampoco estaba seguro. Lo que había escuchado era tan loco que era difícil de
creer. Un accidente de autos, con Guardián resultando involucrado de algún modo—
Pero a pesar de la ignorancia de Guy, era obvio que Kirie
estaba implicado. Mientras Guy escuchaba, la expresión de pánico de Kirie se iba
agravando. Ni Riki intentando matarlo a golpes lo había aterrado tanto. Debía
tener un par de infiernos pendientes por los que pasar todavía.
Cada vez que Katze abría la boca, la mente de Kirie daba
un paso más cerca del abismo. Su cuerpo temblaba como afiebrado. Si Guy no lo
hubiera sostenido y metido una toalla dentro de la boca, habría estado gritando
como todo un maniático.
¿Van
en serio? Las palabras emergieron de la
boca de Guy sin querer. Kirie había seducido al hijo del administrador de
Guardián. ¿En serio? Tres días antes,
Kirie había confesado su amor por Riki. ¿Qué eso se trataba de una pantalla falsa
también?
¿De qué iba todo eso sobre una ‘cita’ en los niveles
subterráneos de Guardián? ¿Qué había detrás? Otra revelación inesperada se sumó
a otra inesperada sorpresa. Guy sentía que aquello era algo que escapaba a su
comprensión.
“No lo entiendo, Guy. Este pedazo insignificante de
mierda utilizaría a quien fuera que se le atravesara por lo que fuera que se le
atravesara. Nos vendería a todos con tal de conseguir su propósito. ¡No
entiendo qué es lo que te pasa a ti por la cabeza!”
Las palabras de Riki retumbaron en su corazón. Guy debía
saber muy bien cuán malvado podía llegar a ser Kirie. Y aun así estaba
defendiendo a ese maldito.
Un
accidente de autos. Guardián. El hijo del administrador.
Kirie había resultado ser una cajita de sorpresas. Si
Katze estaba diciendo la verdad, Kirie había sobrepasado los límites hacia un
lugar sin retorno. Excepto que Riki lo sabría de serlo. Guardián parecía estar
involucrado y era esa la razón por la que Riki había entregado a Kirie sin
oponerse.
Había un monstruo aguardando en la oscuridad del
subsuelo. ¿Qué monstruo? El hijo del
administrador lo había visto y había perdido la cordura. Kirie había sido
reducido a una masa temblorosa. ¿Qué demonios era? ¿Cuál era el secreto que
Guardián escondía? Las preguntas hacían hervir la sangre de Guy.
Riki no decía nada. O no podía decir nada, y debía
mantener ese secreto oculto. En ese caso, ¿quién conectaba los puntos entre el
accidente de tránsito en Midas y los asuntos de Guardián? Más que los misterios
tras Kirie, más que nada, eso era lo que Guy deseaba saber.
Puedes
con todo, Riki. Un chorro de sangre
cálida había corrido a través de la voz tranquila del hombre. Guy no estaba imaginando
cosas. Las había sentido. Si tan solo se
me hubiera presentado una opción diferente en ese entonces. Los ecos de un
anhelo doloroso. ¿A cuál opción se refería Katze?
Guy se dio cuenta de algo de repente.
Riki había estado refiriéndose a Katze utilizando
pronombres casuales. Nada de ‘señor’ o de decir su nombre, salvo por una vez. Y
Katze en respuesta había empleado el nombre de Riki sin dudarlo.
Es
inútil tratar de interponerse en el camino de Katze cuando ha venido hasta
aquí. Esa había sido la única vez en
que Riki había mencionado en voz alta el nombre del sujeto. Ese ‘caracortada’.
¿Quién
eres?
Solo al final, Katze le había dirigido una mirada a Guy.
De esa breve y fría mirada Guy pudo inferir que su existencia era secundaria.
Los ojos del hombre lo atravesaron, despertando en él un desasosiego
desconcertante.
Nunca
antes había sentido nada parecido.
Y eso lo enfurecía. Podía detectar la inteligencia del
hombre en la manera en que se dirigía a Riki, y la sutil y oculta intimidad que
compartían. Katze y Riki compartían un mundo que Guy jamás entendería o del
cual jamás sería parte, y eso hacía que sintiera celos.
Ese
hombre sabe lo que le ocurrió a Riki durante esos tres años.
La sospecha estaba allí. La posibilidad de que Katze
supiera lo que le había pasado a Riki encandiló las emociones de Guy.
Riki no pudo dormir esa noche. Con los ojos cerrados o abiertos,
la cara de Guy se le aparecía de repente. La expresión dura y severa de Guy. El
terror en los ojos de Kirie. Y el rostro perfectamente tranquilo de Katze.
Riki dio vueltas y vueltas en el colchón, pero el sueño
no llegaba. Suspiraba con amargura. Mierda.
¿Qué diablos estoy haciendo, dándole tanta importancia a ese pequeño imbécil
insignificante de Kirie?
Su cabeza se sentía pastosa. No podía pensar. Solo había
una espesa bruma rellenando su cabeza.
Llovía otra vez. La lluvia se inclinó hacia un lado,
azotada por los gélidos ventarrones, golpeando sin misericordia contra las
paredes derruidas y ruinas desmoronadas, hasta llegar a los sucios callejones.
Habían pasado tres días desde que Katze se había llevado
a Kirie. Durante todo ese tiempo, como un castigo divino, la lluvia había caído
sobre Riki como si el cielo estuviera desquitando su resentimiento con él.
No había visto a Guy. Le había llamado dos veces pero no
le había contestado. Quizás solo no había tenido suerte. O quizás Guy
necesitaba un tiempo a solas. O no estaba contestando a propósito.
La tensión sobre los hombros y la nuca de Riki no había
mejorado. Al revés. Pero de cualquier forma, tarde o temprano habría que
enfrentarse a la realidad. Con eso en mente, hacía su mejor esfuerzo por
resignarse a lo inevitable.
Si no lo conseguía, la alternativa era demasiado
sofocante. Supongo que mejor le digo
adiós también al apartamento.
Todo había sido empacado o tirado. Se dio la vuelta,
grabándose el lugar, y exhaló un suspiro de arrepentimiento. Había pasado año y
medio desde su regreso a los barrios bajos. Había sido capaz de tomar un
respiro de su condena, pero la sensación de libertad se le había escapado.
Me
tomaré mi tiempo y— ese fue el sueño
que jamás se materializó.
¿Por
qué yo? Era la pregunta con la cual se
torturaba.
Sabía que tratar de zafarse de eso era perder el tiempo.
El frío agarre del anillo alrededor de su hombría dejaba en claro la inevitable
realidad. Luego de eso, no había un lugar a donde huir.
Esa madrugada en que Iason lo había visitado, Riki había
cedido con una facilidad desconcertante. Su orgullo, terquedad y razón se habían
disuelto ante las demandas del apetito voraz de una mascota hambrienta. Debía llegar
a términos con que durante esos tres años, su cuerpo había sido entrenado y
condicionado de pies a cabeza.
Había sido un estúpido al creer que regresar a los
barrios bajos significaba que podía empezar de nuevo.
Las sensaciones que Iason le había hecho experimentar
recorrían sus extremidades hasta llegar a su espalda y penetrar finalmente la
profundidad de su cerebro. La lógica y la razón eran inútiles. No importaban
las excusas. Cada caricia lo dejaba deseando desesperadamente por más.
Esa terrorífica y avariciosa creatura se había metido
dentro de él para quedarse. Después de eso, cada vez que Iason lo tomaba, le
era imposible contenerse y no disfrutar. Con el tiempo, tal cosa iba a devorar
su consciencia hasta tragárselo completamente.
Consumido momentáneamente por el odio que sentía ante
aquella idea, Riki endureció su expresión. Idiota.
¿En qué estás pensando? Pero darse
cuenta de que no podía conseguir negar la realidad, le puso la piel de gallina.
Se fue la tarde. La lluvia no mostraba signos de cesar.
Era el invierno de su cumpleaños número veintiuno. Aunque la pesada tormenta
amainara, estaría lejos de presenciar el amanecer.