jueves, 14 de agosto de 2014

AnK - Volumen 2, Coda

Un Blondie de Tanagura y un mestizo de los barrios bajos. Una brecha infranqueable.
Su encuentro: quizás un inconcebible extraño accidente, quizás un imprevisto giro o capricho del pensamiento.
Sentimientos tan ardientes y tan profundos como para entorpecer el corazón. Y cargados con un toque de demencia. Semejantes a un arma de amor.
Tantas ideas rasgando en pedazos tantas almas, y después volviéndose para enfrentar el apocalipsis—


(Extracto de las notas de la banda sonora de Sense of Crisis.)

martes, 12 de agosto de 2014

AnK - Volumen 2, Capítulo 7

Riki no tenía idea de donde estaba.
Salvo que se encontraba en una habitación sin ventanas, rodeado por cuatro paredes de marfil. Una cama simple. Una silla y una mesa. Nada más. La puerta, la única salida, estaba bloqueada desde afuera.
La golpeó. La pateó incluso. Pero esta ni se inmutó.
La habitación era una celda limpia y ordenada.  Aparentemente había sido traído hasta allí desde ese lugar que le recordaba a un profundo océano azul. Lo último que recordaba era haberle lanzado un puñetazo a Iason. Sabía que aquel había sido un movimiento muy tonto.
Iason le había respondido propinándole un fuerte puñetazo en el estómago que lo dejó inconsciente.
Cuando despertó, estaba recostado en la cama ya mencionada, completamente apaleado. Sus bolsillos habían sido desocupados, le habían quitado el dinero, la tarjeta de  identificación que Katze le había dado y la moneda unida a su llavero. Incluso el cuchillo mariposa que mantenía metido en sus zapatos en caso de emergencia se había ido. Todo.
Habiendo sido despojado de todas sus pertenencias y arrojado en esa celda, Riki no estaba de humor para calmarse. Al contrario. Su mente daba vueltas: ¿En qué mierda estaba pensando ese maldito? ¿Qué tenía pensado hacer exactamente, encerrándolo allí sin decir una palabra?
Riki sabía que debía estar pensando en otras cosas, pero para empezar, no tenía idea de cuales debían ser esas otras cosas.
¡Mierda!
Apretando los dientes Riki pateó la silla con todas sus fuerzas y la mandó a volar.

Sasan (Área 8). Cúpula de la torre Número Tres. La subasta secreta había terminado sin ningún contratiempo. Iason Mink no aprovechaba la puesta de sol para tomarse un respiro al aire libre, sino que, como siempre, se relajaba con su habitual gracia y autoridad en la oficina de su penthouse.
Se reclinó, hundiéndose en el sofá, cruzando sus largas piernas y miró la pantalla en la pared. Esta mostraba un canal de video de Riki torciendo los labios con evidente irritación. Iason ajustó la imagen con el control remoto y en un segundo la pantalla se llenó de un primer plano del rostro de Riki.
A pesar de su apariencia desaliñada y desgreñada, su cabello negro brillaba suavemente. Su flequillo no lograba ocultar la displicencia de sus ojos oscuros. Su mal humor aplastaba con firmeza las esquinas de sus ojos, repletos de sus ásperas y vulgares emociones.
Iason casi creyó poder escuchar el rechinido de sus dientes escapando de la delgada y severa línea entre sus labios. Ahí en frente de él había un sucio gato de callejón. Sin modales, sin clase y sin la más mínima pizca de disciplina o control.  La vida de este impoluto e incivilizado “buen salvaje” brillaba con notoria luz propia.
Cuando se habían conocido bajo el llamativo brillo de neón de los anillos dobles de Midas, no le había parecido más que un orgulloso, ignorante y borracho niñito incapaz de reprimir sus feroces emociones. No tenía idea de cómo integrarse con los demás. No tenía otra habilidad social aparte de la de enseñar los dientes y gruñir como un perro.
Un mestizo de los barrios bajos.
Su decisión de hacerse el de la vista gorda y no aventarlo con la policía entonces, fue por puro capricho. Pero acompañarlo a ese lugar cuyo propósito era obvio desde el principio, y luego actuar movido por el deseo de humillar a ese chico—después de llevarlo a un grado de excitación que nunca antes había visto, por supuesto—no era más que ceder ante el capricho y dejar que la naturaleza siguiera su curso.
El chico había sido un rebelde insurrecto, sin embargo, sin ninguna estrategia o planeación en mente, y al haber mostrado tanto orgullo, no podía permitirse apartar la mirada del hombre que debía haber sabido era un Blondie.
Así que Iason lo había utilizado y lo había desechado. Arrojarle la Moneda Aurora al salir no había sido más que una cosa del momento. En cuanto a entretenimientos respectaba, esta tenía más sazón que la mayoría, pero al final seguía siendo solo un entretenimiento. Le pareció apropiado emplear dinero de mascota como “cambio” por el soborno que le habían forzado a aceptar.
El dinero de macota consistía en unas fichas de metal que no tenían valor alguno en los mercados minoristas, pero una Moneda Aurora era mucho más valiosa que el dinero común. Una de esas podía ser canjeada por más dinero que todas las tarjetas de crédito robadas por los chicos.
Iason estaba algo curioso de saber si un mestizo de los barrios bajos sería capaz de apreciar lo verdaderamente valioso cuando caía en sus manos. Así que le pidió a Katze que se mantuviera siempre alerta y le hiciera saber tan pronto esa moneda emergiera de los barrios bajos.
Estaba seguro de que sería cuestión de tiempo. Pero los días pasaron y nada ocurrió. Iason estaba decepcionado, y mucho más intrigado de por qué este mestizo desconocido no había canjeado su premio.
Al mismo tiempo, ¿Qué habría sido de ese mocoso después de que Iason había pisoteado su orgullo?
En lo que respectaba a la moneda, Katze siguió sus instrucciones sin objetar una sola palabra. Al mismo tiempo que expresaba su desacuerdo con Iason por hacerle disponer de uno de sus semejantes de los barrios bajos, en especial uno tan inexperto como ese.
Naturalmente, sin importar qué argumento tuviera Katze, Iason no estaba inclinado en lo más mínimo a retractarse. Que si el chico probaba ser útil o no, no era algo digno de discutirse en lo que a Iason respectaba.  Él era simplemente el producto de mera curiosidad.
“Riki el Siniestro,” ¿eh? Si se le cría apropiadamente quizás el sarnoso gato de callejón pueda convertirse en una fiera.
Durante los últimos meses, había sufrido un poco dicha transformación. Aquellos cambios no eran simplemente superficiales, sino sin dudas un reflejo del balance entre los buenos y malos aspectos de su carácter personal.
Pero aún no era suficiente. La satisfacción de su curiosidad bien podría haber desencadenado tales pensamientos.
Manipuló el control remoto otra vez.  Tal y como había predicho, Riki estaba mandando la silla a la mierda de una patada. Iason sonrió inconscientemente. Es un mestizo urgido de entrenamiento.
“Iason—” Tras él, otra voz irrumpió de repente en sus pensamientos. “¿Estás hablando en serio?” Ahí estaba Raoul Hamm, su bello e indómito rostro mostraba una sombría expresión inusual para una élite de Tanagura. “No le pusiste las manos encima a esa basura en realidad, ¿verdad? Traer a Eos a un macho que ni siquiera ha sido domesticado es simplemente buscarse problemas.”
“Cierto, pero ese desmesurado orgullo es definitivamente una mejora absoluta con respecto a esos descerebrados muñecos sexuales. ¿Por qué te angustias tanto? Es tan vulgar y ordinario. ¿No crees que vale la pena entrenarlo? Sería divertido criar una clase diferente de mascota para variar.”
“El tipo de cosas que elijas criar es tu problema, pero convertir a semejante criatura en una mascota no va a repercutir muy bien en el nombre de Iason Mink.”
“Me imagino. Aunque creo que con el entrenamiento apropiado puede convertirse en una mascota más interesante—”
“Cuanta confianza puedas llegar a tenerte no viene al caso.  ¿Y qué si no puede ser domesticado?”
“Si dicho momento llega, siempre podremos jugar con su cerebro, convertirlo en un muñeco sexual y luego disponer de él en el mercado negro. Solo con dar a conocer el hecho de que esta mascota fue alguna vez la propiedad de Iason Mink bastará para elevar significativamente su precio. ¿O quizás podamos quedárnoslo para uso de los huéspedes, acorralado hasta que expire por su propia cuenta? Debe haber docenas de otros usos en los que podamos pensar.”
Con esa casual y alegremente indiferente declaración, Iason dirigió su atención de vuelta a la pantalla.
Convertir a un mestizo de los barrios bajos en una mascota.

Nunca se le ocurrió que ese plan, poco más que un mero acto de fantasía sería capaz de sacudir su orgullo de Blondie por completo.

domingo, 3 de agosto de 2014

AnK - Volumen 2, Capítulo 6

Para ese día estaba programada una subasta en la cúpula subterránea Número Tres de Sasan (Área 8).
Normalmente las subastas eran llevadas a cabo en el centro de convenciones de Parque Mistral (Área 3), pero aquella era una subasta secreta para todos los artículos que no podían ser exhibidos en público. Como el evento en su totalidad iba a ser patrocinado por el mercado negro, el lugar de la subasta había sido rodeado desde antes por un grueso cordón de seguridad las veinticuatro horas del día, con entrada restringida a personal autorizado únicamente.
Terminal Número Cinco, piso subterráneo veinte. Las bodegas estaban silenciosas y en calma. Habiendo transportado el envío desde el sistema Delvia hasta el puerto de carga designado H-086, Riki volvió el rostro hacia el cielo y suspiró profundamente.
La operación había estado saliendo según lo planeado hasta que recogieron el envío en Delvia. Una tormenta eléctrica había iniciado de la nada, provocando un apagón de tres días en el puerto espacial, entorpeciendo la operación entera.
Alec y él habían contemplado las estelas plasmáticas retorciéndose a lo largo del enfurecido cielo. “Me estás jodiendo, ¿no es cierto?”
“¡Maldita sea!”
“¿Está ocurriendo de verdad?”
“Si se trata de una broma, pues no me estoy riendo.”
Habían murmurado aquellos comentarios sin sentido medio inconscientemente. Cuando una pérdida de tiempo imprevista se debía a una de las comunes calamidades naturales allá en la frontera y no a un error humano, no había nadie con quien desquitarse. Todo lo que podían hacer era esperar a que el tiempo mejorara.
Consecuentemente, el envío llegó el día de la subasta a último minuto, apenas coincidiendo con la fecha límite de esta. No era uno de los trabajos más bonitos. Y de no haber estado las bases para la subasta en Sasan, en el bien cumplimentado aeropuerto turístico, para nadie era un secreto cómo podrían haber resultado las cosas.
Riki no quería ni imaginarse el no llegar allí a tiempo.
El estrés tenía mucho que ver con un gran evento como lo era la subasta clandestina. Era la primera vez que Riki sentía tal presión. Habiéndose encontrado en problemas similares y habiendo ejecutado tareas como esas tantísimas veces, Alec lo había tranquilizado con alegría: “En momentos así no tiene sentido tratar de apresurar las cosas con la Madre Naturaleza.”
Riki no hacía nada aparte de mirar por la ventana con creciente irritación, desperdiciando el tiempo—que era precisamente el tipo de experiencia que prefería no volver a repetir.
Por entonces, le dejaba los últimos detalles de la revisión de los documentos a Alec. Katze estaba en la cabina donde se llevaría a cabo la subasta, preparando los detalles de último minuto. Así que Riki se reportó usando su videoteléfono.
Katze podía darse cuenta de lo cansado que estaba Riki. “Buen trabajo,” fue lo primero que le dijo, comunicando su gratitud con su típico semblante sin expresión. “Tómate un descanso y diviértete. Solo recuerda que los pases que te di no te dan acceso al piso de la subasta.”
Habiendo dicho todo lo que a Riki debía incumbirle, Katze colgó, sin dejarle acotar ni una sola palabra. Pero Riki quería presenciar esa subasta secreta. Y habiéndose extinguido la posibilidad tan rápidamente, masculló por lo bajo con frustración.
¿Qué tenían de diferente de las subastas normales llevadas a cabo en Parque Mistral? Su curiosidad, sin embargo, era una expectativa muy alta para un mensajero subalterno.
Bueno, es una pena, decidió. No había necesidad de enojarse por ello. Estaba seguro de que vendrían muchas oportunidades después de esa. En todo caso era hora de descansar, y se sentía muy satisfecho de haber terminado ese trabajo por fin.
La expresión ensombrecida de Riki no se debía al clima inesperado que había jodido sus horarios, o al estrés acumulado y la tensión inducida por la fatiga del viaje. Más bien, lo que lo dejaba insatisfecho era el trabajo simplista de llevar y traer mercancía que le había sido encargada.
Cuando manifestó sus quejas, Alec le dijo, “Chico, eres diez años demasiado joven para empezar a quejarte por esa clase de cosas. Los lacayos se quejan de todo, todo el tiempo. Es la ley del universo.”
Le bajó los humos rápidamente, pero Riki todavía quería hacer la rotación de transporte fuera de la frontera. Los barcos atracaban en los puertos de escala a lo largo de las rutas fijas, embarcaban la carga, y la transportaban. Era un trabajo rutinario del que incluso los Megisto podían hacerse cargo.
Estar atrapado en el circuito de la frontera era suficiente para hacer que Riki se preguntara si se había equivocado en algún punto. Gracias a ese trabajo, Guy y él se habían estado distanciando más y más cada día.
Sin tener conocimiento de nada aparte del rancio y sofocante aire de los barrios bajos, la emoción y la motivación de pilotear naves de carga a través del espacio galáctico estaba más allá de lo que cualquiera pudiera haber imaginado. Visitar planetas de los que nunca había escuchado hablar, conocer una infinidad de personas diferentes, escuchar idiomas desconocidos, los puertos de escala rebosaban siempre con lo extraño y lo inesperado.
Pero esa vertiginosa sensación de aventura pasaba bastante rápido. “¿Qué? ¿No te queda encanto adolescente? ¿Eres alguna especie de rudo narcotraficante? ¿No sabes que los novatos deben emocionarse por todo, hasta el punto que no puedan concentrarse en su trabajo?”
Pero Riki se había acostumbrado a la rutina con asombrosa rapidez y quería más.
Su vida había dado un giro de 180 grados, y era como cuando había sido llevado a Guardián, excepto que su edad, su estado de ánimo, y la percepción de sus metas eran completamente diferentes. Quizás era por eso que cada objetivo que lograba lo dejaba ansiando el siguiente.
Aquello que lo limitaba y restringía se había ido. También el deseo de no malgastar su tiempo se había hecho mucho más fuerte.
“Eres demasiado codicioso y ávido, muchacho. Trata de abarcarlo todo de una sola vez y lo lamentarás. Tienes que ir despacio, tomando lo que llega de a pocos, eso es lo que importa.” Hablaba con ferviente intensidad. “Porque llegará el momento, no importa cuanto lo odies, en que vas a tener que correr tan rápido como puedas. Y cuando ocurra, no te hará ningún maldito bien en absoluto.”
Riki comprendía lo que Alec estaba tratando de decirle. Mantener su temperamento bajo control y acumular experiencia era lo primordial ahora. Pero quería trabajos de transportar que implicaran más que pasarse las horas moviendo cosas de un lugar a otro.
No era que estuviera buscando revivir los tensos e inquietantes días de Bison, pero esa época se le había metido a Riki bajo la piel y estaba todavía latente en alguna parte dentro él. Meditaba sobre ello seriamente cuando sintió que le daban una fuerte palmada en la espalda.
“Riki, gracias por esperar. Es algo tarde pero busquemos algo de comer.”
Como saliendo de un letargo, el estómago de Riki rugió en respuesta. Ahora que lo pensaba, habían estado tan presionados por el tiempo desde que habían llegado al aeropuerto, que no habían tenido cabeza ni para comprar algo de la máquina expendedora.
Debían hacer la entrega a tiempo sin importar qué. Con nada más en mente, tensado hasta el punto de ruptura, no se había percatado de que tenía el estómago vacío. Pero ahora que lo había hecho, se daba cuenta también de lo cansado que se sentía.
Alec estaba en las mismas. “Sí, esa carrera desde la puerta estuvo dura,” dijo el normalmente alegre Alec. Por esta vez la tensión comenzaba a notársele.
Cuando todo estaba dicho y hecho, la fatiga era más mental que física. Se subieron al ahora vacío montacargas. En silencio Alec condujo hacia los ascensores de carga que abastecían los locales.
Dios, voy a comer hasta saciarme y entonces dormiré por una semana. Pero habiendo llegado tan lejos, se le antojaba un verdadero fastidio el conducir hasta los barrios bajos y colapsar en la cama de Guy. Riki estiró brazos y piernas lánguidamente, se reclinó y dejó divagar su mente y su mirada.
Por el rabillo del ojo distinguió la silueta de un hombre.
Riki giró rápidamente para ver de quien se trataba, enfocando la vista. Pensaba que eran los últimos en salir y que no había nadie más por ahí. Pero no parecía ser el caso.
Tres hombres. Huh, pensó Riki. Así que él y Alec no eran los únicos mensajeros bregando por hacer sus entregas a tiempo.
O no.
Había una elegante plataforma pequeña en frente de la puerta H-010. No era el mismo tipo de servicio de montacargas qué Alec y él estaban utilizando. Por el vehículo, parecía razonable asumir que aquellos chicos estuvieran relacionados de alguna forma con los dueños del cargamento y no con los repartidores.
Y no hay duda que ese tipo alto de ahí es el líder.
Vestía un traje azul oscuro que incluso de lejos parecía mandado a hacer, probablemente el tipo de vestimenta apropiado para la subasta que estaba a punto de empezar. Incluso de espaldas, su pulcra, tallada y bien proporcionada figura era más que suficiente para impartir una particular sensación de autoridad.
La gente de poder, que sobresalía de entre los demás, podía ser reconocida en todas partes. No hacía falta remarcar que se trataba de un hombre extraño entre los hombres cuya espalda por sí sola hacía evidente este hecho. Para bien o para mal, era una cualidad diferente a ser el favorito de los medios de la época.
El “hombre elegido” existía realmente. Ser un mensajero había otorgado a Riki infinidad de oportunidades de observar distintos tipos de personas. Había aprendido que tales “elegidos” no eran una invención de los medios.
Tal como había esperado, los otros dos hombres se inclinaron con devoción ante él.
Hoh. Un tipo importante, definitivamente. Seguramente el dueño. Y que hubiera ido hasta allí vendría a significar que se trataba de una mercancía bastante costosa.
Habiendo finalizado el negocio por el que había venido, el hombre alto se dio la vuelta.
En ese instante—
El cuerpo exhausto y famélico de Riki se estremeció como si hubiera sido azotado por un látigo eléctrico.
Me tienes que estar jodiendo—
Sus ojos se abrieron de golpe por el asombro, enfocados como un láser en la cara del hombre que subía a la plataforma. Después de todos esos meses. La cara que no había podido olvidar aunque lo intentase estaba justo delante de él. Tenía el cabello corto y teñido de un ubicuo color marrón, pero no había forma de confundir el fríamente hermoso rostro que emergía desde debajo de la visera azul cobalto.
¿Por qué? ¿Por qué aquí?
Dejando a un lado los porqués, la inarticulada y  ardiente conmoción en el centro de su ser martilló la parte posterior de su garganta. ¡Ese hijo de puta! Conteniendo las palabras entre sus dientes apretados se estiró para agarrar el brazo de Alec.
“¿Qué?”
“¡Detente!”
“¿Eh?”
“Detén esta cosa. Tengo que hacer algo.”
“¿Tienes que hacer algo?” Alec frunció el ceño en lo que Riki saltaba del montacargas antes de que pudiera estacionarse.
“¡Oye, Riki!” Gritó Alec más fuerte de la que hubiera querido.
Pero Riki siguió corriendo, sin mostrar señales de querer volver o detenerse. No hubiera podido parar aunque lo hubiera deseado. Corrió con los ojos firmemente puestos delante de él para no perder de vista la pequeña plataforma que ahora se hallaba un poco más lejos. No había pensado en qué iba a hacer una vez la alcanzara. En cambio, todos sus pensamientos estaba enfocados en seguir adelante.
Y sin embargo seguía sin saber el nombre del hombre. Solo sabía que este lo había abusado a su gusto y al finalizar le había entregado “dinero de mascota” por el privilegio, una cruel bofetada directa a la cara. Riki no tenía otra opción más que seguirle.
Pero si se omitían esas razones, quizás también querría saber por qué un Blondie de Tanagura se tomaría la molestia de ocultar su identidad para atender una subasta del mercado negro. ¿Y a dónde diablos se dirigía?
La plataforma giró a la derecha y después a la izquierda en la esquina, siguiendo una trayectoria completamente diferente a la de los muelles de carga. Se detuvo en frente de una serie de puertas en una salida cuya existencia Riki desconocía.
El hombre descendió de la plataforma, tomó una tarjeta-llave del bolsillo de su camisa, y la deslizó por la ranura. Pasó por la puerta sin problemas y desapareció en el interior.
Riki masculló por la frustración. Se dirigió hacia la puerta sin saber si su tarjeta-llave funcionaría en aquel sistema de alta seguridad. No sería un juego de niños seguramente. ¿Y si la puerta tenía una alarma? ¿Y si lo sorprendían en el acto?  ¿Y si después de todo ese esfuerzo terminaba perdiendo su trabajo en consecuencia?
Pero simplemente no podía quedarse ahí sin hacer nada. Con todo el valor que pudo reunir, Riki insertó su tarjeta-llave en la ranura.
La puerta se abrió tan fácilmente que tuvo que reírse de su propia ansiedad. Aun así, no se abría con la rapidez suficiente, así que pasó agachándose por debajo de ella. A ese punto le preocupaba que el hombre se le hubiera escapado. Por fortuna, el pasillo del otro lado de la puerta era derecho en algunas partes.
Avistando la ahora familiar espalda del hombre, exhaló un espontaneo suspiro de alivio. El hombre continuó con agiles pasos llenos de gracia. Riki aceleró el paso para no perderlo de vista.
Como sus sentidos solo estaban fijos en la figura del hombre que se alejaba, Riki no advirtió que el color del suelo cambiaba gradualmente de color bajo sus pies, ni que las puertas se cerraban descendiendo sin hacer ruido, cerrando el camino tras él, ni que las paredes se abrían sigilosamente a ambos lados para crear pasillos completamente diferentes.
No pudo saber con exactitud por cuanto tiempo caminó. Con pasos pausados el hombre dobló por la esquina a la derecha y se desvaneció en el aire.
“¿Eh?” Estupefacto, la abrupta sensación de pérdida clavó a Riki brevemente en su lugar. ¿A dónde demonios fue? Sentía como si una banda elástica se hubiese reventado de repente y le hubiera pringado los dedos.
Por fortuna, no tuvo que dar vueltas buscando algo que no estaba allí. Justo ahí, al final, había una pesada puerta negra aparentemente hecha de metal.
Riki la miró sin parpadear.
El hombre no podía haberse ido a otro lugar, pero Riki fue incapaz de dar el siguiente paso. Aunque la extraña presencia de la puerta metálica no era lo que le impedía seguir adelante. Era como si algo o alguien—un amigo o un conocido—le estuviera agarrando del brazo y le gritara: ¡No entres ahí!
En los barrios bajos cuando lideraba Bison había tenido esa sensación muchísimas veces. Era una clase de premonición que no podía explicar. No era un dejo de intuición. No era un letrero indicándole la dirección correcta tampoco. Ni tampoco la sentía todo el tiempo. Llegaba imprevistamente de la nada.
En momentos así, la mano se estiraba para agarrarle el brazo. Otras veces era una simple sensación eléctrica en su nuca. No era la clase de cosa que pudiera poner en palabras. La clase de cosa que no comentaba ni siquiera con Guy. La clase de conocimiento que no estaba seguro de haber poseído desde el comienzo.
Pero aun así Riki sabía que había algo más en el mundo de lo que podía ver con sus ojos. Durante sus años en Guardián había un chico un año menor que él en su mismo bloque.  Era autista, su constitución enfermiza estaba cargada de dolencias físicas. Lucía mucho mayor de lo que realmente era.
Por lo que quizás parecía ser capaz de ver cosas que no podían ser vistas y escuchar cosas que los otros chicos no podían escuchar.
Las “madres” adultas decían que su enfermedad le provocaba las alucinaciones que veía y escuchaba. Pero aquellas explicaciones no eran suficientes, ciertamente no eran suficientes para lidiar con las extrañas experiencias que Riki había llegado a experimentar en carne y hueso.
Realidad e ilusión y caminos al paraíso. La brecha entre la alucinación y el deslumbramiento. La incertidumbre del día a día. Tiempo e intemporalidad.
Y el dolor imborrable.
En retrospectiva, era posible que Aire—su talismán y protectora, que no lo había abandonado ni por un instante—tuviera “visiones” también.
Así que quizás había algo en el agua o el aire de Guardián, el tan llamado Jardín en los barrios bajos. Ángeles guardianes o demonios infernales, Riki debía elegir. Se hizo consciente de estos sentimientos desde cierto incidente en el que se vio involucrado, pero hasta eso pudo haberse tratado de una ilusión.
Algo había sido encendido en su cabeza, y una puerta había sido abierta. Cuando trataba de poner en palabras todo esto, Guy se preocupaba y empezaba a ponerse paternal hasta el punto de asfixiarlo, así que Riki suponía que era mejor morderse la lengua. Después de dejar Guardián y llegar a los barrios bajos, e incluso después de convertirse en un mensajero, no había ido ni una sola vez en contra de lo que su intuición le indicaba.
Con todo, Riki miró la puerta, como si quisiera deshacerse de toda esa debilidad y pasividad por primera vez. Había llegado hasta allí y ahora no había tiempo para ponerse a dudar. Entre más se debatiera consigo mismo, más se alejaría el hombre de él.
¿Pero se abriría realmente la puerta, así como así? Lo vieja y familiar que resultaba la puerta despertó sus sospechas. Bien por encima del borde superior,  una serpiente de dos cabezas lo miraba con la cabeza erguida. Una serpiente dorada con ojos como grandes rubíes.
Para rematar, la puerta tenía un simple pomo sin ranura para tarjetas-llave. No podía evitar pensar que quizás la puerta utilizaba un sistema de reconocimiento visual de alta tecnología y que la serpiente dorada hacía parte de ese sistema. ¿Me destruirá esa serpiente con un rayo láser? Quizás esa era la fuente de la desagradable sensación que había estado experimentando por los últimos minutos.
Pero al final, su curiosidad sobrepasaba sus preocupaciones. La determinación personal ganaba. Si se retiraba ahora, lo lamentaría por el resto de su vida.
Retirarse y vivir con esa falla, o seguir adelante y lamentarlo después. Si podía permitirse desear lo contrario sin importar qué camino escogiese, entonces no importaba cual fuera el resultado, sería mejor arrepentirse una vez en batalla que arrepentirse de haberse arrepentido.
Riki inhaló profundamente. Con toda la resolución en su cuerpo agarró el pomo, lo giró y empujó.
En ese momento, el recuerdo de la noche en que había conocido a ese hombre surgió abruptamente en su cabeza. Esa noche, Riki había cruzado la puerta de Minos lleno de temeraria arrogancia. Justo como estaba haciendo ahora.
Y su orgullo había recibido el golpe de su vida.
¿Entonces en qué se estaba aventurando ahora? Las dudas que relampaguearon a través de sus pensamientos se desvanecieron como espuma en el agua en el momento en que atravesó el umbral.
Dentro había una oscuridad extrañamente azulada. Ni cielo, ni tierra. Todo lo que podía ver era un silencioso mundo azul. Faltándole incluso las estrellas titilantes, más que asemejar un cielo nocturno, se le parecía a alguna extraña dimensión en el espacio cubierta por una soledad intolerable.
¿Qué demonios es este lugar? Riki se quedó allí parado por un largo minuto, su mente se dispersó.
No podía ver al hombre alto en ninguna parte. ¿Tan siquiera había ido en esta dirección? En ese momento, algo pareció saltar en su visión periférica. Con un jadeo Riki volvió a sus cinco sentidos. Cuando echó un rápido vistazo en esa dirección no había ni rastro de nada en la azul expansión del silencio.
“¿Estaré imaginando cosas—?” se preguntó mientras tomaba un agudo respiro. No podía evitar ser consciente de que sus latidos iban en aumento. “No creo.”
Quizás eran los efectos a largo plazo de aquella sensación que había estado experimentando unos cuantos minutos atrás. Cada intento por disiparla terminaba por ponerlo más ansioso. Sonrió, riéndose de sí mismo. ¿Por qué estoy tan nervioso? No hay duda de que ese imbécil está dando vueltas por aquí todavía.
Sacudiendo la cabeza como si quisiera eliminar la sensación de incomodidad, se miró los pies. Desde allí, como a la orilla de un amplio océano azul oscuro, una extraña presencia lo observaba.
Lo que sea que fuera, logró traspasarlo con la mirada. No era que sus pupilas se hubieran desvanecido de sus ojos—sino más bien que de sus cuencas brotaba una sombría luz dorada.
No era una ilusión, Riki no podía estar seguro de qué era lo que estaba viendo, pero lo ojos dorados definitivamente lo tenían en la mira. El ritmo cardiaco de Riki empezó a acelerarse dentro de su pecho. No podía apartar la mirada, como si sus ojos se hubieran arraigado a ese punto.
No había viento, pero el cabello verde oscuro de la criatura ondeaba suavemente. La blancura de su piel exudaba una aurora resplandeciente. Había una luz eléctrica blanca y azulada que cubría su cuerpo entero como escamas plateadas. Riki se dio cuenta a último minuto de que la habitación entera era un acuario gigante.
Y esa persona que no-era-exactamente-una-persona estaba allí dentro. Mitad humano, mitad quimera-pez. A sus pies estaba la conmovedora y legendaria sirena. La boca dividía su cara de oreja a oreja, y ostentaba unos dientes afilados como cuchillas. Las tres puntiagudas garras se extendían desde el final de sus aletas alimentando la apariencia altamente grotesca que Riki encontraba difícil de digerir.

Ni una palabra salió de sus labios titubeantes. Se congeló incómodamente en su sitio, sus pies comenzaron a temblar. Frío sudor corrió por su frente. Sus manos se empaparon. Riki finalmente se liberó de las rígidas y sofocantes cadenas  y se echó a la fuga.
Pero no importaba que tanto buscara, no podía encontrar la salida. ¡Mierda! Esto no podía estar pasando. ¿Qué mierda está sucediendo?
El despiadado pálpito en sus sienes era el mismísimo latido de su propio corazón. Los labios de Riki palidecieron, a su cara se le fue el color. Atropelladamente, la criatura lo persiguió por la pared transparente como un depredador yendo tras una presa.
Darse cuenta de que la puerta por la que había entrado se había desvanecido en algún punto, desencadenó una fría descarga que atravesó a Riki hasta el centro de su ser. Se quedó ahí estupefacto.
Una risa suave y amortiguada rebotó aparentemente de la nada. Riki apenas reprimió el grito que escaló por su garganta como una mano helada oprimiendo su corazón. La mitad inferior de su cuerpo se estremeció.
El sonido constante de los pasos se acercó más y más, asemejándose al ritmo de su acelerado corazón, como para pisotearlo. En lo que se acercó, la tensión cerrándose en torno a su garganta, esa cosa surcando la azul oscuridad inesperadamente mostró su fría y encantadora sonrisa frente a los bien abiertos ojos de Riki.
Riki estaba demasiado alarmado como para articular respuesta alguna, pero por razones que no comprendió, se sintió aliviado. Estas dos emociones encontradas sacudieron sus pensamientos adelante y atrás, Riki se tragó el grito mudo que salió de sus labios.
Acto seguido, sus piernas cedieron ante su peso.
Tomando aquella reacción como una especie de señal, la habitación se llenó de una suave luz que desencadenó también una respuesta en la creatura que lo perseguía. Se dio vuelta y huyó, desapareciendo de vista en un parpadeo.
“¿Te ayudo?” preguntó una fría y tranquila voz que Riki no hubiera podido olvidar aunque así lo deseara. Hablaba de una forma que sugería que estaba conteniendo la risa, y era claro a los venenosos ojos de Riki, una vez más, que la garganta del hombre estaba convulsionando por el humor. “Ah, cierto. No te gusta estar en deuda con nadie.”



¡Maldito hijo de puta!
Apretando los dientes, conteniendo la rabia, Riki se puso a cuatro patas intentando ponerse de pie.
¡Mierda—!
En un momento como ese, estaba forzado a estar en semejante postura tan humillante en frente del hombre. Su garganta ardió. Su posición era lo suficientemente embarazosa e incómoda, pero de alguna forma no podía reunir la energía para levantarse. Incluso si se las arreglaba para poner los pies en el suelo, sus rodillas no dejarían de temblar.
“Pero qué inesperado encuentro es este. Nunca habría imaginado tropezar contigo por aquí.” Habló sin rodeos y sin adornos, sonriendo fríamente curvando una de las esquinas de su boca. “¿Qué te pasa? ¿Tan emocionado estás de verme después de tanto tiempo que no puedes encontrar las palabras?”
“¿Qué—mierda—era—eso—?”
Habiendo llegado hasta ese punto, iba a tragarse su orgullo y aguantarse. Ese hombre ya había visto todo—cada tramo de vergüenza y ridiculez, mortificación y debilidad. Así que era hora de hacer de la necesidad virtud y dejar el ajuste de cuentas para después.
“Un prototipo experimental. Obtener la versión mejorada lista para uso militar va a tomar un tiempo.”
“Suena adorable, pero, ¿acaso piensas que puedes salirte con la tuya si le cuento a los cabecillas de la Mancomunidad? Apuesto que ellos tienen un par de cosas que decir al respecto.”
El hombre ni se inmutó al ser confrontado con tal bravura. “Vaya, vaya, te repones bastante rápido. No esperaría esa clase de respuesta de un hombre que ha estado a punto de orinarse encima.”
Sus palabras eran como una despectiva bofetada. La humillación solo agudizó la mirada en Riki y él respondió devolviéndosela con el doble de ácido.
“No me mires con esos rebeldes ojos tuyos. Me hacen querer escucharte gritar otra vez.”
La sonrisa del hombre se hizo más fría. Recordar cómo había sido manipulado y deshonrado hizo que el alma de Riki ardiera. Sin embargo, era diferente esta vez—y con fines distintos.
“Sigues siendo el mismo mocoso insolente.”
“¿Dónde está la salida?”
“No hay salida.”
Los ojos de Riki se abrieron como platos por la sorpresa. De un solo golpe el tormento que había sufrido esa noche en Minos y toda la melancolía generada regresaron a la vida. Se las arregló para mantener su turbulenta ira y resentimiento bajo control. Perder los estribos solo le daría al hombre más armas para usar contra él.
“No vine aquí para bromear contigo. ¿Dónde está la maldita salida?”
“Amenazarme no va a cambiar la situación, Riki.”
La sugestiva manera con la que el hombre había pronunciado su nombre hizo a Riki contener el aliento. ¿Cómo demonios sabe mi nombre?
Notando la confusión de Riki, el hombre agregó con voz suave, “¿No te advirtió Katze sobre ser muy curioso?”
¿Katze? Un chorro de agua helada bañó su creciente ira. ¿Qué estaba pasando? ¿De qué iba todo aquello? ¿Por qué estaba escuchando el nombre de Katze provenir de los labios de ese hombre también?
“Fue muy afortunado de que llegásemos a un acuerdo sin que las cosas se pusieran más feas de lo necesario.”
Riki lo miró sin comprender. Nunca hubiera caído en cuenta de que la cicatriz que Katze tenía en la mejilla podía de alguna forma tener relación con ese Blondie.
“Para tratarse de un mestizo de los barrios bajos, no era estúpido. Me hizo pasar un momento moderadamente bueno. Aunque, tenía mejores usos para él que como un experimento médico. ¿Qué hay sobre ti?” Una desenfrenada crueldad enaltecía su arrogante tono de voz.
“¿Quién demonios eres tú?” Riki se dio cuenta de que sus labios temblaban.
“Iason Mink. Un simple Blondie poniendo el éxito y el poder fuera del alcance del hombre común.”
¡Tiene que estar mintiendo! Riki contuvo las ganas de gritar. Retrocedió lentamente. ¿Es un qué? ¿Qué es quién? ¿Un simple Blondie? Esto no podía significar nada más que problemas para Riki.
Dio un paso atrás. Luego otro.
No pudo dar el tercero.
Iason agarró a Riki del brazo y lo atrajo hacia él con brusquedad. No solo su cara sino el cuerpo entero de Riki se estremecieron por la conmoción. Iason asió su quijada y la giró hacia él.
“Has cambiado desde la última vez que nos vimos.” Iason lo miró fijamente. “Dicen que eres conocido en el Mercado como ‘Riki el Siniestro’. Las viejas heridas deben ser demasiado insoportables cuando te mira. No hay duda de que Katze era una persona bastante fácil de convencer.”
Mientras Riki le daba vuelta a esas palabras en su cabeza, estaba sin habla. Para un mestizo que luchaba por respirar en la sofocante y opresiva atmósfera de los barrios bajos, un trabajo de mensajero caído del cielo era una oportunidad única en la vida.
¿Pero y qué si las cosas no habían resultado así por simple suerte? ¿Y qué si había una razón detrás de ello? Riki sintió los fríos tentáculos del miedo contra su espalda, considerando la posibilidad de que Katze lo hubiera arreglado todo desde el principio.
¿Pero para qué demonios? ¿Qué tenían que ver un agente que había emergido de los barrios bajos con un Blondie de Tanagura? No podía entenderlo, no importaba lo mucho que pensara.
Le habían tendido una trampa. Pero, ¿por qué? Siempre estaba pidiendo meterse en problemas, y generalmente lo conseguía, así que supuso que era justo. ¿Pero ahora esto? ¿De qué se trataba todo esto? Algo estaba pasando. Algo de lo que no se daba cuenta—
Cuando lo pensaba en esos términos, su ira se desbordaba. Sentía como si todo lo que hubiera hecho su vida vivible se estuviera desmoronando. Por un segundo, el mundo frente a sus ojos se hizo oscuro.
“¿Qué vas a hacer conmigo?”
“¿Qué quieres que haga contigo?” Iason se le rió en la cara.
A ese punto Riki no podía ignorar el escalofrío que se apoderaba de su ser.

sábado, 2 de agosto de 2014

AnK - Volúmen 2, Capítulo 5

La magnífica cabellera dorada del hombre era prueba de su clase privilegiada y su membresía entre los más altos rangos de la élite. Su penetrante y divina apariencia le otorgaba un aire de dignidad inalcanzable. La autoridad en su mirada hacía temblar a las personas.
Su tranquila voz rebosante de crueldad no tenía problema en apalear el orgullo de Riki. Según la opinión de este último, había sido creado a partir de las peores características del mismísimo satanás. Riki no sabía nada sobre él excepto que se trataba de un Blondie de Tanagura. Ni siquiera su nombre.
Por supuesto, si de verdad hubiera estado muriéndose por saber y se hubiera tomado el tiempo de investigar, probablemente se hubiera sorprendido al enterarse de que la información fuera tan fácil de conseguir. Pero incluso ahora, no estaba seguro de querer saberlo.
Y no era solamente porque estuviera dolido por su penosa experiencia.
Saber más—conocer solo su nombre—tan solo significaba caer aún más bajo el hechizo del hombre. El hecho era que pensar en él aunque fuera un poquito lo sacaba de casillas completamente.
 El mercado negro traía a flote lo mejor de él, y para Riki el recuerdo de aquella noche era la única mancha vergonzosa de su alma. No quería pensar en eso de nuevo. ¿Entonces por qué, cuando podía descansar y relajarse entre trabajos, se le venía a la mente la imagen de ese rostro perspicaz? ¿Recordándolo como si estuviera impreso en su cerebro?
El dolor era tan imperceptible que podía ignorarlo, pero era un tipo de ardor que supuraba y cuya hinchazón no cedía. En momentos como esos, medio inconscientemente Riki bajaba la mano hasta el bolsillo de su pantalón y apretaba un llavero, chirreando los dientes. El objeto en sus dedos era la moneda dorada que el hombre le había arrojado ese día antes de marcharse.
“El cambio por el soborno que me forzaste a aceptar.” Era lo que le había dicho a Riki. Riki pensó en tirarla por una alcantarilla, o mejor, dársela a Zach para que la cambiara por dinero en efectivo. Pero por alguna razón se la quedó; nunca antes había visto nada parecido y no tenía idea de cuál era su verdadero valor.
Por otro lado, no quería que los ojos perspicaces de Zach curiosearan acerca de su origen. Con el tiempo perdió el ímpetu de deshacerse de ella. Sería distinto si representase el botín de una buena batalla. La razón por la cual mantenía ese símbolo de degradación a su persona era un misterio para él.
Con el trabajo de mensajero cayendo del cielo, conociendo a Katze, viendo con sus propios ojos la forma en que Caracortada se había ganado la vida—Riki se había olvidado de la humillante moneda. Aunque de vez en cuando le embargaba el pensamiento de que quizás la conservaba como una advertencia, un recordatorio de la clase de mocoso ignorante que había sido.
Pero incluso entonces tenía la sensación de que cualquier intento era inútil. “¡Qué jodido está todo!” se regañaba, dándole vueltas a la moneda entre sus dedos y sosteniéndola a la luz. No resultaba tan inusual excepto por el deslumbrante diseño dorado al que nunca pudo acostumbrarse del todo. ¿Se supone que es una especie de cresta, de sello o algo así? Riki suspiró profundamente dándose cuenta de que estaba comiéndose la moneda con los ojos como si fuera la primera vez que la viera.
En eso, su compañero mensajero Alec se dejó caer sobre una silla. “Hola, bonito juguete el que llevas ahí.” Miró a Riki, sus ojos ocultos por sus omnipresentes gafas. “¿De dónde lo sacaste?”
Alec no preguntaba porque en serio le importaran una mierda las preocupaciones de Riki. Esta vez había sido sencillamente porque tenía curiosidad… o eso infirió Riki por el tono de su voz, incapaz de leer su expresión tras las gafas.
Para ser honesto, Riki encontraba más bien repulsivo ser examinado a través de esos lentes tintados. No podía saber qué o a donde miraba Alec. Sin mencionar que sus propias emociones eran sencillas de captar con él parado detrás de un espejo de cara única. Era molesto que fuera su compañero y todo.
Cuando Katze lo había emparejado con Alec, a Riki no le había importado quién pudiera ser su compañero. Lo único que lo sacaba de casillas era la forma en que Alec lo miraba a través de esas gafas. Podía sentir sus ojos sobre él pero no podía verlos. Lo ponía muy nervioso.
Si tenía alguna especie de condición médica y tenía que llevar las gafas sin importar qué, era otro asunto. Pero de lo contrario, cuando conocía a alguien cara a cara, prefería mirar a esa persona a los ojos al hablarle.
“Oye, Alec. ¿Llevas esas gafas para estar a la moda? ¿O le pasa algo malo a tus ojos?”
Ya que había estado cumpliendo con su parte del trabajo, Riki consideraba que debía aclarar tan directamente como fuera posible cualquier preocupación e inquietud que los dos pudieran tener.
“¿Por qué me preguntarías algo así?”
“No me gusta no saber a dónde estás mirando cuando tienes esas cosas puestas. Si son absolutamente necesarias nada qué hacer, supongo. Pero si no, me gustaría verte a los ojos cuando te hablo.”
Alec demoró en responder. Dejó ver una pequeña sonrisa. “¿Sabías tú que soy Karinés?”
“No sabía.”
“Obvio que no. O no habrías hecho una observación tan estúpida.”
Riki contuvo el aliento por unos segundos, preguntándose si de alguna forma había encendido la mecha del temperamento de Alec. A ese punto no podía retractarse de sus palabras, así que su única opción era seguir insistiendo sin que importara. “¿O sea que es algo malo que seas un Karinés o lo que sea?”
“No. Mi punto es que tienes las pelotas bien puestas queriendo mirarme a los ojos.” Alec se inclinó sobre la mesa en lo que hablaba, sus narices a unos centímetros de tocarse. “¿En serio quieres ver?”
Una repentina oleada de curiosidad opacó su nerviosismo. ¿Los ojos Karineses guardan alguna especie de secreto? Los ojos de Alec permanecían ocultos tras el grueso par de lentillas. Mierda, no vengas a decirme que voy a convertirme en piedra o algo así— Riki pareció acordarse de una historia mitológica antigua sobre eso.
“Deja de hacerte el interesante conmigo y quítatelas.”
Alec dejó de reclinarse sobre la mesa y se enderezó. Aspiró por la nariz en un aspaviento aburrido. “Huh. Tal como a un niño. En una situación como esta se supone que debes ponerte tieso y empezar a temblar, pero he estado equivocado en esperar un encanto tan femenino provenir de alguien como tú.”
Pasó un rato mientras Riki lo miraba boquiabierto, pasmado y en silencio. Cuando ya no pudo soportarlo más, bramó: “¡Alec!”
Alec se arrancó las gafas de un movimiento brusco. “Está bien, está bien. Siento hacerte esperar,” dijo con una sonrisita torcida. Fijó su mirada en Riki.
El chillido de sorpresa de Riki se quedó atrapado en su garganta. Los irises verticales de los ojos gatunos de Alec irradiaban un color escarlata. Ojos rojos. Un par de joyas con gotas de sangre incrustadas. La cara del Ghil de su época pasada le pasó por la cabeza y un temor hizo presa a su corazón.

“Lo lamento, Riki. Hice lo mejor que pude. Lo mejor que pude. Lo siento

Como era propenso a hacer cada vez que recordaba esa fantasmagórica y delgada voz, Riki abrió a tope sus ojos oscuros  y contempló a Alec. ¿Cómo podía ser? A pesar de su aversión a ser escrutado a través de unos anteojos tintados, se daba cuenta de que era un tanto aliviador que Alec escondiera sus ojos carmesí. Se recordó a sí mismo que no tenía tiempo para involucrarse en sentimentalismos tan impropios en él.
Pero en ese particular instante, lo que realmente sorprendió a Riki fue como el despreocupado y resbaladizo Alec—quien siempre permanecía fiel a su forma simplista y relajada de ser—se mostraba en serio conmocionado.
“¿Cuál es el problema?”
“¿No es eso—no es eso una moneda Aurora?”
“¿Aurora?” repitió Riki entornando los ojos. Nunca había escuchado esa palabra.
“¿Qué? ¿Me estás diciendo que no lo sabes?” Tras sus gafas su mirada se desplazó de Riki a la moneda una y otra vez. Estaba estupefacto. “Y ahora esto. Increíble, coño.” Dejó salir un suspiro exagerado.
¿Por qué arma tanto escándalo por algo como esto? Pensó Riki. Es solo una estúpida moneda, ¿no es cierto?
“Bueno, en realidad es la primera vez que veo una también, así que no estoy en postura de reprocharte nada al respecto. Sin mencionar que es un mundo completamente aparte del nuestro.”
“¿Y entonces qué mierda es esto?” demandó Riki. La insinuación que Alec estaba haciendo y la manera en que insistía sobre el asunto empezaban a destrozarle los nervios.
“Una moneda Aurora es una moneda de mascota. Dinero mascotil. En pocas palabras, es dinero para uso exclusivo de las mascotas.”
Transcurrió un largo segundo durante el cual Riki digirió esa información. Sus ojos se abrieron en una réplica silenciosa. ¿Dinero de mascota? Era más que solo inesperado. Sintió como la palabra—con la cual su cerebro nunca había dado—rebotaba en su cráneo como una pelota de pin pon.
El mundo se tornó blanco, como una luz estroboscópica estallando frente a sus ojos. La actitud insolente de su cara desapareció en un parpadeo, de modo tal que no quedó ni una partícula de sus pícaros encantos. Su expresión decía más de lo que podrían las palabras.
Alec lo miró asombrado. Y entonces, quizás ocurriéndosele una idea, sonrió. “Así se llama, pero como su uso es tan restringido—quien puede usarlo y donde—no tiene mucho valor en los distritos comerciales. Las monedas de mascota se conocen comúnmente como fichas.”
La explicación lo tomó como una serie de golpes en la cabeza. Ese maldito bastardo— Riki sintió que la sangre se le iba del rostro. Dinero de mascota. Nunca se habría imaginado que algo como eso existía en el mundo. “¿O sea que estamos hablando de dinero falso?” A pesar de todo su autocontrol, su voz sonó aguda.
“No, no es eso.”
“¿Entonces qué? ¿Una moneda sin valor? ¿Qué diablos haces con ella?” dijo, medio enardecido, mirando a Alec, un dejo de peligro en sus ojos.
Alec se encogió de hombros. “No se utiliza del mismo modo que el dinero,” dijo con franqueza. “Su valor es simbólico. Representa tu estatus, es la prueba de que eres tan cochinamente rico que te puedes permitir una mascota.”
¿Simbolizar tu estatus? Repitió Riki para sus adentros, disgustado. Recordar contra su voluntad el rostro del hombre, la encarnación del poder y la riqueza, lo hizo poner una mueca inconsciente.
“Por lo que vale, son intercambiadas entre recolectores fanáticos por el valor de sus diseños únicamente. Dependiendo del dibujo pueden demandar un bonito precio.”
“Sí, por idiotas,” escupió Riki en un tono venenoso. No podía empezar a comprender el concepto de crear una moneda especial sin ningún valor monetario real, simplemente para proveer a las mascotas con “cambio”. O de tontos ansiosos por hacerse con dinero real para poner sus manos sobre ellas.
Como si Alec fuese cómplice de los pensamientos internos de Riki, siguió explicando. “Por la forma en que el sistema está elaborado, el dinero pasa de mano en mano y termina regresando a manos de los ricos. Como dicen, si no puedes entregarte al vicio de la forma en que tú quieres es que no eres verdaderamente adinerado.”
Sonrió con un solo lado de la boca. “Esa moneda Aurora que tienes ahí es para las mascotas criadas en Eos. Rara vez aparecen en circulación. Los colectores matan por ellas. No sé de donde la obtuviste, pero pon un anuncio sobre esa cosa en una subasta online y tendrás un montón de compradores interesados. Podrías ganar una dulce fortuna.”
“Eos—¿tiene eso algo que ver con Tanagura?”
“Pues claro. Es ahí donde viven las élites. La torre palacio. Oye, el diseño que tiene gravado es el mismo patrón que encuentras en el estandarte de Tanagura. Sin mencionar que esa cadena luce como de oro de veinticuatro quilates. Atraería la atención no solamente de los recolectores acérrimos.”
Alec hablaba con un gran sentido de autoridad sobre la clase de valor que algo como una moneda Aurora podía tener, pero Riki no captó ni la mitad de lo que estaba diciendo. ¡Ese hijo de perra me lo estaba restregando en la cara!
Tratar a una persona como si fuera mierda, un simple juguete, y al final arrojarle una ficha sabiendo que no tenía valor como dinero llamándole “cambio por el soborno”. ¿Cuán terrible debía joder un hombre a alguien para poder sentirse bien consigo mismo? ¡Mierda! Riki hirvió de ira.
“Me estoy dignando a tratar a una basura de los barrios bajos de la misma forma que a una mascota de Tanagura. ¿Y aun así no estás contento?” Aquellas palabras que se habían aferrado a su alma, impregnadas de fría y despectiva burla, relampaguearon ante sus sentidos.
¡Mierda!
Sintiendo como si fuera a vomitar, Riki apretó los labios que le temblaban.
¡¡Mierda!!
Las vulgaridades escalando su garganta quemaban su lengua. No podía empezar a imaginar la humillación que sentiría si le pidiese a Zach que vendiera la moneda.
¡¡¡Mierda!!!
Su cerebro hirvió en su cabeza. Déjame dejarte en claro una cosa, pedazo de mierda. La próxima vez que te vea, no me importa cuándo o dónde, voy a matarte. Aunque era probable que volvieran a encontrarse por el tiempo en que se congelaran los infiernos.
Aun así, Riki no pudo evitar sacudir el puño y berrear de pura furia.
Alec no tenía idea de lo que estaba pasando. Riki se había quedado silencioso en medio de la conversación y entonces prácticamente había tenido un infarto cerebral delante de él, al borde de estallar en una ira apoplética.
Tomó un largo respiro. Tranquilo, chico, con calma. No te descontroles cuando tenemos trabajo por hacer. Se guardó su consejo y dejó salir el aire lentamente, preguntándose qué había descolocado a Riki. Era suficiente para provocarle una migraña.

El chico se había abierto paso fuera de los barrios bajos y miraba a todo el mundo con la misma mirada dura y parca. Hacía casi tres meses que Katze los había puesto juntos. Por entonces, Alec estaba seguro de su mala suerte. Dejó escapar un bufido.
De todas formas, desde su perspectiva, finalmente obtendría su oportunidad, aunque no había imaginado que terminaría con ese chico en particular. No se había tomado el asunto lo suficientemente en serio como para creer que, aunque fuera por accidente, la responsabilidad recaería sobre él.
La clase de fascistas que denominaban a Riki “basura de alcantarilla” usaban los mismos epítetos para un inmigrante del sistema solar Karin como Alec. Con sus habilidades empáticas, los Karineses eran famosos por ser una raza de curanderos. Pero a causa de esas habilidades, otros temían que de ser tocado por uno de ellos sus pensamientos e intenciones quedasen revelados.
Así que era una gran parte de la población que los veía con una repulsión visceral. Como sus iris rojos y gatunos eran un claro indicativo, aparte de su vida privada, Alec nunca iba a ninguna parte sin ocultarlos tras un par de lentes oscuros.
Las razones para disfrazar su identidad incluían el simple deseo de evadir los rumores que ocasionaban un montón de problemas innecesarios. Folclore urbano tipo: Los ojos rojos de los Karineses son presagios de mal augurio. Y: Con solo mirarte, un Karinés puede robarte energía vital y matarte.
No importaba cuál fuera el secreto, en algún punto se desataría y correría como rumor. Siempre que percibiera esas turbulentas reacciones en las miradas que recaían sobre él—para bien o para mal—Alec no podía permitirse bajar la guardia. Aunque mantenía una postura cautelosa y hacía de lado el mundo con cinismo, seguía teniéndole cariño a la humanidad.
Independientemente de las opiniones de quienes lo rodeaban, la suya era más que solo una máscara protectora. Disfrutaba de su reputación como un chico que se iba tan rápido como llegaba. “Lo que será, será,” era su lema.
Aunque por lo menos esta vez su suspiro tuvo la fuerza de un vendaval. ¿Por qué? ¿Cuál es el problema? ¿Por qué rayos tenía que ser el compañero de ese chico?
Sabiendo que oponerse a último minuto no tendría caso, se pasó los dedos por su desordenado y extraño cabello de color dorado, como la melena de un león. “Jefe,” dijo ejerciendo su derecho a rehusarse de manera casual. “Cuidar niños no es mi fuerte”.
Como era de esperarse, en breve Katze desestimó sus preocupaciones. “No te preocupes por eso. No es un mocoso ordinario. Ya va siendo hora de un cambio, ¿no te parece?”
Con que el chico no era aburrido. ¿Pero no era esa otra forma de decir que era un gran dolor de cabeza?
A Alec no le resultaba tan aburrida la condición humana como para encontrar regocijo en meterse en los asuntos de otros, pero sus colegas no pudieron resistirse a echarle en cara lo que se le venía encima.
“Oye, buena suerte.”
“Menos mal, no tendré nada de qué preocuparme está noche, lo sé.”
“Haz que trabaje duro, Alec.”
“No seas blando con él, eso solo lo hará peor.”
Debieron haber estado hablando sin pensar, pero lo que en realidad estaban diciendo no se limitaba solo a Riki. Tampoco querían emparejarse con Alec.
Alec no se consideraba un guerrero distante o un lobo solitario, pero tampoco quería cargar consigo semejante granada. Las personalidades disparejas de Riki y suya se cancelaban la una a la otra, pero cuando las cosas salían mal, sus peores aspectos se multiplicaban.
Aunque Katze fuera consciente de eso, ya había tomado una decisión, y no tenía intenciones de deshacerla a ese punto. Aun así, Alec se reservó el derecho de quejarse. Desde entonces, había llegado a admitir que su lectura inicial de la situación había estado equivocada. Lejos de ser un problemático, Riki era el auténtico ojo del huracán.

Había dos tipos de mensajeros en el mercado negro. De acuerdo al sistema de clases de Midas eran asignados (de acuerdo a sus linajes sanguíneos) a los Megisto, o eran empleados independientemente por Athos.
Ridiculizados como los “perros devotos del Mercado”, los Megisto no tenían problemas con seguir cada orden de sus superiores. De ordenarles que se clavaran la espada en el vientre, lo harían sin protestar. Por lo mismo sin embargo, esa falta de flexibilidad cuando las cosas no salían según lo planeado era un inconveniente serio.
La rutina, ponerse manos a la obra era su fuerte, pero habiéndose acostumbrado a acatar órdenes, no podían pensar por sí mismos e improvisar de inmediato cuando se les requería.
Athos era justamente lo contrario. Atados no por su lealtad o fidelidad, sino solo por un contrato, eran miembros en toda regla del mercado. Los había de diferentes razas y orígenes, y la mayor parte del tiempo doblaban sus dotaciones naturales de inteligencia y valor con iguales cantidades de valentía. En otras palabras, todos eran lobos solitarios de una u otra casta.
Mientras que no atacaban a aquellos que consideraban sus iguales, exigían un profundo y terco orgullo en su habilidad para hacer el trabajo. Inevitablemente, su jefe también ponía a prueba los límites de esas habilidades.
Sabían que su jefe era un mestizo de los barrios bajos que se había sacado a sí mismo del pozo, y aunque eran lo suficientemente curiosos por derecho propio, a diferencia de los irritables y prejuiciosos Megisto, no insultaban sin justificación.
Sabían qué tan capaz y realizado era su jefe. No lo despreciaban de la forma en que lo hacían los Megisto. Mayor razón para no importarle una mierda cuando a sus espaldas lo llamaban mascota mestiza de los barrios bajos.
El perro inteligente no ladraba en vano sino que en silencio se afilaba los colmillos. No necesitaban rebajarse al nivel de un sabueso de pacotilla. Sus habilidades como mensajeros “cazadores” quienes a veces también decidían por sí mismos buscando contrataciones eran mucho más superiores también. Sus habilidades eran evidentes a simple vista.
Consecuentemente, que Katze invitara a Riki al rebaño como un miembro de Athos se les antojaba a todos ellos como una especie de broma. Después de un aturdidor momento de silencio intercambiaron miradas y entonces con las mismas sonrisas irónicas se encogieron de hombros.
Sabían que no era por espectáculo o por capricho, pero nadie pensó que Katze introduciría en el ambiente libertino y temerario del Mercado lo que no era más que un mocoso revoltoso y novato a ojos de todo el mundo.
Pero no era una negociación. Katze había anunciado su decisión y dado el veredicto final sobre el asunto. Incierto sobre cómo lidiar con el joven, Alec y los otros imaginaron que podían dejarle las cosas al jefe.
La uña que sobresalía era recortada. Era sentido común. A nadie le gustaba un don perfecto, y si ese don perfecto resultaba ser el mestizo levantándose de los barrios bajos, no era difícil de concebir que se ganara un celoso rencor.
No importaba cuán severas fueran las restricciones del sistema feudal de clases, el deseo humano por sí mismo no conocía límites. Dada la correcta motivación, podían encontrarse resquicios donde fuera—gente que no podía encontrarlos tenían que alentarse pensando que simplemente les había tocado una pésima baraja de cartas en la vida.
Como prueba de su identidad, los ciudadanos de Midas tenían un biochip integrado a los lóbulos de sus orejas justo después de nacer. Se decía que se cortarían la oreja más rápido de lo que renunciarían a él. Un chico como Riki no tenía algo como un dispositivo PAM.
Había una gran cantidad de curiosidad acerca de la exacta naturaleza de las circunstancias en torno al joven, pero no era un deseo tan grande como para ahondar en los asuntos privados de una persona. La confianza mutua y el dinero eran esenciales en el contrato, como lo era un cierto grado de estudiada indiferencia: no ver, no hablar y no oír lo que no se suponía que debieran ver, comentar u oír.
Los miembros de Athos, contratados por dinero, estaban familiarizados a su manera con el arte de hacerse amigos si la situación lo demandaba. Sin embargo este joven intruso apareciendo de la nada, en lo que había sido hasta entonces un ambiente sin problemas, los había disgustado muchísimo.
¿Debían continuar como era lo usual y tratarlo con suspicacia, o solo como al subordinado más joven en unirse a Athos desde sus inicios? Katze no les había dicho que lo mantuviesen ocupado y lo emplearan bien. Todo lo que había dicho era; “Este es Riki. De ahora en adelante es uno de nosotros.”
Incluso anunciando que se había convertido en un miembro, les daba la sensación de que no estaba ahí para adquirir experiencia como mensajero. Quizás Katze tenía otros planes para él. Al empezar, el trabajo de un novato típicamente giraba en torno al papeleo. Katze no le había asignado a nadie como apoyo, y eso no era común en él. Su actitud con respecto a Riki era: Solo te diré esto una vez.
Mirando a Riki por el rabillo del ojo, el equipo tenía que preguntarse cómo había terminado allí. En otras palabras, pensaban que Katze lo había puesto en la nómina como un favor para alguien. En cuyo caso solo estaba otorgándole a Riki el tratamiento exigido.
No obstante, con un espíritu que rayaba en la arrogancia, Riki desquebrajo sus expectativas. Para asegurarse, no era exactamente respetuoso para con sus superiores, pero no era un mocoso insufrible tampoco.
Independientemente de los planes que tuviera Katze, a su manera Riki parecía estar determinado a aprender todo lo que hubiera por conocer del Mercado tan rápido como le fuera posible. Tomando solo lo que le daban no era suficiente. Sus ojos constantemente buscaban el siguiente escalón que pudiera satisfacer su deseo de mejorar. La clase de pasión pura y temeraria que el resto de ellos había perdido hacía mucho tiempo, ese grado de jovialidad necesaria para seguir adelante con los ojos firmemente enfocados en el camino que tenían en frente.
Tenía un ansia positiva de aprender cualquier cosa que no supiera. Mucho mejor es preguntar y parecer tonto un segundo que permanecer en silencio y serlo para siempre. Interceptaba a cualquier colega que se le cruzara y lo atiborraba de preguntas.
Echaba mano de todo lo que tuviera a su alcance para aprender más. La fuerza de su voluntad era increíble. Al principio sus colegas encontraron deprimente su exuberancia. Ese grado de deseo dejaba en claro que no estaba de ningún modo esperando dócilmente el momento hasta que algo mejor le llegara.
Con el tiempo sin embargo, quedaron impresionados y complacidamente sorprendidos. No estaba contento con su status quo. Creaba su propio futuro. Nadie podía culparlo con esa clase de espíritu indomable.
Incluso con los traspiés, los desatinos ocasionales, no se rendía. Un chico con ese espíritu tipo “sí se puede” no iba jamás a quedarse sin cosas qué hacer. Que una persona terminara como un gorrón que tan solo seguía la corriente era una decisión tomada, no por los demás, sino por ella misma.
Riki de manera entusiasta había resuelto el caso por su cuenta y se lo había hecho creer al jurado justo delante de sus ojos.
Para entonces no solo Athos y Megisto, sino el Mercado también sabía de dónde provenía Riki. Pero a pesar de que ahora miraban a Riki con ojos distintos, Riki no había cambiado en absoluto. A un grado admirable, su actitud hablaba por él: No tengo tiempo de preocuparme por lo que estos idiotas piensen de mí.
Lo que no significaba que evitaba problemas innecesarios siempre. Podía empezar una pelea con un gesto de su cara tan fácilmente como las palabras saliendo de su boca.
Desde la prespectiva de Alec, acostumbrado como estaba a las maneras del mundo, el comportamiento de Riki no era del todo producto de una obstinación infantil. Pero cuando lo consideraba como el innegociable orgullo nacido de las telarañas colgantes del prejuicio y la discriminación de la que Riki siempre había sido víctima, entonces esa terquedad se le asemejaba a la que debiera esperarse proceder de un chiquillo.
Y no era nada tonto. Llámese terquedad o algo más, una persona que poseyera ese sentido de sí mismo estaba destinada a la adversidad. Una impresión de convicción que no se tambaleaba con nada. En cuanto a eso, Alec presentía un misterioso parecido entre Riki y Katze, quien aparentemente no compartía nada más con él que sus raíces en los barrios bajos.
Sin embargo, eran incontables los idiotas que no podían callarse sobre eso. Cuando los más impertinentes miembros de los Megisto aparecían, Alec y los otros no podían evitar quedarse impresionados por el inesperado estilo fuerte de pelear de Riki, digno del de alguien que ya hubiera estado involucrado en peleas varias veces antes.
La expresión de su rostro justo antes de lanzar el primer puñetazo. La forma en que fijaba a su oponente en la mira. Sus ojos entrecerrándose en las esquinas y llenándose de odio—¿de dónde provenía todo ese escalofriante odio?



Su aura generalmente jovial y hosca se desvanecía y un aspecto completamente diferente de él era puesto en pantalla. ¿Qué clase de criatura era esa? Alec no era el único tragando con dificultad por la sorpresa.
Rápido.
Inteligente.
Fléxible.
Golpeando y bailando y acorralando. Una bestia embravecida, enseñando sus brutales colmillos, hipnotizando de miedo a sus enemigos.
Burlas.
Comentarios.
Hasta los espectadores que se detenían a mirar el espectáculo se quedaban sin aliento en algún punto, en silencio. La única persona que no parecía sorprendida en lo más mínimo era Katze.
Fue ahí cuando Alec empezó a creer que Riki no había llegado al Mercado para ser cuidado cual sanguijuela inútil. Como decía el dicho, “Quien detiene el castigo, a su hijo aborrece”. Con tal de comprobar los límites de las habilidades de Riki, Katze había hecho su apuesta y dejado fluir las cosas sin imponer condiciones.
Era incluso posible que Katze hubiera sacado a Riki de su mismo ambiente y lo estuviera educando para hacerlo su futura mano derecha.
Fue eso lo que lo puso a pensar en la charla que habían tenido sobre Riki siendo su compañero. ¿De eso se ha tratado todo este tiempo? Debía preguntarse. El profundo suspiro que dejó escapar estaba cargado de significado.
La idea de que aun con todo el aparente ascetismo y parvedad de Katze, en algún lugar de su corazón pudiera estar en busca de un espíritu afín, se le antojó como una especie de traición. Y pensar de esa forma lo dejó en una especie de extraño estado mental melancólico que era al mismo tiempo muy impropio de él.
Siendo consciente de que estaba sobrepasando su posición, tuvo que preguntar. “¿Así que me estás pidiendo que construya para él las bases de lo que implica ser un mensajero y lo prepare para que asuma la posición de liderazgo?”
“No. No es necesario. Mi trabajo no es convertirlo en una especie mensajero élite.”
¿En tal caso cuál es su trabajo?
Lo que Katze quería para él era que acumulara un amplio rango de experiencias con el futuro en mente.
Katze no tenía intenciones de dejar que su diamante en bruto se echara a perder por culpa de terceros antes de haberlo pulido hasta la perfección. Las expectativas de Katze en cuanto a eso eran tan claras como el agua. Sin querer Alec se encontró sonriendo.
“¿O sea que eso significa andar tras él, vigilando y asegurándome de que nadie lo descoloque?”
Incapaz de leer la ironía en la expresión de Alec tras sus lentes oscuros, Katze no denotó ni una pizca de emoción. “No necesitas llegar a ese extremo,” le dijo sin interés y con claridad. “Mira, de una forma u otra es un auténtico Varja.”
“¿Varja?” Repitió Alec. Era una palabra con la que no estaba familiarizado.
Katze encendió otro cigarrillo. El único mal hábito de este hombre exigente. Y nadie más que un Karinés como Alec habría detectado la diminuta cantidad de opio que contenía el humo. No era un adicto. No lo fumaba delante de los demás para presumir la alta clase de su alijo. Pero Alec entendía por qué Katze sentía que tenía que fumarlo: ser el jefe día tras día era un trabajo agotador.
A pesar de que ambos eran considerados los perros de garaje del Mercado, la mutua hostilidad entre los Megisto y los Athos los había convertido en algo parecido a unos enemigos naturales. Y ser afrontados por la espada de doble filo que era Riki—era razón suficiente para aquella pequeña indulgencia.
“Originalmente, Riki era la bestia azabache de la leyenda de la Veela, un ser mágico de exquisita belleza que cazaba las almas de los humanos. Supuestamente era incontable la cantidad de gente que perdía la compostura y terminaba hechizada por las lustrosas perlas negras de sus ojos.”
Alec creía haber captado la esencia de lo que Katze intentaba decirle. “En otras palabras, en cuanto a la persona en cuestión concierne, aun si no te provoca esa sensación en lo más mínimo, son incontables los hombres que, por enfocarse en los detalles, se lo pierden todo. ¿A eso te refieres?”
En breve sentía que estaba siendo brutalmente honesto, pero en verdad esos orbes negros estaban infundidos con un curioso y encantador poder. Ojos brillantes que traían a tu mente, no tanto el frío silencio del borde del abismo, sino el latente magma negro que engendraba el deseo personal de poseer, incluso si el brillo de esos ojos reflejaba una sed de sangre y venganza.
Para ser honesto, Alec también estaba hipnotizado por ese turbulento mundo. No significaba necesariamente que iba a empezar a ver a Riki desde una perspectiva completamente nueva, pero sí sintió la necesidad de darle prioridad al dominio de sí mismo y en cambio poner a raya sus impulsos.
“Es porque los barrios bajos son un mundo extraño deformado por la sobrepoblación de varones. Cualquiera que no encaje debe decidir si se hace a un lado o consigue que lo cacen,” Dijo Katze.
“Y si no es ninguna de las anteriores, entonces, ¿es una pelea hasta el final?”
“Ve a buscar una pelea y espera que te paguen de vuelta con intereses. Directo a la carne y al hueso. Esa es la ley de los barrios bajos.”
Alec dejó escapar un profundo suspiro, pensando en cómo la inherente rudeza de Riki, una aparente contradicción con su físico, había sido cultivada hasta ese punto. En un mundo donde la ley común era la ley de la selva, o endurecías el corazón y la mente o no sobrevivías.
Y sabía con mirar a Katze que el hombre no era solo palabrería. En un mundo donde la lógica del poder permanecía incuestionable, la belleza no hacía más que convertir a una persona en una presa.
Pelear, lisonjear o ser pisoteado era la cuestión.
No conocía los detalles precisos del ascenso de Katze como un hacker. Se rumoraba que la cicatriz en su mejilla era un vestigio de ese pasado. Llevándola a la vista como una medalla de honor y adoptando el apodo de “Caracortada” imponía —más que su deseo de no ser considerado un novato—una postura amenazante ante quienes le rodeaban.
Porque el mismo Katze no decía nada, cualquiera que pudiera ser la verdad nunca se solidificaba de los espejismos del rumor.
Estrictamente en términos de belleza, había muchas caras más bonitas que la de Riki, quien todavía acarreaba esa aura de inmadurez e infantilismo. Pero desde la perspectiva de Alec, que Katze comparara a Riki con el legendario Varja no era en absoluto una exageración.
Aun sabiendo cuán repugnante le resultaba a Riki, el atractivo de su desordenado cabello negro hacía que Alec quisiera tocarlo y comprobarlo por su propia cuenta. Los rayos que irradiaban sus ojos negros reflejaban una preciosura más valiosa que una joya.
La inteligente fluidez de sus extremidades era excepcional, y la severidad de su temperamento contrastada con su delgada cintura tenía el efecto involuntario de deslumbrar las miradas de sus camaradas más depravados.
Pero lo que la gente encontraba más fascinante era la sensación única del todo, no la calidad—buena o mala—de las partes individuales.
“Aunque se cambie la ubicación, esas feromonas igual continuarían derramándose por todo el lugar. Siendo una persona que no tiene idea de lo que provoca, la convierte en la epitome de los participantes reacios,” dijo Katze, su voz había sonado amarga al pronunciar la palabra “feromonas”.
Que no diera la impresión de ser tan solo un sujeto encantador era tranquilizante. Riki atraía a los chicos, independientemente de su orientación. De ser mujer, toda esa especie de glamuroso encanto lo categorizaría como una femme fatale.
Pero para Riki, un gato callejero que no temía descubrir las garrar a cualquiera, las comparaciones como esas eran inapropiadas. No había nada especial en un mestizo de los barrios bajos. En su caso, proyectar esa fuerte sensación de “estar allí” atraía a la gente, y para bien o para mal hacía que sus corazones ardieran de emoción.
Para Alec también fue un poco terrorífico encontrarse tan irremediablemente afectado por los deseos que de otro modo jamás habría experimentado. Nunca hasta que Riki apareciera en su vida había sentido algo como eso.
A partir de cierto punto, los Athos mantuvieron su distancia de Riki por igual, probablemente porque presentían lo mismo y se andaban con cuidado cuando lo tenían cerca.
Todo el mundo se consideraba a sí mismo lo mejor. Si no tenían los cojones y el coraje para perseguir su objetivo y poner su auto control a prueba, permanecían siempre en la periferia.
Alec no era el único dándose cuenta de eso.
“¿Qué poner un collar alrededor del cuello de un animal salvaje y domar la bestia indomable no es el sueño eterno tuyo y de cualquier otro hombre en el universo?” Dijo Katze, dejando casualmente expuesta la retorcida mentalidad en juego.
Fue de esperarse que Alec reaccionara abriendo los ojos por un instante. Quizás trabajar como el compañero de Riki sirviera como una especie de inhibidor. Aunque no era el tipo de cosa a la cual deseara buscarle significados más profundos.
“Bueno, querer el control siempre ha sido más que solo ambición, es una cualidad esencial en el hombre. Pero hasta donde tengo entendido, no importa cuán tentadora sea la criatura, divisar un predador a la distancia y saber que muerde debería hacerte pensar dos veces el extender la mano, ¿no lo crees?”
Era probable que Katze no estuviera esperando una respuesta tan inofensiva, pero así se sentía Alec al respecto, especialmente si Katze anticipaba convertir a Riki en su mano derecha en el futuro. De hecho, de haber estado Katze dispuesto a aceptar un no por respuesta, Alec habría pasado de todo ese asunto de los compañeros.
Si sus anteriores compañeros pudieran verlo ahora, sin dudas lamentarían que se hubiese convertido en un perdedor acobardado por el desafío. Pero a Alec no le disgustaba su actual asociación con Athos. Siempre que tuviera su respeto propio, creía, no importaba lo que los demás pensaran de él.
Con mayor razón que Alec no hubiese captado lo que Katze tramaba.
Fue ahí cuando, después de que todo estuvo dicho y hecho, Katze mencionó esto último: “Nadie aquí sabe exactamente cómo encaja Riki en la ecuación, pero no busco que experimente grandes cambios.”
“¿Y con eso te refieres a—?”
“Con eso me refiero a que es el tipo de persona que supera los obstáculos que se encuentra en el camino y los lleva al siguiente nivel. Si la uña sobresaliendo consigue recibir todos los golpes por ello, que así sea. Pero no tienes por qué tomarte el tiempo.”
Las palabras de Katze pusieron patas arriba la idea que Alec se había formado en su cabeza hasta ahora. Inconscientemente enderezó su postura. “¿Así que no estás entrenando a Riki con un plan futuro en mente?”
Katze respondió torciendo una mejilla en una especie de mueca. “Puede ser que el chico sea demasiado inteligente para su propio bien. De ser así, entonces me habría gustado verlo atravesar momentos difíciles también. Pero en el caso de Riki, de ser eso suficiente para cambiar de modo drástico quién es, entonces francamente las repercusiones podrían ser aterradoras.”
“¿Con qué clase de acertijo del demonio me está cribando?” Pensó Alec.
“Así que de aquí en adelante, te pido que seas tú quien tome las riendas.”
Incluso después de recoger a Riki de las profundidades de los barrios bajos y ponerlo en libertad dentro del Mercado, Katze no quería que revolucionara el mundo de inmediato. Básicamente le estaba pidiendo a Alec que fuese un contrapeso para impedir que Riki se saliera de control. Alec no supo qué decir.

De modo que ahora se dirigía hacia la nave de carga con Riki a unos cuantos pasos delante de él. Contempló su espalda a través de sus lentes oscuros. Aún si quisiera quitárselos estando en su presencia, desde ese día no habría forma de poder hacerlo. Aunque fuera un empático, un curandero, simplemente no poseía unos poderes tan grandiosos.
Podía decirse, en el caso de Alec, sus habilidades como Karinés resultaban ser algo más allá de lo ordinario, unortodoxas incluso. Sus habilidades empáticas no se enfocaban en los seres humanos sino que eran ejercidas más plenamente hacia las máquinas. Y no solo las máquinas sino las inteligencias artificiales caracterizadas por computadoras.
Era la razón de que Alec fuese un mensajero que piloteaba naves de carga como por capricho, y también el hacker por excelencia del Mercado.
Por eso fue que se quedó muy desconcertado el día cuando Riki—quien no parecía saber nada sobre las habilidades especiales de los Karineses—le pidió que se quitara las gafas, y no consideró mostrarse reacio a la petición. Para Alec los anteojos no se remontaban a nada más que una forma de evadir penas innecesarias.
No pensaba que estuviera tratando de cementar ninguna clase de amistad con Riki a propósito. Más bien, quería crear una relación de confianza con su compañero. Solo que Riki se refirió al tema con una actitud tan seria que no pudo reprimir un poco de traviesa contrariedad.
Y así un empata que no debía tener ninguna afinidad especial por las emociones humanas terminó “leyendo” las de Riki. Al punto en que se encontró a sí mismo sumergido en los recuerdos de Riki.
Un par de ojos escarlata—
Un chico demacrado—
Una cama de hospital—
Y las palabras que no debió ser capaz de escuchar, los rasposos gemidos, trinaron en su cerebro. La incandescente sensación de tener sensaciones orgánicas de repente arremetió contra su mundo inorgánico. El dolor de los ojos negros y bien abiertos de Riki fijos en su persona.
Alec echó la cabeza hacia un lado, esquivando su mirada, para romper la cárcel de la mirada de Riki. Volvió a ponerse los lentes con las manos temblorosas, el mundo de nuevo tornándose de ese eterno matiz. El incesante pálpito de su corazón sacudió su cuerpo entero. Humedeció sus resecos labios una y otra vez, sintiendo el profundo alivio de regresar al mundo “normal” al que estaba tan acostumbrado.
Un error inesperado. Una indiscreción no anticipada. Y sentimientos de miedo que nunca había experimentado antes. Haciendo acopio de su ingenio, envió una mirada en dirección a Riki, evaluándolo y estudiándolo.
Riki miraba distraídamente hacia el cielo. Sin limpiarse los ojos vidriosos, había una expresión embrujada en su rostro que Alec jamás había visto. Torturado por extraños sentimientos de disgusto y, sin moverse de su sitio, no dijo otra palabra.
Luego de eso, solo fue consciente de estar de pie delante de Riki y estarlo mirando a través de sus gafas.
Yendo en la dirección que Katze había pretendido desde el comienzo, aunque inesperadamente, Alec terminó cumpliendo su trabajo como el “contrapeso”, el patrón por excelencia que el volante de Riki seguía. Sus quedos gruñidos fueron abrumados con escarnio y por el odio que sentía hacia sí mismo.