martes, 25 de julio de 2017

AnK - Volumen 5, Epílogo

Más temprano en Guardián.
“Esto—algo como esto—no puede ser” Kirie escuchó a un abatido Manon murmurar. “No puede ser cierto” su voz era ronca. “¡NO!”
Pero después su garganta se contrajo, ocasionando que sus chillidos se hicieran más agudos. “¡Eso no!” aulló en un falsetto repentino. “¡Esto no puede ser! ¡Mentira! ¡Es mentira!” sus rígidos y espasmódicos alaridos se quebraron.
Y después un fuerte sonido de un cristal quebrándose cuando uno de los cilindros estalló.
Eso también había sido culpa de Manon, quien de alguna manera se había hecho con el fragmento metálico de una silla y la había blandido contra el cristal, enviando a volar fragmentos en todas direcciones. Los fluidos orgánicos se derramaron en un torrente, las múltiples mangueras y redes quedaron colgando. Una cabeza humana rebotó contra el piso, aplastando su expuesto tronco encefálico.
Manon y Kirie observaron hasta que los hinchados y enrojecidos ojos que los observaba de vuelta dejaron de moverse. No podían apartar la vista, como si aquel punto poseyera un poder magnético sobre ellos. Observaron. Y observaron.
Y entonces, Manon comenzó a reírse. Un grito deformado por la demencia escapó de su garganta en lo que su bota descendía hasta estamparse contra su cara, aplastando esos ojos frenéticos como un par de huevos crudos.
Un enfermizo, y repetitivo golpe sordo.
Las piernas de Kirie cedieron bajo su peso. Colapsó en el piso mientras Manon seguía. Su risa histérica no se detenía.
Kirie vomitó y se alejó a rastras, jadeando. Sus extremidades adormecidas buscaron asirse de algo. Estaba metido en un charco de vómito, retorciéndose como un gusano.

Perdido en las sombras. No había diferencia entre el día y la noche. Aferrándose a las paredes y abrazándose a la tierra, conteniendo el aliento. Cada paso desencadenaba en él el pánico.
Pero su miedo más grande no era el hambre, la sed o las convulsiones que sacudían sus manos y pies. No, era quedarse dormido, solo, y perder el control de sus sentidos.
Se dormía un solo segundo y sentía esos desagradables tentáculos alcanzarlo desde la tranquila quietud. Desde ese mundo silencioso y fantasmagórico del que provenían esas criaturas grotescas.
Los cristales rotos. Las alarmas resonando. La risa aguda y enloquecida de Manon—
Quería sacarlo todo de su memoria, pero no podía olvidarlo. La pesadilla anidó dentro de su cerebro para quedarse.
Después de su orden de captura, ¿llegaría alguna vez la noche en que pudiera recostar la cabeza, descansar y dormir?
Tenía los pelos de punta. Su sangre rugía en sus oídos.
Lo que acababa de ver era demasiado para que pudiera soportarlo. Pero al intentar poner en palabras aquellas imágenes, sintió ganas de vomitar. Su lengua se hizo pesada dentro de su boca.

Con torpeza arrastró su cuerpo hasta el armario de Riki. Arrancó toda la ropa de Riki de los ganchos e hizo una cama en el suelo. Se recostó y se enroscó para protegerse. Kirie metió la cabeza en el montículo de ropas ajenas y cerró los ojos lentamente con la esencia de Riki envolviéndolo.

domingo, 23 de julio de 2017

AnK - Volumen 5, Capítulo 8

Un gritó perforador, parecido al aullido de un animal salvaje. Un grito tembloroso, estridente y ronco que atravesaba el aire, desgarrando la garganta del emisor quien se retorcía en espasmos. Unos chillidos capaces de sacar sangre.
Escondido en el armario y aplastado contra la pared del fondo, con una cobija cubriéndole la cabeza y el cuerpo sacudiéndosele con violencia, Kirie seguía gritando.
Guy y Riki lo miraron asombrados, sin poder dar crédito a sus ojos. Debía tratarse de una ilusión. Debía tratarse de un producto de su imaginación.
Más que la perturbadora escena de ver el estado maniaco en que Kirie se encontraba, fueron sus propias dudas—¿Qué demonios está haciendo Kirie aquí? ¿Por qué? ¿Cómo?—las que le provocaron a Riki un ataque de pánico. Las paladeó en su aterida mente.
Acurrucado en un rincón del armario, Kirie se había desecho de su ropa mojada y—por lo que alcanzaba a verse bajo la cobija—se había puesto la de Riki.
Fue eso lo que en últimas colmó la paciencia de Riki. Se puso furioso. Ese hijo de puta—había provocado que los Jeeks desataran el caos. Ese hijo de puta—había vendido a Guy a Iason.
Era culpa de ese maldito hijo de puta—que los Siniestros le hubieran dado una paliza, se hubieran hecho con sus archivos, y que, después de haberse hecho público que era la mascota de Iason, lo hubieran arrojado a la calle por su cuenta para que muriera congelado.
Mientras esos pensamientos cruzaban la mente de Riki, sintió que su cerebro se consumía en llamas. Le había prometido a Kirie que si volvían a encontrarse otra vez, lo mataría. El solo pensar en Kirie lo hacía enfurecer.
Y sin embargo en esos momentos, sintió que le escocían los ojos por razones completamente diferentes. Su sangre hirvió por sus venas como ácido. La ira le puso los pelos de punta. Empezó a sentir el pulso de su corazón en sus sienes. Se le nubló la vista.
“¡Riki!” le pareció escuchar que Guy lo llamaba. Pero su voz fue apenas un sonido amortiguado proveniente de muy lejos. Riki arrancó de un zarpazo la cobija con que Kirie se cubría, lo tomó por el cuello de la camiseta y lo sacó a rastras del armario.
En ese mismo instante, sintió la llegada de un dolor de cabeza como la hoja afilada de un cuchillo. Pero la furia se encargó de borrarlo. Sacudió a Kirie haciendo que la cabeza le brincara de adelante hacia atrás. Pero Kirie no dejaba de gritar.
“¡Cállate!”
Riki le propinó la patada más fuerte de su vida. Y de alguna forma eso logró hacer que Kirie cerrara la boca. Los ojos que mantenía cerrados con fuerza, se abrieron de golpe. ¿Qué clase de imágenes danzaban delante de esos extraños ojos suyos, imbuidos de demencia? ¿Era capaz de distinguir la realidad?
Kirie lloriqueó, su voz era estridente. “No, no—te—detengas” retrocedió y berreó como un bebé, como rechazando todo lo que veía. La saliva se le escapaba por las comisuras de la boca. Sus chillidos se hicieron más agudos.
Riki se quedó aturdido momentáneamente por el grado al cual la demencia había logrado suprimir la arrogancia con que Kirie generalmente se manejaba. Pero no había forma de que eso pudiera apaciguar el ánimo de Riki. El comportamiento de Kirie solo lo empeoraba todo.
Mientras profería alaridos imposibles de descifrar, Kirie se arrastró como tratando de escapar. Riki pisó a Kirie con fuerza en el trasero, lo agarró de los tobillos y se los torció con todas sus ganas. Pero al ver que Kirie no dejaba de luchar, Riki se sentó sobre su estómago, lo agarró por el pelo y le metió un puñetazo en la mandíbula.
El crujido del hueso colisionando contra hueso, le puso fin al llanto de Kirie. Aun así, Riki había vuelto a empuñar la mano y tomado impulso con el codo para darle otro golpe, cuando Guy lo sujetó del brazo y exclamó, “¡Riki! ¡Ya basta!”
“¡Suéltame! ¡Voy a hacer que el hijo de puta recupere el sentido!”
“¡Ha sido suficiente, Riki!”
Guy enredó los brazos en torno al enfurecido Riki y se lo quitó a Kirie de encima. Era el tipo de cosas que Guy hacía. Pero no importaba si el físico de Guy resultaba más imponente, su contrincante era Riki. Y controlar un animal salvaje como él no era tarea fácil.
Riki tenía su orgullo, no era alguien que resultara sencillo de conocer. Pero algo que lo diferenciaba del resto de la gente, era su relativa tolerancia. Las cosas que hacían perder los estribos a la mayoría de la gente, a él no solían afectarle. Que enloqueciera presa de los sentimientos era más bien extraño.
Pero en los últimos días, su paciencia se había visto resentida. Y tener a Kirie—el culpable de todo—ahí en frente, había desatado el infierno. En un momento así, Guy solo podía hacer su mejor esfuerzo por tranquilizarlo.
“¡Suéltame, Guy!”
“¡Ya fue suficiente!” Guy estaba convencido de que si hacía lo que Riki le pedía, este acabaría matando a Kirie a golpes. Aunque desde la perspectiva de Guy tuviera un sinnúmero de razones propias para desear la muerte de Kirie, y darle un escarmiento al chico no era algo que carcomiera su consciencia en absoluto.
De cualquier forma, si querían podían darle a Kirie una paliza y dejarlo colgado de alguna lámpara en la calle, pero eso sería después de que averiguaran qué carajos estaba ocurriendo.
Una persona que no fuera capaz de soportar presenciar algo así no duraría un solo día en los barrios bajos. Retirarse del campo de batalla de las pandillas no significaba poder burlar la ley de la jungla que regía los barrios bajos.
Además, a juzgar por la apariencia de Kirie, se había metido en un serio problema, y eso era algo en lo que Guy no podía evitar interesarse.
“¿Por qué me detienes?” Riki se liberó del abrazo apretado de Guy y lo miró, respirando con dificultad. “Es culpa de este maldito que nos dieran una paliza.”
“Sí, eso ya lo sé. Pero—”
A Guy no le importaba mucho el bienestar de Kirie sino más bien el hecho de que Riki perdiera la razón y se descontrolara.
“¡Este—este pedazo de mierda te vendió por unas monedas! ¿Cómo puedes estarte oponiendo a darle justo lo que se merece?”
Guy se puso pálido de repente. “Riki, ¿Cómo—? ¿Cómo—?”
Riki se dio cuenta del desliz que acababa de cometer y tragó saliva con fuerza. Sacudió la cabeza, frustrado.
“¿Cómo es que sabes eso?” Guy miró a Riki con una expresión tanto interrogativa como escandalizada.
Riki miró hacia otro lado. “Él me lo dijo,” le contó señalando a Kirie con los ojos. “El maricón no escatimó en detalles. Me contó cómo te había vendido por diez mil kario. Estaba preparado para hacer lo que fuera con tal de salir de los barrios bajos. Hubiese puesto en venta hasta su propia alma.”
En lo que Riki espetaba aquellas palabras amargas, la ira volvía a resurgir dentro de él. Debió haber asesinado a Kirie en ese mismo instante. Así los Siniestros no hubieran irrumpido en los barrios bajos, cobrando víctimas. Pero esa historia era vieja.
Guy al escuchar por primera vez la verdad sobre algo que nunca habría imaginado, se quedó mirando a Riki con asombro.
“¿Kirie—te dijo—todo eso?”
¿Pero por qué?
“Sí.” Los ojos negros de Riki estaban llenos de furia.
Algo horriblemente riesgoso.
Guy lanzó una mirada de medio lado a Kirie y tomó un profundo respiro.
Ha sido un completo tonto.
Pero si decía eso en voz alta, era probable que Riki se descontrolara otra vez.
Y aun así no lo mataste a golpes.
 Haciendo a un lado los motivos ulteriores, con toda la sinceridad del mundo, Guy sabía lo que significaba para Riki.
No era una suposición sino pura convicción.
Aunque ya no eran pareja, no dudaba ni por un momento que, incluso ahora, Riki estaba colocando el bienestar de Guy por encima de cualquier cosa. Y en cuanto a Guy podía decirse que hacía lo mismo.
Este tonto hace que ayudarlo sea algo imposible.
¿Por qué Kirie habría sentido la necesidad de provocar así a Riki? Era evidente que Kirie albergaba una sensación de competencia con Riki que rayaba con el borde de la obsesión—y que Riki había ignorado tercamente desde el primer día. Aunque esa competitividad había ido disminuyendo cuando las pretensiones ricachonas de Kirie empeoraron y los rumores se esparcieron  por los barrios bajos.
Kirie estaba obsesionado con la línea que dividía a los ganadores de los perdedores. Mientras los placeres del dinero y de ostentar un nuevo estatus pudrían su mente, la urgencia de fastidiar a Riki debía haberse aplacado en consecuencia.
¿Entonces por qué?
Guy le dio vueltas a esa pregunta en su cabeza. Simplemente no tenía ningún sentido. De cierta forma, Kirie vendiéndolo al Blondie había sido algo coherente con su personalidad.
Haciendo a un lado la malicia, Guy entendía las razones que Kirie tenía al hacer una cosa así.
Pero decir algo deliberadamente sin propósito alguno—con la única intención aparente de molestar a Riki—no era algo propio de él. La especialidad de Kirie era engatusar y halagar y hacerse amigo de sus enemigos. Llegar a los golpes no le convenía. Apuntar hacia su objetivo y deshacerse de él a distancia—ese era el juego que le gustaba. Hacerse cercano, construir una conexión física, dejar que las palabras bonitas hicieran el trabajo—y después abandonar la escena antes de que la situación escalara a los golpes.
Qué Kirie hubiese salido ileso siempre era más cuestión de cerebro que de suerte, y de saber cuándo no nadar contra corriente. Kirie era la prueba inusual de que un hombre podía sobrevivir en los barrios bajos sin depender exclusivamente de la fuerza física.
En el caso de Kirie, quien no lo conociera opinaría diferente. Aun así, cuando comenzaba a correr sangre, hacía su mejor esfuerzo por evitar verse atrapado en medio de la confusión. Era por eso que un montón de pandilleros fuera de control como lo eran los Jeeks le sacaban tanto de quicio. No estaba yéndose a los golpes al atacar su guarida con gas lacrimógeno. Pero en cuanto a lidiar con las consecuencias, bueno, le había dejado ese asunto a los demás.
Pero el asunto con los Jeeks y aquel otro con Guy eran distintos. No importaba cuanto pudiera desear Kirie ser el centro de atención, llevar las cosas así de lejos era algo peor que solo mal gusto. Era una idiotez grave.
Con todo, asumiendo que Kirie no hubiese vendido a Guy sino a Riki, Guy probablemente habría actuado diferente. Le hubiera hecho pagar a Kirie con intereses y lo habría matado.
Guy era muy consciente de la manera en que su propia mente funcionaba. Los demás podían considerarlo alguien descomplicado, un tipo suave. Pero aunque su imagen pública no atrajera la atención como la de Riki, a lo que se resumía todo era que Guy no estaba interesado sencillamente en nadie fura de la esfera de influencia de Riki. Y si no le interesaba, podía ahorrarse el esfuerzo de intentar mantener separadas su vida pública de la privada.
Su trabajo en Bison era apoyar a Riki como segundo al mando. Así que mantenía los ojos y los oídos bien abiertos y se imponía con gran habilidad cuando se presentaba una amenaza. A pesar de saber que al estar por su cuenta era capaz de sobresalir, el lugar de Guy era seguir el mando de Riki. No sentía ninguna necesidad de cambiar las cosas con tal de hacerse la vida más fácil.
La reputación de Guy podía ser una muy diferente, porque sabía que en realidad no era una persona tan agradable en el fondo. Pero a su criterio, Riki era el líder. Ese hecho le producía algo de satisfacción, pero había sido la inalterable realidad desde los tiempos remotos de Guardián.
Pero entonces—eso significaba que—Riki lo sabía todo desde un principio.
Cuando Guy dejó de aparecer por los barrios bajos, Riki debía haber estado preparándose para lo peor. Estaría enfrentándose a una élite de Tanagura, lo que, aun tratándose de Riki, era un obstáculo imposible de soprepasar.
¿Y eso qué significaba?
Qué quizás esos moretones producto de unos besos en su cuerpo implicaban una inminente despedida. A Guy le parecía que ya había pasado antes. La sensación de haberlo perdido era como perder su brazo derecho—insoportable. Si no podía ser Riki, entonces tomaba a quien podía en su lugar. Solo por experimentar ese calor humano.
Guy quería creer desesperadamente que a Riki le pasaba lo mismo. Guy se había marchado por dos semanas y Riki aparentemente había permanecido solo con su ansiedad. Al menos, eso fue lo que Norris le había dicho. Está loco por ti, Guy. De alguna forma, que puedas ser tú quien le haga sentir eso te convierte en un ser superior.
Y aunque eso último pudiera ser cierto, Guy seguía sin tener idea de qué hacer a continuación. Por entonces, Norris no metía las narices más de lo estrictamente necesario, por lo cual Guy le estaba muy agradecido. Aun a modo de broma, era imposible que confesara que Kirie había sido capaz de engañarlo y que un Blondie lo había mantenido prisionero. El orgullo de Guy tenía sus límites.
Sin embargo, habiendo visto a Norris luchar con sus propias decisiones la otra noche, a Guy le había dado la impresión de que en cuanto a la vieja pandilla respectaba, la crisis estaba próxima a cernirse sobre ellos.
Qué bando escogería Norris cuando se calmaran las cosas —o más bien Maxi—era una preocupación que Guy no podía quitarse de encima.
Kirie era la causa de todos sus problemas.


De repente, ya fuera porque el golpe que Riki le había propinado había sido lo suficientemente fuerte, o porque había reaccionado por fin al dolor, o porque simplemente ya no podía soportarlo más—Kirie se cubrió la cara y comenzó a sollozar. Kirie—cuyo orgullo era todo lo que tenía—lloraba.
El Kirie que se retorcía en lo que gritaba enloquecido ante ellos resultaba una imagen grotesca. Pero esa de un chico sollozando era una tan diferente que Guy no fue capaz de ocultar su sorpresa.
Pero a Riki en lugar de producirle sentimientos de simpatía, el cambio en las emociones de Kirie solo pareció provocarlo y enfurecerlo más todavía.
“¡Qué te calles!” Rugió Riki. “¿Cuánto más vas a seguir gritando?”
Al presentir que se acercaba otra paliza, Kirie se mordió el labio y acalló un poco sus gemidos. Con su terco orgullo a raya, Kirie parecía haberse convertido en otra persona. Los labios de Riki se torcieron como conteniendo las ganas de vomitar.
Después de llorar un rato más, las emociones de Kirie se calmaron un poco, la tensión abandonó sus extremidades y—aunque no estaba relajado del todo—consiguió por fin quedarse quieto, aunque pareciera una marioneta rota.
Notó por el rabillo del ojo que Guy se enderezaba. “Kirie, ¿qué sucedió? ¿Por qué la policía de Midas apareció en los barrios bajos?”
Un espasmo sacudió el cuerpo de Kirie. Con cautela fue levantándose del suelo, y como un convicto siendo arrastrado a prisión, miró a Guy con timidez. Al notar por primera vez el marcado contraste entre el amable tono de voz de Guy y su maltratado y amoratado rostro, los ojos de Kirie se abrieron por la sorpresa.
“Es gracias a ti que estamos así,” dijo Guy.
Un solo vistazo a sus caras dejaba en claro a qué clase de paliza los habían sometido. Y sin embargo la expresión de Kirie no mostraba signos de entender por qué aquello tenía que ver con él.
En ese momento, fue a Guy a quien le dieron ganas de pegarle a Kirie. “¿Pensaste que Riki te estaba pateando el trasero solo por venderme?”
¿Quieres decir que no era solo por eso? Parecían decir los ojos del chico.
“Eso es lo de menos,” espetó Guy. No estaba de humor para remarcar cortésmente todos los errores en las suposiciones de Kirie. “Los Siniestros nos hicieron esto. Vinieron por ti y nos preguntaron por tu paradero” Fue directo al grano. “No teníamos ni idea pero no nos creyeron, así que nos dieron una tunda. A Luke, a Norris y también a Sid. Resulta gracioso cómo solía pensar que todos éramos amigos.”
La cara de Kirie se puso verde.
“Solo que no teníamos ni idea de tu ubicación, Kirie. Parece ser que eres demasiado bueno para la gente como nosotros.”
Quizás solían salir juntos, pero no eran hermanos. No por mucho. Eso era obvio para Guy y los otros miembros de Bison, pero no tanto para el resto de los barrios bajos.
Cualquiera pudiera ser el caso, los viejos miembros de Bison ciertamente dejaban entrever una falta de preocupación hacia el bienestar de Kirie que podía interpretarse de manera equivocada por indiferencia. Pero a esas alturas, no importaba lo que dijeran, la gente iba a creer lo que les diera la gana.
“Estamos hablando de los Siniestros, ¿de acuerdo? De haber sabido donde andabas metido, les habríamos dicho sin pensárnoslo dos veces. Cavaste una tumba demasiado profunda incluso para ti. No te debemos nada.” Guy hablaba en una voz suave y apacible, carente de rudeza y de un tono intimidante. “Una vez nos apalearon lo suficiente, se largaron y ya.”
Eso debió haber sido suficiente. Pero que los golpearan hasta casi matarlos y el hecho de que a Riki lo hubieran arrastrado hasta la MPC no significaba que hubiera terminado. Guy no podía imaginarse cómo todo ese embrollo iba a resolverse.
¿Pero y por qué le estoy contando todo esto? Kirie era el culpable de todo y aun así no parecía tener ni idea de lo que estaba pasando. Más que enojado, Guy estaba asombrado.
No se iba a olvidar tan fácil de cómo los Siniestros habían hecho de hechos meras bolsas de boxeo. Aparte de Kirie y los Siniestros, a menos de que se solucionaran las cosas y se hiciese clara la situación, no había vuelta atrás. Eso era lo que sentía.
Para empezar, ¿por qué rayos se estaba escondiendo Kirie en la casa de Riki? Nada tenía sentido y eso solo atizaba las sospechas de Guy.
“¿Y-y qué hay de ti?” dejó escapar Kirie, mirando a Guy a la cara. “¿Qué estás haciendo aquí? ¿No se suponía que eras la mascota de ese Blondie? ¿Te escapaste?” A juzgar por el tono de voz de Kirie, era obvio que no podía creer que Guy se encontrase allí frente a él.
Más que se tratase de un fugitivo, esas eran las dudas principales de Kirie. O quizás lo había dicho porque él mismo se había dado a la fuga y no quería enfrentarse a la verdad.
“¿Crees que hui así nada más? ¿De un blondie? ¿Un jodido Blondie?”
“—pero entonces—¿por qué—?”
“Oye, yo tampoco tengo idea de lo que tienen en la cabeza esas élites de Tanagura.”
Guy era sincero, pero que ambos estuvieran hablando de esa manera comenzaba a irritar a Riki.
“¡Al diablo con todo eso!” exclamó. Sus ojos se entornaron, su voz evidenciaba su ira. “Me importa un comino donde has estado o lo que has estado haciendo. Y en estos instantes, tampoco me interesa saber por qué coño estás en mi casa. ¡Quítate mi ropa y lárgate de aquí!”
Kirie estaba muerto para Riki. Las razones por las cuales Kirie se había visto involucrado con los Siniestros no era algo que deseara discutir. A diferencia de Guy, quien mantenía sus emociones bajo control, Riki había estallado desde el primer momento sin siquiera intentar contenerse ni un poco. Habiéndose extinguido toda su ambición y orgullo, la cara demacrada de Kirie se hizo todavía más pálida.
“Estás por tu cuenta, niño. Nadie va a cubrirte las espaldas. No cuando tienes a los Siniestros detrás,” le dijo Guy.
Kirie sabía que no iban a respaldarlo—lo hubieran descuartizado ellos mismos con sus propias manos. Guy no necesitaba aclararlo. ¿Era porque sentía simpatía por él? No. No tenía sentido remarcar lo obvio, no cuando las probabilidades de que ocurrieran eran del cien por ciento.
La División de Seguridad Pública de Midas había cruzado los límites al entrar a Ceres. Eso y los rumores de la vieja pandilla de Bison siendo azotada tenían el mismo efecto. La desazón y el miedo se respiraban en cada esquina. Junto al nombre del chiquillo que lo había provocado todo.
Kirie. Se había convertido en el blanco de toda la furia y hostilidad de los barrios bajos. Un ganador—el máximo objeto de la envidia y los celos—en un parpadeo había descendido a ser el perdedor más detestado.
Kirie no sería un simple perro apaleado sino un intruso aborrecido. Y una vez que esa etiqueta la llevase dentro del alma, dejaría una marca imborrable. Incluso después de su muerte, el odio que despertaría la sola mención de su nombre persistiría como el símbolo indeleble de sus pecados.
Ese era el futuro al que Kirie estaba condenado. Se diera cuenta o no—lo entendiera o no, se rehusara a contemplar el horrendo estado de su existencia—no encontraría un momento de paz otra vez.
Con unos ojos llenos de miedo, Kirie miró a Riki por primera vez, y luego se volvió hacia Guy. “Yo—Yo no hice nada—”
“¡Por supuesto que no!” explotó Riki con sarcasmo. Kirie seguía inventando excusas a esas alturas. “Porque los Siniestros van por ahí persiguiendo a la gente que no ha hecho nada, ¿verdad? ¡Ya lárgate de aquí!”
“Espera, Riki” dijo Guy tratando de tranquilizarlo. A pesar de encontrar razonable la ira de Riki, quería que se calmara un poco. De la manera que Guy siempre quería. No deseaba que Riki cometiera una imprudencia a causa de sus emociones. Quería un enojo diferente, quería al Riki enloquecido pero inteligente.
“No te entiendo, Guy. Este maldito gusano sería capaz de usar a cualquiera, de vendernos a todos con tal de servir sus propósitos. ¡No entiendo para qué estás siendo condescendiente!”
Riki estaba en lo cierto. Era improbable que la esencia del carácter de Kirie revelado en su descarado e implacable camino a la cima, hubiese cambiado en absoluto. Y sin embargo Guy tenía que decirlo. “No tiene sentido darle una lección a un cobarde, ¿o sí? Respira profundo y tranquilízate.”
Guy tenía que saber qué había hecho Kirie para tener a los Siniestros pisándole los talones. Necesitaba una pista. Ser ultrajado tan solo porque sí no lo dejaba conforme. Normalmente se habría olvidado del asunto, pero con Kirie justo allí, tenía que saber.
Riki solía decir que enterarse de ciertas cosas a veces era peor que permanecer en la ignorancia. Pero al estar cara a cara con Kirie, Guy no podía borrar la realidad ante él. Si ya habían recibido la paliza, la vieja pandilla de Bison merecía al menos saber la razón.
Aunque Riki tenía una perspectiva diferente. Seguía sin importarle en lo más mínimo en que lío andaba metido Kirie. El problema no era Kirie. El problema eran los Siniestros que iban a por Kirie.
Los Siniestros eran los sabuesos de la División de Seguridad Pública de Midas. Los perros obedientes de Tanagura. Qué se molestaran en perseguir a alguien como Kirie implicaba una ofensa a sus servicios.
Eso convertía a Kirie en una granada andante. Y Riki no la quería cerca. La granada podía estallar en cualquier momento. Riki no quería que Guy o el resto de Bison estuviese cerca de Kirie cuando eso sucediera. Entre más lejos, mejor.
El mismo Riki no contaba con mucho más tiempo. Tan pronto como había sido revelada su identidad a los Siniestros como la mascota de un Blondie, el segundero del reloj había empezado a correr más y más rápido. Lo que pensaran los Siniestros era ciertamente un problema, pero no uno tan preocupante como lo sería la reacción de Iason ante dicha cadena de eventos.
Riki quería dejar por lo menos un remordimiento atrás. Cualquier elemento que implicara un nuevo desastre debía ser descartado. Antes de que se le acabara el tiempo, quería que Kirie se autodestruyera y se marchara de su vida. Ese era su sincero deseo.
“No hay nada peor que las basuras como tú,  que hacen lo que se les place y no son capaces de afrontar las consecuencias. Estaré feliz de ver tu cadáver por la calle,” dijo Riki en lo que sus ojos se entrecerraban. Su rabia alcanzó a Kirie como un puño blindado en el pecho que le arrancó el corazón.
“¡Lárgate!” vociferó, clavando a Kirie al suelo con la mirada.
Una discusión no iba a mover a Kirie. Qué era un hombre muerto—algo que no iba a admitirse—era la única realidad.
 “Serás tú el único que responda por lo que sea que hayas hecho. ¡No intentes arrastrar al resto junto contigo y tu mierda! ¡Adelante! ¡Muérete si es necesario!”
Las palabras de Riki habían sido un gancho directo a la mandíbula de Kirie. Kirie no sabía por qué Riki iría tan lejos con tal de evitarlo—por qué estaba tan empeñado en despreciarlo tanto—y aunque Kirie no iba a luchar por demostrar su inocencia, el completo rechazo de Riki le dolía en el corazón.
Por supuesto que Kirie no había albergado ilusión alguna sobre ser bien recibido como el hijo prodigo cuando había irrumpido en el apartamento de Riki. Sabía que Riki tendría ganas de matarlo y que probablemente lo haría, de hecho. Al menos debía ser consciente de eso, y no obstante la rabia de Riki perforaba su ingenuo propósito como una cuchilla al rojo vivo.
¿Cuál sería la siguiente jugada de Kirie? ¿Cómo podría librarse? Miró hacia otro lado de repente y sus ojos cayeron sobre el rostro tranquilo de Guy. Kirie sabía que el peso venenoso de la presencia de Riki no iba a ser suficiente para dejar callado a Guy.
El tan tolerante Guy—comparado con Riki—no era un hombro en el que pudiera llorar, y no estaba allí para interponerse entre Kirie y los insultos de Riki. Al contrario, la manera casi desinteresada de Guy y sus ocasionales comentarios mordaces podían ser incluso más abrasivos e intimidantes que el temperamento salvaje de Riki.
Razón por la cual, si la situación lo requería, Guy se volvería en contra de Kirie en un parpadeo. Eso hizo que Kirie tragara con fuerza.
El una vez legendario líder de Bison y su lugarteniente no eran carne y sombra, sino seres análogos. Kirie percibió la dolorosa realidad como si el fondo de su corazón se hubiera congelado. Aquello que había pisoteado con tanto cinismo, se había rebelado en su contra. Un escalofrío lo recorrió de pies a cabeza aunque su garganta ardiera como arena en el desierto. A pesar de todo lo que quería decir, las palabras no le salían.
Riki lo agarró del cuello de la camisa y lo arrastró hacia la puerta. “¡Qué te largues!”
Kirie sabía que Guy no movería un dedo para ayudarlo. Así que en un segundo, algo se quebró dentro de la mente de Kirie. Los ojos de Riki, rebosantes de furia, se encontraron con los suyos. Esos brillantes ojos negros de esa rara especie que había producido los barrios bajos. Unos ojos que miraban a Kirie solo con el más profundo de los odios y el desprecio.
En lugar de escabullirse, Kirie se despojó de los últimos vestigios de su vergüenza y agarró a Riki. “Ayúdame, Riki. Por favor. No me abandones. Haré lo que sea. Ayúdame—”
La naturaleza patética de dicha demostración fue algo inesperado tanto para Riki como para Guy. Los brazos y piernas de Kirie se enroscaron en torno a Riki, presionando su cuerpo contra el de él, ocasionando que Riki lo mirara pasmado. No dispuesto a dejar que se le escapara la oportunidad, Kirie se aferró a él con desesperación. Riki perdió el equilibrio.
Ah, mierda—” Riki hizo una mueca de dolor al caer sobre su trasero y espalda con todo ese impulso contra el suelo. Pero ciego ante todo lo demás, las palabras se derramaron de la boca de Kirie.
“Te amo,” soltó. “¡Te amo!” Era su última oportunidad. No habría otra. “Te he amado desde el comienzo. Te amo tanto que no puedo soportarlo. Y sin embargo siempre fuiste tan frío conmigo y solo conmigo. Es por eso que yo—”
La repentina e inesperada confesión había dejado mudo a Riki. Se le olvidó gruñir por el dolor. Hasta Guy se encontraba atónito.
“¿Qué mierda estás diciendo?” demandó indignado Riki. Kirie seguía abrazado de él, acosándolo con su llanto mientras su voz se hacía más chillona y ronca.
“¡Suéltame!” Riki contorsionaba su cuerpo, intentando derribar a Kirie, pero solo logrando empeorarse el dolor de cabeza.
“Te amo. Te amo—” repetía Kirie una y otra vez.
Riki trató de arrancarse los dedos de Kirie de encima y de empujarlo lejos, pero el chico estaba aferrado a él con demasiada fuerza. Tratando de luchar contra un imprevisto ataque de pánico, Riki gritó, “¡Guy, no te quedes ahí parado! ¡Quítame a este maricón de encima!”
Guy solo pudo suspirar al estar presenciando una escena que jamás habría imaginado ni en sus sueños más alocados. Vaya que tiene confundido a Riki. Pero el chico consigue sorprenderme también.
¿Kirie podía llegar a tanto? Aparentemente sí. Guy estaba exaltado. La idea de que Kirie llegase en un estado tan lamentable y se arrojara tan descaradamente en brazos de Riki—era algo casi demasiado gracioso para reírse. Guy no sabía cómo reaccionar ni qué decir.
Fue toda una odisea quitar a Kirie de encima de Riki. Quizás convencido de que una vez que le apartasen del lado de Riki, el juego acabaría, Kirie se aferró a él con su vida.
Un dedo, después otro, Guy despegó a Kirie de la espalda del pelinegro, muy despacio. En ese momento, como si hubiese llegado a su límite, el cuerpo de Kirie colapsó repentinamente en un montículo carente de huesos.
Dando grandes bocanadas de aire, Riki se puso de pie con dificultad, masajeándose ambos lados de la cabeza, con una expresión agria en el rostro. No tenía ni idea de cómo se había visto involucrado en semejante desastre.
Los hombros de Kirie cayeron, abatidos. Se sentó en el suelo sin siquiera molestarse en levantar la cabeza. “Sí, me lo tengo merecido” habló en un susurro bajo y ronco. “Es eso lo que piensas, ¿o no? Sí, vamos, puedes reírte.”
Kirie era muy consciente de su estado miserable. Arrastrándose a través de ese terreno entre dos bandos opuestos, con sus brazos y piernas desprovistos de toda fortaleza, de alguna forma, lo único en su mente había sido la cara de Riki.
“He estado huyendo, tratando de encontrar un lugar donde esconderme, y antes de que lo supiera, tenía a esos hombres justo encima de mí. Me di cuenta muy pronto que eran policías de Midas. Llevaban varas de asalto. Pensé que me iba a morir.”
La policía de Midas había llegado bajo una lluvia torrencial en autos aéreos—no de último modelo como el que Kirie conducía, sino en montacargas ordinarios que se camuflaban con el paisaje. Kirie no había sospechado nada hasta que los hombres con atuendos militares empezaron a llenar las calles.
Hombres de negro que parecían fusionarse en la oscuridad. Los Siniestros. Saberlo había dejado a Kirie mudo de horror. De pie bajo la helada y furiosa lluvia, era como tener un tempano de hielo clavado en sus entrañas. Apenas si se permitía respirar mientras se asía a las sombras.
Kirie no sabía por qué los Siniestros habían invadido la Colonia. Pero no era nada comparado con su sorpresa cuando la División Pública de Seguridad de Midas flanqueó también los límites de los barrios bajos.
Creyó que estaba teniendo visiones. Tenía que tratarse de algún error, un disparate burocrático. Al darse cuenta de que no era una ilusión y de que los Siniestros estaban allí, se sintió enfermo de miedo.
Tragaba con dificultad, conteniendo la respiración, tratando de convencerse a sí mismo de que la increíble escena desatándose frente a sus ojos no podía ser real. Pero incluso así, no se le ocurrió pensar qué tipo de calamidades pudieran estarle ocurriendo a Bison a causa de sus desventuras. Eso nunca se le vino a la mente. Incluso mientras la presión se hacía más apremiante y recordaba la imagen de Riki, era como si el resto de Bison jamás hubiera existido.
Razón por la cual, cuando los Siniestros irrumpieron en la Colonia y terminaron en el departamento de Riki, Kirie no pudo evitar pensar que tal vez había sido por algo que Riki había hecho. Era algo tan serio que había requerido que los Siniestros traspasaran una barrera que nunca debía haber sido cruzada.
Y cuando Kirie pensó en eso, sintió un escalofrío recorrerlo. Incluso entonces el pulso de su congelado corazón se aceleró. Sus extremidades colapsaron por razones que nada tuvieron que ver con el cansancio.
Kirie ya sabía que el perro apaleado que era Riki había sido alguna vez el mensajero de Katze, el auténtico rostro del mercado negro. Habiendo sido capaz de emerger de los barrios bajos, el nombre de Riki cargaba más prestigio de lo que Kirie hubiera imaginado.
“Riki el Siniestro” era como se había hecho conocer. Había comido, respirado y sudado el Mercado Negro. Kirie estaba seguro de que Riki había hecho algo allí que había puesto a los Siniestros a seguirle la pista.
Y si había sido Riki, debía tratarse de algo oscuro para contrastar. Con esa idea, Kirie sintió que la rígida línea que eran sus labios se curvaba en una sonrisa.
Kirie creía que la policía de Ceres estaba tras Riki, junto con la División de Seguridad Pública de Midas. No había ni empezado a sospechar que los Siniestros—que solo iban tras los peores criminales—le estaban siguiendo la pista también.
Habiendo escapado de Guardián bajo el ensordecedor alarido de las alarmas de seguridad, Kirie no podía ni recordar cómo había escapado de los niveles subterráneos. Todo lo que sabía era que debía salir de ahí. A dónde iría después era igual de incierto. Era como ser tragado por un agujero negro.
Todo lo que recordaba era haber dejado Guardián y saltar dentro de su automóvil aéreo con destino hacia Midas. Alcanzar Midas a cualquier costo. Donde fuera menos Ceres. Entre más distancia pusiera entre él y Guardián, mejor. Cada segundo era crucial. Era lo único en lo que podía pensar.
Salir de Ceres y ocultarse en Midas para escapar de la policía—era su único pensamiento. Pero entonces había pisado el acelerador, chocado contra algo, perdido el control y caído al suelo.
Se encontraba en algún lugar de Midas, pero no sabía donde. Arrastró su aporreado cuerpo fuera del auto y se encontró rodeado por una horda de espectadores curiosos.
“¿Estás bien?” le preguntó un extraño.
Kirie no pudo ni asentir o negar con la cabeza. El impacto de haberse accidentado en un lugar como ese y la sirena de una patrulla—tan parecida a los cláxones estridentes de Guardián—lo habían asustado. Su mente se puso en blanco. El terror se apoderó de él. ¡Sal de ahí! ¡Corre! ¡Ahora! Gritaba una voz interior.
Kirie se alejó, dejando todas sus pertenencias en el auto. Solo llevaba algo de dinero y una tarjeta de crédito. Su único recurso era regresar a los barrios bajos. Le temía más a los Siniestros que a la policía de Ceres o al cuerpo de seguridad de Guardián.
Un mestizo en Midas no valía nada. Si era sorprendido por la MPC, las probabilidades de salir de allí con vida eran nulas.
Al volver a los barrios bajos, observó que las patrullas eran muchas. Y fue consciente muy pronto que se encontraban allí por él. No podía ir a casa. No podía acudir a nadie porque podían delatarlo. Solo quedaba ocultarse. No importaba en qué agujero, no pudo dormir. No tenía lugar seguro al cual ir. Cada minuto hacia que se sacudiera de terror.
Bajo la lluvia, con sus enemigos acorralándolo por los cuatro costados, se dio cuenta de que de alguna forma había llegado a la calle de Riki.
“Vi a Riki irse con la policía. En ese caso—” Kirie se abrazó a las sombras y contuvo el aliento, observando a la espera. Era su única oportunidad. “Me estoy congelando aquí afuera y estoy muy cansado.”
Una vez el auto aéreo que transportaba a Riki se desvaneció de su vista, Kirie se arrastró hasta su casa. Los Siniestros se habían llevado a Riki. No iba a regresar en varios días, si es que regresaba en todo caso. Kirie estaba seguro allí. El departamento de Riki era tan seguro como ninguno. Nadie le buscaría allí otra vez. Sería capaz de dormir un poco. Sería maravilloso sentirse a salvo.
“Burlar la seguridad de la puerta fue pan comido,” afirmó Kirie como si nada.
Riki apretó los dientes. Cuando los Siniestros lo habían asaltado y sacado sin avisar, no había tenido tiempo de reestablece el sistema de seguridad. Y al darse cuenta de que Kirie había estado ocultándose en su armario cuando había conseguido por fin traer su maltratado cuerpo de vuelta a su casa, hacía que Riki se exasperara todavía más.
“Pero—nunca me imaginé que conseguirías regresar,” dijo Kirie inmutable, levantando la cabeza para ver a Guy.
Qué Riki estuviera de vuelta ese mismo día y que Guy hubiera regresado a los barrios bajos después de haber sido vendido, y que entonces los dos se hubieran encontrado allí era toda una sorpresa.
La suerte se la había escapado a Kirie de las manos y antes de que lo supiera estaba descendiendo a los infiernos. ¿Qué había hecho? ¿Qué había salido mal? Todo estaba fuera de control y se encontraba a sí mismo en una montaña rusa sin frenos. Era como si estuviera pagando toda la buena suerte que había tenido al principio.
Y la última prueba de dónde había salido todo mal tenía que ser Guy. Kirie lo miró, sus ojos eran como un par de láser.
Guy mostró una pequeña sonrisa torcida. Tampoco podía responder la pregunta de qué demonios estaba haciendo allí. No tenía ni idea de qué habían significado aquellas dos semanas de confinamiento.
Querer saber lo que desconocía y entender lo que se hallaba fuera de su comprensión eran dos cuestiones distintas.
En cuanto a lo que la élite de Tanagura respectaba, no tenía sentido intentar descifrar lo que pasaba por sus mentes.
Kirie no estaba seguro de cómo interpretar esa sonrisa sardónica. Estaba seguro solo de lo mucho que Riki consumía su mente, y abanicando ese grado de consciencia, estaba sus igualmente apabullantes celos por Guy.
“¿Quieres saber por qué decidí venderte?” preguntó Kirie.
“Sé por qué. Porque querías ser rico,” replicó Guy.
“Sí. Me gusta el dinero. Y una élite de Tanagura te quería por diez mil kario. Pero quería el contacto muchísimo más que el dinero.”
Salvo que ese contacto no había retribuido mucho y oportunidades como esas eran raras. Así que Kirie tenía que forjar su propio destino. Sacrificaría cualquier cosa para obtener lo que deseaba. O eso había creído. Se había dado cuenta de que las oportunidades así no caían del cielo.
“Lo cierto es que solo tenía curiosidad de saber cómo reaccionaría Riki cuando se enterara de que YO había sido quien te había vendido.”
Una expresión indecifrable se instaló en los rostros de Riki y Guy.
“Quería arrebatar tu existencia de su vida. Solo tiene ojos para ti, y eso no es correcto.”
“Estás demente,” dijo Guy a falta de más palabras para describir la situación. Sin ironías, ni dejos de burla. Saber que esa reacción era el producto del amor incondicional que Riki sentía por Guy hizo que la cabeza de Kirie punzara.
“Nunca tuve una oportunidad. Riki no pensaba en mi de esa forma.”
Nadie contradecía a Kirie. Guy sabía que en lo que a Riki respectaba, Kirie era alguien que le habían forzado a aceptar. Kirie nunca sería nada más que una imitación. Y no era solo la impresión de Guy. Todos pensaban igual.
Parecía que Guy y Riki estaban destinados a estar juntos. Pero Kirie era demasiado ladino y muy arrogante para aceptar que no podía hacer nada al respecto.
“Supuse que si Riki iba a odiarme sin importar qué, bien podía odiarme más que a nadie.”
Y Kirie estaba muy acertado en sus cavilaciones. No importaba qué dijera Guy, Kirie sabía que Guy era la persona más importante en la vida de Riki. Siempre lo sería.
“Qué te odien con el corazón es mil veces mejor que ser ignorado. De esa forma, nunca me apartaría de sus pensamientos. Te digo, es lo mejor del mundo. Mejor incluso que el sexo.”
En ese momento, toda la fuerza del asco que Riki sentía se demostró en su cara. Riki miró a Kirie con todo el odio de su ser. Sabía que el día en que el rencor entre ambos se desvaneciera, jamás llegaría.
Riki y Guy dejaron a Kirie en la sala, cerraron la puerta de la cocina, y encendieron un par de cigarrillos. El humor de la habitación los dejaba con nada más que hacer aparte de fumar juntos. Lo necesitaban, considerando que era demasiado temprano y ambos se veían horribles. Habría resultado bien acompañarlo con una bebida fuerte, pero ninguno de los dos lo sugirió.
“¿Y ahora qué sigue?” preguntó Guy, rompiendo el silencio.
“Como si tuviéramos opción” Riki dijo abruptamente. “Sacamos su lamentable culo de aquí de una buena patada.”
Sus ojos parecían decir, no me hagas remarcar lo obvio. Dejaba en claro que no importaba lo que Kirie dijera, a él le daba lo mismo.
Guy no contestó, solo exhaló una nube de humo.
“Ni se te ocurra tenerle lástima, Guy.”
“Para nada. Todo el mundo sabe que un hombre debe aprender a lidiar con las consecuencias de sus actos en los barrios bajos.”
Era algo implícito. De otra forma, un hombre bien podía mandar su orgullo al diablo y conformarse con una vida de ser despojado de todo lo que merecía. Los barrios bajos no compadecían a los débiles. No todo podía ser fácil y directo. Solo un idiota iba por ahí hablando de derechos, esperando justicia.
Sin embargo, Guy creía necesario recalcar, “Pero justo ahora las cosas resultan algo arriesgadas, ¿no lo crees?”
“¿A qué te refieres?”
“Considerando todo lo que se ha ido al diablo, necesitamos tranquilizarnos y analizar mejor la situación.”
“Debes estar bromeando. No podemos dejar esa bomba de tiempo suelta por aquí.”
Riki había sido directo. No podían comprometerse en una situación así, sin importar quien estuviese involucrado. La respuesta había sido tan típica que Guy no pudo evitar una sonrisa interior.
“En ese caso, quizás debería ser yo quien se hiciera cargo,” dijo Guy, ofreciéndose. No ponía en duda lo mucho que Riki odiaba a Kirie. Con la perversa confesión de Kirie, a Guy le resultaría más sencillo descansar al llevárselo de allí.
“Imposible,” dijo Riki con la voz endurecida y la mirada renovada. “No quiero que pagues las consecuencias de mis actos.”
Eso era algo que Riki no podía soportar. Ser tan severo con Guy vendría a significar que no tenía los pantalones para entregar a Kirie a los Siniestros.
“El chico se tiró a tus pies, Riki.”
“¿Crees que hay algo más en esto?”
Algo más que el dinero. Algo más que las ambiciones y los deseos de Kirie. Quizás celos.
Era obvio que las palabras de Kirie habían asqueado a Riki. Pero sinceramente, Guy no podía darse cuenta de cómo se sentía al respecto. Si Kirie no podía tener a Riki, entonces albergaría un odio tan profundo que la cicatriz perduraría por siempre en el corazón de Riki. Y haciendo eso, Kirie se aseguraría de no ser olvidado nunca. Guy nunca hubiera creído que Kirie pudiera hacer tan claras sus intenciones.
“No puede ser que te andes preocupando por él después de todo esto,” dijo Riki.
“Es por eso que estoy tratando de decidir dónde y cómo nos desharemos de él.”
Guy no podía decir si apegarse a la vida a como diera lugar estaba bien o no. Pero Kirie mandando al carajo su orgullo y aferrándose a Riki y diciendo que no quería morir demostraba que aún quería vivir. Pero si Kirie había anticipado todo eso desde el comienzo, y se arrojó a los brazos de Riki por esa razón, entonces era tan codicioso como siempre.
“La desesperación sacar lo peor de las personas, ¿no te parece?” preguntó Guy.
Riki no tenía preparada una respuesta. Era seguro que Kirie estaba hecho un desastre y que sus nervios habían colapsado, pero no era posible que estuviera haciéndoles todo aquello para salvarse.
Entonces—¿cuál sería su siguiente jugada?

Con ese pensamiento en mente, y una sombría expresión en el rostro, Riki exhaló una bocanada de humo púrpura.