Un gritó perforador, parecido
al aullido de un animal salvaje. Un grito tembloroso, estridente y ronco que
atravesaba el aire, desgarrando la garganta del emisor quien se retorcía en
espasmos. Unos chillidos capaces de sacar sangre.
Escondido en el armario y
aplastado contra la pared del fondo, con una cobija cubriéndole la cabeza y el cuerpo
sacudiéndosele con violencia, Kirie seguía gritando.
Guy y Riki lo miraron
asombrados, sin poder dar crédito a sus ojos. Debía tratarse de una ilusión.
Debía tratarse de un producto de su imaginación.
Más que la perturbadora escena
de ver el estado maniaco en que Kirie se encontraba, fueron sus propias dudas—¿Qué demonios está haciendo Kirie aquí? ¿Por
qué? ¿Cómo?—las que le provocaron a Riki un ataque de pánico. Las paladeó
en su aterida mente.
Acurrucado en un rincón del
armario, Kirie se había desecho de su ropa mojada y—por lo que alcanzaba a
verse bajo la cobija—se había puesto la de Riki.
Fue eso lo que en últimas colmó
la paciencia de Riki. Se puso furioso. Ese
hijo de puta—había provocado que los Jeeks desataran el caos. Ese hijo de puta—había vendido a Guy a
Iason.
Era culpa de ese maldito hijo de puta—que los Siniestros le hubieran
dado una paliza, se hubieran hecho con sus archivos, y que, después de haberse
hecho público que era la mascota de Iason, lo hubieran arrojado a la calle por
su cuenta para que muriera congelado.
Mientras esos pensamientos
cruzaban la mente de Riki, sintió que su cerebro se consumía en llamas. Le
había prometido a Kirie que si volvían a encontrarse otra vez, lo mataría. El
solo pensar en Kirie lo hacía enfurecer.
Y sin embargo en esos momentos,
sintió que le escocían los ojos por razones completamente diferentes. Su sangre
hirvió por sus venas como ácido. La ira le puso los pelos de punta. Empezó a
sentir el pulso de su corazón en sus sienes. Se le nubló la vista.
“¡Riki!” le pareció escuchar
que Guy lo llamaba. Pero su voz fue apenas un sonido amortiguado proveniente de
muy lejos. Riki arrancó de un zarpazo la cobija con que Kirie se cubría, lo
tomó por el cuello de la camiseta y lo sacó a rastras del armario.
En ese mismo instante, sintió la
llegada de un dolor de cabeza como la hoja afilada de un cuchillo. Pero la
furia se encargó de borrarlo. Sacudió a Kirie haciendo que la cabeza le
brincara de adelante hacia atrás. Pero Kirie no dejaba de gritar.
“¡Cállate!”
Riki le propinó la patada más
fuerte de su vida. Y de alguna forma eso logró hacer que Kirie cerrara la boca.
Los ojos que mantenía cerrados con fuerza, se abrieron de golpe. ¿Qué clase de
imágenes danzaban delante de esos extraños ojos suyos, imbuidos de demencia?
¿Era capaz de distinguir la realidad?
Kirie lloriqueó, su voz era
estridente. “No, no—te—detengas” retrocedió y berreó como un bebé, como
rechazando todo lo que veía. La saliva se le escapaba por las comisuras de la
boca. Sus chillidos se hicieron más agudos.
Riki se quedó aturdido
momentáneamente por el grado al cual la demencia había logrado suprimir la
arrogancia con que Kirie generalmente se manejaba. Pero no había forma de que
eso pudiera apaciguar el ánimo de Riki. El comportamiento de Kirie solo lo
empeoraba todo.
Mientras profería alaridos
imposibles de descifrar, Kirie se arrastró como tratando de escapar. Riki pisó
a Kirie con fuerza en el trasero, lo agarró de los tobillos y se los torció con
todas sus ganas. Pero al ver que Kirie no dejaba de luchar, Riki se sentó sobre
su estómago, lo agarró por el pelo y le metió un puñetazo en la mandíbula.
El crujido del hueso
colisionando contra hueso, le puso fin al llanto de Kirie. Aun así, Riki había
vuelto a empuñar la mano y tomado impulso con el codo para darle otro golpe,
cuando Guy lo sujetó del brazo y exclamó, “¡Riki! ¡Ya basta!”
“¡Suéltame! ¡Voy a hacer que el
hijo de puta recupere el sentido!”
“¡Ha sido suficiente, Riki!”
Guy enredó los brazos en torno
al enfurecido Riki y se lo quitó a Kirie de encima. Era el tipo de cosas que
Guy hacía. Pero no importaba si el físico de Guy resultaba más imponente, su contrincante
era Riki. Y controlar un animal salvaje como él no era tarea fácil.
Riki tenía su orgullo, no era
alguien que resultara sencillo de conocer. Pero algo que lo diferenciaba del
resto de la gente, era su relativa tolerancia. Las cosas que hacían perder los
estribos a la mayoría de la gente, a él no solían afectarle. Que enloqueciera
presa de los sentimientos era más bien extraño.
Pero en los últimos días, su
paciencia se había visto resentida. Y tener a Kirie—el culpable de todo—ahí en
frente, había desatado el infierno. En un momento así, Guy solo podía hacer su mejor
esfuerzo por tranquilizarlo.
“¡Suéltame, Guy!”
“¡Ya fue suficiente!” Guy
estaba convencido de que si hacía lo que Riki le pedía, este acabaría matando a
Kirie a golpes. Aunque desde la perspectiva de Guy tuviera un sinnúmero de
razones propias para desear la muerte de Kirie, y darle un escarmiento al chico
no era algo que carcomiera su consciencia en absoluto.
De cualquier forma, si querían
podían darle a Kirie una paliza y dejarlo colgado de alguna lámpara en la
calle, pero eso sería después de que averiguaran qué carajos estaba ocurriendo.
Una persona que no fuera capaz
de soportar presenciar algo así no duraría un solo día en los barrios bajos.
Retirarse del campo de batalla de las pandillas no significaba poder burlar la
ley de la jungla que regía los barrios bajos.
Además, a juzgar por la
apariencia de Kirie, se había metido en un serio problema, y eso era algo en lo
que Guy no podía evitar interesarse.
“¿Por qué me detienes?” Riki se
liberó del abrazo apretado de Guy y lo miró, respirando con dificultad. “Es
culpa de este maldito que nos dieran una paliza.”
“Sí, eso ya lo sé. Pero—”
A Guy no le importaba mucho el
bienestar de Kirie sino más bien el hecho de que Riki perdiera la razón y se
descontrolara.
“¡Este—este pedazo de mierda te
vendió por unas monedas! ¿Cómo puedes estarte oponiendo a darle justo lo que se
merece?”
Guy se puso pálido de repente.
“Riki, ¿Cómo—? ¿Cómo—?”
Riki se dio cuenta del desliz
que acababa de cometer y tragó saliva con fuerza. Sacudió la cabeza, frustrado.
“¿Cómo es que sabes eso?” Guy
miró a Riki con una expresión tanto interrogativa como escandalizada.
Riki miró hacia otro lado. “Él
me lo dijo,” le contó señalando a Kirie con los ojos. “El maricón no escatimó
en detalles. Me contó cómo te había vendido por diez mil kario. Estaba preparado para hacer lo que fuera con tal de salir de
los barrios bajos. Hubiese puesto en venta hasta su propia alma.”
En lo que Riki espetaba
aquellas palabras amargas, la ira volvía a resurgir dentro de él. Debió haber asesinado
a Kirie en ese mismo instante. Así los Siniestros no hubieran irrumpido en los
barrios bajos, cobrando víctimas. Pero esa historia era vieja.
Guy al escuchar por primera vez
la verdad sobre algo que nunca habría imaginado, se quedó mirando a Riki con
asombro.
“¿Kirie—te dijo—todo eso?”
¿Pero por qué?
“Sí.” Los ojos negros de Riki
estaban llenos de furia.
Algo horriblemente riesgoso.
Guy lanzó una mirada de medio
lado a Kirie y tomó un profundo respiro.
Ha sido un completo tonto.
Pero si decía eso en voz alta,
era probable que Riki se descontrolara otra vez.
Y aun así no lo mataste a golpes.
Haciendo a un lado los motivos
ulteriores, con toda la sinceridad del mundo, Guy sabía lo que significaba para
Riki.
No era una suposición sino pura
convicción.
Aunque ya no eran pareja, no
dudaba ni por un momento que, incluso ahora, Riki estaba colocando el bienestar
de Guy por encima de cualquier cosa. Y en cuanto a Guy podía decirse que hacía
lo mismo.
Este tonto hace que ayudarlo sea algo imposible.
¿Por qué Kirie habría sentido
la necesidad de provocar así a Riki? Era evidente que Kirie albergaba una sensación
de competencia con Riki que rayaba con el borde de la obsesión—y que Riki había
ignorado tercamente desde el primer día. Aunque esa competitividad había ido disminuyendo
cuando las pretensiones ricachonas de Kirie empeoraron y los rumores se esparcieron por los barrios bajos.
Kirie estaba obsesionado con la
línea que dividía a los ganadores de los perdedores. Mientras los placeres del
dinero y de ostentar un nuevo estatus pudrían su mente, la urgencia de
fastidiar a Riki debía haberse aplacado en consecuencia.
¿Entonces por qué?
Guy le dio vueltas a esa
pregunta en su cabeza. Simplemente no tenía ningún sentido. De cierta forma,
Kirie vendiéndolo al Blondie había sido algo coherente con su personalidad.
Haciendo a un lado la malicia,
Guy entendía las razones que Kirie tenía al hacer una cosa así.
Pero decir algo deliberadamente
sin propósito alguno—con la única intención aparente de molestar a Riki—no era
algo propio de él. La especialidad de Kirie era engatusar y halagar y hacerse
amigo de sus enemigos. Llegar a los golpes no le convenía. Apuntar hacia su
objetivo y deshacerse de él a distancia—ese era el juego que le gustaba.
Hacerse cercano, construir una conexión física, dejar que las palabras bonitas
hicieran el trabajo—y después abandonar la escena antes de que la situación
escalara a los golpes.
Qué Kirie hubiese salido ileso
siempre era más cuestión de cerebro que de suerte, y de saber cuándo no nadar
contra corriente. Kirie era la prueba inusual de que un hombre podía sobrevivir
en los barrios bajos sin depender exclusivamente de la fuerza física.
En el caso de Kirie, quien no
lo conociera opinaría diferente. Aun así, cuando comenzaba a correr sangre,
hacía su mejor esfuerzo por evitar verse atrapado en medio de la confusión. Era
por eso que un montón de pandilleros fuera de control como lo eran los Jeeks le
sacaban tanto de quicio. No estaba yéndose a los golpes al atacar su guarida
con gas lacrimógeno. Pero en cuanto a lidiar con las consecuencias, bueno, le
había dejado ese asunto a los demás.
Pero el asunto con los Jeeks y
aquel otro con Guy eran distintos. No importaba cuanto pudiera desear Kirie ser
el centro de atención, llevar las cosas así de lejos era algo peor que solo mal
gusto. Era una idiotez grave.
Con todo, asumiendo que Kirie
no hubiese vendido a Guy sino a Riki, Guy probablemente habría actuado
diferente. Le hubiera hecho pagar a Kirie con intereses y lo habría matado.
Guy era muy consciente de la
manera en que su propia mente funcionaba. Los demás podían considerarlo alguien
descomplicado, un tipo suave. Pero aunque su imagen pública no atrajera la
atención como la de Riki, a lo que se resumía todo era que Guy no estaba
interesado sencillamente en nadie fura de la esfera de influencia de Riki. Y si
no le interesaba, podía ahorrarse el esfuerzo de intentar mantener separadas su
vida pública de la privada.
Su trabajo en Bison era apoyar
a Riki como segundo al mando. Así que mantenía los ojos y los oídos bien
abiertos y se imponía con gran habilidad cuando se presentaba una amenaza. A
pesar de saber que al estar por su cuenta era capaz de sobresalir, el lugar de
Guy era seguir el mando de Riki. No sentía ninguna necesidad de cambiar las
cosas con tal de hacerse la vida más fácil.
La reputación de Guy podía ser
una muy diferente, porque sabía que en realidad no era una persona tan
agradable en el fondo. Pero a su criterio, Riki era el líder. Ese hecho le
producía algo de satisfacción, pero había sido la inalterable realidad desde
los tiempos remotos de Guardián.
Pero entonces—eso significaba que—Riki lo sabía todo desde un principio.
Cuando Guy dejó de aparecer por
los barrios bajos, Riki debía haber estado preparándose para lo peor. Estaría
enfrentándose a una élite de Tanagura, lo que, aun tratándose de Riki, era un
obstáculo imposible de soprepasar.
¿Y eso qué significaba?
Qué quizás esos moretones
producto de unos besos en su cuerpo implicaban una inminente despedida. A Guy
le parecía que ya había pasado antes. La sensación de haberlo perdido era como perder su brazo derecho—insoportable. Si
no podía ser Riki, entonces tomaba a quien podía en su lugar. Solo por
experimentar ese calor humano.
Guy quería creer
desesperadamente que a Riki le pasaba lo mismo. Guy se había marchado por dos
semanas y Riki aparentemente había permanecido solo con su ansiedad. Al menos,
eso fue lo que Norris le había dicho. Está
loco por ti, Guy. De alguna forma, que puedas ser tú quien le haga sentir eso
te convierte en un ser superior.
Y aunque eso último pudiera ser
cierto, Guy seguía sin tener idea de qué hacer a continuación. Por entonces,
Norris no metía las narices más de lo estrictamente necesario, por lo cual Guy
le estaba muy agradecido. Aun a modo de broma, era imposible que confesara que
Kirie había sido capaz de engañarlo y que un Blondie lo había mantenido
prisionero. El orgullo de Guy tenía sus límites.
Sin embargo, habiendo visto a
Norris luchar con sus propias decisiones la otra noche, a Guy le había dado la
impresión de que en cuanto a la vieja pandilla respectaba, la crisis estaba
próxima a cernirse sobre ellos.
Qué bando escogería Norris cuando
se calmaran las cosas —o más bien Maxi—era una preocupación que Guy no podía quitarse
de encima.
Kirie era la causa de todos sus
problemas.
De repente, ya fuera porque el
golpe que Riki le había propinado había sido lo suficientemente fuerte, o porque
había reaccionado por fin al dolor, o porque simplemente ya no podía soportarlo
más—Kirie se cubrió la cara y comenzó a sollozar. Kirie—cuyo orgullo era todo
lo que tenía—lloraba.
El Kirie que se retorcía en lo
que gritaba enloquecido ante ellos resultaba una imagen grotesca. Pero esa de
un chico sollozando era una tan diferente que Guy no fue capaz de ocultar su
sorpresa.
Pero a Riki en lugar de
producirle sentimientos de simpatía, el cambio en las emociones de Kirie solo
pareció provocarlo y enfurecerlo más todavía.
“¡Qué te calles!” Rugió Riki.
“¿Cuánto más vas a seguir gritando?”
Al presentir que se acercaba
otra paliza, Kirie se mordió el labio y acalló un poco sus gemidos. Con su
terco orgullo a raya, Kirie parecía haberse convertido en otra persona. Los
labios de Riki se torcieron como conteniendo las ganas de vomitar.
Después de llorar un rato más,
las emociones de Kirie se calmaron un poco, la tensión abandonó sus
extremidades y—aunque no estaba relajado del todo—consiguió por fin quedarse
quieto, aunque pareciera una marioneta rota.
Notó por el rabillo del ojo que
Guy se enderezaba. “Kirie, ¿qué sucedió? ¿Por qué la policía de Midas apareció
en los barrios bajos?”
Un espasmo sacudió el cuerpo de
Kirie. Con cautela fue levantándose del suelo, y como un convicto siendo
arrastrado a prisión, miró a Guy con timidez. Al notar por primera vez el
marcado contraste entre el amable tono de voz de Guy y su maltratado y
amoratado rostro, los ojos de Kirie se abrieron por la sorpresa.
“Es gracias a ti que estamos
así,” dijo Guy.
Un solo vistazo a sus caras
dejaba en claro a qué clase de paliza los habían sometido. Y sin embargo la
expresión de Kirie no mostraba signos de entender por qué aquello tenía que ver
con él.
En ese momento, fue a Guy a
quien le dieron ganas de pegarle a Kirie. “¿Pensaste que Riki te estaba
pateando el trasero solo por venderme?”
¿Quieres decir que no era solo por eso? Parecían decir los ojos del
chico.
“Eso es lo de menos,” espetó
Guy. No estaba de humor para remarcar cortésmente todos los errores en las
suposiciones de Kirie. “Los Siniestros nos hicieron esto. Vinieron por ti y nos
preguntaron por tu paradero” Fue directo al grano. “No teníamos ni idea pero no
nos creyeron, así que nos dieron una tunda. A Luke, a Norris y también a Sid. Resulta
gracioso cómo solía pensar que todos éramos amigos.”
La cara de Kirie se puso verde.
“Solo que no teníamos ni idea
de tu ubicación, Kirie. Parece ser que eres demasiado bueno para la gente como
nosotros.”
Quizás solían salir juntos,
pero no eran hermanos. No por mucho. Eso era obvio para Guy y los otros
miembros de Bison, pero no tanto para el resto de los barrios bajos.
Cualquiera pudiera ser el caso,
los viejos miembros de Bison ciertamente dejaban entrever una falta de
preocupación hacia el bienestar de Kirie que podía interpretarse de manera
equivocada por indiferencia. Pero a esas alturas, no importaba lo que dijeran,
la gente iba a creer lo que les diera la gana.
“Estamos hablando de los
Siniestros, ¿de acuerdo? De haber sabido donde andabas metido, les habríamos
dicho sin pensárnoslo dos veces. Cavaste una tumba demasiado profunda incluso
para ti. No te debemos nada.” Guy hablaba en una voz suave y apacible, carente
de rudeza y de un tono intimidante. “Una vez nos apalearon lo suficiente, se
largaron y ya.”
Eso debió haber sido
suficiente. Pero que los golpearan hasta casi matarlos y el hecho de que a Riki
lo hubieran arrastrado hasta la MPC no significaba que hubiera terminado. Guy
no podía imaginarse cómo todo ese embrollo iba a resolverse.
¿Pero y por qué le estoy contando todo esto? Kirie era el
culpable de todo y aun así no parecía tener ni idea de lo que estaba pasando.
Más que enojado, Guy estaba asombrado.
No se iba a olvidar tan fácil
de cómo los Siniestros habían hecho de hechos meras bolsas de boxeo. Aparte de
Kirie y los Siniestros, a menos de que se solucionaran las cosas y se hiciese
clara la situación, no había vuelta atrás. Eso era lo que sentía.
Para empezar, ¿por qué rayos se
estaba escondiendo Kirie en la casa de Riki? Nada tenía sentido y eso solo
atizaba las sospechas de Guy.
“¿Y-y qué hay de ti?” dejó
escapar Kirie, mirando a Guy a la cara. “¿Qué estás haciendo aquí? ¿No se
suponía que eras la mascota de ese Blondie? ¿Te escapaste?” A juzgar por el
tono de voz de Kirie, era obvio que no podía creer que Guy se encontrase allí
frente a él.
Más que se tratase de un
fugitivo, esas eran las dudas principales de Kirie. O quizás lo había dicho porque él mismo se había dado a la fuga
y no quería enfrentarse a la verdad.
“¿Crees que hui así nada más? ¿De
un blondie? ¿Un jodido Blondie?”
“—pero entonces—¿por qué—?”
“Oye, yo tampoco tengo idea de
lo que tienen en la cabeza esas élites de Tanagura.”
Guy era sincero, pero que ambos
estuvieran hablando de esa manera comenzaba a irritar a Riki.
“¡Al diablo con todo eso!”
exclamó. Sus ojos se entornaron, su voz evidenciaba su ira. “Me importa un
comino donde has estado o lo que has estado haciendo. Y en estos instantes,
tampoco me interesa saber por qué coño estás en mi casa. ¡Quítate mi ropa y
lárgate de aquí!”
Kirie estaba muerto para Riki.
Las razones por las cuales Kirie se había visto involucrado con los Siniestros
no era algo que deseara discutir. A diferencia de Guy, quien mantenía sus
emociones bajo control, Riki había estallado desde el primer momento sin
siquiera intentar contenerse ni un poco. Habiéndose extinguido toda su ambición
y orgullo, la cara demacrada de Kirie se hizo todavía más pálida.
“Estás por tu cuenta, niño.
Nadie va a cubrirte las espaldas. No cuando tienes a los Siniestros detrás,” le
dijo Guy.
Kirie sabía que no iban a respaldarlo—lo
hubieran descuartizado ellos mismos con sus propias manos. Guy no necesitaba
aclararlo. ¿Era porque sentía simpatía por él? No. No tenía sentido remarcar lo
obvio, no cuando las probabilidades de que ocurrieran eran del cien por ciento.
La División de Seguridad
Pública de Midas había cruzado los límites al entrar a Ceres. Eso y los rumores
de la vieja pandilla de Bison siendo azotada tenían el mismo efecto. La desazón
y el miedo se respiraban en cada esquina. Junto al nombre del chiquillo que lo
había provocado todo.
Kirie. Se había convertido en
el blanco de toda la furia y hostilidad de los barrios bajos. Un ganador—el
máximo objeto de la envidia y los celos—en un parpadeo había descendido a ser el
perdedor más detestado.
Kirie no sería un simple perro
apaleado sino un intruso aborrecido. Y una vez que esa etiqueta la llevase
dentro del alma, dejaría una marca imborrable. Incluso después de su muerte, el
odio que despertaría la sola mención de su nombre persistiría como el símbolo indeleble
de sus pecados.
Ese era el futuro al que Kirie
estaba condenado. Se diera cuenta o no—lo entendiera o no, se rehusara a
contemplar el horrendo estado de su existencia—no encontraría un momento de paz
otra vez.
Con unos ojos llenos de miedo,
Kirie miró a Riki por primera vez, y luego se volvió hacia Guy. “Yo—Yo no hice
nada—”
“¡Por supuesto que no!” explotó
Riki con sarcasmo. Kirie seguía inventando excusas a esas alturas. “Porque los
Siniestros van por ahí persiguiendo a la gente que no ha hecho nada, ¿verdad? ¡Ya
lárgate de aquí!”
“Espera, Riki” dijo Guy
tratando de tranquilizarlo. A pesar de encontrar razonable la ira de Riki,
quería que se calmara un poco. De la manera que Guy siempre quería. No deseaba
que Riki cometiera una imprudencia a causa de sus emociones. Quería un enojo
diferente, quería al Riki enloquecido pero inteligente.
“No te entiendo, Guy. Este maldito
gusano sería capaz de usar a cualquiera, de vendernos a todos con tal de servir
sus propósitos. ¡No entiendo para qué estás siendo condescendiente!”
Riki estaba en lo cierto. Era
improbable que la esencia del carácter de Kirie revelado en su descarado e
implacable camino a la cima, hubiese cambiado en absoluto. Y sin embargo Guy
tenía que decirlo. “No tiene sentido darle una lección a un cobarde, ¿o sí?
Respira profundo y tranquilízate.”
Guy tenía que saber qué había
hecho Kirie para tener a los Siniestros pisándole los talones. Necesitaba una
pista. Ser ultrajado tan solo porque sí no lo dejaba conforme. Normalmente se
habría olvidado del asunto, pero con Kirie justo allí, tenía que saber.
Riki solía decir que enterarse
de ciertas cosas a veces era peor que permanecer en la ignorancia. Pero al
estar cara a cara con Kirie, Guy no podía borrar la realidad ante él. Si ya
habían recibido la paliza, la vieja pandilla de Bison merecía al menos saber la
razón.
Aunque Riki tenía una
perspectiva diferente. Seguía sin importarle en lo más mínimo en que lío andaba
metido Kirie. El problema no era Kirie. El problema eran los Siniestros que
iban a por Kirie.
Los Siniestros eran los
sabuesos de la División de Seguridad Pública de Midas. Los perros obedientes de
Tanagura. Qué se molestaran en perseguir a alguien como Kirie implicaba una ofensa
a sus servicios.
Eso convertía a Kirie en una
granada andante. Y Riki no la quería cerca. La granada podía estallar en
cualquier momento. Riki no quería que Guy o el resto de Bison estuviese cerca
de Kirie cuando eso sucediera. Entre más lejos, mejor.
El mismo Riki no contaba con mucho
más tiempo. Tan pronto como había sido revelada su identidad a los Siniestros como
la mascota de un Blondie, el segundero del reloj había empezado a correr más y
más rápido. Lo que pensaran los Siniestros era ciertamente un problema, pero no
uno tan preocupante como lo sería la reacción de Iason ante dicha cadena de
eventos.
Riki quería dejar por lo menos
un remordimiento atrás. Cualquier elemento que implicara un nuevo desastre
debía ser descartado. Antes de que se le acabara el tiempo, quería que Kirie se
autodestruyera y se marchara de su vida. Ese era su sincero deseo.
“No hay nada peor que las
basuras como tú, que hacen lo que se les
place y no son capaces de afrontar las consecuencias. Estaré feliz de ver tu cadáver
por la calle,” dijo Riki en lo que sus ojos se entrecerraban. Su rabia alcanzó
a Kirie como un puño blindado en el pecho que le arrancó el corazón.
“¡Lárgate!” vociferó, clavando
a Kirie al suelo con la mirada.
Una discusión no iba a mover a
Kirie. Qué era un hombre muerto—algo que no iba a admitirse—era la única realidad.
“Serás tú el único que responda por lo que sea
que hayas hecho. ¡No intentes arrastrar al resto junto contigo y tu mierda! ¡Adelante!
¡Muérete si es necesario!”
Las palabras de Riki habían
sido un gancho directo a la mandíbula de Kirie. Kirie no sabía por qué Riki
iría tan lejos con tal de evitarlo—por qué estaba tan empeñado en despreciarlo
tanto—y aunque Kirie no iba a luchar por demostrar su inocencia, el completo
rechazo de Riki le dolía en el corazón.
Por supuesto que Kirie no había
albergado ilusión alguna sobre ser bien recibido como el hijo prodigo cuando
había irrumpido en el apartamento de Riki. Sabía que Riki tendría ganas de
matarlo y que probablemente lo haría, de hecho. Al menos debía ser consciente
de eso, y no obstante la rabia de Riki perforaba su ingenuo propósito como una
cuchilla al rojo vivo.
¿Cuál sería la siguiente jugada
de Kirie? ¿Cómo podría librarse? Miró hacia otro lado de repente y sus ojos
cayeron sobre el rostro tranquilo de Guy. Kirie sabía que el peso venenoso de
la presencia de Riki no iba a ser suficiente para dejar callado a Guy.
El tan tolerante Guy—comparado
con Riki—no era un hombro en el que pudiera llorar, y no estaba allí para
interponerse entre Kirie y los insultos de Riki. Al contrario, la manera casi
desinteresada de Guy y sus ocasionales comentarios mordaces podían ser incluso
más abrasivos e intimidantes que el temperamento salvaje de Riki.
Razón por la cual, si la
situación lo requería, Guy se volvería en contra de Kirie en un parpadeo. Eso
hizo que Kirie tragara con fuerza.
El una vez legendario líder de
Bison y su lugarteniente no eran carne y sombra, sino seres análogos. Kirie percibió
la dolorosa realidad como si el fondo de su corazón se hubiera congelado. Aquello
que había pisoteado con tanto cinismo, se había rebelado en su contra. Un
escalofrío lo recorrió de pies a cabeza aunque su garganta ardiera como arena
en el desierto. A pesar de todo lo que quería decir, las palabras no le salían.
Riki lo agarró del cuello de la
camisa y lo arrastró hacia la puerta. “¡Qué te largues!”
Kirie sabía que Guy no movería
un dedo para ayudarlo. Así que en un segundo, algo se quebró dentro de la mente
de Kirie. Los ojos de Riki, rebosantes de furia, se encontraron con los suyos. Esos
brillantes ojos negros de esa rara especie que había producido los barrios
bajos. Unos ojos que miraban a Kirie solo con el más profundo de los odios y el
desprecio.
En lugar de escabullirse, Kirie
se despojó de los últimos vestigios de su vergüenza y agarró a Riki. “Ayúdame,
Riki. Por favor. No me abandones. Haré lo que sea. Ayúdame—”
La naturaleza patética de dicha
demostración fue algo inesperado tanto para Riki como para Guy. Los brazos y
piernas de Kirie se enroscaron en torno a Riki, presionando su cuerpo contra el
de él, ocasionando que Riki lo mirara pasmado. No dispuesto a dejar que se le
escapara la oportunidad, Kirie se aferró a él con desesperación. Riki perdió el
equilibrio.
“Ah, mierda—” Riki hizo una mueca de dolor al caer sobre su trasero
y espalda con todo ese impulso contra el suelo. Pero ciego ante todo lo demás,
las palabras se derramaron de la boca de Kirie.
“Te amo,” soltó. “¡Te amo!” Era
su última oportunidad. No habría otra. “Te he amado desde el comienzo. Te amo
tanto que no puedo soportarlo. Y sin embargo siempre fuiste tan frío conmigo y
solo conmigo. Es por eso que yo—”
La repentina e inesperada
confesión había dejado mudo a Riki. Se le olvidó gruñir por el dolor. Hasta Guy
se encontraba atónito.
“¿Qué mierda estás diciendo?” demandó
indignado Riki. Kirie seguía abrazado de él, acosándolo con su llanto mientras
su voz se hacía más chillona y ronca.
“¡Suéltame!” Riki contorsionaba
su cuerpo, intentando derribar a Kirie, pero solo logrando empeorarse el dolor
de cabeza.
“Te amo. Te amo—” repetía Kirie
una y otra vez.
Riki trató de arrancarse los
dedos de Kirie de encima y de empujarlo lejos, pero el chico estaba aferrado a
él con demasiada fuerza. Tratando de luchar contra un imprevisto ataque de
pánico, Riki gritó, “¡Guy, no te quedes ahí parado! ¡Quítame a este maricón de
encima!”
Guy solo pudo suspirar al estar
presenciando una escena que jamás habría imaginado ni en sus sueños más
alocados. Vaya que tiene confundido a
Riki. Pero el chico consigue sorprenderme también.
¿Kirie podía llegar a tanto?
Aparentemente sí. Guy estaba exaltado. La idea de que Kirie llegase en un
estado tan lamentable y se arrojara tan descaradamente en brazos de Riki—era
algo casi demasiado gracioso para reírse. Guy no sabía cómo reaccionar ni qué
decir.
Fue toda una odisea quitar a
Kirie de encima de Riki. Quizás convencido de que una vez que le apartasen del
lado de Riki, el juego acabaría, Kirie se aferró a él con su vida.
Un dedo, después otro, Guy
despegó a Kirie de la espalda del pelinegro, muy despacio. En ese momento, como
si hubiese llegado a su límite, el cuerpo de Kirie colapsó repentinamente en un
montículo carente de huesos.
Dando grandes bocanadas de
aire, Riki se puso de pie con dificultad, masajeándose ambos lados de la
cabeza, con una expresión agria en el rostro. No tenía ni idea de cómo se había
visto involucrado en semejante desastre.
Los hombros de Kirie cayeron,
abatidos. Se sentó en el suelo sin siquiera molestarse en levantar la cabeza.
“Sí, me lo tengo merecido” habló en un susurro bajo y ronco. “Es eso lo que
piensas, ¿o no? Sí, vamos, puedes reírte.”
Kirie era muy consciente de su
estado miserable. Arrastrándose a través de ese terreno entre dos bandos
opuestos, con sus brazos y piernas desprovistos de toda fortaleza, de alguna
forma, lo único en su mente había sido la cara de Riki.
“He estado huyendo, tratando de
encontrar un lugar donde esconderme, y antes de que lo supiera, tenía a esos
hombres justo encima de mí. Me di cuenta muy pronto que eran policías de Midas.
Llevaban varas de asalto. Pensé que me iba a morir.”
La policía de Midas había
llegado bajo una lluvia torrencial en autos aéreos—no de último modelo como el
que Kirie conducía, sino en montacargas ordinarios que se camuflaban con el
paisaje. Kirie no había sospechado nada hasta que los hombres con atuendos
militares empezaron a llenar las calles.
Hombres de negro que parecían
fusionarse en la oscuridad. Los Siniestros. Saberlo había dejado a Kirie mudo
de horror. De pie bajo la helada y furiosa lluvia, era como tener un tempano de
hielo clavado en sus entrañas. Apenas si se permitía respirar mientras se asía
a las sombras.
Kirie no sabía por qué los
Siniestros habían invadido la Colonia. Pero no era nada comparado con su
sorpresa cuando la División Pública de Seguridad de Midas flanqueó también los
límites de los barrios bajos.
Creyó que estaba teniendo
visiones. Tenía que tratarse de algún error, un disparate burocrático. Al darse
cuenta de que no era una ilusión y de que los Siniestros estaban allí, se
sintió enfermo de miedo.
Tragaba con dificultad,
conteniendo la respiración, tratando de convencerse a sí mismo de que la
increíble escena desatándose frente a sus ojos no podía ser real. Pero incluso
así, no se le ocurrió pensar qué tipo de calamidades pudieran estarle
ocurriendo a Bison a causa de sus desventuras. Eso nunca se le vino a la mente.
Incluso mientras la presión se hacía más apremiante y recordaba la imagen de
Riki, era como si el resto de Bison jamás hubiera existido.
Razón por la cual, cuando los
Siniestros irrumpieron en la Colonia y terminaron en el departamento de Riki,
Kirie no pudo evitar pensar que tal vez había sido por algo que Riki había hecho. Era algo tan serio que
había requerido que los Siniestros traspasaran una barrera que nunca debía
haber sido cruzada.
Y cuando Kirie pensó en eso, sintió un escalofrío recorrerlo. Incluso
entonces el pulso de su congelado corazón se aceleró. Sus extremidades
colapsaron por razones que nada tuvieron que ver con el cansancio.
Kirie ya sabía que el perro
apaleado que era Riki había sido alguna vez el mensajero de Katze, el auténtico
rostro del mercado negro. Habiendo sido capaz de emerger de los barrios bajos,
el nombre de Riki cargaba más prestigio de lo que Kirie hubiera imaginado.
“Riki el Siniestro” era como se
había hecho conocer. Había comido, respirado y sudado el Mercado Negro. Kirie
estaba seguro de que Riki había hecho algo allí que había puesto a los
Siniestros a seguirle la pista.
Y si había sido Riki, debía
tratarse de algo oscuro para contrastar. Con esa idea, Kirie sintió que la
rígida línea que eran sus labios se curvaba en una sonrisa.
Kirie creía que la policía de
Ceres estaba tras Riki, junto con la División de Seguridad Pública de Midas. No
había ni empezado a sospechar que los Siniestros—que solo iban tras los peores
criminales—le estaban siguiendo la pista también.
Habiendo escapado de Guardián
bajo el ensordecedor alarido de las alarmas de seguridad, Kirie no podía ni
recordar cómo había escapado de los niveles subterráneos. Todo lo que sabía era
que debía salir de ahí. A dónde iría después era igual de incierto. Era como
ser tragado por un agujero negro.
Todo lo que recordaba era haber
dejado Guardián y saltar dentro de su automóvil aéreo con destino hacia Midas. Alcanzar
Midas a cualquier costo. Donde fuera menos Ceres. Entre más distancia pusiera
entre él y Guardián, mejor. Cada segundo era crucial. Era lo único en lo que
podía pensar.
Salir de Ceres y ocultarse en
Midas para escapar de la policía—era su único pensamiento. Pero entonces había
pisado el acelerador, chocado contra algo, perdido el control y caído al suelo.
Se encontraba en algún lugar de
Midas, pero no sabía donde. Arrastró su aporreado cuerpo fuera del auto y se
encontró rodeado por una horda de espectadores curiosos.
“¿Estás bien?” le preguntó un
extraño.
Kirie no pudo ni asentir o
negar con la cabeza. El impacto de haberse accidentado en un lugar como ese y
la sirena de una patrulla—tan parecida a los cláxones estridentes de Guardián—lo
habían asustado. Su mente se puso en blanco. El terror se apoderó de él. ¡Sal de ahí! ¡Corre! ¡Ahora! Gritaba una
voz interior.
Kirie se alejó, dejando todas
sus pertenencias en el auto. Solo llevaba algo de dinero y una tarjeta de
crédito. Su único recurso era regresar a los barrios bajos. Le temía más a los
Siniestros que a la policía de Ceres o al cuerpo de seguridad de Guardián.
Un mestizo en Midas no valía
nada. Si era sorprendido por la MPC, las probabilidades de salir de allí con
vida eran nulas.
Al volver a los barrios bajos,
observó que las patrullas eran muchas. Y fue consciente muy pronto que se
encontraban allí por él. No podía ir a casa. No podía acudir a nadie porque
podían delatarlo. Solo quedaba ocultarse. No importaba en qué agujero, no pudo
dormir. No tenía lugar seguro al cual ir. Cada minuto hacia que se sacudiera de
terror.
Bajo la lluvia, con sus
enemigos acorralándolo por los cuatro costados, se dio cuenta de que de alguna
forma había llegado a la calle de Riki.
“Vi a Riki irse con la policía.
En ese caso—” Kirie se abrazó a las sombras y contuvo el aliento, observando a
la espera. Era su única oportunidad. “Me estoy congelando aquí afuera y estoy
muy cansado.”
Una vez el auto aéreo que transportaba
a Riki se desvaneció de su vista, Kirie se arrastró hasta su casa. Los
Siniestros se habían llevado a Riki. No iba a regresar en varios días, si es
que regresaba en todo caso. Kirie estaba seguro allí. El departamento de Riki
era tan seguro como ninguno. Nadie le buscaría allí otra vez. Sería capaz de
dormir un poco. Sería maravilloso sentirse a salvo.
“Burlar la seguridad de la
puerta fue pan comido,” afirmó Kirie como si nada.
Riki apretó los dientes. Cuando
los Siniestros lo habían asaltado y sacado sin avisar, no había tenido tiempo
de reestablece el sistema de seguridad. Y al darse cuenta de que Kirie había
estado ocultándose en su armario cuando había conseguido por fin traer su
maltratado cuerpo de vuelta a su casa, hacía que Riki se exasperara todavía
más.
“Pero—nunca me imaginé que
conseguirías regresar,” dijo Kirie inmutable, levantando la cabeza para ver a
Guy.
Qué Riki estuviera de vuelta
ese mismo día y que Guy hubiera regresado a los barrios bajos después de haber
sido vendido, y que entonces los dos se hubieran encontrado allí era toda una
sorpresa.
La suerte se la había escapado
a Kirie de las manos y antes de que lo supiera estaba descendiendo a los
infiernos. ¿Qué había hecho? ¿Qué había salido mal? Todo estaba fuera de
control y se encontraba a sí mismo en una montaña rusa sin frenos. Era como si
estuviera pagando toda la buena suerte que había tenido al principio.
Y la última prueba de dónde
había salido todo mal tenía que ser Guy. Kirie lo miró, sus ojos eran como un
par de láser.
Guy mostró una pequeña sonrisa
torcida. Tampoco podía responder la pregunta de qué demonios estaba haciendo
allí. No tenía ni idea de qué habían significado aquellas dos semanas de confinamiento.
Querer saber lo que desconocía
y entender lo que se hallaba fuera de su comprensión eran dos cuestiones
distintas.
En cuanto a lo que la élite de
Tanagura respectaba, no tenía sentido intentar descifrar lo que pasaba por sus
mentes.
Kirie no estaba seguro de cómo
interpretar esa sonrisa sardónica. Estaba seguro solo de lo mucho que Riki
consumía su mente, y abanicando ese grado de consciencia, estaba sus igualmente
apabullantes celos por Guy.
“¿Quieres saber por qué decidí
venderte?” preguntó Kirie.
“Sé por qué. Porque querías ser
rico,” replicó Guy.
“Sí. Me gusta el dinero. Y una
élite de Tanagura te quería por diez mil kario. Pero quería el contacto
muchísimo más que el dinero.”
Salvo que ese contacto no había
retribuido mucho y oportunidades como esas eran raras. Así que Kirie tenía que
forjar su propio destino. Sacrificaría cualquier cosa para obtener lo que
deseaba. O eso había creído. Se había dado cuenta de que las oportunidades así
no caían del cielo.
“Lo cierto es que solo tenía
curiosidad de saber cómo reaccionaría Riki cuando se enterara de que YO había
sido quien te había vendido.”
Una expresión indecifrable se
instaló en los rostros de Riki y Guy.
“Quería arrebatar tu existencia
de su vida. Solo tiene ojos para ti, y eso no es correcto.”
“Estás demente,” dijo Guy a
falta de más palabras para describir la situación. Sin ironías, ni dejos de
burla. Saber que esa reacción era el producto del amor incondicional que Riki
sentía por Guy hizo que la cabeza de Kirie punzara.
“Nunca tuve una oportunidad.
Riki no pensaba en mi de esa forma.”
Nadie contradecía a Kirie. Guy
sabía que en lo que a Riki respectaba, Kirie era alguien que le habían forzado
a aceptar. Kirie nunca sería nada más que una imitación. Y no era solo la
impresión de Guy. Todos pensaban igual.
Parecía que Guy y Riki estaban
destinados a estar juntos. Pero Kirie era demasiado ladino y muy arrogante para
aceptar que no podía hacer nada al respecto.
“Supuse que si Riki iba a
odiarme sin importar qué, bien podía odiarme más que a nadie.”
Y Kirie estaba muy acertado en
sus cavilaciones. No importaba qué dijera Guy, Kirie sabía que Guy era la
persona más importante en la vida de Riki. Siempre lo sería.
“Qué te odien con el corazón es
mil veces mejor que ser ignorado. De esa forma, nunca me apartaría de sus
pensamientos. Te digo, es lo mejor del mundo. Mejor incluso que el sexo.”
En ese momento, toda la fuerza
del asco que Riki sentía se demostró en su cara. Riki miró a Kirie con todo el
odio de su ser. Sabía que el día en que el rencor entre ambos se desvaneciera,
jamás llegaría.
Riki y Guy dejaron a Kirie en
la sala, cerraron la puerta de la cocina, y encendieron un par de cigarrillos.
El humor de la habitación los dejaba con nada más que hacer aparte de fumar
juntos. Lo necesitaban, considerando que era demasiado temprano y ambos se
veían horribles. Habría resultado bien acompañarlo con una bebida fuerte, pero
ninguno de los dos lo sugirió.
“¿Y ahora qué sigue?” preguntó
Guy, rompiendo el silencio.
“Como si tuviéramos opción”
Riki dijo abruptamente. “Sacamos su lamentable culo de aquí de una buena
patada.”
Sus ojos parecían decir, no me hagas remarcar lo obvio. Dejaba en
claro que no importaba lo que Kirie dijera, a él le daba lo mismo.
Guy no contestó, solo exhaló
una nube de humo.
“Ni se te ocurra tenerle
lástima, Guy.”
“Para nada. Todo el mundo sabe
que un hombre debe aprender a lidiar con las consecuencias de sus actos en los
barrios bajos.”
Era algo implícito. De otra
forma, un hombre bien podía mandar su orgullo al diablo y conformarse con una
vida de ser despojado de todo lo que merecía. Los barrios bajos no compadecían
a los débiles. No todo podía ser fácil y directo. Solo un idiota iba por ahí
hablando de derechos, esperando justicia.
Sin embargo, Guy creía
necesario recalcar, “Pero justo ahora las cosas resultan algo arriesgadas, ¿no
lo crees?”
“¿A qué te refieres?”
“Considerando todo lo que se ha
ido al diablo, necesitamos tranquilizarnos y analizar mejor la situación.”
“Debes estar bromeando. No
podemos dejar esa bomba de tiempo suelta por aquí.”
Riki había sido directo. No
podían comprometerse en una situación así, sin importar quien estuviese
involucrado. La respuesta había sido tan típica que Guy no pudo evitar una
sonrisa interior.
“En ese caso, quizás debería
ser yo quien se hiciera cargo,” dijo Guy, ofreciéndose. No ponía en duda lo
mucho que Riki odiaba a Kirie. Con la perversa confesión de Kirie, a Guy le
resultaría más sencillo descansar al llevárselo de allí.
“Imposible,” dijo Riki con la
voz endurecida y la mirada renovada. “No quiero que pagues las consecuencias de
mis actos.”
Eso era algo que Riki no podía
soportar. Ser tan severo con Guy vendría a significar que no tenía los
pantalones para entregar a Kirie a los Siniestros.
“El chico se tiró a tus pies,
Riki.”
“¿Crees que hay algo más en
esto?”
Algo más que el dinero. Algo
más que las ambiciones y los deseos de Kirie. Quizás celos.
Era obvio que las palabras de
Kirie habían asqueado a Riki. Pero sinceramente, Guy no podía darse cuenta de
cómo se sentía al respecto. Si Kirie no podía tener a Riki, entonces albergaría
un odio tan profundo que la cicatriz perduraría por siempre en el corazón de
Riki. Y haciendo eso, Kirie se aseguraría de no ser olvidado nunca. Guy nunca
hubiera creído que Kirie pudiera hacer tan claras sus intenciones.
“No puede ser que te andes
preocupando por él después de todo esto,” dijo Riki.
“Es por eso que estoy tratando
de decidir dónde y cómo nos desharemos de él.”
Guy no podía decir si apegarse
a la vida a como diera lugar estaba bien o no. Pero Kirie mandando al carajo su
orgullo y aferrándose a Riki y diciendo que no quería morir demostraba que aún
quería vivir. Pero si Kirie había anticipado todo eso desde el comienzo, y se
arrojó a los brazos de Riki por esa razón, entonces era tan codicioso como
siempre.
“La desesperación sacar lo peor
de las personas, ¿no te parece?” preguntó Guy.
Riki no tenía preparada una
respuesta. Era seguro que Kirie estaba hecho un desastre y que sus nervios
habían colapsado, pero no era posible que estuviera haciéndoles todo aquello
para salvarse.
Entonces—¿cuál sería su
siguiente jugada?
Con ese pensamiento en mente, y
una sombría expresión en el rostro, Riki exhaló una bocanada de humo púrpura.