Estaba fresco y oscuro. No había nadie cerca. Era todo
tranquilidad salvo por los ocasionales montacargas automáticos que pasaban
haciendo su recorrido rutinario. Nada más perturbaba la extraña quietud que
envolvía la atmósfera como una frazada.
El pasadizo tenía aproximadamente tres metros de ancho.
Diez metros más adelante había una intersección, después de la cual los corredores
formaban un laberinto.
De derecha a izquierda era lo mismo. ¿Dónde estaban?
¿Cuánto más tendrían que continuar, y en qué dirección? Se preguntaba Kirie.
Cada tanto aparecían puertas y portones en las paredes
del pasadizo. Pero ninguna tenía pomo, picaporte, panel de seguridad o
cerradura.
De no haber habido una guía con colores pintada en el
suelo, estaría desorientado también. Y no tenía ni idea de a donde lo llevaban
esas líneas de colores. No había señalización ni direcciones. Continuó caminando
por el laberinto, sin poder ver el final.
¿Cuánto más
tendré que soportar esto?
Frustrado y harto, Kirie se detuvo. Dejó salir un suspiro
y se volvió para mirar a Manon. Pero lo único que hizo este fue negar con la
cabeza, dándose a entender sin hablar, su cara lucía más plácida que de
costumbre.
¿Y cuál es
el supuesto plan? La queja casi se le escapa a Kirie en voz alta, pero se
contuvo. ¿Estamos en el lugar correcto?
Kirie estaba a punto de preguntar aquello por pura
irritación. Sin embargo, hacerlo solo agitaría la encarnación de orgullo
inquebrantable que era Manon. Y eso era lo último que Kirie deseaba.
No era fácil esperar cuando sentía que la suerte se le
iba de las manos. Errar en sus cálculos implicaba perder su chance para
siempre.
Habiendo llegado tan lejos, Kirie no necesitaba besar los
pies de Manon más de lo necesario. Pero aun debía ser cuidadoso con sus
conexiones. Cuando la venta de Guy a Iason le había representado ganar diez mil
kario a cambio, Kirie estaba seguro de que el destino estaba sonriéndole. Pero
la gran oportunidad que había estado esperando nunca se materializó. A pesar de
sus bien elaborados planes e intenciones, un fallo seguía siendo un fallo. Darse
cuenta de ello era un golpe bajo en su autoestima.
Una élite de Tanagura y un mestizo de los barrios bajos—aunque
resultara una locura desde el comienzo, la posibilidad solo hizo que Kirie se
dejara llevar por su visión ingenua y desinformada del mundo.
Kirie solo se había encontrado cara a cara con Iason tres
veces. Encuentros que terminaron tan pronto como pudo imaginarlos. Pero aunque no
contaran con mucho tiempo para embeberse en una útil conversación, Iason nunca
había mostrado su superioridad ante Kirie. Naturalmente, a pesar de ello, Kirie
no podía evitar sentir la presión de estar en presencia de un Blondie de
Tanagura.
Pero no se permitió caer en un pozo depresivo de
desprecio hacia su persona. Su deseo de salir de los barrios bajos era
demasiado enorme para eso. Lo llamaban basura mestiza inservible, pero de
contar con tan solo una oportunidad, dejaría atrás esa parte negra de su
historia.
Suerte, tiempo, y alguien que pudiese darle ese empujón
que Kirie necesitaba. Solo con eso, se convertiría en alguien grande, fuera o
no un mestizo. Poco a poco lo iba logrando, se aferraba al éxito con todas sus
fuerzas. Se tomaba el tiempo y el esfuerzo. Había vertido el dinero y ahora
sostenía la carta triunfal de Guardián—Manon—entre sus dedos. Nadie se lo había
dado. Kirie había sacado el joker de la baraja por sí mismo. Había llegado tan
lejos… no había vuelta atrás. Arrepentirse no estaba entre sus planes.
Los dos siguieron la línea azul hasta que llegaron a un
punto donde el pasillo se dividía en tres. Tenían una decisión más por tomar:
la línea naranja de la derecha, la verde de la izquierda o la azul del centro.
Luego de un breve momento de indecisión, optaron por la
derecha.
No había sido una decisión compartida. Kirie había dejado
que fuera Manon quien guiara la parada. No con el fin de preservar su orgullo,
sino de impedirle hacer una rabieta. Si Kirie hubiese insistido en ser él quien
los llevara hasta ese callejón sin salida, no habría sido capaz de soportar las
quejas y pataletas de Manon.
Sus pisadas resonaban con mayor fuerza cada vez. Era el
único sonido suavizando la fría, estéril e inerte atmósfera. Más que una mera
ilusión sensorial, el sonido resultaba extrañamente relajante. Sin él, todo lo
que quedaba era el presentimiento de que algo malo iba a ocurrir.
No podían ver nada. Pasado un rato, Kirie y Manon se
detuvieron acallando sus respiraciones y molestándose en esconder el sonido de
sus pisadas. No importaba, de cualquier forma.
Después de proceder por un momento, pudieron distinguir
la puerta que habían estado buscando. Se miraron y exhalaron suspiros de
alivio, y entonces apresuraron la marcha.
La puerta estaba asegurada con una cerradura electrónica.
“He aquí el premio gordo” dijo Kirie con ansia.
“No necesariamente.”
“Pues date prisa y ábrela.”
Manon sacó una tarjeta llave del bolsillo de su chaleco y
la insertó en la ranura. La puerta se abrió enseguida.
“Sí,” Kirie no pudo evitar murmurar por lo bajo. “Si iba
a ser así de fácil… quizás ha sido demasiado fácil.”
“¿Qué dijiste?”
“Oh, nada.”
Kirie no se sentía tenso. Ninguna emoción corría por su
espalda. Ladeó la cabeza. ¿Realmente tienen
escondido aquí un secreto importante? Recorrer Midas y robarles dinero o
tarjetas de crédito a los vejetes bastardos ricos y calientes era mil mundos
más divertido que lo que estaban haciendo.
La puerta se abrió y entraron. El interior estaba imbuido
de una bruma lóbrega. Kirie juntó las cejas. “Qué lugar tan deprimente.”
La oscuridad hizo despertar sus nervios. No lo entendía
en realidad, pero la sensación de desagrado que acometió sus entrañas parecía
estar suspendida en el aire a su alrededor.
“Manon, ¿dónde está el interruptor de la luz?”
Un poco de iluminación disminuiría un poco la sensación
de misterio. Al menos Kirie podría deshacerse de la idea que acribillaba sus sesos:
estaba en un lugar donde no era bienvenido.
“No puedo ver nada en esta oscuridad.”
Si cerraban la puerta tras ellos, el lugar resultaría una
cripta. A comparación de los pasillos abiertos que habían estado recorriendo,
el lugar era tan claustrofóbico que era difícil respirar.
“¿No tienes tan siquiera una linterna?” preguntó Kirie.
“¿Por qué me preguntas eso?”
“Si tuviera una, no te la estaría pidiendo.”
En vez de revirar con un comentario mordaz, todo lo que
Kirie escuchó fue un suspiro exasperado. Pero al menos sus ojos se estaban
acostumbrando a la luz. Aunque no podía ver nada que le causara especial
curiosidad. Nada excepto la extensión del espacio ante ellos.
Su mente había permanecido fija en esa extraña sensación
que lo había capturado en el minuto mismo en que puso un pie dentro de la
habitación—y sin embargo no había nada allí. Sus expectativas habían sido
cruelmente defraudadas. Murmurando para sus adentros, descargó su irritación en
Manon.
“Manon, ¿qué clase de laboratorio súper secreto es este?
No hay nada. ¿Han sido puras patrañas tuyas todo este tiempo?”
Haber llegado hasta allí en una tarea de tontos para nada—hacía
que Kirie quisiera morirse de la risa. Conocía mejores maneras de perder el
tiempo.
“Nunca dije que se
tratara de ningún laboratorio súper secreto. Tú mismo llegaste a esa conclusión.”
“Me refiero a que—”
“Para empezar, es la primera vez que vengo a este lugar.”
“Pero sabemos que Katze ha estado husmeando por aquí. El
río suena porque piedras lleva si está él involucrado. Si aquí no hay nada,
entonces hay algo que no encaja.”
“Ya lo sé. Fuiste tú quien insistió que te trajera hasta
aquí—un completo intruso—contra mi buen juicio. Así que cierra el hocico.”
La mera mención del nombre de Katze había puesto a Manon
de mal humor. Kirie murmuró con amargura para sus adentros una vez más. Vaya que Katze saca lo peor de él. Olvidé
cuanto resentimiento hay entre ellos.
Kirie nunca había visto a Katze en persona, ni siquiera
en fotos. Pero lo que sí sabía era que Katze lo aventajaba en cuanto a
apariencia respectaba. En cualquier caso, se trataba de un hombre importante en
el mercado negro.
Dedujo que Katze había encarado a ese perro faldero—quien
jamás había puesto un pie fuera de esos jardines edénicos—y le había dado
directo en el orgullo. Compararse con un hombre como Katze era pura arrogancia.
“Si ese es el caso, entonces larguémonos de una vez.
Busquemos en otra parte,” dijo Kirie.
“¿Cómo que busquemos en otra parte?”
“Volvamos por la línea azul y sigamos la línea verde en
cambio.”
Para bien o mal, la habilidad de Kirie para volverse
emocionalmente neutral era una de sus mejores cualidades. Hasta donde le
concernía, si había llegado hasta allí tenía que descubrir algo, así fuera por
pura terquedad. No iba a irse con las manos vacías. Tenía toda la ambición de
un hombre y era muy feliz en admitirlo.
“No creo que ningún otro lugar sea distinto de cómo es
aquí,” dijo Manon, en lo que tanteaba la pared con la mano en busca de un
interruptor.
Mientras contradecía con la boca, en su corazón sentía
que hacía más tentadora la carnada. Odiaba tanto a Katze que estaba dispuesto a
hacer lo que fuera para de alguna manera ganarle.
Ambos, Kirie y Manon, tenían motivos ulteriores propios. Al
menos en cuanto a eso se parecían.
Pareces
estar procediendo bajo una premisa equivocada. Tú y yo somos la misma basura
mestiza de los barrios bajos. Las palabras que Katze le había lanzado a Manon habían
estado imbuidas de una furia y un desdén inimaginable. Tan solo eres el hijo de Judd Kuger. Así que quizás te convenga mantener
la boca cerrada.
Jud Kuger era el padre de Manon y estaba a cargo del
poder en Guardián. De alguna manera, el inservible furniture que era Katze estaba
haciendo que Judd se denigrara y había insultado a Manon en su propia cara.
Manon sencillamente no podía tolerar una cosa de ese estilo.
Ostentar ese
grandioso sentido de autoridad solo te convierte en una molestia. De cualquier
forma, no tiene sentido intercambiar palabras con un tonto que no ha
comprendido que la basura mestiza es y seguirá siendo basura mestiza para
siempre.
La sorpresa, humillación e indignación habían sido más de
lo que Manon podía tolerar. Solo quedaba resentirse por el hecho de que—si bien
por razones muy distintas—Kirie se hubiera interesado tanto en Katze, a quien
consideraba un enemigo mortal.
Al enterarse por medio de Kirie que Katze trabajaba como
representante de Tanagura y como informante en el mercado negro, Manon se había
quedado sin palabras. Nunca había oído nada parecido antes. Su padre nunca se
lo había mencionado.
“O sea que algo raro está ocurriendo en Guardián, algo
que ignoramos. Y eso es en lo que Katze tiene puesta la vista.”
Manon no podía simplemente considerar ridícula la
posibilidad. Fue entonces que la existencia de todos esos pisos subterráneos en
los sótanos se le vino a la mente. A pesar de saber sobre ellos, no tenía idea
de para qué servían. Pero algo debía estar ocurriendo. Los únicos que tenían
acceso allí eran miembros del personal con distinciones especiales.
Como fuera, como heredero de la fortuna familiar, merecía
tener el mismo acceso que cualquier miembro del personal. Cuando Manon se lo
contó a Kirie, los ojos le habían brillado. Quería saber qué era ese lugar y
acosó a Manon continuamente con tal de obtener información.
Cuando Manon le había dicho a Kirie que no se podía,
Kirie solo se volvió más insistente y vengativo, negándose a jugar con él. Pero
el cuerpo de Manon se moría por ser acariciado, así que cuando declinaba las
intenciones de Kirie, Kirie se apoderaba de sus partes más sensibles y privadas
mientras mantenía a Manon en su puño de hierro, impidiéndole correrse hasta que
suplicaba y rogaba por liberación. Con su resistencia al borde de la ruptura,
Manon finalmente había accedido.
Con esa promesa, Kirie pagó por adelantado, recompensando
a Manon hasta que sus entrañas convulsionaron y su cerebro se derritió. Kirie
jugaba con Manon con sus palabras y su lengua, como un atleta que ha
perfeccionado su deporte.
Rechazo y reconciliación. Difícil de conseguir, imposible
de renunciar. Hambre y saciedad. Con un simple toque de las manos expertas de
Kirie, Manon era conducido fácilmente hacia el infierno o hacia el cielo con la
oscura y sigilosa furia de la pasión.
La ambición de Kirie no conocía límites. Manon no podía
sacudirse la sospecha de que estaba siendo utilizado. Pero aun sabiendo eso,
permanecía siendo el esclavo de Kirie. No podía renunciar a esos sentimientos,
a esa lujuria y deseo.
Por sí solo, Manon nunca hubiera explorado los sótanos
que había bajo Guardián. Pero cuando estaba con Kirie, la culpa de romper las
reglas y los tabúes se desvanecía.
Manon también quería saber qué había allí. Y al final del
día, la decisión de visitar ese lugar había sido suya.
Haciéndose con una identificación del personal para
sacarle copia había sido sencillo. Después de todo, era el hijo mayor de
Guardián, Manon Sol Kuger.
Katze lo había insultado en la cara, pero su seguridad
sobre su lugar en Guardián permanecía firme. Katze era un tonto si no se había
dado cuenta de—si se negaba a reconocer—ese hecho.
Pero eso era algo que no se atrevía a compartir con
Kirie. No importaba cuanto lo engatusara Kirie, esa postura era una que no
podía relucir sino hasta el amargo final.
“Es probable que ese bastardo de Katze esté aparentando
solamente. De lo contrario—” empezó Manon, pero en ese momento, sus dedos se toparon
con algo y enmudeció. ¿Qué es esto? Hay
algo aquí.
“¿Jactarse? ¿Qué ganaría Katze al hacer semejante
esfuerzo?”
“Cállate—”
“¿Huh? ¿Qué?”
“No hagas ruido. Hay algo aquí—en la pared—” Manon enfocó
la vista y trató de tomarlo con sus dedos. Lo empujó hacia la derecha.
Casi que de inmediato, una pálida luz azul inundó la
oscuridad. El débil sonido de algo moviéndose llegó a sus oídos. Lo que habían creído
era una pared dividida en la mitad se separó.
“Oye, Manon, ¡lo hiciste!” dando un giro de 180 grados, la voz de Kirie sonó como un chillido
emocionado. “Vamos.”
Con rapidez, Kirie avanzó hacia adelante con Manon siguiéndole.
Sin embargo, un momento después de haber estado caminando a toda prisa, presos
de la emoción, sus pies se detuvieron con brusquedad.
“¿Qué—demonios—?” jadeó Kirie.
El vasto espacio que hacía algunos minutos había estado
vacío ahora estaba lleno con el azul de las profundidades de un océano.
Alineados en el centro de la habitación había una fila de cilindros que se
extendía hasta más allá de lo que alcanzaban a ver.
Y dentro de ellos había… personas. No—no eran personas—sino
lo que solían ser personas. Manon y
Kirie presenciaron una escena grotesca del tipo que nunca habían presenciado
antes.
Eran especímenes de lo que pudieron haber sido
considerados humanos que habían sido mutilados y cortados en pedazos. O incluso
los cadáveres de personas que, debido a alguna mutación repentina y drástica, ya
no podían ser denominados personas. O tal vez muestras extrañas y preciosas de
una especie desconocida.
“Dios mío. Qué—puto—asco—” escupió Kirie. La siniestra y
fantasmagórica visión le había sacado el comentario espontáneamente. Pero
entonces se le ocurrió que la repulsión que sentía era solo la reacción
visceral ante la imagen de esas partes corporales. Perder un pie o una mano no
era algo fatal. Pero si a una persona le eran removidos el cerebro o sus órganos
internos, moría.
Lo mismo podía decirse de un humano al que le faltaran
los huesos, o un cuerpo cubierto por numerosos rostros con aspecto de tumor, o
los extraños tritones y sirenas, o las quimeras mitad humano mitad bestia, que
parecían errores de la naturaleza. Todos esos especímenes estaban frente a
ellos.
Razón por la cual Kirie tuvo que decirse que aquellos
eran solo humanos disecados en esos tanques. Pero si una de esas cabezas
flotantes conectadas apenas a unos troncos encefálicos colgantes abriera sus
ojos—
Viéndolo a través de sus propios ojos, un gemido escapo
de los labios de Manon. En los tanques que había junto a Kirie, dentro de un
torso diseccionado y sin cabeza que estaba conectado a varios cables y
mangueras, un corazón latía. Definitivamente estaba vivo.
Y entonces fueron conscientes, los dos, Manon y Kirie. Los
tejidos residiendo en esos tanques no eran especímenes o los restos de alguna autopsia.
Aunque fueran seres humanos desprovistos de cualquier dignidad de vida, seguían estando vivos.
Si Guardián era el tan llamado jardín en Ceres, el
precinto sagrado, intachable y al margen de cualquier daño, entonces ¿cómo
podía permitirse la existencia de dichas perversiones? No podían creerlo. No
querían creerlo. No querían ver lo que estaban viendo con sus propios ojos.
Pero no podían negar la verdad. La grotesca escena
insensibilizaba sus pensamientos y sus extremidades. Paralizados, se quedaron
estáticos en su sitio.
El miedo trepó la espalda de Kirie como un montón de
gusanos bajo su carne. Se le pusieron los pelos de punta. Las ganas de vomitar
reemplazaron el deseo de gritar. Pero aunque lo hubiera hecho, vomitar no
habría aplacado el miedo y el asco que sentía.
La cruda realidad se abrió camino sin misericordia a
través de su materia gris, como intentando devorar su cordura.