jueves, 31 de julio de 2014

AnK - Volúmen 2, Capítulo 3

Aunque habían pasado dos semanas desde aquella noche de desgracia, la carcomedora sensación de humillación continuaba latente en las entrañas de Riki. Sin lugar para expresarse, la incurable furia causaba estragos en su interior.Toda la vergüenza permanecía con él.
Era de esperarse que a partir de ese día Riki no hubiera pisado las calles de Midas de nuevo. Estaba lejos de lograr mantener cualquier conversación sobre “incursionar”, pues apenas si podía arrastrar la primera sílaba fuera de su boca. En cambio, se mordía la lengua hoscamente. Día a día la línea entre sus dos cejas juntas solo se hacía más y más profunda.
Si tan solo pudiera haber reprimido los abominables eventos, pudiera haber vivido como un hombre feliz. Pero cada vez que cerraba los ojos, ahí en su cabeza estaba la fría y hermosa imagen del hombre, como tallada en sus sentidos.
“¿Cuándo pierdes tu objetivo… acostumbras recoger a alguien y hacer dinero de esta forma?”
Su singularmente gélida voz que comunicaba una arrogancia imbuida de intimidación, se le quedó grabada a Riki como un incesante chirrido en sus oídos.
¡Mierda!
Y sin embargo perduraba la dolorosa miseria de no ser capaz de hacer nada aparte de quejarse. En realidad no estaba molesto porque Iason lo hubiera humillado, aunque ridiculizar la vida sexual de un hombre fuera una descarada violación a las costumbres del sentido común en los barrios bajos.
Aun encontrándose en un motel a las afueras de la ciudad, Iason no había perdido ni un solo tramo de su dignidad y majestuosidad. Al contrario, para un Blondie de Tanagura que lo tenía todo y más de sobra, Riki no sería nunca nada más allá de una prostituta cuya práctica era coquetear con hombres y venderse a cambio de unas pocas monedas.
Comprenderlo era mortificante.
No cabían dudas al respecto. Había sido él quien forzara a Iason por las malas en primer lugar y lo persuadiera hasta obtener lo que deseaba. Su terquedad y orgullo eran a ojos del Blondie el mero reflejo de su carácter egoísta y malcriado.
La sola idea hizo que le ardiera la garganta.
“No te confundas, mestizo. Tú eres el precio que tan torpemente me forzaste a aceptar a cambio de mi silencio. Haz cuanto pido, entonces, gime para mí y quedaremos a mano. Nada más.”
El frío y calculador comentario, que no podía tomarse como nada distinto del lenguaje abusivo que era. El veneno purulento apuñalando su materia gris a veces se desbordaba y afectaba su orgullo.
Apretaba los dientes. Sus sienes palpitaban. No había experimentado tales sentimientos de disgusto desde que había dejado Guardián. Y sin embargo, sabía de corazón que no existía remedio eficaz contra la fiebre latiendo dentro de su cuerpo.
Entre los límites restringidos del mundo de un niño, siempre podría taparse los oídos y cerrar los ojos a aquello que le resultara doloroso. En Guardián, aquel había constituido el único “derecho” permitido a un niño inmaduro.
Pero ahora las cosas eran diferentes.
Independientemente de la madurez o inmadurez de un hombre, todo el lloriquear y quejarse del universo no cambiaría nada. En los barrios bajos, donde predominaba la ley de la selva, las palabras y las acciones de un hombre siempre se volvían en su contra.
Riki también conocía esa realidad—la realidad de que no podía simplemente hacer que lo que había sucedido se esfumara. Le pesaba en grande.
Estaba en una posición horrible. El día no tenía suficientes horas para transferir todos los recuerdos a alguna especie de laguna mental fuera de su rutina diaria. Pero no tenía otro camino más que el de persuadirse a sí mismo. Y eso lo hacía insoportablemente miserable.
¿Cuánto tiempo tomaría enmendar sus astilladas emociones? No podía empezar a imaginarlo.
Por supuesto, lo que le había ocurrido era más un maldito milagro que un insólito accidente. Toparse con ese extraño hombre de nuevo, sin mencionar el hecho de encontrarse a tiro de piedra con otro Blondie de Tanagura, era la última cosa que esperaría ocurriera en algún momento cercano. Pero a pesar de eso, no podía depurar los recuerdos de su mente y regresar a su vieja y despreocupada existencia.
Ser llamado “basura mestiza” tan fácilmente, la humillación de ser ridiculizado y ser acariciado por esos ojos fríos carentes de emoción. Le habían dado una paliza a su orgullo, y este no se recuperaría así como así.
Los vergonzosos recuerdos de ser abusado de esa manera tan cruel se hicieron todavía más intensos en su mente. Incluso durante los bien acostumbrados episodios de sexo con Guy, no podía dejar en blanco las mordaces memorias envueltas tercamente en torno a su corazón.
“Venirse así de rápido no es nada de lo que debas estar orgulloso.”
Cállate.
“Todo tu supuesto poder es solo petulancia vacía.”
¡Ya basta!
“¿Y aquí encontramos la raíz de tu placer?”
¡Vete a la mierda!
“Aunque aquí—”
La fiebre acosadora de la voz burlona circundando su cabeza, adhiriéndose a él con tenacidad, lo envolvía.
Mierda.
Mierda.
¡Mierda!
Miserable. Incómodo. Lo único que podía hacer era rechinar los dientes y darle batalla a la oscuridad. Era su propio peor enemigo.
¡Esto no es lo que soy!
Mordió su trémulo labio. No se trataba de ninguna pesadilla, era más como haberse drogado con LSD y haber tenido un mal viaje. No había forma en que Guy pudiera ignorar el alto grado de agitación de Riki. “¿Qué te pasa, Riki?” le susurraba en el oído.
Riki se quedaba ahí lánguido relajando los brazos y las piernas, recuperando el aliento. Por supuesto Guy se daba cuenta de que Riki no parecía estar “ahí” en cuerpo y alma del mismo modo que antes, y empezaba a molestarse con él.
“¿Ocurrió algo?” usó el mismo tono de voz gentil que siempre usaba. Peinando hacia atrás un mechón de cabello juguetón que había caído sobre la frente del otro. La mano cálida de Guy no se sintió menos reconfortante que antes.
Riki estaba en el lugar al que pertenecía. Guy más que nadie lo hacía sentir cuán verídico era eso. Y sin embargo—
¿Por qué?
¿Cómo?
¿Cómo habían terminado cautivos sus pensamientos por ese monstruo? “No es nada,” murmuró, las palabras eran como amarga salmuera rezumando de las comisuras de su boca.
“¿Seguro?” insistió Guy.
“Seguro,” Respondió Riki con indiferencia, pero hasta él sabía cuál era el motivo real de la cuestión—lo que Guy quería escuchar y lo que probablemente estaba pensando. Los sentimientos que no quería expresar. En su compasión mutua, en la certeza del calor corporal que compartían, se suponía que no habría mentiras.
Guy paseó su lengua desde la nuca de Riki hasta el lóbulo de su oreja, entrelazando sus piernas con las de él, con fuerza. “Entonces hagámoslo.” El calor creciendo en su joven cuerpo era rotundo. “¿Todavía puedes…? No estoy cerca de haber tenido suficiente.”
Poner en palabras sus deseos incontrolables encendió la chispa. Con Riki como su compañero, no importaba cuantas veces lo hicieran, nunca bastaba. Guy no podía evitar ser consciente de sus sedientas pasiones animales.
Esas pasiones no habían cambiado en lo más mínimo desde que estaban en Guardián, y solo habían fortalecido su deseo de querer monopolizar las partes de Riki que la buena suerte había convertido en suyas.
Riki podría pensar que estaba usando a Guy para sus propios propósitos egoístas, pero Guy tenía otra perspectiva. No era lo suficientemente atractivo para justificar el acarrear su afligido trasero por pura impulsividad. Tampoco era tan paciente como la gente a su alrededor parecía creer.
Era por Riki. Riki era su pareja, y Guy sabía bien cuán tolerante y comedido podía llegar a ser.
Podía acordarse todavía del pequeño cuerpo en la oscuridad, en medio de la cama, abrazándose las rodillas y temblando. Cuando Riki cerró los ojos—ojos que veían enemigos en todos los que se reflejaran en sus intensas pupilas—se convirtió en una persona completamente diferente. Tan joven.
Entonces una noche, el Riki que había levantado la mano y agarrado la suya, había desaparecido. Y aunque la época en que Riki había necesitado de su protección se había acabado hacía mucho, Guy no podría olvidarse jamás de que había jurado protegerlo.
Nunca lo olvidaría.
Era de gran alivio para Guy saber con certeza que era el único conocedor del talante real e indefenso de Riki, sepultado bajo tantas capas de fiero orgullo antibalas. Y por otro lado, estaba plenamente consciente de la profundidad del hambre que sentía por él.
Más.
Nunca era suficiente.
¡Quiéreme más! ¡Deséame más!
Guy no era ciego hasta el punto de quedar atrapado en esa abrumadora sensación de apego. En Guardián, a pesar de lo desagradable de la tarea, tuvo que llegar a un acuerdo con la profundidad de esa amplia diferencia en el deseo.
Sin decir una palabra, Riki enroscó el brazo en torno al cuello de Guy y lo besó, haciendo como que se le estaba insinuando. Cambiaban el ángulo de sus bocas como dos amantes poniéndose de puntillas, entregándose a los besos profundos, intercambiando la posición de sus cuerpos, entrelazando sus lenguas. Como para calmar los recelos y ansiedades de Guy por completo.
O más bien, como para sacar por completo de sí mismo los últimos vestigios de la presencia de Guy envolviendo el centro de su ser.

Y sin embargo pasaron otras dos semanas. Riki seguía sin poder deshacerse de la fiebre consumiendo sus entrañas. Se la pasaba desperdiciando el tiempo, irritado, y llenaba los espacios vacíos internos con comida chatarra.
“¡Hoola, Riki! ¿Estás solo? Algo que no se ve muy a menudo.” Le gritó Zach Rayburn. Zach traficaba con las tarjetas de crédito que Riki y sus amigos robaban en Midas. “No te he visto mucho por aquí últimamente. ¿Qué me cuentas?”
Esa era la forma habitual en que Zach saludaba, y no pretendía nada malo con ello. Riki frunció el ceño.
Cuando lo hizo, los pocos transeúntes cercanos tragaron con dificultad y apartaron la vista. Zach no les prestó atención. Al contrario, acercó un taburete y se sentó, toda su altura musculosa quedó plegada y amontonada. “Oye, Riki. ¿Alguna vez consideraste ser un mensajero?” preguntó, yendo al grano de inmediato.
“¿Un mensajero?” Riki entrecerró los ojos y lo escrutó por un largo rato. Había estado atarugándose la boca con una “aleta” —un delgado producto cárnico derivado del pan que tenía el grosor de un crepe y estaba recubierto por manteca. Hizo una pausa lo suficientemente larga como para dar una respuesta, aunque sin denotar señales de haberse ofendido. “Eres un perista. ¿En qué momento te convertiste en una agencia de empleo?”
Los gorilas acechando a espaldas de Zach (quien los había contratado para lanzar miradas amenazadoras a todo el mundo) reaccionaron a la esperada insolencia en el tono de voz de Riki, mirándolo con los ojos entreabiertos. Pero ni a él ni a Zach pareció preocuparles.
La piel morena del último y su blanco cabello corto destacando sus orejas puntiagudas, dejaba en claro que no era residente de los barrios bajos.
Entre los turistas que visitaban Midas existían quienes, por las razones que fueran, se quedaban atrás desafiando las leyes de inmigración. Aquellos ‘refugiados’ cuyas visas habían expirado y no podían regresar a casa de nuevo si lo deseaban, eran difamados como “sinkers”. Pero para Zach dicha gente no estaba condenada a la violencia, a la desesperación o a la miseria.
Nadie sabía por qué ese extraño de orígenes no identificados se había mantenido en los barrios bajos durante tanto tiempo.
Pero aun lidiando con los mestizos—los “parásitos” que se ganaban la vida “escarbando entre los desperdicios de Midas en busca de las sobras” —Zach no los hacía inclinarse o reverenciar. Como un hombre de negocios de cabo a rabo, trataba a todo el mundo de la misma forma. Su naturaleza inusual era su tarjeta de presentación. De una u otra manera, todos en los barrios bajos lo conocían.
“No es lo que parece.” Se bebió de un solo trago el resto de la cerveza de aspecto venenoso. “El caso es que un conocido mío me pidió que preguntara.” Zach bajó la voz a un nivel exagerado. “Parece ser que el chico que empleaba metió la pata y no va a hacer uso de sus servicios por una temporada. Así que está buscando un sustituto.”
“Huh. ¿De qué clase de factor de riesgo estamos hablando?”
“Ignoro las particularidades del trabajo. Pero viéndolo desde la perspectiva de que no está requiriendo un simple mensajero, me imagino que va a ser tan riesgoso como es de esperarse que un trabajo como ese lo sea. Por lo que vale la pena, es que la paga debe ser excelente.”
“Que no interese si es un mestizo de los barrios bajos quien tome el trabajo se me hace un poco sospechoso.”
Ceres no figuraba en ninguna parte en ninguno de los mapas oficiales de Midas. Pero como un secreto abierto, a pesar de eso hasta los visitantes de Midas sin conocimiento previo de los barrios bajos podían percibir la existencia de una “zona roja” repleta de la clase baja, a la que jamás debían ir.
Esa era la realidad que los residentes de Ceres representaban para el mundo de afuera. Midas tampoco reconocía la existencia de ningún derecho civil dentro de Ceres. La efímera denominada “luna de miel” con la Mancomunidad tras la independencia de Ceres ahora estaba muerta.
Tanagura era la famosa “ciudad metálica” del sistema solar, apostada ahí entre las sombras proyectadas por las luces de Midas. A las ONGs de derechos humanos de la Mancomunidad y a los grupos de presión les intimidaba su presencia, y estaban muy dispuestos a dejar pasar los problemas de Ceres.
No importaban sus déficits en recursos humanos, nadie estaba dispuesto a ofrecer ayuda a los desagradables mestizos que habitaban los problemáticos barrios bajos. Los barrios bajos estaban atrapados para siempre en esa caja asfixiante, luchando por respirar.
Pero Zach se mofaba de lo que el mundo consideraba “sentido común”. “Mira, según la forma en que yo veo las cosas, demuestras ser útil y nadie va a examinar tu currículum.” Y por otra parte, “Eso no significa que esté dispuesto a contratar ningún vejete. La toma de la decisión ha recaído sobre mí así que mi propia reputación está en juego.”
El mensaje implícito en su aire despreocupado era: Es por eso que te escogí a ti. Era un mensaje que halagaba el orgullo de Riki. Probablemente la fuerza de la personalidad de Zach fue la única razón por la que no desconfió de inmediato.
“¿Qué dices, Riki? Un simple cara a cara no puede hacer daño, ¿o sí? Si no te gusta lo que estás escuchando, siéntete libre de declinar la oferta en el acto.”
Quizás si Zach no hubiera tratado siempre a Riki con el respeto de un igual, habría sido más franco y obstinado en sus negocios. Solo por eso, Zach se había ganado en definitiva la reputación de ser humano decente entre los compañeros mestizos de Riki. Zach nunca había tratado de concretar una venta difícil con una baraja mierdosa.
Un mensajero. A Riki le gustaba el sonido de esas palabras. No hacía falta decir que de haberse encontrado Guy ahí con él, buscando las inconsistencias, probablemente habría disuadido a Riki desde el principio. Sin embargo, una inusual sensación de curiosidad—más que la invisible pero siempre presente asfixia atestando los barrios bajos—lo sedujo y lo convenció al final.
“De acuerdo. ¿Cuándo y dónde arreglamos esto?”
Faltaban diez minutos para las tres de la tarde, hora estándar de Midas. Flare (Área 2). Aunque todavía faltaba bastante para el anochecer, la marea humana que fluía a través del distrito alojando las boutiques y restaurantes de clase alta apenas si había disminuido.
“Autos capsula” automáticos empleados por la industria turística desfilaban de ida y de vuelta por la calzada. Las aceras nuevas destacaban bajo el cielo azul, destellando con colores relucientes por todas partes.
Desde ese día, Riki se había tomado un descanso de incursionar por las noches. Pero para él, quien rara vez se aventuraba dentro de la ciudad fuera del Distrito del Placer, el paisaje desde la circunferencia exterior de los anillos dobles de Midas no era la vista infinitamente intrigante que había imaginado. Más bien, era toda esa obscenidad explícita expuesta a la brillante luz del día de lo que no podía apartar los ojos.
Este es un gran mundo de fantasía después de todo.
Si Ceres era un vertedero sofocante y agobiante, entonces en la noche, el pomposo Distrito del Placer de Midas era un pantano sin final de decepción y deseo que daba vueltas. Al preguntarse quién de los dos, si los mestizos (quienes disfrutaban de más libertad corrupta de la que sabían administrar) o los ciudadanos de Midas (quienes vivían tras las imperceptibles paredes de cristal de sus jaulas invisibles), disfrutaba de mayor libertad, tardaban mucho en dar con la respuesta correcta.
El futuro no está escrito.
Hacía tiempo que tales eslóganes del movimiento independiente de Ceres, ahora historia pasada, habían pasado de la memoria colectiva. Pero Riki en serio creía que debía aprovechar la oportunidad que había caído tan inesperadamente en sus manos. No importaba qué tanto pesara la realidad sobre los hombros de un hombre, si se le presentaba la más mínima ocasión de salir adelante, podría cambiar su destino.
Esa era la verdad que Riki conocía. Lo misma de cuando había estado asfixiándose entre las barreras de vidrio de Guardián—una cárcel disfrazada de patio de recreo—y se había encontrado al indispensable Guy, la piedra angular de su supervivencia.
El futuro de nadie está escrito.
Incluso si todo aquello era una especie de señuelo, podía usarlo de alguna forma, de alguna pequeña forma, para cambiar su vida. Con una pizca de coraje y un poquito de suerte, Riki sabía que podía lograrlo.
Si no cambiaba él, el mundo a su alrededor tampoco lo haría. Nada pasaría. Su futuro estaba en sus propias manos, y tenía la sensación de que en ese momento eso era algo más que una mera ensoñación.
En las proximidades de las relucientes calles modernas, Riki se recargó contra las paredes del cañón urbano y estudió la tarjeta en su mano de nuevo.

WED 15:30 MOGA-E- [ B+R] 805 (#07291)

Esos eran los únicos caracteres impresos en la tarjeta que Zach le había dado. Una vez que había completado su parte de la transacción, Zach le dedicó una sonrisa significativa y se marchó. “Muy bien, buena suerte.”
Más tarde Riki le echó un vistazo más minucioso a la tarjeta y refunfuñó para sus adentros. No había problema con la hora. Lo relativo a MOGA era probablemente una sala o el nombre de una calle. O quizás el de un edificio.
¿Pero ubicado dónde? No tenía ni la más mínima idea. En consecuencia, Riki terminó gastándose medio día en batallar con los mapas de Midas en un computador anticuado, buscando en cada área. ¿Y por qué demonios soy yo el que tiene que hacer esto? Desperdiciando tiempo y esfuerzo en tan exasperante tarea era estúpido y lo hacía enfadar.
Consideró de veras romper la tarjeta en pedazos y tirarla a la basura en ese mismo instante. Pero medio por pura terquedad se imaginó la cara de Zach en su mente y mientras le dirigía a la visión imaginaria una retahíla de maldiciones tórridas, continuó machacando el teclado.
No conocía los detalles de quien era el cliente de Zach, pero sentía que, escrita en tinta invisible entre los negros caracteres impresos en esa blanca cartulina ordinaria, estaba la condición: No nos importa quien seas o de donde provengas, pero no nos sirven los inútiles.
Quizás era una peculiaridad psicológica arraigada al alma de cada mestizo. O quizás una visión surgiendo a causa de su naturaleza conducida en exceso por el ego. De ninguna manera (¡A la mierda todo!), la verdad indiscutible era que iba a por ello con más ganas de las usuales.
Tras de ser un viejo pedazo de chatarra, Riki rara vez veía una computadora en el curso de su vida diaria, así que el proceso entero tomó más tiempo del habría sido necesario. Pero a pesar de eso, la fascinación de resolver ese atractivo enigma lo mantenía interesado.
Vamos, escúpelo. Voy a descifrar esta cosa definitivamente.
Después de haber sido despojado de sus derechos como ciudadanos de Midas, era de esperarse que los residentes del pozo pobre que era Ceres hubieran sido tachados de salvajes de la clase más inferior, por debajo la dignidad humana y la inteligencia.
Guardián, acusado de proveer y proporcionar una educación igualitaria a sus pupilos, les embutía los conocimientos básicos sobre el uso de computadoras en consecuencia. Excepto que después de ser expulsados por la fuerza de ese “paraíso” hacia sus aposentos en los barrios bajos, se encontraban a sí mismos en un ambiente bastante incapaz de aprovechar esas habilidades y energías.
No era de sorprenderse que, exceptuando al pequeño grupo de fanáticos dedicados, a la vasta mayoría tal educación le resultara completamente inútil. Por cierto, ligados al sistema de clases Zein, las cifras de la asistencia escolar en Midas también revelaban un disparejo notable.
Tan indoctrinados estaban con ser conscientes de su propia clase, que vivían felices con cualquier grado de conocimiento que estuviera al mismo nivel de su propia suerte en la vida. Así, podían encontrarse entre sus filas una considerable cantidad de analfabetas.
Sin embargo, creían firmemente que estar en posesión de sus tarjetas de residencia de Midas elevaba su valor como seres humanos por encima del de los mestizos de los barrios bajos. E incluso aunque el destino les otorgase una vida insatisfactoria, la existencia de seres inferiores a ellos en la cadena alimenticia deleitaba sus subconscientes con una especie de placer retorcido.
Tal era la fea realidad del control poblacional de Midas.
Al final, Riki experimentó personalmente la obvia verdad de que la mente y el cuerpo que no se ejercitaba, se iba a la ruina.
Y ahora estaba en el pabellón Moga. No tenía prueba que le indicara que ese era en efecto el lugar, para estar seguro. “Pabellón Moga, Oriente 15-9-32, Barón Rojo” no figuraba en los mapas turísticos oficiales de Midas, pero la única cosa que podía ver era lo que parecía ser a simple vista un “hotel de negocios” pequeño, bonito y limpio.
El establecimiento, un “club de acompañantes”, aparentemente vendía “sueños hermosos” (no tenía idea de qué clase de “sueños”) a los jóvenes y los viejos, hombres y mujeres por igual. Tan sospechoso como se le antojara el lugar, a ese punto, Riki había dejado de sorprenderse. Había destapado suficientes fichas y pasado por suficiente dolor para encontrar la localización de “B+R”.
Que su búsqueda fuera a ser recompensada o no era otro asunto. Había un montón de esos lugares pocos conocidos que no se encontraban en ninguno de los mapas oficiales. Sin mencionar que en cuanto a lo que respectaba a esa clase de zona de juegos para miembros únicamente, frecuentados por la clientela acérrima, apenas podía esperar cantar victoria en la puerta de entrada. Al final, Riki no tenía nada.
Considerando la hora del día, podría haber predicho que el lugar no estaría muy ocupado. Por otro lado, podría haber otro camino aparte del vestíbulo principal. Aunque nadie había cruzado el umbral en un rato—
Ingresó sin la interrupción de un cacheo e inconscientemente exhaló un suspiro de alivio. Animado, se dirigió directamente hacia el elevador y de ahí a la habitación 805.




Al llegar a la puerta tenía la cara tensa y rígida. Digitó el código clave—“07291”—en la cerradura y esperó. Una luz verde parpadeó indicando que la puerta había sido desbloqueada. Riki tragó con dificultad sin ser consciente de ello. Ese momento era el fruto de un duro trabajo de media jornada en la terminal informática. Para bien o para mal, era posiblemente el instante crucial de su vida. Atípico a su personalidad temeraria, sus dedos curvados alrededor del pomo temblaban ligeramente.
La austera y económica habitación le recordaba a una oficina. Esperando a por él en el interior de la habitación, extremadamente reclinado en una silla de oficina ejecutiva, estaba lo que parecía ser un hombre de edad incierta con un impresionante, y vaya que andrógino, rostro. Si no fuera por la cruel cicatriz de su mejilla izquierda, hubiera podido encajar a la perfección en unos cuantos establecimientos de clase alta en Midas.
Sin embargo, aquél no era un sujeto ordinario. Miró a Riki con unos severos ojos de color gris. “Llegas justo a tiempo. Bien. Pasaste la primera prueba.” Ni un solo rastro de amabilidad suavizaba el tenor de su voz.
Así que resultaba ser como Riki había sospechado. Seguir las pistas en la tarjeta que Zach le había entregado hasta la puerta de esa habitación era el primer obstáculo que debía sortear con el fin de convertirse en mensajero.
El hombre contemplaba a Riki a través de la misma cara sin expresión, sin invitarlo a que tomara asiento en el sofá.
“¿Nombre?”
“Riki.”
“¿Edad?”
“Casi dieciséis,” contestó con sinceridad, preguntándose al mismo tiempo si no debía haber aumentado un poco esa cifra. Pero el hombre no pareció dispuesto a complicarse por su edad.
“¿Se te ha informado sobre las particularidades del trabajo?”
“En absoluto. Zach dijo que, por el momento, si me quedaba con el trabajo o no, se decidiría después de encontrarme con usted.”
Riki calculaba que en ese momento tenía al menos un cincuenta por ciento de posibilidades. Pero no quería referirse al tema. Deseaba tanto ese trabajo que casi podía sentirlo. De alguna forma la atmósfera glacial que el hombre generaba sobre sí mismo—tan similar a él—le hizo aborrecer la idea de parecer demasiado ansioso.
Como si pudiera ver a través de Riki, el hombre expuso las condiciones: “No necesito a un chiquillo para hacer mandados a cambio de propinas, o un listillo que escarbe en los paquetes en busca de dinero. Serás mis brazos y mis piernas. Llevarás la mercancía al lugar indicado a la hora indicada, sin hacer preguntas. No requieres más que la cantidad promedio de inteligencia o valentía. Y no necesito un canalla que constantemente vaya contra la corriente y no haga caso a lo que se le ordena. ¿Suena eso como algo que puedas manejar?”
Explicó sin una pizca de emoción en el rostro.
La razón por la cual Riki no reaccionó con un disgusto o contrariedad innecesarios fue que, al igual que Zach, al hombre no parecía importarle que fuera un mestizo de los barrios bajos. En vez de actuar por magnanimidad, a Riki le daba la impresión de que era un meritócrata puro. No buscaba superioridad en la sangre, solo si podía llevar a cabo el trabajo. Y si Riki podía, entonces no iba a debatir el asunto.
El impasible hombre de la cicatriz despedía una vibra que ya lo estaba asustando. Pero para un mestizo de los barrios bajos que desperdiciaba el tiempo y los días, inmerso en sus propias depravaciones, sin posibilidad de dar forma a los fragmentos de sus sueños, la inesperada suerte cayendo en sus manos era más tentadora que una comida de lujo bajo su nariz.
Esperar a que la vida llegara a su puerta solo aseguraba que nada pasaría. Riki respondió de vuelta. “Dame una oportunidad.”
“Ten en cuenta que esto puede ser considerado un contrato vinculante.” El hombre encendió un cigarrillo y le dio una larga calada. “Soy Katze.” Extrajo una tarjeta del bolsillo de su camisa y la puso sobre la mesa, indicándole a Riki con los ojos que la tomara.
Cuando Riki torpemente la recogió, examinándola con ojos curiosos el hombre dijo, “Qué bueno que esto no fue una pérdida de nuestro tiempo.” Por primera vez su boca se curvó en las esquinas.
Aquel encuentro entre Riki y Katze, el infame estraperlista, podría haber sido designado fatal.

Katze era un hombre inteligente, silencioso, bien educado y de cara delgada cuya apariencia exterior no concordaba con su personalidad. Aunque no era exactamente un misántropo, se interesaba muy poco por nadie aparte de los que conocía en el curso de su negocio.
Aquello no era una especie de fachada, sino la manera en que Katze vivía su vida. De alguna manera u otra, Riki percibía un lazo en común con ese hombre y eso lo dejaba con unas sensaciones extrañas. Katze no ahondaba mucho en la vida privada de Riki, y a cambio ofrecía solo el mínimo de información sobre sí mismo. Cuando estás viviendo en el mercado negro, el pasado no tiene valor parecía ser su lema.
Si bien la cirugía plástica de esos días podía remover fácilmente la cicatriz de su mejilla.  Riki sospechaba que dejarla allí intencionalmente servía como una especie de advertencia. No se ganaba la vida con su rostro. Esa marca por sí sola indicaba que Katze era un hombre dispuesto a hacer lo que tuviera que hacerse.
Los anhelos que lo habían abandonado por completo cuando se pudría en los barrios bajos, resurgieron dentro de él. Algún día, es seguro
Sabía que se acercaba el día en que sus sueños dejarían de ser inútiles. No sabía nada sobre Katze, y no podía importarle menos. No estaba allí para hacer amigos. No había llegado allí con ninguna expectativa de hacerlo personal. Para Katze él era simplemente una mula entre otras muchas; nadie necesitaba explicárselo a Riki. Entendía eso a la perfección.
Sin embargo Katze era el único reservándose sus pensamientos. Para bien o para mal, cada época y generación de macarras quería ofrecerle al chico nuevo, Riki, más de la ayuda necesaria, y Riki tenía que preguntarse de dónde diablos salían todos ellos.
Aun así, no habría constituido un problema si Riki hubiera poseído el tipo de personalidad zalamera que pudiera haber logrado una sola sonrisa diplomática. Pero, por supuesto, Riki no podía ser nada diferente a Riki.
Nunca había deseado tener mala reputación. Se había acostumbrado a las miradas extrañas que le lanzaban, e incluso cuando no las ignoraba a propósito, en su mayoría, revoloteaban más allá de su visión periférica.
Sin embargo, de sus experiencias hasta la fecha, había sacado la conclusión de que su existencia se convertía para cierto tipo de hombre (todavía no descifraba todos los requerimientos) una especie de estimulante, excitándolo de tal manera que no podían dejarlo en paz.
A pesar de ese descubrimiento, no se disciplinaba ni intentaba evitar los problemas antes de que empezaran. Sabía a un grado torturante cuán inútiles eran dichos esfuerzos. En primer lugar, tratar de imaginar lo que no había pasado era una molestia, y a Riki la otra gente no le causaba la curiosidad suficiente para estresarse por mierdas como esas.
Pero quizás porque nadie conocía a un ladrón como otro ladrón, los detalles de Riki se hablaron sin que él hiciera nada para anunciar los hechos. Aquellos que cambiaban de parecer de inmediato y aquellos que siempre iban con la corriente—su posición hacia ellos no variaba. Un simple reflejo de su terca naturaleza quizás. Para él todo era lo mismo.
Los mensajeros se dividían en dos facciones: asiduos uniformados llamados Megisto, y unos mercenarios contingentes conocido como Athos. Generalmente hablando, los Megisto habían tomado un disgusto particular contra Riki mientras que los Athos estaban poco dispuestos a prestar atención a las masas.
Sin embargo, como un residente del Ceres que había sido extinguido de los mapas oficiales de Midas, ese mestizo de los barrios bajos permanecía siendo una novedad. ¿O tal vez incluso habían considerado a este mocoso adolescente un compatriota desde el principio?
A donde fuera que mirara, cuando fuera que se diera la vuelta, ahí estaban con sus miradas inquisidoras. Las peleas, las obscenidades amasadas con desprecio eran intercambiadas bajo el manto del humor. No había nada inusual sobre él en absoluto.
Y se daba una idea. La biografía era un ancla al nadar en las aguas oscuras del mercado negro. Sin embargo, por más que lo intentaba, no podía sacudirse los tentáculos aferrándose a él desde su pasado: los desaires, la repugnancia visceral, los prejuicios irracionales.
Desde el momento en que nació había estado bien familiarizado con esa clase de cosas, pero por esos días simplemente no tenía el tiempo de sobrereaccionar a cada uno de ellos de forma similar, de responder a cada injuria.
El hombre en la posición más baja del escalafón. Como sugería la palabra, había montañas de cosas nunca vistas, nunca hechas que un mensajero nuevo tenía que asimilar. Al mismo tiempo, instruir a ese frío niñito insignificante—desprovisto de hasta el más leve encanto juvenil—en su severo método de educación era un privilegio inculcado libremente por sus superiores.
Riki siendo Riki, lo mantuvo reprimido hasta que finalmente estalló. Y cuando la violenta pelea dio inicio, los espectadores observando con amplias sonrisas en sus caras se dieron una idea también: no había nada especial en la desdeñosa expresión “mestizo de los barrios bajos”. Más bien, el mismo Riki—con una mirada que despedía chispas de arrogancia—era la raza extraña.
A Katze no le sorprendía que Riki debiera enfrentarse tan imprudentemente a sujetos con un rango de peso muy superior al suyo. Conocía los pormenores de la pelea callejera y no estaba demasiado impresionado por la inesperada postura fuerte de Riki. Tampoco podía culparlo por la forma en que compensaba sus desventajas dando golpes bajos.
En su propia voz desapasionada Katze dijo, como si hubiera estado esperándoselo desde el comienzo, “Así que supongo que el jefe de Bison es más que un tigre de papel.”
Sin haberse imaginado jamás que el nombre de Bison tuviera valor alguno allí, Riki se enjugó la sangre de los labios y levantó la mirada hacia Katze. “En una pelea, el hombre más fuerte gana y el hombre que gana es el más fuerte. Cuando tu vida está en juego, a nadie le importa si se emplean tácticas sucias o limpias.”
“Bien dicho. Ese montón creía que no tendría ningún problema en enseñarle como eran las cosas a un enano la mitad de su tamaño.”
Su intento pudo haber sido enseñarle a ese bastardo como eran las cosas, pero resultó ser que el bastardo sabía cómo patear traseros cuando tenía que hacerlo. En vez de callarse la boca, Riki los había jodido, y pasaría un largo tiempo antes que pudieran superar la vergüenza.
La musculatura trabajada en la máquina de ejercicios de un gimnasio servía únicamente para deleitar la vista, no era rival para un cuerpo entrenado en peleas de verdad.
“Dejan que las apariencias los engañen al subestimar a su oponente y se encuentran a sí mismos en el suelo por ello. Sin dudas han aprendido una valiosa lección.”
No necesitaban escuchar eso de Katze. Si alguno no había entendido la cruda verdad de que Riki no podía considerarse un “niñito pequeño”, era el mismo que metía las manos al fuego con las manos desnudas.
“Aun así, no vayas tomando a todo el que te encuentres como a otro perro enfurecido enseñándote los colmillos,” dijo Katze por lo bajo, sus palabras insinuaban verdades más profundas y más oscuras.
Ojo por ojo, directo a la carne y al hueso—esa era la regla dorada de los barrios bajos.
Solo por haberse criado en un sector diferente no significaba que tenía que hacerlo todo de esa manera. Aceptar o no el reto que le había sido propuesto en su camino dependía mucho de su humor ese día, pero siempre ponía las reglas bajo sus propias condiciones y de una manera definitiva. Esa era su política.
“¿De verdad no te importa cuando te llaman deshecho salido del pozo séptico de los barrios bajos?”
No, no era el ser considerado desperdicio de pozo séptico lo que lo hacía enfadar. Era su postura fétida de mierda, envenenada y estrangulada por pegajosos cordeles de prejuicio coagulado. Pero decirlo no cambiaría nada ahora. Tanto mejor que su educación fuera una minuciosa. Enseñarles a pensar antes de hablar. Si la lección dolía, nunca la olvidarían.
Riki miró a Katze con esas ideas rondándole la mente. La respuesta de Katze fue una sonrisa de medio lado. “Tienes una maldita mirada aterradora.” Encendió un cigarrillo. “El prejuicio no es un estado mental que pueda ser cambiado con facilidad. Los imbéciles que hilan con sus palabras la más fina de las redes pero hablan otro idioma en su corazón, no escasean, y seguirá siendo de esa forma por las próximas generaciones.”
Fue directo al grano en lo que calaba el cigarrillo con languidez. “Eso es porque los mestizos de los barrios bajos no son otra cosa que escorias sin talento, desgastadas en sus depravaciones. Ni qué decir hoy en día. Así que acostúmbrate al funcionamiento del Mercado. Es una amante difícil a la que solo los valientes sobreviven.”
Miró a los ojos negros de Riki con una expresión completamente sincera. “Mantén los oídos abiertos. No apartes la vista de la realidad no importa lo que pase. Y mantén la boca cerrada. Así es como consigues salir adelante en este mundo. ¿Entiendes?”
Aquel era Katze explicando la forma en que vivía su vida, y por un buen momento Riki no pudo apartar la mirada de la suya.
Poco tiempo después se sorprendió al escuchar el rumor de que Katze era un ex alumno de los mismos barrios bajos que él. ¿En serio? La información le hizo sentir la clase de conmoción que no había experimentado en años, lo aturdió como lo haría un golpe en la cabeza.
Riki creyó que ostentar esa cruel cicatriz en su mejilla era la manera que Katze tenía para decir: Esto es lo que significa arrastrarse fuera de los barrios bajos. ¿Tienes lo que se necesita para hacer lo mismo?
“Sí, tengo lo que se necesita,” susurró Riki de corazón. Si el único otro camino por el que podría optar era el de hacerse viejo sumido en el lodazal de los barrios bajos, entonces no tenía la intención de desperdiciar esa oportunidad tan difícil de conseguir.
Las peleas territoriales en los barrios bajos se reanudaron. Aquella no era una maniobra segura para dejar salir la energía que albergaba, sino una forma de prevenir que el óxido le afectara las articulaciones y se le colara hasta el cerebro. Conocía muy bien las consecuencias de eso. Definitivamente iba a labrar su camino hacia la cima en el mundo, se prometió Riki de nuevo, atisbando con ojos despejados a su yo del futuro.

“No necesito un mensajero. Necesito a alguien que sea mis brazos y piernas, y que pueda transportar la mercancía donde la requiera.”
Sin embargo era apenas natural que un recién llegado como Riki debiera iniciar como mensajero. Durante ese periodo de tiempo demostró ser rápido en asimilar las cosas, determinado y nunca intimidado—un miembro muy valioso para el equipo. Gradualmente se le fueron asignando tareas de mayor importancia.
A pesar de haber crecido en los mismos barrios bajos que él, Katze no le daba un trato preferencial, y Riki no lo esperaba tampoco. Todo el mundo sabía que Katze no era el tipo de persona que involucraba lo profesional con lo personal.
Al contrario. Habiendo labrado su propio camino para alcanzar la posición de agente en el mercado significaba que Katze sería incluso más estricto con Riki, quién había emergido del mismo entorno. O eso pensaría uno. Con todo, Riki acumulaba un récord ganador sin la menor queja.

Y en lo que lo hacía, el trabajo se volvía aún más interesante. Riki se sumergía en las profundidades del mercado negro, adaptándose a él con rapidez y facilidad. Empezó a hacerse conocido como “Riki el Siniestro”.

miércoles, 30 de julio de 2014

AnK - Volumen 2, Capítulo 2

Como una flor ornamental brotando en medio de la tenebrosa oscuridad, esta inusual pareja de caminantes era algo inaudito a ojos de todo el mundo.
No solo el huraño y hermoso Blondie llenando el ambiente con un excepcional aire a dignidad y refinamiento, sino también la figura que paseaba junto a él, un mestizo de los barrios bajos portando una máscara de insolencia y acarreando el mal humor a cuestas.
Más que por las diferencias entre sus constituciones físicas, los espectadores estaban boquiabiertos por el innegable disparejo de sus estatus sociales. Solo podían mirarlos y tragar.

Debe tratarse de una broma, ¿verdad?
Ninguna mujer en el lugar de Riki, no importaba cuán atractiva o talentosa fuera, hubiera disipado el desconcierto que sentían. Un Blondie solo debía ser visto en compañía de otro Blondie.
No era el resultado de una cínica resignación o de alguna especie de oscuro “pacto” acordado con un guiño y un asentimiento. Aquello era la expresión del temor y la envidia que albergaban por los Blondies de Tanagura, quienes reinaban con sus cetros de perfecta belleza, perfecto conocimiento, y perfecto poder en sus manos.
De ahí la obvia y amplia divergencia entre Riki y Iason  Lo que chocaba contra sus sentidos, más que la distorsión de un espejismo resplandeciente, eran las ondas generadas por el ruido del fondo mientras caminaban juntos.
Un cruel iceberg brillando con una luz dorada. Un ardiente río negro. Dos estados de la materia que bajo circunstancias normales no deberían acomodarse entre sí, y menos aún llegar a los más tenues acordes de una resonancia armónica.
Entre las hordas de personas en busca de placer que recorrían el Distrito, solo ellos dos parecían ir contra corriente.

Giraron por una calle lateral, lejos del bullicio de la vía pública principal. Con solo ese cambio en la dirección la oscuridad se agravó y las brisas cargadas de pasión se estancaron. El tránsito peatonal se redujo a la mitad.
Se adentraron en los callejones. Los oscuros valles serpenteando a través del amasijo de edificios se hicieron más y más profundos. Riki recorría el familiar callejón a paso confiado.
Ni una sola vez miró por encima de su hombro hacia atrás para comprobar que Iason lo estuviera siguiendo. No porque estuviera seguro de que Iason estaba allí. Sino porque—si se atrevía a ser honesto consigo mismo—comprender las verdaderas intenciones del silencioso Iason estaba más allá de sus capacidades, y a diferencia de su yo habitual, Riki permanecía inseguro del rumbo a seguir a continuación.
¿Cómo manejo esto? Eran las únicas palabras en las que podía pensar.
Contrario a mostrarse incómodo o inquieto, el extravagante Blondie le seguía de cerca. Lo que no significaba que iba a pegársele a Riki sin rumbo fijo mientras este navegaba por la noche de Midas, pero a ese punto, por alguna razón, no parecía estar buscando la oportunidad de marcharse.
Riki no tenía idea de cuál era la verdad, ni tampoco qué iba a hacer a continuación. Apretó los dientes en lo que los pensamientos pasaban por su mente. Mierda, dijo chasqueando audiblemente la lengua. A tal punto encontraba difícil controlar sus emociones, pero conectó todas sus neuronas en su materia gris de todas formas.
Sí, pensó, llegando por fin a la respuesta. Es el único lugar que servirá.
Después de haber resuelto su mente, toda indecisión presente en sus pasos se desvaneció de igual forma. Procedió desde el callejón hacia una calle lateral y después al bar Minos. El brillo de las letras fluorescentes inundaba las profundidades de la oscuridad.
Riki se detuvo frente a un cartel de neón y contempló la sucia y monótona puerta. Tras él, Iason permaneció en silencio, mientras su aura se alzaba sobre Riki a un grado casi molesto. “¿Y? ¿Qué intentas hacer exactamente?” parecía estar diciendo.
Intuyendo que dudar no le haría ningún bien, Riki abrió la puerta. El bar estaba lo suficientemente oscuro para hacer que Riki no se atreviera a dar otro paso hasta que sus ojos se hubieran acostumbrado. Justo delante de la negrura, pudo distinguir tres luces: amarilla a la izquierda, roja a la derecha, y azul en el centro.
El punto central de la luz era azul. A la derecha y a la izquierda era roja y amarilla.
Antes de que Iason pudiera decir algo, Riki lo agarró del brazo. Con pasos dubitativos caminó en línea recta hacia la luz azul. Aguzando la mirada al irse acercando hacia ella, el fosforescente color azul resultó ser un pomo.
Riki puso la mano sobre él y lo giró lentamente, sintiendo una débil aunque contundente resistencia antes del chasquido del cerrojo.
Con que los rumores eran ciertos.
Al principio, cuando los escuchó, los rumores eran solo esa clase de chismes que a menudo salen en el curso de las conversaciones triviales. Riki se hubiese encogido de hombros y asentido, y de otra forma no hubiera demostrado interés o curiosidad por el asunto. Pero, joder, ¿en serio? Riki nunca habría considerado comprobar con sus propios ojos que las historias eran algo más que folclore urbano.
Riki soltó el pomo. Con un ligero chillido la puerta se abrió hacia adentro como invitándolos a pasar.
Tras ella aguardaba más oscuridad. Los dos entraron con dudosos pasos similares. La puerta se cerró tras ellos automáticamente y se bloqueó. Al mismo tiempo un débil brillo se levantó del suelo, destellando como las luces de una pista para persuadirlos a seguir avanzando. Después de proceder de aquella forma por varios pasos se encontraron con una nueva puerta en el camino.
¿Qué? ¿Otra? Refunfuñó Riki por lo bajo. La rutina ya se estaba tornando pesada. ¿Pero tan siquiera era una puerta? No tenía pestillo, ni pomo. A primera vista no parecía ser más que una fría pared.
Riki permaneció allí frustrado por un momento. ¿Y ahora que se supone que tenemos que hacer?
 Como en respuesta a su silenciosa pregunta, la pared de repente retrocedió y cayó. Sin un crujido o chirrido, y a diferencia de cualquier puerta que hubiese visto, la pared que creyó estaba allí, no lo estaba un segundo después.
Riki se quedó sin palabras. El flujo rojo que eclipsaba su campo de visión trajo a su mente imágenes de sangre fresca. Para desgracia de Riki, la garganta se le cerró a la vez que se congelaba en su lugar como una estatua. Mientras sus ojos se iban acostumbrando gradualmente a la imagen, vio que no había marea de sangre sino una tupida y brillante alfombra roja. Riki tragó con dificultad.
Mierda. ¡Eso fue intimidante!
Y como para sacudirse la vergüenza del momento, se hizo el que examinaba el interior con aguda intensidad con los ojos casi cerrados. Aparte del extraño candelabro anticuado de adelante, la habitación estaba vacía y tan escasamente amoblada que daba una apariencia triste e incómoda.
Y entonces el candelabro empezó a girar inexpertamente. Giró con suavidad, sin emitir ningún sonido desagradable, acompañado de suaves y armoniosos tonos. Mientras giraba, balanceando las resplandecientes cadenas de cristal que colgaban del extremo de cada uno de sus doce brazos, la luz cayendo a través de los cristales se dividió en finas bandas de colores prismáticos.
Una vez estuvo completamente fascinado por los maravillosos tintes de otro mundo, la música cesó y el candelabro dejó de girar.
El brazo más cercano del candelabro se extendió hacia la pared. Un rayo láser azul salió del brazo y apuntó un lugar donde se abrió la pared, como si hubiese desaparecido.
¿A dónde demonios fue?
Dentro había un pasillo lo suficientemente ancho como para que dos adultos caminaran a la par. Dos filas idénticas de puertas se alineaban a ambos lados del pasillo. Algunas parecían estar ocupadas, marcadas por faroles de una vieja y reconocida marca. Riki empujó una puerta marcada por un farol rojo que parpadeaba, con una mirada que alentaba a Iason a unírsele.
Iason no se inmutó en absoluto ante la dudosa proposición de que debía acompañar inadvertido a Riki a un lugar desconocido.
Su exasperante falta de expresión hizo que los ojos de Riki se entornaran de rabia. Había escuchado que los cuerpos manufacturados de las élites de Tanagura eran perfectos tanto en cuerpo como en alma. Pero al observar su frío rostro sin emociones, casi inconscientemente, la sospecha surgió: ¿Será este tipo una máquina del todo?
La señal sobre la fachada identificaba a Minos como un bar, pero de hecho se trataba de un burdel. Haber establecido el local bien adentro de los laberinticos callejones hacía muy poco  probable que los clientes entraran desde la calle. E igualmente improbable que pudiese ser encontrado en alguna guía turística.
Era una institución bien establecida, conocida solo por ciertas personas.
Los zaguanes en la oscuridad tras la puerta frontal indicaban la “zona roja” (para adquirir una compañera de sexo femenino), la “zona amarilla” (para adquirir un compañero de sexo masculino), y la “zona azul” (para quienes traían su propio acompañante).
El pago era únicamente en efectivo, no se aceptaban tarjetas de crédito.
La puerta automática se cerró y se bloqueó, iniciando un sistema cronométrico en tiempo real. Este sistema de pago había sido la única verdadera razón que tuvo Riki para escoger aquel lugar. Siempre que el cliente pagara la cuenta, su linaje no interesaba. Riki había escuchado que aquel era el único establecimiento en Midas que abría sus puertas a los mestizos como él.
En los barrios bajos donde el sexo entre hombres era la norma, la oportunidad de hacerlo con un miembro real del sexo opuesto no era algo muy probable.
Las mujeres capaces de dar a luz eran el más escaso recurso de Ceres. Sin embargo, aunque los barrios bajos nunca veían que las mujeres excedieran el diez por ciento de la población, tampoco consideraban tan valiosos a los hombres que obtenían operaciones de reasignación de género. A los ojos de los mestizos, un hombre siempre sería un hombre.
Mientras que aquellos que no tenían lo que se necesitaba para competir podían ser denominados perdedores y tontos, el oprimido nunca se atrevía a rebelarse contra aquellos que lo pisoteaban.
El mundo de los barrios bajos personificaba el primitivo significado de “la supervivencia de los más aptos”. Un hombre hacía lo que tenía que hacer para sobrevivir. Su glamour personal, popularidad o habilidades no venían al caso, así como tampoco lo hacía cualquier presuntuosa tendencia a actuar con rectitud.
Lo que todos buscaban era estar por encima del resto y ostentar su poder como un hombre. Cualquier deficiencia o preferencia sexual—o más bien, cualquier “dificultad” que tuviera en la cama—sería ignorada si demostraba talento para dirigir a los otros.
Ser listo compensaba tales desventajas, y hacía de la vida sexual de un hombre un problema privado. Naturalmente, aquellos carentes de poder o inteligencia terminaban siendo los esclavos de otro. No importaba que tanto lamentaran la dureza del tratamiento que recibían, a nadie le simpatizaban los incompetentes.
Dicho en términos concretos, la depredación sexual y la violación en grupo eran parte integral del día a día, la castración y el desmembramiento eran los usuales productos finales de un horrible abuso que sucedía constantemente.
Cuídate las espaldas. Esa era la regla dorada de los barrios bajos.
Perder el mismísimo símbolo de la masculinidad, quitar aquello que se había ganado por el simple hecho de nacer varón, era hacer de un hombre un paria virtual marginándolo de aquella torcida sociedad de solo hombres. Consecuentemente, nadie albergaba deseos de abandonar las esperanzas de pasar como “mujer”.
Pero en Minos todo lo que importaba era el dinero. Un hombre podía comprar a una mujer por una hora y disfrutar de todo el sexo que pudiera soportar. Y aunque pasar el tiempo en esa clase de sueño era para un mestizo de los barrios bajos algo cercano al paraíso, quizás la mayor dicha era saciar los torcidos y oscuros deseos de tener un representante de la asquerosa población de Midas—hombre o mujer—sometido bajo su mandato.
Por otra parte, se rumoraba que la belleza de las chicas y chicos que trabajaban en la “caballeriza” de Minos sobrepasaba la de los establecimientos competentes. También se comentaba que todos ellos eran “mascotas” rechazadas. No había forma de corroborar lo uno o lo otro. Esa era simplemente una muestra de los secretos que alimentaban al populo, el ejercicio de los rumores que pululaban.
Todo lo que Riki sabía era que no podía importarle menos la “verdad” detrás de esos rumores. Si los eventos de esa noche no lo hubieran conducido en tal inesperada dirección, lo más probable era que nunca hubiese pasado de la puerta frontal de Minos.
Tampoco pagaría deliberadamente por sexo. No porque su deseo sexual hubiera menguado sino porque en el análisis final, en cuanto a sexo respectaba, Riki no estaba interesado en nadie que no fuera Guy, su “pareja”. Eso no había cambiado desde que se había convertido en el líder asignado de Bison.
Antes de conocer a Guy en Guardián, Riki tenía un gran amoruna persona que creyó sería suya hasta el final del mundo, alguien que deseaba proteger y no podría soportar perder. Pero no había nadie como eso ahora.
Razón por la cual sentía la necesidad de explicar por qué las cosas estaban resultando así. Era incapaz de represar los sentimientos arremolinándose en su interior. Sus emociones se estaban saliendo de control, algo que no había pasado desde Guardián.
Sin mencionar que nunca se había emparejado con un Blondie de Tanagura. Aquello se le antojaba de veras como una perversa broma. Pero por más que quería reírse, no podía—más que permitirse curvar un poco las comisuras de su boca.
Después de que entraron en la habitación, ambos permanecieron en silencio como siempre. Riki se sentó en el borde de la cama. Iason sin saber qué hacer con sus largas piernas, se instaló en el sofá y se reclinó, como esperando a ver que hacía Riki primero.
Riki se relamió los labios, incómodo y sintiendo que Iason lo estaba forzando a actuar con su ostentoso silencio. Incapaz de dar el primer paso, transcurrieron diez minutos completos de esa forma. Aquello probó los límites de la paciencia de Riki. Se quitó llamativamente la ropa y se metió bajo las cobijas.
Pero Iason solo le lanzó una fría y presuntuosa mirada sin alterarse un pelo.
Más molesto aún, Riki levantó la voz. “¡Oye! ¿Por cuánto tiempo te vas a quedar ahí sentado? No vine hasta aquí solo por diversión, ¿de acuerdo? Acabemos con esto de una buena vez.”
“¿Cuándo pierdes tu objetivo… acostumbras recoger a alguien y hacer dinero de esta forma?” Su voz fría y rotunda estaba impregnada de inequívoca burla. “Desafortunadamente, no soy tan caprichoso como para decidir ponerle las manos encima a una basura mestiza como tú. Tengo mejores cosas que hacer con mi tiempo. Este intento de forzarme a aceptar tan indeseable soborno no solo no es bienvenido sino ciertamente embarazoso.”
Riki se ruborizó. Sus labios temblaron, sintiendo que su orgullo estaba siendo pisoteado. El Blondie añadió entonces, “¿Por otro lado, puede ser que tengas motivos ulteriores?”
Escuchar que la situación era planteada en aquellos términos tan directos, esta vez Riki sintió que la sangre se le iba del rostro. ¿Motivos ulteriores? La única persona actuando con segundas intenciones era ese Blondie, el Blondie que le había hecho un favor a un mestizo de los barrios bajos por “capricho”.
No era necesario decir que Riki encontraba aquello imposible de creer. No, más bien era la creencia de que estaba quedando atrapado en la brecha de aquel incompresible e irritante mal humor que lo sacaba de quicio. Someterse—y contrario a su naturaleza—simplemente aceptarlo “como un hombre” lo fastidiaba mucho más.
Si solo hubiese inclinado su cabeza a la autoridad del Blondie en primer lugar, probablemente no hubiera terminado allí.
Excepto que Riki no tenía idea de lo que realmente significaba ser una “élite” para un Blondie de Tanagura. A duras penas reconocía la diferencia entre uno de los machos alfa de las clases privilegiadas y un agujero en la pared. Era un chico que no temía tocar la estufa hirviendo porque nunca antes había visto una.
“Bueno, si no estás caliente entonces, ¿por qué me seguiste? ¿Querías charlar con un mestizo de los barrios bajos para que nos conociéramos mejor? ¡Vamos, hagámoslo! Te lo dije, ¿o no? No le debo nada a nadie.” Riki se descargó sobre Iason sin moderarse. “Los sujetos de cuello blanco como tú no tienen ni la más mínima idea de lo que es ser arrojado a la cárcel por esos policías del Distrito. Nos tratan como basura. Cometes un error y te capturan y lo más probable es que te desfiguren la cara a punta de puñetazos. Te darán hasta que te pongas morado y negro y azul por si acaso, y después tirarán lo que queda de ti al basurero más cercano.”
Los detalles específicos de lo que estaba relatando bien podrían tratarse de exageraciones de segunda mano por lo que a Riki respectaba, pero cualquier residente de los barrios bajos sabía que los castigos que había descrito no lo eran. No tenía una tarjeta de identificación de Midas y no había forma de negar la realidad de que su carencia por sí sola era suficiente para negarle un tratamiento justo como ser humano.
“He visto suficiente para recordarlo durante toda la vida. Por eso es que te digo: Hagámoslo. Da lo mejor que tengas. De todas formas, ¿no se pasean ustedes, las élites de Tanagura, todo el día con un cartel chapado en oro sobre sus espaldas que anuncia cuán superiores son a la gente ordinaria como nosotros?”
Imbuyendo sus palabras con sarcasmo, Riki moduló una sonrisita despreocupada.
“Se dice que las mascotas usadas que han acabado en Midas, tanto machos como hembras, terminan acostándose con cualquiera.” Había escuchado también que las tiendas sexuales como Minos eran la última parada de estas mascotas en su viaje decadente hacia el fondo.
“Así que supongo que si nunca has probado nada diferente a mercancía bien adiestrada y de lujo como esa, entonces un mestizo maleducado estaría muy por debajo de ti. ¿Me equivoco?” Trataba de ser provocativo, pateando las mantas con su pie derecho. “Por mí está bien. Huye con el rabo entre las patas. Nadie te está mirando.”
Habló con una insolencia que casi llegaba a ser arrogancia. En lugar de contenerse, su poderoso y tremendo orgullo de bestia salvaje revelaba una especie de energía sexual que sobrepasaba cualquier ambición rival.
Por un momento fue suficiente para mover al de lo contrario imperturbable Blondie. Whoa, qué listillo ha resultado ser, parecía decir su expresión. “En pocas palabras, ¿estás diciendo que de encontrarte en deuda con un compañero desagradable, prefieres saldar cuentas con tu cuerpo?”
“Es una forma de despejar la deuda donde ambas partes implicadas ganan, ¿verdad?” Riki sonrió con una exagerada autosuficiencia que le levantó las esquinas de la boca. “Imagino que si está bien para los barrios bajos, entonces también lo está para este lugar. Por eso estoy dispuesto a hacerlo contigo.”
Sin levantar la voz a las transparentes provocaciones de Riki, Iason respondió en un tono tranquilo. “No lo olvides. Fuiste quien vino hacia mí.” Escupió las palabras pero sin modular expresión alguna, manteniendo pacientemente la compostura hasta el final.
Razón por la cual Riki malentendió la situación, y no se percató del trasfondo yaciendo bajo el significado superficial. Conociendo solamente el hedor sofocante de los barrios bajos, en ese mundo Riki era el verdadero idiota, y algo ignorante de ese hecho también. Omitiendo la amenaza, Riki lo miró. ¡Nadie iba a engañarlo!
¿Pero cuál era la mentira? ¿Cuál era la verdad? En lo que a las vidas de las élites en la ciudad “sagrada” de Tanagura respectaba, un residente de los barrios bajos como Riki no tenía forma alguna de distinguir la diferencia entre rumor y realidad.
Sin embargo, en la mente de Riki se había vuelto un hecho que las élites de Tanagura convertían humanos nacidos de carne y hueso en mascotas y los usaban como un accesorio de modas para presumir su estatus social. No solo para saciar sus propios deseos físicos, sino para mirar a sus ninfómanas mascotas jugar entre ellas, o eso había escuchado.
Macho o hembra, no había diferencia. También había oído que las mascotas ya usadas y descartadas, recolectadas en los burdeles, generalmente sufrían de ninfomanía, un estado adictivo producto del uso crónico de afrodisíacos.
Por supuesto, Riki no podía ni imaginar cómo y por qué la mascota de una élite de Tanagura sería desechada en Midas, por no hablar de su posible destino. El asunto no le interesaba y ni siquiera se había preocupado lo suficiente como para averiguarlo. Riki siempre había pensado que no se podía esperar que los humanoides comprendieran las complejidades de la psicología humana y sus emociones.
En palabras de Iason, Riki estaba tratando de forzarlo a aceptar un indeseable soborno. Aunque una buena parte del deseo de Riki de pagarle con su propia carne era a causa de una genuina curiosidad por el cuerpo de aquel humanoide artificial.
Los desarrollos en química y biología cerebral que habían llevado la inteligencia humana a sus límites era el atractivo de un cuerpo perpetuamente joven. Riki solo podía asumir que esos “Dioses de la Belleza”—los Blondies que despertaban en otros tal envidia y miedo—debían ostentar la misma hiperfuncionalidad de los androides sexuales.
La cuestión era que, mientras arrastraba a Iason por todo Minos, aún albergaba algunas dudas. Como por ejemplo, si un Blondie de Tanagura con tan refinados gustos querría acostarse con  un mestizo de los barrios bajos en primer lugar. Y si quedaría satisfecho si de hecho llegaban a tener sexo. Riki simplemente no había pensado en esas cosas.
Pero habiendo llegado tan lejos, sin importar como resultaran las cosas, no había forma de retractarse. Riki iba en serio.
Con toda su refinada gracia en pantalla, Iason se acercó al desafiante Riki. Y sin embargo Riki no moderó su caustico discurso. “Desde luego que eres una fina pieza de trabajo. Si no te sientes cómodo desnudándote con las luces encendidas, siéntete libre de apagarlas.”
“¿Qué tal un avance para comenzar? Simplemente para confirmar que el encuentro no será una pérdida de tiempo.”
¿Y este idiota por qué se está poniendo tan presumido y soberbio conmigo ahora? Refunfuñando por lo bajo, Riki accedió a la solicitud. Salió de la cama y se recargó despreocupadamente contra la pared, exponiendo su cuerpo por completo.
Aunque aún estaba en crecimiento y lucía un poco desgarbado, su forma desnuda revelaba los bien definidos músculos de un firme, aunque flexible, cuerpo.
En adición, cualquier descripción debía incluir también que ese chico salvaje había crecido en los barrios bajos sin ningún tipo de disciplina o control. Pero que el cuerpo de Riki alcanzara los estándares del sentido estético de Iason o no—acostumbrado como estaba al más fino grado de mascotas—era un hecho aislado.
Su mirada fría recorrió la piel desnuda de Riki. No era repulsivamente aterradora o pesada, pero tampoco le hizo sentir a Riki un calor agradable entre sus muslos. Podía deberse a que, la sensación estimulada, más que parecerse al asalto de ser acosado visualmente, era como si su cuerpo estuviera siendo acariciado por el agudo filo de una cuchilla.
Una cuchilla hecha de frío, liso y duro metal. Y muy afilado. El pensamiento por si solo le hizo poner la piel de gallina. “Bueno, ¿sí paso?” Insolencia y desafío hasta el final, expresadas en un tono de voz cargado de provocativo deseo.
“Buenas proporciones. Suficiente para la caballeriza del harén Diaz. Siempre que puedas quedarte ahí y mantener la boca cerrada, claro.”
Riki no estaba seguro de por qué un Blondie de Tanagura estaría al tanto de información como esa, pero de haber sido así no dejaría que aquello le afectara. “Lo mismo va para ti. Ni las principales atracciones del Club de Ruska podrían hacerte competencia si cierras esa maldita boca tuya. Sin contar si lo que tienes ahí bajo le hace partido a tu cara en el departamento de tamaño y firmeza—pero eso es solo si tienes la técnica y el aguante para mantener el ritmo y hacer que se corran una y otra vez y otra y otra.”
“Pareces muy bien informado.”
“Bueno, sin todos esos rumores de mierda para dispersar por ahí, la vida en los barrios bajos sería demasiado vomitiva de digerir—”
Riki se encontró a sí mismo en un inusual humor parlanchín. En respuesta a la frígida mirada recayendo sobre él, gesticuló desafiante, haciéndose el digno, sin dejarse intimidar por el siempre presente aire de omnipotencia en la fría voz de Iason.
A pesar de mostrarse desafiante, la presentación de Riki a veces se tambaleaba de pronto, mientras el Blondie se debatía sobre el valor de lo que ese mestizo le estaba ofreciendo. Era algo muy natural examinar la mercancía, sentirla, en lo que los reptantes dedos de Iason rasgueaban las cuerdas de los sentidos de Riki brevemente.
No estaba delirando. No el palpito de la sangre en sus venas que no había sentido en lo más mínimo momentos atrás. Ni los fugaces tentáculos del pánico. No era así de inexperimentado. No intentaba hacerse el tímido y avergonzado, dar una imagen falsa, o pretender ser más de lo que era.
De cualquier forma, el desasosiego en su corazón le estaba diciendo: ¡No es así como se supone que debe pasar!
Riki sabía dónde podía encontrarse aquello que precipitaría su sangre. No podía decir como era su vida sexual comparada con la de otra gente, pero con Guy, su pareja, no le había faltado nada en ningún respecto. Sin mencionar que no se avergonzaba de pensar en revelar su placer por medio de gemidos.
Con la punta de su dedo—y con una fría eficiencia—Iason buscó ese recóndito placentero lugar, usando todavía lo que se sentía como un guante de seda. Riki se sintió ofendido e indignado de inmediato. ¿Qué? ¿Voy a dejar que este maldito trate a un mestizo como a una especie de fábrica de germenes andante?
Los dedos de Iason se deslizaron por su piel, desgastando gradualmente cualquier exceso de energía que tuviera Riki para insultar y patalear. Era un ardor difícil de describir.
Pero diferente.
¿Diferente cómo?
No, así no.
¿Entonces qué?
Apretando sus labios con fuerza, percibió un fugaz momento de confusión, sin saber qué y dónde y cómo negar que su voluntad se le escapaba—
Iason masajeó suavemente el pezón de Riki con su pulgar, haciendo que el chico contuviera el aliento abruptamente. Despacio, inexorablemente, la palpitante, tentadora emoción—
El tacto y el ritmo de la yema del dedo pulgar presionando a través de su mano enguantada aumentaron la intensidad, una sensación diferente que confundía los sentidos de Riki. Perversamente excitados, sus pezones se pusieron erectos y duros.
La otra mano de Iason se había deslizado libremente por la espalda de Riki, rozando sus nalgas duras, hasta caer entre sus muslos.
Riki miró.
En el mismo instante, las inexpresables sensaciones comenzaron a pulsar en sus extremidades bajas. Deseando burlarse de su reacción inconsciente, Iason lo abrazó y lo apretó contra la pared, separando los muslos de Riki.
De quietud a la acción.
En ese momento, un increíble e inesperado cambio descendió por Riki, como si hubiese sido accionado un interruptor y la sangre saliendo de su corazón hubiese acelerando el paso imprevistamente.
Contuvo la voz y endureció el rostro. El frío de la pared contra su espalda no estaba ni cerca de resultar tan impresionante como ser incapaz de moverse, desde que sus manos quedaban fácilmente apresadas tras su espalda.
Y entonces un diferente tipo de rigor acometió su cuerpo. Incrustada firmemente entre los muslos de Riki, como para confirmar la madurez de la fruta expuesta, la rodilla de Iason se deslizaba de adelante hacia atrás. El irresoluto placer palpitante solo le hizo ser más consciente de que la estimulación había incrementado.
Las entrañas de Riki se violentaban hacia arriba a medida que la excitación crecía. El juego previo debía ser considerado en términos de satisfacción mutua. Aborreciendo la naturaleza unilateral de las caricias, trató de negarse. Deliberadamente y con seguridad, Iason le hizo comprender su tenacidad a Riki por la fuerza.
Empinándose para montar la rodilla de Iason, Riki se apoyó del todo en la estructura de la pared. Iason le agarró y le levantó los brazos sobre la cabeza, apresándolos contra la pared.
Era una postura increíblemente incómoda. Riki se mordió el labio, dándose cuenta de que estaba siendo inesperadamente dócil.
Mirándolo hacia abajo con el frío peso de su superioridad y poder. Iason acarició el erecto pezón izquierdo de Riki con sus dedos que parecían estar recubiertos por el latido de su corazón. Las pulsaciones a través de la lisa y fría tela despertaron una ardiente fiebre sobre su piel. No estaba imaginando cosas, Iason dejó de rasguñar su pezón y con cuidado hundió su dedo en la carne de Riki, jugueteando con él.
El interior de los muslos de Riki flameó de repente como una ola en cámara lenta. Como para fastidiarlo, como para crearle falsas esperanzas, acarició la erecta punta de su pezón en movimientos circulares. Eso por sí solo aceleró el corazón de Riki a un punto brutal, haciéndolo golpetear con un ritmo lascivo en su pectoral izquierdo.
Aunque delicadamente, las amorosas caricias tomando su corazón entre sus garras no cesarían. Y ahora el previamente ignorado pezón derecho se endurecía con rapidez, ocasionando que Riki gimiera espontáneamente.
Ambos pezones palpitaron con una intensidad punzante. Más y más, las constrictoras olas de placer hirieron profundamente alrededor de su garganta y engulleron sus caderas en un fuego despiadado.
“Hah—hah—hah—” Riki ahogó sus gemidos inarticulados, sin poder creer que podía ser arrastrado hasta tal punto por la sola manipulación de sus pezones. Las incontrolables olas de placer no mostraban signos de querer detenerse. Las incesantes corrientes de calor recorrían su columna.
El duro arco de su masculinidad, empapándose del líquido preseminal que salía de la punta—
“Ahhhh—”
—en ese instante, todos sus desenfrenados jadeos, explotaron en un solo desgarrador estallido. El éxtasis lo recorrió como chispazos eléctricos a lo largo de sus cuencas.
Y sin embargo le hizo sentir una vergüenza que nunca antes había experimentado.
Sus apresados brazos se retorcieron y temblaron, sus pies no podían encontrar soporte en el suelo. Era un completo lío con el cabello revuelto, estirado como si estuviese colgado de una percha. Aunque Iason no lo dejaría caerse al suelo sosteniendo a Riki firmemente con una sola mano contra la pared. La humillación ardió.
Apretó los dientes. Habiendo sido extendida su fuerza de voluntad hasta el punto de ruptura, su acelerado ritmo cardiaco fue desvaneciéndose despacio. No podía hacer nada para deshacerse del amargo sabor de la rabia que tenía en la boca. Como para romper el ya fracturado orgullo de Riki, Iason le pulló, “Venirse así de rápido no es con seguridad algo de lo que estar orgulloso.”



No tenía excusa qué ofrecer a la mortificación embestida delante de su cara. Con la cabeza colgándole, en medio del revoltijo de pensamientos en su cabeza no encontró nada para replicar de vuelta.
Solo podía morderse los labios hasta que temblaran y se pusieran blancos con la sangre bulléndole en las venas anunciando a gritos su degradación. “Suéltame.”
Pero Iason no relajó el dedo hundiéndose en la muñeca de Riki. Al contrario. “¿Qué? ¿En serio pretendes resolver las cosas con tan patética presentación?”
La suave voz cayendo sobre su cabeza empató fríamente su realidad. “¿Estás diciendo que no te sirvo?” Por primera vez Riki probó el dolor contenido en sus palabras de constante desdén casual.
Agarrando su cabello negro y tirándole la cabeza hacia atrás, Iason miró a Riki directo a sus ojos azabache. “Eres tú quien escogió comprar mi silencio de tan inconveniente manera. ¿Es mucho pedir que el pago sea proporcional al costo?”
Presionaba sus demandas como si insistiera sobre lo que le pertenecía por derecho.
“¿A dónde quieres llegar? ¿Quieres escuchar grititos de placer tipo prostíbulo? No es una técnica que usemos los mestizos de los barrios bajos.”
“Bueno, pareces lo suficientemente sensible sin eso. No hay nada de malo en poner a prueba esas cuerdas vocales tuyas de vez en cuando.”
“Huh. Te crees la gran cosa.”
Riki arremetió verbalmente, aun sabiendo que a ese punto los dardos nunca darían en el blanco. La flemática forma de hablar de Iason dejaba en claro que, haciendo las bromas de lado, no estaba exagerando. Riki había entendido la cruda realidad de ese hecho a través de la experiencia personal.
“Me estoy dignando a tratar a una basura de los barrios bajos de la misma forma que a una mascota de Tanagura. ¿Y aun así no estás contento?”—esa manera amable y condescendiente de hablar por sí misma no era desagradable, y Riki nunca había visto un hombre al que le sentara tan perfectamente.
Y no solo eso, sino que desgarraba los límites emocionales entre el ego y la identidad de Riki en un sentido diferente. “En ese caso, ¿entonces qué tal si te quitas la ropa por lo menos?”
A diferencia de Riki, quien encima de estar completamente desnudo había sido arrastrado por la fuerza a un clímax horrible, Iason ni siquiera se había molestado en quitarse los guantes. Su mejilla se endureció por la sonrisa sardónica que moduló. “¿Por qué disciplinar a un mestizo maleducado e iletrado debería requerir la remoción de mis ropas?”
Era como ser abofeteado tan fuerte en la cara, que quedara meciéndose hacia atrás en sus talones conteniendo el aliento.
“No te confundas, mestizo. eres el precio que tan torpemente me forzaste a aceptar a cambio de mi silencio. Haz cuanto pido, entonces, gime para mí y quedaremos a mano. Nada más.”
Iason era brillantemente guapo y estaba justo ahí delante de él. Riki enfocó sus dos ojos negros sin parpadear en esa fascinante personificación de la belleza. ¡Qué hijo de puta—!
Pero a pesar de que su cerebro estaba en llamas, y su enconado, herido orgullo estaba pudriéndose hasta las raíces, Riki finalmente entendió que no podría evadir el ataque de la mirada fría de Iason en lo más mínimo. Comprenderlo era más que frustrante. Desde el principio habían estado interpretando roles muy diferentes.
Solo ahora esa noción lo acometía. El indomable espíritu del rey de Hot Crack no podía enmascarar el hecho de que no era nadie, especialmente comparado con aquella élite Blondie. El mundo contenía más tipos de personas de los que su mente podía imaginar, y ahora sentía la verdad de eso como nunca antes.
Su excitada y obstinada fuerza de voluntad persistía a pesar de albergar todo el arrepentimiento del mundo, a pesar de nunca haber poseído la paciencia para observar como se la arrancaban, pateando y gritando, en pedazos. Tampoco se le había ocurrido que el sentido “caprichoso” de Iason solo había solidificado aún más su actitud temeraria y persistente.
Y quizás tener en sus manos un juguete que le respondiera por primera vez en mucho tiempo, incrementaba la curiosidad de Iason a un grado muy inhabitual en él. De cualquier forma, Iason ya habíamedio en serio quizás —intentado arrancar de raíz el terco orgullo de Riki.
Riki, inadvertido de dichas intenciones se había quedado atrapado en la red fuerte y seductora de la presencia del Blondie. Iason había escogido ese camino en un estado similar de ignorancia, hechizado por lo curioso que le resultaba Riki.
Mientras fríamente hacía coincidir su intensa mirada con la suya, Iason deslizaba su dedo hacia la ensombrecida entrepierna de Riki. No de la forma tentadora de antes, sino con atrevimiento directo—sin dudar, rozando el flácido miembro de Riki. Con su palma y dedos acarició ambas esferas. El manoseo, que estaba más cercano a parecer una rutinaria inspección manual que una caricia amorosa, dejó a Riki desconcertado.
Como viendo directo al corazón de los sentimientos de Riki, Iason sonrió curvando solo las comisuras de su boca. Tal sonrisa no denotaba ni rastro de lascivia empalagosa. Era una exquisita pero igualmente frígida sonrisa que enviaba un escalofrío por su columna.
En ese momento, Riki supo que los Blondies de Tanagura eran tiranos intransigentes más malévolos que cualquier demonio.
Un instante después, la silenciosa habitación se llenó de nuevo con las olas de la respiración entrecortada de Riki. La atmosfera, húmeda y estancada, se estremeció con dulces y anhelantes gemidos. Oscuros y carnales deseos de placer entregados sin protesta se arremolinaban allí y allá sobre sus extremidades.
No tenía idea de cuánto tiempo duró. Metido entre los brazos de Iason, Riki de repente chilló en una voz que se asemejaba a un bramido: “¡Ya basta!”
Respiraba trabajosamente, sus palabras estaban llenas de una extraña energía. La aspereza de su voz acentuada por el dulce y palpitante hormigueo en sus entrañas, impregnando los sonidos que emergían de sus labios con un trémolo simple.
“¡No—no—soy—un—juguete!” escupió.
Entonces, como si su respiración se hubiese quedado aprisionada en su garganta, sus labios y garganta se contrajeron.
“Gahhhhhh—”
Una intensa, hormigueante sensación lo suficientemente fuerte para hacerlo querer gritar o gemir. Riki nunca había experimentado tal placer, quemando dentro de su cráneo como si su tronco cerebral estuviese en llamas.
Si el sexo que tenía con Guy podía definirse como “normal”, entonces la estimulación unilateral emitida por Iason era una especie de dolor que se sentía como si sus nervios hubiesen sido desnudados y azotados sin piedad. Era igualmente sensual y profana.
Riki se aferró a los brazos de Iason, clavándole las uñas en la carne.
Pero la cadena del placer solo se reafirmó y no se aflojaría. Cualquier urgencia de eyacular era frustrada por el apretado vicio de los dedos de Iason. El miembro preparado y dispuesto de Riki solo podía exudar gotas ansiosas de líquido preseminal sin obtener liberación.
Con un dedo presionado contra su trasero, Iason tenía a Riki a su voluntad. El brote escondido entre la hendedura de sus nalgas, que Guy siempre le estimulaba pacientemente con sus dedos y lengua, Iason lo había expuesto inexorablemente con tan solo la lubricación de su propio líquido preseminal.
El escozor, el dolor cortante y la repugnancia desaparecieron, una vez burlado por el dedo que estaba siendo forzado dentro de él.
“¿Y aquí encontramos la raíz de tu placer?” Si el símbolo del deseo sexual de un hombre era su pene erecto, entonces la raíz de aquella dicha era la próstata escondida en su ano. Haberla magullado sin restricciones era algo más que placentero. Haber vuelto la naturaleza de un hombre en su contra se había convertido en algo más parecido a la tortura.
Iason, sin embargo, parecía disfrutar inflingir los paroxismos levantándose desde la garganta de Riki hasta su cabeza, causando los gemidos que le sacudían todo el cuerpo.
No hay nada de malo en poner a prueba esas cuerdas vocales tuyas de vez en cuando.
Riki no podía creer que aquellas palabras fueran el simple producto del complejo de superioridad de Iason. Pero quizás reflejaban el disgusto que las élites sentían, con sus cuerpos artificiales, por los humanos nacidos de carne y hueso. En la medida en que dicho disgusto figuraba en su manera de pensar, Iason experimentada e incansablemente torturaba al mestizo en su cautiverio.
Riki quería correrse. Pero no podía. Peor, la estimulación continuaba sin cesar, sus genitales seguían ardiendo. Los espasmos sacudían sus pies y se disparaban por su columna vertebral.
Iason jugueteaba con aquellos impulsos básicos de los machos, burlándose de las emociones sexuales propias del hombre hasta más no poder. Con crueldad le impedía terminar, la voz de Riki casi rompió a llorar.
“Déjame—correrme— Por favor— Deja— de— masturbarme— a— medias—”
Si alguien le hubiese estado golpeando la cabeza una y otra vez, entonces podría apretar los dientes y soportarlo. Si hubiese sido apuñalado sin piedad en la espalda, entonces podría al menos escupir palabras desafiantes. Pero la ardiente agonía abrasando sus entrañas ya había hecho colapsar sus nervios.
Las ganas de eyacular debían triunfar necesariamente sobre todo lo demás como el más básico instinto de un macho.
¡Debo correrme!
Con la boca temblándole, los dedos vibrándole y el cuerpo ultrajado, Riki declaró su tormento. Sin vergüenza ni honor. Una y otra vez.
Y cuando lo hizo, Iason finalmente lo liberó. Quizás por burlarse de él para su propia satisfacción, o por haber perdido interés en el muñeco humano una vez que había hecho rogar a Riki tan hermosamente.
Exactamente por lo que se había estado muriendo. Una vez que su orgullo y voluntad se habían ido a la basura, se le había concedido por fin aquello por lo que imploraba: liberación.
Sin embargo, de sus labios temblorosos no salieron delirantes gemidos sino suspiros de alivio. Después de que el frenesí se desvaneció, en sus entrañas, en el núcleo de su cerebro, fue acometido por la sensación de haber sido drenado. Tan pronto como Iason lo soltó, colapsó en su lugar como si su mera alma hubiese estado exhausta y agotada.
Los gélidos ojos lo miraron hacia abajo desde una altura dominante. Como si acabara de ocurrírsele la idea, Iason se quitó el guante manchado de semen y lo tiró a la basura. Las comisuras de su boca se curvaron levemente. Sacó una moneda de su bolsillo y la arrojó a los pies de Riki.
“Y aquí tienes tu cambio. Por el soborno. Tienes razón. Siempre es prudente no prestar ni pedir prestado.”
Con el pecho agitado y la lengua entumida, Riki se relamió los labios varias veces. Sus piernas temblaban en pequeñas convulsiones. Sin tener ni la energía para esconder sus partes privadas, tampoco tuvo nada para contestarle a Iason.
Incluso cuando el Blondie dejó la habitación sin siquiera dirigirle una última mirada, Riki apenas movió un musculo. Como un perro acobardado y apaleado.
Cinco minutos. Diez. Nada pasó excepto el inútil y desvanecido tiempo. Riki finalmente gruñó y se sentó. Sus ojos cayeron en la moneda. No sabía qué estaba contemplando, excepto que se trataba de una moneda dorada con un patrón geométrico que describía una cresta o un sello estampado en su superficie.
Apretó los dientes y de un manotazo la recogió. “¿Qué mierda?” Se puso de pie, temblando. “Con que eso era un Blondie de Tanagura” Masticando aquellas palabras, sacudió su puño, apretando la moneda con fuerza. “¡Ese infeliz!”
Un Blondie de Tanagura y un mestizo de los barrios bajoscomo líneas paralelas que nunca se cruzarían, Riki ahora sabía que sus vidas abarcaban una brecha imposible de zanjar. Sin siquiera haber intercambiado nombres, permaneció la pesada e innatural sensación de incomodidad.
En el verdadero sentido de la palabra, aquel fue para Iason y Riki, su comienzo.