viernes, 22 de julio de 2016

AnK - Volumen 5, Capítulo 4

Ceres. Extremo occidental de la Colonia. Bloque 24.
Eran casi las once cuando Riki volvió a su apartamento. Estaba empapado. El descenso en la temperatura lo había dejado helado hasta los huesos también. Su chaqueta de motociclista para el frío era impermeable, pero había absorbido suficiente agua como para convertir el azul metálico brillante de la tela en un terroso índigo. Sus viejos pantalones negros no eran la excepción. Ni tampoco su ropa interior. El frío lo penetraba hasta la médula.
Mierda, murmuró para sus adentros. El clima solo lo hacía enojar más. Quizás era su miseria lo que le fastidiaba tanto. O, era el hecho de perseguir su cola por toda la ciudad y haber sido burlado. Su materia gris se sentía como papel periódico aguado. Pero sus pensamientos eran inquietos. De todos modos, la primera cosa en su agenda era calentarse. Podía atender sus intranquilos pensamientos después.
Con labios temblorosos que se sentían como de caucho, se quitó la ropa y saltó a la ducha. El chorro caliente se sintió como un hormigueo por todo su cuerpo. Sus músculos congelados y tiritando finalmente comenzaron a ablandarse. Su rígido cuerpo empezó a sentirse humano otra vez. Tomó un profundo respiro.
Fue entonces que su teléfono zumbó, anunciando un mensaje entrante. Pensando que podía tratarse de una llamada de Guy, cerró la llave. No era una llamada telefónica sino una alerta anunciando un visitante. Y, a juzgar por el ringtone, ese alguien tenía un número desconocido.
“¿Qué diablos—?” masculló por lo bajo. Sus molestas expectativas solo lo carcomieron más. Y dirigió esa ira a aquel extraño. “Ya vete al carajo.”
Abrió la llave y cerró los ojos. En los barrios bajos todo el mundo se iba por el lado de la auto preservación, y cuidaban sus propias espaldas primero. Nadie excusaría el mal comportamiento, pero tampoco serían amables con cualquiera que expusiera su debilidad.
Los bienes materiales serían robados como algo normal, y siempre que no aparecieran cadáveres, los policías no iban a investigar una simple entrada forzada o un asalto. En vez de perder tiempo llorando por la pérdida, era mejor tener una buena defensa.
Un extraño apareciéndose en la puerta de Riki en una noche oscura y tormentosa era algo fuera de lo común. Desde que Iason había ejecutado el mismo truco el otro día, Riki había estado prestando más atención de la usual a su seguridad.
Esa noche, incluso después de haberse embriagado tanto como para no poder caminar en línea recta siquiera para salvar su vida, le había aterrado la facilidad con que Iason lo había sorprendido.
Luego de eso—a cualquier grado que pudiera decir tales cosas—no pasaba mucho tiempo en su propia casa. Pero lo haría mantener su ingenio mientras tanto.
Finalmente dejó de temblar, si bien sus entrañas podían soportar más calor. Salió de la ducha y vio que su teléfono todavía estaba parpadeando.
Cielos, cálmate, se dijo de nuevo. Ese idiota era un bastardo insistente.
El campaneo de la puerta principal hizo eco por todo el pequeño apartamento. Riki pegó un brinco inconsciente y tragó con dificultad. Con el agua corriendo en la ducha no había sido capaz de escucharlo antes. Quien fuera que fuera probablemente había estado timbrando hasta el cansancio.
¿Qué quiere este tarugo?
El cerebro de Riki debía haber estado congelado. El timbre de la puerta le sonaba ahora como un retumbante claxon. Se colocó la bata de baño. ¿Será que se descompuso? Juntó las cejas. ¿Alguna especie de tonta broma pesada? Esa era la única conclusión a la que el clamante sonido apuntaba.
¿Qué? ¿Qué? ¡Qué!
Haber sido plantado por Guy había enroscado más el apretado resorte de sus emociones. Pero no estaba tan jodido por la sensación de irritación que iba en aumento como para abrir la puerta de un zarpazo.
Cualquier cosa podía pasar en los barrios bajos, a cualquier hora y en cualquier lugar. Aunque había arreglado cuentas con los Jeeks, eso no significaba necesariamente que el juego entero se había acabado. Riki aún tenía que andarse con cuidado. Espió por el ojo mágico de la puerta y vio a un hombre que no conocía ahí de pie.
¿Quién mierda es ese?
Los ojos afilados del hombre miraban a través del lente de la cámara. Parecía de unos treinta años más o menos, lo que confundió todavía más a Riki. Riki no salía con hombres de treinta. No era que no tuviera nada que decirles y les fuera indiferente; de hecho, eran ellos los que se hacían a un lado para evitarlo a él.
Y no solo porque fuera Riki. Sino porque era de “esa edad”, y zanjar esa división generacional siempre era difícil. Donde comían y bebían, el territorio que labraban para su diario vivir, los aislaba necesariamente. La única posible excepción eran las guaridas en las que merodeaban en busca de compañeros sexuales.
Más que la persistencia del hombre en llamar a su puerta, era el frío brillo en sus ojos lo que hizo dudar a Riki. En momentos así, su mejor recurso era hacerse el tonto y retroceder despacio. El impulso de hacer solo eso ya estaba acariciando sus sentidos.
En cuanto a acosadores desquiciados respectaba, un Iason era suficiente. A ese punto, Riki ya había tenido drama suficiente para toda una vida. Esos pensamientos aplastaron su mente con fuerza, haciendo que se le pusieran los pelos de punta en lo que experimentaba una corazonada de peligro.
Por la forma en que el hombre estaba pegado de la puerta, no parecía que fuera a marcharse pronto. No después de que había confirmado que Riki estaba en casa. Era un poco demasiado tarde para ir apagando las luces y sentarse en silencio en la oscuridad.
Riki maldijo. “¿Quién eres?” preguntó a través del intercomunicador y se quedó quieto en espera de lo peor.
No obtuvo respuesta, pero al menos las incesantes llamadas al timbre se habían detenido finalmente. La expresión en la cara del hombre cambió de manera sutil, pero se notó. Suficiente para darle a Riki la clara impresión de que no se interesaba por su existencia.
“¿Qué es lo que quieres?”
“Si no quieres que derribe esta puerta, déjame entrar.” Las primeras palabras del hombre estaban cargadas de agresividad e irritación. Una voz de tono bajo, lúgubre y tenso. En una manera completamente diferente a la de Iason, acarreaba un peso que llegaba a lo profundo de las entrañas de Riki.
Riki presintió el gran problema que estaba a punto de caer en sus manos. Pero no había manera de ignorarlo ahora. Además, no dudaba que el hombre de verdad entraría por la fuerza.
Apretando los dientes, desbloqueó la puerta.
La primera cosa que Riki vio aproximándosele en el segundo en que la puerta se abrió de un portazo fue el negro lustre de un arma. Instintivamente se echó hacia atrás. Un segundo hombre—escondido en alguna parte—se adentró después de él, vestido todo de negro y moviéndose de una forma que sugería no se trataba de un trabajo usual y ordinario.
Mierda—
La dirección en que los sucesos habían girado era totalmente inesperada. Riki no sentía ni pensaba nada. Simplemente estaba estupefacto y no podía dilucidar lo que estaba ocurriendo delante de sus ojos.
En los barrios bajos, donde el control de armas era cumplido de manera estricta, solo un policía blandiría un arma—sobre todo una con miras láser. Y estos sujetos no parecían policías de los barrios bajos.
Con las armas preparadas, los hombres voltearon el apartamento patas arriba. Miraron bajo la cama. Inspeccionaron los armarios. Examinaron cada rincón. Lo que estaban buscando y lo que Riki tenía que ver con ello—nadie estaba proveyendo explicaciones.
A pesar de todos sus esfuerzos, su búsqueda fue un fracaso. A menos que aquello fuera solamente un espectáculo antes de empezar con el trabajo verdadero. Los hombres intercambiaron miradas y de nuevo apuntaron  hacia Riki. En ese instante, Riki había estado manteniéndose calmado, tratando de averiguar quiénes eran esos tipos. Pero entonces una extraña e inquietante sensación empezó a arremolinarse dentro de él.
Estaría mintiendo si dijera que no le daba miedo ver esas armas. Pero las varas de asalto colgando de los cinturones multiusos apuntaban a una sola conclusión: estos malditos son Siniestros de Midas.
Una renovada sensación de sorpresa se apoderó de él. ¿Qué estaban haciendo ahí unos Siniestros? ¿Y por qué? Confusión, impresión y sospecha crecieron dentro de él al mismo tiempo.
Lo único que Riki sabía era que los Siniestros de Midas—quienes despreciaban la existencia de los mestizos de los barrios bajos—eran igualmente prisioneros de sus dispositivos PAM. ¿Entonces qué estaba pasando? ¿Cómo podían haber traspasado un límite impenetrable?
Riki entendía que no era una enciclopedia andante, pero nunca había escuchado ni una sola vez sobre la policía irrumpiendo en Ceres. En primer lugar, tal ocurrencia hubiera desatado el pánico en los barrios bajos. Hasta hacía unos minutos, el flujo de la corriente humana había estado corriendo en una sola dirección—de las afueras de los barrios bajos a causa del PAM. Pero, ¿y qué si ese no era el caso en realidad?
Esa fue una verdad que Riki no quería contemplar. Deseaba de todo corazón que aquello fuera una especie de sueño. Un viaje que nunca tomaría de nuevo.
“¿Eres Riki?” dijo el hombre de cabello muy corto color plata.
Después de que habían saqueado el lugar y puesto sus armas en la cara de Riki, escucharlos decirle su nombre como una ocurrencia de último minuto no hizo mucho por aliviar su temperamento.
“¿Y qué si lo soy?” reviró, sin molestarse en ocultar su mal humor. Su intromisión en su casa estaba despertando sentimientos de disgusto y recelo. A pesar de la sorpresa y el desconcierto, no se sentía tímido ni cohibido en absoluto.
Los brillantes ojos negros de Riki se fijaron en el hombre con el plateado corte de pelo militar que cubría su cabeza como un pedazo de hielo seco. No estaba tratando de mostrar una postura provocativa a los Siniestros ni nada.



Ya fuera tomándose aquello como un valiente acto desafiante o una fanfarronada imprudente, el hombre al parecer contempló al Riki de la bata y el cabello mojado con nuevos ojos. Entonces, sin dudarlo, dijo de modo arbitrario, “Vístete.”
Había una dureza en su voz propia de un hombre acostumbrado a dar órdenes y ser obedecido. Sin embargo, comparado con un sujeto como Katze, cuya atemperada tenacidad podía callar a los rufianes del mercado negro con una sola mirada, el hombre poseía una pizca de calidez en él. Y no poseía nada de la autoridad absoluta y cruel de Iason que podía convertir la más austera determinación en gelatina.
No había forma de que el Siniestro fuera a intimidar a Riki. Pero no era el momento ni el lugar para oponer una última inútil resistencia. Riki sabía eso mejor que nadie.

“Bien.” Mejor pisar el freno que estallar en una estúpida demostración de ego. Giró sobre sus talones, sintiendo la mirada del hombre clavada en su espalda como un cuchillo afilado.

jueves, 21 de julio de 2016

AnK - Volumen 5, Capítulo 3


Bajo la fría y constante tempestad, Kirie se arrastró hasta una hendidura en las ruinas derrumbadas de un edificio y echó un tímido vistazo a sus alrededores. Estaba demasiado oscuro, sin siquiera el débil brillo de las luces de la calle. Nada se escurría a través de las sombras. Solo estaba el apaciguado tamborileo de la incesante llovizna.
Contuvo el aliento. No movió un musculo. Pero incapaz de calmar las ansiedades que lo cubrían como una sábana mojada, levantó sus ojos vacilantes, y con miedo en el corazón se arrastró de vuelta hacia la lluvia.
¿A dónde podía ir? ¿Qué refugio era el mejor? Kirie no tenía idea—solo sabía que tenía que marcharse. Esa compulsión impulsiva pullaba dentro de su cráneo.
Llevó sus inestables piernas hacia adelante, trastabilló y se cayó. Volvió a ponerse en pie, le temblaban las extremidades. No tenía tiempo de sentir dolor.
Finalmente se percató de que se estaba acercando a la Colonia. El corazón le latió desbocado. Le pesaron los hombros. Un afilado calambre perforó sus sienes. Sentía los pies mientras los arrastraba como si estuvieran encajonados en concreto. El frío lo penetró hasta el mero centro de su ser, haciendo que sus dientes castañetearan. Pero no podía descansar.
Tenía que continuar, un pie delante del otro. Tenía que poner tanta distancia como le fuera posible entre ellos.
Abrazándose a las paredes, se deslizó por los sucios y monótonos callejones.
Pero había límites que la fuerza de voluntad por sí sola no podía traspasar. Y la tempestad solo carcomía su determinación.
Trastabilló, colapsó y cayó sobre la suciedad y la basura. Su cuerpo estaba tan débil y agotado que no podía mandar la fuerza suficiente a sus piernas para volver a colocarse en pie.
Finalmente, un gemido escapó de sus labios. Como si la cuerda de su voluntad se hubiera roto por fin, las lágrimas brotaron de él en un surco que parecía interminable. Sus sollozos a lo último se disolvieron en un pequeño y silencioso hipo, como si se las hubiera arreglado para contener el núcleo de su desesperación y hubiese escupido la cascara. Miró al cielo, perdido en su gran amplitud, y gritó delirante.

“¡Alguien—ayúdeme—por—favor! No quiero morir. ¡Ayúdame, Riki!

miércoles, 20 de julio de 2016

AnK - Volumen 5, Capítulo 2

En la oscuridad, una neblina púrpura se arremolinaba tras los escasos lugares que estaban iluminados. La mayoría tenía una copa en una mano y un cigarrillo en la otra. Se oían las charlas en un bar reconocido y el sonido de las estridentes risas mezclándose con ocasionales exclamaciones violentas.

Guy, Luke, Sid y Norris—la formación original de Bison pasaba el rato en el asiento del fondo, más o menos reservado para ellos, picando de unos cuantos platillos en lo que se acumulaban las botellas.

No era como si nadie nunca hubiese propuesto un encuentro de manera formal. Pero si no había nada urgente en particular a mano, era ahí adonde iban a comer y a divertirse. Aunque lo mejor que podían esperar recibir eran bocadillos, no una comida completa.

La única regla existente era que, cuando comenzaba la fiesta, nadie pasaba lista. Nadie tocaba base con antelación o llamaba para cancelar. Estas eran las normas no escritas que se habían desarrollado desde que Riki había dejado los barrios bajos. Y no cambiaron cuando regresó. Pero esa noche, al igual que las otras, Riki no apareció por ningún lado.

“Como te venía diciendo, ¿a qué se debe este tema de conversación tan repentino?”

Si bien la noche no había llegado del todo, Norris se mostraba extrañamente comunicativo.

“Cualquiera podría adivinar exactamente lo que estás pensando,” dijo Sid con una mirada de complicidad.

“¿Te refieres a que estoy buscando emparejarme?” Norris se apoderó del vaso y frunció el ceño.

Norris siempre se las arreglaba para estar de buen humor, incluso un poco alcoholizado. Esa noche, sin embargo, la borrachera lo había convertido en un ebrio miserable. La pregunta sobre qué hacer con el resto de su vida era una carga muy pesada para sus hombros: ¿sentaría cabeza con un compañero o serían solamente amigos con derechos?

“¿Las cosas van bien entre tú y Maxi?”

“A su manera, supongo.”
“¿Besitos y abracitos como siempre?” bromeó Luke, mascando su seco y sintético intento de filete.

“Casi no,” dijo Norris, frunciendo los labios con amargura. No preguntes cosas estúpidas, quería decir.

“Obviamente debe ser Maxi.”

“Olvida todo el rollo de los besitos y los abracitos. Siempre es ‘¡ya cállate y trae tu culo hasta aquí!’”

Todo lo que sus antiguos compañeros de Bison sabían era que Norris manipulaba y seducía, siempre a la caza de cualquier cosa que se topara en su camino. Pero era, de hecho, meticulosamente selectivo con respecto a sus compañeros de cama, y el enfoque de su vida sexual estaba puesto actualmente en un violento, rudo y peligroso hombre diez años mayor que él. Cuando aquello se supo, todos quedaron igualmente sorprendidos, aunque cada quien a su manera.

“¿Desde cuándo se volvió Norris un jodido mandilón?”

“¿Quién iba a decir que sus gustos se inclinarían en esa dirección?”

“Huh. El tipo debe estar haciendo lo suyo también.”

 A pesar de ser uno más de la pandilla, no inquirían demasiado en  la vida amorosa de Norris. Era indigno de ellos. El hecho de que Maxi fuera un tipo intimidante acarreando su parte justa de cicatrices de batalla era la única cosa que hacía mella en el trasfondo.

Pese a tratarse de un romance reciente, Norris no dudaba en llamar necesaria a la relación. No podía vivir con ella ni sin ella.

Maxi trabajaba como chatarrero, era intimidante y peligroso. Podía destruir lo que fuera, incluyendo las posesiones con las que una persona no se hubiera hecho legalmente. Considerando que recibía un montón de solicitudes que no eran del rebusque, sus instintos inconscientes le indicaban que sospechara lo peor. Era el tipo de hombre que no tenía tiempo de jugar en el campo, y en cambio, se mantenía atrincherado en su lugar de trabajo con algo en qué mantener las manos ocupadas.

Estas aguas calmas eran profundas. Tenía las habilidades. Cuando aceptaba un trabajo, lo hacía bien. Reparaba, hacía mantenimiento, y almacenaba cualquier cosa útil. Cualquier cosa que pudiera reciclarse era guardada, y los desperdicios se destruían y se desechaban.

Maxi era un hombre que trabajaba solo, con una única canción en su repertorio. Pero la labor manual que se resumía a un concurso de fuerza física convertía su fiero exterior en algo más que una musculatura de culturismo.

Con su estatura alta, áspera y abrupta y su sombra siempre recta, Maxi cortaba una figura robusta que le iba muy bien. En cuanto a lo que fuerza y atractivo era en los barrios bajos, respectaba, el suyo era un paquete codiciado de “masculinidad” acarreando feromonas a su paso.

Sin mencionar que nunca le faltaba el dinero.

Siendo ese el caso, muchos se arrastraban por él, no como un mero compañero sexual sino con la intención de “casarse por interés”. Se decía, sin embargo, que era un poco excéntrico. Desde que Norris no lo negaba, era probable que hubiera algo de verdad en los rumores.

Con todo, habiéndose quedado en la relación por varios años ahora, no era difícil imaginar que había algo más sucediendo allí que la necesidad de la que Norris se quejaba.

“¿Y?” preguntaba Sid, diciendo lo que quizás era mejor dejar sin decir. “¿Qué demonios se interpone en tu camino?”

Sid no podía entender qué le impedía a Norris tomar el siguiente paso y sellar el acuerdo.

Los mocosos ordinarios no eran dignos de llevar la espada de Maxi. Sin mencionar que el hombre atemorizaba a prácticamente todo el mundo. Pero Norris había poseído la fuerza para consagrarse como un miembro original de Bison.

A pesar de que las diferencias físicas entre Maxi y los otros hombres podían con seguridad abrumar a sus potenciales amantes, a Norris parecía no importarle. Además, los dos parecían llevarse bien en la cama también.

El chatarrero era autosuficiente e independiente. Pertenecía a ese pequeño grupo de reales vencedores en los barrios bajos. Que un hombre así le pidiera formar pareja no necesitaba repetirlo. Era algo obvio según Sid.

“¿Qué quieres que te diga?”

“¿Qué te retiene, hermano?”

“Bueno—ah—cómo te dijera…” por todo el rato que Norris había estado refutando y revirando, ahora se callaba.

“No me digas que tienes a alguien más por ahí—”

“No.”

“No lo pensé. El caso es que estás loco por Maxi.”

“No lo estoy,” dijo Norris, poniendo rápidamente en claro las cosas. “Es él el que está loco por mí.”

“Ay, sí, claro.”

“¿Y entonces cómo son las cosas según tú?” preguntó Norris.

“Estás diciendo que Maxi—”

“¿No querrá que cortes lazos con nosotros?” inquirió Guy, postulando el interrogante a modo de broma. Pero Norris frunció el ceño muy expresivamente.

“¡Mentiroso!”

“Hostia puta—”

Sid y Luke se miraron y gritaron al mismo tiempo. Ignorando el estallido histérico, Guy exhaló un enigmático suspiro. En el blanco. Y ni siquiera había estado atinándole al objetivo.

Si estaba forzado a escoger entre los amigos que eran tan buenos como una familia y un amante, Norris la tendría difícil. Por un lado, quizás sí sentía algo por Maxi, y eso no era algo que quisiera admitir a sus amigos.

“¿Cuál es el problema?” preguntó Luke con una sonrisita torcida. “Con que Maxi resulta ser del tipo posesivo también. Realmente pensé que ese frente rudo e indiferente se extendía hasta más allá. Pero supongo que no.”

“Sí. O sea, me siento como: ¿por qué mierda mencionas este tema ahora?” Norris bebió de su vaso con un gesto más que disgustado.

Desde el incidente de Jeeks, Guy y los otros trataban con indiferencia las inevitables súplicas humeantes por la resurrección de Bison. Pero por la manera en que Maxi veía las cosas—ya que quería sentar cabeza y formalizarse con Norris— Bison presentaba una realidad que no podía ignorar.

En cuestiones de sexo, se decía que los barrios bajos no imponían restricciones ni moral. Con mayor razón emparejarse de manera seria no era algo que se tomara a la ligera. Los que querían tener sexo por la diversión de hacerlo podían escoger un compañero en cualquier parte, siempre que las expectativas se mantuvieran bajas.

Pero emparejarse era diferente. Albergar un deseo tan intenso como para que un chico estuviera dispuesto a arrastrarse sobre vidrios rotos no significaba que obtendría lo que quería. Elegir no significaba nada si no se era elegido.

Tenía que tomarse el tiempo, y considerar las cosas a detalle. Alguien buscando emparejarse tenía que determinar que su compañero tenía los mismos objetivos que él de manera que la decisión no le hiciera arrepentirse después.

Cuando se convertían oficialmente en pareja, podía buscarse ese derecho vinculante. Pero si Maxi no presionaba a Norris a decidirse, significaba que Maxi no estaba imponiendo sus sentimientos sobre él y probablemente pretendía respetar los propios pensamientos de Norris en el asunto hasta el final.

Huh. Maxi en serio debe amar a este chico.
El pensamiento calentó inesperadamente el corazón de Guy. Saber que sus amigos tenían razones para vivir por sí mismos lo complacía como si fuera un logro propio. A pesar de sus burlas y guasas, Sid y Luke compartían sin duda los mismos sentimientos.

Sí, Maxi es el mayor de ellos, y no solo en edad. Maxi tenía que ser el hombre grande en más de una forma para respetar los deseos de su compañero. Por otro lado, sin embargo, podía creer que Maxi quería que Norris lo escogiera a él.
Parecía forzado que un hombre de hombres como Maxi se rehusara a dar una respuesta definitiva en un asunto tan serio. Aunque pudiera querer determinar lo que Bison significaba para Norris—o, mejor, si Norris valoraba su propia existencia por encima de Bison.

Maxi hubiera estado dispuesto a dar y recibir siempre y cuando las cosas siguieran siendo de la forma en que habían sido desde que Bison se había retirado de la escena. Pero entonces Riki regresó a los barrios bajos. No era la misma especie de perro apaleado que los otros. Algo en él había madurado, brindándole un aura sublime.

Y eso puso más ansioso e impaciente a Maxi—aunque quizás no tan impaciente como incierto. Norris se había estado aplacando y sentando cabeza, pero ahora parecía estar volviendo a sus viejas andanzas y ni siquiera Guy podía considerar esa preocupación como una ansiedad innecesaria.

Si bien el nombre de Bison era más leyenda que realidad, su búsqueda era ahora mayor que nunca antes. Tanto que sus miembros originales, de quienes aún podía decirse tenían algunas cartas restantes en la partida, de vez en cuando se hartaban de que nada sucediera. El regreso de Riki solo estimuló esos sentimientos. Y la paliza que le dieron a los Jeeks había encendido el fuego de nuevo.
La tan llamada segunda vuelta de Bison era el sueño de un tonto. Pero en un sentido diferente, Guy y los otros tenían razones para creer que pasaría. Solo tener a Riki de vuelta a su lado era suficiente para reforzar esa creencia.

Maxi debía habérselas olido desde hacía mucho. Razón por la cual quería que Norris tomara una decisión.

Norris medio murmuró para sí mismo, “Por mí está bien si quiere emparejarse. Pero…” desde su perspectiva, de todas formas terminaría teniendo que escoger una cosa o la otra.

“Cuando lo pones en esas palabras, suena como si esperaras despertar envuelto por cadenas con la vida siendo succionada de tu cuerpo.”

“Puede ser que Maxi esté convirtiéndose en un anciano, pero de verdad parece que aún tiene lo suyo.”

Maxi estaría rodando los ojos si supiera que a los treinta y dos años era considerado un “anciano”. Pero una década constituía una fuerte brecha de generación en los barrios bajos. Suficiente para que el montón de chicos—todos menores de quince—que los Jeeks había agrupado se tuvieran bien merecido el nombre de “Hyper Kids.”

Incluso para Guy y el resto, apenas en su veintes, estos chicos estaban totalmente fuera de control. A pesar de que permanecían ignorántes del hecho de que cuando Bison había empezado, con Riki recién salido de Guardián y liderando la pandilla, sus mayores habían pensado lo mismo de ellos.

Y si se les hubiera llamado la atención, hubieran objetado a una sola voz. Estos mocosos están tan fuera de nuestra maldita liga que no es divertido.
“Luke, si yo fuera tú, tendría cuidado con que algo me saltara encima desde la oscuridad y me golpeara como a un cerdo.”

“Soy yo quien mantiene las cosas claras como el agua desde el principio.”

El bocazas de Luke era conocido en general como un “acosador virgen”. Se rumoraba que solo buscaba la emoción de la masacre y tendía a terminar las cosas en malos términos, sin querer involucrarse en una relación. La mayoría de esos rumores provenían de la envidia de aquellos sin talento para conseguir carne fresca.

“¿Pero si Maxi está ansioso, no vuelve eso las cosas un poco arriesgadas?”

“Te digo que dejes de preocuparte. Deja de inventar historias,” dijo Norris, y después de un rato, se cansaron de burlarse de sus problemas. La mesa quedó en silencio, interrumpido solo por un ocasional suspiro.

El curso del lento y parsimonioso tiempo siguió en el bar. Solo Guy prestaba particular atención a su reloj.

“¿Qué tienes, Guy?” preguntó Luke con una lánguida sonrisa. “¿Una cita? Mejor te das prisa, entonces. No te sientas obligado a pasar el rato con gente como nosotros.”

Había una razón tras su ausencia de dos semanas, pero no se había molestado en ofrecer ningún tipo de explicación. Aunque era obvio que todos lo atribuían a problemas con su vida amorosa. Para Guy, que no tenía intenciones de dejarse afectar por la impotencia o una embarazosa perversión, era mejor evitar cualquier clase de inquisiciones entrometidas en el asunto.

No había forma en que Guy diera a conocer que había sido engañado por Kirie y vendido a una élite de Tanagura. Si se daban cuenta, la vieja pandilla de Bison reaccionarían con ya fuera sorpresa o desdén. De una forma u otra, ya no le quedaba mucha reputación que digamos.

Sin embargo, no podía evitar sentir que las cosas entre Riki y él habían hecho eso aún más complicado.

Demonios. Suspiró inconscientemente.

“Sí, sí. No somos unos patanes tan incultos, ¿sabes?” Norris habló como si insinuara que ya se había dado cuenta de con quién era la cita.

Y, bueno, dada la única persona que faltaba en su reunión, el tema por sí solo parecía haber pasado su fecha de vencimiento. Sid permaneció en silencio y bebió de su vaso. Tan solo arréglenlo, joder, dijo con los ojos a modo de reproche.

La incomodidad del estado actual de las cosas era tal que no había forma de hacer la paz si alguno de los dos no cedía. Los viejos miembros de la pandilla creían que dependía de Guy ver que las cosas se resolvieran.

Guy no lo negaba.

En cualquier caso, el problema ya estaba desde antes de esa noche, de todas formas. Guy ya se había decidido a solucionar las cosas con Riki. Solo faltaban diez minutos más para dar la hora indicada.

“Lo siento, pero tengo que irme ya.” Se puso de pie lentamente.

“Tómatelo con calma.”

“Embriágate. Te dará una razón para mantenerte cerca mientras las cosas se secan. No te arrepentirás en la mañana.”

Pero Guy sabía que no podría superarlo de la manera en que Luke le sugería. Sus preocupaciones empeoraban. Los moretones en el cuello de Riki. Su humor apático. Más que  resultarle un momento incómodo tras hacerle el amor, esas marcas se le antojaban a Guy como el accionar de un dueño que coloca letreros de “No pasar” por toda su propiedad. Hacía que le doliera la garganta.

Estoy comportándome como un idiota.
Guy se mordió el labio. Pero no podía hacer nada para aplacar el sabor amargo de su boca. No importaba, sin embargo—un momento después, advertidos solo por el ominoso chirrido, la puerta de la taberna se abrió con violencia.

Aturdidos, todo el mundo se congeló por la sorpresa. Se volvieron y miraron en la misma dirección. ¿Qué rayos está sucediendo? Los murmullos aumentaron y después cesaron.

Una falange de hombres armados, vestidos de negro, cruzó el umbral.

El sobresalto les quitó el aliento, como si todos los ocupantes del bar hubieran sido bañados en agua fría.

¡Qué nadie se mueva!” la dura advertencia resonó, dejándolos estupefactos. “¡No intenten nada estúpido!”

Nadie podía adivinar lo que estaba ocurriendo ante sus ojos. Sus confusos pensamientos rechazaban la realidad justo frente a sus ojos. Aun así, confrontados por el escuadrón militar y las miras láser de sus armas, no importaba que tan desconcertados estuvieran, se daban cuenta de inmediato de lo inútil que era enfrentarse a esa amenaza.

A pesar de todos los adornos de un acto secundario improvisado, sabían solo con mirar que no era una especie de juego o broma pesada. Se serenaron y tranquilizaron rápidamente.

No se trataba del equipo de seguridad de Ceres. ¿Entonces quienes diablos eran? ¿Qué estaban haciendo allí? La incomprensión y el desconcierto provocaron un corto circuito en los pensamientos de los espectadores.

El bar quedó en absoluto silencio. Tras la pared humana armada, varios hombres usando largos gabanes dieron un paso al frente mientras daban vueltas a unas macanas compactas de color plata.

En la congelada quietud, los patrones del bar palidecieron sintiendo un estremecimiento recorrer sus espaldas. Nadie conocía el nombre oficial de esas macanas. Ni siquiera esos a los que se les había presentado la oportunidad de verlas de cerca. En los barrios bajos se les conocía como “varas de asalto”.

Contando con apenas veinte centímetros de largo, en cuanto la punta hacía contacto con la piel, la descarga eléctrica se sentía con chispas sacándote los ojos de las cuencas. Y así era cuando estaban programadas en el más bajo nivel. Podía hacer caer de rodillas al más fuerte y rudo de los hombres.

Aquellos lo suficientemente desafortunados para experimentarlo en persona—normalmente un mestizo que se había puesto necio y la había liado en Midas—terminaban casi agonizantes.

El nombre oficial de esa cosa no importaba demasiado, pero no conocer su poder y lo que podía hacerle a alguien, sí. La gente que las llevaba, no obstante, eran conocidos en los barrios bajos.

La División de Seguridad Pública de Midas.
Sabiendo a quién representaba el escuadrón militar, el miedo indescriptible entrelazó sus dedos con fuerza en torno a las gargantas de los ocupantes del bar.

¿Qué demonios está haciendo la policía de Midas aquí?
Llevar un arma estaba estrictamente prohibido en las zonas de recreo y el Distrito del Placer que conformaban Midas. Pero siempre había excepciones para hacerse, sin importar cuál fuera la naturaleza de la sociedad. Era lo mismo en Midas.

El trabajo de la policía de Midas era garantizar la seguridad y el bienestar de los ciudadanos y turistas. Estaban conformados por policías antidisturbios vestidos de uniformes plateados, los detalles del servicio secreto que resguardaban a las personas muy importantes, y los guardias de seguridad de negro conocidos infamemente como los “Siniestros”.

Denostados por todos los barrios bajos, los Siniestros apenas si eran devotos de la justicia. Eran la otra cara de la ley, sembrando miedo en secreto. Se decía que el simple hecho de su presencia hacía disipar cualquier riña de inmediato.

Sin embargo, hasta entonces, ningún policía de Midas había puesto un pie alguna vez en los barrios bajos. La razón era que cada ciudadano de Midas tenía un dispositivo PAM. Los hombres lo llevaban en el lóbulo izquierdo de la oreja y las mujeres en el derecho. El biochip también restringía el rango de sus movimientos, manteniéndolos dentro de una cerca eléctrica invisible.

La policía de Midas no estaba exenta.

Además, a diferencia de los perversamente tenaces Cuerpos de Vigilancia, quienes parecían estar obsesionados con cazar y exterminar los insectos de los barrios bajos que les fastidiaran, los policías antidisturbios y los Siniestros no tenían tiempo de molestarse en cazar la basura de poca monta cuando regresaban a sus madrigueras. No valía la pena.

Los residentes de los barrios bajos no conocían sobornos especiales. Los Cuerpos de Vigilancia y la policía en general simplemente no podían cruzar la línea. Los barrios bajos estaban ubicados en una región gobernada autónomamente, y Ceres era el pozo séptico de Midas. Los dos se miraban los unos a los otros como serpientes y escorpiones.

Eso era lo que todos creían. Ninguno de ellos era lo suficientemente tonto para creer que pudiera existir alguna especie de parentesco en el mismo espacio que tan profundo odio.

Por lo tanto, era algo inevitable en los barrios bajos. No importaba qué tanto lo desearan o anhelaran, Midas personificaba todo aquello que nunca sería suyo.

El Área 9 había sido borrada por completo de los mapas oficiales de Midas. Pero seguía estando allí, y así sería hasta el final de los tiempos. Eso convertía los límites en líneas invisibles dibujadas en el aire.

Desprecio y enemistad. Celos y envidia. Aquellos eran los sentimientos obvios que atormentaban el flujo de una sola dirección de los seres humanos entre Midas y los barrios bajos.

Hasta hoy.

La policía que nunca se habría aventurado en los barrios bajos había ido hasta allí a la fuerza. Toda una vida de teorías y creencias habían sido destrozadas de la noche a la mañana. Para los chicos jóvenes, incapaces de soportar la atmósfera sofocante de los barrios bajos y cruzando Midas por la emoción y el beneficio de hacerlo, darse cuenta era como una conmoción.

Si un chico se metía en problemas al cruzar, podía siempre regresar a la seguridad de Ceres. Pero esa estrategia había sido repentinamente probada defectuosa con la policía apareciendo, envestida de su indumentaria militar.

La guerra entre pandillas que estallaba a diario era más una manera de disipar la maníaca y crónica sensación de tensión. Como una versión particularmente brutal de “Capturar la bandera” confinados a territorios específicos. Aun si alguien esgrimía una tubería de hierro a modo de garrote,  nadie nunca sacaba el armamento pesado y empezaba a disparar.

La prohibición de las armas era una de las condiciones que Ceres había aceptado cuando buscaba reconocimiento de su independencia de Tanagura, y los poderes de Ceres reforzaban aquello con mano de acero. Incluso queriendo manufacturar armas de fuego de manera ilícita en Ceres, nadie tenía las habilidades necesarias o los recursos económicos.

No era exagerado decir que Midas solo toleraba a la ciudad fantasma de Ceres porque el control armamentista en los barrios bajos era tan minucioso.

Era un mundo torcido sin lugar para correr ni lugar para esconderse. Los hombres jóvenes disfrutaban la más corrupta forma de libertad. No podía escaparse a la sensación sofocante y supurante de claustrofobia.

Su mayor miedo, de hecho, no era Midas sino Tanagura. Y ese miedo no se quedaba en sus mentes, sino que se instalaba en el transcurso apático de los días interminables y aburridos.

Como región autónoma, cualquier reconocimiento que se le otorgase a Ceres era como una subdivisión de Midas. Borrar a Ceres del mapa no borraba la realidad. Serían siempre el lugar muerto viviente, por siempre bajo el ojo vigilante de Tanagura. La verdad implícita, sin embargo, nunca se hizo oficial.

Como consecuencia, los residentes de los barrios bajos se creían un mundo aparte de Tanagura, sin conexión alguna a ella. Se les permitía pasear por Midas, pero no podían atravesar las puertas de Tanagura. Al menos esa realidad particular no podía negarse.

El deseo de causar la destrucción de Midas—y cualquier instinto anarquista también—moría al nacer. En esos términos, los Jeeks ostentando el sentido común de los barrios bajos al incendiar la vieja guarida de Bison era el colmo y algo fuera de control.

Ceres era el vertedero y la pila de estiércol de Midas. Existía únicamente para alimentar el desprecio de la ciudadanía de Midas tanto como su sentido de superioridad. No era una metáfora o una tentativa sardónica de ingenio. Era la dura verdad. Los hechos inalterables en el suelo. Sin embargo, ahora nadie deducía la verdadera naturaleza de la situación frente a sus ojos.

Aun sabiendo que no se trataba de una simulación o un juego, seguían preguntándose, ¿Qué están haciendo aquí? ¿Y qué rayos está sucediendo?
Los ojos muy abiertos, tragándose las palabras, la respiración contenida, la realidad sacudió sus emociones y forzó sus pensamientos.

“¿Dónde está Kirie?” demandó saber el líder de los Siniestros. Su mirada fría y odiosa escaneó la habitación. Antes de que alguno de ellos pudiera empezar a decir algo, la fuerza en su igualmente fría voz pareció atraparlos en unas heladas garras de metal.

Un leve murmullo recorrió el bar. Con que esa era la razón de que estos “oficiales de la paz” de Midas se hubieran dignado a visitar su pequeño rincón en el mundo, causando el absolutamente sorprendente escándalo que ahora estaba aumentando su agarre como una soga alrededor de sus cuellos.

Saber que era Kirie alivió el miedo y el temblor un poco.

En tan incomprensible situación, el hormigueo recorriendo su espinazo de arriba abajo era suficiente para aumentar la tensión. Teniendo una idea de la causa, podrían de alguna forma encargarse de la situación.

Al mismo tiempo, no obstante, con las armas apuntando en su dirección y los Siniestros mirándolos, no había forma de que pudieran empezar a relajarse en realidad.

“¿Dónde está el Kirie de los ojos raros?” repitió el Siniestro.

El silencio se agitó un poco, pero no se rompió. Tal como los residentes de los barrios bajos eran ajenos al estado actual de los asuntos en Midas, y no comprendían realmente su política u organización, los barrios bajos eran de manera similar un misterio para los Siniestros.

Sencillamente no tenían razones para saberlo. En cuanto a la División de Midas de Seguridad Pública respectaba, los mestizos de los barrios bajos poseían una estimación más baja que la escoria.

El odio y el desprecio en que la gente de Midas tenía a los habitantes de los barrios bajos estaban profundamente arraigados, casi a nivel genético. Los estoicos Siniestros, quienes mantenían un control firme de sus emociones, no eran la excepción.

Los Siniestros solo sabían que había ido allí esa noche solo porque se los habían ordenado. Nunca en sus vidas se hubieran imaginado teniendo una razón para adentrarse en ese detestable pozo séptico.

Solo les habían dado la ficha policial y el perfil de Kirie y les habían dicho que lo trajeran para interrogarlo. Nada más. Dadas las órdenes, las llevaron a cabo con la debida celeridad. Su orgullo y dignidad como Siniestros demandaba nada menos.

Su líder empleó un tono bajo e intimidante al hablar. “Tenemos razones para creer que Kirie frecuenta este establecimiento. Cualquier intento de ocultárnoslo no es una muy buena idea.”

Habiendo llegado tan lejos, no tenían intención de irse con las manos vacías. El brillo en los ojos del Siniestro transmitía más elocuentemente lo que no tenía que decir en voz alta.

“¿Dónde está?”

Los matices tensos y controlados de su voz. El frío aspecto de sus ojos. Si se le provocaba, la cruda ferocidad envuelta por la gélida oscuridad de la noche, podía aparecer de repente. Como un puño frígido agarrándote las entrañas.

Y todos ellos sabían que los ciclos de las guerras de pandillas que afectaban los barrios bajos—la única manera que tenían de desahogar todas sus frustraciones acumuladas—era una cosa completamente diferente.

La dura mirada del hombre los dejó con la impresión de un niño cruel a punto de arrancarle las alas a una mosca. Tragaron con dificultad y miraron hacia el suelo, como diciendo: Esto no tiene nada que ver conmigo.
Paralizados, incapaces de huir o pelear, con el semblante tenso dirigían sus miradas a la mesa donde Guy y la pandilla estaban sentados. Honor entre ladrones, el espíritu desafiante y el carácter marchito a ese punto.

Frente a los Siniestros de Midas que esgrimían sus macanas, los mestizos no quisieron parecer cobardes que vendían a sus amigos. Pero en ese momento, tal fuerza de voluntad y coraje se había desvanecido. El deseo absoluto de deshacerse de estos oficiales supremamente armados y de sus penetrantes miradas—ese miedo instintivo—ganó.

¿Pero quizás Bison podía arreglárselas por sí solo? ¿Con seguridad, la pandilla que enterró a los Jeeks podía al menos luchar contra esos Siniestros y lograr empatar? Tales deseos y expectativas pasaron indudablemente por la cabeza de los espectadores.

Por supuesto, albergaban esas especulaciones siempre y cuando a ellos se les garantizara que permanecerían a salvo mirando desde la distancia. En cualquier caso, tenían que ofrecen una oveja en sacrificio para arrojar a los lobos. Y no iban a ser ellos.

No conocían lo suficiente a Kirie para justificar el hecho de asumir la carga. Sus ojos estaban nublados por puros intereses egoístas. Con todo su corazón, deseaban trastocar la verdad al fin que más les conviniera. Y ninguno se culparía o se avergonzaría de hacerlo.

Al encontrarse a sí mismos en el frente de todo tan de repente, Guy y los otros estaban muy lejos de sorprenderse. Una vez más, Kirie los había jodido.

Guy apretó los dientes.

¿Por qué maldita mierda estamos en el punto de mira?
Esa mierda con Jeeks era bastante mala. Después estaba el asunto de las mascotas, y sus dos semanas de arresto domiciliario para rematar. Guy apenas estaba empezando a creer que estaba libre y exento cuando su relación con Riki se fue abajo. Y ahora un montón de Siniestros de Midas estaban apelotonándose en su vida.
Esto ya no tiene gracia.
Kirie era una maldición para todo aquel a quien tocara.

¿Qué hizo esta vez ese pequeño hijo de puta?
Lo que fuera que hubiera hecho, no hubiera podido ser más inoportuno.

Nadie dijo nada, pero el resto se estaba arrepintiendo ahora también y reafirmando su determinación. No eran rivales para los Siniestros en cuanto a patear traseros civilizados respectaba. Pero en cuanto a caos y masacre, Bison podía presumir de haber calmado algunas tormentas por su cuenta.

A pesar de ello, al ver a los Siniestros acortar la distancia entre ellos a pasos relajados, supieron que estos tipos tiraban a matar.

Mierda. Estos sujetos van en serio.
¿Y ahora qué hacemos?

No podían evitar ser conscientes de esa especie de miedo que aún no habían experimentado hasta entonces, recorriéndoles el cuerpo.

“¿Dónde está Kirie?” preguntó el líder de los Siniestros, deteniéndose para fijar un objetivo en su campo visual. Sus ojos se detuvieron en Luke. Desde el comienzo, Luke no sintió la obligación de encubrir a Kirie, así que no iba a sacar a relucir ningún tipo de exterior aparatoso o desafiante delante de los Siniestros.

“Kirie no se ha asomado por aquí,” declaró con despreocupada tranquilidad, aunque hubiera un débil temblor en su voz que no podía ocultar. “¡Así que no hay forma en que podamos saber dónde está ese idiota!”

Por un largo rato, los dos se miraron. Un segundo después, el hombre azotó la barra metálica contra Luke, sin piedad. Como si el impacto de una pequeña explosión lo hubiese golpeado, Luke cayó de lado, derrocado de su silla, en el suelo. Quienes veían tragaron y una conmoción sacudió a la multitud.





El hombre—de rostro inexpresivo—puso su bota sobre el estómago de Luke. Luke se retorció y gimió en el piso. El dolor parecía estarse propagando por el cuarto, creando un gruñido colectivo.

Un jadeo acre salió de la garganta de Luke y se desmayó.

Impasible, el hombre escogió a Norris como su próximo objetivo y postuló la misma pregunta. “¿Dónde está Kirie?”

“¡No está mintiendo!” La tensión en la cara de Norris y su voz fueron resultado del ataque no provocado sobre Luke. “Desde que se volvió rico, no muestra la cara por aquí.”

Era la verdad, le creyera el hombre a Norris o no. No había nada más que Norris pudiera agregar. Incluso si quería quedar en buenos términos con los Siniestros, no podía dar lo que no tenía.

El hombre le dio un puntapié a Norris en el abdomen, con frialdad, haciéndolo gorgotear y doblarse sobre la mesa.

Habiendo observado a Luke y Norris ser torturados consecutivamente, casi que por instinto, Sid saltó de su silla y gritó, “¡Te estamos diciendo que no lo sabemos!”

Pero un instante después, antes de que las siguientes palabras pudieran emerger de su garganta, la parte blanca de los ojos de Sid destellaron y se desplomó. Todo en un chasquido. Ni el mismo Sid, probablemente, se había dado cuenta de lo que había sucedido.

Hasta donde sabían los espectadores, que contenían el aliento en lo que observaban la escena en desarrollo, algo enteramente misterioso había ocurrido.

Después, con un sonido afilado, metálico y áspero, la macana en la mano del hombre—habiéndose expandido varias veces su tamaño—regresó a su longitud original. Y se dieron cuenta de que la vara de asalto era la responsable.

No lo creyeron en serio hasta entonces. El verdadero poder de la macana telescópica de un Siniestro había sido demostrado ante sus ojos y un miedo desconocido hasta la fecha los sacudió.

“Me importa un comino si no aparece nunca por estos lares. ¡Lo que quiero saber es dónde está!”

La mirada gélida del hombre se encontró con la de Guy, quien tragó con dificultades. Aunque a fines prácticos, Bison ya no existía, Guy seguía manteniendo su papel de lugarteniente principal. El trabajo demandaba un cierto mínimo de imprudencia y temeridad. Y, por supuesto, una cierta familiaridad con el estilo de vida pandillera y las cicatrices de batalla que ello conllevaba. A pesar de haberse retirado del campo, la supervivencia de los más aptos seguía siendo la ley de aquella selva.

La violencia que los Siniestros deliberaban los convertía en una raza de animal distinta de la que podía encontrarse en los barrios bajos. Eran peor que las habituales amenazas de muerte y a la integridad física. Eran un montón de matones. Fue eso lo que los infaliblemente acertados instintos de Guy le dijeron. Lo peor de lo peor. Sembrando una marca de miedo que hizo temblar a Guy.

Kirie no había aparecido por ahí en un largo rato. No importaba qué tan descarado pudiera ser, tenía sus límites. E incluso cuando salía al descubierto, siempre jugaba sus cartas sosteniéndolas cerca de su chaleco. Era demasiado paranoico en cuanto a ese tipo de cosas.

Guy no sabía dónde vivía Kirie. Tampoco estaba lo suficientemente interesando en él como para indagar más al respecto. Así que no tenía idea de donde pudiera encontrarse.

“No lo sé.” Era todo lo que los tres restantes podían decir.

Inesperadamente, el hombre se rio. Una fría y penetrante risa que apenas si levantó las comisuras de sus pálidos labios.

Un instante después, con un sobresalto, a Guy se le puso la piel de gallina. Un espasmo estremecedor recorrió sus flancos. Una gélida corriente subió por su espinazo en lo que la patada giratoria del hombre impactaba contra su sien.

En un acto reflejo, Guy había levantado los brazos delante de su cara para desviar el ataque, pero el solo golpe fue lo suficientemente violento para sacarlo de la silla y hacerlo caer al suelo. Su cerebro se tambaleó en su cráneo. Chispas volaron a lo largo del envés de los ojos que mantenía apretados. Su cabeza palpitó como si su materia gris hubiese sido llevada a punto de ebullición. Su corazón latía tan aprisa que parecía estar a punto de salírsele del pecho.

El hombre agarró a Guy por la camiseta. Como si quisiera demostrarle su fuerza, con un solo brazo lo levantó hasta el nivel de sus ojos.

“¿Qué tal ahora? ¿Empiezas a recordar?”

“No—lo—sé—”

La mano libre del hombre golpeó a Guy antes de que pudiera decir algo más. “¿En ese caso, sabes quién sí lo hará?”

Con los labios temblorosos rezumando sangre, Guy negó sin fuerzas.

Otro resonante puñetazo aterrizó en su mejilla.

“Ya veo. Muy bien, pues. Vamos a volver a comenzar. Y seguiremos haciéndolo con todos y cada uno de ustedes hasta que la memoria de alguno empiece a mostrar mejoría.”

Los espectadores de la carnicería se estremecieron al mismo tiempo.