En la
oscuridad, una neblina púrpura se arremolinaba tras los escasos lugares que
estaban iluminados. La mayoría tenía una copa en una mano y un cigarrillo en la
otra. Se oían las charlas en un bar reconocido y el sonido de las estridentes
risas mezclándose con ocasionales exclamaciones violentas.
Guy, Luke,
Sid y Norris—la formación original de Bison pasaba el rato en el asiento del
fondo, más o menos reservado para ellos, picando de unos cuantos platillos en
lo que se acumulaban las botellas.
No era como
si nadie nunca hubiese propuesto un encuentro de manera formal. Pero si no
había nada urgente en particular a mano, era ahí adonde iban a comer y a
divertirse. Aunque lo mejor que podían esperar recibir eran bocadillos, no una
comida completa.
La única
regla existente era que, cuando comenzaba la fiesta, nadie pasaba lista. Nadie
tocaba base con antelación o llamaba para cancelar. Estas eran las normas no
escritas que se habían desarrollado desde que Riki había dejado los barrios
bajos. Y no cambiaron cuando regresó. Pero esa noche, al igual que las otras,
Riki no apareció por ningún lado.
“Como te venía
diciendo, ¿a qué se debe este tema de conversación tan repentino?”
Si bien la
noche no había llegado del todo, Norris se mostraba extrañamente comunicativo.
“Cualquiera
podría adivinar exactamente lo que estás pensando,” dijo Sid con una mirada de
complicidad.
“¿Te
refieres a que estoy buscando emparejarme?” Norris se apoderó del vaso y
frunció el ceño.
Norris
siempre se las arreglaba para estar de buen humor, incluso un poco alcoholizado.
Esa noche, sin embargo, la borrachera lo había convertido en un ebrio
miserable. La pregunta sobre qué hacer con el resto de su vida era una carga
muy pesada para sus hombros: ¿sentaría cabeza con un compañero o serían
solamente amigos con derechos?
“¿Las cosas
van bien entre tú y Maxi?”
“A su
manera, supongo.”
“¿Besitos y
abracitos como siempre?” bromeó Luke, mascando su seco y sintético intento de
filete.
“Casi no,”
dijo Norris, frunciendo los labios con amargura. No preguntes cosas estúpidas, quería decir.
“Obviamente
debe ser Maxi.”
“Olvida todo
el rollo de los besitos y los abracitos. Siempre es ‘¡ya cállate y trae tu culo
hasta aquí!’”
Todo lo que
sus antiguos compañeros de Bison sabían era que Norris manipulaba y seducía,
siempre a la caza de cualquier cosa que se topara en su camino. Pero era, de
hecho, meticulosamente selectivo con respecto a sus compañeros de cama, y el
enfoque de su vida sexual estaba puesto actualmente en un violento, rudo y
peligroso hombre diez años mayor que él. Cuando aquello se supo, todos quedaron
igualmente sorprendidos, aunque cada quien a su manera.
“¿Desde
cuándo se volvió Norris un jodido mandilón?”
“¿Quién iba
a decir que sus gustos se inclinarían en esa dirección?”
“Huh. El
tipo debe estar haciendo lo suyo también.”
A pesar de ser uno más de la pandilla, no
inquirían demasiado en la vida amorosa de Norris. Era indigno de ellos.
El hecho de que Maxi fuera un tipo intimidante acarreando su parte justa de
cicatrices de batalla era la única cosa que hacía mella en el trasfondo.
Pese a tratarse
de un romance reciente, Norris no dudaba en llamar necesaria a la relación. No
podía vivir con ella ni sin ella.
Maxi trabajaba
como chatarrero, era intimidante y peligroso. Podía destruir lo que fuera,
incluyendo las posesiones con las que una persona no se hubiera hecho
legalmente. Considerando que recibía un montón de solicitudes que no eran del
rebusque, sus instintos inconscientes le indicaban que sospechara lo peor. Era
el tipo de hombre que no tenía tiempo de jugar en el campo, y en cambio, se
mantenía atrincherado en su lugar de trabajo con algo en qué mantener las manos
ocupadas.
Estas aguas
calmas eran profundas. Tenía las habilidades. Cuando aceptaba un trabajo, lo
hacía bien. Reparaba, hacía mantenimiento, y almacenaba cualquier cosa útil.
Cualquier cosa que pudiera reciclarse era guardada, y los desperdicios se
destruían y se desechaban.
Maxi era un
hombre que trabajaba solo, con una única canción en su repertorio. Pero la
labor manual que se resumía a un concurso de fuerza física convertía su fiero
exterior en algo más que una musculatura de culturismo.
Con su
estatura alta, áspera y abrupta y su sombra siempre recta, Maxi cortaba una
figura robusta que le iba muy bien. En cuanto a lo que fuerza y atractivo era
en los barrios bajos, respectaba, el suyo era un paquete codiciado de
“masculinidad” acarreando feromonas a su paso.
Sin
mencionar que nunca le faltaba el dinero.
Siendo ese
el caso, muchos se arrastraban por él, no como un mero compañero sexual sino
con la intención de “casarse por interés”. Se decía, sin embargo, que era un
poco excéntrico. Desde que Norris no lo negaba, era probable que hubiera algo
de verdad en los rumores.
Con todo,
habiéndose quedado en la relación por varios años ahora, no era difícil
imaginar que había algo más sucediendo allí que la necesidad de la que Norris
se quejaba.
“¿Y?”
preguntaba Sid, diciendo lo que quizás era mejor dejar sin decir. “¿Qué
demonios se interpone en tu camino?”
Sid no podía
entender qué le impedía a Norris tomar el siguiente paso y sellar el acuerdo.
Los mocosos
ordinarios no eran dignos de llevar la espada de Maxi. Sin mencionar que el
hombre atemorizaba a prácticamente todo el mundo. Pero Norris había poseído la
fuerza para consagrarse como un miembro original de Bison.
A pesar de
que las diferencias físicas entre Maxi y los otros hombres podían con seguridad
abrumar a sus potenciales amantes, a Norris parecía no importarle. Además, los
dos parecían llevarse bien en la cama también.
El
chatarrero era autosuficiente e independiente. Pertenecía a ese pequeño grupo
de reales vencedores en los barrios bajos. Que un hombre así le pidiera formar
pareja no necesitaba repetirlo. Era algo obvio según Sid.
“¿Qué
quieres que te diga?”
“¿Qué te
retiene, hermano?”
“Bueno—ah—cómo
te dijera…” por todo el rato que Norris había estado refutando y revirando,
ahora se callaba.
“No me digas
que tienes a alguien más por ahí—”
“No.”
“No lo
pensé. El caso es que estás loco por Maxi.”
“No lo
estoy,” dijo Norris, poniendo rápidamente en claro las cosas. “Es él el que está loco por mí.”
“Ay, sí,
claro.”
“¿Y entonces
cómo son las cosas según tú?” preguntó Norris.
“Estás
diciendo que Maxi—”
“¿No querrá
que cortes lazos con nosotros?” inquirió Guy, postulando el interrogante a modo
de broma. Pero Norris frunció el ceño muy expresivamente.
“¡Mentiroso!”
“Hostia
puta—”
Sid y Luke se
miraron y gritaron al mismo tiempo. Ignorando el estallido histérico, Guy
exhaló un enigmático suspiro. En el blanco. Y ni siquiera había estado
atinándole al objetivo.
Si estaba
forzado a escoger entre los amigos que eran tan buenos como una familia y un
amante, Norris la tendría difícil. Por un lado, quizás sí sentía algo por Maxi,
y eso no era algo que quisiera admitir a sus amigos.
“¿Cuál es el
problema?” preguntó Luke con una sonrisita torcida. “Con que Maxi resulta ser
del tipo posesivo también. Realmente pensé que ese frente rudo e indiferente se
extendía hasta más allá. Pero supongo que no.”
“Sí. O sea,
me siento como: ¿por qué mierda mencionas este tema ahora?” Norris bebió
de su vaso con un gesto más que disgustado.
Desde el
incidente de Jeeks, Guy y los otros trataban con indiferencia las inevitables
súplicas humeantes por la resurrección de Bison. Pero por la manera en que Maxi
veía las cosas—ya que quería sentar cabeza y formalizarse con Norris— Bison presentaba
una realidad que no podía ignorar.
En
cuestiones de sexo, se decía que los barrios bajos no imponían restricciones ni
moral. Con mayor razón emparejarse de manera seria no era algo que se tomara a la
ligera. Los que querían tener sexo por la diversión de hacerlo podían escoger
un compañero en cualquier parte, siempre que las expectativas se mantuvieran
bajas.
Pero
emparejarse era diferente. Albergar un deseo tan intenso como para que un chico
estuviera dispuesto a arrastrarse sobre vidrios rotos no significaba que
obtendría lo que quería. Elegir no significaba nada si no se era elegido.
Tenía que
tomarse el tiempo, y considerar las cosas a detalle. Alguien buscando
emparejarse tenía que determinar que su compañero tenía los mismos objetivos
que él de manera que la decisión no le hiciera arrepentirse después.
Cuando se
convertían oficialmente en pareja, podía buscarse ese derecho vinculante. Pero
si Maxi no presionaba a Norris a decidirse, significaba que Maxi no estaba
imponiendo sus sentimientos sobre él y probablemente pretendía respetar los
propios pensamientos de Norris en el asunto hasta el final.
Huh. Maxi en
serio debe amar a este chico.
El
pensamiento calentó inesperadamente el corazón de Guy. Saber que sus amigos
tenían razones para vivir por sí mismos lo complacía como si fuera un logro
propio. A pesar de sus burlas y guasas, Sid y Luke compartían sin duda los
mismos sentimientos.
Sí, Maxi es
el mayor de ellos, y no solo en edad. Maxi tenía que
ser el hombre grande en más de una forma para respetar los deseos de su
compañero. Por otro lado, sin embargo, podía creer que Maxi quería que Norris
lo escogiera a él.
Parecía
forzado que un hombre de hombres como Maxi se rehusara a dar una respuesta
definitiva en un asunto tan serio. Aunque pudiera querer determinar lo que
Bison significaba para Norris—o, mejor, si Norris valoraba su propia existencia
por encima de Bison.
Maxi hubiera
estado dispuesto a dar y recibir siempre y cuando las cosas siguieran siendo de
la forma en que habían sido desde que Bison se había retirado de la escena.
Pero entonces Riki regresó a los barrios bajos. No era la misma especie de
perro apaleado que los otros. Algo en él había madurado, brindándole un aura
sublime.
Y eso puso
más ansioso e impaciente a Maxi—aunque quizás no tan impaciente como incierto. Norris se había estado aplacando y
sentando cabeza, pero ahora parecía estar volviendo a sus viejas andanzas y ni
siquiera Guy podía considerar esa preocupación como una ansiedad innecesaria.
Si bien el
nombre de Bison era más leyenda que realidad, su búsqueda era ahora mayor que
nunca antes. Tanto que sus miembros originales, de quienes aún podía decirse
tenían algunas cartas restantes en la partida, de vez en cuando se hartaban de
que nada sucediera. El regreso de Riki solo estimuló esos sentimientos. Y la
paliza que le dieron a los Jeeks había encendido el fuego de nuevo.
La tan
llamada segunda vuelta de Bison era el sueño de un tonto. Pero en un sentido
diferente, Guy y los otros tenían razones para creer que pasaría. Solo tener a
Riki de vuelta a su lado era suficiente para reforzar esa creencia.
Maxi debía
habérselas olido desde hacía mucho. Razón por la cual quería que Norris tomara
una decisión.
Norris medio
murmuró para sí mismo, “Por mí está bien si quiere emparejarse. Pero…” desde su
perspectiva, de todas formas terminaría teniendo que escoger una cosa o la otra.
“Cuando lo
pones en esas palabras, suena como si esperaras despertar envuelto por cadenas
con la vida siendo succionada de tu cuerpo.”
“Puede ser
que Maxi esté convirtiéndose en un anciano, pero de verdad parece que aún tiene
lo suyo.”
Maxi estaría
rodando los ojos si supiera que a los treinta y dos años era considerado un
“anciano”. Pero una década constituía una fuerte brecha de generación en los
barrios bajos. Suficiente para que el montón de chicos—todos menores de
quince—que los Jeeks había agrupado se tuvieran bien merecido el nombre de
“Hyper Kids.”
Incluso para
Guy y el resto, apenas en su veintes, estos chicos estaban totalmente fuera de
control. A pesar de que permanecían ignorántes del hecho de que cuando Bison
había empezado, con Riki recién salido de Guardián y liderando la pandilla, sus
mayores habían pensado lo mismo de ellos.
Y si se les
hubiera llamado la atención, hubieran objetado a una sola voz. Estos mocosos están tan fuera de
nuestra maldita liga que no es divertido.
“Luke, si yo
fuera tú, tendría cuidado con que algo me saltara encima desde la oscuridad y
me golpeara como a un cerdo.”
“Soy yo
quien mantiene las cosas claras como el agua desde el principio.”
El bocazas
de Luke era conocido en general como un “acosador virgen”. Se rumoraba que solo
buscaba la emoción de la masacre y tendía a terminar las cosas en malos
términos, sin querer involucrarse en una relación. La mayoría de esos rumores
provenían de la envidia de aquellos sin talento para conseguir carne fresca.
“¿Pero si
Maxi está ansioso, no vuelve eso las cosas un poco arriesgadas?”
“Te digo que
dejes de preocuparte. Deja de inventar historias,” dijo Norris, y después de un
rato, se cansaron de burlarse de sus problemas. La mesa quedó en silencio,
interrumpido solo por un ocasional suspiro.
El curso del
lento y parsimonioso tiempo siguió en el bar. Solo Guy prestaba particular
atención a su reloj.
“¿Qué
tienes, Guy?” preguntó Luke con una lánguida sonrisa. “¿Una cita? Mejor te das
prisa, entonces. No te sientas obligado a pasar el rato con gente como
nosotros.”
Había una
razón tras su ausencia de dos semanas, pero no se había molestado en ofrecer
ningún tipo de explicación. Aunque era obvio que todos lo atribuían a problemas
con su vida amorosa. Para Guy, que no tenía intenciones de dejarse afectar por
la impotencia o una embarazosa perversión, era mejor evitar cualquier clase de
inquisiciones entrometidas en el asunto.
No había
forma en que Guy diera a conocer que había sido engañado por Kirie y vendido a
una élite de Tanagura. Si se daban cuenta, la vieja pandilla de Bison
reaccionarían con ya fuera sorpresa o desdén. De una forma u otra, ya no le
quedaba mucha reputación que digamos.
Sin embargo,
no podía evitar sentir que las cosas entre Riki y él habían hecho eso aún más
complicado.
Demonios. Suspiró inconscientemente.
“Sí, sí. No
somos unos patanes tan incultos, ¿sabes?” Norris habló como si insinuara que ya
se había dado cuenta de con quién era la cita.
Y, bueno,
dada la única persona que faltaba en su reunión, el tema por sí solo parecía
haber pasado su fecha de vencimiento. Sid permaneció en silencio y bebió de su
vaso. Tan solo arréglenlo,
joder, dijo con los ojos a
modo de reproche.
La
incomodidad del estado actual de las cosas era tal que no había forma de hacer
la paz si alguno de los dos no cedía. Los viejos miembros de la pandilla creían
que dependía de Guy ver que las cosas se resolvieran.
Guy no lo
negaba.
En cualquier
caso, el problema ya estaba desde antes de esa noche, de todas formas. Guy ya
se había decidido a solucionar las cosas con Riki. Solo faltaban diez minutos
más para dar la hora indicada.
“Lo siento,
pero tengo que irme ya.” Se puso de pie lentamente.
“Tómatelo
con calma.”
“Embriágate.
Te dará una razón para mantenerte cerca mientras las cosas se secan. No te
arrepentirás en la mañana.”
Pero Guy
sabía que no podría superarlo de la manera en que Luke le sugería. Sus
preocupaciones empeoraban. Los moretones en el cuello de Riki. Su humor
apático. Más que resultarle un momento
incómodo tras hacerle el amor, esas marcas se le antojaban a Guy como el
accionar de un dueño que coloca letreros de “No pasar” por toda su propiedad. Hacía
que le doliera la garganta.
Estoy
comportándome como un idiota.
Guy se mordió
el labio. Pero no podía hacer nada para aplacar el sabor amargo de su boca. No
importaba, sin embargo—un momento después, advertidos solo por el ominoso
chirrido, la puerta de la taberna se abrió con violencia.
Aturdidos,
todo el mundo se congeló por la sorpresa. Se volvieron y miraron en la misma
dirección. ¿Qué rayos está
sucediendo? Los murmullos
aumentaron y después cesaron.
Una falange
de hombres armados, vestidos de negro, cruzó el umbral.
El sobresalto
les quitó el aliento, como si todos los ocupantes del bar hubieran sido bañados
en agua fría.
“¡Qué
nadie se mueva!” la dura
advertencia resonó, dejándolos estupefactos. “¡No intenten nada estúpido!”
Nadie podía
adivinar lo que estaba ocurriendo ante sus ojos. Sus confusos pensamientos
rechazaban la realidad justo frente a sus ojos. Aun así, confrontados por el
escuadrón militar y las miras láser de sus armas, no importaba que tan
desconcertados estuvieran, se daban cuenta de inmediato de lo inútil que era
enfrentarse a esa amenaza.
A pesar de
todos los adornos de un acto secundario improvisado, sabían solo con mirar que
no era una especie de juego o broma pesada. Se serenaron y tranquilizaron
rápidamente.
No se
trataba del equipo de seguridad de Ceres. ¿Entonces quienes diablos eran? ¿Qué
estaban haciendo allí? La incomprensión y el desconcierto provocaron un corto
circuito en los pensamientos de los espectadores.
El bar quedó
en absoluto silencio. Tras la pared humana armada, varios hombres usando largos
gabanes dieron un paso al frente mientras daban vueltas a unas macanas
compactas de color plata.
En la
congelada quietud, los patrones del bar palidecieron sintiendo un
estremecimiento recorrer sus espaldas. Nadie conocía el nombre oficial de esas
macanas. Ni siquiera esos a los que se les había presentado la oportunidad de
verlas de cerca. En los barrios bajos se les conocía como “varas de asalto”.
Contando con
apenas veinte centímetros de largo, en cuanto la punta hacía contacto con la
piel, la descarga eléctrica se sentía con chispas sacándote los ojos de las
cuencas. Y así era cuando estaban programadas en el más bajo nivel. Podía hacer
caer de rodillas al más fuerte y rudo de los hombres.
Aquellos lo
suficientemente desafortunados para experimentarlo en persona—normalmente un
mestizo que se había puesto necio y la había liado en Midas—terminaban casi
agonizantes.
El nombre
oficial de esa cosa no importaba demasiado, pero no conocer su poder y lo que
podía hacerle a alguien, sí. La gente que las llevaba, no obstante, eran
conocidos en los barrios bajos.
La División de
Seguridad Pública de Midas.
Sabiendo a
quién representaba el escuadrón militar, el miedo indescriptible entrelazó sus
dedos con fuerza en torno a las gargantas de los ocupantes del bar.
¿Qué
demonios está haciendo la policía de Midas aquí?
Llevar un
arma estaba estrictamente prohibido en las zonas de recreo y el Distrito del
Placer que conformaban Midas. Pero siempre había excepciones para hacerse, sin
importar cuál fuera la naturaleza de la sociedad. Era lo mismo en Midas.
El trabajo
de la policía de Midas era garantizar la seguridad y el bienestar de los
ciudadanos y turistas. Estaban conformados por policías antidisturbios vestidos
de uniformes plateados, los detalles del servicio secreto que resguardaban a
las personas muy importantes, y los guardias de seguridad de negro conocidos
infamemente como los “Siniestros”.
Denostados
por todos los barrios bajos, los Siniestros apenas si eran devotos de la justicia.
Eran la otra cara de la ley, sembrando miedo en secreto. Se decía que el simple
hecho de su presencia hacía disipar cualquier riña de inmediato.
Sin embargo,
hasta entonces, ningún policía de Midas había puesto un pie alguna vez en los barrios
bajos. La razón era que cada ciudadano de Midas tenía un dispositivo PAM. Los
hombres lo llevaban en el lóbulo izquierdo de la oreja y las mujeres en el
derecho. El biochip también restringía el rango de sus movimientos,
manteniéndolos dentro de una cerca eléctrica invisible.
La policía
de Midas no estaba exenta.
Además, a
diferencia de los perversamente tenaces Cuerpos de Vigilancia, quienes parecían
estar obsesionados con cazar y exterminar los insectos de los barrios bajos que
les fastidiaran, los policías antidisturbios y los Siniestros no tenían tiempo
de molestarse en cazar la basura de poca monta cuando regresaban a sus
madrigueras. No valía la pena.
Los
residentes de los barrios bajos no conocían sobornos especiales. Los Cuerpos de
Vigilancia y la policía en general simplemente no podían cruzar la línea. Los
barrios bajos estaban ubicados en una región gobernada autónomamente, y Ceres
era el pozo séptico de Midas. Los dos se miraban los unos a los otros como
serpientes y escorpiones.
Eso era lo
que todos creían. Ninguno de ellos era lo suficientemente tonto para creer que
pudiera existir alguna especie de parentesco en el mismo espacio que tan
profundo odio.
Por lo
tanto, era algo inevitable en los barrios bajos. No importaba qué tanto lo
desearan o anhelaran, Midas personificaba todo aquello que nunca sería suyo.
El Área 9
había sido borrada por completo de los mapas oficiales de Midas. Pero seguía
estando allí, y así sería hasta el final de los tiempos. Eso convertía los
límites en líneas invisibles dibujadas en el aire.
Desprecio y
enemistad. Celos y envidia. Aquellos eran los sentimientos obvios que
atormentaban el flujo de una sola dirección de los seres humanos entre Midas y
los barrios bajos.
Hasta hoy.
La policía
que nunca se habría aventurado en los barrios bajos había ido hasta allí a la
fuerza. Toda una vida de teorías y creencias habían sido destrozadas de la
noche a la mañana. Para los chicos jóvenes, incapaces de soportar la atmósfera
sofocante de los barrios bajos y cruzando Midas por la emoción y el beneficio
de hacerlo, darse cuenta era como una conmoción.
Si un chico
se metía en problemas al cruzar, podía siempre regresar a la seguridad de
Ceres. Pero esa estrategia había sido repentinamente probada defectuosa con la
policía apareciendo, envestida de su indumentaria militar.
La guerra
entre pandillas que estallaba a diario era más una manera de disipar la maníaca
y crónica sensación de tensión. Como una versión particularmente brutal de
“Capturar la bandera” confinados a territorios específicos. Aun si alguien
esgrimía una tubería de hierro a modo de garrote, nadie nunca sacaba el
armamento pesado y empezaba a disparar.
La
prohibición de las armas era una de las condiciones que Ceres había aceptado
cuando buscaba reconocimiento de su independencia de Tanagura, y los poderes de
Ceres reforzaban aquello con mano de acero. Incluso queriendo manufacturar
armas de fuego de manera ilícita en Ceres, nadie tenía las habilidades
necesarias o los recursos económicos.
No era
exagerado decir que Midas solo toleraba a la ciudad fantasma de Ceres porque el control armamentista en los
barrios bajos era tan minucioso.
Era un mundo
torcido sin lugar para correr ni lugar para esconderse. Los hombres jóvenes
disfrutaban la más corrupta forma de libertad. No podía escaparse a la
sensación sofocante y supurante de claustrofobia.
Su mayor
miedo, de hecho, no era Midas sino Tanagura. Y ese miedo no se quedaba en sus
mentes, sino que se instalaba en el transcurso apático de los días
interminables y aburridos.
Como región
autónoma, cualquier reconocimiento que se le otorgase a Ceres era como una
subdivisión de Midas. Borrar a Ceres del mapa no borraba la realidad. Serían
siempre el lugar muerto viviente, por siempre bajo el ojo vigilante de
Tanagura. La verdad implícita, sin embargo, nunca se hizo oficial.
Como
consecuencia, los residentes de los barrios bajos se creían un mundo aparte de
Tanagura, sin conexión alguna a ella. Se les permitía pasear por Midas, pero no
podían atravesar las puertas de Tanagura. Al menos esa realidad particular no podía
negarse.
El deseo de
causar la destrucción de Midas—y cualquier instinto anarquista también—moría al
nacer. En esos términos, los Jeeks ostentando el sentido común de los barrios
bajos al incendiar la vieja guarida de Bison era el colmo y algo fuera de
control.
Ceres era el
vertedero y la pila de estiércol de Midas. Existía únicamente para alimentar el
desprecio de la ciudadanía de Midas tanto como su sentido de superioridad. No
era una metáfora o una tentativa sardónica de ingenio. Era la dura verdad. Los
hechos inalterables en el suelo. Sin embargo, ahora nadie deducía la verdadera
naturaleza de la situación frente a sus ojos.
Aun sabiendo
que no se trataba de una simulación o un juego, seguían preguntándose, ¿Qué están haciendo aquí? ¿Y qué
rayos está sucediendo?
Los ojos muy
abiertos, tragándose las palabras, la respiración contenida, la realidad
sacudió sus emociones y forzó sus pensamientos.
“¿Dónde está
Kirie?” demandó saber el líder de los Siniestros. Su mirada fría y odiosa
escaneó la habitación. Antes de que alguno de ellos pudiera empezar a decir
algo, la fuerza en su igualmente fría voz pareció atraparlos en unas heladas
garras de metal.
Un leve
murmullo recorrió el bar. Con que esa era la razón de que estos “oficiales de
la paz” de Midas se hubieran dignado a visitar su pequeño rincón en el mundo,
causando el absolutamente sorprendente escándalo que ahora estaba aumentando su
agarre como una soga alrededor de sus cuellos.
Saber que
era Kirie alivió el miedo y el temblor un
poco.
En tan
incomprensible situación, el hormigueo recorriendo su espinazo de arriba abajo
era suficiente para aumentar la tensión. Teniendo una idea de la causa, podrían
de alguna forma encargarse de la situación.
Al mismo
tiempo, no obstante, con las armas apuntando en su dirección y los Siniestros
mirándolos, no había forma de que pudieran empezar a relajarse en realidad.
“¿Dónde está
el Kirie de los ojos raros?” repitió el Siniestro.
El silencio
se agitó un poco, pero no se rompió. Tal como los residentes de los barrios
bajos eran ajenos al estado actual de los asuntos en Midas, y no comprendían
realmente su política u organización, los barrios bajos eran de manera similar
un misterio para los Siniestros.
Sencillamente
no tenían razones para saberlo. En cuanto a la División de Midas de Seguridad
Pública respectaba, los mestizos de los barrios bajos poseían una estimación
más baja que la escoria.
El odio y el
desprecio en que la gente de Midas tenía a los habitantes de los barrios bajos
estaban profundamente arraigados, casi a nivel genético. Los estoicos
Siniestros, quienes mantenían un control firme de sus emociones, no eran la
excepción.
Los
Siniestros solo sabían que había ido allí esa noche solo porque se los habían
ordenado. Nunca en sus vidas se hubieran imaginado teniendo una razón para
adentrarse en ese detestable pozo séptico.
Solo les
habían dado la ficha policial y el perfil de Kirie y les habían dicho que lo
trajeran para interrogarlo. Nada más. Dadas las órdenes, las llevaron a cabo
con la debida celeridad. Su orgullo y dignidad como Siniestros demandaba nada
menos.
Su líder empleó
un tono bajo e intimidante al hablar. “Tenemos razones para creer que Kirie
frecuenta este establecimiento. Cualquier intento de ocultárnoslo no es una muy
buena idea.”
Habiendo
llegado tan lejos, no tenían intención de irse con las manos vacías. El brillo
en los ojos del Siniestro transmitía más elocuentemente lo que no tenía que
decir en voz alta.
“¿Dónde
está?”
Los matices
tensos y controlados de su voz. El frío aspecto de sus ojos. Si se le
provocaba, la cruda ferocidad envuelta por la gélida oscuridad de la noche,
podía aparecer de repente. Como un puño frígido agarrándote las entrañas.
Y todos
ellos sabían que los ciclos de las guerras de pandillas que afectaban los
barrios bajos—la única manera que tenían de desahogar todas sus frustraciones
acumuladas—era una cosa completamente diferente.
La dura
mirada del hombre los dejó con la impresión de un niño cruel a punto de
arrancarle las alas a una mosca. Tragaron con dificultad y miraron hacia el
suelo, como diciendo: Esto no
tiene nada que ver conmigo.
Paralizados,
incapaces de huir o pelear, con el semblante tenso dirigían sus miradas a la
mesa donde Guy y la pandilla estaban sentados. Honor entre ladrones, el
espíritu desafiante y el carácter marchito a ese punto.
Frente a los
Siniestros de Midas que esgrimían sus macanas, los mestizos no quisieron
parecer cobardes que vendían a sus amigos. Pero en ese momento, tal fuerza de
voluntad y coraje se había desvanecido. El deseo absoluto de deshacerse de
estos oficiales supremamente armados y de sus penetrantes miradas—ese miedo
instintivo—ganó.
¿Pero quizás
Bison podía arreglárselas por sí solo? ¿Con seguridad, la pandilla que enterró
a los Jeeks podía al menos luchar contra esos Siniestros y lograr empatar?
Tales deseos y expectativas pasaron indudablemente por la cabeza de los
espectadores.
Por
supuesto, albergaban esas especulaciones siempre y cuando a ellos se les
garantizara que permanecerían a salvo mirando desde la distancia. En cualquier
caso, tenían que ofrecen una oveja en sacrificio para arrojar a los lobos. Y no
iban a ser ellos.
No conocían
lo suficiente a Kirie para justificar el hecho de asumir la carga. Sus ojos
estaban nublados por puros intereses egoístas. Con todo su corazón, deseaban
trastocar la verdad al fin que más les conviniera. Y ninguno se culparía o se
avergonzaría de hacerlo.
Al
encontrarse a sí mismos en el frente de todo tan de repente, Guy y los otros
estaban muy lejos de sorprenderse. Una vez más, Kirie los había jodido.
Guy apretó
los dientes.
¿Por qué
maldita mierda estamos en el punto de mira?
Esa mierda
con Jeeks era bastante mala. Después estaba el asunto de las mascotas, y sus
dos semanas de arresto domiciliario para rematar. Guy apenas estaba empezando a
creer que estaba libre y exento cuando su relación con Riki se fue abajo. Y
ahora un montón de Siniestros de Midas estaban apelotonándose en su vida.
Esto ya no tiene
gracia.
Kirie era
una maldición para todo aquel a quien tocara.
¿Qué hizo
esta vez ese pequeño hijo de puta?
Lo que fuera
que hubiera hecho, no hubiera podido ser más inoportuno.
Nadie dijo
nada, pero el resto se estaba arrepintiendo ahora también y reafirmando su
determinación. No eran rivales para los Siniestros en cuanto a patear traseros
civilizados respectaba. Pero en cuanto a caos y masacre, Bison podía presumir
de haber calmado algunas tormentas por su cuenta.
A pesar de
ello, al ver a los Siniestros acortar la distancia entre ellos a pasos
relajados, supieron que estos tipos tiraban a matar.
Mierda.
Estos sujetos van en serio.
¿Y ahora qué
hacemos?
No podían
evitar ser conscientes de esa especie de miedo que aún no habían experimentado
hasta entonces, recorriéndoles el cuerpo.
“¿Dónde está
Kirie?” preguntó el líder de los Siniestros, deteniéndose para fijar un
objetivo en su campo visual. Sus ojos se detuvieron en Luke. Desde el comienzo,
Luke no sintió la obligación de encubrir a Kirie, así que no iba a sacar a
relucir ningún tipo de exterior aparatoso o desafiante delante de los
Siniestros.
“Kirie no se
ha asomado por aquí,” declaró con despreocupada tranquilidad, aunque hubiera un
débil temblor en su voz que no podía ocultar. “¡Así que no hay forma en que
podamos saber dónde está ese idiota!”
Por un largo
rato, los dos se miraron. Un segundo después, el hombre azotó la barra metálica
contra Luke, sin piedad. Como si el impacto de una pequeña explosión lo hubiese
golpeado, Luke cayó de lado, derrocado de su silla, en el suelo. Quienes veían
tragaron y una conmoción sacudió a la multitud.
El hombre—de
rostro inexpresivo—puso su bota sobre el estómago de Luke. Luke se retorció y
gimió en el piso. El dolor parecía estarse propagando por el cuarto, creando un
gruñido colectivo.
Un jadeo
acre salió de la garganta de Luke y se desmayó.
Impasible,
el hombre escogió a Norris como su próximo objetivo y postuló la misma
pregunta. “¿Dónde está Kirie?”
“¡No está
mintiendo!” La tensión en la cara de Norris y su voz fueron resultado del
ataque no provocado sobre Luke. “Desde que se volvió rico, no muestra la cara
por aquí.”
Era la
verdad, le creyera el hombre a Norris o no. No había nada más que Norris
pudiera agregar. Incluso si quería quedar en buenos términos con los
Siniestros, no podía dar lo que no tenía.
El hombre le
dio un puntapié a Norris en el abdomen, con frialdad, haciéndolo gorgotear y
doblarse sobre la mesa.
Habiendo
observado a Luke y Norris ser torturados consecutivamente, casi que por
instinto, Sid saltó de su silla y gritó, “¡Te estamos diciendo que no lo
sabemos!”
Pero un
instante después, antes de que las siguientes palabras pudieran emerger de su
garganta, la parte blanca de los ojos de Sid destellaron y se desplomó. Todo en
un chasquido. Ni el mismo Sid, probablemente, se había dado cuenta de lo que
había sucedido.
Hasta donde
sabían los espectadores, que contenían el aliento en lo que observaban la
escena en desarrollo, algo enteramente misterioso había ocurrido.
Después, con
un sonido afilado, metálico y áspero, la macana en la mano del
hombre—habiéndose expandido varias veces su tamaño—regresó a su longitud
original. Y se dieron cuenta de que la vara de asalto era la responsable.
No lo
creyeron en serio hasta entonces. El verdadero poder de la macana telescópica
de un Siniestro había sido demostrado ante sus ojos y un miedo desconocido
hasta la fecha los sacudió.
“Me importa
un comino si no aparece nunca por estos lares. ¡Lo que quiero saber es dónde está!”
La mirada
gélida del hombre se encontró con la de Guy, quien tragó con dificultades.
Aunque a fines prácticos, Bison ya no existía, Guy seguía manteniendo su papel
de lugarteniente principal. El trabajo demandaba un cierto mínimo de
imprudencia y temeridad. Y, por supuesto, una cierta familiaridad con el estilo
de vida pandillera y las cicatrices de batalla que ello conllevaba. A pesar de
haberse retirado del campo, la supervivencia de los más aptos seguía siendo la
ley de aquella selva.
La violencia
que los Siniestros deliberaban los convertía en una raza de animal distinta de
la que podía encontrarse en los barrios bajos. Eran peor que las habituales
amenazas de muerte y a la integridad física. Eran un montón de matones. Fue eso
lo que los infaliblemente acertados instintos de Guy le dijeron. Lo peor de lo
peor. Sembrando una marca de miedo que hizo temblar a Guy.
Kirie no
había aparecido por ahí en un largo rato. No importaba qué tan descarado
pudiera ser, tenía sus límites. E incluso cuando salía al descubierto, siempre
jugaba sus cartas sosteniéndolas cerca de su chaleco. Era demasiado paranoico
en cuanto a ese tipo de cosas.
Guy no sabía
dónde vivía Kirie. Tampoco estaba lo suficientemente interesando en él como para
indagar más al respecto. Así que no tenía idea de donde pudiera encontrarse.
“No lo sé.”
Era todo lo que los tres restantes podían decir.
Inesperadamente,
el hombre se rio. Una fría y penetrante risa que apenas si levantó las
comisuras de sus pálidos labios.
Un instante
después, con un sobresalto, a Guy se le puso la piel de gallina. Un espasmo
estremecedor recorrió sus flancos. Una gélida corriente subió por su espinazo
en lo que la patada giratoria del hombre impactaba contra su sien.
En un acto
reflejo, Guy había levantado los brazos delante de su cara para desviar el
ataque, pero el solo golpe fue lo suficientemente violento para sacarlo de la
silla y hacerlo caer al suelo. Su cerebro se tambaleó en su cráneo. Chispas
volaron a lo largo del envés de los ojos que mantenía apretados. Su cabeza
palpitó como si su materia gris hubiese sido llevada a punto de ebullición. Su
corazón latía tan aprisa que parecía estar a punto de salírsele del pecho.
El hombre
agarró a Guy por la camiseta. Como si quisiera demostrarle su fuerza, con un
solo brazo lo levantó hasta el nivel de sus ojos.
“¿Qué tal ahora?
¿Empiezas a recordar?”
“No—lo—sé—”
La mano
libre del hombre golpeó a Guy antes de que pudiera decir algo más. “¿En ese
caso, sabes quién sí lo hará?”
Con los
labios temblorosos rezumando sangre, Guy negó sin fuerzas.
Otro
resonante puñetazo aterrizó en su mejilla.
“Ya veo. Muy
bien, pues. Vamos a volver a comenzar. Y seguiremos haciéndolo con todos y cada
uno de ustedes hasta que la memoria de alguno empiece a mostrar mejoría.”
Los
espectadores de la carnicería se estremecieron al mismo tiempo.