miércoles, 22 de junio de 2016

AnK - Volumen 5, Capítulo 1

Llovía. Una pesada, fría y penetrante tempestad. Gracias a los toldos que sobresalían de las tiendas, Riki no se estaba mojando. Pero el simple hecho de permanecer ahí era suficiente para que el frío se le colara dentro de los zapatos, se le enroscara en torno a las extremidades y se frotara contra sus huesos, en lo que le escalaba por la columna.
De pie en un rincón del distrito comercial, Riki caló un cigarrillo y se estremeció mientras atisbaba las iluminadas calles nocturnas. Era como si estuviera en busca de algo y no deseara pasar nada por alto entre la multitud. No se movía un solo milímetro, como si se hubiera olvidado hasta de parpadear.
Como era de esperarse, considerando el omnipresente frío a esas horas de la noche, el usual abrigo ligero de Riki había sido reemplazado por una chaqueta de motociclista azul metálico sobre un suéter de lana de cuello alto. Con ese atuendo apenas atípico para los barrios bajos, podía considerarse incluso mal vestido—y comparado con los típicos ricos de Midas, se veía muy simplón.
Pero no importaba como se vistiera Riki, su presencia única iba en contra de la monótona marea humana. Bajo el pálido resplandor de las farolas y detrás de la cortina de lluvia que caía, Riki hacía parte del paisaje nocturno, una presencia sobresaliente que no era opacada por la ahumada oscuridad.
La gente que pasaba lo miraba con curiosidad en lo que se acercaban. Murmuraban de forma evidente entre ellos, e intercambiaban suspiros significativos a cierta distancia. Algunas de las miradas anhelantes estaban imbuidas de algo mucho más fuerte.
Si bien estaban tan embelesados por su imagen que hasta se tropezaban, nadie se le acercaba a Riki. Los comentarios sobre su reputación y los rumores de sus batallas se habían esparcido fuera de los barrios bajos junto con su cara y su nombre.
Que el antiguo y futuro líder de Bison estuviese merodeando por ahí, como si esperase a alguien—a esa hora de la noche, en esa clase de lugar, y solo—tenía que significar algo.
Eso fue suficiente para causar más curiosidad e interés de lo usual. Pero no quería decir que alguien fuera a hacer algo aparte de complacerse en privado con una mirada fugaz.
Entre las pandillas luchando por territorio, el nombre de Bison era reconocido. Habían gobernado los barrios bajos hasta que de repente abandonaron el campo y se separaron. Desde entonces, Bison se había convertido en una presencia fantasmal, una leyenda viviente. Habían pasado cinco años, pero la reputación de Bison seguía representando una fuerza que podía palparse en el aire.
Bison era un perro durmiendo al que todos sabían debía dejarse tranquilo. El incidente con los Jeeks había concretado esa verdad. De golpe, los frenéticos comentarios llegaron a todas partes, a cada grieta y rincón.
Merecía que fuera de la misma manera que todos los otros chismes que acontecían en los bares a las espaldas del personaje u objeto en cuestión—con burla y un dedo apuntado en su dirección. Pero sin saber con certeza realmente las amplias repercusiones, algunos campos minados era mejor dejarlos tranquilos.
La imprudencia y la ignorancia—nadie tenía ganas de empezar a esclarecer y a dilucidar la confusa frontera entre los dos por altruismo. El destino de los Jeeks y los Hyper Kids quedaba como una lección para todo el mundo—fue eso lo que le pasó a los novatos lo suficientemente tontos para ignorar las leyes no escritas de los barrios bajos.
Entre la interminable cantidad de jóvenes buscapleitos en los opresivos y sofocantes barrios bajos, su jerga identificaba tres tipos de hombres dignos de una mofa particular: un Tito era un perro faldero bueno solo para complacer a los extraños, un Borg era un perro callejero que ladraba pero no mordía, un Knox era un peleón que mordía a quien fuera y lo que sea que se acercara demasiado.
Pero un Cocker—que regresaba a los barrios bajos derrotado con la cola entre las patas—era señalado en particular.
Que lo llamaran perro apaleado difícilmente hacía a Riki inmutarse en lo más mínimo. Pero el incidente con Jeeks lo había obligado a enseñar los colmillos, y se había revelado ante ellos tan afilado como nunca lo había estado. Con la prueba inesperadamente ahí al descubierto, todo el mundo de repente experimentó un cambio de corazón. Ni para mejor, ni para peor.
A Riki no le importaban las expectativas que los demás tuvieran de él. Pero ese día, bajo la lluvia, se preocupó porque las cosas estuvieran saliendo de acuerdo a lo planeado.
Diez minutos más. Por los viejos tiempos. Cinco minutos más.
Los minutos transcurrían con lentitud.
¿Va a dejarme plantado?
Reluctante a aceptar la posibilidad, Riki permaneció dónde estaba. Guy le había propuesto que se encontraran allí. “Hace rato que no salimos,” dijo Guy, “Vamos juntos a tomarnos algo en Aden’s.”
Riki estuvo de acuerdo.

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Atrapado en las conspiraciones de Kirie—no, quien colgaba un señuelo para tentar a Riki de vuelta a las garras de Iason—Guy había terminado encarcelado por dos semanas antes de ser liberado. Desde entonces, las cosas entre Riki y él había sido rígidas y poco naturales. Cosas que no podían poner en palabras. Pero ahí había un sutil sentimiento de separación que ambos podían sentir. Era una brecha que no podía ser zanjada.
“Ata cabos sueltos lo mejor que puedas,” le había dicho Iason a Riki. “Cuando vuelvas a Eos, no quiero que haya un solo tramo de suciedad de los barrios bajos colgando de tus zapatos. Cierra la puerta a cualquier problema futuro.”
Iason había previsto la brecha que crecía entre Riki y Guy. La fecha y hora del regreso de Riki a Eos no era fija. Pero no se podía retrasar lo inevitable, y Iason no toleraría que las cosas se alargaran por demasiado tiempo.
Una vez más, en medio de la noche, a la mitad de ese intenso embrollo, Riki había pedido por las atenciones sexuales de Iason. Una vez más se había colocado las cadenas de una mascota. Tenía que lidiar con ese hecho. Incluso cuando no le quedaba de otra, el hambre y la sed le recordaron cuán elevado era el precio de la libertad.
Sin embargo, si bien odiaba las despedidas largas, no quería irse con esa incomodidad todavía persistiendo entre él y Guy. Una vez que se desechaba una cosa, no podía ser recogida de vuelta. En su cabeza, sabía que todo era inevitable e innegociable. Pero sus emociones sobrepasaban su racionalidad.
O, mejor, precisamente porque era una cosa que ya había desechado una vez, sabía que nunca tendría la oportunidad de cometer ese error de nuevo. Probablemente, fue esa la razón por la que regresó a los barrios bajos. Pero la alarmante realidad frente a sus ojos no había dudado en destruirlo.
Había planeado descansar y recuperar esos tres años perdidos. Pero después de solo un año, esa preciosa libertad en su poder se había convertido en polvo.
¿Por qué? ¿Cómo pasó esto? ¿Había estado escrito en su destino todo el tiempo? Con ese pensamiento por sí solo, el mal sabor se hizo de lo más amargo en la parte posterior de su garganta. Apretó los dientes. Muy tarde para estar pensando en esto ahora, pensó burlonamente.
Guy no iba a llegar. ¿Qué sentido tenía seguir esperando? Aplastó el cigarrillo contra la pared, lo tiró a un lado con un movimiento de sus dedos antes de marchase, impermeable a la lluvia. Las gotas de agua danzaban y salpicaban alrededor de sus pies haciéndose más pesadas. No parecía que la lluvia fuera a detenerse pronto.

lunes, 6 de junio de 2016

AnK - Volumen 5, Prólogo

Midas. Área 9. Ceres.

Los barrios bajos se encontraban dentro de los límites del gran país del placer que era Midas, pero no hacían parte de él. Era una ciudad fantasma ubicada en el interminable dichoso distrito, aunque no podía ser localizada en ningún mapa oficial. Despreciada por los ciudadanos de Midas, establecida en el desprecio y la burla, su existencia nunca se mencionaba sin ir acompañada de una risa desdeñosa.
El gobierno de Tanagura que regía el sistema planetario de Amoi no le otorgaba identificaciones oficiales a nadie que morara en los barrios bajos. Eso por sí solo era suficiente para relegarlos a las sombras—a la alienación y el rechazo permanente.
Razón por la cual, a diferencia de aquellos que vivían en Midas, no estaban limitados por el rígido sistema de clases conocido como “Zein”.
Ninguna persona nacida en los barrios bajos gozaba de ese privilegio. La libertad ahí no era distinta de la libertad en una jaula—sin ningún otro lugar a donde huir o escapar a la sofocante opresión.
La desquiciada brutalidad de los muchos jóvenes ocasionaba estrés y ruina, lo que en últimas culminaba en lasitud y letargia. La torcida demografía de solo machos de la Colonia, incapaces de reproducir su propia especie, se pudría en aquel estado predominante.
“Mestizos,” se denigraban.

Pero un día sucedía inexorablemente al siguiente. Los mestizos nunca se preguntaban por qué estaban ahí o por qué existían siquiera. La lluvia caía sobre los justos y los injustos por igual. Sobre las clases altas o las bajas.  Y así sin debatir, sin buscar excusas, se tragaban su deleite y su enojo, su sufrimiento y su placer, y aceptaban las cosas tal y como se las ofrecían.