martes, 13 de enero de 2015

AnK - Volumen 4, Capítulo 5

Extremo occidental de Ceres.
Los tenues rayos solares se colaban por las grietas entre las nubes voladizas, bañando Guardián en una luz blanca y pura. El aire andrajoso y venenoso de la Colonia no llegaba a traspasar más allá de las paredes anodinas que encerraban la institución. Era la única flor de loto brotando del fango de Ceres. Inocente. Orgullosa. Brillante.
Pero enteramente repulsivo para aquellos que conocían la verdadera naturaleza de la tierra más sagrada de Ceres.

Kirie llegó ese día a Guardián en su lustroso e inmaculado auto aéreo. No era la primera vez que visitaba el centro de crianza. De hecho, había ido muchas veces durante los últimos dos meses. El guardia de seguridad en la puerta delantera lo reconoció de inmediato, y Kirie incluso se detuvo a conversar con él por unos cuantos minutos.
Pero eso no significaba que pudiera saltarse el protocolo exigido para obtener un pase de visitante. Ni siquiera un graduado de Guardián conseguía pasar la puerta sin una cita. Nadie simplemente aparecía de la nada para saludar.
“Educando la mente y alma de los niños.” Era el lema del centro de crianza. Kirie había cambiado aquellos recintos por los barrios bajos, hacía cinco años. Hacía dos meses, la verdad sobre ese lugar había empezado a resultarle clara.

Se había quedado atónito.
Solo aparecerse por el puro capricho de husmear en sus viejos lares requería hacer las cosas según dictaba las reglas y arreglar una cita como tal. Inadvertido de ello, a Kirie lo habían hecho devolverse en la puerta principal. Se mostró muy sorprendido frente al guardia.
“Vine hasta aquí. Solo déjame echar un vistazo rápido—”
“No.”
“Oh, vamos, no seas así—”
“No.”
“Entonces, ¿qué te parece si llamas a la hermana Anna por mí—?”
“¡No!”
No importó cuán humildemente suplicó, o cuán arrogantemente protestó, el guardia de seguridad le denegó el paso. “Solo sigo órdenes,” insistió el guardia con brusquedad una y otra vez. Luego de un rato, Kirie se rindió por las malas.
Cielos, ¿quién demonios crees que eres? Pensaba mientras fruncía el ceño inconscientemente. Quería mostrarle a la que una vez había sido su colaboradora madre de bloque y hermana, el hombre en que se había convertido durante los últimos cinco años. Su ánimo decayó un poco. ¿Por qué un maldito centro de crianza de los barrios bajos está tan resguardado?
Su humor optimista había recibido un baldado de agua fría. Y eso lo hacía enfadar. Pero no iba a rendirse.
Maldita sea, voy a entrar sin importar cómo. Si lo único que el hombre atendía eran las “órdenes”, entonces Kirie iba a seguir las condenadas “órdenes”. Voy a sacar una cita.
Primero, se compró un Smartphone e ingresó al sitio de Guardián en la red y llenó todos los formatos para concretar una cita oficial. Por supuesto debió dar una razón para dicha cita, y su número de identificación personal era indispensable. Pero también se vio obligado a proveer su certificado de adultez.
¿Qué mierda es eso?
Fue entonces que Kirie recordó la tarjeta que le habían expedido cuando había dejado Guardián. “Certificado de adultez”. En pocas palabras, era la prueba de que había completado los cursos educativos requeridos de Guardián, tenía trece años y se había convertido en un “adulto con buena reputación”.
Al vivir en los barrios bajos, la tarjeta no era buena para nada en particular. A todos los graduados de Guardián se les entregaba la tarjeta de identidad al entrar en la Colonia, y la mayoría de los chicos terminaban botando el inútil certificado. Los más inteligentes lo guardaban para que acumulara polvo por el resto de sus vidas.
La inutilidad de la identificación estaba limitada a las inmediaciones de Ceres. Ceres había sido borrada de los mapas oficiales de Midas. Existía solamente como una especie de pueblo fantasma autónomo.
Tanagura no reconocía su existencia, razón por la cual no proveía a sus residentes con una identificación regulatoria.
En cuanto a chicos como Kirie respectaba, una vez que habían sido procesados y presentados con su “Certificado De Adultez”, siempre y cuando tuvieran una tarjeta de identidad, asumían ingenuamente que una prueba adicional de su existencia era innecesaria.
Pero saltarse las reglas no iba a funcionar. Su solicitud terminaría en la papelera. Las reglas eran las reglas, y no había forma de acomodarlas a la conveniencia de sus propósitos.
¡Me cago en todo! ¡Qué puto fastidio!
Kirie terminó colocando su departamento patas arriba tratando de encontrar su Certificado. Estaba determinado a encontrarlo, existiera o no.
Cuando la solicitud fue finalmente procesada, le llegó una notificación vía e-mail, acompañada por un número de aceptación. Eso por sí solo no fue suficiente para garantizarle la entrada. Una supuesta “reconfirmación” de la aplicación llevó otros dos días.
Encima de eso, el encuentro no iba sería cuando él lo conviniera—sería cuando Guardián decidiera que sería. Sin peros.
Joder, cuántas evasivas. No estamos hablando de la maldita Torre Palacio. ¿Qué rayos con todos estos controles y controles de los controles? No tiene ningún puto sentido.
No era de sorprenderse que Kirie estuviera tan enfadado. Era casi como si Guardián estuviera diciéndole: Una vez te hayamos considerado adulto y sacado de la casa, no puedes regresar aquí.
La mayoría de la gente no se tomaría todas esas molestias, y haría tantas cosas, sin tener una razón apremiante. Esa no era la clase de cosa que Kirie hacía solo para pasar el rato.
Quizás ese era el objetivo del Centro de Crianza desde el principio. La sofocante realidad de los barrios bajos era algo que Guardián escondía con insistencia de los ojos de sus jóvenes, pero solo por un tiempo. Cuando cumplían trece y se hacían “adultos”, la verdad era revelada a sus ojos, y sus sueños eran hechos polvo. Solo entonces comprendían cuán inútil era trabajar duro.
Pronto se iban acostumbrando a la decepción y a la resignación. Cualquier conocimiento que hubieran adquirido en Guardián no servía para nada en el mundo exterior. Guardián era una jaula aislada mientras que los barrios bajos eran un vertedero sin limitaciones. Un basurero opresivo sin ningún lugar a donde huir. No les tomaba más que un día o dos para darse cuenta de eso.
Era imposible que Guardián volviera a abrir sus puertas a un montón de chicos que se hubieran hartado de esa realidad y quisieran regresar al jardín y dejar pasar el tiempo.
Todo tenía sentido. Quienes gobernaban Guardián deseaban mantener a distancia las malas influencias de los chicos. Esa era su misión fundamental en la vida. De lo contrario, se vería afectada su identidad entera como centro de crianza.
Guardián era un paraíso, un jardín alejado del mundo. Kirie sabía eso ahora más que nunca. Aunque apareció en el día y hora asignados, no entró tan fácil y rápido como había esperado. Las rejas y puertas que circundaban Guardián estaban allí con un propósito, y la seguridad era extraordinariamente fuerte. Chequeos dobles y triples eran rutina. La razón por la que se tomaban todas esas medidas estaba escrita en todas partes: “Para prevenir el ingreso de personas no autorizadas”.
Pero para Kirie más bien significaba: “No tenemos tiempo de lidiar con unos anarquistas de los barrios bajos que quieren poner a nuestros niños en sus miras.”
Era un verdadero dolor de cabeza seguir las reglas al pie de la letra, día tras día. Pero una locura anarquista de parte de los barrios bajos era lo menos que debía preocuparles. Los sindicatos de pornografía infantil mantenían expresamente su distancia de los mestizos de los barrios bajos también.
Aun así, aquellos lugares era muy comunes en Midas. Legales y clandestinos, de clase alta o baja para los carroñeros.
El maltrato infantil era un crimen serio en cualquier sistema solar. En Midas, sin embargo, no acechaba en las sombras. Era algo que ocurría a plena luz del día. Una empresa regulada. Era un “secreto” muy conocido que la vasta mayoría del turismo consistía de esos que buscaban saciar esa particular predilección. Si se dejaba entrar el “personal no autorizado”, los residentes pobres de los barrios bajos se acercarían sin dudas a pedir.
Así, Kirie se dio cuenta de que, en cuanto a él respectaba, habiendose tomado el tiempo de ir hasta allí, al menos se dignarían a darle el maldito pase. No pudo llegar a una conclusión diferente.
Entre más lo pensaba, más rabia le daba. Si tienen tanto dinero para gastar protegiendo a un montón de mocosos, lo más obvio sería que pudieran gastar unos cuantos centavos por un centro de recreación decente.
Se decidió allí mismo: estaba haciendo lo que debía para salir de los barrios bajos. Esa era su urgencia. Pero sin tener conexiones y sin una tarjeta de identificación, aun si dejaba los barrios bajos, no habría espacio para él en Midas.
Era tan evidente, tan enfermizamente obvio. Midas era un gran palacio del places. Ahí podía comer, divertirse y comprar hasta hartarse, dormir y empezar todo de nuevo. Pero solo si tenía el dinero y la identificación.
No había lugar en ese Midas por el que un mestizo pudiera colarse y encontrar un lugar para sentar cabeza por un largo rato. Kirie podía maldecir y patalear, pero por el momento, los barrios bajos eran el único lugar al cual podía llamar hogar.
El hogar para Kirie estaba atestado de sementales tan útiles para su especie como caballos castrados. Con la juventud a flor de piel y la violencia rezumando de sus huesos, desperdiciaban sus días cometiendo crímenes y las noches teniendo sexo.
Guardián proveía una gran variedad de diversiones y entretenciones para prevenir que los niños se aburrieran y se pusieran inquietos. Pero no había nada como eso en los barrios bajos.
No tenía que ser bonito. No tenía que ser grande. Algo como un patio de recreo para adultos habría hecho la diferencia. La cruda realidad era que una noche de diversión en los barrios bajos era hacer carreras con motocicletas remendadas.
O recorrer Midas en busca de emociones y dinero. Pero aun allí, el desafío no se remontaba a nada más que robar unas tarjetas de crédito. Equivocarse equivalía a que los policías golpearan a un chiquillo hasta dejarlo moribundo. No era una amenaza insignificante. La policía de Midas y los Cuerpos de vigilancia tenían más respeto por el ganado que por los mestizos de los barrios bajos.
Puesto en esos términos, Kirie estaba furioso con el miserable alcance de sus vidas. ¿Qué demonios creen que hacen esos malditos de Guardián?
De momento, Ceres un distrito autónomo. De modo que tenía la estructura política ideal para que los mandamases y los ricachones pudieran estar tranquilos. Pero de hecho, los administradores de Guardián se sentaban en la cima de un montón de escoria. Y todo el mundo en los barrios bajos lo sabía.
Pero la familia Kuger mantenía Guardián y su pequeño Eden bajo llave y la misma con ellos encerrados dentro. Nunca mostraban sus caras en los barrios bajos. Y sin embargo, nadie pensaba que era extraño para una corporación “pública”. Aunque, hasta hacía muy poco, tampoco lo había hecho Kirie. Solo era otro poco de sentido común en los barrios bajos.
Una vez que Kirie se hubo graduado del centro de crianza, no había tenido el lujo de pensar a fondo sobre su vida en ese lugar. Para él era suficiente seguir la corriente mientras pudiera sobrevivir. Un día después del otro.
Sin embargo, la unicidad de Guardián, su lugar especial en la más grandiosa sociedad, estaba impresa en su memoria. El único lugar sagrado en Ceres que se encontraba fuera de sus límites.
La familia Kuger se había tomado el trabajo de proteger las preciosamente valiosas mujeres de Ceres, y criar sus hijos. Y si elegían enclaustrarse a sí mismos entre las paredes sagradas de Guardián, esa era ciertamente su prerrogativa. ¿Quién era el resto de ellos para protestar?
Kirie había pensado lo mismo también. Pero ahora las cosas eran diferentes. Encontrarse cara a cara con una de las élites de la aristocracia de Tanagura lo había cambiado de alguna forma. Encendido una chispa. Despertado una nueva necesidad.
Hambriento por información, se había hecho consciente de la realidad de los barrios bajos. Se había enterado de cómo funcionaba Midas. Sus ojos se habían posado sobre algo que no había visto antes—o, más bien, algo que no había buscado.
Había empezado a prestar especial atención a esas cosas que en el medio de su aburrimiento diario, habría hecho de lado con pereza en días pasado sin pensárselo dos veces. Sentía imperiosamente que nada podía pasar si solo esperaba.
En el proceso, Kirie había visto a Guardián con otros ojos también. No había mostrado el más mínimo interés antes. Pero ahora su curiosidad estaba por encima de la norma. Y la razón tenía mucho que ver con sus repetidas visitas a Guardián, y todo el odioso y molesto papeleo. La cuál incluía unos papeles finales que necesitaba firmar antes de pasar por la puerta principal:

1.      El contacto no autorizado con los niños por fuera del cuarto de entrevistas está prohibido.
2.      El gafete con el nombre del visitante debe llevarse en todo momento.
3.      Debe abandonar las instalaciones en el momento acordado.
El guardia de seguridad dio la señal de que todo estaba en regla, y finalmente se le permitió la entrada al edificio.
Siento como si hubiera pasado por un colador.
Pero Kirie contuvo la creciente irritación en su corazón. Asintió con cortesía al guardia, quien se había vuelto ya una cara familiar. “Gracias por tu amable atención,” dijo.
El hombre había sido la perdición de su existencia y una ridícula pérdida de su tiempo, pero Kirie debía sortear esos obstáculos si quería entrar. Para eso existían los obstáculos. Kirie planeaba regresar varias veces. Y aunque el hombre era un esbirro guardia de seguridad, dejar una buena impresión era importante. Todo hacía parte de sus cálculos.
Quizás debido a que las clases matutinas habían empezado, no pudo ver a ningún chico por ahí. Las instalaciones del centro se encontraban en absoluto silencio. En vez de continuar por el corredor, con pasos acostumbrados, Kirie atravesó el patio interno. Ese era el camino más corto al lugar de encuentro acordado.
Fue entonces que sus ojos inesperadamente captaron un atisbo del ángel—el símbolo de Guardián—que adornaba el anticuado reloj.
Huh. Voy diez minutos tarde. Bueno, sabía que no iba a llegar a tiempo. No les hará daño esperar un poco. Una probadita de su propia medicina.
Si iba a llegar tarde, iba a llegar tarde. Apurarse no cambiaría nada. Sus pasos disminuyeron la marcha a una más relajada. Al llegar a la habitación Número Tres, Kirie abrió la puerta sin molestarse en tocar primero. Una llamarada de ruido de pronto asaltó sus oídos.
En la gran habitación equipada con consolas de realidad virtual, imparable ni por las paredes a prueba de sonido, Manon disparaba una pistola laser.
Ah, nuestro señorito se encuentra de mal humor.
Kirie nunca había tratado con un chico tan fácil de entender en su vida. Y en el lado opuesto del espectro, su mente no podía evitar evocar a los más difíciles clientes con lo que había tenido que lidiar.
Los labios de Kirie se curvaron en algo así como una sonrisa. El incidente con los Jeeks los había puesto en boca de todo el mundo. Adonde fuera que se dirigiera, escuchaba ese nombre. Los tan conocidos Hyper Kids de Jeeks habían desatado un reinado del terror en los barrios bajos, convirtiéndose en un verdadero problema.
La pandilla que se encargara de ellos serían los héroes del momento.
Había quienes recibían estos avances de buena manera, y quienes no. Envidia y celos. Los barrios bajos reaccionaban de todas las formas que un hombre pudiera imaginar.
La resurrección de Bison está a la vuelta de la esquina, comentaban los rumores.
Y sin embargo a Kirie nunca lo mencionaban. Arrojar la bomba de gas lacrimógeno en la guarida de los Jeeks había sido obra de Kirie. Y derribar el dominó había marcado el inicio del fin de los Jeeks.
Pero nadie se había molestado en agradecerle. Al contrario. Le habían informado en términos no muy casuales que si quería conservar su cara completa, nunca volviera a mostrar su cara por esos lares.
Riki lo había derribado. El regocijo de haber tomado la mano derecha de Riki aun no había llegado. De hecho, la victoria le sabía amarga. La amargura palpitaba dolorosamente en su corazón.
Pero Kirie no albergaba arrepentimientos. No necesitaba ninguna amistosa camaradería. Si se le hubiese presentado una oportunidad parecida de vender a un amigo, lo haría en un parpadeo.
Me da lo mismo. ¿Quién será quien ría al final, eh? Te comerás tus propias palabras. Y para que eso se cumpliera, Kirie tenía planes en Guardián.

Manon apuntaba a sus objetivos con mano experta y segura. Era tan bueno en ese juego como podía serlo. O sea, tratándose de un videojuego de disparar en primera persona. No era ningún logro satisfactorio para una persona de veinte años. Y quizás darse cuenta de ello era la fuente de su irritación. O quizás era el producto de algún otro problema. Manon gruñó para sus adentros con desprecio por sí mismo y arrojó con fuerza el arma al suelo.
Provocándolo a propósito, Kirie dijo en un tono de voz poco halagador lleno de sarcasmo, “Tan hábil como habría esperado. Es tan horrible y jodidamente frustrante cuando no se defienden como es debido. Te hace querer desquitarte con alguien, ¿no, Manon?”
Manon se dio vuelta con violencia, frunciendo el entrecejo. “No te dirijas a mí de esa forma tan descarada.”
Oye, oye. No soy tu objetivo.
Sin percatarse del sarcasmo, el orgullo de Manon, como siempre, salió a flote. Era otra cosa sobre él que había cambiado.
Kirie y Manon habían sido compañeros de bloque alguna vez. Por tres años habían vivido en el mismo bloque de dormitorios, comiendo y durmiendo juntos. Sin embargo, los tres años de diferencia que los separaban, creaba una distancia que Kirie no podía acortar fácilmente.
Sumándole a eso el hecho de que Manon era el hijo del jefe y siempre traía a su propia prole tras él. Los chicos como Kirie nunca eran algo más que compañeros de bloque, siempre revoloteando en las periferias de la visión de Manon.
La primera vez que Manon se había molestado en decir hola, Kirie se había presentado y había mencionado la historia que habían compartido juntos. Manon no había reaccionado en absoluto. No recordaba absolutamente nada de Kirie.
Kirie no se lo había tomado personal. Pensando en cómo él mismo había sido un chiquillo despistado, todo le daba lo mismo. Lo único importante para él era su relación con Manon a partir de ese momento.
“Si lo que sigues buscando es poner tus manos sobre un pase de entrada gratis,” espetó Manon con voz prepotente, irradiando su intolerable sentido de privilegio, “entonces mejor aprendes a llamarme Amo Manon.”
Un pase libre de entrada, ¿eh? Vale, si tiene el poder para hacerlo
A Kirie le parecía que todo lo que Manon podía hacer a esas alturas era saludarlo desde el otro lado de la puerta. Entonces, el único de ellos con la experiencia personal sobre como la seguridad de Guardián trataba a los visitantes era Kirie. No Manon.
“Oye, ¿me estás escuchando?”
Desde su época en Guardían, no cabían dudas de que el paso de los años solo había exacerbado el orgullo de Manon.
“Te pido perdón,” dijo Kirie, con un exagerado encogimiento de hombros resignado. Con todo, no pudo suprimir la delgada sonrisa que curvaba sus labios.
Había una seguridad personificada en la arrogancia que hacía a Kirie Kirie. Incluso entonces, no intentó ocultarlo. Si era necesario, lo haría. Pero por esos dos meses, Manon se había acostumbrado lo suficiente a su presencia como para no molestarse por ello.
Manon asintió indignado.
Kirie se le acercó con deliberada reserva. Aunque los ojos de Manon se entrecerraron con frustrada irritación, Kirie mantuvo su actitud impasible.
Sí, veamos cómo me ruegas. El mundo no fue hecho para ti, pequeño mocoso malcriado.
No había garantías de que las cosas salieran cómo Manon quería. Era demasiado joven, muy inexperto, y sin conexiones reales. Podía quejarse sobre eso todo lo que quisiera, pero al final, no sería nada más que excusas.
El año pasado, Kirie había aprendido esa lección a las malas. Los resultados eran lo que importaba, no los detalles. Los fines, y no los hechos. Perder no era nada. Ganar lo era todo. Si quería considerarse un ganador, debía esforzarse y tomar el éxito con sus propias manos. No importaba el precio. No importaba el sacrificio.
Kirie no dudaba. No retrocedía. Estaba decidido. No importaba quien tuviera la culpa—no importaba si estaba mal o bien—su verdad era la única verdad que contaba. Y ese Kirie era el único que sacudía el mundo de Manon y abanicaba sus pasiones.
Molesto, Manon apretó los labios hasta que solo fueron una línea recta. Se acercó rápidamente a Kirie, y entonces lo agarró y lo arrastró hasta su cuerpo. Kirie trastabilló hacia adelante. Manon lo atrapó como si lo hubiera estado esperando.
“¿Por qué te has tardado tanto? ¡No me hagas esperar!”
“Es todo ese protocolo y papeleo. Es por eso que entre más rápido obtenga ese pase, mejor.”
Kirie sonrió con malicia, mientras juguetonamente enfocaba sus ojos de diferente color con los de Manon. Sabía muy bien que sus ojos raros excitaban a muchos hombres en los barrios bajos. Ojos brillantes mirando por debajo de sus cejas, húmedos e incitantes.
Eso por sí solo era suficiente para hacer que los hombres cayeran a sus pies. Solo Riki y Guy se habían resistido a sus encantos. Esos dos eran una enloquecedora, exasperante y duradera raza diferente. Aunque sus reacciones eran extrañas también.
Se había ofrecido a Guy, y Guy lo había rechazado. Frustrado, Kirie lo había llamado impotente. Guy lo había derrotado con abrir la boca una sola vez. No estoy interesado en mocosos que recién aprendieron a no hacerse en los pantalones. Era como recibir un golpe tan fuerte en el estómago que no podía respirar.
La única mancha en su historial que no podía borrar.
Kirie hizo a un lado el recuerdo tan pronto como resurgió de entre sus pensamientos. Enroscó sus brazos en torno a la espalda de Manon, y empujó sus caderas hacia adelante. No se conformaba con poco. Pero sabía que cuando tenía algo en mente, iba al punto. Esa era su política.
Sus ojos y narices estaban a un milímetro de tocarse, la garganta de Manon tembló un poco.
“Con ese pase en mi poder, llegaría aquí en un periquete. Directo a tu—”
Manon acalló el resto de la oración con un beso. Implacable, hambriento y fiero. Kirie abrió un poco los labios en respuesta. Sus lenguas se entrelazaron. Se enredaron para que Kirie no pudiera escaparse. Succionando con más fuerza para mantenerlo cerca. Pesados, torpes y persistentes besos. Y durante todo ese tiempo, las manos de Manon paseaban sobre el torso de Kirie una y otra vez, pegadas a él. Más que palabras, el toque de sus cuerpos comunicaba a Kirie el ansia de Manon por su tan anhelada cita.
Manos acariciando la espalda de Kirie, aferrando su duro trasero. Demasiado impaciente para molestarse con el escape, Manon tanteó y agarró la entrepierna de Kirie. Un ferviente deseo se reveló en el calor de esos apasionados besos.
Kirie jadeó con la respiración entrecortada, “Vaya apetito traes hoy. No es algo que deba mostrarse en público.”
Con un sobresalto, los ojos de Manon viajaron frenéticamente por toda la habitación, como en busca de espías. Kirie se permitió una sonrisa personal. Manon debía haber estado volviéndose loco toda la semana. Era solo su primera cita de la semana, y Manon ya estaba listo.
Era un error proclamar que la pesada seguridad mantenía resguarda a la princesa, segura en su torre. Dentro de la jaula que era Guardián, el heredero del clan Kuger—la princesita, tan ignora y vana—con ansias esperaba a que Kirie pasara adentro.
Sus propósitos individuales diferían tanto como su experiencia. Kirie siempre era quien tomaba la iniciativa. Aunque el cabezadura de Manon nunca se percataba de ello.
Manon agarraba a Kirie del brazo y se lo llevaba a una habitación cercana. Con la lujuria encendida por sus besos, Manon no tenía la perseverancia de ir de vuelta hasta su propio cuarto.
Kirie no se molestaba en protestar que se trataba del cuarto donde los niños tomaban la siesta. Jugar a hacerse el difícil a esas alturas solo lograría poner de mal humor a Manon.
“Date prisa y quítate la ropa,” le urgía Manon con la voz ronca.
Kirie se quitaba rápidamente la camiseta. Y entonces aminoraba el paso, bajándose lentamente la bragueta del pantalón. Trataba de ser provocativo para alimentar los deseos de Manon.
Habiendose desnudado por completo, Kirie sonreía con magnificencia. Era más que suficiente para hacer que la hombría ya salida de control de Manon se inclinara hacia el cielo.
“Ven,” decía Kirie.
Manon se prendía de él, respirando agitadamente. Con el rostro enterrado en el hombro de Manon, Kirie sonreía con frialdad para sí mismo. Pan comido. Con cada día que pasaba, el vástago de Guardián iba cayendo en sus manos. Esa sonrisa provenía de su absoluta confianza.


En el formato de solicitud, Kirie había enlistado entre sus razones para visitar Guardián: Quiero dar algo a cambio a la institución que hizo tanto por mí.
Cualquiera que conociera a Kirie no habría creído que hubiera podido escribir eso “¿A quién cree que engaña?” Les hubiera gustado saber.
Pero Kirie iba en serio. Haría lo que fuera con tal de lograr sus propósitos. Dejaría de lado sus maneras ostentosas y arrogantes, y se comportaría tan normal como le fuera posible. Y diría cosas tan empalagosas como esas con una cara regia.
Nadie lo habría creído a menos que lo hubieran visto por sí mismos.
Kirie había estado yendo y viniendo de Guardián por dos meses, llevando juguetes y libros que eran escasos para los chicos del lugar.
Habiendo crecido allí, Kirie sabía que era lo que hacía falta en el centro de crianza y también qué era lo que los niños deseaban. Lo que los adultos les daban coincidía rara vez con lo que realmente querían. Pero con el tiempo, los niños aprendían a no pedir lo que no podían tener.
Todo se repartía de manera igualitaria entre ellos. Tanto las cosas materiales como los gestos de afecto. De modo que los niños se daban cuenta de que nunca había suficiente.
Los bienes no materiales no podían llegar simplemente en forma de paquetes. Así que Kirie se las arregló para convertir lo que él había querido entonces en realidad para poder dárselo a los niños. Las madres y hermanas de bloque estaban impresionadas. Tal como Kirie había predicho que estarían. Nada como esto había ocurrido desde los comienzos de Guardián. Los egresados del Centro sencillamente no regresaban una vez que habían abandonado el nido. Y ciertamente no llegaban cargados de regalos.
Sin embargo, mientras se alegraban de que Kirie se hubiera convertido en todo lo que ellas hubieran deseado, las mujeres y niñas no indagaban mucho al respecto.            Nunca habían puesto un pie fuera de los edénicos jardines de Guardián, y sabían qué clase de vida les esperaba en Ceres.
Pasaban el tiempo allí sonriendo y felices, arreglándoselas con un acuerdo tácito: Mantener la junta para una misma te daba menos de qué preocuparse. Era una ley que no estaba escrita.
Kirie hacía visitas tan a menudo como podía, aproximadamente una vez a la semana. El papeleo seguía siendo tan oneroso como siempre. Pero durante ese tiempo, astutamente nunca dejaba que su sonrisa se desvaneciera, y hacía el papel del gran hermano generoso a la perfección.
Por supuesto que nunca se le permitía el contacto directo con los niños. Sin embargo, durante sus charlas amistosas con las hermanas durante los té de la tarde, siempre habían niños acechando en los alrededores, curiosos por lo que estaba pasando.
Debo parecerles una especie de criatura extraña. Kirie no podía evitar modular una sonrisa torcida. Sabía muy bien que los niños no eran los únicos mirándolo con los ojos muy abiertos.
El hombre joven que se quedaba atrás a pesar haber alcanzado la adultez a la edad de trece años—el que tenían reservado—quien, dentro de poco, llevaría el peso del linaje institucional sobre sus hombros—
Kirie definitivamente no podía hacer el primer movimiento en su dirección. Cada vez que sus ojos se encontraban, asentía silenciosamente en respuesta nada más. A menos que el otro se le acercase primero, el esfuerzo no habría tenido significado. Esa era toda su estrategia.
Ven—Ven aquí—ven a mí, imploraba Kirie, fingiendo ignorancia de la tormenta desatándose en torno a él. Sabía a simple vista que se encontraba en el ojo del huracán, que era el foco de atención de todo el mundo.
En cualquier caso, Kirie era un residente del vertedero que era Ceres. Desde el punto de vista de aquellos encerrados dentro del jardín, se había convertido en el foco de su desdén, simpatía, y curiosidad.
Ven—rápido—y métete en mis brazos. Hacía esas peticiones silenciosas a Dios.
Y cuando, de acuerdo al plan, Manon lo llamó con su voz altanera, Kirie se felicitó a sí mismo: ¡Lo hice! Fue suficiente para hacer que levantara los brazos al cielo, triunfante.
Después de eso, cada vez que Kirie visitaba Guardián, no dejaba que se le escapara la oportunidad de seguir avanzando con Manon.
Al principio, solo hablaban. No presionaba a Manon. Mantenía el equilibrio. Kirie había estado fuera de Guardián por cinco años. Sus engaños y voluntad de hierro por sí mismos habían impedido que lo pisotearan en los barrios bajos. Hacer que mayor, más orgulloso y profundamente ingenuo Manon comiera de su mano era mucho más sencillo.
Hinchaba la autoestima de Manon con palabras halagadoras. Se congraciaba sin presumir. Provocándolo casualmente una y otra vez. Y en muy poco tiempo, lo conquistó.
A diferencia de los barrios bajos, donde las relaciones homosexuales eran algo común, los hombres que gobernaban Ceres tenían fácil acceso a las mujeres. Al menos eso era lo que Kirie había creído. Pero a Manon—que debía haber tenido un montón de donde escoger—la realidad le hacía rabiar: “Las mujeres que pueden tener hijos son propiedad de Ceres. No puedo simplemente ir y acostarme con quien se me dé la gana.”
Para el único linaje en Ceres al que se le permitía tomar esposa, había reglas que debían ser respetadas. No podían estar con quien quisieran con la misma envidiable despreocupación de los mestizos en los barrios bajos.
Al contrario. Los hombres en esta familia deben seguir las reglas y comportarse como caballeros. En frente de las madres y hermanas de bloque.
No había relaciones no serias. No podía perderse el control. No podía tontearse. Nada de comportamientos indecentes. Nada de acosos sexuales de ningún tipo. Sabiendo todo eso, Kirie miró a Manon con ojos simpáticos.
La vida en esa jaula no era igual a la de los sofocantes barrios bajos. Pero en su propia manera, era igual de opresiva. En los barrios bajos no se podían formar uniones sexuales con una mujer humana. Pero había relaciones homosexuales para dar y tomar. Al menos, en cuanto a eso, podía considerarse a los mestizos como los privilegiados.
El impulso sexual seguía estando allí, pero debía ser controlado. Manon no mostraba ninguna inclinación de revelar como lidiaba con ese dilema. Pero no parecía desanimarse cuando Kirie se le acercaba. Viendo que la tentación empezaba a hacer efecto, Kirie no tuvo problema en prever a donde estaban yendo las cosas.
Consecuentemente, habiéndolo hecho una vez, Manon solo podía desear más. Tenía compañeros con los que saciaba sus impulsos sexuales, pero no parecía poseer la clase de experiencia con la que pudiera presumir nada. Para Manon, la naturaleza abierta de un compañero masculino y las habilidosas caricias de Kirie eran suficientes.
Kirie había puesto los ojos en Manon por la única razón de que era el sucesor por derecho del nombre del clan Kuger. No había forma de que no quisiera involucrare con el hombre que algún día iba a convertirse en el mandamás de Ceres como el líder de Guardián.
Tomar una propina de sus compatriotas mestizos no era suficiente. Después del asunto con el Blondie de Tanagura y Guy, Kirie codiciaba tratos más dulces. Habiéndose hecho—al menos en su imaginación—con tan poderoso tesoro, no pudo dar marcha atrás.
Pero tan pronto como hubo hecho lo de Guy, la conexión con Iason dejó de existir.
El precio de diez mil kario había resultado ser más un cargo por la terminación de un servicio que un anticipo. Darse cuenta de eso había golpeado a Kirie con fuerza. No tenía modo de seguir en contacto con Iason por su cuenta. Su “apuesta segura” se había evaporado delante de sus ojos.
Con esa pérdida, su cerebro se había bloqueado. Sentía como si lo hubiera perdido todo y no supo qué hacer a continuación. Mientras se devanaba los sesos y recapacitaba la situación, “Guardián” era la palabra a la que siempre llegaba al final.
No era como si Kirie pudiera reclamar la clase de credibilidad callejera que alguna vez había poseído Riki. Y no tenía conexiones en el sindicato del mercado negro que velaran por él.
Aun si era lo suficientemente afortunado para ligarse a los lambiscones de alguien, lo máximo que podía hacer a ese punto era alguna posición inútil como recadero en lo último de la pirámide organizacional. No había forma de que se conformara con un trabajo de mierda como ese. No había forma de que terminara siendo la perra de nadie en ningún otro termino más que el propio.
Aunque a Kirie le habían dado un pago extremadamente generoso de diez mil Kario, sin una tarjeta de identificación, no era suficiente para colocarlo en los rangos verdaderos de los ricos.
Pero, de cualquier forma, fortuna o basura, entre más tuviera, mejor. Y mejor arriesgar su fajo de billetes en Guardián, donde tenía una ventaja por tratarse de su antiguo hogar, que en Midas.
La manera repelente que tenía Manon de presumir su sentido de privilegio no persuadía a Kirie de abandonar el juego. Comparado con los chicos malos de Bison, Kirie sabía como manipular a Manon. Aun con todo su orgullo, el chico resultaba ser profundamente ingenuo.
Manon no era nada más que el esclavo sexual de Kirie.
El sexo era el primer paso para un sometimiento verdadero, una pieza única y deliciosa de información asomando por entre las palabras de las charlas intimas que sostenían garantizaba que siguiera administrándole placer.
Razón por la cual Kirie no estaba interesado en montones de sexo duro acompañado de sonidos no mejor articulados que un gruñido y una respiración entrecortada.
En lugar de eso, había preferido el sexo que tomaba las cosas con calma, que llevaba las cosas a un punto crítico, todo mientras se intercambiaban susurros dulces. Aproximándose el uno al otro con suaves y tiernas caricias. Sacando cada pensamiento privado de la boca de Manon. Al principio, Manon se reservaba sus pensamientos con terquedad. Pero ante el insoportable placer, su voluntad fue desmoronándose poco a poco.
Los esfuerzos de Kirie a ese punto habían servido para que le contara a grandes rasgos sobre la organización de Guardián. El estatus social y el rango dentro de los linajes se había hecho claro. Qué posiciones administrativas se habían hecho hereditarias. Quien en qué rama de la familia se llevaba bien con quien. Quien albergaba resentimientos contra quien.
Incluso las madres y hermanas se dividían en grupos. Y así.

Un nombre inesperado se le escapó a Manon. Los oídos de Kirie se abrieron de repente. “¿Quién? ¿Quién es ese?”
“¿Quién es qué?”
“El sujeto sobre el que estabas murmurando.”
Manon frunció el ceño, pensativo, acordándose de sobre quién había estado hablando. “¿Te refieres a Katze?”
“Sí, ese. ¿Quién es él?”
“Alguien que no tiene nada que ver contigo.”
Quizás era como Manon decía, pero aun así Kirie quería saber. Katze. El caracortada. Un hombre importante en el mercado negro. Kirie nunca lo había visto en persona. Pero no había forma de que no conociera ese nombre. Había oído mucho sobre Katze mientras estaba en busca de información por Midas. De alguna forma, Riki y él estaban relacionados. Katze había atestiguado el talento de Riki en los barrios bajos y lo había llevado a las ligas mayores.
Rápidamente, Riki había dejado de ser un mensajero mestizo para convertirse en un camionero en el negocio de transportes interestelar. De la pobreza a la riqueza. Pero se decía que con Katze apoyándole, se había ganado el apodo de “Riki el siniestro”.
La primera vez que Kirie había oído los rumores, había creído que en el análisis final, solo había dos tipos de seres huanos: los afortunados y los desafortunados.
Los primeros succionaban la vida de los que tenían a su alrededor y se hacían más fuertes. Los segundos estaban condenados a perderlo todo y pasar el resto de sus días vagando en el fondo más profundo. Desde el momento en que nacían, los mestizos llevaban la carga de los desafortunados. Buenos para nada más que para pudrirse en el fondo de un vertedero.
Nadie podía hacer lo que Riki había hecho.
O, más bien, nadie más que Riki podía.
Solo que Kirie jamás habría imaginado escuchar decir a Manon el nombre de Katze. Ese mismo dios de la suerte que alguna vez le había sonreído a Riki. Así que su sorpresa había sido todavía mayor.
Quizás no se trataba de un accidente. No, esa era su oportunidad de ser uno de los afortunados. La curiosidad lo había hecho levantar la cabeza, con la persistente esperanza de que ese Katze era la misma persona. Su interés se encontraba puesto en eso.
“Vamos, ¿de quién se trata?”
Manon resopló con un evidente descontento. “Oye, no te detengas.”
Se quejaba de que Kirie—habiendo puesto toda su atención en Katze—hubiera interrumpido el sexo. Kirie ignoró calmadamente la queja.
“¿Quién es ese sujeto?”
“Nadie. Solo es un bastardo con un ego muy grande que no conoce cuál es su lugar. Estará besándome el trasero dentro de poco.”
El tono de voz de Manon se había hecho muy afilado. Se notaba que odiaba al sujeto. Eso despertó aun más la curiosidad de Kirie. Manon era indiferente hacia todo excepto hacia aquello que lo afectara personalmente. Pero sus asuntos con Katze lo hacían mostrar sus colores verdaderos. Algo sobre Katze definitivamente lo tenía ofendido.
“Hmm. Parece que no lo soportas.” Dijo Kirie, provocando a Manon a propósito, “No se trata de alguien más guapo e importante que tú, ¿no?”
El manojo de orgullo, presunción y arrogancia que era Manon—el único heredero de la fortuna del clan Kuger—no pudo mantenerse callado cuando su lugar en el universo estaba siendo cuestionado.
“Sí, ¿quién se cree que es ese subnormal?”
Subnormal. Esa sola palabra le aceleró el corazón a Kirie. “Un subnormal—huh. ¿Alguien con un pasado oscuro quizás? ¿O un defecto físico en particular?”
“Tiene una cicatriz enorme en la cara.”
¡Bingo! Kirie solo se estremeció por dentro. Entonces definitivamente estaban hablando sobre Katze el caracortada. Un montón de preguntas le surgieron de repente. ¿Cuál era la conexión entre aquel vástago de Guardián y el jefe del mercado negro?
O quizás Manon no tenía ni idea de la magnitud de la reputación de Katze en ese otro, más oscuro, mundo. De repente se le vino a la mente esa idea. Solo por ignorancia Manon habría mencionado tan casualmente el nombre de Katze.
¿Así que Katze tiene que ver en algo con el clan Kuger? ¿Muy de cerca pero bajo cuerda?
Un buen operador se hacía camino hacia la finura de los grandes con falsos pretextos y los hacía presas fáciles—era algo que todo el mundo sabía. Kirie no sabía si podía o no introducirse en la alta sociedad que ocupaba el clan Kuger. Pero el hecho era que, por el momento, nadie cuestionaba su estatus en Ceres.
¿De modo que un operador del mercado puede jugar bien sus cartas y empezar a intervenir en los asuntos de Guardián?
Aunque no resultaba del todo increíble, las posibilidades parecían escasas. ¿Cómo podría alguien lograr eso en el purulento vertedero de los barrios bajos? Nadie en el mercado sería tan temerario como para intentarlo. Además, si algo así de delicioso existiese en Ceres, Ceres habría dejado de ser hacía mucho el tugurio que era.
De modo que… ¿cuáles eran las razones verdaderas yaciendo en la oscuridad? Podía preguntar esas cosas después. En ese momento, Kirie no estaba interesado en el mercado negro en general sino en Katze solamente.
A juzgar por el tono de voz de Manon, conocía al hombre en persona. ¿Cuando? ¿Dónde? ¿Por qué razón? Haciéndose esas preguntas, el pulso de Kirie se aceleró y su cerebro se exasperó. El caracortada de Katze, una vez conocido para él solo a través de rumores, se había convertido de repente en alguien de carne y hueso. Sintió un escalofrío recorrerle la columna.
“Así que—dime—¿qué tienes en contra de este sujeto?” Preguntó Kirie en voz baja, colocándose el cuerpo de Manon encima del suyo como una sábana. “¿Qué clase de chico es ese Katze?”
“¿A ti qué te importa?” dijo Manon con un dejo amargo y desdeñoso.
Vaya, vaya, Manon. Te has puesto de mal humor.
Kirie probablemente se estaba emocionando demasiado ante la mención de Katze. Mostrar un interés indebido en otra persona mientras estaba en la cama con Manon sin dudas lastimaba el orgullo de Manon. Sin mencionar que entre ellos obviamente había pasado algo.
Significando que si no cambiaba la forma en que tocaba el tema, Manon iba a enojarse mucho más y no le diría nada.
“Oye, oye, no te pongas así—” Kirie enredo sus piernas con las de Manon y tomó agarre de su flácido miembro. “Pero me da la impresión de que le guardas rencor. Te hizo algo malo, ¿huh?”
Kirie lo besó con suavidad, como para hacer que el dolor se fuera. Cuando lo hizo, Manon enroscó los brazos en torno a la espalda de Kirie y lo hizo girar para besarlo con hambre, saboreando su lengua. Ávido por una estimulación más intensa, presionó y frotó su entrepierna contra la ajena.
Por un breve instante, Kirie dejó que Manon se diera gusto con eso. Pero a ese paso, el asunto de Katze iba a quedar en segundo plano, y no podía permitirlo. Se movió, inmovilizando otra vez a Manon.
Sus labios se separaron con un lascivo, ruidoso y mojado sonido, dejando a Manon jadeante. Kirie lamió el pezón derecho de Manon, mordisqueando juguetonamente con la endurecida y excitada punta. La hombría de Manon se puso dura en la mano de Kirie, y sus caderas empezaron a ondular en lo que profería unos dulces gemidos.
Demasiado pronto. Se correrá en cuanto sepa lo que tenga que saber sobre Katze.
Los dedos de Kirie se apretaron alrededor de la base del pene de Manon, haciendo que este lo mirara con resentimiento.
“No me mires así,” dijo Kirie con una sonrisa, y lo besó en la boca.
Su lengua recorrió la garganta de Manon. Desde la nuca hasta su oreja. Lamiendo como la lengua de un gato sobre una piel suave. Un escalofrío recorrió los brazos de Manon desde la punta de sus dedos hasta los hombros, sus partes más sensibles. Sus zonas vulnerables. Sus debilidades. Kirie las conocía todas.
“Vamos, Manon,” susurró Kirie, mordisqueando su oreja. “Dímelo. ¿Qué tiene que ver Katze contigo?”
“¡N-nada—que—te—importe—!” Llegando al final de esa frase, la voz de Manon se hizo ronca y estridente.
“Está bien. Puedes decírmelo. Quiero saberlo todo sobre ti. Soy todo oídos. Día y noche.” En lo que Kirie hablaba, sus dedos jugaban con la dura y mojada polla de Manon.
“D-detente—” Pero apenas si hubo autoridad tras esa orden.
En lo que el ruborizado y azorado Manon se sumergía en placeres antes desconocidos para él, Kirie no pudo evitar reírse para sus adentros. Tan solo con acariciar a Manon con la punta de los dedos, el sujeto dejaba de respirar. Colocar la puta de su lengua sobre la erecta punta le sacaba unos lloriqueos vergonzosos.
En cuanto a sacarle información a Manon respectaba, jugar con él allí abajo siempre funcionaba. Con dedos y lengua. Frotarlo, acariciarlo y tocarlo como un instruento, Manon no podía resistirse por mucho.
Su orgullosa y altanera boca era incapaz de dejar de serlo. Pero su miembro duro y palpitante siempre se doblegaba ante las demandas de placer. Kirie lo tocaba como le gustaba. “Ahhh—” Manon gimió, su voz se hizo afilada. Una lujuria desenfrenada salía de su boca y de la abertura de su erección.
Masajeandola en lo que las gotas de líquido preseminal le empapaban los dedos a Kirie resultaba ser una estimulación lo suficientemente insoportable que los testículos de Manon de repente se tensaban y se elevaban. Kirie paseó su dedo por la longitud de Manon, la tomó y expuso el glande escondido bajo su piel. Manon gritó.
“Se te está poniendo dura y roja en esta parte.” Los tejidos hinchados se elevaron levemente y temblaron en lo que Kirie aplicaba su tacto.
La garganta de Manon se dobló como un arco. Ahhh”
“¿Me lo dirías, por favor?” Susurró Kirie, sus dedos frotaban sin parar la piel expuesta.
“Hahhh—”
Lo hizo de manera superficial dos veces, y luego una tercera vez. A la cuarta, presionó más profunda.
“Yahhh—”
Los espasmos recorrían el arco que era la garganta de Manon mientras chillaba. Pero aunque negara con la cabeza, Kirie no se detuvo. En cambio, en ese momento, las penetrantes sensaciones dejaron el cerebro de Manon libre de cualquier pensamiento.
La firme negativa de Manon a compartir su conocimiento empezaba a enfadar a Kirie. Manon estaba resultando ser un hueso duro de roer. Masturbarlo usualmente era suficiente para hacerlo hablar. Así que se trata de una realmente escandalosa información, ¿no? El pensamiento hizo a Kirie modular una sonrisa indulgente.
Miel rezumaba espesa de la hinchada punta de Manon. Con su miembro firmemente en el puño de Kirie, el calor sofocando el cuerpo de Manon no tenía a donde escapar. Diablos. No me queda alternativa. ¿Te dejo correr entonces?
Había tanto que quería saber. En cuyo caso, probablemente era mejor masturbarlo al menos una vez. Después de todo, ese era la rutina de sexo semanal de Manon. Pero Kirie se negaba a dejar que el inusualmente terco Manon obtener lo que quería tan fácilmente.
Kirie enterró sus dedos en su estremecida carne, probando con amabilidad sus nervios. La estimulación hacía mover las caderas de Manon, sacándole dulces gemidos de su garganta. Sus cuerpos se rozaban con fuerza el uno contra el otro.
“Ahhh— Hahhh—” Manon aulló mientras los paroxismos cursaban hasta sus sienes. Sacando una pequeña satisfacción de esa ronca y suplicante voz, Kirie aflojó su agarre. Instantáneamente, un escalofrío se disparó a través de las extremidades de Manon, ajustándole los tendones. El semen blanco salió de él.
“Oye, Woah,” Kirie lo picó en un tono de voz perplejo. “Hombre, de verdad debes haber estado muy reprimido.”
Los hombros de Manon subían y bajaban, respirando con dificultad, no podía responder. Más que ser engatusado y excitado y llevado hasta el punto de eyacular, el orgasmo levantándose de la intensa estimulación había agotado su reservado. Colapsó como el primero en la línea de un maratón, medio muerto, luchando por aire.
Huh. Bueno, antes de que Manon se enfade conmigo, démonos prisa e intentémoslo de nuevo.
No pensaba que hubiera llevado las cosas muy lejos esta vez. Pero podía esperar que Manon se revirtiera rápidamente a su viejo y amargo ser, una vez que regresara de su orgasmo. Antes de que eso pasara, Kirie necesitaba extraer de él cualquier información que pudiera.
Kirie sacó un pequeño tubo de su mochila. Le garró una pierna al todavía sofocado Manon y le hizo dar la vuelta. Agarrando sus nalgas con ambas manos, abrió la hendidura entre ellas. La entrada de Manon, que la normalmente diligente forma de hacer el amor de Kirie raramente estimulaba, ya estaba húmeda por las gotas de líquido preseminal que escurrían hasta allí.
El bastardito ya está pegajoso hasta aquí, esta vez me he superado.
“No me gusta allí,” y “Detente,” decía Manon. Pero Kirie sabía que pretendía lo contrario. Sabía perfectamente bien que las sensaciones que le estaba haciendo experimentar a Manon eran más que suficientes para hacer que se retorciera de placer. Siendo ese el caso, ¿debía proceder esta vez sin preocuparse por convertir a Manon en una pila de gelatina?
Por razones que Kirie no llegaba a comprender del todo, cuando miraba a Manon, se daba cuenta de que en verdad quería lastimarlo. Usualmente, se prostituía pedazo a pedazo si era lo que se requería para sacarle la información. Besarle el trasero y lamerle los pies. No se detenía por nada. Y sin embargo, de vez en cuando, la urgencia imparable surgía desde el fondo de su cabeza. De querer atormentarlo y abusarlo. Hacerlo arrastrarse. Joderlo.
Ten cuidado, hombre. El principito es mi boleto dorado. Trátalo con cuidado.
Con esos pensamientos revoloteando en su mente, Kirie abrió el recipiente y se empapó la mano de lubricante. Y entonces muy despacio metió el dedo entre los glúteos de Manon, los cuales se tensaron y temblaron.
“No pasa nada, no pasa nada. No te preocupes. Es solo un poco de lubricante sexy. Compré un sabor súper especial para ti el día de hoy. Directo de las estanterías de Midas.”
Quizás sintiéndose seguro, Manon dejó de tensionar los músculos y se relajó.
“Tienes que aflojar un poco aquí, ¿sabes? Es solo una vez a la semana. ¿Podría ser que quizás juegues un poquito contigo mismo por aquí mientras te conscientes?”
“No—n—nunca—”
“Como pensaba. No se llega al punto adecuado, ¿verdad? La verdad es que no puedes darte placer así, ¿o sí?”
“Yo—yo—”
“Te gusta que juegue contigo y te la chupe, ¿cierto? Y sé que te encanta ponerte duro y enorme dentro de mi boca. Joder, se te pone tan grande que me duele la mandíbula. Y como estábamos haciendo hace rato, acariciar la dura punta, te hace venir muy rápido.” Las francas líneas no eran exactamente conversaciones íntimas, pero Kirie hablaba mientras vaceaba una buena parte del contenido del tubo y lo aplicaba con sus dedos. “Pero esto—que entre justo aquí—te gusta más que ninguna otra cosa. ¿Verdad?”
Siendo una realidad, Manon solo podía apretar los dientes y quedarse callado. No había modo de que pudiera negar la verdad a esas alturas. Era muy consciente de la irremediable adicción a la destreza sexual de Kirie. La semana que pasaba entre las visitas de Kirie a Guardián se iba muy lento. Su cuerpo ardía anhelando su llegada.
“Volviendo a nuestra conversación de antes—”
Kirie se embadurnó del lubricante que estaba untando en la entrada de Manon y recorrió sus testículos con los dedos. Eso por sí solo fue capaz de mandar un escalofrío por las nalgas de Manon. El gel penetrando sus paredes internas, derritió su resistencia, quemando mientras estimulaba la tierna carne.
Kirie trazó los contornos de la parte más privada de Manon con su dedo resbaladizo. “Este sujeto Katze—¿Quién es?”
“Dije que—no—era—”
“Oh, no me digas,” dijo Kirie, jugando con él. “¿No estará metiéndolo aquí también?”
Kirie sabía mejor que nadie que Manon había sido virgen en esa zona.
“Idiota. Te lo voy a decir. Es un furn—” Se contuvo a último minuto y cerró la boca precipitadamente.
“Huh. Bueno, supongo que tienes una razón muy buena para no decírmelo, ¿verdad?” dijo al mismo tiempo que dirigía su dedo solo un poco dentro de la hendedura que tan ávidamente palpitaba ante su tacto.
“Ahhh—”
Manon gimió, a pesar de todos sus intentos de controlarse.
“Escúpelo, Manon.” Metió con fuerza el dedo que mantenía superficialmente enterrado dentro de él. “¿Es un viejo amante tuyo?”
Su dedo acarició la ardiente carne.
“Hahhh—”
Gemidos guturales de placer salieron de la boca de Manon.
“¿Es eso lo que es para ti?” Susurró Kirie muy cerca de él. Le metió el dedo hasta el nudillo.
“Ahhh—hahhh—”
Los muslos de Manon tuvieron un espasmo. Kirie colocó una mano sobre la entrepierna de Manon y retorció y movió el dedo de la otra.
Y entonces se detuvo. “Dímelo. O se termina aquí mismo.” Las nalgas de Manon temblaron. “No quieres que lo haga lento, ¿verdad? Quieres que te lo meta con fuerza, ¿no?”
En lo que provocaba verbalmente a Manon, Kirie proveyó la prueba física, embistiéndolo y rozándolo por dentro muy despacio, haciendo que los labios de Manon temblaran. “¿Cuánto más seguirás sin decirme nada?”
No podía ser durante mucho más tiempo ahora. No con ese afrodisiaco de efecto rápido mezclado en el lubricante. El espeso gel que había aplicado empezaría a surtir efecto pronto. Manon estaría ardiendo tanto por dentro que no podría resistirlo.
“Confiesa.”
Sonriendo para sus adentros, Kirie se hundió hasta tocar la parte esencial del placer de Manon. “Ah. Aquí es. Tu lugar favorito.” Para probar, Kirie embistió una vez.
Manon chilló. Su espalda se arqueó. Levantó las caderas en el aire, un nuevo cargo de vida impregnando su miembro.
“Quieres que juegue contigo aquí, ¿cierto?”
La cara de Manon estaba ensombrecida por su sangre. Su boca apretada borboteaba con un apenas contenido frenesí.
“Soy el único, ¿verdad? Soy el único que conoce cuáles son tus lugares favoritos. Soy el único que te folla tal como a ti te gusta. ¿Qué dices, Manon?”
“N—no—te—d—detengas—”
“¿Estás diciendo que por favor no quieres que me detenga?”
“Por favor. Te lo ruego.” Su boca se torció a causa de la tensión. Su voz empapada de deseo llevada hasta el límite de su resistencia.
Esta era su cita de una vez a la semana. El ayuno semanal dejaba a Manon tan muerto de hambre que la idea de dejar las cosas a medio hacer, con su cuerpo ardiendo por más, lo volvía loco.
Kirie se permitió una sonrisa satisfecha. “Dime y te daré lo que quieres. ¿Qué tiene Katze que ver contigo?”
Un escalofrío recorrió la garganta de Manon. Bramó por su frustración animal. Después se relamió los labios y añadió en voz baja, “El maldito viene hasta aquí a comprar furnitures para Eos—”
La razón de Manon y su autocontrol se derrumbaron en la cara de tales encantadoras, lascivas tentaciones. Había revelado lo que nunca debía saberse por fuera de las paredes de Guardián.
Engatusándolo con palabras dulces. Jugando con sus partes privadas. Torturándolo lentamente. Y entonces negándole el placer. Quemando su cuerpo reseco hasta que bailaba incontrolablemente y se retorcía y estremecía. Intoxicado con la droga que era Kirie, Manon sufría cada síntoma del síndrome de abstinencia de un adicto.
“¿Furniture de Eos?” Kirie nunca antes había escuchado esas palabras. Probándolo, Kirie tanteó los músculos carnosos de su excitado compañero. “¿Qué es eso?”
El torso de Manon se sacudió y convulsionó, y Kirie enterró su dedo más profundo.
“Vamos, dímelo.”
Kirie sacó su dedo de forma experta, y la historia de Katze empezó a brotar de Manon como el aire caliente de un fuelle.
El Manon que miraba a la gente por encima del hombro como si fuese su derecho natural—quien presumía hacerlo a su manera sin importar con quien se acostara—ese Manon había desaparecido. Todo lo que se requirió para convertir a Manon en un tonto ninfómano fue que Kirie—menor que él—lo penetrara con los dedos.
Hasta entonces, aunque Manon había permitido que lo felaran, nunca nadie había entrado en él. Estaba allí para heredar la corona del clan Kuger. Y la gente como él no hacía las cosas de esa forma. Dárselo a alguien más era lo suficientemente placentero, pero no lo excitaba así de tanto.
Pero Kirie felándolo otorgaba un significado completamente nuevo al término. Una sensación tan sobrecogedora que sentía que sus entrañas se estuvieran derritiendo. Los escalofríos disparándose a lo largo de su columna en lo que Kirie lamía sus testículos como un perro. Las convulsiones insoportablemente placenteras bailando a lo largo de sus muslos internos mientras Kirie lo pellizcaba juguetonamente con los dientes.
Amaba la forma en que Kirie lo masajeaba tan intensamente allí. El cosquilleo paseaba por su espinazo. Se sentía tan bien que casi no podía soportarlo. Cada estimulación en la punta de su hombría lo dejaba todavía más delirante.
Manon prefería el sexo oral incluso por encima de montar a Kirie y correrse dentro de él. Separaba las piernas, descubría su ingle, y dejaba que Kirie masajeara su paquete y lo babeara. Felándolo y recorriéndolo con su lengua hasta hacerlo correrse. Kirie nunca protestaba, chupándolo hasta dejarlo seco.
El placer no era algo que pudiera alcanzar masturbándose por su cuenta.
Y entonces, habiendo alcanzando la liberación y medio apaciguado, Kirie separaba las nalgas de Manon y empezaba a jugar con su entrada. Embelesado por la dicha—las sensaciones provocadas al tragar los dedos de Kirie suficientes para erizarle el cuerpo—con el tiempo, penetrado y acariciado por los dedos y la polla de Kirie, el placer de unirse con él lo había transportado.
Ahora, torturado por el dedo de Kirie hundido hasta el nudillo, imaginando algo más grande y duro que su dedo—la polla de Kirie penetrándolo—el doloroso pálpito ansioso en su ingle incluso alcazaba a apuñalar la punta de su miembro.
Kirie preguntaba. Y Manon respondía, las palabras roncas saliendo de su entumecida boca.
Como recompensa, Kirie añadía un segundo dedo al que ya tenía dentro, enterrándolo y frotando la tierna carne, causando que Manon elevara las caderas de nuevo en respuesta a las insoportables sensaciones, Kirie lo mantenía abrazado con fuerza.
El entumecedor hormigueo se hundía hasta el fondo de su cerebro. Manon perdía toda noción de lo que su boca estaba diciendo. Kirie se sorprendía tanto por las verdades que esa temblorosa voz le estaba diciendo que se quedaba mudo momentáneamente.
¿Eso—es eso lo que está pasando aquí de verdad? Y sin embargo en ese momento no podía evitar sonreír para sí mismo. ¿Así que el mismísimo Katze Caracortada es el representante de Tanagura? Un escándalo gigante estaba esperando, no había duda al respecto.

Su brillante cara no revelaba ni un trazo del chico que una vez había recogido los sobrados de Bison. Todo lo que restaba eran los duros y ávidos ojos de la ambición personal.