sábado, 27 de enero de 2018

AnK - Volumen 6, Prólogo

Midas. Área 4 (Ainis).
El gran patio botánico era prueba de lo que la aclamada industria biotecnológica de Tanagura podía lograr si se le daba rienda suelta. Cada sección del parque contaba con diferentes especies de árboles y coloridas flores. Una gran variedad de mariposas e insectos y aves revoloteaban tranquilamente. De los generadores de iones negativos emergían suaves brisas que acariciaban la piel. Era un jardín paradisíaco.
La incansable ciudad de Midas tenía más para ofrecer al visitante que el continuo brillo chillón de las luces de neón que emanaban de los Cuarteles del Placer. Este recinto era clave entre sus muchas otras instalaciones de entretenimiento, donde el fiestero agotado podía descansar y recobrar sus fuerzas.

Ya estaba bien entrada la tarde. Iason y Katze paseaban por uno de los muchos caminos floreados que atravesaban aquel parque. Lucían como un par de hombres de negocios escapando del bullicio del día en aquel tranquilo entorno para tomarse un respiro. Excepto que la apariencia de uno de ellos resultaba un tanto distinta de lo ordinario.
Aunque las gafas de Iason le cubrieran la mitad del rostro, no disminuían el impacto de su hermoso rostro rodeado por su brillante cabellera dorada. Su cuerpo había sido diseñado a la justa medida del artista, y estaba ataviado de un uniforme engañosamente simplista que representaba la más alta moda entre las élites. La combinación captaba las miradas a un punto extenuante.  La sensación de la presencia de Iason era tan abrumadora que convertía al caracortada de Katzequien le seguía de cerca a su lado como una sombraen tan solo un pensamiento secundario.
La vibra poderosa que desprendía la imagen era cautivante. Quienes pasaban se sentían obligados a detenerse y mirarlo, a inhalar con fuerza y exclamar: ¡Un blondie de Tanagura!
Dicha exclamación iba acompañada de algo más que anhelo. Sin embargo, nadie se atrevía a entorpecer el refinado andar de Iason y Katze en lo que deambulaban por el parque. Ambos eran ajenos a los murmullos que despertaban a su paso.
“¿Sigues sin poder dar con el paradero de Kirie?” preguntó Iason.
Katze era capaz de detectar mejor que nadie hasta el más ínfimo cambio en el tono de voz de Iason, aunque fuera en una sola palabra. Pero, como siempre, Iason había hablado tan tranquila y pausadamente como la mañana de un día de verano.
“Lo siento,” se disculpó Katze. Y entonces añadió resumiendo de manera concisa lo que sabía, “Hemos realizado una búsqueda implacable en cada rincón en que pudiera encontrarse. La pandilla que frecuentaba no sabe nada.”
“¿De modo que la incursión de la División de seguridad pública fue en vano?”
“No necesariamente. Cruzar la frontera limitó el número de lugares en que Kirie pudiera esconderse. Gracias a él, la versión de que los barrios bajos son territorio intocable ha sido desmantelada. Con esto podemos permitirnos desplegar disuasorios adicionales contra los mestizos, junto con campañas publicitarias de Midas.”
Katze hablaba directo y con claridad. No albergaba ninguna clase de sentimientos hacia su propio hogar. Tenía raíces en Guardián y Ceres, pero a la edad de trece años, había sido disminuido a ser un eunuco y un “furniture” en Eos. No solo había perdido su habilidad para reproducirse, sino su capacidad de empatizar con la fragilidad de las emociones humanas. Hasta la más remota sensación de nostalgia era ajena a él. Sabía muy bien que Guardián era tan solo un paraíso contaminado.
En lugar de pudrirse en la fétida jaula que eran los barrios bajos, Katze había neutralizado sus emociones y se había convertido en la extensión perfecta de Eos, cuyo fin último sería ser desechado para oxidarse sin uso alguno junto al resto de los desperdicios. En cambio, el destino de Katze era dar vuelta a eso en su mente y retirarse del Mercado Negro como el perro fiel de Iason.
Katze había cometido el más letal acto de traición del que un Furniture era capaz, y sin embargo, se le había concedido la clemencia de acuerdo a los deseos de su dueño. Y aquello había sido posible a pesar de los reparos de los colegas de Iason, quien veía la vida a través de los lentes de la meritocracia estricta. Consideraban la decisión de Iason equivalente a haber elegido de entre la basura.
Aunque considerarse “afortunado” no era acertado. Había sido el destino dando un giro inesperado dejando a Katze en esa posición. Dada la situación en que se encontraba, Katze contaba con el intelecto suficiente para analizar toda la información proveniente de los barrios bajos y comprender la mera esencia de su realidad. Pero mover las piezas de ajedrez a lo largo de un tablero no bastaba.
Los tórridos e ignominiosos mestizos era un montón de escoria degenerada de machos. El sentido común y los valores no eran compatibles. Riesgos poco naturales se daban, por supuesto. Su falta de experiencia, lo que su cabeza podía comprender, en ultimas, servía para poco más que sacar precipitadas conclusiones.
Cuando Riki se había convertido en un mensajero bajo la tutela de Katze, esa cruda verdad había sido forzada dentro de él. Había llegado a entender la naturaleza y carácter de los mestizos que nunca había experimentado en carne propia.
Aunque ese podría haber sido el único valor de la existencia de Riki, Riki había sacudido la completa identidad de Katze—para bien o para mal, más allá de las expectativas, penetrando hasta las emociones dormidas dentro de su alma. Si bien era diferente de la manera en que el mismo Iason se había apegado a Riki, Katze no podía esperar librarse de la misma condena.
Si tan solo Katze hubiera tomado una decisión diferente en aquel entonces, las cosas habrían sido muy distintas. Cinco años después y seguía pesándole, como una herida abierta.
Los pensamientos daban vueltas en su cabeza en un bucle sin fin, sin encontrar nunca descanso. Esos sentimientos debían haber sido erradicados hacía mucho tiempo. Y sin embargo—Katze seguía sin sentirse culpable por buscar a Kirie.
“En otras palabras, mejor desviar la atención hacia los embrollos con Midas en lugar de esos torpemente colados asuntos en Guardián,” dijo Iason.
A pesar de la ironía, Katze no percibió desaprobación por parte de Iason. Aunque no se trataba de un elogio en realidad, eso era lo más cercano que Iason llegaba en cuanto a expresar sus sentimientos.
“Una incursión por parte de los guardias de Midas tuvo un impacto mayor de lo que habría tenido si hubiese sido la policía de Ceres.”
Lo que Kirie había visto en Guardián podía cambiarlo todo en Ceres. Pero si podían cebar el suficiente odio en los barrios bajos y hacer de Kirie su chivo expiatorio, entonces los mestizos se apresurarían a entregarlo.
Existían personas que estuvieran dispuestas a arriesgarse por ayudar, de haberse topado con alguien con la información del calibre que Kirie tenía en su poder. Pero solo con otorgar una excusa a los Siniestros para empezar a invadir los barrios bajos, los mestizos hablarían.
Tomando en consideración aquello que sirviera más para balancear el poder entre Midas y Ceres, era la mejor estrategia.
En los barrios bajos, la envidia hacia los ganadores iba más allá de los celos. Aquellos que se esforzaban por salir adelante, eran rechazados, y en los barrios bajos eran considerados meros Cockers apaleados. Pero Riki, el hereje en medio de ellos, había declinado el titulo. Riki era algo más que solo otro ‘perro apaleado’.
“Has hecho un buen trabajo sintetizando la situación, pero estos disuasivos no serán de mucha utilidad si no nos entregan a Kirie,” dijo Iason.
En algún punto, corriendo de un lugar a otro, la suerte de Kirie se agotaría. Los soplones potenciales sopesarían los pros y contras. No podía negarse el poder de la información fresca, pero a veces la habilidad de poner vidas en la balanza probaba ser una jugada triunfante. No importaba cuán grande se creyera un ricachón, no valía demasiado si era incapaz de considerar esas variables dentro de la ecuación.
Aunque en este caso estaban hablando de un mocoso estúpido sin consciencia. Si Kirie no buscaba un comprador de la información que poseía, entonces no tenía defensa. En cuanto a Katze respectaba, Kirie solo había tenido suerte de no haberse metido en problemas mucho antes. Kirie era un principiante que no tenía idea de a qué debía tenerle miedo.
“¿Qué hay de las viejas minas de Dana-Burn?” inquirió Iason.
“Se encuentra fuera de los límites para los residentes de los barrios bajos. Aunque Kirie tuviera ganas de suicidarse, no iría allí.”
“Me preguntaba si los sistemas de seguridad interna antiguos de cuando Ceres declaró su independencia siguen en funcionamiento.”
Dana-Burn había sido alguna vez un santuario para aquellos que se oponían a Midas. Ahora era un artefacto olvidado. Se había hecho muy grande y requería de mucho capital como para ser vendido. Así que permanecía allí, olvidado. Las guías se habían borrado hacía mucho de modo que resultaba ahora un laberinto del cual nadie que entrara, escapaba con vida.
“Aparte de Bison, ¿no hay nadie más a quien Kirie pudiera recurrir?” preguntó Iason.
“Nadie que me resulte familiar, señor.”
“¿Amantes? ¿Amigos?”
“Era propenso a jactarse de que solo tenía lo mejor de lo mejor.”
La boca de Iason se apretó en una sonrisa burlesca.
“El hijo de Kuger.”
“Correcto.”
“Bueno, por lo menos apuntó alto,” dijo Iason despreocupadamente.
La primera vez que Katze había oído sobre ello, la revelación lo había dejado sin palabras. El chiquillo ‘especial’ que nunca había puesto un pie fuera del corrupto Edén—el hijo protegido de aquellos que mantenían las llaves de la hegemonía de Guardián—una orquídea criada en un invernadero.
El vástago del Clan Kuger creía que todos, por naturaleza, debían inclinarse ante él. El lamentable producto de su propia arrogancia, Manon quien siendo un cascarón vacío tenía orgullo para dar y tomar, había caído bajo los encantos de Kirie.
Katze estaba impresionado. Había pensado que se trataba de una broma al principio. ¿Cómo lo había logrado Kirie? ¿Le había susurrado cosas dulces al oído? ¿Le había ofrecido a Manon su cuerpo? Katze no podía dar con la respuesta. ¿Qué tenía Kirie para brindar? ¿Qué poder poseía?
Entre más le daba vueltas a la pregunta, más concluía Katze de que la estupidez de Manon era incluso peor de lo que había pensado. El animal humano era una criatura misteriosa que desafiaba toda lógica y sentido común.
“Es difícil creer que Kirie tenía tal poder sobre Manon, que consiguió que lo llevase  a las profundidades de Guardián,” dijo Katze.
Difícil de creer. Y si Katze lo pensaba, las noticias debían haber impactado a Guardián mucho peor.
“Más allá de los agujeros en su seguridad saliendo a flote, su capacidad de manejar una crisis demuestra ser insuficiente,” continuó Katze.
A pesar de la influencia de Tanagura, Guardián no tenía competencia, ni enemigos naturales. Quizás a eso se remontaba el problema.
“La sangre empieza a estancarse, ¿no te parece?” preguntó Iason. “Quizás la hegemonía de Guardián necesite de una infusión de sangre nueva.”
Katze no podía inferir del tono de voz de Iason todo lo que sus palabras conllevaban. Sabía que dicho incidente asustaba a los representantes del clan que lideraba Guardián. El temido Blondie que llevaba las riendas del mercado negro odiaba la incompetencia y la torpeza. La situación no era el resultado de un error inocente, sino el producto de un descuido muy grave. Tanagura no podía pasarlo por alto.
Con propósitos consumistas, Ceres había sido designada una región autónoma especial independiente de Midas, purgada de los mapas oficiales. Al ser en realidad nada más que una granja gigante de bioingeniería, era preferible que un Blondie no se involucrara directamente. Por esa razón, tenía sentido que fuera Katze el enlace entre ambas partes.
“¿Qué ha sido del chico de Kuger?” quiso saber Iason.
“Semejante trauma le va a generar el grado más alto de locura. Ni toda la psicoterapia del universo le va a recuperar la mente,” dijo Katze, recordando como Manon lo había insultado de frente.
“Como es de esperarse, una flor de invernadero es un espécimen frágil,” dijo Iason, pero, ¿en quién estaba pensando al expresar tan abiertamente sus sentimientos? Katze no necesitaba preguntar. “¿Y qué tiene Kuger para decir?”
“Lamenta que Manon no haya sido supervisado de manera apropiada. Pero sea cual sea el castigo que hayan decidido darle, el secreto ya se ha dispersado por todas partes.”
Quizás sorprendido por la repentina claridad de la, de lo contrario, cortante respuesta del Katze dubitativo, Iason se detuvo y lo miró.
“¿Qué es esto? ¿Hay algo de lo que no deba enterarme?”
“No. Solo que la cabeza de Guardián parece más preocupado por el estado de su hijo que de la gravedad de la situación en la que se encuentra.”
“¿Dudas de que el amor de Kuger por su hijo sería el mismo de haberla liado este lo suficiente como para echar abajo el clan completo?”
Por un momento, los ojos de Katze se abrieron a todo lo que daban. Le dio la sensación de haber oído a Iason decir algo que nunca había escuchado antes o volvería a escuchar otra vez. Un segundo después comenzó a dudar de que Iason tan siquiera hubiera dicho algo.
Iason levantó una ceja. “¿Se te hace muy extraño?”
“¿Qué cosa?”
“Qué haya usado la palabra amor.”
“Pues—Bueno—no—no en realidad—” tartamudeó Katze demasiado nervioso. Su corazón latía violentamente en su pecho.
Pero a pesar de eso—
“¿Estaba Kirie emparejado con alguien aparte del chico de Kuger?” La voz flemática de Iason trajo a Katze de vuelta a la realidad.
“No,” dijo Katze con la voz un poco ronca. Carraspeó una tos para sí mismo. No era el momento de distraerse. Se reprendió a sí mismo y endureció su resolución.
“¿Asumo que las ambiciones de Kirie eran más importantes para él que el sexo?” preguntó Iason.
“Sospecho que lo veía solo como un medio para un fin.”
Katze no podía decir nada de alguien tan ingenuo como Manon, pero no podía imaginarse al escalador social de Kirie formando relaciones románticas estables.
“Pero aun poseyendo una ambición tan ciega, hay barreras impasables,” dijo Katze.
“¿Te refieres a Riki?”
En lugar de asentir, Katze se quedó callado. Le dejaba todos los asuntos que comprometieran a Riki, a Iason. Aunque Riki y Kirie no tuvieran nada en común, la simple verdad era que la única persona en torno a la cual giraba todo era Iason. Y dicho giro en los eventos seguramente había atrapado a Katze por sorpresa también.
“Para salir adelante, Kirie vendería su orgullo sin dudar por un instante. Riki preferiría lanzarse de cabeza al vacío antes que hacer lo mismo. Esa diferencia equivale a una barrera impasable.” Dijo Iason.
Una copia mal hecha.
Al final, la imitación no había conseguido superar la original. Eso resumía todo en el esperado producto final. O tal vez era equivocado poner a Riki y Kirie en la misma oración al hablar.
Kirie había creído que de habérsele dado la misma oportunidad que a Riki, habría terminado en la cima. Pero Riki había pagado sus deudas con las consecuentes cicatrices. Esa era una cosa muy distinta a Kirie simplemente mordiendo el anzuelo.
Salir adelante.
Katze dudaba que Kirie pudiera tan siquiera imaginar el verdadero significado de  ‘estar preparado’.
“Amo Iason—”
“¿Qué pasa?”
“¿Sabía usted que el centro policial de Midas tuvo acceso a los registros de Riki al utilizar un código de acceso prioritario?”
“Me enteré.”
“Pudieron haber descubierto el registro de mascota de Riki y el hecho de que fue liberado de vuelta a los barrios bajos.”
“No interesa,” respondió bruscamente Iason. “Es un mestizo. La Ley de Mascotas solo aplica a aquellas que poseen número de serie registrado en Midas. Las razas especiales están exentas.”
Bajo circunstancias normales, dicha excusa sería considerada un disparate. Katze había visto a Iason jugar tantas veces y tan a menudo esa carta de “excepción” que solo podía mirar y suspirar.
“Además, todo registro al cual hubiese tenido acceso la MPC ha sido eliminado.”
O sea, que la MPC había averiguado que el código especial indicaba que el dueño de Riki era un Blondie. No importaba cuan temidos fueran los Siniestros en Midas, sabían que había personas con un poder mayor a quienes debían responder.
En la galaxia entera, solo un mestizo podía ser tan ignorante como para desestimar el poder y la autoridad de la élite de Tanagura. Como el ciudadano de un mundo pervertido segregado del resto de la existencia, Riki podía mirar a Iason a los ojos sin sentir miedo.
En ese momento, Iason levantó ligeramente la mirada. “Me imagino que lo pasaron en grande con él.”
Katze notó que Iason miraba en una dirección en particular y estuvo de acuerdo con su suposición. Iason era un Blondie, en lo más alto de la cima del poder de Tanagura. Si se le antojaba, sus ojos podían ver donde quisiera en tiempo real.
“Porque es tan solo un mestizo,” dijo Katze.
Eso era lo que le pasaba a un mestizo cuando los Siniestros le ponían las manos encima. Un mestizo que pisaba su territorio era solo una cucaracha. Nadie necesitaba permiso para aplastar una bajo sus pies.
Ni la Comisión de Derechos Humanos de la Mancomunidad Galáctica oponía peros ante la inexistencia de Ceres. Toda su filosofía y palabrerío sofisticado no significaba nada ante el poder asombroso de Tanagura.
Cuando los Siniestros habían sido enviados, Katze había supuesto que Iason había aprobado tácitamente aquella consecuencia inevitable. Pero el enojo que a Iason le provocaba el hecho de que la gente se tomara por sentado su propiedad, le ganaba a su lógica.
Katze no había anticipado que los Siniestros se atreverían a llevar a Riki a la MPC desde los barrios bajos. Qué accedieran a sus datos personales había sido otro acontecimiento inesperado.
La misión de los Siniestros era rastrear y aprehender a Kirie, no arrastrar a la pandilla completa a sus cuarteles para interrogarles. Pero como se trataba de mestizos, no tenían que preocuparse de seguir los protocolos. Solo debían intimidar y amenazar hasta que alguien abriera la boca.
Y sin embargo, Riki había acabado en la MPC. ¿Por qué? El resto de la pandilla había sido interrogada a las malas en el sitio. No se habían molestado en llevarlos consigo a la estación.
Los niños de los Barrios bajos se aventuraban en las noches de Midas para zafarse de la opresiva atmosfera de Ceres y dar un respiro. Robaban las tarjetas de crédito a unos cuantos turistas y las vendían—pero no era gran cosa. Solo era un poco de cambio para conseguir drogas y alcohol. Esa era la vida en los barrios bajos.
Los mestizos eran insectos, y de tal manera eran exterminados. Los Siniestros los consideraban “Bichos que ser aplastados”. No era necesario revisar archivos personales. No valía la molestía.
En los barrios bajos, se creía que cuando un mestizo metía la pata y era pillado por los Siniestros, su nombre era reportado a una lista negra. La verdad era que los Siniestros ni se molestaban con eso. Se divertían un poco y luego arrojaban los restos de la persona a la basura. Nadie preguntaba razones, nadie ofrecía excusas. La basura no necesitaba ninguna de las dos.

Pero solo Riki era distinto.
Katze no tenía que intentarlo demasiado para imaginarse la clase de trato que le habían dado en la MPC.
Un tono de voz que no revelaba una pizca desprovista de arrogancia—un insolente de ojos negros incapaz de congraciarse el favor de nadie—Katze sabía como un hombre podía cavar su propia tumba sin darse cuenta.
Riki el Siniestro. El ángel destructor—cuán acertado resultaba apodo. Esa era la parte más sencilla de entender en Riki. Para bien o para mal, había algo en Riki que hacía exhaltar a otros hombres. Era una bestia misteriosa y no podían evitar tratar de alcanzarlo para tocarle. Iason lo había hecho al igual que Katze. Habían cedido a esa necesidad de diferentes formas, razones y con implicaciones muy diferentes. Kirie también había sentido el impulso, tan fuertemente que se había desviado del camino.
Si Riki hubiera sabido que semejantes cosas se comentaban a sus espaldas, habría enloquecido de rabia sin duda. Había algo más en él que sencillamente no le permitía acentir y seguir como si nada ante ciertas cosas.
De cierta forma, el orgullo inquebrantable de los Siniestros habría hecho de Riki el juguete perfecto para jugar, un trofeo para exhibir en la pared. Pero después de haberse salido con la suya con él, darse cuenta de que era la mascota de un Blondie debió haberles dejado la garganta seca.
Qué un mestizo fuera una mascota era algo inimaginable. No menos que el que su dueño fuera un Blondie. Pero la realidad era esa.
Sin mediar palabra, los registros de Riki fueron borrados de la base de datos, no porque les preocupara la élite de Tanagura, sino por puro miedo hacia el poderoso Blondie.
Se encontraban al filo de la cuchilla. Había lugares en el mundo en los que una persona sensible no se adentraba jamás, preguntas que no se hacían sin saber de antemano la respuesta. La decisión del jefe de los Siniestros había sido terminante, le pesara a quien le pesara.
“¿Cómo deberíamos proceder entonces?” inquirió Katze.
“¿Cómo, de hecho?” Iason hizo una pausa, y entonces dictó sus órdenes con su característica flemática voz. “Indaga más, no dejes una sola carta al cubierto. Puede que ese chiquillo tenga aliados en la policía que estén reteniendo información en busca de algún beneficio.”
“¿Alguna sugerencia sobre qué método pudiera ser el más apropiado?”
Por el momento, era mejor estar seguro que lamentarse. Katze quería asegurarse de que tanto él como Iason pensaban igual. Aunque siempre era así.
“Lo dejo en tus manos. Solo asegúrate de que consiga esa información, no importa cuán trivial pueda parecerte.”
El rostro tranquilo e imperturbable de Iason no reveló cavilación alguna. Su increíble apego hacia Riki era innegable, y sin embargo hablaba de manera que separaba completamente su vida pública de la privada—la voz del emperador del Mercado negro, infundida de dignidad y autoridad.
“Entendido,” dijo Katze e hizo una profunda reverencia. Haría lo que debiera hacer a toda costa.