Midas. Área 4 (Ainis).
El gran patio botánico era prueba de lo que la
aclamada industria biotecnológica de Tanagura podía lograr si se le daba rienda
suelta. Cada sección del parque contaba con diferentes especies de árboles y
coloridas flores. Una gran variedad de mariposas e insectos y aves revoloteaban
tranquilamente. De los generadores de iones negativos emergían suaves brisas
que acariciaban la piel. Era un jardín paradisíaco.
La
incansable ciudad de Midas tenía más para ofrecer al visitante que el continuo
brillo chillón de las luces de neón que emanaban de los Cuarteles del Placer. Este
recinto era clave entre sus muchas otras instalaciones de entretenimiento, donde
el fiestero agotado podía descansar y recobrar sus fuerzas.
Ya
estaba bien entrada la tarde. Iason y Katze paseaban por uno de los muchos
caminos floreados que atravesaban aquel parque. Lucían como un par de hombres
de negocios escapando del bullicio del día en aquel tranquilo entorno para
tomarse un respiro. Excepto que la apariencia de uno de ellos resultaba un
tanto distinta de lo ordinario.
Aunque las gafas de Iason le cubrieran la mitad del
rostro, no disminuían el impacto de su hermoso rostro rodeado por su brillante
cabellera dorada. Su cuerpo había sido diseñado a la justa medida del artista,
y estaba ataviado de un uniforme engañosamente simplista que representaba la
más alta moda entre las élites. La combinación captaba las miradas a un punto
extenuante. La sensación de la presencia
de Iason era tan abrumadora que convertía al caracortada de Katze—quien le seguía de cerca a su lado como
una sombra—en tan solo un pensamiento
secundario.
La vibra poderosa que desprendía la imagen era cautivante.
Quienes pasaban se sentían obligados a detenerse y mirarlo, a inhalar con
fuerza y exclamar: ¡Un blondie de
Tanagura!
Dicha exclamación iba acompañada de algo más que
anhelo. Sin embargo, nadie se atrevía a entorpecer el refinado andar de Iason y
Katze en lo que deambulaban por el parque. Ambos eran ajenos a los murmullos
que despertaban a su paso.
“¿Sigues sin poder dar con el paradero de Kirie?”
preguntó Iason.
Katze era capaz de detectar mejor que nadie hasta el
más ínfimo cambio en el tono de voz de Iason, aunque fuera en una sola palabra.
Pero, como siempre, Iason había hablado tan tranquila y pausadamente como la
mañana de un día de verano.
“Lo siento,” se disculpó Katze. Y entonces añadió
resumiendo de manera concisa lo que sabía, “Hemos realizado una búsqueda
implacable en cada rincón en que pudiera encontrarse. La pandilla que frecuentaba
no sabe nada.”
“¿De modo que la incursión de la División de
seguridad pública fue en vano?”
“No necesariamente. Cruzar la frontera limitó el número
de lugares en que Kirie pudiera esconderse. Gracias a él, la versión de que los
barrios bajos son territorio intocable ha sido desmantelada. Con esto podemos
permitirnos desplegar disuasorios adicionales contra los mestizos, junto con
campañas publicitarias de Midas.”
Katze hablaba directo y con claridad. No albergaba
ninguna clase de sentimientos hacia su propio hogar. Tenía raíces en Guardián y
Ceres, pero a la edad de trece años, había sido disminuido a ser un eunuco y un
“furniture” en Eos. No solo había perdido su habilidad para reproducirse, sino
su capacidad de empatizar con la fragilidad de las emociones humanas. Hasta la
más remota sensación de nostalgia era ajena a él. Sabía muy bien que Guardián
era tan solo un paraíso contaminado.
En lugar de pudrirse en la fétida jaula que eran los
barrios bajos, Katze había neutralizado sus emociones y se había convertido en la
extensión perfecta de Eos, cuyo fin último sería ser desechado para oxidarse
sin uso alguno junto al resto de los desperdicios. En cambio, el destino de
Katze era dar vuelta a eso en su mente y retirarse del Mercado Negro como el
perro fiel de Iason.
Katze había cometido el más letal acto de traición
del que un Furniture era capaz, y sin embargo, se le había concedido la
clemencia de acuerdo a los deseos de su dueño. Y aquello había sido posible a
pesar de los reparos de los colegas de Iason, quien veía la vida a través de
los lentes de la meritocracia estricta. Consideraban la decisión de Iason
equivalente a haber elegido de entre la basura.
Aunque considerarse “afortunado” no era acertado.
Había sido el destino dando un giro inesperado dejando a Katze en esa posición.
Dada la situación en que se encontraba, Katze contaba con el intelecto
suficiente para analizar toda la información proveniente de los barrios bajos y
comprender la mera esencia de su realidad. Pero mover las piezas de ajedrez a
lo largo de un tablero no bastaba.
Los tórridos e ignominiosos mestizos era un montón
de escoria degenerada de machos. El sentido común y los valores no eran
compatibles. Riesgos poco naturales se daban, por supuesto. Su falta de
experiencia, lo que su cabeza podía comprender, en ultimas, servía para poco
más que sacar precipitadas conclusiones.
Cuando Riki se había convertido en un mensajero bajo
la tutela de Katze, esa cruda verdad había sido forzada dentro de él. Había
llegado a entender la naturaleza y carácter de los mestizos que nunca había
experimentado en carne propia.
Aunque ese podría haber sido el único valor de la
existencia de Riki, Riki había sacudido la completa identidad de Katze—para bien o para mal, más allá de las expectativas,
penetrando hasta las emociones dormidas dentro de su alma. Si bien era
diferente de la manera en que el mismo Iason se había apegado a Riki, Katze no
podía esperar librarse de la misma condena.
Si tan solo Katze hubiera tomado una decisión
diferente en aquel entonces, las cosas habrían sido muy distintas. Cinco años
después y seguía pesándole, como una herida abierta.
Los pensamientos daban vueltas
en su cabeza en un bucle sin fin, sin encontrar nunca descanso. Esos sentimientos
debían haber sido erradicados hacía mucho tiempo. Y sin embargo—Katze seguía
sin sentirse culpable por buscar a Kirie.
“En otras palabras, mejor
desviar la atención hacia los embrollos con Midas en lugar de esos torpemente colados
asuntos en Guardián,” dijo Iason.
A pesar de la ironía, Katze no
percibió desaprobación por parte de Iason. Aunque no se trataba de un elogio en
realidad, eso era lo más cercano que Iason llegaba en cuanto a expresar sus
sentimientos.
“Una incursión por parte de los
guardias de Midas tuvo un impacto mayor de lo que habría tenido si hubiese sido
la policía de Ceres.”
Lo que Kirie había visto en
Guardián podía cambiarlo todo en Ceres. Pero si podían cebar el suficiente odio
en los barrios bajos y hacer de Kirie su chivo expiatorio, entonces los mestizos
se apresurarían a entregarlo.
Existían personas que estuvieran
dispuestas a arriesgarse por ayudar, de haberse topado con alguien con la información
del calibre que Kirie tenía en su poder. Pero solo con otorgar una excusa a los
Siniestros para empezar a invadir los barrios bajos, los mestizos hablarían.
Tomando en consideración
aquello que sirviera más para balancear el poder entre Midas y Ceres, era la
mejor estrategia.
En los barrios bajos, la
envidia hacia los ganadores iba más allá de los celos. Aquellos que se
esforzaban por salir adelante, eran rechazados, y en los barrios bajos eran considerados
meros Cockers apaleados. Pero Riki, el hereje en medio de ellos, había
declinado el titulo. Riki era algo más que solo otro ‘perro apaleado’.
“Has hecho un buen trabajo sintetizando la
situación, pero estos disuasivos no serán de mucha utilidad si no nos entregan
a Kirie,” dijo Iason.
En algún punto, corriendo de un lugar a otro, la
suerte de Kirie se agotaría. Los soplones potenciales sopesarían los pros y
contras. No podía negarse el poder de la información fresca, pero a veces la
habilidad de poner vidas en la balanza probaba ser una jugada triunfante. No
importaba cuán grande se creyera un ricachón, no valía demasiado si era incapaz
de considerar esas variables dentro de la ecuación.
Aunque en este caso estaban hablando de un mocoso
estúpido sin consciencia. Si Kirie no buscaba un comprador de la información
que poseía, entonces no tenía defensa. En cuanto a Katze respectaba, Kirie solo
había tenido suerte de no haberse metido en problemas mucho antes. Kirie era un
principiante que no tenía idea de a qué debía tenerle miedo.
“¿Qué hay de las viejas minas de Dana-Burn?”
inquirió Iason.
“Se encuentra fuera de los límites para los residentes
de los barrios bajos. Aunque Kirie tuviera ganas de suicidarse, no iría allí.”
“Me preguntaba si los sistemas de seguridad interna
antiguos de cuando Ceres declaró su independencia siguen en funcionamiento.”
Dana-Burn había sido alguna vez un santuario para
aquellos que se oponían a Midas. Ahora era un artefacto olvidado. Se había
hecho muy grande y requería de mucho capital como para ser vendido. Así que
permanecía allí, olvidado. Las guías se habían borrado hacía mucho de modo que
resultaba ahora un laberinto del cual nadie que entrara, escapaba con vida.
“Aparte de Bison, ¿no hay nadie más a quien Kirie
pudiera recurrir?” preguntó Iason.
“Nadie que me resulte familiar, señor.”
“¿Amantes? ¿Amigos?”
“Era propenso a jactarse de que solo tenía lo mejor
de lo mejor.”
La boca de Iason se apretó en una sonrisa burlesca.
“El hijo de Kuger.”
“Correcto.”
“Bueno, por lo menos apuntó alto,” dijo Iason
despreocupadamente.
La primera vez que Katze había oído sobre ello, la
revelación lo había dejado sin palabras. El chiquillo ‘especial’ que nunca
había puesto un pie fuera del corrupto Edén—el
hijo protegido de aquellos que mantenían las llaves de la hegemonía de Guardián—una
orquídea criada en un invernadero.
El vástago del Clan Kuger creía que todos, por
naturaleza, debían inclinarse ante él. El lamentable producto de su propia
arrogancia, Manon quien siendo un cascarón vacío tenía orgullo para dar y
tomar, había caído bajo los encantos de Kirie.
Katze estaba impresionado. Había pensado que se
trataba de una broma al principio. ¿Cómo lo había logrado Kirie? ¿Le había
susurrado cosas dulces al oído? ¿Le había ofrecido a Manon su cuerpo? Katze no
podía dar con la respuesta. ¿Qué tenía Kirie para brindar? ¿Qué poder poseía?
Entre más le daba vueltas a la pregunta, más
concluía Katze de que la estupidez de Manon era incluso peor de lo que había
pensado. El animal humano era una criatura misteriosa que desafiaba toda lógica
y sentido común.
“Es difícil creer que Kirie tenía tal poder sobre
Manon, que consiguió que lo llevase a
las profundidades de Guardián,” dijo Katze.
Difícil de creer. Y si Katze lo pensaba, las
noticias debían haber impactado a Guardián mucho peor.
“Más allá de los agujeros en su seguridad saliendo a
flote, su capacidad de manejar una crisis demuestra ser insuficiente,” continuó
Katze.
A pesar de la influencia de Tanagura, Guardián no
tenía competencia, ni enemigos naturales. Quizás a eso se remontaba el
problema.
“La sangre empieza a estancarse, ¿no te parece?”
preguntó Iason. “Quizás la hegemonía de Guardián necesite de una infusión de
sangre nueva.”
Katze no podía inferir del tono de voz de Iason todo
lo que sus palabras conllevaban. Sabía que dicho incidente asustaba a los
representantes del clan que lideraba Guardián. El temido Blondie que llevaba
las riendas del mercado negro odiaba la incompetencia y la torpeza. La
situación no era el resultado de un error inocente, sino el producto de un
descuido muy grave. Tanagura no podía pasarlo por alto.
Con propósitos consumistas, Ceres había sido
designada una región autónoma especial independiente de Midas, purgada de los
mapas oficiales. Al ser en realidad nada más que una granja gigante de
bioingeniería, era preferible que un Blondie no se involucrara directamente.
Por esa razón, tenía sentido que fuera Katze el enlace entre ambas partes.
“¿Qué ha sido del chico de Kuger?” quiso saber
Iason.
“Semejante trauma le va a generar el grado más alto
de locura. Ni toda la psicoterapia del universo le va a recuperar la mente,”
dijo Katze, recordando como Manon lo había insultado de frente.
“Como es de esperarse, una flor de invernadero es un
espécimen frágil,” dijo Iason, pero, ¿en quién estaba pensando al expresar tan
abiertamente sus sentimientos? Katze no necesitaba preguntar. “¿Y qué tiene Kuger para decir?”
“Lamenta que Manon no haya sido
supervisado de manera apropiada. Pero sea cual sea el castigo que hayan
decidido darle, el secreto ya se ha dispersado por todas partes.”
Quizás sorprendido por la
repentina claridad de la, de lo contrario, cortante respuesta del Katze
dubitativo, Iason se detuvo y lo miró.
“¿Qué es esto? ¿Hay algo de lo
que no deba enterarme?”
“No. Solo que la cabeza de
Guardián parece más preocupado por el estado de su hijo que de la gravedad de
la situación en la que se encuentra.”
“¿Dudas de que el amor de Kuger
por su hijo sería el mismo de haberla liado este lo suficiente como para echar
abajo el clan completo?”
Por un momento, los ojos de
Katze se abrieron a todo lo que daban. Le dio la sensación de haber oído a
Iason decir algo que nunca había escuchado antes o volvería a escuchar otra vez.
Un segundo después comenzó a dudar de que Iason tan siquiera hubiera dicho
algo.
Iason levantó una ceja. “¿Se te
hace muy extraño?”
“¿Qué cosa?”
“Qué haya usado la palabra amor.”
“Pues—Bueno—no—no en realidad—”
tartamudeó Katze demasiado nervioso. Su corazón latía violentamente en su
pecho.
Pero a pesar de eso—
“¿Estaba Kirie emparejado con
alguien aparte del chico de Kuger?” La voz flemática de Iason trajo a Katze de
vuelta a la realidad.
“No,” dijo Katze con la voz un
poco ronca. Carraspeó una tos para sí mismo. No era el momento de distraerse.
Se reprendió a sí mismo y endureció su resolución.
“¿Asumo que las ambiciones de
Kirie eran más importantes para él que el sexo?” preguntó Iason.
“Sospecho que lo veía solo como
un medio para un fin.”
Katze no podía decir nada de
alguien tan ingenuo como Manon, pero no podía imaginarse al escalador social de
Kirie formando relaciones románticas estables.
“Pero aun poseyendo una
ambición tan ciega, hay barreras impasables,” dijo Katze.
“¿Te refieres a Riki?”
En lugar de asentir, Katze se
quedó callado. Le dejaba todos los asuntos que comprometieran a Riki, a Iason.
Aunque Riki y Kirie no tuvieran nada en común, la simple verdad era que la
única persona en torno a la cual giraba todo era Iason. Y dicho giro en los
eventos seguramente había atrapado a Katze por sorpresa también.
“Para salir adelante, Kirie
vendería su orgullo sin dudar por un instante. Riki preferiría lanzarse de
cabeza al vacío antes que hacer lo mismo. Esa diferencia equivale a una barrera
impasable.” Dijo Iason.
Una copia mal hecha.
Al final, la imitación no había
conseguido superar la original. Eso resumía todo en el esperado producto final.
O tal vez era equivocado poner a Riki y Kirie en la misma oración al hablar.
Kirie había creído que de habérsele
dado la misma oportunidad que a Riki, habría terminado en la cima. Pero Riki
había pagado sus deudas con las consecuentes cicatrices. Esa era una cosa muy
distinta a Kirie simplemente mordiendo el anzuelo.
Salir adelante.
Katze dudaba que Kirie pudiera
tan siquiera imaginar el verdadero significado de ‘estar preparado’.
“Amo Iason—”
“¿Qué pasa?”
“¿Sabía usted que el centro
policial de Midas tuvo acceso a los registros de Riki al utilizar un código de
acceso prioritario?”
“Me enteré.”
“Pudieron haber descubierto el
registro de mascota de Riki y el hecho de que fue liberado de vuelta a los
barrios bajos.”
“No interesa,” respondió
bruscamente Iason. “Es un mestizo. La Ley de Mascotas solo aplica a aquellas
que poseen número de serie registrado en Midas. Las razas especiales están
exentas.”
Bajo circunstancias normales, dicha
excusa sería considerada un disparate. Katze había visto a Iason jugar tantas
veces y tan a menudo esa carta de “excepción” que solo podía mirar y suspirar.
“Además, todo registro al cual
hubiese tenido acceso la MPC ha sido eliminado.”
O sea, que la MPC había
averiguado que el código especial indicaba que el dueño de Riki era un Blondie.
No importaba cuan temidos fueran los Siniestros en Midas, sabían que había
personas con un poder mayor a quienes debían responder.
En la galaxia entera, solo un
mestizo podía ser tan ignorante como para desestimar el poder y la autoridad de
la élite de Tanagura. Como el ciudadano de un mundo pervertido segregado del
resto de la existencia, Riki podía mirar a Iason a los ojos sin sentir miedo.
En ese momento, Iason levantó
ligeramente la mirada. “Me imagino que lo pasaron en grande con él.”
Katze notó que Iason miraba en una
dirección en particular y estuvo de acuerdo con su suposición. Iason era un
Blondie, en lo más alto de la cima del poder de Tanagura. Si se le antojaba,
sus ojos podían ver donde quisiera en tiempo real.
“Porque es tan solo un mestizo,”
dijo Katze.
Eso era lo que le pasaba a un
mestizo cuando los Siniestros le ponían las manos encima. Un mestizo que pisaba
su territorio era solo una cucaracha. Nadie necesitaba permiso para aplastar
una bajo sus pies.
Ni la Comisión de Derechos
Humanos de la Mancomunidad Galáctica oponía peros ante la inexistencia de
Ceres. Toda su filosofía y palabrerío sofisticado no significaba nada ante el
poder asombroso de Tanagura.
Cuando los Siniestros habían
sido enviados, Katze había supuesto que Iason había aprobado tácitamente aquella
consecuencia inevitable. Pero el enojo que a Iason le provocaba el hecho de que
la gente se tomara por sentado su propiedad, le ganaba a su lógica.
Katze no había anticipado que
los Siniestros se atreverían a llevar a Riki a la MPC desde los barrios bajos.
Qué accedieran a sus datos personales había sido otro acontecimiento
inesperado.
La misión de los Siniestros era
rastrear y aprehender a Kirie, no arrastrar a la pandilla completa a sus
cuarteles para interrogarles. Pero como se trataba de mestizos, no tenían que
preocuparse de seguir los protocolos. Solo debían intimidar y amenazar hasta
que alguien abriera la boca.
Y sin embargo, Riki había
acabado en la MPC. ¿Por qué? El resto de la pandilla había sido interrogada a
las malas en el sitio. No se habían molestado en llevarlos consigo a la
estación.
Los niños de los Barrios bajos
se aventuraban en las noches de Midas para zafarse de la opresiva atmosfera de
Ceres y dar un respiro. Robaban las tarjetas de crédito a unos cuantos turistas
y las vendían—pero no era gran cosa. Solo era un poco de cambio para conseguir
drogas y alcohol. Esa era la vida en los barrios bajos.
Los mestizos eran insectos, y
de tal manera eran exterminados. Los Siniestros los consideraban “Bichos que
ser aplastados”. No era necesario revisar archivos personales. No valía la
molestía.
En los barrios bajos, se creía
que cuando un mestizo metía la pata y era pillado por los Siniestros, su nombre
era reportado a una lista negra. La verdad era que los Siniestros ni se
molestaban con eso. Se divertían un poco y luego arrojaban los restos de la
persona a la basura. Nadie preguntaba razones, nadie ofrecía excusas. La basura
no necesitaba ninguna de las dos.
Pero solo Riki era distinto.
Katze no tenía que intentarlo
demasiado para imaginarse la clase de trato que le habían dado en la MPC.
Un tono de voz que no revelaba
una pizca desprovista de arrogancia—un insolente de ojos negros incapaz de
congraciarse el favor de nadie—Katze sabía como un hombre podía cavar su propia
tumba sin darse cuenta.
Riki el Siniestro. El ángel
destructor—cuán acertado resultaba apodo. Esa era la parte más sencilla de
entender en Riki. Para bien o para mal, había algo en Riki que hacía exhaltar a
otros hombres. Era una bestia misteriosa y no podían evitar tratar de
alcanzarlo para tocarle. Iason lo había hecho al igual que Katze. Habían cedido
a esa necesidad de diferentes formas, razones y con implicaciones muy
diferentes. Kirie también había sentido el impulso, tan fuertemente que se
había desviado del camino.
Si Riki hubiera sabido que
semejantes cosas se comentaban a sus espaldas, habría enloquecido de rabia sin
duda. Había algo más en él que sencillamente no le permitía acentir y seguir
como si nada ante ciertas cosas.
De cierta forma, el orgullo
inquebrantable de los Siniestros habría hecho de Riki el juguete perfecto para
jugar, un trofeo para exhibir en la pared. Pero después de haberse salido con
la suya con él, darse cuenta de que era la mascota de un Blondie debió haberles
dejado la garganta seca.
Qué un mestizo fuera una
mascota era algo inimaginable. No menos que el que su dueño fuera un Blondie.
Pero la realidad era esa.
Sin mediar palabra, los
registros de Riki fueron borrados de la base de datos, no porque les preocupara
la élite de Tanagura, sino por puro miedo hacia el poderoso Blondie.
Se encontraban al filo de la
cuchilla. Había lugares en el mundo en los que una persona sensible no se
adentraba jamás, preguntas que no se hacían sin saber de antemano la respuesta.
La decisión del jefe de los Siniestros había sido terminante, le pesara a quien
le pesara.
“¿Cómo deberíamos proceder
entonces?” inquirió Katze.
“¿Cómo, de hecho?” Iason hizo
una pausa, y entonces dictó sus órdenes con su característica flemática voz.
“Indaga más, no dejes una sola carta al cubierto. Puede que ese chiquillo tenga
aliados en la policía que estén reteniendo información en busca de algún
beneficio.”
“¿Alguna sugerencia sobre qué
método pudiera ser el más apropiado?”
Por el momento, era mejor estar
seguro que lamentarse. Katze quería asegurarse de que tanto él como Iason
pensaban igual. Aunque siempre era así.
“Lo dejo en tus manos. Solo
asegúrate de que consiga esa información, no importa cuán trivial pueda
parecerte.”
El rostro tranquilo e
imperturbable de Iason no reveló cavilación alguna. Su increíble apego hacia
Riki era innegable, y sin embargo hablaba de manera que separaba completamente
su vida pública de la privada—la voz del emperador del Mercado negro, infundida
de dignidad y autoridad.
“Entendido,”
dijo Katze e hizo una profunda reverencia. Haría lo que debiera hacer a toda
costa.