miércoles, 31 de diciembre de 2014

AnK - Volumen 3, Capítulo 6

Las estrellas titilaban en un despejado cielo nocturno. La forma de las dos medias lunas colgando en el firmamento destacaban en alto relieve contra la negrura del espacio. La frígida oscuridad  se enroscaba en torno a los hombros del sujeto como una fina y gélida sábana. A su alrededor todo estaba en absoluto silencio.
Un brillo naranja interrumpía la penumbra, acabando con toda la seguridad de un único punto luminoso circundado por un mar de sombras. Acurrucado tras una pared que se tragaba la luz, Guy exhaló otro suspiro.
“Típico. Llego temprano.”
No se había percatado del mensaje de texto de Kirie en su terminal sino hasta la noche anterior. Tenemos que hablar. Esa única frase iba precedida por un lugar de encuentro y una hora.
Gracias a Kirie habían tenido que hacerse cargo de Jeeks. Y por ello el mundo de Guy se encontraba hecho un desastre. Considerando las circunstancias, que Kirie descaradamente le enviara un mensaje como ese, lo dejaba sin palabras.
Pero de veras quería saber lo que el pequeño hijo de puta estaba tramando. Que Jeeks exhibiera tal violencia se debía a que Kirie estuviera ostentando su dinero por todas partes, dejando que se le agrandara el ego. Todos ellos eran un montón de ratas maleducadas de callejón. Ambos grupos, trabajando en conjunto en un círculo vicioso, habían convertido a los barrios bajos en un lugar peligroso para vivir.
Guy había considerado ignorar el mensaje de texto, pero tenía unos cuantos asuntos personales por discutir con Kirie—así que se decidió a encontrarse con el maldito. Pero acercándose la hora acordada, Guy empezó a ser presa de otras inquietudes. Si Riki se entera, enloquecerá.
Todos sabían que Riki odiaba a Kirie a muerte y no se molestaba en ocultarlo. A Kirie le ocurría igual. No intentaba sojuzgar sus palabras y acciones, no importaba cuan a menudo Riki lo hiciera de lado.
La animosidad que Riki y Kirie compartían parecía más la de una enemistad mortal que la de los enemigos naturales. El parecido familiar no podía distinguirse con claridad, pero a veces, las cosas resultaban evidentes inesperadamente. La forma en que Luke y los otros se habían aferrado a Kirie convencía a Guy de que no estaba viendo cosas y ya. Sid había sido quien introdujera a Kirie. Cuando Guy pensaba en ello, era Kirie quien había querido acceder al escondite desde el comienzo y planeado como lograrlo a través de Sid. Aunque Riki hubiera soltado las riendas y disuelto la pandilla, el nombre de Bison continuaba siendo una leyenda y atraía a los parásitos: aduladores, lameculos rastreros, y esos a los que siempre les pateaban el trasero pero nunca aprendían. Tan solo seguían apareciendo.
Entre todos ellos, Kirie había sido el único que consiguiera involucrarse.
Quizás todos buscaban la misma sombra de Riki que habían avistado en él. Incluso ahora, Guy no podía evitar reírse de sí mismo. Sus actitudes complacientes habían alimentado el ego masivo de Kirie. El brillante coche aéreo de Kirie era una estridente extensión de su propia cabeza. No podía evitar comportarse como algo diferente del esnob que era.
Guy y los otros no envidiaban los ojos arrogantes que los miraban hacia abajo tanto como encontraban ridículo el asunto entero. Entendían la turbulenta esencia de sus propias naturalezas. Y así distinguían qué era esencial y qué era un desperdicio. Kirie era un desperdicio.
Entonces un día, sin decirle una palabra a nadie, Riki se había desvanecido de los barrios bajos.
El costo por haber usado a Kirie para adormecer esa sensación de pérdida había sido Jeeks. No podían culpar solamente a Kirie, pero él y su bomba de gas había sido la chispa que rompiera la paz y la calma de sus vidas cotidianas. No había forma de regresar atrás.
Entonces de nuevo, una ganancia inesperada se había atravesado en sus caminos también.
Riki el Siniestro, ¿eh? Guy encendió un cigarrillo y le dio una calada. El por qué Riki había renunciado a Bison—esos tres años pérdidos—era razón suficiente para justificar una visita a Robby el traficante de información. Aun si Guy solo obtenía un corto vistazo de la verdad.
“Te has vuelto muy atemorizante, Riki. Aun cuando has regresado arrastrando el trasero como un perro apaleado, sigues conservando un par de aces bajo la manga.”
Las palabras de Robby eran extrañamente tranquilizadoras. A pesar de lo que aparentaba en la superficie, Riki seguía siendo Riki. Sabiendo eso, Guy sintió como si le hubieran quitado un gran peso de encima.
“¿Guy?” llamó una voz desde la oscuridad, interrumpiendo sus pensamientos.
“¿Se trata de ti, Kirie?”
“Sí,” fue su corta respuesta, seguida del crujido de unos pasos sobre los escombros. “Siento haberte hecho venir a un lugar como este.”
Escuchando el sonido de sus pasos acercándose, Guy de pronto se preguntó cuánto tiempo llevaba Kirie allí. Guy no se había percatado de su presencia en absoluto, a pesar de que todo estaba en silencio a su alrededor. Pero no quería darle demasiada mente; solo quería acabar con eso. Enterró el cigarrillo en la tierra con la punta del zapato y esperó a que Kirie se acercara.
“Gracias por venir,” lo saludó este con una sonrisa. O al menos, Guy pensó que era una sonrisa; Guy estaba guiándose por el matiz de la voz que escuchaba en la oscuridad.
“Solo hagámoslo, ¿de acuerdo? No es como si hubiera estado muriéndome por verte de nuevo.” Guy quería dejar en claro desde el principio que no pretendía amigarse con él.
“Tan solo querías llegar de primero.”
“Lo que sea,” dijo Guy con brevedad. “También yo tengo un par de asuntos por tratar contigo.”
Era la verdadera razón por la que Guy había venido.

“Huh… no me contesta.”
Después de dejar que el teléfono de Guy sonara un millón de veces, Riki finalmente cortó la conexión. Había pensado en salir a cenar algo con Guy, pero era imposible si no lograba ponerse en contacto con él.
“Supongo que eso es todo,” dijo Riki con un suspiro, y salió de su apartamento solo.

El auto aéreo de Kirie pasó por encima del reflejo difuso del brillante neón mientras se elevaba. Rindiéndose a esa sensación única de estar flotando—algo distinta a la emoción de conducir una motocicleta—Guy exhaló un resignado suspiro por lo bajo y se preguntó cómo habían llegado las cosas a ese punto.
Encontrarse con Kirie y entregarle una parte de su mente debía haber sido el final de las cosas… pero Kirie siguió insistiendo, prometiéndole a Guy una buena información.
“Solo dame una oportunidad,” lo engatusó Kirie. “Tengo en mente tus mejores intenciones, hombre. Y tú no tienes nada que perder al considerar todo este asunto.”
Kirie estaba tratando de convencerlo. Subirse a su auto aéreo había sido la última cosa que habría imaginado. Pero entonces Kirie le había dicho, “Mira, solo encuéntrate con él. Solo para probar que hice el esfuerzo. Hazlo y te prometo que no te arrepentirás de la historia que va a contarte.”
La historia que va a contarme.
“¿No quieres saber en qué estuvo involucrado Riki después de que dejó Bison?”
Cualquier otro tema que no fuera ese y Guy habría dado media vuelta para irse. Podía entender que Robby tratara de convencerlo con algo como eso, ¿pero Kirie? ¿Qué podía saber Kirie?
Pero la historia de los tres años en que Riki estuvo ausente era algo que Guy deseaba saber. No importaba cómo. Las insinuaciones en la sonrisa de Kirie empezaban a surtir efecto, así que Guy había cedido a la presión y había terminado metido en el auto aéreo.
Debió haber estado preocupado por donde iban a terminar, pero no lo estaba. Deslizándose entre el paisaje de neones venenosos, Kirie condujo su coche hacia los angostos cañones entre un afloramiento de edificios. Guy se preguntó demasiado tarde qué demonios estaba pasando.
Aterrizaron y se bajaron. Kirie no dio indicaciones de su destino final caminando varios pasos por delante. De vez en cuando miraba por encima del hombro hacia atrás para confirmar que Guy siguiera allí, y entonces proseguía su camino.
Cuando finalmente llegaron, Guy se encontró en una suite preciosa, del tipo que jamás había visto antes. “Mierda,” murmuró. Un lugar como este debe costar una fortuna.
El amplio espacio poseía cada comodidad posible. Las pulidas superficies del amoblado y los apliques en la habitación brillaban con un rico esplendor. Comparado con los monótonos barrios bajos, el lugar hacía que Guy se sintiera incómodo y fuera de lugar. Sabía que había llegado a un sitio al que no pertenecía en absoluto. Esa desconcertante sensación solo se hizo más grande cuando, un exquisito hombre de cabello dorado apareció frente a él.
¡Un Blondie! La nobleza de Tanagura, la élite de las élites.
Guy de repente lo reconoció como el mismo hombre que había visto ese día en Parque Mistral. El que había afectado tanto a Riki. Incluso con su cara medio oculta por unas gafas de sol, no había forma de poder disimular una belleza tan fuera de este mundo.
“Gracias por recibirnos.” Kirie inclinó la cabeza ante el Blondie.
Era un gesto tan poco usual en el arrogante mocoso que Guy conocía, que casi se le escapó una carcajada. Por un largo segundo se quedó mirándolos a ambos boquiabierto. Pero la forma en que los fríos ojos atravesaban a Guy como un par de picahielos hizo que se le erizaran los cabellos de la nuca.
“Así que finalmente decidiste venir a verme.” Los ecos en las palabras del Blondie le aceleraron el corazón a Guy. “Buen trabajo. Y aquí está la recompensa acordada.”
Le entregó a Kirie una tarjeta y Kirie se la metió en el bolsillo de la camisa. Una expresión de estupefacta incomprensión nubló el rostro de Guy en lo que pasaba su mirada de Kirie al Blondie una y otra vez.
“Lo siento, Guy,” dijo Kirie en respuesta. “Pero un hombre debe hacer lo que un hombre debe hacer. No había modo de avanzar al siguiente nivel sin ti.”
En ese instante, darse cuenta de todo fue para Guy como una descarga eléctrica dentro de su cabeza. “¡E-espera un minuto!” Tartamudeó. “¿Qué demonios? ¿Se trata de una especie de broma?” Su voz indignada se convirtió en un grito estrangulado. La sangre se batió en sus venas, arremetiendo contra su corazón como una gran ola.
“Te quería sin importar el costo,” dijo Kirie, un extraño tono marcaba el compás de su voz. “Es una situación que los favorece a ambos.”
Guy sintió como si de repente su genio hubiese sido bañado por un baldado de agua fría. “Con que conseguiste lo que querías vendiendo a tus amigos,” murmuró, la revelación formándose del todo en su mente en lo que las palabras dejaban su boca. Pero era un poco demasiado tarde para su propio bien. Ese era el “negocio” de Kirie… era la razón por la que se estaba comportando tan amable con los mocosos de los barrios bajos.
“No seas tan ingenuo. Si una oportunidad cae en tus manos, la tomas. ¿No es cierto? De lo contrario, serías basura mestiza para siempre. Haré lo que sea necesario para salir de los barrios bajos.”
El obvio júbilo que Kirie tomaba por haber jugado tan sucio hizo que Guy entornara los ojos. Guy podía escuchar ecos de Riki en las palabras que Kirie le estaba espetando. Otro parecido familiar.
No voy a quedarme de brazos cruzados con una expresión cursi en la cara por el resto de mi vida, le había dicho Riki. Es una pérdida de tiempo. Si me quedo así para siempre, voy a pudrirme de adentro hacia afuera.
¿Por qué Riki odiaba tanto a Kirie? Por primera vez, Guy sintió que lo entendía. Era la razón por la que todos se habían visto atraídos por Kirie en primer lugar, la razón por la que habían recurrido a él cuando Riki había desaparecido. Pero nada de eso importaba, Kirie no era nadie.
La copia no era para nada como el original.
Riki dejando de lado a Bison era el producto de su orgullo y determinación. Al vender a sus amigos, Kirie estaba arrojando su orgullo por la borda. Lo que hacían parecía ser similar, pero la razón por la que lo hacían era donde residía la verdadera diferencia.
“Tengo planes para mi futuro, ¿tú no?” Se le burló Kirie.
Eres tú quien pierde el tiempo con intentos inútiles, pensó Guy, pero se guardó sus palabras para sí mismo. Lo que dijera a ese punto no iba a hacer ninguna diferencia.
“Esta es tu oportunidad de ser la mascota de una élite. Es mi invitación. El éxito y el poder están justo ahí, y todo lo que tienes que hacer es estirar la mano. Con el tiempo me agradecerás por esto.”
Guy no tenía dudas de que Kirie estaba muy equivocado en cuanto a eso. Algo así no iba a pasar nunca. Él y Kirie estaban buscando dos cosas diferentes, y aquella versión de la realidad era la única forma en que Kirie podía hacer frente a lo que estaba haciendo. Aunque pudiera molestar a la mayoría de las personas, Guy se relajó y tomó control de sus sentimientos.
Sintió lastima por la estupidez de Kirie. Algún día obtendría lo que merecía—podía imaginárselo con claridad. Hazle a los otros exactamente lo que a ti te hicieron era la ley de los barrios bajos. Y cuando llegara ese momento, Kirie se arrepentiría de no tener amigos en los que apoyarse.
“Bueno, pues tratadle bien,” dijo Kirie frívolamente. El Blondie asintió. Kirie se fue sin dedicar una sola mirada hacia atrás. Sin la habladuría sarcástica de Kirie, la habitación quedó sumida en un extraño silencio.
“Cediste bastante rápido,” dijo el Blondie por fin, sonando un poco decepcionado. “Esperaba algunos gritos y suplicas.” Se rio con frialdad torciendo un lado de la boca.
Pensando en cuál sería la mejor forma de responder, Guy apartó la vista por un instante. “Me parece que los berrinches no van a cambiar nada.”
El Blondie concordó con él en silencio, su voz era tan calmada que Guy estaba seguro de que el sentimiento era auténtico de verdad.
Tenía a un Blondie de Tanagura justo delante de sus ojos. Guy sabía que no era ni un sueño ni una ilusión, pero no podía deshacerse de la sensación de que todo se trataba de una mala broma.
“Y… ¿cuánto obtuvo Kirie por mí?”
“Diez mil.”
Guy se quedó boquiabierto sin así pretenderlo. Se rio con desprecio, una reacción instintiva a lo absurdo que resultaba esa cantidad. “Te está cobrando de más, ¿sabes? Un mestizo de los barrios bajos sería capaz de sesgar su propia garganta por tanto dinero.”
“Kirie ha mencionado exactamente lo mismo.”
Los silencios que había entre cada una de sus palabras sugería que había algo más.
“Por el momento, dejemos de lado esa mierda de convertirme en una mascota.”
“¿Por qué razón?”
“No hay nada deseable en mí. No soy un diamante en bruto—solo una piedra que ningún Blondie tomaría jamás. Así que debes tener otros motivos en mente si en serio tenía que ser yo.”
El Blondie sonrió, sus labios insinuando algo frío y peliagudo. A Guy le dio la impresión de que le estaban mostrando una especie de hombre completamente diferente. Cerró la boca.
“Muy bien, siéntete como en tu casa.”
Esa era la última cosa que Guy tenía en mente. Y sabiendo que el Blondie lo sabía, Guy se dio vuelta y adquirió una pose defensiva.
“Si tienes hambre, puedo hacer que te preparen algo.”
Guy aceptó. “Mierda, ya que insistes.” Parecía que iba a ser una noche larga, y no podía hacer nada en realidad. Decidió tomarse las cosas de la mejor forma. Si seguía la corriente, quizás pudiera descubrir algo interesante.
“¿Qué te gustaría?”
“Lo que sea que tengas,” respondió Guy en lo que se sentaba en el sofá. No podía imaginar qué clase de comida se consumía en tan resplandeciente establecimiento.
Sin ofenderse por ello, el Blondie activó una terminal con mano experta. Mirándolo, Guy volvió a suspirar.
Sí, una especie de broma. ¿Quién podría querer tanto a un mestizo de los barrios bajos? Eran callejones sin salida. Cada camino fuera de la realidad que era los barrios bajos terminaba con un obstáculo. Sumidos en la desesperación, los mestizos se pudrían en la oscuridad. Guy siempre había creído que pasaría el resto de su vida allí.
No tenía el fuerte magnetismo animal de Riki, ni la implacable energía que impulsaba a Kirie a pasar por encima de los demás con tal de arar su propio camino. No tenía el coraje para salir al mundo exterior. ¿De modo que qué hacía una persona como él ahí?
No importaba cuanto pensara en ello, no podía conseguir descifrarlo. Podría reírse cuando despertara la mañana siguiente y descubriera que todo había sido un sueño. Resignándose a la apatía, Guy exhaló otro suspiro.

Casi al mismo tiempo, Kirie reía para sus adentros. Engañar a Guy para enviárselo a Iason había sido demasiado sencillo. Lo había hecho con una destreza tal que no había derramado una sola gota de sudor. No sentía nada de culpa. De haber sabido que su conciencia iba a molestarlo en lo más mínimo, no habría llamado a Guy en primer lugar. Pero una delgada sonrisa le curvaba la boca.
Había anotado a lo grande. Sin embargo muy dentro de él y con gran intensidad, otras cosas perturbaban su paz mental. Guy había ocupado sus pensamientos más de lo que era necesario. Ho le decía adiós a todos esos estallidos de envidia quemando sus entrañas. Habiendo resuelto eso, no pudo contener la risa.
Se lo tiene merecido el bastardo.
Por alguna razón, la imagen que se le vino a la mente en ese instante no fue la de Guy, sino la de Riki. El legendario Riki, quien hacía un año había vuelto a introducirse a los barrios bajos. Durante su ausencia de tres años, Kirie nunca había sido capaz de conquistar a Guy, la pareja de Riki. Ese maldito le había dado la espalda a cada intento.
Pero ahora Kirie había llegado de nuevo a Guy. Y cuando Riki se enterara…
Kirie esperaba ver la reacción de Riki entonces. Imaginarlo lo hizo morderse la lengua. ¿Se sorprendería? ¿Se enojaría? ¿Gritaría? ¿O se pondría triste? Quería ver cómo la actitud casual de Riki finalmente se hacía trizas.
Con esos retorcidos sentimientos abrasando su corazón, Kirie se subió a su automóvil aéreo y se alejó a toda prisa hacia la noche.

sábado, 27 de diciembre de 2014

AnK - Volumen 3, Capítulo 5

Riki soñó. No había tenido un sueño tan real en un largo tiempo. Quizás encontrarse con Katze después de cuatro años había desencadenado un presentimiento que eclipsaba sus pensamientos—o tal vez, reconsiderar la verdad que no podía contemplar de forma consciente volvía a liberar los recuerdos que había guardado bajo llave en una bóveda imaginaria en su cabeza. De cualquier forma, soñó cosas que no quería recordar.
La Torre Palacio, decorada con el nombre de la antigua diosa Eos. Habitación privada de Iason. Los lujuriosos cuartos que no reparaban en costos, eran dignos de la persona más poderosa en Tanagura. Aunque Riki no apreciara la calidad del amoblado, entendía que eran bienes de clase alta que no presumían en vano su existencia. Era una clase de esplendor casual, aunque un poco más ostentoso de lo que el gusto popular permitía. Riki no sabía cómo lucían las habitaciones de las otras élites, pero la de Iason no le desagradaba.
No era que se sintiera en casa allí. Era alimentado y retenido en un lugar donde su voluntad era ignorada por completo. Era un águila con las alas rotas. Incapaz de hacer nada por su propia cuenta, las soporíferas condiciones destrozaban sus nervios. Estar encerrado en la habitación de Iason le frustraba e irritaba hasta el punto de querer explotar.
“¿Por qué demonios no se abre esta puerta?” Gruñó por lo bajo con exasperación. Aporreó la puerta con ambas manos, pero nunca pasó nada. En los últimos meses había aprendido la misma lección. Sabía que debía controlarse, manejar las cosas con calma y evaluar la situación apropiadamente, pero en lugar de eso continuaba como un niño terco incapaz de afrontar lo que ocurría. Sabía que lo que estaba haciendo era inútil, y aun así no podía parar.
“¡No lo entiendo, Daryl!” espetó. Como no tenía nadie más con quien descargar sus humeantes emociones, Riki miró a la única persona además de él mismo en la habitación. “¿No dijiste que después de mi fiesta de presentación podría a ir al centro recreativo, al salón o a donde me diera la gana? ¿Por qué la puerta no se abre?”
“Creo que es porque todavía no tienes un pet-ring.”
La forma de ser de Daryl—su tono de voz tranquilo, sosegado y lógico—no cambiaba aunque estuviera felando a Riki o este lo estuviera gritando. Daryl respondía puntualmente solo a las preguntas que Riki le hacía, quizás porque tenía prohibido hablar sobre algo más.
“¿Un pet-ring?”
“Sí. Un anillo con tu número de registro grabado en él. No puedes salir de esta habitación si no portas uno.”
Era la primera vez que Riki oía sobre cosa semejante. Habían pasado cuatro meses desde que había sido sorprendido en las bodegas en Sasan—Área 8 en Midas—y llevado a Eos. Cuatro meses desde que Iason le había dicho, “De hoy en adelante, eres mi mascota. Te enviaremos a una fiesta una vez tenga yo la certeza de que no me avergonzarás. Pretendo desentrañar cualquier cualidad compensatoria que tengas enterrada bajo tu impertinencia.”
Aunque Iason se había proclamado como el innegable dueño de Riki, Riki seguía sin tener idea de lo que significaba ser una mascota criada en Eos. Su “entrenamiento” había dejado muy en claro todos los sentidos de la palabra, por más vulgares y humillantes que fueran.
“¿Todas las mascotas los usan?”
“Una gargantilla, un pendiente o un brazalete. Existen varios tipos y estilos de anillos, pero toda mascota registrada siempre lleva uno. Son la única forma permitida de identificación personal para las mascotas.”
“¿De modo que si tienes un pet-ring, puedes ir a donde quieras?”
“Si tu amo lo permite.”
Iason había llevado a Riki a una fiesta de presentación para mascotas nuevas. Lo había conducido hasta ella con una correa amarrada al collar alrededor de su cuello. Cuando Riki se enteró de que ese era el “uniforme” en que las mascotas hacían su debut, quiso morirse de la vergüenza. No se molestaba en ocultar su descontento en la fiesta, apartándose de las otras mascotas sonrientes que estaban allí. Pero como no tenía un pet-ring, Riki no podía ser considerado una mascota “oficial”.
En palabras de Daryl, era muy inusual que una mascota hiciera su debut antes de que se le hubiera asignado un anillo. Riki no estaba seguro de cómo debía interpretar eso. ¿Significaba que no era reconocido como la mascota de Iason? ¿Significaba que si continuaba desafiando a Iason, lo expulsarían eventualmente de Eos?
Tales esperanzas pronto fueron destruidas. Mantuvo encerrado en la habitación de Iason por medio año sin un pet-ring. Entre más se rehusara Riki a someterse, más intenso se volvía el entrenamiento diario del Blondie.
“¿Cuánto más me vas a tener encarcelado aquí?”
“Hasta que te canses, supongo.”
“No importa lo que hagas, no me voy a convertir en la mascota de un arrogante Amo Blondie,” desafió Riki, escupiendo el honorifico con desdén. “Hasta tú debiste darte cuenta de eso en la fiesta de debut.”
Riki se había metido rápidamente en problemas en la fiesta. Paseándose con resentimiento por motivos que los demás desconocían, una riña había tenido lugar. Eso dejó a los participantes convencidos de que los mestizos de los barrios bajos eran animales groseros, feroces e indomables.
Pero sin importar cuán embarazosa y descarada resultara aquella demostración, Iason permaneció inmutable, incluso en privado. Riki pronto llegó a la conclusión de que aquella era una faceta del inquebrantable orgullo Blondie.
“Toda fiesta necesita un poco de entretenimiento extraoficial. Difícilmente esperaría que un mestizo de los barrios bajos se manejara de forma caballerosa. De todos modos, tu debut como mascota ha finalizado por el momento. Eso te hace mi mascota oficial, Riki.”
“Si es cierto eso,” masculló Riki, “entonces date prisa y dame mi pet-ring.”
Iason sonrió con frialdad. “Vaya, vaya. Solicitando la correa por su propia cuenta. Ese sí que es un gran avance.”
Riki se quedó sin aliento. Los manipulativos juegos—el sarcasmo y la risa burlona—eran parte de su rutina diaria, pero la idea de convertirse en una mascota voluntariamente era una aborrecible.
“No es eso. Estar atrapado en esta habitación todo el día me está volviendo loco, joder. Si tuviera un pet-ring, podría ir a algún otro lugar, ¿no? Así que deja de hacer como si el asunto fuera la gran cosa y dame esa maldita cosa ya.”
Riki aún no podía dejar la habitación si Iason no lo llevaba con correa. Estar privado de un pet-ring en el bien asegurado Eos era un castigo más que obvio.
Y las otras mascotas manifestaban sus sentimientos de forma clara. Se sentían orgullosos de la libertad que sus anillos les otorgaba, y articulaban esa innata sensación de superioridad. Aunque era barbárico convertir un mestizo en una mascota, al menos estaba siendo tratado propiamente y mantenido en su cuarto. Ese pequeño detalle los aliviaba.
A Riki no le importaba si lo miraban con desprecio. Todo lo que quería era su libertad también; no por el orgullo, sino porque caminar por ahí atado por una correa y un collar no era algo que pudiera soportar mucho más. El sentimiento opresivo que experimentaba por estar atrapado cada minuto del día lo ponía furioso. Con un pet-ring al menos podría deambular por el interior de Eos.
“Si esa es la única forma en que puedo salir de aquí, entonces tendré que aguantarme.” Riki pronunció esas palabras de una manera más transparente de lo que había pretendido. Se mordió la lengua, pero ya era demasiado tarde.
“Ya veo… el mestizo es tan terco como me temía. Entonces, está bien. Si tanto quieres un pet-ring, te lo daré.”
Riki retrocedió con brusquedad en un acto reflejo, presintiendo algo siniestro en la voz de Iason—la cual era varios grados más fría de la usual. Iason se quitó la chaqueta. Cruzó la estancia a grandes zancadas en dirección a Riki y lo agarró del brazo.
“Oye, ¡aw! ¡Déjame!”
Iason arrastró a Riki a la habitación y lo tiró casualmente a la cama. La evidente diferencia entre sus fuerzas hizo que la cabeza de Riki diera vueltas.
“¡Te lo he dicho mil veces!” Ladró Riki. “¡No soy ningún juguete!” Estaba confundido y preocupado por las inusuales acciones de Iason. Cuando no tenía cuidado y se descuidaba así fuera un segundo, sabía que algo malo podría suceder.
“Quítate la ropa.”
Riki se mordió el labio. Con un aire de resignación, se desnudó.
Jamás me hagas repetirte las cosas por segunda vez.
Si quemaba tiempo, pataleaba y lloriqueaba, Iason lo atormentaba peor. Riki había aprendido eso bien. La humillación de tener a Daryl escurriendo su esencia con su boca mientras el dedo de Iason se enterraba profundamente en él, era el castigo usual. Decidido a no querer eso, Riki se desvistió y se volvió hacia Iason.
Y se quedó boquiabierto de la impresión.
Hasta entonces, Iason no se había ni aflojado el cuello de la camiseta. Ahora estaba quitándose las ropas con calma y elegancia.
¿Qué… demonios?
Muy confuso, Riki miró a Iason enmudecido de asombro. Iason, en respuesta, le dedicó una seductora sonrisa. “¿Qué es lo que encuentras tan sorprendente? ¿Qué el amo desee dormir con su propia mascota? ¿Qué podría haber de malo en eso?”
En ese momento, Riki se arrepintió de haber pedido el pet-ring desde el fondo de su corazón.
Z-107M.
El pet-ring tipo D de Riki era una unidad hecha a medida, a diferencia de los anillos usados por las otras mascotas que eran típicamente adornadas con joyería. El anillo que Iason había hecho para Riki era, para su vergüenza eterna, un anillo para su pene.
“Miren al mestizo. Miren esos chupados que tiene.”
“Dicen que Iason está durmiendo con él.”
“Imposible. ¿Por qué un amo dormiría con su mascota?”
“Ha pasado un año desde su debut, y no ha aparecido ni una sola vez en una velada sexual.”
“¡Por favor! El solo hecho de pensar en aparearme con ese mestizo me pone enfermo.”
“Entonces debe estar haciéndolo con el furniture.”
“Idiota. No son tan estúpidos como para hacer eso.”
“Incluso un virgen manufacturado de la Academia tiene sexo antes de ser emparejado. No ha estado con nadie, ¿verdad?”
“Se rumora que Iason se lo está quedando todo para él solo.”
“Ugh. Pero no es como si la cosa pudiera resistirse a Iason Mink.”
El chisme, el sarcasmo, el desdén—se desplegaba en los salones. El centro de ocio donde las mascotas pasaban su tiempo libre desbordaba rumores, intercambiados por las egocéntricas mascotas impulsados por sus fans y quienes saciaban sus lujurias en secreto a escondidas.
Pero cuando Riki aparecía, todos detenían lo que estaban haciendo. Lo miraban, irradiando un innegable rechazo.
Excepto uno. Entre todas las mascotas del salón, había una que no estaba intimidada y decidió hablarle.
“Hola. Mi nombre es Mimea—¿te importa si me siento aquí?”

“¡Por aquí, Riki! ¡Vamos!”
Mimea agarró la mano de Riki. Sin dudar ni un segundo, los dos se escabulleron dentro de uno de los cuartos privados del salón y cerraron la puerta tras ellos. Mimea se volteó, posicionó sus manos sobre las mejillas de Riki y suspiró aliviada.
“Me alegro de que no haya sido grave.”
“¿Qué?”
“¿No te lastimaste la cara en la pelea de ayer?”
“Ah, ¿eso? No es nada.”
Las reprimendas de Daryl por actuar tan descuidadamente no fueron suficientes para mantener a Riki detenido. Aun así, Riki sabía que necesitaba ser más cuidadoso o Iason lo castigaría. Incluso si Riki se peleaba, se aseguraba de que ningún comentario sobre el asunto se colara fuera del salón.
“Pero… estabas sangrando. Tenía mucho miedo de que no te volvieran a dejar salir de tu cuarto.”
“No fue suficiente para mantenerme encerrado allí.”
“¿Pero no es más bien que el Amo Iason te adora, Riki?”
Riki no supo que pudo haber desencadenado tal malentendido. Estaba momentáneamente falto de palabras.
“No es nada de eso,” dijo, la vehemencia coloreaba sus palabras.
“Por supuesto que sí,” declaró Mimea enfáticamente. “Tú eres el único que ha permanecido tan hermoso todo este tiempo.”
Riki juntó las cejas, recordando las circunstancias de su vida que eran las cosas más contrarias a “hermosas”. Si no hubiera sido Mimea quien le soltara esa frase, el más vago dejo de sarcasmo o escarnio lo hubiera puesto furioso.
“Las fiestas son tan divertidas, pero siempre que mi amo no diga no, no puedo rechazar ni al peor de los compañeros. No puedo hacer quedar mal a mi amo, ¿verdad?”
Ah—con que a eso se refiere. Al fin comprendiendo su punto, Riki se recostó en el sofá. Es porque Iason no me obliga a emparejarme.
La obediencia y la lascivia eran los encantos primordiales de una mascota, mientras procuraban incrementar su valor de reventa a través de repetidos encuentros sexuales. El exhibicionismo y el narcisismo provocaban que la carne de Riki se retorciera, pero esa era la definición de una mascota digna en Eos. Una presentación formal como un debut requería que las mascotas fueran las estrellas del show de principio a final. Aparte de su fiesta de debut, Riki difícilmente participó en presentaciones “formales” —y Riki no podía haber causado una peor impresión en su debut. Se le recordaba una y otra vez cuán odiados y despreciados eran los mestizos de los barrios bajos en realidad, y más adelante comprendió el corazón inhumano del Blondie que lo había convertido en una mascota.
Una velada sexual procedía su debut, pero no podía aparecer sin un compañero asignado. Por ello, Riki jamás había aparecido en una velada sexual. No estaba seguro de si quería. Las únicas fiestas de las que Riki tenía idea eran los desfiles de moda a las que las mascotas acudían después. Nadie chismeaba sobre las veladas delante de él, así que no tenía idea de lo que ocurría. No podía tan siquiera imaginarse cómo eran.
Antes de empezar a hablar con Mimea, Riki no sabía ni lo que para las mascotas de Eos era sentido común. No importaba qué tipo de fiesta se llevara a cabo, Riki era tratado como un forastero. Pero no tenía intenciones de hacerse amigo de las otras mascotas. No importaba cuán solo pudiera llegar a sentirse, todo lo que sentía con respecto a ellos era irritación. En cierto sentido, Riki era el perfecto solitario.
“Ni yo puedo evitar sentirme un poquito celosa de ti,” le dijo Mimea. “Antes de ti nadie prestaba atención alguna a cómo eran las cosas, porque así eran las cosas. Una mascota con un amo que de veras se preocupe por ella…”
Iason no se preocupa por mí, pensó Riki. Iason jugaba con él como un gato con un ratón. Pero Riki no expresó sus pensamientos; desahogarse con Mimea—una chica que ponía un valor al sexo completamente diferente del que él le ponía—no iba a servir de nada.
“Nadie se atreve a decirlo, pero todos te envidian, Riki. Puedo entender cómo se sienten Luther y Stein, la forma en que siempre están echándote en cara tus raíces mestizas y tratándote como a un enemigo.”
“¿Qué ocurrió con ellos?”
“Luther sigue aquí, pero no Stein. Los rumores eran verídicos. Terminó en el harem Jalan.”
Jalan era un famoso burdel masculino en Midas—tan famoso que hasta Riki lo conocía. Sus mejores trabajadores se reservaban con un mes de anticipación.
“Como es un Silurean purasangre, tiene confianza para dar y tomar. Incluso si él y Amo Aisha se separaban, decía que probablemente seguiría apegado a sus derechos de procreación.”
“¿Derechos de procreación?”
“Sí. Cuando obtienes derechos de procreación, tus gametos son registrados. Puedes transferir esos derechos a la Academia después.”
En otras palabras, la autoridad para convertirse en un semental de cría.
Riki no sabía cómo eso era diferente de los emparejamientos que ocurrían en Eos. Pero entendía que, hablando en general, incluso al ser desechados, algunas mascotas tenían opciones dentro del asunto. De cierta manera, esa era la última salvación de un purasangre, especialmente desde que las mujeres serían siempre más valiosas debido a su habilidad para tener hijos.
Pero Riki estaba sorprendido por razones totalmente diferentes. La ignorancia e ingenuidad eran los puntos principales de venta de una mascota. Su ninfomanía hacía que todos sus intereses estuvieran enfocados únicamente en el sexo; no conocían otra forma de levantarse el autoestima más que ridiculizarse los unos a los otros. Riki los consideraba unos idiotas con un vocabulario pobre para hacer juego.
Así que nunca había imaginado que expresiones como “derechos de procreación” y “registro de gametos” pudieran salir tan fácil de los labios de Mimea. Quizás si eran educados propiamente, incluso las mascotas podrían vivir sus vidas de una forma distinta.
Tan pronto ese pensamiento cruzó su mente, sin embargo, tuvo que reírse de sí mismo. Añadirle demasiada inteligencia a la mezcla solo incrementaría el dilema—tal como le pasaba a Riki. Bajo esa perspectiva, para las mascotas de Eos, la ignorancia era felicidad.
“¿Ha tenido sexo alguna vez con un chico, entonces?”
“¡Por supuesto que no, Riki! Es un purasangre. Solo tiene parejas de apareamiento mujeres, y son las mejores. ¿Por qué me preguntas una cosa así?”
Un macho purasangre que nunca había tenido un encuentro sexual con otro macho. Esa era probablemente la característica atractiva de Jalan. Para Stein, sin dudas orgulloso de estar clasificado como el número uno en la escala de emparejamientos, el sexo con un hombre sería una humillación intolerable.
Riki hizo una pausa. “¿Estás segura de que no te importa andar con un tipo como yo, Mimea?” preguntó. “Tu amo me odia a morir. Si se da cuenta, estamos fritos.”
El dueño de Mimea era Raoul Hamm. Él era, en cierto sentido, más élite Blondie que Iason. Sus ojos fríos y severos decían más que cualquier palabra cáustica.
“Está bien. Nadie hablará. Si lo hacen, se meterán en problemas también. Pero… ¿tú me quieres, Riki?”
En se instante, Riki no tuvo idea de cómo responder. ¿Había escuchado bien? Sus mejillas se contrajeron con nerviosismo. Mimea era probablemente la única persona en su vida entera capaz de hacerle tan directa pregunta con tal facilidad. No estaba seguro de si ella entendía realmente lo que estaba diciendo.
“Ustedes los tipos manufacturados por la Academia son rarísimos.”
Mimea se rió. Era una risita dulce, suave y bonita. Embrujado por su cara sonriente, por un breve momento se encontró capturado bajo sus encantos. Antes de que lo supiera, su cuerpo estaba presionándose contra el suyo.
“Bésame.”
“¿Qué?”
“Bésame.”
Riki se petrificó notoriamente.

“Estoy enamorada de ti, Riki. Siempre estoy feliz cuando estoy contigo.”
¿Por qué Mimea le decía tales cosas a él? Una muñeca manufacturada de la Academia y un mestizo de los barrios bajos. Era casi cómico; no tenían nada en común.
“Te amo, Riki.”
No, quería decirle. Estás en una especie de sueño. No somos libres, Mimea. De ninguna forma.

“Me desposarán cualquier día a partir de ahora. Una vez que los emparejamientos comiencen, no seremos capaces de encontrarnos otra vez así nunca. No puedo soportar la idea. Por favor, Riki…”
Los besos que intercambiaban se hicieron más que meros flirteos. Una vez que durmiera con ella, no habría vuelta atrás. Si Iason se enteraba, Riki y Mimea lo pagarían caro. Si corrían con suerte, los enviarían a algún burdel de baja categoría en Midas—si no, sería el final de ambos.
Por otro lado, ¿y qué si Iason se daba cuenta? Riki imaginó que si dormía con Mimea, Iason se convertiría en el hazmerreír de Eos. Un mestizo de los barrios bajos nunca podría hacer su camino con una muñeca manufacturada—el escandalo sacudiría Eos hasta su núcleo. Por permitir que Riki jugara con ella e incluso la montara—el mestizo que no había aparecido ni en una velada sexual—Mimea estaría traicionando a su amo. Eso destrozaría el orgullo de Iason y disminuiría su poder como Blondie.
Por alguna razón, la risa que intentaba contener no cesaba. Riki no tenía nada que perder. Nada en absoluto. En lo que el pet-ring se aferraba a su carne, los enredados pensamientos de Riki agitaban su cara con una risa silenciosa. La cabeza de Bison había caído más bajo que un estafador callejero común. Se estaba convirtiendo en una simple mascota.

“¡Todos ustedes están confabulándose para tratar de destruir nuestra relación!”

Mimea gritó con ganas, su voz penetró en él como una bala. Hasta el centro de su cerebro… hasta el centro de su corazón.

“Tú eres diferente del resto, ¿no? Tú sólo me amas a mí, ¿verdad?”

La afectación desgarradora de la que era presa era tan dolorosa. Lo siento. Lo siento.

“¡Cobarde!”
Con eso llegó una sensación devastadora y tremenda en su espalda, como si hubiera sido azotado con un látigo muy afilado.
Pero el verdadero miedo estaba todavía por llegar.
“Disfrutaste del placer de Mimea sin mi consentimiento. ¿En serio creíste que podrías salirte con la tuya tan limpiamente después de que el asunto se diera a conocer, solo así?”

“Eres mi mascota. Que te quede grabado esto hasta en la médula de tus huesos.”

El placer pulsante le ponía los pelos de punta, conducía cada nervio más allá de los límites de su razón. Cada centímetro de él estaba envuelto por el maduro y estremecedor éxtasis. Su cuerpo convulsionó, paroxismos de un hormigueo eléctrico contrajeron sus músculos. Su cerebro se nubló en su cráneo. Un choque narcótico recorrió el interior de sus párpados. Su cuerpo se quemó y se derritió convirtiéndose en un charco de carne.

“Basta…no sigas…no… lo…volveré a hacer… ¡piedad!”

Incandescente.
Dolor incandescente…
Miedo incandescente…
Al final, no tenía idea de lo que estaba diciendo en absoluto.

Riki despertó de la pesadilla por culpa de sus propios gritos.
Se sentía como la mierda. Su garganta estaba tan seca como la arena, sus articulaciones craqueaban dolorosamente como bisagras oxidadas, su cabeza dolía y palpitaba. Estaba a punto de vomitar.
El mal sueño de tres años había terminado, y había regresado a los barrios bajos. Había intentado componerse finalmente.
Esa parte de mi vida se acabó, se recordó a sí mismo. No había nada que lo constriñera ahora. Y sin embargo… ¿Por qué?
Riki se secó la cara empapada de sudor y apretó los dientes.

Ese día, corriendo por su vida, había logrado llegar hasta Prage. Después de gastar toda su voluntad y energía, los guardias de seguridad lo agarraron antes de que pudiera escaparse.
“¡Al fin! Pueden golpearlo un poco y hacerle unos cuantos rasguños pero no exageren.”
“¡Estos mestizos de los barrios bajos son lo más terco del universo!”
“Con ese rastreador que tiene encima, no hay forma de que hubiera podido fugarse.”
Lo apalearon sin piedad, lo arrastraron de vuelta a una celda de detención, lo tiraron ahí y lo doparon a punta de sedantes. Sus pensamientos se hicieron confusos y oscuros. El interior de su cabeza se desinfló como un globo agujereado hasta que finalmente perdió el conocimiento.
La siguiente vez que abrió los ojos, Iason estaba ahí.
“Bueno, ciertamente te han dado una buena paliza. Y les dije que no dañaran la mercancía.” Iason agarró a Riki de la quijada y lo miró derecho a los ojos.
Riki barrió su mano de un zarpazo. “¡No me toques!”
Pero la frígida mirada de Iason no vaciló. “Ha pasado un tiempo desde que vi esa rebeldía en tus ojos, Riki. ¿Pelearte con los guardias de seguridad puso a fluir tu ya apaciguada sangre mestiza otra vez?” Su tono de voz era inquietantemente calmo y suave—casi tierno.
“Ya cállate y haz lo que tengas que hacer.”
Una fría sonrisa apareció en las comisuras de la boca de Iason. “¿Entonces te estás resignando a tu destino? Qué admirable. ¿Pero no deberías ver cuán equivocadas estuvieron tus acciones primero?”
En ese instante, un penetrante dolor golpeó contra su ingle. Riki gimió y se retorció, pero sus brazos solo pudieron doblarse torpemente en sus cadenas, dejándolo que padeciera las punzadas. Era una pureza de dolor que no lo había consumido en un largo tiempo. Con todo el placer….
“¿Te acuerdas ahora, Riki? Siempre que estés usando mi pet-ring, no hay lugar a donde huir ni lugar en el que puedas esconderte. ¿Entonces por qué te comportas de esta manera tan tonta?”
“¡La vida—de una—mascota—no vale—una mierda!”
“¿Tanto odias ser una mascota?”
“Me—pone—enfermo—”
Iason agarró a Riki por la nuca. “Menuda boca la tuya. No creería que pudieras llegar así de lejos y aun así poder encontrar las palabras.”
El dolor eléctrico disminuyó un poco. Riki boqueó por aire, aferrándose al nuevo sentimiento con desesperación. Juntó las cejas con fuerza, se mordió los labios temblorosos y se las arregló para calmar su pulso acelerado.
La voz de Iason hizo eco en su oreja. “El anillo puede ofrecer mucho más que solo dolor. ¿Debo introducirte a algo diferente?”
De inmediato, una especie única de hormigueo entumecedor surgió de sus muslos, entre el dolor que se debilitaba. Riki sintió los dedos de Iason enroscarse en torno a esa terriblemente atormentada parte de su cuerpo. Las extremidades de Riki se quedaron inmóviles, pero por una razón completamente distinta.
“¿Qué? ¿No tienes nada descarado para decir?” La respuesta a aquella pregunta saltaba a la vista, pero Iason continuaba implacable. Riki gimió y se retorció. “¿O te gusta más aquí?”
Algo pareció romperse y precipitarse hacia afuera desde muy adentro de Riki. Sus lloriqueos subieron de volumen convirtiéndose en gritos. El ardor palpitante llenó sus entrañas con un calor abrasador.
“Sin drogas ni afrodisiacos, esto por sí solo puede estimular sexualmente cualquier parte de tu cuerpo. ¿Sigues insistiendo en que no eres una mascota?”
“Hijo de—puta—maldito—” Pero no importaba cuanto luchara, los placeres que estaban siendo aplicados a su sistema nervioso escalaban su espinazo. Riki contuvo las lágrimas.
“¿Quién es tu amo?”
“¡No soy—la perra—de—nadie!” escupió Riki.
Todo lo que le quedaba era su orgullo.

A Riki no le importaba recordar el pasado. Pero las pesadillas no escuchaban razones. Los recuerdos solo se repetían. Incluso las palabras de Iason en aquel entonces—debes regresar a donde perteneces, de vuelta a los barrios bajos—eran como un sueño para él ahora. Si hubiera sabido entonces donde iba a terminar…

Riki contuvo el aliento, como si de repente se hubiera quitado un peso de encima.