En algún lugar de la plomiza oscuridad, un débil sonido
se acercó dando tumbos hacia él. Algo húmedo y torpe se enredó en torno a sus
extremidades, temblando lánguidamente, lanzándose contra él con su peso muerto.
No sabía si se hundiría o flotaría, si se lo llevaría la
corriente, o si no. Estaba consciente, pero de alguna manera nada parecía real.
Era como si su cuerpo, mente, alma y corazón se hubieran separado los unos de
los otros.
En algún lugar, algo gritó.
Reconoció el sonido como el pulso de sus venas. En ese
instante, su cuerpo y su mente volvieron a encontrarse, resonando con cada grito.
Cercano y lejano, como el repique incesante de una
campana, el golpeteo hacía que le doliera mucho la cabeza. El mundo se deformó,
como si lo estuviese viendo a través del lente de un caleidoscopio. En su mente
visualizó un aplanado mundo a blanco y negro de dos dimensiones. Nada tenía
sentido. Nada permanecía igual. Los venenosos colores danzaban frente a sus
ojos, como puntos y líneas de un holograma incomprensible.
La progresión de las señas vagamente familiares y los
símbolos eran producto de los fragmentos de sus propios recuerdos. O quizás era
una ilusión creada por su mente. O como si la fantasía febril de su imaginación
hubiera enloquecido. Un mal presentimiento que no comprendía. Una sensación de desasosiego.
Una irritante sensación de urgencia. Un hambre.
Sus parpados se sentían tan pesados que parecían estar
pegados a la esclera de sus ojos. Finalmente se obligó a abrirlos y un relámpago
de dolor lo recorrió de los pies a la cabeza, como si una mano hubiera aferrado
sus entrañas para retorcerlas.
“Mi madre—” Riki se
dobló sobre sí mismo y gimoteó.
Su espalda crujía como una bisagra oxidada. Sus retinas veían
chispitas. Apretó con fuerza los dientes.
“Qué demo—” contuvo el
aliento. “Joder—”
Ni quedándose tan quieto como le era posible, el dolor dejaba
de afectar sus nervios. Los eventos de la noche anterior habían empezado
finalmente a penetrar dentro de su cabeza. Su pulso era un ruido sordo en sus
oídos.
“Mierda—me—duele—”
Recordó el trato tormentoso que le habían dado los
Siniestros. Se hizo consciente de un incesante golpeteo algo distinto de las
olas de agonía que sentía. Haciendo una mueca, Riki levantó la cabeza.
“¿Qué?”
Alguien estaba llamando a la puerta. El reloj que tenía
en su mesita de noche marcaba las ocho treinta y cinco.
¿Qué
infeliz… fastidia tan temprano… a estas horas de la mañana?
Maldiciendo a su visitante, haciendo frente al dolor
tanto como pudo, Riki se levantó. Los golpes en la puerta solo se hicieron más
implacables.
“Espera,” murmuró por
lo bajo. Y entonces se acordó de repente. La noche de ayer, después de haber
llegado a su apartamento, había apagado el teléfono.
Haciendo acopio de toda la terquedad y fuerza de voluntad
que poseía, arrastrando su cuerpo retorcido y curvado bajo la lluvia, había
logrado volver a casa. Muriéndose de cansancio, boqueando por aire, digitó a
los golpes el código de seguridad de la puerta con dedos temblorosos y entró
tambaleándose.
Como una liga
elástica que ha sido estirada hasta su punto de ruptura, colapsó. Aun así, se
las arregló para bloquear nuevamente la puerta y encender el sistema de seguridad
como si planeara no volver a abrir su puerta nunca jamás. Todo lo que quería
hacer era tirarse a la cama y dormir por el resto de su vida. Así que también
había apagado el teléfono.
Con que eso
fue lo que ocurrió. Empezaba a recordarlo todo. Presionó el botón del
intercomunicador. En la pantalla apareció la cara de Guy y todo el dolor y las
molestias que sentía, toda su amargura se desvanecieron. Aunque no pudo abrir
la puerta lo suficientemente rápido, le tomó un largo rato.
Guy debía haber estado igual de desesperado, considerando
lo que fuera que lo había hecho llamar a su puerta tan temprano. Antes de que
la puerta estuviera lo suficientemente abierta, Guy estaba intentando meterse a
la casa contorsionando su cuerpo a través de la pequeña abertura.
Se miraron brevemente el uno al otro, ninguno dijo nada,
paralizados en su lugar como queriendo no pasar absolutamente nada por alto.
Al final, Guy habló, en vez de saludarlo como siempre,
las palabras salieron de apoco de entre sus labios: “Te ves horrendo recién
levantado. Qué desilusión.”
Riki quería reírse pero no podía. Así hubiese sido genial
resolver todo con una simple broma, la realidad no podía cambiarse. Sin
embargo, se sentía muy aliviado. Su respiración forzada fue haciéndose más
natural, derritiendo la fría dureza en su garganta. La línea tensa y apretada entre
sus labios se relajó.
Riki no sabía qué aspecto tenía su propia cara. Pero Guy
estaba cubierto de moretones, y aun tenía sangre fresca apelmazada en las
comisuras de la boca.
“Tú también te ves feo,” fue todo lo que se le ocurrió
decir. “¿Cómo están los otros?”
Era razonable suponer que el resto de la pandilla se
encontrara en condiciones similares. Pensar en eso volvió a ponerlo de mal
humor. La ira contenida en su interior se agitó.
“Luke y Norris están igual que nosotros. A Sid le dieron
con una vara de asalto antes de que le metieran su paliza y eso lo dejó
noqueado en el piso,” dijo Guy, su voz sonaba como si estuviese maldiciendo por
lo bajo debido a que tenía el labio partido.
“¿Con una vara de asalto?” gimió Riki, recordando la
clase de sacudida que podía ocasionar esa cosa. Para los Siniestros, los
mestizos eran especies inferiores, que valían incluso menos que la basura de un
vertedero.
“Es más, habían estado durmiendo en Roget’s para que se
les pasara un poco el dolor hasta hace unos minutos.”
“¿Qué?”
Roget’s era el bar que frecuentaban. Riki estaba
confundido. Si estuvieron recuperándose
en Roget’s hasta el amanecer—
Marcus, el jefe de cabello gris de los Siniestros, le
había hecho creer que el resto de la pandilla estaba encerrada en la Central de
Policía. ¿No era verdad entonces? No pudo evitar decir impulsivamente, “¿No los
llevaron hasta la estación de policía?”
Desde que lo habían puesto en libertad, Riki había estado
preocupado por lo que pudiera estarle pasando a Guy y los demás. Su ansiedad
solo se había multiplicado con el pasar de los minutos, sentimientos de los que
no podía deshacerse. El ambiente de la Central de policía no había sido el más
propicio para interrogar a los Siniestros acerca del estado de sus amigos.
Cuando el asunto aquel sobre Iason y él siendo su mascota había salido a flote,
fue todo lo que pudo hacer para mantener bajo control su humillación. Sobre
todo, al haber sido golpeado tan terriblemente, a pesar de lo preocupado que
pudo haber estado por Bison, no había tenido otra opción más que intentar
volver a los barrios bajos.
Pero entonces, hacía unos instantes, el volver a ver la
cara de Guy en el monitor lo había hecho detenerse y recobrar el aliento. Y cuando
había abierto la puerta y había visto a Guy en carne y hueso, con una enorme
sensación de alivio, Riki había visto que Guy de alguna manera se las había apañado
para regresar a casa también.
A diferencia de él, para bien o para mal, el resto de Bison
no tenía ese haz bajo la manga llamado Iason Mink. Riki no había estado para
nada seguro de que fueran a liberarlos—y esa duda había inmunizado un tanto su
cerebro al dolor físico.
“¿La estación de policía?” Guy juntó las cejas,
dubitativo. “No. Estábamos en Roget’s cuando entraron los Siniestros y nos
dieron una tunda. Pasamos toda la noche allí.”
En pocas palabras, Marcus le había mentido a Riki. ¿Por
qué? ¿Cuál era la razón? ¿Estaban intentando infringirle alguna especie de daño
psicológico? Si así era, entonces habían tenido éxito. Aunque el resultado
final de sus esfuerzos había sido probablemente lo último que habrían esperado
los Siniestros.
Aunque a esas alturas del partido, no interesaba. Por
supuesto que las cosas habían salido de esa manera por un giro del destino.
Pero no era hora de ponerse a celebrar nada.
“Después de hacernos pasar por el infierno, los
Siniestros empezaron a amenazar al resto de la gente. Después de un rato
alguien tosió tu nombre. Cuando amaneció, el dueño de Roget’s nos dijo que era
seguro marcharnos. Como por lo menos podía caminar, vine hasta aquí tan rápido
como pude.”
Me alegra
saberlo. Riki exhaló otro suspiro de alivio. Eso significaba que
había sido el único al que habían arrastrado hasta la Central de Policía. A
todos les había tocado afrontar una cantidad idéntica de violencia irracional,
pero no los habían sometido a investigaciones ni se habían inmiscuido en sus
datos personales. Al menos Riki podía quitarse ese peso de encima que llevaba
desde la noche anterior.
Un agradable
giro del destino.
Si bien ese pequeño tiro de suerte no bastaba para cubrir
el resto del infortunio, saber que el resto de los miembros de la pandilla no
habían terminado en la lista negra de Midas eran excelentes noticias.
Pero la forma de reaccionar de Riki a esa información
solo dejó a Guy más perplejo que antes. Por un momento se sumió en un
confundido silencio. Y entonces le dedicó una mirada penetrante.
“Riki, ¿te obligaron a ir hasta la estación de policía?”
Había un toque duro y afectado en su voz, su siempre sorprendentemente
confiable sexto sentido se había activado.
Riki no estaba seguro de cómo responder. Vaciló,
mordiéndose el labio. Eso fue suficiente para que Guy lo entendiera.
“¿Por qué—por qué solo a ti?” la voz de Guy sonaba tanto
forzada como dolida.
Riki tomó un profundo respiro y dijo, “Supongo que fue
porque yo era la cabeza de la pandilla.”
Guy respondió con una expresión enigmática. Era
razonable. Bison no habría existido sin Riki.
“Asumieron que Kirie era miembro de Bison.”
Una suposición errada, con toda seguridad, pero los
Siniestros no entendían razones. Como si a Guy se le hubiera ocurrido lo mismo,
sus labios se contrajeron en una mueca. Seguramente no solo los Siniestros.
Todo el mundo en los barrios bajos habría concluido lo mismo desde que Kirie se
había esmerado tanto en esparcir el rumor. Hasta donde Riki y los otros
entendían, aquello no significaba nada. Pero era algo que se seguía comentando
en los barrios bajos, incluso si todo lo que quedaba de Bison era una lápida
sobre una tumba, y la fama de haber tenido una racha ganadora invicta en lo más
alto de su gloria.
Si a eso se hubiese remontado todo, entonces podrían
haberlo recordado como un chiste. Salvo que el nombre fantasma de Bison seguía
sonando en los barrios bajos sin que los miembros de Bison lo supieran. Para
Riki y para Guy se había vuelto algo cotidiano—una causa constante de
problemas.
“Pero regresaste de una pieza,” dijo Guy sin tratar de
ser gracioso. Estaba serio. El tono de su voz, la expresión de sus ojos,
denotaban su sinceridad. Nadie salía de la Central de Policía tan campante como
Riki. Esa era una realidad marcada en las mentes de todos los mestizos por la
División de Seguridad Pública de Midas.
“Porque no sabía nada sobre Kirie. Nadie puede confesar
lo que no sabe. No importa cuán horrible sea la tortura. De haberlo sabido, lo
habría dicho mucho antes de que me pusieran las manos encima.”
Riki no era tan temerario como para intentar inventar una
red de mentiras con los Siniestros involucrados. Mentir solo habría corroborado
sus sospechas. No era tan estúpido como para intentar evadirse de esa forma.
Sin embargo, de ninguna manera iba a confesarle a Guy que era la mascota de un
Blondie.
“Tampoco es que haya salido ileso.”
“Bueno, sí, me doy cuenta por cómo te dejaron la cara.”
“Eso no es nada. Después de darme unas cuantas palizas,
se hicieron con mi información personal.”
“¿Qué hicieron qué?”
“Ahora estoy en su lista negra.”
“¿Me hablas en serio?” Guy tragó gordo.
“Sí, ya no puedo burlar la ley en Midas.”
Más que burlar la ley, solo salir y entrar a Midas iba a
ser mucho más complicado. Eso significaba estar en la lista negra para un
mestizo.
Cuando Riki había sido mensajero, Katze le había
advertido con severidad: No te metas en
problemas con la División de Seguridad Pública de Midas. Incluso cuando
estaban equivocados, siempre tenían la razón.
Con ellos no funcionaban los sobornos. Eran un montón de
Dobermans en cuanto a su devoción por el trabajo. Fue por ese entonces que Riki
también se había enterado de la existencia de los inhumanos nanochip asesinos.
El mercado negro tenía sus reglas. Y no eran compatibles
con las reglas y regulaciones de la División de Seguridad Pública.
Nunca lo
olvides. No nos sirven de nada los hombres propensos a llamar la atención. Esa era la
esencia de lo que Katze le había dicho a Riki la primera vez que se habían
visto. No hay necesidad de ser un
arrodillado, pero lo más inteligente que puedes hacer es no causar problemas en
primer lugar.
Esa advertencia debía haber sido la manera que tenía
Katze de preocuparse abiertamente por que el carácter de Riki sobresaliera en
el entorno del mercado negro. En cualquier caso, Riki tenía un record extenso en
dar vuelta al marcador con bravucones que buscaban causarle problemas.
Si Riki permitía que lo subestimaran en los barrios
bajos, sería el final. Así que cualquier cosa que le hicieran, la devolvía con
todas las de la ley. Era apenas razonable.
Pero incluso si Katze se hacía el ciego ante los pleitos
entre sus empleados, en cuanto a lo que el trabajo respectaba, era muy
distinto.
Tu orgullo
es absolutamente irrelevante a las operaciones de esta organización. Se trata todo
de usar la cabeza y aprender de la experiencia para que puedas hacer bien el
trabajo. El mercado negro no necesita incompetentes que no puedan ajustarse a
esa verdad.
Ese era el absoluto e inalterable resultado final.
De modo que cuando Riki trabajaba como mensajero, nunca
le había ocasionado problemas a la policía en ninguna parte. No solo en Midas
sino en cualquier otro lugar que visitaban. No era el visto bueno de Katze lo
que le importaba, sino el de todo el mundo.
Era por eso que nunca habría imaginado que gracias a sus
embrollos con Kirie hubiera terminado probando la humillación de recibir una
paliza por parte de los Siniestros. Solo podía estar agradecido de que no le
hubieran implantado un nanochip en la Central de Policía.
No, en lo que a la División de Seguridad Pública
respectaba, los mestizos de los barrios bajos no merecían siquiera el costo de
instalar el dispositivo. Al mismo tiempo, el solo pensar en las posibilidades
le daba a Riki el mismo escalofrío de miedo que la idea de que el asunto de ser
la mascota de Iason se diera a conocer.
La reacción de Guy ante la explosiva revelación hizo su
tono de voz tan duro como Riki pudo haber esperado. “Eso significa que van a
estar circulando tu ficha policial a los Cuerpos de seguridad.”
Mientras trabajaba como mensajero para Katze, Riki había
aprendido los detalles más finos de la sociedad de Midas—los buenos y los
malos. Pero lo que había aprendido hasta entonces era casi todo lo que se sabía
en los barrios bajos sobre la infame lista negra. O más bien, para los
moradores de los barrios bajos, eso era lo único que merecía la pena saber.
En cualquier caso, últimamente los chicos que se
adentraban en Midas estaban siendo investigados y perseguidos en cantidades. Se
rumoraba que la causa principal era que las fichas policiales estaban siendo
entregadas a los Cuerpos de seguridad. Se tratara de un hecho o de simples
comentarios era algo que nadie sabía.
El resultado final era que, aunque nadie pudiera decirlo
de un modo u otro, el hecho de que la actividad de los Cuerpos de Seguridad
hubiera florecido en cada área—llevando a cabo sus persecuciones a los mestizos
con una tenacidad exasperante—no era un rumor cualquiera.
“Una vez que los Siniestros se resignaron a que no
obtendrían ninguna información útil de mi parte sin importar cuan terrible me
golpearan, me arrojaron al basurero más cercano y me dejaron para que muriera.
O al menos esa fue la impresión que a mí me dio.”
“¿Por qué te dio esa impresión?”
“Me desocuparon los bolsillos. No me dejaron un solo
centavo. Si no hubiera escondido una tarjeta de crédito en mi zapato y llamado
un taxi, me hubiera muerto congelado allí mismo.”
Noventa por ciento de verdad y diez por ciento de
mentiras.
Desde que Riki no estaba mintiendo solo para mantener una
narrativa consistente y limpia, dejó que la ficción se deslizara con facilidad
de entre sus labios. Siempre que deseara mantener ocultos sus verdaderos
colores y evitar que los trapos sucios de su vida salieran a la luz, no tenía
más opción. Solo podía rezar porque Guy
le creyera.
“Solo me alegro mucho de que hayas podido regresar a
salvo.”
“Escasamente a salvo.”
“Sí. De cualquier forma es bueno. No puedes imaginar lo
aliviado que me sentí de encontrarte aquí.”
Si Guy decía aquello, era verdad. Riki tomó un profundo
respiro y miró hacia el techo. Guy exhaló un pequeño suspiro. Eso pareció poner
fin a la conversación. Pero de alguna forma sentían la extraña necesidad de que
la cosa siguiera.
“Oye, ¿ya desayunaste?” preguntó Riki, cambiando
abruptamente su tono de voz por uno casual. Le daba la impresión de que habían
estado parados junto a la puerta todo ese tiempo.
“¿Qué? Oh, no.” Capturado con la guardia baja, los ojos
de Guy se abrieron un poco.
“Ponte cómodo. Solo me tomará unos minutos.”
“No, así estoy bien. Me parece que dejé a los otros
esperando. Será mejor que regrese.”
Cuando Guy se dio la vuelta para irse, Riki lo agarró del
brazo y habló más forzadamente, mirándolo a los ojos. “Vamos, siéntate. Por lo
menos déjame calentar un poco de sopa para ti.”
“Bueno, supongo que un poco de sopa estaría bien,” dijo
Guy, cediendo. “Tengo la boca tan jodida,” se quejó. “No creo que pueda tragar
nada sólido.”
Guy fue hasta la sala y se sentó en el sofá. Ahora que
Guy lo mencionaba, a Riki le pasaba lo mismo. Después de la noche anterior, no
había tenido mucho apetito, y no estaba seguro de poder tragar nada. Pero
necesitaba una razón para que Guy no se fuera. La única sopa que Riki tenía era
cubitos de caldo instantáneos. Una taza llena y humeante a primera hora de la mañana
era casi como tomar orina, pero era mejor que nada.
A los dos los habían dejado con la boca despedazada, así
que algo como agua mineral tibia habría resultado un poco más suave para sus
gargantas. Pero Guy se habría bogado el agua de un sorbo y se habría ido, y
Riki no quería que se fuera.
Por más forzada que fuera la conversación, Riki quería
hablar con Guy. Si no hablaban cuando podían, le daba la impresión de que las
oportunidades solo se harían más escasas, especialmente después de incidentes como
el de la noche anterior.
Riki le pasó la taza de sopa a Guy y se reclinó despacio
en el sofá. El minuto en que tuvo el asunto frente a él, sus sienes empezaron a
doler. Pero habiendo llegado tan lejos, tenía que seguir todo el procedimiento
hasta el final.
Más que tomarse la sopa, se mojaban los labios con ella y
la lamían como un par de perros. Haciendo pausas de vez en cuando para
descansar, trataban de enfriar la sopa moviendo la taza.
Como para rellenar los momentos de silencio, Guy dijo, “La
policía de Midas irrumpió en pleno. A todas estas, ¿qué carajos habrá hecho
Kirie?”
“Pues tratándose de Kirie, pudo haber hecho cualquier
cosa,” murmuró Riki exasperado. Kirie era la última persona en el planeta sobre
la que quería hablar.
“Sí, pero me tiene preocupado.”
Ese tonto no
merece la preocupación de nadie, maldijo Riki para sí mismo.
Miró a Guy firmemente y dijo, “Ya olvídate de eso, Guy.
No te conviene ni a ti, ni a nadie el saber en qué anda metido.”
“Sí, supongo que tienes razón.”
Sin importar qué preocupaciones pudiera tener Guy,
permanecer en la ignorancia era lo mejor que podía pasarle. Como una esponja
absorbiendo agua, sentía cada momento de la noche anterior, pero la curiosidad
seguía latente dentro de él.
¿Qué demonios hizo Kirie y dónde? ¿Qué dominó había derribado
para desencadenar el pandemonio? Tenía que tratarse de algo que haría ir a los
Siniestros ir hasta los barrios bajos para capturarlo.
Bison no sabía nada y no tenía nada para dar, y sin embargo
los habían apaleado y zamarreado por todas partes como muñecos. Al final del
día, Guy aun albergaba el deseo de saber de que se había tratado todo. Por qué razón
habían tenido que sufrir.
E incluso si a Riki no le causaba la misma curiosidad,
Guy tenía que saber por qué a Riki lo habían llevado hasta la Central de
Policía. No había forma en el mundo de que no se lo preguntara. Pero Riki no
había esperado que Guy siguiera muriéndose por saber.
“No querrás ganarte una reprimenda por culpa de ese
imbécil,” dejó escapar Riki. “Ya está bastante enterrado. No vayas a terminar
tú igual de jodido.”
Guy se quedó callado. Un silencio incómodo se levantó
como una pared invisible entre ellos. Incapaz de soportar la frustración, Riki
se volvió hacia Guy y le dijo con franqueza: “Oye, Guy. Últimamente pareciera
que, aunque salgamos juntos, estás distante. ¿Qué te ocurre?”
“¿Que qué me ocurre?” Guy se pasó la taza de una mano a
la otra, y fijó la vista en otro lado.
“Ah, vamos, no apartes la mirada de mí de esa forma.”
Guy seguía sin tener nada que decir.
“No puedo leerte la mente. Si tienes algo que decir, solo
dilo.”
Riki no había pretendido sermonear a Guy al respecto.
Pero mantener algo tan importante atascado dentro de él, lo molestaba mucho. Su
voz sonó más demandante. Dándose cuenta de ello, y mordiéndose la lengua, el
silencio solo se hizo más pesado.
“Pensé que me habías plantado anoche,” dijo Riki. “Seré
sincero, Guy, se sintió como una puñalada en la espalda. ¿Sabes? Te juro que no
puedo entender qué he hecho para hacer que las cosas se hayan enfriado tanto
entre nosotros.”
A Riki le costó gran trabajo mantener bajo control sus
emociones. No había sido un problema con los Siniestros, pero con Guy era
completamente diferente. A Riki no le interesaban los por qué—solo quería
escucharle a Guy decir la verdad.
“Vamos, Guy. No me trates así. Te lo ruego.” Inesperadamente,
a Riki se le llenaron los ojos de lágrimas. “Sé que he sido un patán contigo en
el pasado. Pero antes no importaba qué pasara, cuando miraba hacia atrás, siempre
estabas allí. No puedo soportar tu repentina indiferencia.”
Así había sido siempre desde su época en Guardián. Cada
vez que Riki se daba la vuelta, Guy estaba allí. Era por eso que Riki podía
seguir adelante.
Incluso cuando Riki había renunciado a ser el líder de
Bison y había dejado atrás a la pandilla, podía sentir la calidez de Guy sobre
su hombro. Ahora todo lo que veía era una sombra acechando tras una pared.
A pesar de su terrible condición mutua, cuando se miraban
a la cara e intercambiaban palabras, Riki no podía sacudirse la sensación de
que algo había muerto entre los dos. Y aunque se había hecho consciente de
ello, esa pared intraspasable seguía bloqueando el camino. Lo odiaba. Quería
que terminara.
“Escúpelo. ¿Qué es lo que estoy haciendo mal?”
“No se trata de eso, Riki.” Le aseguró Guy lacónicamente.
“Te equivocas.” Sus palabras dolían como acido en la piel. “¿Me estás diciendo
todo esto porque quieres volver a emparejarte conmigo?”
Por un momento, Riki fue incapaz de respirar. Más que no
haber visto aquello venir, la inmediatez abrumadora de la propuesta paralizó la
expresión de su cara de tal modo que sintió los labios entumidos de frío.
“Era broma. Solo bromeaba.” Sonrió Guy ampliamente. “Te
lo estás tomando demasiado a pecho. No te preocupes,” se rio.
Riki no tuvo nada para responder a tan forzadas
formalidades y en lugar de hablar, bajó la mirada.
No te
preocupes, pensó, repitiéndose las palabras de Guy. Perdóname.
Era tan carente de sentido.
Perdóname.
Era imposible que lo hiciera.
Es mi culpa.
En cuestión de días, habría renunciado a esa vida.
Perdón.
Perdón por haberte metido en todo esto.
Quería contárselo todo a Guy, pero no podía. Quería
hablar. Quería confesarse. Pero odiaba dejar expuestos sus errores. Odiaba ser
señalado, interrogado, examinado. Revelar lo que llevaba dentro del corazón era
lo que más miedo le daba.
Solo
escúpelo.
Esas habían sido sus palabras, y sin embargo carecía del
valor para hacerlo él mismo. Su propio egoísmo lo enfermaba. No podía evitar
sentirse culpable de la manera desdeñosa en que se estaba aprovechando de la
naturaleza buena de Guy.
“Riki, me voy,” dijo Guy en voz baja y ronca.
Espera, Guy.
Riki se puso de pie al mismo tiempo que la cara de Iason
se le venía a la mente, dejando su movimiento torpe y a medias.
Está bien. No
te molestes.
¿Te parece
bien esto de verdad?
Estando entre la espada y la pared del dilema, la línea
apretada que era la boca de Riki vaciló. No sabía qué hacer a continuación. Cargado
de indecisión, sus ojos se empañaron. La espalda de Guy se alejó un paso, y
luego otro. Riki no podía detenerlo, no podía correr tras él. Solo se quedó
allí mirando su espalda.
Una vez que Guy pasara al otro lado de la puerta, se
cortarían todos los vínculos entre ellos. Quizás dándose cuenta de lo mismo,
los pasos de Guy eran pesados y lentos.
Y así la brecha entre los dos tomó una forma física, en
lo que sus emociones contenidas estaban a punto de desbordarse—
Un grito inesperado y extraño asaltó sus oídos.
Riki pegó un brinco. Guy giró para mirar sobre su hombro.
Por un instante, sus ojos se encontraron, ambos los tenían tan abiertos como
platos por la sorpresa. Y entonces un segundo después empezaron a mirar en
todas direcciones, buscando el autor de esos alaridos que despedazaban el aire mañanero.
ohooooooo!!!! esta historia se pone cada vez mejor!!!!
ResponderEliminarmuchas gracias por los capítulos
alegraste mi regreso a clases T_T
de verdad, muchas gracias
y sigue así (/^_^)/
Wauuuuu!!!! esto esta realmente emocionante!!!!
ResponderEliminarHasta ahora eres la única persona que ha traducido tan completa esta serie, sigue así. Muchas gracias por darte el tiempo de traducir para nosotros. Y por favor, no te desaparezcas tanto tiempo, que esta historia esta buenísima.