Ceres. Extremo occidental de la Colonia. Bloque 24.
Eran
casi las once cuando Riki volvió a su apartamento. Estaba empapado. El descenso
en la temperatura lo había dejado helado hasta los huesos también. Su chaqueta
de motociclista para el frío era impermeable, pero había absorbido suficiente
agua como para convertir el azul metálico brillante de la tela en un terroso
índigo. Sus viejos pantalones negros no eran la excepción. Ni tampoco su ropa
interior. El frío lo penetraba hasta la médula.
Mierda, murmuró para sus adentros. El clima solo lo hacía enojar más.
Quizás era su miseria lo que le fastidiaba tanto. O, era el hecho de perseguir
su cola por toda la ciudad y haber sido burlado. Su materia gris se sentía como
papel periódico aguado. Pero sus pensamientos eran inquietos. De todos modos,
la primera cosa en su agenda era calentarse. Podía atender sus intranquilos
pensamientos después.
Con
labios temblorosos que se sentían como de caucho, se quitó la ropa y saltó a la
ducha. El chorro caliente se sintió como un hormigueo por todo su cuerpo. Sus
músculos congelados y tiritando finalmente comenzaron a ablandarse. Su rígido
cuerpo empezó a sentirse humano otra vez. Tomó un profundo respiro.
Fue
entonces que su teléfono zumbó, anunciando un mensaje entrante. Pensando que
podía tratarse de una llamada de Guy, cerró la llave. No era una llamada
telefónica sino una alerta anunciando un visitante. Y, a juzgar por el
ringtone, ese alguien tenía un número desconocido.
“¿Qué
diablos—?” masculló por lo bajo. Sus molestas expectativas solo lo carcomieron
más. Y dirigió esa ira a aquel extraño. “Ya vete al carajo.”
Abrió
la llave y cerró los ojos. En los barrios bajos todo el mundo se iba por el
lado de la auto preservación, y cuidaban sus propias espaldas primero. Nadie
excusaría el mal comportamiento, pero tampoco serían amables con cualquiera que
expusiera su debilidad.
Los
bienes materiales serían robados como algo normal, y siempre que no aparecieran
cadáveres, los policías no iban a investigar una simple entrada forzada o un
asalto. En vez de perder tiempo llorando por la pérdida, era mejor tener una
buena defensa.
Un
extraño apareciéndose en la puerta de Riki en una noche oscura y tormentosa era
algo fuera de lo común. Desde que Iason había ejecutado el mismo truco el otro
día, Riki había estado prestando más atención de la usual a su seguridad.
Esa
noche, incluso después de haberse embriagado tanto como para no poder caminar
en línea recta siquiera para salvar su vida, le había aterrado la facilidad con
que Iason lo había sorprendido.
Luego
de eso—a cualquier grado que pudiera decir tales cosas—no pasaba mucho tiempo
en su propia casa. Pero lo haría mantener su ingenio mientras tanto.
Finalmente
dejó de temblar, si bien sus entrañas podían soportar más calor. Salió de la
ducha y vio que su teléfono todavía estaba parpadeando.
Cielos,
cálmate, se dijo de nuevo. Ese idiota
era un bastardo insistente.
El
campaneo de la puerta principal hizo eco por todo el pequeño apartamento. Riki
pegó un brinco inconsciente y tragó con dificultad. Con el agua corriendo en la
ducha no había sido capaz de escucharlo antes. Quien fuera que fuera
probablemente había estado timbrando hasta el cansancio.
¿Qué
quiere este tarugo—?
El cerebro de Riki debía haber estado congelado. El timbre
de la puerta le sonaba ahora como un retumbante claxon. Se colocó la bata de
baño. ¿Será que se descompuso? Juntó las cejas. ¿Alguna
especie de tonta broma pesada? Esa era la única conclusión a la que el
clamante sonido apuntaba.
¿Qué?
¿Qué? ¡Qué!
Haber sido plantado por Guy había enroscado más el apretado
resorte de sus emociones. Pero no estaba tan jodido por la sensación de
irritación que iba en aumento como para abrir la puerta de un zarpazo.
Cualquier
cosa podía pasar en los barrios bajos, a cualquier hora y en cualquier lugar.
Aunque había arreglado cuentas con los Jeeks, eso no significaba necesariamente
que el juego entero se había acabado. Riki aún tenía que andarse con cuidado.
Espió por el ojo mágico de la puerta y vio a un hombre que no conocía ahí de
pie.
¿Quién
mierda es ese?
Los ojos afilados del hombre miraban a través del lente de
la cámara. Parecía de unos treinta años más o menos, lo que confundió todavía
más a Riki. Riki no salía con hombres de treinta. No era que no tuviera nada
que decirles y les fuera indiferente; de hecho, eran ellos los
que se hacían a un lado para evitarlo a él.
Y no solo porque fuera Riki. Sino porque era de “esa edad”,
y zanjar esa división generacional siempre era difícil. Donde comían y bebían,
el territorio que labraban para su diario vivir, los aislaba necesariamente. La
única posible excepción eran las guaridas en las que merodeaban en busca de
compañeros sexuales.
Más
que la persistencia del hombre en llamar a su puerta, era el frío brillo en sus
ojos lo que hizo dudar a Riki. En momentos así, su mejor recurso era hacerse el
tonto y retroceder despacio. El impulso de hacer solo eso ya estaba acariciando
sus sentidos.
En
cuanto a acosadores desquiciados respectaba, un Iason era suficiente. A ese
punto, Riki ya había tenido drama suficiente para toda una vida. Esos pensamientos
aplastaron su mente con fuerza, haciendo que se le pusieran los pelos de punta
en lo que experimentaba una corazonada de peligro.
Por la
forma en que el hombre estaba pegado de la puerta, no parecía que fuera a
marcharse pronto. No después de que había confirmado que Riki estaba en casa.
Era un poco demasiado tarde para ir apagando las luces y sentarse en silencio
en la oscuridad.
Riki
maldijo. “¿Quién eres?” preguntó a través del intercomunicador y se quedó
quieto en espera de lo peor.
No
obtuvo respuesta, pero al menos las incesantes llamadas al timbre se habían
detenido finalmente. La expresión en la cara del hombre cambió de manera sutil,
pero se notó. Suficiente para darle a Riki la clara impresión de que no se
interesaba por su existencia.
“¿Qué
es lo que quieres?”
“Si no
quieres que derribe esta puerta, déjame entrar.” Las primeras palabras del
hombre estaban cargadas de agresividad e irritación. Una voz de tono bajo,
lúgubre y tenso. En una manera completamente diferente a la de Iason, acarreaba
un peso que llegaba a lo profundo de las entrañas de Riki.
Riki
presintió el gran problema que estaba a punto de caer en sus manos. Pero no
había manera de ignorarlo ahora. Además, no dudaba que el hombre de verdad
entraría por la fuerza.
Apretando
los dientes, desbloqueó la puerta.
La
primera cosa que Riki vio aproximándosele en el segundo en que la puerta se
abrió de un portazo fue el negro lustre de un arma. Instintivamente se echó
hacia atrás. Un segundo hombre—escondido en alguna parte—se adentró después de
él, vestido todo de negro y moviéndose de una forma que sugería no se trataba
de un trabajo usual y ordinario.
Mierda—
La
dirección en que los sucesos habían girado era totalmente inesperada. Riki no
sentía ni pensaba nada. Simplemente estaba estupefacto y no podía dilucidar lo
que estaba ocurriendo delante de sus ojos.
En los
barrios bajos, donde el control de armas era cumplido de manera estricta, solo
un policía blandiría un arma—sobre todo una con miras láser. Y estos sujetos no
parecían policías de los barrios bajos.
Con
las armas preparadas, los hombres voltearon el apartamento patas arriba.
Miraron bajo la cama. Inspeccionaron los armarios. Examinaron cada rincón. Lo
que estaban buscando y lo que Riki tenía que ver con ello—nadie estaba
proveyendo explicaciones.
A
pesar de todos sus esfuerzos, su búsqueda fue un fracaso. A menos que aquello
fuera solamente un espectáculo antes de empezar con el trabajo verdadero. Los
hombres intercambiaron miradas y de nuevo apuntaron hacia Riki. En ese
instante, Riki había estado manteniéndose calmado, tratando de averiguar
quiénes eran esos tipos. Pero entonces una extraña e inquietante sensación
empezó a arremolinarse dentro de él.
Estaría
mintiendo si dijera que no le daba miedo ver esas armas. Pero las varas de
asalto colgando de los cinturones multiusos apuntaban a una sola
conclusión: estos malditos son Siniestros de Midas.
Una renovada sensación de sorpresa se apoderó de él. ¿Qué
estaban haciendo ahí unos Siniestros? ¿Y por qué? Confusión, impresión y
sospecha crecieron dentro de él al mismo tiempo.
Lo
único que Riki sabía era que los Siniestros de Midas—quienes despreciaban la
existencia de los mestizos de los barrios bajos—eran igualmente prisioneros de
sus dispositivos PAM. ¿Entonces qué estaba pasando? ¿Cómo podían haber
traspasado un límite impenetrable?
Riki
entendía que no era una enciclopedia andante, pero nunca había escuchado ni una
sola vez sobre la policía irrumpiendo en Ceres. En primer lugar, tal ocurrencia
hubiera desatado el pánico en los barrios bajos. Hasta hacía unos minutos, el
flujo de la corriente humana había estado corriendo en una sola dirección—de
las afueras de los barrios bajos a causa del PAM. Pero, ¿y qué si ese no era el
caso en realidad?
Esa
fue una verdad que Riki no quería contemplar. Deseaba de todo corazón que
aquello fuera una especie de sueño. Un viaje que nunca tomaría de nuevo.
“¿Eres
Riki?” dijo el hombre de cabello muy corto color plata.
Después
de que habían saqueado el lugar y puesto sus armas en la cara de Riki,
escucharlos decirle su nombre como una ocurrencia de último minuto no hizo
mucho por aliviar su temperamento.
“¿Y
qué si lo soy?” reviró, sin molestarse en ocultar su mal humor. Su intromisión
en su casa estaba despertando sentimientos de disgusto y recelo. A pesar de la
sorpresa y el desconcierto, no se sentía tímido ni cohibido en absoluto.
Los
brillantes ojos negros de Riki se fijaron en el hombre con el plateado corte de
pelo militar que cubría su cabeza como un pedazo de hielo seco. No estaba
tratando de mostrar una postura provocativa a los Siniestros ni nada.
Ya fuera tomándose aquello como un valiente acto desafiante o una fanfarronada
imprudente, el hombre al parecer contempló al Riki de la bata y el cabello
mojado con nuevos ojos. Entonces, sin dudarlo, dijo de modo arbitrario,
“Vístete.”
Había
una dureza en su voz propia de un hombre acostumbrado a dar órdenes y ser
obedecido. Sin embargo, comparado con un sujeto como Katze, cuya atemperada
tenacidad podía callar a los rufianes del mercado negro con una sola mirada, el
hombre poseía una pizca de calidez en él. Y no poseía nada de la autoridad
absoluta y cruel de Iason que podía convertir la más austera determinación en
gelatina.
No
había forma de que el Siniestro fuera a intimidar a Riki. Pero no era el
momento ni el lugar para oponer una última inútil resistencia. Riki sabía eso
mejor que nadie.
“Bien.”
Mejor pisar el freno que estallar en una estúpida demostración de ego. Giró
sobre sus talones, sintiendo la mirada del hombre clavada en su espalda como un
cuchillo afilado.
Huuuy noooo he quedado con ganas de saber mas!!! Que esta pasando???
ResponderEliminarListo. Ya está hecha mi tarea ^o^
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