viernes, 22 de julio de 2016

AnK - Volumen 5, Capítulo 4

Ceres. Extremo occidental de la Colonia. Bloque 24.
Eran casi las once cuando Riki volvió a su apartamento. Estaba empapado. El descenso en la temperatura lo había dejado helado hasta los huesos también. Su chaqueta de motociclista para el frío era impermeable, pero había absorbido suficiente agua como para convertir el azul metálico brillante de la tela en un terroso índigo. Sus viejos pantalones negros no eran la excepción. Ni tampoco su ropa interior. El frío lo penetraba hasta la médula.
Mierda, murmuró para sus adentros. El clima solo lo hacía enojar más. Quizás era su miseria lo que le fastidiaba tanto. O, era el hecho de perseguir su cola por toda la ciudad y haber sido burlado. Su materia gris se sentía como papel periódico aguado. Pero sus pensamientos eran inquietos. De todos modos, la primera cosa en su agenda era calentarse. Podía atender sus intranquilos pensamientos después.
Con labios temblorosos que se sentían como de caucho, se quitó la ropa y saltó a la ducha. El chorro caliente se sintió como un hormigueo por todo su cuerpo. Sus músculos congelados y tiritando finalmente comenzaron a ablandarse. Su rígido cuerpo empezó a sentirse humano otra vez. Tomó un profundo respiro.
Fue entonces que su teléfono zumbó, anunciando un mensaje entrante. Pensando que podía tratarse de una llamada de Guy, cerró la llave. No era una llamada telefónica sino una alerta anunciando un visitante. Y, a juzgar por el ringtone, ese alguien tenía un número desconocido.
“¿Qué diablos—?” masculló por lo bajo. Sus molestas expectativas solo lo carcomieron más. Y dirigió esa ira a aquel extraño. “Ya vete al carajo.”
Abrió la llave y cerró los ojos. En los barrios bajos todo el mundo se iba por el lado de la auto preservación, y cuidaban sus propias espaldas primero. Nadie excusaría el mal comportamiento, pero tampoco serían amables con cualquiera que expusiera su debilidad.
Los bienes materiales serían robados como algo normal, y siempre que no aparecieran cadáveres, los policías no iban a investigar una simple entrada forzada o un asalto. En vez de perder tiempo llorando por la pérdida, era mejor tener una buena defensa.
Un extraño apareciéndose en la puerta de Riki en una noche oscura y tormentosa era algo fuera de lo común. Desde que Iason había ejecutado el mismo truco el otro día, Riki había estado prestando más atención de la usual a su seguridad.
Esa noche, incluso después de haberse embriagado tanto como para no poder caminar en línea recta siquiera para salvar su vida, le había aterrado la facilidad con que Iason lo había sorprendido.
Luego de eso—a cualquier grado que pudiera decir tales cosas—no pasaba mucho tiempo en su propia casa. Pero lo haría mantener su ingenio mientras tanto.
Finalmente dejó de temblar, si bien sus entrañas podían soportar más calor. Salió de la ducha y vio que su teléfono todavía estaba parpadeando.
Cielos, cálmate, se dijo de nuevo. Ese idiota era un bastardo insistente.
El campaneo de la puerta principal hizo eco por todo el pequeño apartamento. Riki pegó un brinco inconsciente y tragó con dificultad. Con el agua corriendo en la ducha no había sido capaz de escucharlo antes. Quien fuera que fuera probablemente había estado timbrando hasta el cansancio.
¿Qué quiere este tarugo?
El cerebro de Riki debía haber estado congelado. El timbre de la puerta le sonaba ahora como un retumbante claxon. Se colocó la bata de baño. ¿Será que se descompuso? Juntó las cejas. ¿Alguna especie de tonta broma pesada? Esa era la única conclusión a la que el clamante sonido apuntaba.
¿Qué? ¿Qué? ¡Qué!
Haber sido plantado por Guy había enroscado más el apretado resorte de sus emociones. Pero no estaba tan jodido por la sensación de irritación que iba en aumento como para abrir la puerta de un zarpazo.
Cualquier cosa podía pasar en los barrios bajos, a cualquier hora y en cualquier lugar. Aunque había arreglado cuentas con los Jeeks, eso no significaba necesariamente que el juego entero se había acabado. Riki aún tenía que andarse con cuidado. Espió por el ojo mágico de la puerta y vio a un hombre que no conocía ahí de pie.
¿Quién mierda es ese?
Los ojos afilados del hombre miraban a través del lente de la cámara. Parecía de unos treinta años más o menos, lo que confundió todavía más a Riki. Riki no salía con hombres de treinta. No era que no tuviera nada que decirles y les fuera indiferente; de hecho, eran ellos los que se hacían a un lado para evitarlo a él.
Y no solo porque fuera Riki. Sino porque era de “esa edad”, y zanjar esa división generacional siempre era difícil. Donde comían y bebían, el territorio que labraban para su diario vivir, los aislaba necesariamente. La única posible excepción eran las guaridas en las que merodeaban en busca de compañeros sexuales.
Más que la persistencia del hombre en llamar a su puerta, era el frío brillo en sus ojos lo que hizo dudar a Riki. En momentos así, su mejor recurso era hacerse el tonto y retroceder despacio. El impulso de hacer solo eso ya estaba acariciando sus sentidos.
En cuanto a acosadores desquiciados respectaba, un Iason era suficiente. A ese punto, Riki ya había tenido drama suficiente para toda una vida. Esos pensamientos aplastaron su mente con fuerza, haciendo que se le pusieran los pelos de punta en lo que experimentaba una corazonada de peligro.
Por la forma en que el hombre estaba pegado de la puerta, no parecía que fuera a marcharse pronto. No después de que había confirmado que Riki estaba en casa. Era un poco demasiado tarde para ir apagando las luces y sentarse en silencio en la oscuridad.
Riki maldijo. “¿Quién eres?” preguntó a través del intercomunicador y se quedó quieto en espera de lo peor.
No obtuvo respuesta, pero al menos las incesantes llamadas al timbre se habían detenido finalmente. La expresión en la cara del hombre cambió de manera sutil, pero se notó. Suficiente para darle a Riki la clara impresión de que no se interesaba por su existencia.
“¿Qué es lo que quieres?”
“Si no quieres que derribe esta puerta, déjame entrar.” Las primeras palabras del hombre estaban cargadas de agresividad e irritación. Una voz de tono bajo, lúgubre y tenso. En una manera completamente diferente a la de Iason, acarreaba un peso que llegaba a lo profundo de las entrañas de Riki.
Riki presintió el gran problema que estaba a punto de caer en sus manos. Pero no había manera de ignorarlo ahora. Además, no dudaba que el hombre de verdad entraría por la fuerza.
Apretando los dientes, desbloqueó la puerta.
La primera cosa que Riki vio aproximándosele en el segundo en que la puerta se abrió de un portazo fue el negro lustre de un arma. Instintivamente se echó hacia atrás. Un segundo hombre—escondido en alguna parte—se adentró después de él, vestido todo de negro y moviéndose de una forma que sugería no se trataba de un trabajo usual y ordinario.
Mierda—
La dirección en que los sucesos habían girado era totalmente inesperada. Riki no sentía ni pensaba nada. Simplemente estaba estupefacto y no podía dilucidar lo que estaba ocurriendo delante de sus ojos.
En los barrios bajos, donde el control de armas era cumplido de manera estricta, solo un policía blandiría un arma—sobre todo una con miras láser. Y estos sujetos no parecían policías de los barrios bajos.
Con las armas preparadas, los hombres voltearon el apartamento patas arriba. Miraron bajo la cama. Inspeccionaron los armarios. Examinaron cada rincón. Lo que estaban buscando y lo que Riki tenía que ver con ello—nadie estaba proveyendo explicaciones.
A pesar de todos sus esfuerzos, su búsqueda fue un fracaso. A menos que aquello fuera solamente un espectáculo antes de empezar con el trabajo verdadero. Los hombres intercambiaron miradas y de nuevo apuntaron  hacia Riki. En ese instante, Riki había estado manteniéndose calmado, tratando de averiguar quiénes eran esos tipos. Pero entonces una extraña e inquietante sensación empezó a arremolinarse dentro de él.
Estaría mintiendo si dijera que no le daba miedo ver esas armas. Pero las varas de asalto colgando de los cinturones multiusos apuntaban a una sola conclusión: estos malditos son Siniestros de Midas.
Una renovada sensación de sorpresa se apoderó de él. ¿Qué estaban haciendo ahí unos Siniestros? ¿Y por qué? Confusión, impresión y sospecha crecieron dentro de él al mismo tiempo.
Lo único que Riki sabía era que los Siniestros de Midas—quienes despreciaban la existencia de los mestizos de los barrios bajos—eran igualmente prisioneros de sus dispositivos PAM. ¿Entonces qué estaba pasando? ¿Cómo podían haber traspasado un límite impenetrable?
Riki entendía que no era una enciclopedia andante, pero nunca había escuchado ni una sola vez sobre la policía irrumpiendo en Ceres. En primer lugar, tal ocurrencia hubiera desatado el pánico en los barrios bajos. Hasta hacía unos minutos, el flujo de la corriente humana había estado corriendo en una sola dirección—de las afueras de los barrios bajos a causa del PAM. Pero, ¿y qué si ese no era el caso en realidad?
Esa fue una verdad que Riki no quería contemplar. Deseaba de todo corazón que aquello fuera una especie de sueño. Un viaje que nunca tomaría de nuevo.
“¿Eres Riki?” dijo el hombre de cabello muy corto color plata.
Después de que habían saqueado el lugar y puesto sus armas en la cara de Riki, escucharlos decirle su nombre como una ocurrencia de último minuto no hizo mucho por aliviar su temperamento.
“¿Y qué si lo soy?” reviró, sin molestarse en ocultar su mal humor. Su intromisión en su casa estaba despertando sentimientos de disgusto y recelo. A pesar de la sorpresa y el desconcierto, no se sentía tímido ni cohibido en absoluto.
Los brillantes ojos negros de Riki se fijaron en el hombre con el plateado corte de pelo militar que cubría su cabeza como un pedazo de hielo seco. No estaba tratando de mostrar una postura provocativa a los Siniestros ni nada.



Ya fuera tomándose aquello como un valiente acto desafiante o una fanfarronada imprudente, el hombre al parecer contempló al Riki de la bata y el cabello mojado con nuevos ojos. Entonces, sin dudarlo, dijo de modo arbitrario, “Vístete.”
Había una dureza en su voz propia de un hombre acostumbrado a dar órdenes y ser obedecido. Sin embargo, comparado con un sujeto como Katze, cuya atemperada tenacidad podía callar a los rufianes del mercado negro con una sola mirada, el hombre poseía una pizca de calidez en él. Y no poseía nada de la autoridad absoluta y cruel de Iason que podía convertir la más austera determinación en gelatina.
No había forma de que el Siniestro fuera a intimidar a Riki. Pero no era el momento ni el lugar para oponer una última inútil resistencia. Riki sabía eso mejor que nadie.

“Bien.” Mejor pisar el freno que estallar en una estúpida demostración de ego. Giró sobre sus talones, sintiendo la mirada del hombre clavada en su espalda como un cuchillo afilado.

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