jueves, 31 de julio de 2014

AnK - Volúmen 2, Capítulo 3

Aunque habían pasado dos semanas desde aquella noche de desgracia, la carcomedora sensación de humillación continuaba latente en las entrañas de Riki. Sin lugar para expresarse, la incurable furia causaba estragos en su interior.Toda la vergüenza permanecía con él.
Era de esperarse que a partir de ese día Riki no hubiera pisado las calles de Midas de nuevo. Estaba lejos de lograr mantener cualquier conversación sobre “incursionar”, pues apenas si podía arrastrar la primera sílaba fuera de su boca. En cambio, se mordía la lengua hoscamente. Día a día la línea entre sus dos cejas juntas solo se hacía más y más profunda.
Si tan solo pudiera haber reprimido los abominables eventos, pudiera haber vivido como un hombre feliz. Pero cada vez que cerraba los ojos, ahí en su cabeza estaba la fría y hermosa imagen del hombre, como tallada en sus sentidos.
“¿Cuándo pierdes tu objetivo… acostumbras recoger a alguien y hacer dinero de esta forma?”
Su singularmente gélida voz que comunicaba una arrogancia imbuida de intimidación, se le quedó grabada a Riki como un incesante chirrido en sus oídos.
¡Mierda!
Y sin embargo perduraba la dolorosa miseria de no ser capaz de hacer nada aparte de quejarse. En realidad no estaba molesto porque Iason lo hubiera humillado, aunque ridiculizar la vida sexual de un hombre fuera una descarada violación a las costumbres del sentido común en los barrios bajos.
Aun encontrándose en un motel a las afueras de la ciudad, Iason no había perdido ni un solo tramo de su dignidad y majestuosidad. Al contrario, para un Blondie de Tanagura que lo tenía todo y más de sobra, Riki no sería nunca nada más allá de una prostituta cuya práctica era coquetear con hombres y venderse a cambio de unas pocas monedas.
Comprenderlo era mortificante.
No cabían dudas al respecto. Había sido él quien forzara a Iason por las malas en primer lugar y lo persuadiera hasta obtener lo que deseaba. Su terquedad y orgullo eran a ojos del Blondie el mero reflejo de su carácter egoísta y malcriado.
La sola idea hizo que le ardiera la garganta.
“No te confundas, mestizo. Tú eres el precio que tan torpemente me forzaste a aceptar a cambio de mi silencio. Haz cuanto pido, entonces, gime para mí y quedaremos a mano. Nada más.”
El frío y calculador comentario, que no podía tomarse como nada distinto del lenguaje abusivo que era. El veneno purulento apuñalando su materia gris a veces se desbordaba y afectaba su orgullo.
Apretaba los dientes. Sus sienes palpitaban. No había experimentado tales sentimientos de disgusto desde que había dejado Guardián. Y sin embargo, sabía de corazón que no existía remedio eficaz contra la fiebre latiendo dentro de su cuerpo.
Entre los límites restringidos del mundo de un niño, siempre podría taparse los oídos y cerrar los ojos a aquello que le resultara doloroso. En Guardián, aquel había constituido el único “derecho” permitido a un niño inmaduro.
Pero ahora las cosas eran diferentes.
Independientemente de la madurez o inmadurez de un hombre, todo el lloriquear y quejarse del universo no cambiaría nada. En los barrios bajos, donde predominaba la ley de la selva, las palabras y las acciones de un hombre siempre se volvían en su contra.
Riki también conocía esa realidad—la realidad de que no podía simplemente hacer que lo que había sucedido se esfumara. Le pesaba en grande.
Estaba en una posición horrible. El día no tenía suficientes horas para transferir todos los recuerdos a alguna especie de laguna mental fuera de su rutina diaria. Pero no tenía otro camino más que el de persuadirse a sí mismo. Y eso lo hacía insoportablemente miserable.
¿Cuánto tiempo tomaría enmendar sus astilladas emociones? No podía empezar a imaginarlo.
Por supuesto, lo que le había ocurrido era más un maldito milagro que un insólito accidente. Toparse con ese extraño hombre de nuevo, sin mencionar el hecho de encontrarse a tiro de piedra con otro Blondie de Tanagura, era la última cosa que esperaría ocurriera en algún momento cercano. Pero a pesar de eso, no podía depurar los recuerdos de su mente y regresar a su vieja y despreocupada existencia.
Ser llamado “basura mestiza” tan fácilmente, la humillación de ser ridiculizado y ser acariciado por esos ojos fríos carentes de emoción. Le habían dado una paliza a su orgullo, y este no se recuperaría así como así.
Los vergonzosos recuerdos de ser abusado de esa manera tan cruel se hicieron todavía más intensos en su mente. Incluso durante los bien acostumbrados episodios de sexo con Guy, no podía dejar en blanco las mordaces memorias envueltas tercamente en torno a su corazón.
“Venirse así de rápido no es nada de lo que debas estar orgulloso.”
Cállate.
“Todo tu supuesto poder es solo petulancia vacía.”
¡Ya basta!
“¿Y aquí encontramos la raíz de tu placer?”
¡Vete a la mierda!
“Aunque aquí—”
La fiebre acosadora de la voz burlona circundando su cabeza, adhiriéndose a él con tenacidad, lo envolvía.
Mierda.
Mierda.
¡Mierda!
Miserable. Incómodo. Lo único que podía hacer era rechinar los dientes y darle batalla a la oscuridad. Era su propio peor enemigo.
¡Esto no es lo que soy!
Mordió su trémulo labio. No se trataba de ninguna pesadilla, era más como haberse drogado con LSD y haber tenido un mal viaje. No había forma en que Guy pudiera ignorar el alto grado de agitación de Riki. “¿Qué te pasa, Riki?” le susurraba en el oído.
Riki se quedaba ahí lánguido relajando los brazos y las piernas, recuperando el aliento. Por supuesto Guy se daba cuenta de que Riki no parecía estar “ahí” en cuerpo y alma del mismo modo que antes, y empezaba a molestarse con él.
“¿Ocurrió algo?” usó el mismo tono de voz gentil que siempre usaba. Peinando hacia atrás un mechón de cabello juguetón que había caído sobre la frente del otro. La mano cálida de Guy no se sintió menos reconfortante que antes.
Riki estaba en el lugar al que pertenecía. Guy más que nadie lo hacía sentir cuán verídico era eso. Y sin embargo—
¿Por qué?
¿Cómo?
¿Cómo habían terminado cautivos sus pensamientos por ese monstruo? “No es nada,” murmuró, las palabras eran como amarga salmuera rezumando de las comisuras de su boca.
“¿Seguro?” insistió Guy.
“Seguro,” Respondió Riki con indiferencia, pero hasta él sabía cuál era el motivo real de la cuestión—lo que Guy quería escuchar y lo que probablemente estaba pensando. Los sentimientos que no quería expresar. En su compasión mutua, en la certeza del calor corporal que compartían, se suponía que no habría mentiras.
Guy paseó su lengua desde la nuca de Riki hasta el lóbulo de su oreja, entrelazando sus piernas con las de él, con fuerza. “Entonces hagámoslo.” El calor creciendo en su joven cuerpo era rotundo. “¿Todavía puedes…? No estoy cerca de haber tenido suficiente.”
Poner en palabras sus deseos incontrolables encendió la chispa. Con Riki como su compañero, no importaba cuantas veces lo hicieran, nunca bastaba. Guy no podía evitar ser consciente de sus sedientas pasiones animales.
Esas pasiones no habían cambiado en lo más mínimo desde que estaban en Guardián, y solo habían fortalecido su deseo de querer monopolizar las partes de Riki que la buena suerte había convertido en suyas.
Riki podría pensar que estaba usando a Guy para sus propios propósitos egoístas, pero Guy tenía otra perspectiva. No era lo suficientemente atractivo para justificar el acarrear su afligido trasero por pura impulsividad. Tampoco era tan paciente como la gente a su alrededor parecía creer.
Era por Riki. Riki era su pareja, y Guy sabía bien cuán tolerante y comedido podía llegar a ser.
Podía acordarse todavía del pequeño cuerpo en la oscuridad, en medio de la cama, abrazándose las rodillas y temblando. Cuando Riki cerró los ojos—ojos que veían enemigos en todos los que se reflejaran en sus intensas pupilas—se convirtió en una persona completamente diferente. Tan joven.
Entonces una noche, el Riki que había levantado la mano y agarrado la suya, había desaparecido. Y aunque la época en que Riki había necesitado de su protección se había acabado hacía mucho, Guy no podría olvidarse jamás de que había jurado protegerlo.
Nunca lo olvidaría.
Era de gran alivio para Guy saber con certeza que era el único conocedor del talante real e indefenso de Riki, sepultado bajo tantas capas de fiero orgullo antibalas. Y por otro lado, estaba plenamente consciente de la profundidad del hambre que sentía por él.
Más.
Nunca era suficiente.
¡Quiéreme más! ¡Deséame más!
Guy no era ciego hasta el punto de quedar atrapado en esa abrumadora sensación de apego. En Guardián, a pesar de lo desagradable de la tarea, tuvo que llegar a un acuerdo con la profundidad de esa amplia diferencia en el deseo.
Sin decir una palabra, Riki enroscó el brazo en torno al cuello de Guy y lo besó, haciendo como que se le estaba insinuando. Cambiaban el ángulo de sus bocas como dos amantes poniéndose de puntillas, entregándose a los besos profundos, intercambiando la posición de sus cuerpos, entrelazando sus lenguas. Como para calmar los recelos y ansiedades de Guy por completo.
O más bien, como para sacar por completo de sí mismo los últimos vestigios de la presencia de Guy envolviendo el centro de su ser.

Y sin embargo pasaron otras dos semanas. Riki seguía sin poder deshacerse de la fiebre consumiendo sus entrañas. Se la pasaba desperdiciando el tiempo, irritado, y llenaba los espacios vacíos internos con comida chatarra.
“¡Hoola, Riki! ¿Estás solo? Algo que no se ve muy a menudo.” Le gritó Zach Rayburn. Zach traficaba con las tarjetas de crédito que Riki y sus amigos robaban en Midas. “No te he visto mucho por aquí últimamente. ¿Qué me cuentas?”
Esa era la forma habitual en que Zach saludaba, y no pretendía nada malo con ello. Riki frunció el ceño.
Cuando lo hizo, los pocos transeúntes cercanos tragaron con dificultad y apartaron la vista. Zach no les prestó atención. Al contrario, acercó un taburete y se sentó, toda su altura musculosa quedó plegada y amontonada. “Oye, Riki. ¿Alguna vez consideraste ser un mensajero?” preguntó, yendo al grano de inmediato.
“¿Un mensajero?” Riki entrecerró los ojos y lo escrutó por un largo rato. Había estado atarugándose la boca con una “aleta” —un delgado producto cárnico derivado del pan que tenía el grosor de un crepe y estaba recubierto por manteca. Hizo una pausa lo suficientemente larga como para dar una respuesta, aunque sin denotar señales de haberse ofendido. “Eres un perista. ¿En qué momento te convertiste en una agencia de empleo?”
Los gorilas acechando a espaldas de Zach (quien los había contratado para lanzar miradas amenazadoras a todo el mundo) reaccionaron a la esperada insolencia en el tono de voz de Riki, mirándolo con los ojos entreabiertos. Pero ni a él ni a Zach pareció preocuparles.
La piel morena del último y su blanco cabello corto destacando sus orejas puntiagudas, dejaba en claro que no era residente de los barrios bajos.
Entre los turistas que visitaban Midas existían quienes, por las razones que fueran, se quedaban atrás desafiando las leyes de inmigración. Aquellos ‘refugiados’ cuyas visas habían expirado y no podían regresar a casa de nuevo si lo deseaban, eran difamados como “sinkers”. Pero para Zach dicha gente no estaba condenada a la violencia, a la desesperación o a la miseria.
Nadie sabía por qué ese extraño de orígenes no identificados se había mantenido en los barrios bajos durante tanto tiempo.
Pero aun lidiando con los mestizos—los “parásitos” que se ganaban la vida “escarbando entre los desperdicios de Midas en busca de las sobras” —Zach no los hacía inclinarse o reverenciar. Como un hombre de negocios de cabo a rabo, trataba a todo el mundo de la misma forma. Su naturaleza inusual era su tarjeta de presentación. De una u otra manera, todos en los barrios bajos lo conocían.
“No es lo que parece.” Se bebió de un solo trago el resto de la cerveza de aspecto venenoso. “El caso es que un conocido mío me pidió que preguntara.” Zach bajó la voz a un nivel exagerado. “Parece ser que el chico que empleaba metió la pata y no va a hacer uso de sus servicios por una temporada. Así que está buscando un sustituto.”
“Huh. ¿De qué clase de factor de riesgo estamos hablando?”
“Ignoro las particularidades del trabajo. Pero viéndolo desde la perspectiva de que no está requiriendo un simple mensajero, me imagino que va a ser tan riesgoso como es de esperarse que un trabajo como ese lo sea. Por lo que vale la pena, es que la paga debe ser excelente.”
“Que no interese si es un mestizo de los barrios bajos quien tome el trabajo se me hace un poco sospechoso.”
Ceres no figuraba en ninguna parte en ninguno de los mapas oficiales de Midas. Pero como un secreto abierto, a pesar de eso hasta los visitantes de Midas sin conocimiento previo de los barrios bajos podían percibir la existencia de una “zona roja” repleta de la clase baja, a la que jamás debían ir.
Esa era la realidad que los residentes de Ceres representaban para el mundo de afuera. Midas tampoco reconocía la existencia de ningún derecho civil dentro de Ceres. La efímera denominada “luna de miel” con la Mancomunidad tras la independencia de Ceres ahora estaba muerta.
Tanagura era la famosa “ciudad metálica” del sistema solar, apostada ahí entre las sombras proyectadas por las luces de Midas. A las ONGs de derechos humanos de la Mancomunidad y a los grupos de presión les intimidaba su presencia, y estaban muy dispuestos a dejar pasar los problemas de Ceres.
No importaban sus déficits en recursos humanos, nadie estaba dispuesto a ofrecer ayuda a los desagradables mestizos que habitaban los problemáticos barrios bajos. Los barrios bajos estaban atrapados para siempre en esa caja asfixiante, luchando por respirar.
Pero Zach se mofaba de lo que el mundo consideraba “sentido común”. “Mira, según la forma en que yo veo las cosas, demuestras ser útil y nadie va a examinar tu currículum.” Y por otra parte, “Eso no significa que esté dispuesto a contratar ningún vejete. La toma de la decisión ha recaído sobre mí así que mi propia reputación está en juego.”
El mensaje implícito en su aire despreocupado era: Es por eso que te escogí a ti. Era un mensaje que halagaba el orgullo de Riki. Probablemente la fuerza de la personalidad de Zach fue la única razón por la que no desconfió de inmediato.
“¿Qué dices, Riki? Un simple cara a cara no puede hacer daño, ¿o sí? Si no te gusta lo que estás escuchando, siéntete libre de declinar la oferta en el acto.”
Quizás si Zach no hubiera tratado siempre a Riki con el respeto de un igual, habría sido más franco y obstinado en sus negocios. Solo por eso, Zach se había ganado en definitiva la reputación de ser humano decente entre los compañeros mestizos de Riki. Zach nunca había tratado de concretar una venta difícil con una baraja mierdosa.
Un mensajero. A Riki le gustaba el sonido de esas palabras. No hacía falta decir que de haberse encontrado Guy ahí con él, buscando las inconsistencias, probablemente habría disuadido a Riki desde el principio. Sin embargo, una inusual sensación de curiosidad—más que la invisible pero siempre presente asfixia atestando los barrios bajos—lo sedujo y lo convenció al final.
“De acuerdo. ¿Cuándo y dónde arreglamos esto?”
Faltaban diez minutos para las tres de la tarde, hora estándar de Midas. Flare (Área 2). Aunque todavía faltaba bastante para el anochecer, la marea humana que fluía a través del distrito alojando las boutiques y restaurantes de clase alta apenas si había disminuido.
“Autos capsula” automáticos empleados por la industria turística desfilaban de ida y de vuelta por la calzada. Las aceras nuevas destacaban bajo el cielo azul, destellando con colores relucientes por todas partes.
Desde ese día, Riki se había tomado un descanso de incursionar por las noches. Pero para él, quien rara vez se aventuraba dentro de la ciudad fuera del Distrito del Placer, el paisaje desde la circunferencia exterior de los anillos dobles de Midas no era la vista infinitamente intrigante que había imaginado. Más bien, era toda esa obscenidad explícita expuesta a la brillante luz del día de lo que no podía apartar los ojos.
Este es un gran mundo de fantasía después de todo.
Si Ceres era un vertedero sofocante y agobiante, entonces en la noche, el pomposo Distrito del Placer de Midas era un pantano sin final de decepción y deseo que daba vueltas. Al preguntarse quién de los dos, si los mestizos (quienes disfrutaban de más libertad corrupta de la que sabían administrar) o los ciudadanos de Midas (quienes vivían tras las imperceptibles paredes de cristal de sus jaulas invisibles), disfrutaba de mayor libertad, tardaban mucho en dar con la respuesta correcta.
El futuro no está escrito.
Hacía tiempo que tales eslóganes del movimiento independiente de Ceres, ahora historia pasada, habían pasado de la memoria colectiva. Pero Riki en serio creía que debía aprovechar la oportunidad que había caído tan inesperadamente en sus manos. No importaba qué tanto pesara la realidad sobre los hombros de un hombre, si se le presentaba la más mínima ocasión de salir adelante, podría cambiar su destino.
Esa era la verdad que Riki conocía. Lo misma de cuando había estado asfixiándose entre las barreras de vidrio de Guardián—una cárcel disfrazada de patio de recreo—y se había encontrado al indispensable Guy, la piedra angular de su supervivencia.
El futuro de nadie está escrito.
Incluso si todo aquello era una especie de señuelo, podía usarlo de alguna forma, de alguna pequeña forma, para cambiar su vida. Con una pizca de coraje y un poquito de suerte, Riki sabía que podía lograrlo.
Si no cambiaba él, el mundo a su alrededor tampoco lo haría. Nada pasaría. Su futuro estaba en sus propias manos, y tenía la sensación de que en ese momento eso era algo más que una mera ensoñación.
En las proximidades de las relucientes calles modernas, Riki se recargó contra las paredes del cañón urbano y estudió la tarjeta en su mano de nuevo.

WED 15:30 MOGA-E- [ B+R] 805 (#07291)

Esos eran los únicos caracteres impresos en la tarjeta que Zach le había dado. Una vez que había completado su parte de la transacción, Zach le dedicó una sonrisa significativa y se marchó. “Muy bien, buena suerte.”
Más tarde Riki le echó un vistazo más minucioso a la tarjeta y refunfuñó para sus adentros. No había problema con la hora. Lo relativo a MOGA era probablemente una sala o el nombre de una calle. O quizás el de un edificio.
¿Pero ubicado dónde? No tenía ni la más mínima idea. En consecuencia, Riki terminó gastándose medio día en batallar con los mapas de Midas en un computador anticuado, buscando en cada área. ¿Y por qué demonios soy yo el que tiene que hacer esto? Desperdiciando tiempo y esfuerzo en tan exasperante tarea era estúpido y lo hacía enfadar.
Consideró de veras romper la tarjeta en pedazos y tirarla a la basura en ese mismo instante. Pero medio por pura terquedad se imaginó la cara de Zach en su mente y mientras le dirigía a la visión imaginaria una retahíla de maldiciones tórridas, continuó machacando el teclado.
No conocía los detalles de quien era el cliente de Zach, pero sentía que, escrita en tinta invisible entre los negros caracteres impresos en esa blanca cartulina ordinaria, estaba la condición: No nos importa quien seas o de donde provengas, pero no nos sirven los inútiles.
Quizás era una peculiaridad psicológica arraigada al alma de cada mestizo. O quizás una visión surgiendo a causa de su naturaleza conducida en exceso por el ego. De ninguna manera (¡A la mierda todo!), la verdad indiscutible era que iba a por ello con más ganas de las usuales.
Tras de ser un viejo pedazo de chatarra, Riki rara vez veía una computadora en el curso de su vida diaria, así que el proceso entero tomó más tiempo del habría sido necesario. Pero a pesar de eso, la fascinación de resolver ese atractivo enigma lo mantenía interesado.
Vamos, escúpelo. Voy a descifrar esta cosa definitivamente.
Después de haber sido despojado de sus derechos como ciudadanos de Midas, era de esperarse que los residentes del pozo pobre que era Ceres hubieran sido tachados de salvajes de la clase más inferior, por debajo la dignidad humana y la inteligencia.
Guardián, acusado de proveer y proporcionar una educación igualitaria a sus pupilos, les embutía los conocimientos básicos sobre el uso de computadoras en consecuencia. Excepto que después de ser expulsados por la fuerza de ese “paraíso” hacia sus aposentos en los barrios bajos, se encontraban a sí mismos en un ambiente bastante incapaz de aprovechar esas habilidades y energías.
No era de sorprenderse que, exceptuando al pequeño grupo de fanáticos dedicados, a la vasta mayoría tal educación le resultara completamente inútil. Por cierto, ligados al sistema de clases Zein, las cifras de la asistencia escolar en Midas también revelaban un disparejo notable.
Tan indoctrinados estaban con ser conscientes de su propia clase, que vivían felices con cualquier grado de conocimiento que estuviera al mismo nivel de su propia suerte en la vida. Así, podían encontrarse entre sus filas una considerable cantidad de analfabetas.
Sin embargo, creían firmemente que estar en posesión de sus tarjetas de residencia de Midas elevaba su valor como seres humanos por encima del de los mestizos de los barrios bajos. E incluso aunque el destino les otorgase una vida insatisfactoria, la existencia de seres inferiores a ellos en la cadena alimenticia deleitaba sus subconscientes con una especie de placer retorcido.
Tal era la fea realidad del control poblacional de Midas.
Al final, Riki experimentó personalmente la obvia verdad de que la mente y el cuerpo que no se ejercitaba, se iba a la ruina.
Y ahora estaba en el pabellón Moga. No tenía prueba que le indicara que ese era en efecto el lugar, para estar seguro. “Pabellón Moga, Oriente 15-9-32, Barón Rojo” no figuraba en los mapas turísticos oficiales de Midas, pero la única cosa que podía ver era lo que parecía ser a simple vista un “hotel de negocios” pequeño, bonito y limpio.
El establecimiento, un “club de acompañantes”, aparentemente vendía “sueños hermosos” (no tenía idea de qué clase de “sueños”) a los jóvenes y los viejos, hombres y mujeres por igual. Tan sospechoso como se le antojara el lugar, a ese punto, Riki había dejado de sorprenderse. Había destapado suficientes fichas y pasado por suficiente dolor para encontrar la localización de “B+R”.
Que su búsqueda fuera a ser recompensada o no era otro asunto. Había un montón de esos lugares pocos conocidos que no se encontraban en ninguno de los mapas oficiales. Sin mencionar que en cuanto a lo que respectaba a esa clase de zona de juegos para miembros únicamente, frecuentados por la clientela acérrima, apenas podía esperar cantar victoria en la puerta de entrada. Al final, Riki no tenía nada.
Considerando la hora del día, podría haber predicho que el lugar no estaría muy ocupado. Por otro lado, podría haber otro camino aparte del vestíbulo principal. Aunque nadie había cruzado el umbral en un rato—
Ingresó sin la interrupción de un cacheo e inconscientemente exhaló un suspiro de alivio. Animado, se dirigió directamente hacia el elevador y de ahí a la habitación 805.




Al llegar a la puerta tenía la cara tensa y rígida. Digitó el código clave—“07291”—en la cerradura y esperó. Una luz verde parpadeó indicando que la puerta había sido desbloqueada. Riki tragó con dificultad sin ser consciente de ello. Ese momento era el fruto de un duro trabajo de media jornada en la terminal informática. Para bien o para mal, era posiblemente el instante crucial de su vida. Atípico a su personalidad temeraria, sus dedos curvados alrededor del pomo temblaban ligeramente.
La austera y económica habitación le recordaba a una oficina. Esperando a por él en el interior de la habitación, extremadamente reclinado en una silla de oficina ejecutiva, estaba lo que parecía ser un hombre de edad incierta con un impresionante, y vaya que andrógino, rostro. Si no fuera por la cruel cicatriz de su mejilla izquierda, hubiera podido encajar a la perfección en unos cuantos establecimientos de clase alta en Midas.
Sin embargo, aquél no era un sujeto ordinario. Miró a Riki con unos severos ojos de color gris. “Llegas justo a tiempo. Bien. Pasaste la primera prueba.” Ni un solo rastro de amabilidad suavizaba el tenor de su voz.
Así que resultaba ser como Riki había sospechado. Seguir las pistas en la tarjeta que Zach le había entregado hasta la puerta de esa habitación era el primer obstáculo que debía sortear con el fin de convertirse en mensajero.
El hombre contemplaba a Riki a través de la misma cara sin expresión, sin invitarlo a que tomara asiento en el sofá.
“¿Nombre?”
“Riki.”
“¿Edad?”
“Casi dieciséis,” contestó con sinceridad, preguntándose al mismo tiempo si no debía haber aumentado un poco esa cifra. Pero el hombre no pareció dispuesto a complicarse por su edad.
“¿Se te ha informado sobre las particularidades del trabajo?”
“En absoluto. Zach dijo que, por el momento, si me quedaba con el trabajo o no, se decidiría después de encontrarme con usted.”
Riki calculaba que en ese momento tenía al menos un cincuenta por ciento de posibilidades. Pero no quería referirse al tema. Deseaba tanto ese trabajo que casi podía sentirlo. De alguna forma la atmósfera glacial que el hombre generaba sobre sí mismo—tan similar a él—le hizo aborrecer la idea de parecer demasiado ansioso.
Como si pudiera ver a través de Riki, el hombre expuso las condiciones: “No necesito a un chiquillo para hacer mandados a cambio de propinas, o un listillo que escarbe en los paquetes en busca de dinero. Serás mis brazos y mis piernas. Llevarás la mercancía al lugar indicado a la hora indicada, sin hacer preguntas. No requieres más que la cantidad promedio de inteligencia o valentía. Y no necesito un canalla que constantemente vaya contra la corriente y no haga caso a lo que se le ordena. ¿Suena eso como algo que puedas manejar?”
Explicó sin una pizca de emoción en el rostro.
La razón por la cual Riki no reaccionó con un disgusto o contrariedad innecesarios fue que, al igual que Zach, al hombre no parecía importarle que fuera un mestizo de los barrios bajos. En vez de actuar por magnanimidad, a Riki le daba la impresión de que era un meritócrata puro. No buscaba superioridad en la sangre, solo si podía llevar a cabo el trabajo. Y si Riki podía, entonces no iba a debatir el asunto.
El impasible hombre de la cicatriz despedía una vibra que ya lo estaba asustando. Pero para un mestizo de los barrios bajos que desperdiciaba el tiempo y los días, inmerso en sus propias depravaciones, sin posibilidad de dar forma a los fragmentos de sus sueños, la inesperada suerte cayendo en sus manos era más tentadora que una comida de lujo bajo su nariz.
Esperar a que la vida llegara a su puerta solo aseguraba que nada pasaría. Riki respondió de vuelta. “Dame una oportunidad.”
“Ten en cuenta que esto puede ser considerado un contrato vinculante.” El hombre encendió un cigarrillo y le dio una larga calada. “Soy Katze.” Extrajo una tarjeta del bolsillo de su camisa y la puso sobre la mesa, indicándole a Riki con los ojos que la tomara.
Cuando Riki torpemente la recogió, examinándola con ojos curiosos el hombre dijo, “Qué bueno que esto no fue una pérdida de nuestro tiempo.” Por primera vez su boca se curvó en las esquinas.
Aquel encuentro entre Riki y Katze, el infame estraperlista, podría haber sido designado fatal.

Katze era un hombre inteligente, silencioso, bien educado y de cara delgada cuya apariencia exterior no concordaba con su personalidad. Aunque no era exactamente un misántropo, se interesaba muy poco por nadie aparte de los que conocía en el curso de su negocio.
Aquello no era una especie de fachada, sino la manera en que Katze vivía su vida. De alguna manera u otra, Riki percibía un lazo en común con ese hombre y eso lo dejaba con unas sensaciones extrañas. Katze no ahondaba mucho en la vida privada de Riki, y a cambio ofrecía solo el mínimo de información sobre sí mismo. Cuando estás viviendo en el mercado negro, el pasado no tiene valor parecía ser su lema.
Si bien la cirugía plástica de esos días podía remover fácilmente la cicatriz de su mejilla.  Riki sospechaba que dejarla allí intencionalmente servía como una especie de advertencia. No se ganaba la vida con su rostro. Esa marca por sí sola indicaba que Katze era un hombre dispuesto a hacer lo que tuviera que hacerse.
Los anhelos que lo habían abandonado por completo cuando se pudría en los barrios bajos, resurgieron dentro de él. Algún día, es seguro
Sabía que se acercaba el día en que sus sueños dejarían de ser inútiles. No sabía nada sobre Katze, y no podía importarle menos. No estaba allí para hacer amigos. No había llegado allí con ninguna expectativa de hacerlo personal. Para Katze él era simplemente una mula entre otras muchas; nadie necesitaba explicárselo a Riki. Entendía eso a la perfección.
Sin embargo Katze era el único reservándose sus pensamientos. Para bien o para mal, cada época y generación de macarras quería ofrecerle al chico nuevo, Riki, más de la ayuda necesaria, y Riki tenía que preguntarse de dónde diablos salían todos ellos.
Aun así, no habría constituido un problema si Riki hubiera poseído el tipo de personalidad zalamera que pudiera haber logrado una sola sonrisa diplomática. Pero, por supuesto, Riki no podía ser nada diferente a Riki.
Nunca había deseado tener mala reputación. Se había acostumbrado a las miradas extrañas que le lanzaban, e incluso cuando no las ignoraba a propósito, en su mayoría, revoloteaban más allá de su visión periférica.
Sin embargo, de sus experiencias hasta la fecha, había sacado la conclusión de que su existencia se convertía para cierto tipo de hombre (todavía no descifraba todos los requerimientos) una especie de estimulante, excitándolo de tal manera que no podían dejarlo en paz.
A pesar de ese descubrimiento, no se disciplinaba ni intentaba evitar los problemas antes de que empezaran. Sabía a un grado torturante cuán inútiles eran dichos esfuerzos. En primer lugar, tratar de imaginar lo que no había pasado era una molestia, y a Riki la otra gente no le causaba la curiosidad suficiente para estresarse por mierdas como esas.
Pero quizás porque nadie conocía a un ladrón como otro ladrón, los detalles de Riki se hablaron sin que él hiciera nada para anunciar los hechos. Aquellos que cambiaban de parecer de inmediato y aquellos que siempre iban con la corriente—su posición hacia ellos no variaba. Un simple reflejo de su terca naturaleza quizás. Para él todo era lo mismo.
Los mensajeros se dividían en dos facciones: asiduos uniformados llamados Megisto, y unos mercenarios contingentes conocido como Athos. Generalmente hablando, los Megisto habían tomado un disgusto particular contra Riki mientras que los Athos estaban poco dispuestos a prestar atención a las masas.
Sin embargo, como un residente del Ceres que había sido extinguido de los mapas oficiales de Midas, ese mestizo de los barrios bajos permanecía siendo una novedad. ¿O tal vez incluso habían considerado a este mocoso adolescente un compatriota desde el principio?
A donde fuera que mirara, cuando fuera que se diera la vuelta, ahí estaban con sus miradas inquisidoras. Las peleas, las obscenidades amasadas con desprecio eran intercambiadas bajo el manto del humor. No había nada inusual sobre él en absoluto.
Y se daba una idea. La biografía era un ancla al nadar en las aguas oscuras del mercado negro. Sin embargo, por más que lo intentaba, no podía sacudirse los tentáculos aferrándose a él desde su pasado: los desaires, la repugnancia visceral, los prejuicios irracionales.
Desde el momento en que nació había estado bien familiarizado con esa clase de cosas, pero por esos días simplemente no tenía el tiempo de sobrereaccionar a cada uno de ellos de forma similar, de responder a cada injuria.
El hombre en la posición más baja del escalafón. Como sugería la palabra, había montañas de cosas nunca vistas, nunca hechas que un mensajero nuevo tenía que asimilar. Al mismo tiempo, instruir a ese frío niñito insignificante—desprovisto de hasta el más leve encanto juvenil—en su severo método de educación era un privilegio inculcado libremente por sus superiores.
Riki siendo Riki, lo mantuvo reprimido hasta que finalmente estalló. Y cuando la violenta pelea dio inicio, los espectadores observando con amplias sonrisas en sus caras se dieron una idea también: no había nada especial en la desdeñosa expresión “mestizo de los barrios bajos”. Más bien, el mismo Riki—con una mirada que despedía chispas de arrogancia—era la raza extraña.
A Katze no le sorprendía que Riki debiera enfrentarse tan imprudentemente a sujetos con un rango de peso muy superior al suyo. Conocía los pormenores de la pelea callejera y no estaba demasiado impresionado por la inesperada postura fuerte de Riki. Tampoco podía culparlo por la forma en que compensaba sus desventajas dando golpes bajos.
En su propia voz desapasionada Katze dijo, como si hubiera estado esperándoselo desde el comienzo, “Así que supongo que el jefe de Bison es más que un tigre de papel.”
Sin haberse imaginado jamás que el nombre de Bison tuviera valor alguno allí, Riki se enjugó la sangre de los labios y levantó la mirada hacia Katze. “En una pelea, el hombre más fuerte gana y el hombre que gana es el más fuerte. Cuando tu vida está en juego, a nadie le importa si se emplean tácticas sucias o limpias.”
“Bien dicho. Ese montón creía que no tendría ningún problema en enseñarle como eran las cosas a un enano la mitad de su tamaño.”
Su intento pudo haber sido enseñarle a ese bastardo como eran las cosas, pero resultó ser que el bastardo sabía cómo patear traseros cuando tenía que hacerlo. En vez de callarse la boca, Riki los había jodido, y pasaría un largo tiempo antes que pudieran superar la vergüenza.
La musculatura trabajada en la máquina de ejercicios de un gimnasio servía únicamente para deleitar la vista, no era rival para un cuerpo entrenado en peleas de verdad.
“Dejan que las apariencias los engañen al subestimar a su oponente y se encuentran a sí mismos en el suelo por ello. Sin dudas han aprendido una valiosa lección.”
No necesitaban escuchar eso de Katze. Si alguno no había entendido la cruda verdad de que Riki no podía considerarse un “niñito pequeño”, era el mismo que metía las manos al fuego con las manos desnudas.
“Aun así, no vayas tomando a todo el que te encuentres como a otro perro enfurecido enseñándote los colmillos,” dijo Katze por lo bajo, sus palabras insinuaban verdades más profundas y más oscuras.
Ojo por ojo, directo a la carne y al hueso—esa era la regla dorada de los barrios bajos.
Solo por haberse criado en un sector diferente no significaba que tenía que hacerlo todo de esa manera. Aceptar o no el reto que le había sido propuesto en su camino dependía mucho de su humor ese día, pero siempre ponía las reglas bajo sus propias condiciones y de una manera definitiva. Esa era su política.
“¿De verdad no te importa cuando te llaman deshecho salido del pozo séptico de los barrios bajos?”
No, no era el ser considerado desperdicio de pozo séptico lo que lo hacía enfadar. Era su postura fétida de mierda, envenenada y estrangulada por pegajosos cordeles de prejuicio coagulado. Pero decirlo no cambiaría nada ahora. Tanto mejor que su educación fuera una minuciosa. Enseñarles a pensar antes de hablar. Si la lección dolía, nunca la olvidarían.
Riki miró a Katze con esas ideas rondándole la mente. La respuesta de Katze fue una sonrisa de medio lado. “Tienes una maldita mirada aterradora.” Encendió un cigarrillo. “El prejuicio no es un estado mental que pueda ser cambiado con facilidad. Los imbéciles que hilan con sus palabras la más fina de las redes pero hablan otro idioma en su corazón, no escasean, y seguirá siendo de esa forma por las próximas generaciones.”
Fue directo al grano en lo que calaba el cigarrillo con languidez. “Eso es porque los mestizos de los barrios bajos no son otra cosa que escorias sin talento, desgastadas en sus depravaciones. Ni qué decir hoy en día. Así que acostúmbrate al funcionamiento del Mercado. Es una amante difícil a la que solo los valientes sobreviven.”
Miró a los ojos negros de Riki con una expresión completamente sincera. “Mantén los oídos abiertos. No apartes la vista de la realidad no importa lo que pase. Y mantén la boca cerrada. Así es como consigues salir adelante en este mundo. ¿Entiendes?”
Aquel era Katze explicando la forma en que vivía su vida, y por un buen momento Riki no pudo apartar la mirada de la suya.
Poco tiempo después se sorprendió al escuchar el rumor de que Katze era un ex alumno de los mismos barrios bajos que él. ¿En serio? La información le hizo sentir la clase de conmoción que no había experimentado en años, lo aturdió como lo haría un golpe en la cabeza.
Riki creyó que ostentar esa cruel cicatriz en su mejilla era la manera que Katze tenía para decir: Esto es lo que significa arrastrarse fuera de los barrios bajos. ¿Tienes lo que se necesita para hacer lo mismo?
“Sí, tengo lo que se necesita,” susurró Riki de corazón. Si el único otro camino por el que podría optar era el de hacerse viejo sumido en el lodazal de los barrios bajos, entonces no tenía la intención de desperdiciar esa oportunidad tan difícil de conseguir.
Las peleas territoriales en los barrios bajos se reanudaron. Aquella no era una maniobra segura para dejar salir la energía que albergaba, sino una forma de prevenir que el óxido le afectara las articulaciones y se le colara hasta el cerebro. Conocía muy bien las consecuencias de eso. Definitivamente iba a labrar su camino hacia la cima en el mundo, se prometió Riki de nuevo, atisbando con ojos despejados a su yo del futuro.

“No necesito un mensajero. Necesito a alguien que sea mis brazos y piernas, y que pueda transportar la mercancía donde la requiera.”
Sin embargo era apenas natural que un recién llegado como Riki debiera iniciar como mensajero. Durante ese periodo de tiempo demostró ser rápido en asimilar las cosas, determinado y nunca intimidado—un miembro muy valioso para el equipo. Gradualmente se le fueron asignando tareas de mayor importancia.
A pesar de haber crecido en los mismos barrios bajos que él, Katze no le daba un trato preferencial, y Riki no lo esperaba tampoco. Todo el mundo sabía que Katze no era el tipo de persona que involucraba lo profesional con lo personal.
Al contrario. Habiendo labrado su propio camino para alcanzar la posición de agente en el mercado significaba que Katze sería incluso más estricto con Riki, quién había emergido del mismo entorno. O eso pensaría uno. Con todo, Riki acumulaba un récord ganador sin la menor queja.

Y en lo que lo hacía, el trabajo se volvía aún más interesante. Riki se sumergía en las profundidades del mercado negro, adaptándose a él con rapidez y facilidad. Empezó a hacerse conocido como “Riki el Siniestro”.

2 comentarios:

  1. Si alguien alguna vez baja hasta aquí y lee esto: HOLA. Para las y los que no sepan qué son los fics, una breve explicación. Los fics son historias creadas por los fans a partir de obras originales, ya sean películas, animes, mangas, libros. Ta-dah!

    ¿A qué voy? Pues que recientemente me he dispuesto a buscar fics de Ai no Kusabi en español y no ha sido muy satisfactorio. Solo encontré cerca de cinco o seis... lo cual no se justifica. Con la de tramas que se pueden sacar de una historia así... Mi invitación es a que escriban algunos, si les apetece, claro. Y si alguna vez lo hacen me lo hagan saber. Será un honor para mí leerlos, darles mi opinión y por qué no ayudar en su traducción a los interesados. Por mi parte he escrito unos cuantos, pero como tiene spoilers gordos de la novela y no hay muchos fic por ahí, no me he animado a compartirlos.

    No es más, por el momento. Siento la molestia. Muchas gracias por leerme. :)

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    1. http://www.amor-yaoi.com/fanfic/viewstory.php?sid=122390#sthash.3TiOxuRK.dpbs
      Este fanfics que trata de la continuación de la historia de Riki e Iason me encanta!!, espero algún día tomar esta trama, mejor elaborada y más larga y hacer un fanfics con la continuación de esta historia de amor :3

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