miércoles, 30 de julio de 2014

AnK - Volumen 2, Capítulo 2

Como una flor ornamental brotando en medio de la tenebrosa oscuridad, esta inusual pareja de caminantes era algo inaudito a ojos de todo el mundo.
No solo el huraño y hermoso Blondie llenando el ambiente con un excepcional aire a dignidad y refinamiento, sino también la figura que paseaba junto a él, un mestizo de los barrios bajos portando una máscara de insolencia y acarreando el mal humor a cuestas.
Más que por las diferencias entre sus constituciones físicas, los espectadores estaban boquiabiertos por el innegable disparejo de sus estatus sociales. Solo podían mirarlos y tragar.

Debe tratarse de una broma, ¿verdad?
Ninguna mujer en el lugar de Riki, no importaba cuán atractiva o talentosa fuera, hubiera disipado el desconcierto que sentían. Un Blondie solo debía ser visto en compañía de otro Blondie.
No era el resultado de una cínica resignación o de alguna especie de oscuro “pacto” acordado con un guiño y un asentimiento. Aquello era la expresión del temor y la envidia que albergaban por los Blondies de Tanagura, quienes reinaban con sus cetros de perfecta belleza, perfecto conocimiento, y perfecto poder en sus manos.
De ahí la obvia y amplia divergencia entre Riki y Iason  Lo que chocaba contra sus sentidos, más que la distorsión de un espejismo resplandeciente, eran las ondas generadas por el ruido del fondo mientras caminaban juntos.
Un cruel iceberg brillando con una luz dorada. Un ardiente río negro. Dos estados de la materia que bajo circunstancias normales no deberían acomodarse entre sí, y menos aún llegar a los más tenues acordes de una resonancia armónica.
Entre las hordas de personas en busca de placer que recorrían el Distrito, solo ellos dos parecían ir contra corriente.

Giraron por una calle lateral, lejos del bullicio de la vía pública principal. Con solo ese cambio en la dirección la oscuridad se agravó y las brisas cargadas de pasión se estancaron. El tránsito peatonal se redujo a la mitad.
Se adentraron en los callejones. Los oscuros valles serpenteando a través del amasijo de edificios se hicieron más y más profundos. Riki recorría el familiar callejón a paso confiado.
Ni una sola vez miró por encima de su hombro hacia atrás para comprobar que Iason lo estuviera siguiendo. No porque estuviera seguro de que Iason estaba allí. Sino porque—si se atrevía a ser honesto consigo mismo—comprender las verdaderas intenciones del silencioso Iason estaba más allá de sus capacidades, y a diferencia de su yo habitual, Riki permanecía inseguro del rumbo a seguir a continuación.
¿Cómo manejo esto? Eran las únicas palabras en las que podía pensar.
Contrario a mostrarse incómodo o inquieto, el extravagante Blondie le seguía de cerca. Lo que no significaba que iba a pegársele a Riki sin rumbo fijo mientras este navegaba por la noche de Midas, pero a ese punto, por alguna razón, no parecía estar buscando la oportunidad de marcharse.
Riki no tenía idea de cuál era la verdad, ni tampoco qué iba a hacer a continuación. Apretó los dientes en lo que los pensamientos pasaban por su mente. Mierda, dijo chasqueando audiblemente la lengua. A tal punto encontraba difícil controlar sus emociones, pero conectó todas sus neuronas en su materia gris de todas formas.
Sí, pensó, llegando por fin a la respuesta. Es el único lugar que servirá.
Después de haber resuelto su mente, toda indecisión presente en sus pasos se desvaneció de igual forma. Procedió desde el callejón hacia una calle lateral y después al bar Minos. El brillo de las letras fluorescentes inundaba las profundidades de la oscuridad.
Riki se detuvo frente a un cartel de neón y contempló la sucia y monótona puerta. Tras él, Iason permaneció en silencio, mientras su aura se alzaba sobre Riki a un grado casi molesto. “¿Y? ¿Qué intentas hacer exactamente?” parecía estar diciendo.
Intuyendo que dudar no le haría ningún bien, Riki abrió la puerta. El bar estaba lo suficientemente oscuro para hacer que Riki no se atreviera a dar otro paso hasta que sus ojos se hubieran acostumbrado. Justo delante de la negrura, pudo distinguir tres luces: amarilla a la izquierda, roja a la derecha, y azul en el centro.
El punto central de la luz era azul. A la derecha y a la izquierda era roja y amarilla.
Antes de que Iason pudiera decir algo, Riki lo agarró del brazo. Con pasos dubitativos caminó en línea recta hacia la luz azul. Aguzando la mirada al irse acercando hacia ella, el fosforescente color azul resultó ser un pomo.
Riki puso la mano sobre él y lo giró lentamente, sintiendo una débil aunque contundente resistencia antes del chasquido del cerrojo.
Con que los rumores eran ciertos.
Al principio, cuando los escuchó, los rumores eran solo esa clase de chismes que a menudo salen en el curso de las conversaciones triviales. Riki se hubiese encogido de hombros y asentido, y de otra forma no hubiera demostrado interés o curiosidad por el asunto. Pero, joder, ¿en serio? Riki nunca habría considerado comprobar con sus propios ojos que las historias eran algo más que folclore urbano.
Riki soltó el pomo. Con un ligero chillido la puerta se abrió hacia adentro como invitándolos a pasar.
Tras ella aguardaba más oscuridad. Los dos entraron con dudosos pasos similares. La puerta se cerró tras ellos automáticamente y se bloqueó. Al mismo tiempo un débil brillo se levantó del suelo, destellando como las luces de una pista para persuadirlos a seguir avanzando. Después de proceder de aquella forma por varios pasos se encontraron con una nueva puerta en el camino.
¿Qué? ¿Otra? Refunfuñó Riki por lo bajo. La rutina ya se estaba tornando pesada. ¿Pero tan siquiera era una puerta? No tenía pestillo, ni pomo. A primera vista no parecía ser más que una fría pared.
Riki permaneció allí frustrado por un momento. ¿Y ahora que se supone que tenemos que hacer?
 Como en respuesta a su silenciosa pregunta, la pared de repente retrocedió y cayó. Sin un crujido o chirrido, y a diferencia de cualquier puerta que hubiese visto, la pared que creyó estaba allí, no lo estaba un segundo después.
Riki se quedó sin palabras. El flujo rojo que eclipsaba su campo de visión trajo a su mente imágenes de sangre fresca. Para desgracia de Riki, la garganta se le cerró a la vez que se congelaba en su lugar como una estatua. Mientras sus ojos se iban acostumbrando gradualmente a la imagen, vio que no había marea de sangre sino una tupida y brillante alfombra roja. Riki tragó con dificultad.
Mierda. ¡Eso fue intimidante!
Y como para sacudirse la vergüenza del momento, se hizo el que examinaba el interior con aguda intensidad con los ojos casi cerrados. Aparte del extraño candelabro anticuado de adelante, la habitación estaba vacía y tan escasamente amoblada que daba una apariencia triste e incómoda.
Y entonces el candelabro empezó a girar inexpertamente. Giró con suavidad, sin emitir ningún sonido desagradable, acompañado de suaves y armoniosos tonos. Mientras giraba, balanceando las resplandecientes cadenas de cristal que colgaban del extremo de cada uno de sus doce brazos, la luz cayendo a través de los cristales se dividió en finas bandas de colores prismáticos.
Una vez estuvo completamente fascinado por los maravillosos tintes de otro mundo, la música cesó y el candelabro dejó de girar.
El brazo más cercano del candelabro se extendió hacia la pared. Un rayo láser azul salió del brazo y apuntó un lugar donde se abrió la pared, como si hubiese desaparecido.
¿A dónde demonios fue?
Dentro había un pasillo lo suficientemente ancho como para que dos adultos caminaran a la par. Dos filas idénticas de puertas se alineaban a ambos lados del pasillo. Algunas parecían estar ocupadas, marcadas por faroles de una vieja y reconocida marca. Riki empujó una puerta marcada por un farol rojo que parpadeaba, con una mirada que alentaba a Iason a unírsele.
Iason no se inmutó en absoluto ante la dudosa proposición de que debía acompañar inadvertido a Riki a un lugar desconocido.
Su exasperante falta de expresión hizo que los ojos de Riki se entornaran de rabia. Había escuchado que los cuerpos manufacturados de las élites de Tanagura eran perfectos tanto en cuerpo como en alma. Pero al observar su frío rostro sin emociones, casi inconscientemente, la sospecha surgió: ¿Será este tipo una máquina del todo?
La señal sobre la fachada identificaba a Minos como un bar, pero de hecho se trataba de un burdel. Haber establecido el local bien adentro de los laberinticos callejones hacía muy poco  probable que los clientes entraran desde la calle. E igualmente improbable que pudiese ser encontrado en alguna guía turística.
Era una institución bien establecida, conocida solo por ciertas personas.
Los zaguanes en la oscuridad tras la puerta frontal indicaban la “zona roja” (para adquirir una compañera de sexo femenino), la “zona amarilla” (para adquirir un compañero de sexo masculino), y la “zona azul” (para quienes traían su propio acompañante).
El pago era únicamente en efectivo, no se aceptaban tarjetas de crédito.
La puerta automática se cerró y se bloqueó, iniciando un sistema cronométrico en tiempo real. Este sistema de pago había sido la única verdadera razón que tuvo Riki para escoger aquel lugar. Siempre que el cliente pagara la cuenta, su linaje no interesaba. Riki había escuchado que aquel era el único establecimiento en Midas que abría sus puertas a los mestizos como él.
En los barrios bajos donde el sexo entre hombres era la norma, la oportunidad de hacerlo con un miembro real del sexo opuesto no era algo muy probable.
Las mujeres capaces de dar a luz eran el más escaso recurso de Ceres. Sin embargo, aunque los barrios bajos nunca veían que las mujeres excedieran el diez por ciento de la población, tampoco consideraban tan valiosos a los hombres que obtenían operaciones de reasignación de género. A los ojos de los mestizos, un hombre siempre sería un hombre.
Mientras que aquellos que no tenían lo que se necesitaba para competir podían ser denominados perdedores y tontos, el oprimido nunca se atrevía a rebelarse contra aquellos que lo pisoteaban.
El mundo de los barrios bajos personificaba el primitivo significado de “la supervivencia de los más aptos”. Un hombre hacía lo que tenía que hacer para sobrevivir. Su glamour personal, popularidad o habilidades no venían al caso, así como tampoco lo hacía cualquier presuntuosa tendencia a actuar con rectitud.
Lo que todos buscaban era estar por encima del resto y ostentar su poder como un hombre. Cualquier deficiencia o preferencia sexual—o más bien, cualquier “dificultad” que tuviera en la cama—sería ignorada si demostraba talento para dirigir a los otros.
Ser listo compensaba tales desventajas, y hacía de la vida sexual de un hombre un problema privado. Naturalmente, aquellos carentes de poder o inteligencia terminaban siendo los esclavos de otro. No importaba que tanto lamentaran la dureza del tratamiento que recibían, a nadie le simpatizaban los incompetentes.
Dicho en términos concretos, la depredación sexual y la violación en grupo eran parte integral del día a día, la castración y el desmembramiento eran los usuales productos finales de un horrible abuso que sucedía constantemente.
Cuídate las espaldas. Esa era la regla dorada de los barrios bajos.
Perder el mismísimo símbolo de la masculinidad, quitar aquello que se había ganado por el simple hecho de nacer varón, era hacer de un hombre un paria virtual marginándolo de aquella torcida sociedad de solo hombres. Consecuentemente, nadie albergaba deseos de abandonar las esperanzas de pasar como “mujer”.
Pero en Minos todo lo que importaba era el dinero. Un hombre podía comprar a una mujer por una hora y disfrutar de todo el sexo que pudiera soportar. Y aunque pasar el tiempo en esa clase de sueño era para un mestizo de los barrios bajos algo cercano al paraíso, quizás la mayor dicha era saciar los torcidos y oscuros deseos de tener un representante de la asquerosa población de Midas—hombre o mujer—sometido bajo su mandato.
Por otra parte, se rumoraba que la belleza de las chicas y chicos que trabajaban en la “caballeriza” de Minos sobrepasaba la de los establecimientos competentes. También se comentaba que todos ellos eran “mascotas” rechazadas. No había forma de corroborar lo uno o lo otro. Esa era simplemente una muestra de los secretos que alimentaban al populo, el ejercicio de los rumores que pululaban.
Todo lo que Riki sabía era que no podía importarle menos la “verdad” detrás de esos rumores. Si los eventos de esa noche no lo hubieran conducido en tal inesperada dirección, lo más probable era que nunca hubiese pasado de la puerta frontal de Minos.
Tampoco pagaría deliberadamente por sexo. No porque su deseo sexual hubiera menguado sino porque en el análisis final, en cuanto a sexo respectaba, Riki no estaba interesado en nadie que no fuera Guy, su “pareja”. Eso no había cambiado desde que se había convertido en el líder asignado de Bison.
Antes de conocer a Guy en Guardián, Riki tenía un gran amoruna persona que creyó sería suya hasta el final del mundo, alguien que deseaba proteger y no podría soportar perder. Pero no había nadie como eso ahora.
Razón por la cual sentía la necesidad de explicar por qué las cosas estaban resultando así. Era incapaz de represar los sentimientos arremolinándose en su interior. Sus emociones se estaban saliendo de control, algo que no había pasado desde Guardián.
Sin mencionar que nunca se había emparejado con un Blondie de Tanagura. Aquello se le antojaba de veras como una perversa broma. Pero por más que quería reírse, no podía—más que permitirse curvar un poco las comisuras de su boca.
Después de que entraron en la habitación, ambos permanecieron en silencio como siempre. Riki se sentó en el borde de la cama. Iason sin saber qué hacer con sus largas piernas, se instaló en el sofá y se reclinó, como esperando a ver que hacía Riki primero.
Riki se relamió los labios, incómodo y sintiendo que Iason lo estaba forzando a actuar con su ostentoso silencio. Incapaz de dar el primer paso, transcurrieron diez minutos completos de esa forma. Aquello probó los límites de la paciencia de Riki. Se quitó llamativamente la ropa y se metió bajo las cobijas.
Pero Iason solo le lanzó una fría y presuntuosa mirada sin alterarse un pelo.
Más molesto aún, Riki levantó la voz. “¡Oye! ¿Por cuánto tiempo te vas a quedar ahí sentado? No vine hasta aquí solo por diversión, ¿de acuerdo? Acabemos con esto de una buena vez.”
“¿Cuándo pierdes tu objetivo… acostumbras recoger a alguien y hacer dinero de esta forma?” Su voz fría y rotunda estaba impregnada de inequívoca burla. “Desafortunadamente, no soy tan caprichoso como para decidir ponerle las manos encima a una basura mestiza como tú. Tengo mejores cosas que hacer con mi tiempo. Este intento de forzarme a aceptar tan indeseable soborno no solo no es bienvenido sino ciertamente embarazoso.”
Riki se ruborizó. Sus labios temblaron, sintiendo que su orgullo estaba siendo pisoteado. El Blondie añadió entonces, “¿Por otro lado, puede ser que tengas motivos ulteriores?”
Escuchar que la situación era planteada en aquellos términos tan directos, esta vez Riki sintió que la sangre se le iba del rostro. ¿Motivos ulteriores? La única persona actuando con segundas intenciones era ese Blondie, el Blondie que le había hecho un favor a un mestizo de los barrios bajos por “capricho”.
No era necesario decir que Riki encontraba aquello imposible de creer. No, más bien era la creencia de que estaba quedando atrapado en la brecha de aquel incompresible e irritante mal humor que lo sacaba de quicio. Someterse—y contrario a su naturaleza—simplemente aceptarlo “como un hombre” lo fastidiaba mucho más.
Si solo hubiese inclinado su cabeza a la autoridad del Blondie en primer lugar, probablemente no hubiera terminado allí.
Excepto que Riki no tenía idea de lo que realmente significaba ser una “élite” para un Blondie de Tanagura. A duras penas reconocía la diferencia entre uno de los machos alfa de las clases privilegiadas y un agujero en la pared. Era un chico que no temía tocar la estufa hirviendo porque nunca antes había visto una.
“Bueno, si no estás caliente entonces, ¿por qué me seguiste? ¿Querías charlar con un mestizo de los barrios bajos para que nos conociéramos mejor? ¡Vamos, hagámoslo! Te lo dije, ¿o no? No le debo nada a nadie.” Riki se descargó sobre Iason sin moderarse. “Los sujetos de cuello blanco como tú no tienen ni la más mínima idea de lo que es ser arrojado a la cárcel por esos policías del Distrito. Nos tratan como basura. Cometes un error y te capturan y lo más probable es que te desfiguren la cara a punta de puñetazos. Te darán hasta que te pongas morado y negro y azul por si acaso, y después tirarán lo que queda de ti al basurero más cercano.”
Los detalles específicos de lo que estaba relatando bien podrían tratarse de exageraciones de segunda mano por lo que a Riki respectaba, pero cualquier residente de los barrios bajos sabía que los castigos que había descrito no lo eran. No tenía una tarjeta de identificación de Midas y no había forma de negar la realidad de que su carencia por sí sola era suficiente para negarle un tratamiento justo como ser humano.
“He visto suficiente para recordarlo durante toda la vida. Por eso es que te digo: Hagámoslo. Da lo mejor que tengas. De todas formas, ¿no se pasean ustedes, las élites de Tanagura, todo el día con un cartel chapado en oro sobre sus espaldas que anuncia cuán superiores son a la gente ordinaria como nosotros?”
Imbuyendo sus palabras con sarcasmo, Riki moduló una sonrisita despreocupada.
“Se dice que las mascotas usadas que han acabado en Midas, tanto machos como hembras, terminan acostándose con cualquiera.” Había escuchado también que las tiendas sexuales como Minos eran la última parada de estas mascotas en su viaje decadente hacia el fondo.
“Así que supongo que si nunca has probado nada diferente a mercancía bien adiestrada y de lujo como esa, entonces un mestizo maleducado estaría muy por debajo de ti. ¿Me equivoco?” Trataba de ser provocativo, pateando las mantas con su pie derecho. “Por mí está bien. Huye con el rabo entre las patas. Nadie te está mirando.”
Habló con una insolencia que casi llegaba a ser arrogancia. En lugar de contenerse, su poderoso y tremendo orgullo de bestia salvaje revelaba una especie de energía sexual que sobrepasaba cualquier ambición rival.
Por un momento fue suficiente para mover al de lo contrario imperturbable Blondie. Whoa, qué listillo ha resultado ser, parecía decir su expresión. “En pocas palabras, ¿estás diciendo que de encontrarte en deuda con un compañero desagradable, prefieres saldar cuentas con tu cuerpo?”
“Es una forma de despejar la deuda donde ambas partes implicadas ganan, ¿verdad?” Riki sonrió con una exagerada autosuficiencia que le levantó las esquinas de la boca. “Imagino que si está bien para los barrios bajos, entonces también lo está para este lugar. Por eso estoy dispuesto a hacerlo contigo.”
Sin levantar la voz a las transparentes provocaciones de Riki, Iason respondió en un tono tranquilo. “No lo olvides. Fuiste quien vino hacia mí.” Escupió las palabras pero sin modular expresión alguna, manteniendo pacientemente la compostura hasta el final.
Razón por la cual Riki malentendió la situación, y no se percató del trasfondo yaciendo bajo el significado superficial. Conociendo solamente el hedor sofocante de los barrios bajos, en ese mundo Riki era el verdadero idiota, y algo ignorante de ese hecho también. Omitiendo la amenaza, Riki lo miró. ¡Nadie iba a engañarlo!
¿Pero cuál era la mentira? ¿Cuál era la verdad? En lo que a las vidas de las élites en la ciudad “sagrada” de Tanagura respectaba, un residente de los barrios bajos como Riki no tenía forma alguna de distinguir la diferencia entre rumor y realidad.
Sin embargo, en la mente de Riki se había vuelto un hecho que las élites de Tanagura convertían humanos nacidos de carne y hueso en mascotas y los usaban como un accesorio de modas para presumir su estatus social. No solo para saciar sus propios deseos físicos, sino para mirar a sus ninfómanas mascotas jugar entre ellas, o eso había escuchado.
Macho o hembra, no había diferencia. También había oído que las mascotas ya usadas y descartadas, recolectadas en los burdeles, generalmente sufrían de ninfomanía, un estado adictivo producto del uso crónico de afrodisíacos.
Por supuesto, Riki no podía ni imaginar cómo y por qué la mascota de una élite de Tanagura sería desechada en Midas, por no hablar de su posible destino. El asunto no le interesaba y ni siquiera se había preocupado lo suficiente como para averiguarlo. Riki siempre había pensado que no se podía esperar que los humanoides comprendieran las complejidades de la psicología humana y sus emociones.
En palabras de Iason, Riki estaba tratando de forzarlo a aceptar un indeseable soborno. Aunque una buena parte del deseo de Riki de pagarle con su propia carne era a causa de una genuina curiosidad por el cuerpo de aquel humanoide artificial.
Los desarrollos en química y biología cerebral que habían llevado la inteligencia humana a sus límites era el atractivo de un cuerpo perpetuamente joven. Riki solo podía asumir que esos “Dioses de la Belleza”—los Blondies que despertaban en otros tal envidia y miedo—debían ostentar la misma hiperfuncionalidad de los androides sexuales.
La cuestión era que, mientras arrastraba a Iason por todo Minos, aún albergaba algunas dudas. Como por ejemplo, si un Blondie de Tanagura con tan refinados gustos querría acostarse con  un mestizo de los barrios bajos en primer lugar. Y si quedaría satisfecho si de hecho llegaban a tener sexo. Riki simplemente no había pensado en esas cosas.
Pero habiendo llegado tan lejos, sin importar como resultaran las cosas, no había forma de retractarse. Riki iba en serio.
Con toda su refinada gracia en pantalla, Iason se acercó al desafiante Riki. Y sin embargo Riki no moderó su caustico discurso. “Desde luego que eres una fina pieza de trabajo. Si no te sientes cómodo desnudándote con las luces encendidas, siéntete libre de apagarlas.”
“¿Qué tal un avance para comenzar? Simplemente para confirmar que el encuentro no será una pérdida de tiempo.”
¿Y este idiota por qué se está poniendo tan presumido y soberbio conmigo ahora? Refunfuñando por lo bajo, Riki accedió a la solicitud. Salió de la cama y se recargó despreocupadamente contra la pared, exponiendo su cuerpo por completo.
Aunque aún estaba en crecimiento y lucía un poco desgarbado, su forma desnuda revelaba los bien definidos músculos de un firme, aunque flexible, cuerpo.
En adición, cualquier descripción debía incluir también que ese chico salvaje había crecido en los barrios bajos sin ningún tipo de disciplina o control. Pero que el cuerpo de Riki alcanzara los estándares del sentido estético de Iason o no—acostumbrado como estaba al más fino grado de mascotas—era un hecho aislado.
Su mirada fría recorrió la piel desnuda de Riki. No era repulsivamente aterradora o pesada, pero tampoco le hizo sentir a Riki un calor agradable entre sus muslos. Podía deberse a que, la sensación estimulada, más que parecerse al asalto de ser acosado visualmente, era como si su cuerpo estuviera siendo acariciado por el agudo filo de una cuchilla.
Una cuchilla hecha de frío, liso y duro metal. Y muy afilado. El pensamiento por si solo le hizo poner la piel de gallina. “Bueno, ¿sí paso?” Insolencia y desafío hasta el final, expresadas en un tono de voz cargado de provocativo deseo.
“Buenas proporciones. Suficiente para la caballeriza del harén Diaz. Siempre que puedas quedarte ahí y mantener la boca cerrada, claro.”
Riki no estaba seguro de por qué un Blondie de Tanagura estaría al tanto de información como esa, pero de haber sido así no dejaría que aquello le afectara. “Lo mismo va para ti. Ni las principales atracciones del Club de Ruska podrían hacerte competencia si cierras esa maldita boca tuya. Sin contar si lo que tienes ahí bajo le hace partido a tu cara en el departamento de tamaño y firmeza—pero eso es solo si tienes la técnica y el aguante para mantener el ritmo y hacer que se corran una y otra vez y otra y otra.”
“Pareces muy bien informado.”
“Bueno, sin todos esos rumores de mierda para dispersar por ahí, la vida en los barrios bajos sería demasiado vomitiva de digerir—”
Riki se encontró a sí mismo en un inusual humor parlanchín. En respuesta a la frígida mirada recayendo sobre él, gesticuló desafiante, haciéndose el digno, sin dejarse intimidar por el siempre presente aire de omnipotencia en la fría voz de Iason.
A pesar de mostrarse desafiante, la presentación de Riki a veces se tambaleaba de pronto, mientras el Blondie se debatía sobre el valor de lo que ese mestizo le estaba ofreciendo. Era algo muy natural examinar la mercancía, sentirla, en lo que los reptantes dedos de Iason rasgueaban las cuerdas de los sentidos de Riki brevemente.
No estaba delirando. No el palpito de la sangre en sus venas que no había sentido en lo más mínimo momentos atrás. Ni los fugaces tentáculos del pánico. No era así de inexperimentado. No intentaba hacerse el tímido y avergonzado, dar una imagen falsa, o pretender ser más de lo que era.
De cualquier forma, el desasosiego en su corazón le estaba diciendo: ¡No es así como se supone que debe pasar!
Riki sabía dónde podía encontrarse aquello que precipitaría su sangre. No podía decir como era su vida sexual comparada con la de otra gente, pero con Guy, su pareja, no le había faltado nada en ningún respecto. Sin mencionar que no se avergonzaba de pensar en revelar su placer por medio de gemidos.
Con la punta de su dedo—y con una fría eficiencia—Iason buscó ese recóndito placentero lugar, usando todavía lo que se sentía como un guante de seda. Riki se sintió ofendido e indignado de inmediato. ¿Qué? ¿Voy a dejar que este maldito trate a un mestizo como a una especie de fábrica de germenes andante?
Los dedos de Iason se deslizaron por su piel, desgastando gradualmente cualquier exceso de energía que tuviera Riki para insultar y patalear. Era un ardor difícil de describir.
Pero diferente.
¿Diferente cómo?
No, así no.
¿Entonces qué?
Apretando sus labios con fuerza, percibió un fugaz momento de confusión, sin saber qué y dónde y cómo negar que su voluntad se le escapaba—
Iason masajeó suavemente el pezón de Riki con su pulgar, haciendo que el chico contuviera el aliento abruptamente. Despacio, inexorablemente, la palpitante, tentadora emoción—
El tacto y el ritmo de la yema del dedo pulgar presionando a través de su mano enguantada aumentaron la intensidad, una sensación diferente que confundía los sentidos de Riki. Perversamente excitados, sus pezones se pusieron erectos y duros.
La otra mano de Iason se había deslizado libremente por la espalda de Riki, rozando sus nalgas duras, hasta caer entre sus muslos.
Riki miró.
En el mismo instante, las inexpresables sensaciones comenzaron a pulsar en sus extremidades bajas. Deseando burlarse de su reacción inconsciente, Iason lo abrazó y lo apretó contra la pared, separando los muslos de Riki.
De quietud a la acción.
En ese momento, un increíble e inesperado cambio descendió por Riki, como si hubiese sido accionado un interruptor y la sangre saliendo de su corazón hubiese acelerando el paso imprevistamente.
Contuvo la voz y endureció el rostro. El frío de la pared contra su espalda no estaba ni cerca de resultar tan impresionante como ser incapaz de moverse, desde que sus manos quedaban fácilmente apresadas tras su espalda.
Y entonces un diferente tipo de rigor acometió su cuerpo. Incrustada firmemente entre los muslos de Riki, como para confirmar la madurez de la fruta expuesta, la rodilla de Iason se deslizaba de adelante hacia atrás. El irresoluto placer palpitante solo le hizo ser más consciente de que la estimulación había incrementado.
Las entrañas de Riki se violentaban hacia arriba a medida que la excitación crecía. El juego previo debía ser considerado en términos de satisfacción mutua. Aborreciendo la naturaleza unilateral de las caricias, trató de negarse. Deliberadamente y con seguridad, Iason le hizo comprender su tenacidad a Riki por la fuerza.
Empinándose para montar la rodilla de Iason, Riki se apoyó del todo en la estructura de la pared. Iason le agarró y le levantó los brazos sobre la cabeza, apresándolos contra la pared.
Era una postura increíblemente incómoda. Riki se mordió el labio, dándose cuenta de que estaba siendo inesperadamente dócil.
Mirándolo hacia abajo con el frío peso de su superioridad y poder. Iason acarició el erecto pezón izquierdo de Riki con sus dedos que parecían estar recubiertos por el latido de su corazón. Las pulsaciones a través de la lisa y fría tela despertaron una ardiente fiebre sobre su piel. No estaba imaginando cosas, Iason dejó de rasguñar su pezón y con cuidado hundió su dedo en la carne de Riki, jugueteando con él.
El interior de los muslos de Riki flameó de repente como una ola en cámara lenta. Como para fastidiarlo, como para crearle falsas esperanzas, acarició la erecta punta de su pezón en movimientos circulares. Eso por sí solo aceleró el corazón de Riki a un punto brutal, haciéndolo golpetear con un ritmo lascivo en su pectoral izquierdo.
Aunque delicadamente, las amorosas caricias tomando su corazón entre sus garras no cesarían. Y ahora el previamente ignorado pezón derecho se endurecía con rapidez, ocasionando que Riki gimiera espontáneamente.
Ambos pezones palpitaron con una intensidad punzante. Más y más, las constrictoras olas de placer hirieron profundamente alrededor de su garganta y engulleron sus caderas en un fuego despiadado.
“Hah—hah—hah—” Riki ahogó sus gemidos inarticulados, sin poder creer que podía ser arrastrado hasta tal punto por la sola manipulación de sus pezones. Las incontrolables olas de placer no mostraban signos de querer detenerse. Las incesantes corrientes de calor recorrían su columna.
El duro arco de su masculinidad, empapándose del líquido preseminal que salía de la punta—
“Ahhhh—”
—en ese instante, todos sus desenfrenados jadeos, explotaron en un solo desgarrador estallido. El éxtasis lo recorrió como chispazos eléctricos a lo largo de sus cuencas.
Y sin embargo le hizo sentir una vergüenza que nunca antes había experimentado.
Sus apresados brazos se retorcieron y temblaron, sus pies no podían encontrar soporte en el suelo. Era un completo lío con el cabello revuelto, estirado como si estuviese colgado de una percha. Aunque Iason no lo dejaría caerse al suelo sosteniendo a Riki firmemente con una sola mano contra la pared. La humillación ardió.
Apretó los dientes. Habiendo sido extendida su fuerza de voluntad hasta el punto de ruptura, su acelerado ritmo cardiaco fue desvaneciéndose despacio. No podía hacer nada para deshacerse del amargo sabor de la rabia que tenía en la boca. Como para romper el ya fracturado orgullo de Riki, Iason le pulló, “Venirse así de rápido no es con seguridad algo de lo que estar orgulloso.”



No tenía excusa qué ofrecer a la mortificación embestida delante de su cara. Con la cabeza colgándole, en medio del revoltijo de pensamientos en su cabeza no encontró nada para replicar de vuelta.
Solo podía morderse los labios hasta que temblaran y se pusieran blancos con la sangre bulléndole en las venas anunciando a gritos su degradación. “Suéltame.”
Pero Iason no relajó el dedo hundiéndose en la muñeca de Riki. Al contrario. “¿Qué? ¿En serio pretendes resolver las cosas con tan patética presentación?”
La suave voz cayendo sobre su cabeza empató fríamente su realidad. “¿Estás diciendo que no te sirvo?” Por primera vez Riki probó el dolor contenido en sus palabras de constante desdén casual.
Agarrando su cabello negro y tirándole la cabeza hacia atrás, Iason miró a Riki directo a sus ojos azabache. “Eres tú quien escogió comprar mi silencio de tan inconveniente manera. ¿Es mucho pedir que el pago sea proporcional al costo?”
Presionaba sus demandas como si insistiera sobre lo que le pertenecía por derecho.
“¿A dónde quieres llegar? ¿Quieres escuchar grititos de placer tipo prostíbulo? No es una técnica que usemos los mestizos de los barrios bajos.”
“Bueno, pareces lo suficientemente sensible sin eso. No hay nada de malo en poner a prueba esas cuerdas vocales tuyas de vez en cuando.”
“Huh. Te crees la gran cosa.”
Riki arremetió verbalmente, aun sabiendo que a ese punto los dardos nunca darían en el blanco. La flemática forma de hablar de Iason dejaba en claro que, haciendo las bromas de lado, no estaba exagerando. Riki había entendido la cruda realidad de ese hecho a través de la experiencia personal.
“Me estoy dignando a tratar a una basura de los barrios bajos de la misma forma que a una mascota de Tanagura. ¿Y aun así no estás contento?”—esa manera amable y condescendiente de hablar por sí misma no era desagradable, y Riki nunca había visto un hombre al que le sentara tan perfectamente.
Y no solo eso, sino que desgarraba los límites emocionales entre el ego y la identidad de Riki en un sentido diferente. “En ese caso, ¿entonces qué tal si te quitas la ropa por lo menos?”
A diferencia de Riki, quien encima de estar completamente desnudo había sido arrastrado por la fuerza a un clímax horrible, Iason ni siquiera se había molestado en quitarse los guantes. Su mejilla se endureció por la sonrisa sardónica que moduló. “¿Por qué disciplinar a un mestizo maleducado e iletrado debería requerir la remoción de mis ropas?”
Era como ser abofeteado tan fuerte en la cara, que quedara meciéndose hacia atrás en sus talones conteniendo el aliento.
“No te confundas, mestizo. eres el precio que tan torpemente me forzaste a aceptar a cambio de mi silencio. Haz cuanto pido, entonces, gime para mí y quedaremos a mano. Nada más.”
Iason era brillantemente guapo y estaba justo ahí delante de él. Riki enfocó sus dos ojos negros sin parpadear en esa fascinante personificación de la belleza. ¡Qué hijo de puta—!
Pero a pesar de que su cerebro estaba en llamas, y su enconado, herido orgullo estaba pudriéndose hasta las raíces, Riki finalmente entendió que no podría evadir el ataque de la mirada fría de Iason en lo más mínimo. Comprenderlo era más que frustrante. Desde el principio habían estado interpretando roles muy diferentes.
Solo ahora esa noción lo acometía. El indomable espíritu del rey de Hot Crack no podía enmascarar el hecho de que no era nadie, especialmente comparado con aquella élite Blondie. El mundo contenía más tipos de personas de los que su mente podía imaginar, y ahora sentía la verdad de eso como nunca antes.
Su excitada y obstinada fuerza de voluntad persistía a pesar de albergar todo el arrepentimiento del mundo, a pesar de nunca haber poseído la paciencia para observar como se la arrancaban, pateando y gritando, en pedazos. Tampoco se le había ocurrido que el sentido “caprichoso” de Iason solo había solidificado aún más su actitud temeraria y persistente.
Y quizás tener en sus manos un juguete que le respondiera por primera vez en mucho tiempo, incrementaba la curiosidad de Iason a un grado muy inhabitual en él. De cualquier forma, Iason ya habíamedio en serio quizás —intentado arrancar de raíz el terco orgullo de Riki.
Riki, inadvertido de dichas intenciones se había quedado atrapado en la red fuerte y seductora de la presencia del Blondie. Iason había escogido ese camino en un estado similar de ignorancia, hechizado por lo curioso que le resultaba Riki.
Mientras fríamente hacía coincidir su intensa mirada con la suya, Iason deslizaba su dedo hacia la ensombrecida entrepierna de Riki. No de la forma tentadora de antes, sino con atrevimiento directo—sin dudar, rozando el flácido miembro de Riki. Con su palma y dedos acarició ambas esferas. El manoseo, que estaba más cercano a parecer una rutinaria inspección manual que una caricia amorosa, dejó a Riki desconcertado.
Como viendo directo al corazón de los sentimientos de Riki, Iason sonrió curvando solo las comisuras de su boca. Tal sonrisa no denotaba ni rastro de lascivia empalagosa. Era una exquisita pero igualmente frígida sonrisa que enviaba un escalofrío por su columna.
En ese momento, Riki supo que los Blondies de Tanagura eran tiranos intransigentes más malévolos que cualquier demonio.
Un instante después, la silenciosa habitación se llenó de nuevo con las olas de la respiración entrecortada de Riki. La atmosfera, húmeda y estancada, se estremeció con dulces y anhelantes gemidos. Oscuros y carnales deseos de placer entregados sin protesta se arremolinaban allí y allá sobre sus extremidades.
No tenía idea de cuánto tiempo duró. Metido entre los brazos de Iason, Riki de repente chilló en una voz que se asemejaba a un bramido: “¡Ya basta!”
Respiraba trabajosamente, sus palabras estaban llenas de una extraña energía. La aspereza de su voz acentuada por el dulce y palpitante hormigueo en sus entrañas, impregnando los sonidos que emergían de sus labios con un trémolo simple.
“¡No—no—soy—un—juguete!” escupió.
Entonces, como si su respiración se hubiese quedado aprisionada en su garganta, sus labios y garganta se contrajeron.
“Gahhhhhh—”
Una intensa, hormigueante sensación lo suficientemente fuerte para hacerlo querer gritar o gemir. Riki nunca había experimentado tal placer, quemando dentro de su cráneo como si su tronco cerebral estuviese en llamas.
Si el sexo que tenía con Guy podía definirse como “normal”, entonces la estimulación unilateral emitida por Iason era una especie de dolor que se sentía como si sus nervios hubiesen sido desnudados y azotados sin piedad. Era igualmente sensual y profana.
Riki se aferró a los brazos de Iason, clavándole las uñas en la carne.
Pero la cadena del placer solo se reafirmó y no se aflojaría. Cualquier urgencia de eyacular era frustrada por el apretado vicio de los dedos de Iason. El miembro preparado y dispuesto de Riki solo podía exudar gotas ansiosas de líquido preseminal sin obtener liberación.
Con un dedo presionado contra su trasero, Iason tenía a Riki a su voluntad. El brote escondido entre la hendedura de sus nalgas, que Guy siempre le estimulaba pacientemente con sus dedos y lengua, Iason lo había expuesto inexorablemente con tan solo la lubricación de su propio líquido preseminal.
El escozor, el dolor cortante y la repugnancia desaparecieron, una vez burlado por el dedo que estaba siendo forzado dentro de él.
“¿Y aquí encontramos la raíz de tu placer?” Si el símbolo del deseo sexual de un hombre era su pene erecto, entonces la raíz de aquella dicha era la próstata escondida en su ano. Haberla magullado sin restricciones era algo más que placentero. Haber vuelto la naturaleza de un hombre en su contra se había convertido en algo más parecido a la tortura.
Iason, sin embargo, parecía disfrutar inflingir los paroxismos levantándose desde la garganta de Riki hasta su cabeza, causando los gemidos que le sacudían todo el cuerpo.
No hay nada de malo en poner a prueba esas cuerdas vocales tuyas de vez en cuando.
Riki no podía creer que aquellas palabras fueran el simple producto del complejo de superioridad de Iason. Pero quizás reflejaban el disgusto que las élites sentían, con sus cuerpos artificiales, por los humanos nacidos de carne y hueso. En la medida en que dicho disgusto figuraba en su manera de pensar, Iason experimentada e incansablemente torturaba al mestizo en su cautiverio.
Riki quería correrse. Pero no podía. Peor, la estimulación continuaba sin cesar, sus genitales seguían ardiendo. Los espasmos sacudían sus pies y se disparaban por su columna vertebral.
Iason jugueteaba con aquellos impulsos básicos de los machos, burlándose de las emociones sexuales propias del hombre hasta más no poder. Con crueldad le impedía terminar, la voz de Riki casi rompió a llorar.
“Déjame—correrme— Por favor— Deja— de— masturbarme— a— medias—”
Si alguien le hubiese estado golpeando la cabeza una y otra vez, entonces podría apretar los dientes y soportarlo. Si hubiese sido apuñalado sin piedad en la espalda, entonces podría al menos escupir palabras desafiantes. Pero la ardiente agonía abrasando sus entrañas ya había hecho colapsar sus nervios.
Las ganas de eyacular debían triunfar necesariamente sobre todo lo demás como el más básico instinto de un macho.
¡Debo correrme!
Con la boca temblándole, los dedos vibrándole y el cuerpo ultrajado, Riki declaró su tormento. Sin vergüenza ni honor. Una y otra vez.
Y cuando lo hizo, Iason finalmente lo liberó. Quizás por burlarse de él para su propia satisfacción, o por haber perdido interés en el muñeco humano una vez que había hecho rogar a Riki tan hermosamente.
Exactamente por lo que se había estado muriendo. Una vez que su orgullo y voluntad se habían ido a la basura, se le había concedido por fin aquello por lo que imploraba: liberación.
Sin embargo, de sus labios temblorosos no salieron delirantes gemidos sino suspiros de alivio. Después de que el frenesí se desvaneció, en sus entrañas, en el núcleo de su cerebro, fue acometido por la sensación de haber sido drenado. Tan pronto como Iason lo soltó, colapsó en su lugar como si su mera alma hubiese estado exhausta y agotada.
Los gélidos ojos lo miraron hacia abajo desde una altura dominante. Como si acabara de ocurrírsele la idea, Iason se quitó el guante manchado de semen y lo tiró a la basura. Las comisuras de su boca se curvaron levemente. Sacó una moneda de su bolsillo y la arrojó a los pies de Riki.
“Y aquí tienes tu cambio. Por el soborno. Tienes razón. Siempre es prudente no prestar ni pedir prestado.”
Con el pecho agitado y la lengua entumida, Riki se relamió los labios varias veces. Sus piernas temblaban en pequeñas convulsiones. Sin tener ni la energía para esconder sus partes privadas, tampoco tuvo nada para contestarle a Iason.
Incluso cuando el Blondie dejó la habitación sin siquiera dirigirle una última mirada, Riki apenas movió un musculo. Como un perro acobardado y apaleado.
Cinco minutos. Diez. Nada pasó excepto el inútil y desvanecido tiempo. Riki finalmente gruñó y se sentó. Sus ojos cayeron en la moneda. No sabía qué estaba contemplando, excepto que se trataba de una moneda dorada con un patrón geométrico que describía una cresta o un sello estampado en su superficie.
Apretó los dientes y de un manotazo la recogió. “¿Qué mierda?” Se puso de pie, temblando. “Con que eso era un Blondie de Tanagura” Masticando aquellas palabras, sacudió su puño, apretando la moneda con fuerza. “¡Ese infeliz!”
Un Blondie de Tanagura y un mestizo de los barrios bajoscomo líneas paralelas que nunca se cruzarían, Riki ahora sabía que sus vidas abarcaban una brecha imposible de zanjar. Sin siquiera haber intercambiado nombres, permaneció la pesada e innatural sensación de incomodidad.
En el verdadero sentido de la palabra, aquel fue para Iason y Riki, su comienzo.

4 comentarios:

  1. Guau, qué intenso! me gusta mucho este capítulo, cuanto se va a arrepentir Riki de no haber dejado irse a Iason. Aunque nos habriamos perdido una gran historia.
    Muchas gracias, aquí seguimos esperando el siguiente capítulo.
    Un abrazo. Yukikun

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    1. ¿Verdad que sí? Este es solo el comienzo de los dos y me dan mariposas en el estómago cada vez que pienso en ello y en lo que está por venir. En cuanto al siguiente capítulo pues ha sido toda una odisea. Me ha costado muchísimo traducirlo quién sabe por qué. Además es súper largo, eran como siete mil palabras y pues... x_x mi computador está dañado para rematar. Pero aquí sigo. Gracias a ti por el apoyo. :)

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  2. Gracias, gracias, gracias!!! Llevo AÑOS esperando a que alguien se decida a traducirla entera. Haces un gran trabajo. Gracias otra vez. Esperamos el siguiente capítulo. Ánimo!

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    1. Yo todavía tengo la esperanza de que continúen las OVAs, imagínate. Porque el remake se adecuaba mejor a la historia original y déjame decirte que hay detalles en la novela tan importantes que es una gran decepción que los hayan pasado por alto.

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