Ceres.
Cuatro-treinta de la tarde.
En esa época
del año, las frías ráfagas de viento azotando la Avenida Cuzco se sentían como
agujas diminutas en la piel. El viento hacía que los dobladillos del abrigo
invernal del hombre ondearan en lo que caminaba por ahí sosteniendo un cigarrillo
entre los dientes.
No tenía el típico
andar de un residente de los barrios bajos. Si mucho, parecía acarrear en su
delgada silueta un dejo de soledad y tenor. Para los que estaban acostumbrados
a la fangosa y estancada atmósfera, la extranjería del hombre resultaba obvia.
En lo que
pasaba, los ojos de los transeúntes se abrían un poco y entonces rápidamente se
desviaban. Algo en él era muy diferente. El mundo que habitaba no era el suyo.
Odiando involucrarse, se alejaban tan pronto como les fuera posible… y, a
juzgar por su andar inalterado, al hombre le tenía sin cuidado.
En Ceres
existía una sección donde los repetitivos asaltos a los edificios había
resquebrajado sus fachadas de ladrillo exponiendo los huesos de sus esqueletos
metálicos. Sin nada que obstruyera la luz del sol, era una especie de broma
apodar Blue Chip a esa parte de la ciudad.
Pero aunque
las estructuras sobre la tierra estuvieran en condiciones deplorables, las
subterráneas seguían manteniéndose en buen estado. Como resultado, en algún
punto se convirtió en el punto de reunión y en una zona desmilitarizada para un
gran número de pandillas. Incluso los miembros de las pandillas estaban
dispuestos a admitir que pelear todo el tiempo era un martirio. Necesitaban un
oasis donde pudieran relajarse y bajar la guardia sin ser atacados. Cualquier
imbécil que no siguiera aquella regla no podría mostrar su cara en los barrios bajos
otra vez.
Nadie nunca
creyó que aquella regla mantendría a todo
el mundo bajo control, pero pasaron los años y nadie se atrevió a dar el
primer paso. Nadie quería ser el primer deshonorado, así que un exitoso aunque
tenue balance prevaleció.
Desnudos de
la cintura para arriba, los drogadictos colgaban de los rincones de las
estructuras metálicas y se colocaban bajo el cielo invernal. Demasiado absortos
en su magreo como para preocuparse de quién los estuviera observando, los
amantes se besaban con pasión en los túneles de acceso. Y en algún otro lugar
un montón de malhablados discutían casi llegando a la violencia.
La DMZ era
también conocida como la zona “cualquiera”. Ciudad apatía. Todo el mundo
llegaba en busca de algo pero a nadie le importaba una mierda qué fuera—siempre
que nadie resultara herido por ello.
El hombre
prosiguió su camino, y lo dejaron en paz.
Ese mismo
día. Nivel subterráneo número tres de Blue Chip. Bar Soraya. A diferencia de
casi todos los días, un aire extraño y febril inundaba la estancia. La usual
risa vulgar y las bromas groseras le habían cedido el paso a un inusitado
silencio. La mirada de todos estaba enfocada, contenían el aliento hasta que el
sudor empezaba a aflorar de la piel.
En medio del
apretado circulo de espectadores, tenía lugar el juego.
Cualquiera
podía jugar—era tan solo una vieja partida de cartas donde la victoria dependía
de la intuición y la concentración. Pero no era la clase de juego que pudiera
encontrarse en los casinos de Midas. Las apuestas no involucraban dinero ni honor,
sino virtud. Los participantes se jugaban su cuerpo con cada ronda.
“Gigolo.” Y
en el centro de toda esa atención en el Bar Soraya, Riki y Luke lo jugaban.
Era una
especie de juego sexual, bastante parecido a un show erótico. Los participantes
empezaban con un beso para ir subiendo las apuestas. Entre más atractivo fuera
el premio, más se incrementaban las expectativas. El perdedor pagaba una
penitencia. Quienes tenían las cartas también compartían la tensión de los que
solo miraban.
Si alguien
era desafiado a jugar, no importaba cuán desagradable fuera el oponente, rara
vez declinaba. “Estoy de humor para hacer lo que quiera contigo,” era la forma
en que el juego usualmente daba inicio. “Estamos jugando gigolo,” se anunciaba frente
a todo el mundo, haciendo que negarse fuese mucho más difícil. Cualquier sujeto
que se rehusara no solo era considerado un cobarde—se comentaba que no podía
lograr que se le parara, tanto física como metafóricamente, y un hombre que no
podía hacer eso no era ningún hombre. Allí donde las relaciones entre personas
del mismo sexo eran la norma, no tener los cojones o la habilidad para satisfacer
se remontaba al estigma más profundo que cualquier hombre pudiera tener en los
barrios bajos.
Estos
desafíos del momento no eran más que simples juegos sexuales—y al final,
burlarse de la derrota del oponente era generalmente lo máximo que el ganador
reclamaba. Pero se lo tomaban con una seriedad tal que le ponía a todo el mundo
los nervios de punta. Como se trataba de un juego, era de esperarse que se
fuera un buen perdedor en público. En teoría, de cualquier forma. Pero como con
cualquier otra actividad íntima, lo que ocurría allí nunca se quedaba allí del todo.
Luke ya
había estado mirando a Riki con ojos ansiosos. ¿O era que quería iniciar una
pelea? Por eso a nadie—ni siquiera al propio Riki—le sorprendió cuando Luke lo
llamó gritándole “gigolo”. A nadie se le hacía raro tampoco que Luke hubiese
escogido una ocasión en la que Guy no estuviera presente.
A Riki no le
importaba lo que los demás pensaran de él. Pero aun así sabía que debía ajustar
cuentas con Luke de una vez por todas.
Por el
tiempo en que había dejado Bison para abrirse paso hacia la cima, y el tiempo
en que había regresado tres años después—la época, las circunstancias y la
naturaleza de las relaciones habían cambiado drásticamente.
Riki había
regresado a los barrios bajos consciente de que iban a ridiculizarlo. Pero
contrario a sus expectativas, la repentina conmoción de su entorno no le otorgó
la vergüenza silenciosa de un perro apaleado, especialmente tras el asunto con
Jeeks. Quizás había sido un simple accidente, o el destino cerrando
inevitablemente el círculo de nuevo. Pero eso y su primer encuentro
involuntario con la pandilla de Jeeks había, aunque no quisiera, introducido
las raíces del destino más profundo dentro de su alma.
Incluso
después de que Bison cayera, una cierta parte de la responsabilidad por perder
su guarida de toda la vida recaía sobre Riki. Sin embargo, se llevó a cabo el
ataque al cuartel de los Jeeks con bombas de gas lacrimógeno como venganza sin
que este lo supiera.
Y aun así
todos sintieron que Bison estaba de vuelta por más.
Bison vuelve a manifestarse.
Riki se está desquitando.
Voces emocionadas
esparcieron los rumores. De oreja a oreja, se hacían todavía más exagerados y
tergiversados cada vez que los contaban. Una vez que los rumores hubieran
cobrado vida, era tonto esperar que reflejaran la voluntad o los deseos de las
partes involucradas. Ni Riki ni el resto de Bison quería verse implicado en
toda esa cháchara, pero, desafortunadamente, el curso de las cosas se les salía
de las manos.
Con ese
incidente, se arruinó la reputación de los miembros de Jeeks y sus vidas
tomaron un rumbo negativo. Habiendo perdido su guarida se volvieron aún más
salvajes, arremetiendo contra cualquiera. Y esto no constituía un problema para
Riki y compañía únicamente. Los problemas que Jeeks estaba causando afectaban
la rutina diaria de los barrios bajos en general.
El ajuste de
cuentas con Jeeks era la carga inevitable que Riki y sus muchachos habían asumido.
Todo el mundo contenía la respiración en espera de la batalla. Con toda esa
atención, la reputación de Bison creció de un día para otro, y sus miembros
empezaron a sentirse tan ansiosos como los espectadores.
“¡Esos
mocosos me hacen enfadar! ¿Vamos a darles su merecido o no?”
“¿Qué vamos
a hacer, Riki? ¿Patearles el trasero?”
Los ojos de
Luke se entrecerraron hasta ser tan solo un par de rendijas. Era demasiado
extraño que Guy estuviese animado y hablara de esa forma. Norris frunció los
labios en una mueca despreciativa. Sid escupió su goma de mascar. Y por último—
“Caerán,”
dijo Riki con fuerza. “Todos ellos. Si lo hacemos, que sea en grande. Tenemos
que pagarles de vuelta con intereses.”
En ese
momento, fue como si todo en su interior explotara silenciosamente hacia el
exterior. A su lado, el resto de los miembros de la pandilla se sonrieron los
unos a los otros. Querían ver algo de acción.
Después de
haber entrado en un letargo por tanto tiempo, Riki se había convertido en una
persona completamente diferente. Con Jeeks sermoneándolos a cada instante, a
Riki finalmente se le había agotado la paciencia y había dejado que fuera su
temperamento lo que hiciera avanzar las cosas. Tenían que destruir a Jeeks.
Habiendo resuelto hacerlo, la conversación subió rápidamente de nivel.
“Antes de
empezar, necesitaremos información.”
“Entonces
obviamente vamos a necesitarlo a él.”
“¿Te
refieres a Jango? ¿La Parca de Dios? No va a ayudarnos.”
“Lo
necesitamos.”
“Es
demasiado caro.”
“El precio
depende de con quién esté tratando.”
Jango era un
hombre peligroso, tan malo como se comentaba en las calles que era. Riki había
sido compañero de bloque con el informante cuando a Jango se lo conocía como
Robby. Seguía teniendo algunas conexiones con él, pero Luke y los otros se
rehusaron a comentarlo.
Destruir a
Jeeks significaba atravesar a la Parca de Dios para volver a mirar a Robby a la
cara. Pero, por la razón que fuera, la expresión de Riki no mostró emoción
alguna.
Conocer la
historia que Riki y Robby habían compartido en Guardián y la fuente de su mutuo
antagonismo ponía un poco nervioso a Guy. Pero el alboroto de los Jeeks se
había vuelto algo muy problemático. Sin la estrategia adecuada, no podían atestar
el golpe decisivo. Y sabiendo eso, Guy no dijo nada aparte de lo necesario.
Todo lo que
Guy podía hacer a ese punto era seguir a Riki. Ese entendimiento implícito no
era solo un comportamiento arraigado y ya; estaba tejido al orgullo de Guy sobre
lo que era y lo que eran.
Riki y Guy
entraron al bar y se dirigieron a la habitación privada del fondo. La primera
regla en el intercambio de información era que las negociaciones se hacían con
disimulo y apartados de ojos curiosos. Aun así, la habitación en la que se
encontraron estaba mejor amoblada de lo que hubieran esperado.
Robby estaba
sentado en un brillante sofá negro con las piernas extendidas delante de él.
Miró a Riki y a Guy y sonrió. “Siguen emparejados, ¿ha?”
Su saludo
contenía un doble sentido, y para Riki, era fácil identificar cuál. De no haber
sido necesario—y Riki debía recordárselo constantemente—nunca habría estado de
acuerdo con encontrarse con ese hombre de nuevo. Lo que había pasado entre ambos,
no importaba hacía cuanto, nunca iba a olvidarse.
Todo lo que
Guy sabía sobre Robby era lo que Riki le había contado. Los dos hombres nunca
se habían visto antes, pero Riki percibió la mala vibra tan pronto como
intercambiaron miradas. Dándose cuenta de esto, volvió a enfocar su atención
para asegurarse de que nada saliera mal.
Sin embargo,
había una variable desconocida en la ecuación. Robby no estaba solo. Compartía
el sofá con un chico de fiero cabello rojo.
¿Quién demonios es ese?
Riki le echó
un vistazo al pelirrojo y rápidamente apartó la vista.
“Hey.” El
chico los saludó secamente y se puso de pie. Se detuvo ante el minibar en el rincón
de la habitación, tomó una coctelera y le dio una habilidosa sacudida.
“Ese es Thor.”
Robby le dio una calada a su cigarrillo y no dijo nada más.
El ambiente
era tenso y silencioso. Ambas partes mostraban su apatía como signos de coraje.
Thor regresó
con dos vasos. Con calma los dispuso frente a Riki y Guy. El primero frunció el
ceño incapaz de inferir el significado de esa abrupta pequeña actuación.
“Se llama
Ginebra”, dijo Thor. “Es amarga, pero es buena.”
Thor sacó un
dulce de su bolsillo, se lo metió a la boca y lo masticó haciendo mucho ruido.
Continuó de manera despreocupada pero su actitud franca les dio a entender a
Riki y a Guy que no debían dar por sentado al chico o malinterpretar sus
acciones como un simple juego y levantar la guardia. Cualquier chico dispuesto
a trabajar con un hombre al que le decían la Parca de Dios debía tratarse de
muy malas noticias. Si no lo era, entonces no tenía derecho a sentarse junto a
Robby en esa habitación.
“Beban. No está
envenenado.”
Robby no
interfirió. Simplemente observó la escena con una expresión de curiosidad en el
rostro. ¿Era así como le daba la bienvenida a todos sus visitantes? A menos que
las bebidas fuesen una especie de prueba. De cualquier modo, hasta que Riki y
Guy bebieran, nada iba a pasar.
Riki levantó
el vaso y le dio un gran sorbo. No tenía veneno. Guy pudo adivinar lo que Riki
esperaba de él, así que no bebió de su propio vaso. Solo en caso de que fuera
algo más que veneno—un LSD en mal estado o lo que fuera—Guy estaría allí para
auxiliarlo.
“Hmm. ¿Con
que es el líder quien se aventura hacia lo desconocido? ¿No es generalmente al
revés?” preguntó Thor.
“Soy
alérgico,” fue la simple excusa de Guy.
Thor mostró
un abierto desdén por la táctica de Guy. Pero una mala actitud no perturbaba a
este en absoluto. Riki actuaba; Guy esperaba. No importaba cual fuera la
situación, esa era la estrategia que usaban siempre.
La ginebra
tenía un sabor único. Era lo suficiente placentero al paladar, pero tenía un saborcillo
extraño al final. La sensación de hormigueo que le quedó a Riki en la lengua, activó
un nervio dormido. Sin darle mucha mente a la pronunciación, preguntó:
“¿Balado?”
Los ojos de
Thor se abrieron como platos. “Impresionante,” dijo antes de echarse a reír.
“Eres bueno. No habría creído nunca que alguien de los barrios bajos conocería
el sabor del Balado.”
Captando un dejo
de rabia en el elogio, Riki le lanzó una mirada a Robby. Robby se encogió de
hombros como diciendo: A mí no me
preguntes.
El Balado
era una especia especial que se daba en el planeta Aquos. Antes cuando Riki realizaba
las rutas de envío, se hacía con ella bastante a menudo. El nombre del Balado
provenía del sitio donde se producía, y existían cinco variedades. Cada una
tenía su propio aroma y su sabor sutil al final, y Riki había aprendido a
diferenciarlos. No tenía intenciones de pagar precios exorbitantes por marcas de
mala calidad.
Thor le
había dado a probar una variedad popular de Balado llamada Merida. Pero incluso
una variedad menos popular de Balado seguía constituyendo un gran lujo, y el
tipo de cosa que no podía encontrarse nunca en los barrios bajos. Usarla para romper
el hielo antes de un negocio era la forma que tenía el informante de publicitar
el valor de su mercancía. Por otra parte, considerando su historia juntos, Riki
sabía que esa era la manera que Robby tenía de decir que a Riki iba a costarle
un ojo de la cara.
Thor se rio
y se inclinó hacia adelante. La mata de cabello rojo llenó el campo de visión
de Riki. En lo que Thor se había acercado, había podido apreciar que sus ojos
marrones eran casi negros.
“¿Sabes de dónde
provino este Balado?” le preguntó Thor.
“Merida.”
Thor sonrió,
tanto por las apariencias como por el deleite. “Parece que no te llaman Riki el
Siniestro por nada.”
Junto a
Riki, Guy tomó aire y cambió de postura.
Pero Riki no
reaccionó ni siquiera al oír su viejo apodo. Robby era un informante. Cuando
Riki lo había contactado, había esperado que hasta cierto punto supiera sobre
su pasado como mensajero.
No importaba
cuanto tiempo hubiera pasado para Riki y Robby, el antagonismo de su época en
Guardián no había muerto nunca. Pero Riki no había imaginado que tales asuntos fueran
conocimiento de un chiquillo extraño. Quizás había calculado mal las cosas en
cuanto a eso.
“Fuiste
descubierto por un pez gordo en el mercado, ¿o me equivoco?” Los ojos de Thor
permanecieron fijos en los de Riki, denotando un interés más grande que mera
curiosidad. “Muy impresionante. Un mestizo de los barrios bajos abriéndose camino
hacia la cima en el mundo. ¿Cómo te hiciste con una oportunidad como esa?”
A Riki no le
importaba si Thor era la puta de Robby. Siempre que pudiera obtener la
información adecuada, el resto era irrelevante. Ni siquiera el hecho de que
estuvieran hablándole de su pasado como mensajero lo molestaba—solo estaban
perdiendo el tiempo.
“Con un
traficante como Zach,” continuó Thor, “¿tuviste que pagar alguna especie de
cuota para conseguir esa especie de empujoncito?”
Parecía ser
que Thor estaba exponiendo a propósito el escándalo entero delante de Guy.
Empezaba a fastidiar a Riki, así que decidió terminar con ello.
Riki acabó
de tomarse el contenido de su vaso y miró a Thor. “¿Eres un sinker?” le preguntó.
Estaba haciéndole
honor al título de “Riki el Siniestro”. Con tres simples palabras, había
logrado dejar a Thor en completo silencio. Los ojos del chico se abrieron de
manera abrupta ante la contundente pregunta. Las cejas de Robby brincaron
ligeramente, como si una amenaza invisible hubiera tirado de su piel.
Riki dijo
moderando su tono de voz, “Sin embargo no puedo distinguir si naciste y te
criaste en Midas, o si eres simplemente algún niñito huérfano y desamparado de
la calle.”
Todo el auto
control que Thor había estado manifestando se hizo trizas. Se puso alerta y a
la defensiva de inmediato.
“Tus ojos y
tu pelo,” siguió Riki, clavando en él su mirada. “¿Te lo pintas tú mismo?”
Thor siseó
como un gato arqueando la espalda en preparación para la pelea. Su reacción apenas
si constituía una prueba sólida, pero era evidente que la pregunta de Riki
había dado cerca del blanco.
Riki había
deducido a simple vista que el dulce que Thor estaba mascando no era uno
ordinario, sino una especie de droga de pigmentación llamada Gazer. Como solo
se trataba de un “suplemento de moda” popular que se consumía vía oral para
cambiar el color del cabello y los ojos, no era muy caro. La mayoría de las
marcas eran legales y no tenían ningún efecto adverso severo ni riesgos de
intoxicación a largo plazo.
Aunque la
familia de drogas estuviera disponible en todas las variedades, las marcas
legales tenían sus puntos buenos y malos. En particular, estaba el tan reconocible
moteado o pigmentación “impura” de los ojos que nunca se iba, y el hecho de que
su potencia solo duraba una limitada cantidad de tiempo.
Si se usaba
como un simple accesorio de moda, la marca no importaba y los resultados eran prácticamente
los mismos. Pero cuando se buscaba en el mercado, los clientes querían marcas
que ofrecieran garantías sobre su resultado y un efecto duradero. Gazer era la
opción preferida.
Los que Thor
estaba comiendo eran de venta libre para la población general. Las
contraindicaciones eran mayores y diferían de acuerdo a la constitución física
de cada persona; problemas de visión, deformidades en los ojos y parálisis
nerviosa eran todas las posibilidades. Pero la mayoría traía como resultado la
ceguera, o la desecación de los globos oculares en las cuencas. En el peor de
los casos, quien lo usaba ponía su vida en riesgo. Como se trataba de drogas
ilegales, nadie se hacía responsable—y nadie decía nada.
Gazer seguía
siendo muy popular a pesar de los riesgos. Quienes lo usaban a diario,
alcanzando la dosis adecuada, afirmaban poder “ver lo invisible”. Riki no sabía
si era cierto o era solo un slogan que se habían inventado para incrementar las
ventas. Pero definitivamente no quería desembolsar dinero para tener la
posibilidad de ver más de lo que ya había visto.
Si Thor
consumía Gazer, cierto urgente par de circunstancias debía haberlo hecho tomar
ese camino. Riki supuso que la vibra de “refugiado” que Thor desprendía era la
clave de las circunstancias.
Para los
ciudadanos de Midas, los mestizos de los barrios bajos eran objeto de disgusto
y desprecio—pero los refugiados cuyas visas se vencían y permanecían allí en la
ilegalidad eran vistos como nada más que insectos. Tanagura tenía el poder de desahuciar
a todos los refugiados de Midas, pero tenía razones para no hacerlo. Como
ocurría con los mestizos, los refugiados no tenían dispositivos de
identificación PAM. Por consiguiente, al no tener características que indicaran
el lugar de nacimiento, no había forma de diferenciarlos de los mestizos.
Muchos refugiados se aprovechaban de eso y se hacían pasar por mestizos de los
barrios bajos para poder quedarse a vivir en la colonia.
Riki se
había familiarizado con lo que la vida de un refugiado implicaba durante sus
días como mensajero con Katze. Pero saber y hacer eran dos cosas muy
diferentes. A diferencia de los ciudadanos de Midas, Riki nunca consideró
perseguir a los refugiados, darles una paliza y sacarlos de la ciudad. No perdían
sus identificaciones o nacionalidades solo porque sus visas hubieran expirado.
Rodeado por todo eso, Riki había desarrollado un sexto sentido para detectar
refugiados pretendiendo ser mestizos con tal de establecerse en Ceres.
Sin embargo,
también había una casta de refugiados nacidos
en Midas, que se escondían por razones desconocidas. No resultaban ser tan
distintos de un mestizo de los barrios bajos desde que conocieran la colonia.
Thor probablemente cambiaba el color de sus ojos y cabello para ocultar sus orígenes.
No iba a estar masticando Gazer solo para verse a la moda.
Fuera lo que
fuera, al ser tan obvio, Thor había perdido la oportunidad de fastidiar a Riki,
lo que había girado las cartas en su favor.
“Idiota. Uno
no anda por ahí mascando Gazer a plena luz del día. Si piensas que los mestizos
de los barrios bajos solo somos un montón de mongólicos, alguien va a terminar entregándote
tu propio culo servido en una bandeja.”
A la mención del Gazer, la cara de Thor se puso pálida. Robby había estado observando pacientemente durante todo el rato desde la distancia, pero al final interrumpió.
A la mención del Gazer, la cara de Thor se puso pálida. Robby había estado observando pacientemente durante todo el rato desde la distancia, pero al final interrumpió.
“Oh, vamos—no
molestes al chico. Resulta ser que es mi compañero actual.”
“¿O sea que
los dos calificáis como Parcas de Dios?”
“Eso sería
exagerar.”
“Entonces
solo está estorbando. Enséñale la salida.”
Thor atestó
un puñetazo a la mesa con un ruidoso bang.
Miró y apretó los dientes. “¡No quieras pasarte de listo, joder!”
“El chico
desconoce su lugar, Robby,” dijo Riki brevemente. “Dile que se calle.”
Thor se puso
de pie de un salto, pero Robby lo agarró del brazo ignorando los gruñidos que
este le dedicaba. “¿Por qué me detienes?” escupió Thor. Tenía el aspecto de un
animal herido; Riki le había dado su golpe final con su precisión habitual.
“Nadie es
mejor que este sujeto encontrando la debilidad de alguien; ha sido capaz de
hacerlo desde Guardián. Solo déjalo, ¿de acuerdo? Sigue de lengüilargo en este
asunto y no tendrás una segunda oportunidad.” Robby miró a Riki, una sonrisa
significativa le formaba un hoyuelo en la mejilla. “¿No te parece?”
Como el
código que intercambiarían dos espías, solo Riki y Robby comprendieron el real
significado contenido en esas palabras. Hasta Guy se sintió fuera de base.
“No he
venido a hacer las veces de niñero. ¿Quieres negociar o no?”
“Bien,” dijo
Robby. “Aquí estoy con el infame Riki de Bison que se dejó llevar un poco.
Consideraremos terminadas las introducciones.”
Thor no
podía ocultar la expresión iracunda de su cara. Gruñó en voz alta por el
disgusto.
“Te has
vuelto muy atemorizante, Riki,” dijo Robby. “Aun cuando has regresado
arrastrando el trasero como un perro apaleado, sigues conservando un par de
aces bajo la manga.”
“No quieras
empezar a darme sermones sobre mis
asuntos. ¿En qué momento te enganchaste con este sinker?”
“Resultó ser
el único con las pelotas para tomar a la Parca de Dios como su pareja.”
¿Pareja? Esas eran las últimas palabras que Riki habría esperado
escuchar de la boca de Robby. “¿En serio?” comentó Riki. “Creí que tendrías
mejores cosas que hacer con tu tiempo.”
Riki sabía
cuán apegado había estado Robby a Schell.
Perdí a Schell por tu culpa—pero eres tú quien sonríe.
Algo debe andar mal con el mundo, ¿no? Lo que yo pierda, ¡tú lo vas a perder
igual!
Riki podía
recordar el montón negro de emociones violentas que Robby le había arrojado ese
día en Guardián. Pero más que sentirse culpable, Riki se había sentido más
impetuoso y molesto por el estallido de Robby. Él y Robby jamás se habían
llevado bien desde entonces.
En Guardián,
los apegos se convertían en obsesiones. Las emociones insuperables se volvían
innaturalmente puras. Y la realidad de que el amor por sí mismo no podía lograr
nada se hacía dolorosamente cierta. La única felicidad posible era la de infligir
dolor a otros. Los niños en Guardián aprendían a evitar estar solos o aislarse,
pero también a no confundir la dependencia con la confianza. Ese ambiente
sofocante e inescapable impregnaba el “paraíso” que era Guardián. Todo lo que
allí se perdía o se ganaba producía un sentido definitivo del yo que no podía
comprometerse, sin importar el costo.
Riki, Guy y
Robby lo sabían bien. Eran los chicos en Guardián que entendían lo que
realmente importaba. Los adultos acostumbraban llamar “preciosos” a los niños
como esos. Era la razón por la que Riki no se había tragado el cuento de que
Robby no podía amar a nadie que no fuera Schell. Pero tampoco había querido
contradecirlo. Con Robby siendo Robby, Riki había supuesto que sería capaz de
superar la muerte de Schell.
Como si
entendiera los pensamientos que Riki cavilaba en su mente, una pequeña sonrisa
curvó la comisura de la boca de Robby.
Thor
enfurruñado todavía extrajo una computadora de debajo de la mesa. La encendió y
empezó a escribir con la habilidad de alguien experimentado.
“Vale,” dijo
Robby con brevedad. “¿Qué quieres saber sobre Jeeks?”
“Viniste
preparado,” comentó Riki.
“Es la única
razón por la que viniste a verme, ¿o no?”
Riki no dijo
nada, a pesar de su deseo de preguntar por qué Robby le había hecho perder el
tiempo con introducciones.
“Necesitamos
toda la información que tengas sobre lo que Jeeks ha estado tramando últimamente,”
dijo Guy, levantándose para hacerse cargo del asunto actual. “En particular,
quién es el verdadero responsable del espectáculo y cuáles son sus planes.”
“Puedo
darles los perfiles de los miembros actuales, y una plantilla de cuántos suman.
Guardado en un disco.”
“Bien.”
Robby habló
sobre el trato, y Thor apenas si musitó una silaba en lo que trabajaba con
rapidez en el teclado. Parecían formar un equipo efectivo. “De modo que
finalmente han decidido almorzarse a Jeeks. Casi siento lástima por ellos.”
“Hemos
estado cuidando nuestra dieta.”
“De
cualquier forma, eres Riki el Siniestro de los barrios bajos.”
Riki frunció
el ceño por el obvio disgusto. ¿Por qué
mencionarías algo como eso ahora? Se preguntaba. En cambio, dijo: “Estás
pasando información falsa, Robby.”
Eso fue
suficiente para hacer que Robby se detuviera. Más que cualquier otra
particularidad de su pasado o su podrido corazón, en cuando a tráfico de
información respectaba, era el mejor. La reputación de Robby se comentaba por
toda la extensión de los barrios bajos.
“¿Crees que
haría algo tan estúpido como falsificar información? No tengo ganas de morirme.”
Habló en un tono de voz extrañamente suave alejado de su improvisado sarcasmo.
Thor dejó de
escribir de repente.
“¿Y ahora qué?”
Thor miró a
Riki con las cejas juntas un rato y al final habló. “Escuché que tú y Robby
fueron compañeros de bloque en Guardián,” musitó. “¿Es verdad que le quitaste
la virginidad?”
Riki se
quedó boquiabierto ante el hecho de que Thor pudiera hacerle esa pregunta con
una cara regia. ¿De dónde había salido eso?
No importaba qué tan perverso fuera el punto de vista, la cuestión no tenía
sentido. Riki y Robby cruzaron miradas sin querer; igual de rápido pusieron
mala cara y apartaron la vista.
El aspecto
de sus rostros debió haber provocado algo en Guy quien ahogó una risita.
“Hay algunas
cosas que ni siquiera yo me comería,” espetó Riki.
“Esa es mi línea,” replicó Robby.
Aun si era
una broma, la idea de que la primera vez de ambos hubiera sido juntos era
demasiado grotesca de imaginar para los dos. Y sin embargo, Thor los había
obligado a hacerlo.
Preparado
para regresar a un tema de conversación menos nauseabundo, Robby preguntó: “¿Aprovecharán
esta oportunidad para dar a conocer el regreso de Bison?”
“¿Qué
sentido tiene desenterrar esos fantasmas ahora?”
“Renunciaste
estando en la cima, con una raya ganadora invicta. El nombre de Bison sigue
teniendo credibilidad en las calles. Alguna vez, Jeeks te considero a ti un dolor de cabeza. Es obvio que quieran
empezar contigo.”
Esa es la clase de información que se supone debes
darnos. Pero Riki entendía que los rumores eran solo eso,
rumores. Solo la gente que estuviera involucrada personalmente sabía a ciencia
cierta cuál era la verdad.
Mantén los oídos abiertos. No apartes la vista de la
realidad no importa lo que pase. Y mantén la boca cerrada.
Las tres
reglas fundamentales para tener éxito en el mercado negro. Tres reglas
comprobadas y ciertas para sobrevivir. Riki no las había olvidado.
“Sus
lloriqueos simplemente se volvieron muy molestos, así que me haré cargo de
ellos ahora para ahorrarme problemas luego. Fin de la historia.”
“Si ese es
tu plan, no veo a muchos espectadores que compartan tu idea exactamente.”
“Razón por
la cual estoy tratando de mantener la mierda al mínimo,” replicó Riki, un trazo
de amenaza nublaba sus ojos. Estaba allí para comprar información legítima, no chismes.
“Estoy de
acuerdo contigo en cuanto a eso. No vayas por ahí causando problemas si no
puedes concluirlos.”
Había una
insinuación en su voz que fastidió a Riki, pero no sintió la necesidad de
añadir más a la conversación. No quería que el compañero pelirrojo de Robby o
Guy tuvieran una idea equivocada sobre lo que iba todo ese asunto.
Con la información
de Robby en mano, iba a aplastar a ese miserable montón de mocosos sin
misericordia. No le importaba una mierda cuán jóvenes e inexperimentados
fueran. Cuando atestara el golpe, sería para bien.
Los miembros
de la pandilla sin líder habían sido expulsados y dispersados, dejándolos vulnerables
al ataque. Esa era verdadera justicia—un reflejo de la clase de hostilidad que
la pandilla Jeeks había estado formando donde fuera que fueran.
Era
improbable que los rumores del renacimiento de Bison ganaran fuerza solo por
haberle dado a Jeeks su merecido. Los miembros originales de Bison entendían
ese hecho mejor que nadie.
Esta vez,
sin embargo, la cruda realidad era algo que había empujado a Luke a actuar. Y
la expresión de esas emociones reprimidas era una partida de Gigolo.
Riki lo
permitió. Dejárselo a las cartas era probablemente la mejor manera de
asegurarse de que no volvería a ocurrir, de todas formas. Si perdía, lidiaría
con ello—después de ser “educado” como la mascota de Iason por tres años, hacer
tales cosas en público difícilmente le incomodarían. Además, una vez que te
desafiaban a una partida de Gigolo, no había mucha diferencia entre ganar y
perder. Siempre que no se buscara la revancha, no tendría que lidiar con eso de
nuevo.
El juego duraba
tres rondas; terminaba cuando el retador o su oponente perdían y era tomado por
detrás. El sentido común dictaminaba que la penetración era la única apuesta
que valía la pena hacerse. El desafío podía hacerse una única vez. A pesar de
que el juego tuviera tres rondas, una perdida podía terminarlo de ser ese el
deseo del retador. No tenía sentido no ir a por todas desde el comienzo. De
modo que cuando Luke empezó el reto con un beso, todo el mundo gruñó.
Necesitaba un montón de confiaza en su baraja si quería hacer todas las tres
rondas.
Inesperadamente,
Riki perdió.
Una
conmoción de voces agitadas se escuchó, acompañada por la estridencia de los
silbidos y los piropos. Con una expresión complacida en el rostro, Luke se
abalanzó sobre Riki para reclamar un profundo beso francés. A su alrededor se
oyó el sonido de las gargantas tragando con dificultad.
En medio de
ese beso que robaba el aliento, sus cuerpos se pegaron el uno al otro, Luke se
apretó con sus muslos, empujando su sección media contra la de Riki. Riki bajó
un poco la mirada. Por el rabillo del ojo pudo ver que Norris y Sid los
observaban ansiosos.
Con sus
muslos rozándose contra los del otro, la obvia estimulación se dirigió a sus
entrepiernas. Decir que no sentía nada habría sido mentir. El mecanismo masculino nunca estaba bajo el
control de un hombre del todo, un hecho que Riki entendía a un grado
repugnante.
Aun así, el
hecho de que el pensamiento le cruzara por la mente era una razón aun mayor por
la que quisiera mantener el control de la situación. Riki permaneció tranquilo en
medio de toda esa oleada de ruido sobreexcitado. No podía decidir si eso lo volvía
poderoso o patético.
Queriendo
llevar las cosas hasta el final con él, Luke barajó las cartas de nuevo. El
desapasionado Riki siempre le había gustado, y estaba ansioso por ver cuán
apasionado podía llegar a ser. Los espectadores contuvieron el aliento. Fijaban
la vista en el juego de cartas rogando porque Luke fuera el que ganara.
Dándole
vuelta a su carta final y encantado con su baraja, Luke sonrió. “Dos pares,” anunció
con voz triunfal. “Jotas y sietes.”
Riki pidió
dos cartas. Sin decir nada las fue mostrando una por una. Toda la atención
estaba puesta en su mano. Tres reyes. El aire salió de la decepcionada multitud
en un suspiro ruidoso y colectivo. Y sin embargo la débil sonrisa en la cara de
Luke no se desvaneció, sino que se tornó una sonrisa irónica no exactamente de
desprecio por sí mismo. Tampoco lucía como la mueca de un perdedor.
¿Qué dem—?
Era claro
que algo en el interior de Luke se había roto. Riki se dio cuenta. Juntando un
poco las cejas, se levantó de su asiento. En lo que lo hizo, la multitud se
contrajo de una forma distinta a la de la tensa atmósfera de antes. De un solo
respiro, el aire en el espacio liberó toda su tensión.
De repente
un hombre se abrió paso entre la multitud. “¡Riki!” lo llamó.
Bajo la
tenue luz, la inconfundible cicatriz de su mejilla izquierda quedaba a plena
vista. Volviéndose en la dirección en que había provenido la voz, Riki se
detuvo abruptamente.
La figura
del hombre apareció en su campo visual. Por un segundo, la impresión de
reconocerlo hizo que le temblaran los hombros.
¿Katze?
La
inesperada aparición de Katze fue como recibir un golpe en la cabeza para Riki.
Se le aceleró el pulso de una manera extraña a la vez que se le secaba la
garganta. El mundo se tambaleaba ante sus ojos. Aun sabiendo que debía escapar,
no podía conseguir moverse de su sitio.
“Necesito
hablar contigo. ¿Tienes un minuto?” Katze no solo se hizo el sordo ante toda la
ferviente especulación que tenía lugar a su alrededor, sino que incluso ignoró
la obvia confusión de Riki ante su presencia. “Estaré esperándote afuera.”
Dio media
vuelta y se alejó mientras el atestado bar cuchicheaba a sus espaldas. La
repentina llegada del extraño—se tratara ya fuera de un tipo bueno o malo—montó
un alboroto en el lugar.
“¿Y ahora
quién rayos era ese? ¿Le vieron la cara?”
“Es una
lástima. No era nada feo—a pesar de dar miedo.”
“Parece que
él y Riki se conocen. ¿Creen que se trate de su antigua pareja?”
“La única
pareja que ha tenido es Guy, idiota.”
Riki suspiró
para sus adentros. Aun así, no había nada que pudiera haber hecho para impedir
esos bochornosos comentarios. En lo que atravesaba las puertas de decoración llamativa,
se percató de que la boca de Katze se suavizaba en una sonrisa diminuta. Quizás
no había estado tan convencido de que Riki saldría a su encuentro.
“Han pasado
cuatro años.”
“Pero vaya
que sabías donde encontrarme.” No había forma de que Katze simplemente hubiera
recorrido el lugar y preguntado sobre el paradero de Riki. Más importante aún,
aquella no era el tipo de cosa que Katze haría. El pensamiento hizo que Riki
frunciera el ceño por la confusión.
Katze sacó
su adorado estuche para cigarrillos del bolsillo de su camiseta. No, no un
estuche para cigarrillos. Sin musitar palabra, Katze abrió el estuche y le
mostró a Riki lo que había dentro.
Y Riki supo
que lo habían engañado.
Era el
modelo más reciente de dispositivos de rastreo. Proyectada en la pantalla
dentro del estuche estaba un mapa digital que abarcaba la Avenida Cuzco hasta Blue
Chip. Una localización que probablemente correspondía a Bar Soraya estaba
marcada con un punto naranja que parpadeaba.
Riki miró al
punto intermitente. Ahora comprendo,
pensó.
De vuelta a
cuando era conocido como Riki el Siniestro, Katze le había dado un cuchillo
mariposa que tenía un teléfono móvil incorporado. Incluso entonces, estaba
metido en el bolsillo de la chaqueta de Riki. Lo sacó. “¿Esta cosa funciona
todavía?” Preguntó dándole vueltas en su mano.
“Me parece
que debería ser yo quien hiciera esa pregunta,” dijo Katze sin disculpas. “Supuse
que lo habrías tirado hacía mucho.”
“No he
pensado en esto en un largo tiempo.”
“Bueno, me
ha ahorrado muchísimos problemas.” Katze apagó la pantalla y guardó el estuche
en su bolsillo.
“¿Qué
quieres?” Le preguntó Riki. “No viniste tan solo a hablar sobre los viejos tiempos.”
Riki sabía
que Katze, el infame mercader, rara vez abandonaba su bóveda subterránea—y
dudaba de que Katze hubiera cambiado mucho en cuatro años. Tenía que tener una
razón seria para mostrar su cara cortada por su antiguo hogar.
“¿Hay algún
lugar donde podamos sentarnos a conversar?”
“Si tienes
tanto por decir, iremos a mi casa.” De nuevo Riki se sintió aliviado de no
haber llevado a Guy consigo esa tarde.
Al día
siguiente, Guy lo sabría todo. Luke desafiando a Riki a jugar Gigolo, Riki
yéndose en compañía de un hombre con la cara cortada y de dudosas intenciones…
pero eso sería al día siguiente.
Riki y Katze
salieron juntos de Blue Chip.
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