jueves, 4 de diciembre de 2014

AnK - Volumen 3, Capítulo 3

Ceres. Cuatro-treinta de la tarde.
En esa época del año, las frías ráfagas de viento azotando la Avenida Cuzco se sentían como agujas diminutas en la piel. El viento hacía que los dobladillos del abrigo invernal del hombre ondearan en lo que caminaba por ahí sosteniendo un cigarrillo entre los dientes.
No tenía el típico andar de un residente de los barrios bajos. Si mucho, parecía acarrear en su delgada silueta un dejo de soledad y tenor. Para los que estaban acostumbrados a la fangosa y estancada atmósfera, la extranjería del hombre resultaba obvia.
En lo que pasaba, los ojos de los transeúntes se abrían un poco y entonces rápidamente se desviaban. Algo en él era muy diferente. El mundo que habitaba no era el suyo. Odiando involucrarse, se alejaban tan pronto como les fuera posible… y, a juzgar por su andar inalterado, al hombre le tenía sin cuidado.
En Ceres existía una sección donde los repetitivos asaltos a los edificios había resquebrajado sus fachadas de ladrillo exponiendo los huesos de sus esqueletos metálicos. Sin nada que obstruyera la luz del sol, era una especie de broma apodar Blue Chip a esa parte de la ciudad.
Pero aunque las estructuras sobre la tierra estuvieran en condiciones deplorables, las subterráneas seguían manteniéndose en buen estado. Como resultado, en algún punto se convirtió en el punto de reunión y en una zona desmilitarizada para un gran número de pandillas. Incluso los miembros de las pandillas estaban dispuestos a admitir que pelear todo el tiempo era un martirio. Necesitaban un oasis donde pudieran relajarse y bajar la guardia sin ser atacados. Cualquier imbécil que no siguiera aquella regla no podría mostrar su cara en los barrios bajos otra vez.
Nadie nunca creyó que aquella regla mantendría a todo el mundo bajo control, pero pasaron los años y nadie se atrevió a dar el primer paso. Nadie quería ser el primer deshonorado, así que un exitoso aunque tenue balance prevaleció.
Desnudos de la cintura para arriba, los drogadictos colgaban de los rincones de las estructuras metálicas y se colocaban bajo el cielo invernal. Demasiado absortos en su magreo como para preocuparse de quién los estuviera observando, los amantes se besaban con pasión en los túneles de acceso. Y en algún otro lugar un montón de malhablados discutían casi llegando a la violencia.
La DMZ era también conocida como la zona “cualquiera”. Ciudad apatía. Todo el mundo llegaba en busca de algo pero a nadie le importaba una mierda qué fuera—siempre que nadie resultara herido por ello.
El hombre prosiguió su camino, y lo dejaron en paz.

Ese mismo día. Nivel subterráneo número tres de Blue Chip. Bar Soraya. A diferencia de casi todos los días, un aire extraño y febril inundaba la estancia. La usual risa vulgar y las bromas groseras le habían cedido el paso a un inusitado silencio. La mirada de todos estaba enfocada, contenían el aliento hasta que el sudor empezaba a aflorar de la piel.
En medio del apretado circulo de espectadores, tenía lugar el juego.
Cualquiera podía jugar—era tan solo una vieja partida de cartas donde la victoria dependía de la intuición y la concentración. Pero no era la clase de juego que pudiera encontrarse en los casinos de Midas. Las apuestas no involucraban dinero ni honor, sino virtud. Los participantes se jugaban su cuerpo con cada ronda.
“Gigolo.” Y en el centro de toda esa atención en el Bar Soraya, Riki y Luke lo jugaban.
Era una especie de juego sexual, bastante parecido a un show erótico. Los participantes empezaban con un beso para ir subiendo las apuestas. Entre más atractivo fuera el premio, más se incrementaban las expectativas. El perdedor pagaba una penitencia. Quienes tenían las cartas también compartían la tensión de los que solo miraban.
Si alguien era desafiado a jugar, no importaba cuán desagradable fuera el oponente, rara vez declinaba. “Estoy de humor para hacer lo que quiera contigo,” era la forma en que el juego usualmente daba inicio. “Estamos jugando gigolo,” se anunciaba frente a todo el mundo, haciendo que negarse fuese mucho más difícil. Cualquier sujeto que se rehusara no solo era considerado un cobarde—se comentaba que no podía lograr que se le parara, tanto física como metafóricamente, y un hombre que no podía hacer eso no era ningún hombre. Allí donde las relaciones entre personas del mismo sexo eran la norma, no tener los cojones o la habilidad para satisfacer se remontaba al estigma más profundo que cualquier hombre pudiera tener en los barrios bajos.
Estos desafíos del momento no eran más que simples juegos sexuales—y al final, burlarse de la derrota del oponente era generalmente lo máximo que el ganador reclamaba. Pero se lo tomaban con una seriedad tal que le ponía a todo el mundo los nervios de punta. Como se trataba de un juego, era de esperarse que se fuera un buen perdedor en público. En teoría, de cualquier forma. Pero como con cualquier otra actividad íntima, lo que ocurría allí nunca se quedaba allí del todo.
Luke ya había estado mirando a Riki con ojos ansiosos. ¿O era que quería iniciar una pelea? Por eso a nadie—ni siquiera al propio Riki—le sorprendió cuando Luke lo llamó gritándole “gigolo”. A nadie se le hacía raro tampoco que Luke hubiese escogido una ocasión en la que Guy no estuviera presente.
A Riki no le importaba lo que los demás pensaran de él. Pero aun así sabía que debía ajustar cuentas con Luke de una vez por todas.

Por el tiempo en que había dejado Bison para abrirse paso hacia la cima, y el tiempo en que había regresado tres años después—la época, las circunstancias y la naturaleza de las relaciones habían cambiado drásticamente.
Riki había regresado a los barrios bajos consciente de que iban a ridiculizarlo. Pero contrario a sus expectativas, la repentina conmoción de su entorno no le otorgó la vergüenza silenciosa de un perro apaleado, especialmente tras el asunto con Jeeks. Quizás había sido un simple accidente, o el destino cerrando inevitablemente el círculo de nuevo. Pero eso y su primer encuentro involuntario con la pandilla de Jeeks había, aunque no quisiera, introducido las raíces del destino más profundo dentro de su alma.
Incluso después de que Bison cayera, una cierta parte de la responsabilidad por perder su guarida de toda la vida recaía sobre Riki. Sin embargo, se llevó a cabo el ataque al cuartel de los Jeeks con bombas de gas lacrimógeno como venganza sin que este lo supiera.
Y aun así todos sintieron que Bison estaba de vuelta por más.
Bison vuelve a manifestarse.
Riki se está desquitando.
Voces emocionadas esparcieron los rumores. De oreja a oreja, se hacían todavía más exagerados y tergiversados cada vez que los contaban. Una vez que los rumores hubieran cobrado vida, era tonto esperar que reflejaran la voluntad o los deseos de las partes involucradas. Ni Riki ni el resto de Bison quería verse implicado en toda esa cháchara, pero, desafortunadamente, el curso de las cosas se les salía de las manos.
Con ese incidente, se arruinó la reputación de los miembros de Jeeks y sus vidas tomaron un rumbo negativo. Habiendo perdido su guarida se volvieron aún más salvajes, arremetiendo contra cualquiera. Y esto no constituía un problema para Riki y compañía únicamente. Los problemas que Jeeks estaba causando afectaban la rutina diaria de los barrios bajos en general.
El ajuste de cuentas con Jeeks era la carga inevitable que Riki y sus muchachos habían asumido. Todo el mundo contenía la respiración en espera de la batalla. Con toda esa atención, la reputación de Bison creció de un día para otro, y sus miembros empezaron a sentirse tan ansiosos como los espectadores.
“¡Esos mocosos me hacen enfadar! ¿Vamos a darles su merecido o no?”
“¿Qué vamos a hacer, Riki? ¿Patearles el trasero?”
Los ojos de Luke se entrecerraron hasta ser tan solo un par de rendijas. Era demasiado extraño que Guy estuviese animado y hablara de esa forma. Norris frunció los labios en una mueca despreciativa. Sid escupió su goma de mascar. Y por último—
“Caerán,” dijo Riki con fuerza. “Todos ellos. Si lo hacemos, que sea en grande. Tenemos que pagarles de vuelta con intereses.”
En ese momento, fue como si todo en su interior explotara silenciosamente hacia el exterior. A su lado, el resto de los miembros de la pandilla se sonrieron los unos a los otros. Querían ver algo de acción.
Después de haber entrado en un letargo por tanto tiempo, Riki se había convertido en una persona completamente diferente. Con Jeeks sermoneándolos a cada instante, a Riki finalmente se le había agotado la paciencia y había dejado que fuera su temperamento lo que hiciera avanzar las cosas. Tenían que destruir a Jeeks. Habiendo resuelto hacerlo, la conversación subió rápidamente de nivel.
“Antes de empezar, necesitaremos información.”
“Entonces obviamente vamos a necesitarlo a él.
“¿Te refieres a Jango? ¿La Parca de Dios? No va a ayudarnos.”
“Lo necesitamos.”
“Es demasiado caro.”
“El precio depende de con quién esté tratando.”
Jango era un hombre peligroso, tan malo como se comentaba en las calles que era. Riki había sido compañero de bloque con el informante cuando a Jango se lo conocía como Robby. Seguía teniendo algunas conexiones con él, pero Luke y los otros se rehusaron a comentarlo.
Destruir a Jeeks significaba atravesar a la Parca de Dios para volver a mirar a Robby a la cara. Pero, por la razón que fuera, la expresión de Riki no mostró emoción alguna.
Conocer la historia que Riki y Robby habían compartido en Guardián y la fuente de su mutuo antagonismo ponía un poco nervioso a Guy. Pero el alboroto de los Jeeks se había vuelto algo muy problemático. Sin la estrategia adecuada, no podían atestar el golpe decisivo. Y sabiendo eso, Guy no dijo nada aparte de lo necesario.
Todo lo que Guy podía hacer a ese punto era seguir a Riki. Ese entendimiento implícito no era solo un comportamiento arraigado y ya; estaba tejido al orgullo de Guy sobre lo que era y lo que eran.

Riki y Guy entraron al bar y se dirigieron a la habitación privada del fondo. La primera regla en el intercambio de información era que las negociaciones se hacían con disimulo y apartados de ojos curiosos. Aun así, la habitación en la que se encontraron estaba mejor amoblada de lo que hubieran esperado.
Robby estaba sentado en un brillante sofá negro con las piernas extendidas delante de él. Miró a Riki y a Guy y sonrió. “Siguen emparejados, ¿ha?”
Su saludo contenía un doble sentido, y para Riki, era fácil identificar cuál. De no haber sido necesario—y Riki debía recordárselo constantemente—nunca habría estado de acuerdo con encontrarse con ese hombre de nuevo. Lo que había pasado entre ambos, no importaba hacía cuanto, nunca iba a olvidarse.
Todo lo que Guy sabía sobre Robby era lo que Riki le había contado. Los dos hombres nunca se habían visto antes, pero Riki percibió la mala vibra tan pronto como intercambiaron miradas. Dándose cuenta de esto, volvió a enfocar su atención para asegurarse de que nada saliera mal.
Sin embargo, había una variable desconocida en la ecuación. Robby no estaba solo. Compartía el sofá con un chico de fiero cabello rojo.
¿Quién demonios es ese?
Riki le echó un vistazo al pelirrojo y rápidamente apartó la vista.
“Hey.” El chico los saludó secamente y se puso de pie. Se detuvo ante el minibar en el rincón de la habitación, tomó una coctelera y le dio una habilidosa sacudida.
“Ese es Thor.” Robby le dio una calada a su cigarrillo y no dijo nada más.
El ambiente era tenso y silencioso. Ambas partes mostraban su apatía como signos de coraje.
Thor regresó con dos vasos. Con calma los dispuso frente a Riki y Guy. El primero frunció el ceño incapaz de inferir el significado de esa abrupta pequeña actuación.
“Se llama Ginebra”, dijo Thor. “Es amarga, pero es buena.”
Thor sacó un dulce de su bolsillo, se lo metió a la boca y lo masticó haciendo mucho ruido. Continuó de manera despreocupada pero su actitud franca les dio a entender a Riki y a Guy que no debían dar por sentado al chico o malinterpretar sus acciones como un simple juego y levantar la guardia. Cualquier chico dispuesto a trabajar con un hombre al que le decían la Parca de Dios debía tratarse de muy malas noticias. Si no lo era, entonces no tenía derecho a sentarse junto a Robby en esa habitación.
“Beban. No está envenenado.”
Robby no interfirió. Simplemente observó la escena con una expresión de curiosidad en el rostro. ¿Era así como le daba la bienvenida a todos sus visitantes? A menos que las bebidas fuesen una especie de prueba. De cualquier modo, hasta que Riki y Guy bebieran, nada iba a pasar.
Riki levantó el vaso y le dio un gran sorbo. No tenía veneno. Guy pudo adivinar lo que Riki esperaba de él, así que no bebió de su propio vaso. Solo en caso de que fuera algo más que veneno—un LSD en mal estado o lo que fuera—Guy estaría allí para auxiliarlo.
“Hmm. ¿Con que es el líder quien se aventura hacia lo desconocido? ¿No es generalmente al revés?” preguntó Thor.
“Soy alérgico,” fue la simple excusa de Guy.
Thor mostró un abierto desdén por la táctica de Guy. Pero una mala actitud no perturbaba a este en absoluto. Riki actuaba; Guy esperaba. No importaba cual fuera la situación, esa era la estrategia que usaban siempre.
La ginebra tenía un sabor único. Era lo suficiente placentero al paladar, pero tenía un saborcillo extraño al final. La sensación de hormigueo que le quedó a Riki en la lengua, activó un nervio dormido. Sin darle mucha mente a la pronunciación, preguntó: “¿Balado?”
Los ojos de Thor se abrieron como platos. “Impresionante,” dijo antes de echarse a reír. “Eres bueno. No habría creído nunca que alguien de los barrios bajos conocería el sabor del Balado.”
Captando un dejo de rabia en el elogio, Riki le lanzó una mirada a Robby. Robby se encogió de hombros como diciendo: A mí no me preguntes.
El Balado era una especia especial que se daba en el planeta Aquos. Antes cuando Riki realizaba las rutas de envío, se hacía con ella bastante a menudo. El nombre del Balado provenía del sitio donde se producía, y existían cinco variedades. Cada una tenía su propio aroma y su sabor sutil al final, y Riki había aprendido a diferenciarlos. No tenía intenciones de pagar precios exorbitantes por marcas de mala calidad.
Thor le había dado a probar una variedad popular de Balado llamada Merida. Pero incluso una variedad menos popular de Balado seguía constituyendo un gran lujo, y el tipo de cosa que no podía encontrarse nunca en los barrios bajos. Usarla para romper el hielo antes de un negocio era la forma que tenía el informante de publicitar el valor de su mercancía. Por otra parte, considerando su historia juntos, Riki sabía que esa era la manera que Robby tenía de decir que a Riki iba a costarle un ojo de la cara.
Thor se rio y se inclinó hacia adelante. La mata de cabello rojo llenó el campo de visión de Riki. En lo que Thor se había acercado, había podido apreciar que sus ojos marrones eran casi negros.
“¿Sabes de dónde provino este Balado?” le preguntó Thor.
“Merida.”
Thor sonrió, tanto por las apariencias como por el deleite. “Parece que no te llaman Riki el Siniestro por nada.”
Junto a Riki, Guy tomó aire y cambió de postura.
Pero Riki no reaccionó ni siquiera al oír su viejo apodo. Robby era un informante. Cuando Riki lo había contactado, había esperado que hasta cierto punto supiera sobre su pasado como mensajero.
No importaba cuanto tiempo hubiera pasado para Riki y Robby, el antagonismo de su época en Guardián no había muerto nunca. Pero Riki no había imaginado que tales asuntos fueran conocimiento de un chiquillo extraño. Quizás había calculado mal las cosas en cuanto a eso.
“Fuiste descubierto por un pez gordo en el mercado, ¿o me equivoco?” Los ojos de Thor permanecieron fijos en los de Riki, denotando un interés más grande que mera curiosidad. “Muy impresionante. Un mestizo de los barrios bajos abriéndose camino hacia la cima en el mundo. ¿Cómo te hiciste con una oportunidad como esa?”
A Riki no le importaba si Thor era la puta de Robby. Siempre que pudiera obtener la información adecuada, el resto era irrelevante. Ni siquiera el hecho de que estuvieran hablándole de su pasado como mensajero lo molestaba—solo estaban perdiendo el tiempo.
“Con un traficante como Zach,” continuó Thor, “¿tuviste que pagar alguna especie de cuota para conseguir esa especie de empujoncito?”
Parecía ser que Thor estaba exponiendo a propósito el escándalo entero delante de Guy. Empezaba a fastidiar a Riki, así que decidió terminar con ello.
Riki acabó de tomarse el contenido de su vaso y miró a Thor. “¿Eres un sinker?” le preguntó.
Estaba haciéndole honor al título de “Riki el Siniestro”. Con tres simples palabras, había logrado dejar a Thor en completo silencio. Los ojos del chico se abrieron de manera abrupta ante la contundente pregunta. Las cejas de Robby brincaron ligeramente, como si una amenaza invisible hubiera tirado de su piel.
Riki dijo moderando su tono de voz, “Sin embargo no puedo distinguir si naciste y te criaste en Midas, o si eres simplemente algún niñito huérfano y desamparado de la calle.”
Todo el auto control que Thor había estado manifestando se hizo trizas. Se puso alerta y a la defensiva de inmediato.
“Tus ojos y tu pelo,” siguió Riki, clavando en él su mirada. “¿Te lo pintas tú mismo?”
Thor siseó como un gato arqueando la espalda en preparación para la pelea. Su reacción apenas si constituía una prueba sólida, pero era evidente que la pregunta de Riki había dado cerca del blanco.
Riki había deducido a simple vista que el dulce que Thor estaba mascando no era uno ordinario, sino una especie de droga de pigmentación llamada Gazer. Como solo se trataba de un “suplemento de moda” popular que se consumía vía oral para cambiar el color del cabello y los ojos, no era muy caro. La mayoría de las marcas eran legales y no tenían ningún efecto adverso severo ni riesgos de intoxicación a largo plazo.
Aunque la familia de drogas estuviera disponible en todas las variedades, las marcas legales tenían sus puntos buenos y malos. En particular, estaba el tan reconocible moteado o pigmentación “impura” de los ojos que nunca se iba, y el hecho de que su potencia solo duraba una limitada cantidad de tiempo.
Si se usaba como un simple accesorio de moda, la marca no importaba y los resultados eran prácticamente los mismos. Pero cuando se buscaba en el mercado, los clientes querían marcas que ofrecieran garantías sobre su resultado y un efecto duradero. Gazer era la opción preferida.
Los que Thor estaba comiendo eran de venta libre para la población general. Las contraindicaciones eran mayores y diferían de acuerdo a la constitución física de cada persona; problemas de visión, deformidades en los ojos y parálisis nerviosa eran todas las posibilidades. Pero la mayoría traía como resultado la ceguera, o la desecación de los globos oculares en las cuencas. En el peor de los casos, quien lo usaba ponía su vida en riesgo. Como se trataba de drogas ilegales, nadie se hacía responsable—y nadie decía nada.
Gazer seguía siendo muy popular a pesar de los riesgos. Quienes lo usaban a diario, alcanzando la dosis adecuada, afirmaban poder “ver lo invisible”. Riki no sabía si era cierto o era solo un slogan que se habían inventado para incrementar las ventas. Pero definitivamente no quería desembolsar dinero para tener la posibilidad de ver más de lo que ya había visto.
Si Thor consumía Gazer, cierto urgente par de circunstancias debía haberlo hecho tomar ese camino. Riki supuso que la vibra de “refugiado” que Thor desprendía era la clave de las circunstancias.
Para los ciudadanos de Midas, los mestizos de los barrios bajos eran objeto de disgusto y desprecio—pero los refugiados cuyas visas se vencían y permanecían allí en la ilegalidad eran vistos como nada más que insectos. Tanagura tenía el poder de desahuciar a todos los refugiados de Midas, pero tenía razones para no hacerlo. Como ocurría con los mestizos, los refugiados no tenían dispositivos de identificación PAM. Por consiguiente, al no tener características que indicaran el lugar de nacimiento, no había forma de diferenciarlos de los mestizos. Muchos refugiados se aprovechaban de eso y se hacían pasar por mestizos de los barrios bajos para poder quedarse a vivir en la colonia.
Riki se había familiarizado con lo que la vida de un refugiado implicaba durante sus días como mensajero con Katze. Pero saber y hacer eran dos cosas muy diferentes. A diferencia de los ciudadanos de Midas, Riki nunca consideró perseguir a los refugiados, darles una paliza y sacarlos de la ciudad. No perdían sus identificaciones o nacionalidades solo porque sus visas hubieran expirado. Rodeado por todo eso, Riki había desarrollado un sexto sentido para detectar refugiados pretendiendo ser mestizos con tal de establecerse en Ceres.
Sin embargo, también había una casta de refugiados nacidos en Midas, que se escondían por razones desconocidas. No resultaban ser tan distintos de un mestizo de los barrios bajos desde que conocieran la colonia. Thor probablemente cambiaba el color de sus ojos y cabello para ocultar sus orígenes. No iba a estar masticando Gazer solo para verse a la moda.
Fuera lo que fuera, al ser tan obvio, Thor había perdido la oportunidad de fastidiar a Riki, lo que había girado las cartas en su favor.
“Idiota. Uno no anda por ahí mascando Gazer a plena luz del día. Si piensas que los mestizos de los barrios bajos solo somos un montón de mongólicos, alguien va a terminar entregándote tu propio culo servido en una bandeja.”


A la mención del Gazer, la cara de Thor se puso pálida. Robby había estado observando pacientemente durante todo el rato desde la distancia, pero al final interrumpió.
“Oh, vamos—no molestes al chico. Resulta ser que es mi compañero actual.”
“¿O sea que los dos calificáis como Parcas de Dios?”
“Eso sería exagerar.”
“Entonces solo está estorbando. Enséñale la salida.”
Thor atestó un puñetazo a la mesa con un ruidoso bang. Miró y apretó los dientes. “¡No quieras pasarte de listo, joder!”
“El chico desconoce su lugar, Robby,” dijo Riki brevemente. “Dile que se calle.”
Thor se puso de pie de un salto, pero Robby lo agarró del brazo ignorando los gruñidos que este le dedicaba. “¿Por qué me detienes?” escupió Thor. Tenía el aspecto de un animal herido; Riki le había dado su golpe final con su precisión habitual.
“Nadie es mejor que este sujeto encontrando la debilidad de alguien; ha sido capaz de hacerlo desde Guardián. Solo déjalo, ¿de acuerdo? Sigue de lengüilargo en este asunto y no tendrás una segunda oportunidad.” Robby miró a Riki, una sonrisa significativa le formaba un hoyuelo en la mejilla. “¿No te parece?”
Como el código que intercambiarían dos espías, solo Riki y Robby comprendieron el real significado contenido en esas palabras. Hasta Guy se sintió fuera de base.
“No he venido a hacer las veces de niñero. ¿Quieres negociar o no?”
“Bien,” dijo Robby. “Aquí estoy con el infame Riki de Bison que se dejó llevar un poco. Consideraremos terminadas las introducciones.”
Thor no podía ocultar la expresión iracunda de su cara. Gruñó en voz alta por el disgusto.
“Te has vuelto muy atemorizante, Riki,” dijo Robby. “Aun cuando has regresado arrastrando el trasero como un perro apaleado, sigues conservando un par de aces bajo la manga.”
“No quieras empezar a darme sermones sobre mis asuntos. ¿En qué momento te enganchaste con este sinker?”
“Resultó ser el único con las pelotas para tomar a la Parca de Dios como su pareja.”
¿Pareja? Esas eran las últimas palabras que Riki habría esperado escuchar de la boca de Robby. “¿En serio?” comentó Riki. “Creí que tendrías mejores cosas que hacer con tu tiempo.”
Riki sabía cuán apegado había estado Robby a Schell.
Perdí a Schell por tu culpa—pero eres tú quien sonríe. Algo debe andar mal con el mundo, ¿no? Lo que yo pierda, ¡tú lo vas a perder igual!
Riki podía recordar el montón negro de emociones violentas que Robby le había arrojado ese día en Guardián. Pero más que sentirse culpable, Riki se había sentido más impetuoso y molesto por el estallido de Robby. Él y Robby jamás se habían llevado bien desde entonces.
En Guardián, los apegos se convertían en obsesiones. Las emociones insuperables se volvían innaturalmente puras. Y la realidad de que el amor por sí mismo no podía lograr nada se hacía dolorosamente cierta. La única felicidad posible era la de infligir dolor a otros. Los niños en Guardián aprendían a evitar estar solos o aislarse, pero también a no confundir la dependencia con la confianza. Ese ambiente sofocante e inescapable impregnaba el “paraíso” que era Guardián. Todo lo que allí se perdía o se ganaba producía un sentido definitivo del yo que no podía comprometerse, sin importar el costo.
Riki, Guy y Robby lo sabían bien. Eran los chicos en Guardián que entendían lo que realmente importaba. Los adultos acostumbraban llamar “preciosos” a los niños como esos. Era la razón por la que Riki no se había tragado el cuento de que Robby no podía amar a nadie que no fuera Schell. Pero tampoco había querido contradecirlo. Con Robby siendo Robby, Riki había supuesto que sería capaz de superar la muerte de Schell.
Como si entendiera los pensamientos que Riki cavilaba en su mente, una pequeña sonrisa curvó la comisura de la boca de Robby.
Thor enfurruñado todavía extrajo una computadora de debajo de la mesa. La encendió y empezó a escribir con la habilidad de alguien experimentado.
“Vale,” dijo Robby con brevedad. “¿Qué quieres saber sobre Jeeks?”
“Viniste preparado,” comentó Riki.
“Es la única razón por la que viniste a verme, ¿o no?”
Riki no dijo nada, a pesar de su deseo de preguntar por qué Robby le había hecho perder el tiempo con introducciones.
“Necesitamos toda la información que tengas sobre lo que Jeeks ha estado tramando últimamente,” dijo Guy, levantándose para hacerse cargo del asunto actual. “En particular, quién es el verdadero responsable del espectáculo y cuáles son sus planes.”
“Puedo darles los perfiles de los miembros actuales, y una plantilla de cuántos suman. Guardado en un disco.”
“Bien.”
Robby habló sobre el trato, y Thor apenas si musitó una silaba en lo que trabajaba con rapidez en el teclado. Parecían formar un equipo efectivo. “De modo que finalmente han decidido almorzarse a Jeeks. Casi siento lástima por ellos.”
“Hemos estado cuidando nuestra dieta.”
“De cualquier forma, eres Riki el Siniestro de los barrios bajos.”
Riki frunció el ceño por el obvio disgusto. ¿Por qué mencionarías algo como eso ahora? Se preguntaba. En cambio, dijo: “Estás pasando información falsa, Robby.”
Eso fue suficiente para hacer que Robby se detuviera. Más que cualquier otra particularidad de su pasado o su podrido corazón, en cuando a tráfico de información respectaba, era el mejor. La reputación de Robby se comentaba por toda la extensión de los barrios bajos.
“¿Crees que haría algo tan estúpido como falsificar información? No tengo ganas de morirme.” Habló en un tono de voz extrañamente suave alejado de su improvisado sarcasmo.
Thor dejó de escribir de repente.
“¿Y ahora qué?”
Thor miró a Riki con las cejas juntas un rato y al final habló. “Escuché que tú y Robby fueron compañeros de bloque en Guardián,” musitó. “¿Es verdad que le quitaste la virginidad?”
Riki se quedó boquiabierto ante el hecho de que Thor pudiera hacerle esa pregunta con una cara regia. ¿De dónde había salido eso? No importaba qué tan perverso fuera el punto de vista, la cuestión no tenía sentido. Riki y Robby cruzaron miradas sin querer; igual de rápido pusieron mala cara y apartaron la vista.
El aspecto de sus rostros debió haber provocado algo en Guy quien ahogó una risita.
“Hay algunas cosas que ni siquiera yo me comería,” espetó Riki.
“Esa es mi línea,” replicó Robby.
Aun si era una broma, la idea de que la primera vez de ambos hubiera sido juntos era demasiado grotesca de imaginar para los dos. Y sin embargo, Thor los había obligado a hacerlo.
Preparado para regresar a un tema de conversación menos nauseabundo, Robby preguntó: “¿Aprovecharán esta oportunidad para dar a conocer el regreso de Bison?”
“¿Qué sentido tiene desenterrar esos fantasmas ahora?”
“Renunciaste estando en la cima, con una raya ganadora invicta. El nombre de Bison sigue teniendo credibilidad en las calles. Alguna vez, Jeeks te considero a ti un dolor de cabeza. Es obvio que quieran empezar contigo.”
Esa es la clase de información que se supone debes darnos. Pero Riki entendía que los rumores eran solo eso, rumores. Solo la gente que estuviera involucrada personalmente sabía a ciencia cierta cuál era la verdad.
Mantén los oídos abiertos. No apartes la vista de la realidad no importa lo que pase. Y mantén la boca cerrada.
Las tres reglas fundamentales para tener éxito en el mercado negro. Tres reglas comprobadas y ciertas para sobrevivir. Riki no las había olvidado.
“Sus lloriqueos simplemente se volvieron muy molestos, así que me haré cargo de ellos ahora para ahorrarme problemas luego. Fin de la historia.”
“Si ese es tu plan, no veo a muchos espectadores que compartan tu idea exactamente.”
“Razón por la cual estoy tratando de mantener la mierda al mínimo,” replicó Riki, un trazo de amenaza nublaba sus ojos. Estaba allí para comprar información legítima, no chismes.
“Estoy de acuerdo contigo en cuanto a eso. No vayas por ahí causando problemas si no puedes concluirlos.”
Había una insinuación en su voz que fastidió a Riki, pero no sintió la necesidad de añadir más a la conversación. No quería que el compañero pelirrojo de Robby o Guy tuvieran una idea equivocada sobre lo que iba todo ese asunto.
Con la información de Robby en mano, iba a aplastar a ese miserable montón de mocosos sin misericordia. No le importaba una mierda cuán jóvenes e inexperimentados fueran. Cuando atestara el golpe, sería para bien.
Los miembros de la pandilla sin líder habían sido expulsados y dispersados, dejándolos vulnerables al ataque. Esa era verdadera justicia—un reflejo de la clase de hostilidad que la pandilla Jeeks había estado formando donde fuera que fueran.

Era improbable que los rumores del renacimiento de Bison ganaran fuerza solo por haberle dado a Jeeks su merecido. Los miembros originales de Bison entendían ese hecho mejor que nadie.
Esta vez, sin embargo, la cruda realidad era algo que había empujado a Luke a actuar. Y la expresión de esas emociones reprimidas era una partida de Gigolo.
Riki lo permitió. Dejárselo a las cartas era probablemente la mejor manera de asegurarse de que no volvería a ocurrir, de todas formas. Si perdía, lidiaría con ello—después de ser “educado” como la mascota de Iason por tres años, hacer tales cosas en público difícilmente le incomodarían. Además, una vez que te desafiaban a una partida de Gigolo, no había mucha diferencia entre ganar y perder. Siempre que no se buscara la revancha, no tendría que lidiar con eso de nuevo.
El juego duraba tres rondas; terminaba cuando el retador o su oponente perdían y era tomado por detrás. El sentido común dictaminaba que la penetración era la única apuesta que valía la pena hacerse. El desafío podía hacerse una única vez. A pesar de que el juego tuviera tres rondas, una perdida podía terminarlo de ser ese el deseo del retador. No tenía sentido no ir a por todas desde el comienzo. De modo que cuando Luke empezó el reto con un beso, todo el mundo gruñó. Necesitaba un montón de confiaza en su baraja si quería hacer todas las tres rondas.
Inesperadamente, Riki perdió.
Una conmoción de voces agitadas se escuchó, acompañada por la estridencia de los silbidos y los piropos. Con una expresión complacida en el rostro, Luke se abalanzó sobre Riki para reclamar un profundo beso francés. A su alrededor se oyó el sonido de las gargantas tragando con dificultad.
En medio de ese beso que robaba el aliento, sus cuerpos se pegaron el uno al otro, Luke se apretó con sus muslos, empujando su sección media contra la de Riki. Riki bajó un poco la mirada. Por el rabillo del ojo pudo ver que Norris y Sid los observaban ansiosos.
Con sus muslos rozándose contra los del otro, la obvia estimulación se dirigió a sus entrepiernas. Decir que no sentía nada habría sido mentir.  El mecanismo masculino nunca estaba bajo el control de un hombre del todo, un hecho que Riki entendía a un grado repugnante.
Aun así, el hecho de que el pensamiento le cruzara por la mente era una razón aun mayor por la que quisiera mantener el control de la situación. Riki permaneció tranquilo en medio de toda esa oleada de ruido sobreexcitado. No podía decidir si eso lo volvía poderoso o patético.
Queriendo llevar las cosas hasta el final con él, Luke barajó las cartas de nuevo. El desapasionado Riki siempre le había gustado, y estaba ansioso por ver cuán apasionado podía llegar a ser. Los espectadores contuvieron el aliento. Fijaban la vista en el juego de cartas rogando porque Luke fuera el que ganara.
Dándole vuelta a su carta final y encantado con su baraja, Luke sonrió. “Dos pares,” anunció con voz triunfal. “Jotas y sietes.”
Riki pidió dos cartas. Sin decir nada las fue mostrando una por una. Toda la atención estaba puesta en su mano. Tres reyes. El aire salió de la decepcionada multitud en un suspiro ruidoso y colectivo. Y sin embargo la débil sonrisa en la cara de Luke no se desvaneció, sino que se tornó una sonrisa irónica no exactamente de desprecio por sí mismo. Tampoco lucía como la mueca de un perdedor.
¿Qué dem?
Era claro que algo en el interior de Luke se había roto. Riki se dio cuenta. Juntando un poco las cejas, se levantó de su asiento. En lo que lo hizo, la multitud se contrajo de una forma distinta a la de la tensa atmósfera de antes. De un solo respiro, el aire en el espacio liberó toda su tensión.
De repente un hombre se abrió paso entre la multitud. “¡Riki!” lo llamó.
Bajo la tenue luz, la inconfundible cicatriz de su mejilla izquierda quedaba a plena vista. Volviéndose en la dirección en que había provenido la voz, Riki se detuvo abruptamente.
La figura del hombre apareció en su campo visual. Por un segundo, la impresión de reconocerlo hizo que le temblaran los hombros.
¿Katze?
La inesperada aparición de Katze fue como recibir un golpe en la cabeza para Riki. Se le aceleró el pulso de una manera extraña a la vez que se le secaba la garganta. El mundo se tambaleaba ante sus ojos. Aun sabiendo que debía escapar, no podía conseguir moverse de su sitio.
“Necesito hablar contigo. ¿Tienes un minuto?” Katze no solo se hizo el sordo ante toda la ferviente especulación que tenía lugar a su alrededor, sino que incluso ignoró la obvia confusión de Riki ante su presencia. “Estaré esperándote afuera.”
Dio media vuelta y se alejó mientras el atestado bar cuchicheaba a sus espaldas. La repentina llegada del extraño—se tratara ya fuera de un tipo bueno o malo—montó un alboroto en el lugar.
“¿Y ahora quién rayos era ese? ¿Le vieron la cara?”
“Es una lástima. No era nada feo—a pesar de dar miedo.”
“Parece que él y Riki se conocen. ¿Creen que se trate de su antigua pareja?”
“La única pareja que ha tenido es Guy, idiota.”
Riki suspiró para sus adentros. Aun así, no había nada que pudiera haber hecho para impedir esos bochornosos comentarios. En lo que atravesaba las puertas de decoración llamativa, se percató de que la boca de Katze se suavizaba en una sonrisa diminuta. Quizás no había estado tan convencido de que Riki saldría a su encuentro.
“Han pasado cuatro años.”
“Pero vaya que sabías donde encontrarme.” No había forma de que Katze simplemente hubiera recorrido el lugar y preguntado sobre el paradero de Riki. Más importante aún, aquella no era el tipo de cosa que Katze haría. El pensamiento hizo que Riki frunciera el ceño por la confusión.
Katze sacó su adorado estuche para cigarrillos del bolsillo de su camiseta. No, no un estuche para cigarrillos. Sin musitar palabra, Katze abrió el estuche y le mostró a Riki lo que había dentro.
Y Riki supo que lo habían engañado.
Era el modelo más reciente de dispositivos de rastreo. Proyectada en la pantalla dentro del estuche estaba un mapa digital que abarcaba la Avenida Cuzco hasta Blue Chip. Una localización que probablemente correspondía a Bar Soraya estaba marcada con un punto naranja que parpadeaba.
Riki miró al punto intermitente. Ahora comprendo, pensó.
De vuelta a cuando era conocido como Riki el Siniestro, Katze le había dado un cuchillo mariposa que tenía un teléfono móvil incorporado. Incluso entonces, estaba metido en el bolsillo de la chaqueta de Riki. Lo sacó. “¿Esta cosa funciona todavía?” Preguntó dándole vueltas en su mano.
“Me parece que debería ser yo quien hiciera esa pregunta,” dijo Katze sin disculpas. “Supuse que lo habrías tirado hacía mucho.”
“No he pensado en esto en un largo tiempo.”
“Bueno, me ha ahorrado muchísimos problemas.” Katze apagó la pantalla y guardó el estuche en su bolsillo.
“¿Qué quieres?” Le preguntó Riki. “No viniste tan solo a hablar sobre los viejos tiempos.”
Riki sabía que Katze, el infame mercader, rara vez abandonaba su bóveda subterránea—y dudaba de que Katze hubiera cambiado mucho en cuatro años. Tenía que tener una razón seria para mostrar su cara cortada por su antiguo hogar.
“¿Hay algún lugar donde podamos sentarnos a conversar?”
“Si tienes tanto por decir, iremos a mi casa.” De nuevo Riki se sintió aliviado de no haber llevado a Guy consigo esa tarde.
Al día siguiente, Guy lo sabría todo. Luke desafiando a Riki a jugar Gigolo, Riki yéndose en compañía de un hombre con la cara cortada y de dudosas intenciones… pero eso sería al día siguiente.

Riki y Katze salieron juntos de Blue Chip.

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