miércoles, 24 de diciembre de 2014

AnK - Volumen 3, Capítulo 4

Les tomó veinte minutos caminar desde la Avenida Cuzco hasta la casa de Riki. El sol parecía estarse poniendo inusualmente temprano para la época pues ya había oscurecido cuando regresaron.
“¿De qué querías hablar?” fue la primera pregunta que Riki formuló en lo que entraban a su casa. “Dejémonos de rodeos. Solo ve directo al grano.”
Riki quería esclarecer la situación y deshacerse de Katze tan rápido como le fuera posible. Mostrarse brusco era una buena forma de darle a entender el mensaje.
Le ofreció a Katze una silla, pero este no se sentó. En cambio se recargó contra la pared y encendió un cigarrillo.


“Este niño Kirie,” dijo Katze al fin. “El de los ojos raros. ¿Lo conoces?”
Escuchar el nombre de Kirie hizo que Riki frunciera el ceño inconscientemente. Después de todo ese tiempo, ¿por qué Katze se lo mencionaba? No podía creer que las noticias de los incidentes con Jeeks hubieran llegado incluso a sus oídos—pero entonces quizás era que no se daba cuenta de qué tanto alcance tenían los ojos y oídos de Katze en los barrios bajos. Katze no era el tipo de persona a la que pudieras sorprender desprevenido.
“En lo que sea que esté metido no tiene nada que ver conmigo,” dijo Riki, tratando de refutar cualquier suposición. Para él—y para todos los integrantes de Bison—Kirie era una plaga y una maldición. Fueran cuales fueran las intenciones de Katze, asociar a Kirie con el día a día no era una buena forma de comenzar.
“¿De verdad? Pues qué raro porque parece muy obsesionado contigo.”
Riki no podía negarlo. Aunque la obsesión de Kirie se debía más bien al protagonismo que esperaba recibir que por Riki en sí. En realidad culpaba a Riki por impedirle ser el centro de atención. Todos los que los conocían lo sabían también. Si Kirie estaba armando escándalo por algo, sin motivo aparente, era para llamar la atención. Era obvio que no se llevaban bien, considerando cuán diferentes eran.
Pero Kirie no era simplemente un mocoso con un gran ego. De haberlo sido, el problema se hubiese solucionado solo, sin complicaciones. Kirie tenía ideas y ambición, y el orgullo para rematar. La suerte le había sonreído y ahora su arrogancia no tenía límites. Había sido un imbécil desde el comienzo, y ahora era peor.
Riki no tenía intenciones de simpatizar con él. Ni tampoco de reaccionar a la forma en que este trataba de echar más leña al fuego de su rivalidad. A Riki no le importaba cuantas veces le echaran en cara con desprecio que no pertenecía ahí.
Pero ahora Kirie se presentaba de una forma menos inofensiva, y esa era una cuestión completamente diferente. Riki quería patearle el trasero tan fuerte como para hacer que no quisiera volver a mostrar su cara de nuevo.
“Ha estado merodeando por el Mercado Rosas, preguntando cosas sobre ti.”
Riki no se había dado cuenta de que la intromisión de Kirie había llegado tan lejos. Aparentemente, conducir su auto aéreo por los barrios bajos y pavonearse no era suficiente; Kirie había empezado a meterse en sus asuntos, probablemente en busca de algo sucio.
Riki había sido mensajero hacía muchísimo tiempo, demasiado, pero por alguna razón, Robby y Kirie seguían divulgándolo. Aun así, aquello no le preocupaba mucho porque no creía que hiciera mucha diferencia.
Todo estaba resultando muy extraño. Riki entendía la enemistad de Robby; el hombre era un enemigo natural. Con Robby compartía un pasado y aunque no era tan fuerte como su conexión con Guy, los tres no podían escapar de su época juntos en Guardián.
Pero Kirie era distinto. Kirie era un inconveniente, un cuerpo ajeno que invadía la rutina diaria de Riki. Katze mencionándolo significaba que algo más grande estaba ocurriendo. Cuando lo pensó en esos términos, la cara de Riki se endureció.
“Que se sepa que yo solía hacerte mandados no puede ser bueno para ninguno de los dos, ¿verdad?”
“Relájate. Unas cuantas conjeturas no podrían revelarlo todo.”
Tenía razón. Como uno de los transportadores de Katze, Riki siempre había prestado atención a las reglas, incluso cuando contrabandeaba por los canales clandestinos. En primer lugar, cuando Katze tomaba un trabajo, no importaba cuán oscuro fuera, nunca se exponía de una forma que facilitara a la gente como Kirie enterarse.
Katze era un operador más sutil, eficiente y exigente de lo que parecía. Nadie en el mercado negro lo dudaba. Si Kirie se quemaba la cara por andar de fisgón donde no lo llamaban, ciertamente tendría que haberlo previsto.
“Si ese no es el problema, ¿qué quieres?” preguntó Riki. Quería alguna advertencia por si había algo implícito en la conversación.
“¿No se te llega a ocurrir quien pueda estar detrás de Kirie?”
“Ni idea,” respondió Riki con brusquedad y más forzadamente de lo necesario. “No podría importarme menos en qué ande metido.” Miró a Katze, tratando de deducir lo que trataba de decirle.
Riki sabía que Katze no había ido a buscarlo solo por el asunto de Kirie. Katze podía entender mejor que nadie a dónde se habían ido aquellos tres años en que estuvo perdido, así que Riki quería evitarlo a toda costa. No importaban los “buenos tiempos” que pudieron haber compartido en el pasado, solo quería agarrar a Katze del cuello, extraerle toda la información, y después no volverlo a ver nunca.
Por eso, durante el último año, aparte de atender una subasta en Parque Mistral, no había puesto un solo pie en Midas. Pero estando allí, había sufrido la conmoción de un segundo encuentro con Iason, y eso solo fortaleció sus ganas de evitar cualquier cosa relacionada con el Blondie.
Pero mientras con terquedad hacía caso omiso de los hechos, habían surgido problemas de un sector inesperado y de una forma inesperada. La repentina reaparición de Katze era la evidencia más notoria. Y haber llegado tan lejos como para requerir un encuentro cara a cara solo agravaba el asunto.
Riki no podía evitar ser consciente de los límites en su relación con Katze—ahí habían brechas que no podían zanjarse. Aunque su instinto no le estuviese advirtiendo sobre nada urgente y peligroso, seguía estando lo suficientemente alerta como para hacer que le dolieran las articulaciones. El rango de experiencia de Katze excedía por mucho al suyo. Si se daba la oportunidad, Katze podría aplastarlo en un segundo. Eso era lo que significaba tener verdadero poder.
“Me preocupa más dejar las cosas como están con toda esta conmoción ocurriendo. Cuando la gente empieza a meter las narices donde no les concierne, es difícil sacárselos de encima,” dijo Katze.
“Eres un raro. ¿Viniste hasta aquí solo para decirme eso? Si Kirie se llegara a enterar alguna vez de esto, se volvería loco.” Riki acompañó la pulla con un encogimiento de hombros exagerado. Aun sabiendo que Katze era difícilmente el tipo de hombre que adoraba a sus ex-empleados, la forma en que le hablaba le dejaba una impresión muy diferente. Se comportaba como si los anteriores cuatro años jamás hubieran existido.
“De poder hacerlo a mi manera, preferiría que un novato no me hiciera perder tiempo. Ver a un chico hacer su camino hasta la cima solo para que lo devuelvan hasta abajo no me hace ningún bien, como sabrás.”
Las espinas en las palabras de Katze picaban con fuerza. La insinuación era clara. Riki sintió que se le contraía el estómago. Antes de que su mente pudiera ordenarle a su boca que se callara, la pregunta se le escapó de los labios.
“Katze… esa conversación que tuvimos. Hace cuatro años—”
En lo que sus pensamientos se condensaban en palabras, las dudas se esclarecieron. Durante los últimos cuatro años, no había sido capaz de llegar a una conclusión satisfactoria, y ahora tenía a Katze frente a él. Un hombre que tenía que saber más que él.
Entendía por qué Katze lo había elegido para que fuera mensajero. Aquello era un pretexto para hacerlo morder el anzuelo. La verdadera cuestión era, ¿por qué Katze lo había vendido a Iason?
Riki sabía que probablemente no valía la pena preguntarle. No podía devolver el tiempo. Abrir inútilmente viejas heridas no haría desaparecer el pasado—solo provocaría que se derramara sangre fresca.
Por otro lado, tan pronto como las palabras alcanzaron sus labios, la ira contenida se manifestó también en el exterior. Se había jurado a sí mismo jamás volver pronunciar ese nombre, y sin embargo la latente rabia era imposible de controlar.
“Iason me soltó la misma cosa una vez: ‘¿No te advirtió Katze sobre ser muy curioso?’ Vaya que me sorprendió que ustedes dos estuvieran en tan buenos términos.”
“Kirie y tú,” comentó Katze. “Están en ligas completamente distintas, preparadas para propósitos completamente diferentes. Aquello ya fue decidido hace cuatro años.”
“¿Qué mierda significa eso?” Riki gruñía por lo bajo, pero su voz interna gritaba salvajemente. Entornó los ojos como si esperara que Katze hablara. Su corazón se aceleró ante la expectativa.
“Debes saber que Tanagura tiene una cara pública y también su propio mundo privado, ¿verdad?” preguntó Katze.
Sí, qué novedad. Pero antes de que Riki pudiera escupir aquello, Katze continuó:
“Así que debe haber alguien tirando de los hilos en el mundo privado, ¿no es cierto?”
Riki se mordió el labio con fuerza. Katze le estaba dando pistas sobre asuntos de los que no se debía hablar. No dudó de que ahora estaba cavando su propia tumba, pero Riki no podía atreverse a echar a Katze. Incluso si lo lamentaba después, necesitaba saber la verdad.
Pero—¿por qué ahora? Había pasado un año desde que había regresado a los barrios bajos. Después de todo ese tiempo, ¿qué inspiraría a Katze para develarle la verdad ahora? ¿Y por qué usaba a Kirie como excusa? Eso solo le creaba más confusión. A donde fuera que esto estuviera yendo, Riki sintió que no había forma de dejarlo irresuelto. Podía decir que Katze tampoco lo dejaría estar y ya; Riki podía sentir que el hombre necesitaba hacerle caer en cuenta de algo.
“Hace cuatro años, Iason me contactó cuando iba camino a la subasta de Gauche y me preguntó por un mestizo de apariencia extraña. Ojos y cabello negros, un chico rudo con la personalidad para hacer juego. Supe que tenía que estarse refiriendo a Riki de Bison. Yo era el intermediario en el mercado negro, y tú eras un mestizo de los barrios bajos. Fuimos los hombres indicados en el momento indicado.”
Riki hizo una pausa. “Así que fuiste quien dispuso la trampa.”
“Iason fue el que dijo que debía usarte y ver qué pasaba. Yo solo no me negué. Aunque no importa lo que te diga a estas alturas, a ti te seguirá pareciendo un arreglo.”
“¿Por qué aceptaste? ¿Le tenías miedo?”
“Pues claro que tenía miedo,” dijo Katze con una apatía plana. “Cada vez que esos fríos ojos se posaban en mí—todavía tiemblo de solo pensarlo.”
Y con eso, Riki supo que Katze le decía la verdad. Él mismo había experimentado a menudo esa clase de mirada. Por años había sufrido la humillación y el tormento de aquellos ojos, sometido a ellos como un cordero.
En poco tiempo, esa humillación se convirtió en miedo. Hubiera sido preferible recibir un puñetazo en la cara. No había fin al dolor que Iason deliberaba en su agarre de metal, y Riki no dudaba de que Iason era consciente del dolor que ocasionaba. Cuando Riki recordaba esas cosas de esa forma, casi podía recrear las sensaciones vividas otra vez. Medio inconscientemente sacudió la cabeza, tomando una bocanada de aire.
“Pero había una condición sobre emplearte en el mercado. A él le gustaba tu orgullo, más no necesitaba a un mestizo tonto. Yo tampoco. Así que se te asignó una tarea, en un tiempo asignado, y a eso se remontó todo al final.”
“Nuestro primer encuentro.”
“Exacto.”
Riki quería creer que todo había comenzado con la tarjeta que Zack le había dado—pero eso solo había sido un dominó cayendo bajo el peso de todos los demás. Iason había estado arreglando el juego desde la noche en que se conocieron. De la misma forma en que Riki no había podido deshacerse de la humillación, Iason, de buena gana, no había sido capaz de hacerse a un lado y ya. La dolorosa realidad de la situación hizo que a Riki le doliera el cuerpo entero.
“Por tu propio bien, tenía la esperanza de que solo fueras otro mestizo cabeza dura. Pero tenías las cualidades superiores que se requerían para salir del tugurio que son los barrios bajos.”
Riki frunció el ceño sin querer. Desear que fuera estúpido no era el tipo de cumplido que quería recibir de Katze. Pero Riki no se sentía tan brillante después de haber mordido la carnada. Las palabras de Katze tenían un doble filo para él, y la expresión “cualidades superiores” se le antojaba malévola.
“O quizás deba decir que tenías los materiales en bruto de una clase superior, Riki. Tienes orgullo y ambición y estabas dispuesto a darlo todo por hacer posibles las cosas. Iason estaba satisfecho con los resultados. Sabía reconocer algo bueno cuando lo veía.”
Los instintos de Iason debieron haber estado equivocados, entonces; debió haber continuado buscando en el mercado negro. Hubiese sido una mejor idea que tratar de convertir a un mestizo en una mascota.
Katze le envió una mirada significativa a Riki, al no querer ser el único que estuviera proveyendo información. “Todo esto nos conlleva a una pregunta que quiero me respondas, Riki: ¿Qué hay entre tú y Iason?”
Riki no podía encontrar las palabras, incluso si el afilado brillo de los ojos de Katze cortaba el usualmente cálido tono de su voz. Cuando Riki se rehusó a contestar, Katze se encogió de hombros y continuó:
“La primera orden que me dio Iason fue que me mantuviera alerta por si una moneda Aurora emergía de los barrios bajos. Me pregunté por qué él esperaba que yo viera una, desde que las monedas Aurora solo las utilizaban las mascotas en Eos. Si Iason no hubiera sido el que me lo pidiera, no habría hecho caso.”
Riki recordaba la moneda Aurora. El símbolo de su desgracia y su orgullo arruinado. Cuando la recogió, no se había dado cuenta de qué tan pronto se enteraría de que era solo un chiquillo perdido en medio del océano.
“Pero aguardé vigilante, y la moneda jamás apareció.”
Por supuesto. Riki no se había atrevido a canjearla o a indagar de dónde provenía. Como tampoco había sido capaz de tirarla, la llevaba consigo como una especie de talismán—una advertencia para sí mismo. No tuvo idea de qué era hasta que Alec la vio y le dijo que se trataba de “dinero de mascota”. Ese descubrimiento le había despertado un instinto asesino.
“Tal vez Iason cometió un error de cálculo cuando la moneda nunca apareció. Pero al final, no importaba si lo hacía o no. Aun así te quería a ti.
Sin saber la razón del por qué y sin tener conocimiento de la gran estrategia, Katze simplemente había hecho lo que le habían mandado hacer. Riki sabía que así era y siempre sería la relación entre Iason y Katze.
¿Pero por qué estaba el último diciéndole todo esto ahora? ¿Se estaría desquitando? La pregunta se le quedó atascada a Riki en la garganta. Era la espina en su pie que no podía quitarse por sí solo. Esta era su última gran oportunidad.
“¿Qué tiene que ver esto con Kirie?” inquirió Riki finalmente. “Lo que sea que estés buscando no cambiará nada. La curiosidad mató al gato, ¿recuerdas?” La vacía arrogancia de un despistado chico callejero y la urgencia de satisfacer su curiosidad le había costado caro. Había pagado esa deuda siendo la mascota de Iason por tres años.
Riki no tenía ganas de regresar a esa parte particular de su pasado. Había terminado con ella de una vez por todas. “Mi orgullo me costó caro y lo pagué con creces. No hay forma en que vuelva a involucrarme con eso de nuevo por algún extraño. Especialmente si es por Kirie.” Con esas palabras, Riki dejó en claro lo que Kirie significaba para él. “¿No entiendes cómo me sentía?” Continuó, su voz estaba subiendo de volumen. Se lanzó en un largo y enojado suspiro, sin darle a Katze la oportunidad de acotar nada. “Te lastimas el brazo y aún no sabes lo que es el dolor realmente, así que te lo quiebras para estar seguro. Así fue para mí en ese entonces. ¿Estás tratando de decirme que así fue para ti?”
Riki no podía pretender que aquellos tres años no habían sucedido. Pero incluso si no podía olvidarlos por completo, podía al menos seguir adelante. No le importaba si la gente pensaba que era un cobarde siempre y cuando el pasado estuviera confinado en las cadenas de esos tres años llenos de vergüenza. No quería que su vida terminase. Incluso si la idea de suicidarse ocupaba su mente, aún sentía algún apego persistente a su propia vida. No podía renunciar a ella  y rendirse. Eso era lo que estar vivo significaba.
“Qué pregunta tan rara. ¿Qué has oído hablar sobre mí?” preguntó Katze.
“Nada. Es solo que cualquiera diría que te ganaste la lotería de la vida con solo mirarte.”
Katze inesperadamente hizo una mueca. Riki, de repente, supo que se había adentrado en campo minado.
“¿Crees que me gané la lotería de la vida?” repitió Katze en una voz burlona, ronca y decaída. “Tal vez tengas razón, pero no se siente así.” Inhaló profundo. “Especialmente porque yo solía ser el furniture de un Blondie.”
“¿Eras qué?”
A Riki le tomó un buen rato darle sentido a lo que acababa de escuchar. E incluso cuando hubo razonado tal cosa, el impacto desalentador del shock le siguió constriñendo el cerebro.
Katze era un mestizo de los barrios bajos al igual que Riki… ¿pero había sido alguna vez el furniture de un Blondie? ¿Qué demonios? ¿Cómo era eso posible? ¿Cómo afectaba eso la relación que Iason y Katze tenían?  Riki no podía ni imaginarlo. Ni siquiera sabía qué cara poner.
Furniture.
En cada habitación de la torre palacio en Eos que albergaba a las élites de Tanagura, vivían los jóvenes llamados furniture. “Vivir” no era ni siquiera la palabra adecuada. Con el cabello corto y uniformes que enfatizaban las líneas magras de sus cuerpos, eran meros artículos de lujo adornados como electrodomésticos orgánicos.
Por supuesto, no estaban ahí por placer propio. Eran elegidos por el físico que iba bien con la decoración instalada, y la inteligencia suficiente para interactuar con el más novedoso equipamiento electrónico. Las vidas privadas de la élite de Eos eran puestas aparte con el fin de asegurar la ejecución de sus deberes con eficiencia. Alineados a esa mentalidad, los furniture  atendían a las mascotas. Para estar seguros de que no hubiera problemas con el contacto entre furniture y mascotas, naturalmente, a los furniture se los castraba.
Cuando Riki se enteró de qué tan lejos llegaría la élite—creando androides y castrando humanos para usarlos como accesorios vivientes—solo para vivir cómoda y fácilmente, se había sentido enfermo. Pero en ese entonces no había tenido mucha simpatía que ofrecer.
Riki solo conocía a Katze como la mano sagaz que manejaba el mercado negro. Por el tiempo en que se conocieron, Katze ya se había convertido en el insensible meritócrata que había despojado su cuerpo de las últimas gotas de emoción humana. Riki se había preguntado en más de una ocasión si Katze no era humano en realidad, sino un androide. Aparentemente, no había estado tan equivocado.
Pero aún no podía imaginarse a Katze como un furniture. Aunque eso no era todo. Como para confundir todavía más a Riki, Katze tiró otra bomba.
“¿Sabías que todos los furniture en Eos son mestizos de los barrios bajos, Riki?”
Con ese pequeño pedazo de información, Riki palideció.
Mucho gusto. Mi nombre es Daryl.
La mente de Riki de repente retrocedió en el tiempo hasta el delicado rostro del chico de edad desconocida. El furniture instalado en la casa de Iason.
Mi trabajo es cuidar de ti, Amo Riki. Si hay algo que necesites, lo que sea, por favor dímelo.
Pero entonces no se había dado cuenta. Lo que Daryl decía y hacía había sido demasiado irritante. No le había importado que el trabajo de un furniture fuera introducirse en cada aspecto de su vida.
En los barrios bajos, cuando Riki estaba con Guy, podía hacer lo que quisiera cuando quisiera. La presencia de Guy era como un ungüento sanador en su alma. Nunca la encontró molesta.
Daryl era diferente. Saber que siempre estaba tras él, hacía enojar a Riki constantemente. No importaba qué tanto gritara y abusara verbalmente al chico, Daryl seguía estando allí.
“Hago mis cosas a mi manera.”
“No me sofoques, hombre.”
“¡Déjame en paz, maldita sea!”
Pero no importaba lo mucho que le permitiera a Daryl hacer su trabajo, no importaba lo mucho que despotricara, era la misma rutina una y otra vez.
“No puedes hacer eso. En Eos, solo la palabra de tu amo es absoluta. Mi trabajo es cuidar de ti y atender tu salud—es algo que tu amo ha determinado.”
Daryl incluso había irrumpido en el baño y había tratado de limpiar cada rincón del cuerpo de Riki hasta que rechinara. Ese Daryl era una puta molestia. Ni destruir la habitación había hecho que Daryl se detuviera. Y no importaba lo que este hiciera, Riki solo se enojaba más. A veces, por una u otra razón, Daryl diría exactamente la cosa equivocada o miraría a Riki exactamente de la forma equivocada, disgustándolo.
“¿Desde cuándo son los mestizos una especie en peligro de extinción? Deja de acosarme. ¡Eres un verdadero fastidio!”
Todo lo que Daryl hacía lo ponía histérico e iracundo.
Pero ese Daryl—todos los furniture de Eos… ¿todos eran mestizos de los barrios bajos?
Katze tenía que estar mintiendo. Era una broma, otra estafa. Acometido por una segunda revelación tan desconcertante, Riki solo podía mirar a Katze sin decir nada.
“Guardián está bajo el mandato de Tanagura,” explicó Katze despacio, para aclarar cualquier duda que Riki tuviera. “Un chico con una cara lo suficientemente bonita y una cabeza lo suficientemente inteligente, inocente de las maneras del mundo, es destinado a servir como una cosa viviente y a medida, un furniture en Eos.”
Que algo tan indignante pudiera siquiera existir… hacía a Riki querer gritar. Pero su seca y temblorosa garganta, su pulso acelerado, su cerebro cerrándose como un cajón con las bisagras de la tapa oxidadas—el dolor lo hacía sonar imposible. Lo que Katze le estaba diciendo era más que imposible, más que increíble.
No. Tal vez… solo era que no quería creerlo.
“¿Por qué crees que solo Ceres sigue practicando los partos naturales? ¿Siquiera te tomaste el tiempo de indagar sobre eso?”
Riki negó con la cabeza. Nunca. Simplemente no le había importado. Guardián no había sido alguna especie de paraíso para él.
“¿En serio crees que debe ser un derecho humano el hacerlo de la forma en que Dios mandó?”
Riki no le había dado mucha mente a eso, tampoco, aunque no podía decir que lo creyera en realidad. Pero no podía negarlo tampoco. La creencia estaba demasiado arraigada a él. Así lo había vuelto Ceres.
“De no haber intervención genética, hombres y mujeres nacerían en proporciones iguales. La única razón por la que nacen tan pocas mujeres es que ya hay alguien ajustando los factores bilógicos. Ha estado ocurriendo por generaciones.”
Riki tragó con dificultad. Miró a Katze.
“Tanagura practica el control de población. Hacer desechables a los mestizos de los barrios bajos, hace que los ciudadanos de Midas se consideren mejores que el resto de nosotros. Somos un ejemplo práctico sobre lo que le ocurre a la basura que no se arrodilla y reverencia como debe. Si todo el mundo viviera una vida maravillosa, las cosas se desequilibrarían. No pueden vivir con nosotros, pero no pueden matarnos o las escalas apuntarían demasiado alto en una sola dirección. Si las mujeres tuvieran demasiados hijos sería un problema, así que arreglan el juego. Ahora, no importa en qué sentido ruede la pelota, esta siempre terminará en la alcantarilla.”
En los barrios bajos, no importa en qué sentido ruede la pelota, esta siempre terminará en la alcantarilla. Las frías implicaciones en aquellas palabras fueron suficientes para hacer que Riki perdiera el equilibrio.
Una torcida expresión levantó uno de los lados del rostro de Katze. “Cuando me di cuenta de que fui elegido para ser furniture en Eos,” escupió, “estaba tan emocionado. Si poseía la inteligencia y la belleza para ello, tenía que ser distinto del resto. Estaba dejando Guardián por algo mejor. Pero al final, la basura sigue siendo basura—y yo era solamente otro niño desorientado.”
Las duras palabras de Katze eran como espeso pegamento. Riki sabía perfectamente bien de lo que estaba hablando.
“En mi primera noche en Tanagura, fuimos llevados al centro médico y finalmente supimos lo que ser furniture implicaba en realidad. Fue una gran conmoción. Me quedé en blanco por completo.”
En la mente de Riki, las facciones refinadas y perfectas de Katze de pronto combinaron con las de Daryl. Riki no tenía idea de cuál era la verdadera edad de Daryl, y nunca había puesto esfuerzo alguno en averiguarlo. Daryl seguía cada comando de Iason, y eso lo convertía en el enemigo de Riki. Riki no podía simpatizar con uno de sus verdugos, y no quería simpatía de vuelta. Eso habría resultado en la revelación de sus debilidades.
Así que Riki había levantado una barrera de terquedad, se había cubierto los oídos y rehusado a aceptar cualquier tipo de ayuda. Debía permanecer de pie por su propia cuenta. No ponía en peligro el orgullo que lo hacía ser quien era. No era una exageración afirmar que la identidad de Riki como un mestizo de los barrios bajos era una parte integral para la defensa de su propio ser.
“Ya veremos ese orgullo tuyo,” Iason susurraría burlonamente en su oído. “Se irá a la basura, donde pertenece.”
La voz de Katze lo sacó de sus cavilaciones internas.
“De cualquier modo,” continuó, “Pensé que era mejor que terminar mi miserable vida en los barrios bajos. Fuimos escogidos y no podíamos, exactamente, rehusarnos. De haber tenido opción, no creo que ninguno de nosotros se hubiera negado.”
Si le pongo una vibra positiva a las cosas, quizás pueda vivir la buena vida en Eos, no pudo evitar pensar Riki. Avergonzado se relamió sus agrietados labios. Pero la realidad de vivir la “buena vida” en Eos era mucho más contundente y cruda. No podía regresar a lo mismo.
“No consigues descansar sin renunciar a algo. Así que me hice cargo de las mascotas. Los Furnitures son desechables—haces lo que te ordenan con el fin de sobrevivir. Te tragas tus sentimientos y te aguantas, incluso si tienes que castigar a alguien que proviene del mismo lugar que tú. Era eso lo que se requería para ser digno de un Blondie. No eras más un ser humano, pero siempre que no trataras de ser más de lo que estabas destinado a ser, podías contentarte.”
Riki apretó los puños. Katze estaba colocando el significado de lo que era ser el furniture de un Blondie bajo una luz completamente diferente.
En Eos, la única ley es la que tu amo imponga.
Daryl practicaba sexo oral a Riki porque Iason lo ordenaba. “¡Ya basta!” gritaba Riki mientras pataleaba en vano. Hasta que Iason diera la orden contraria, Daryl continuaría estoicamente su labor—separando sus rodillas, enterrando su cara entre sus muslos, poniendo a Riki duro cada vez que se rehusara a masturbarse.
“Aún no lo sabes, Amo Riki. Cuán aterrador puede ser él.”
Riki sabía muy bien cuán despiadado, orgulloso y frío podía resultar el poderoso Iason. Pero para Riki, eso no era lo peor. Reservaba su verdadero odio para Daryl, el furniture que tan tercamente lo seguía bajo el simple mandato de Iason, sin mostrar resistencia a su palabra. Era la existencia de Daryl lo que no podía aceptar.
Amo Riki.
La forma en que Daryl se dirigía a él rallaba su orgullo. Sentía que el honorifico sacudía sus raíces mestizas.
Aunque una mascota y un furniture permanecían cautivos en la misma habitación, sus valores eran completamente diferentes. Riki los consideraba dos especies separadas.
Riki había asumido incorrectamente que los furniture eran criados y entrenados en instituciones especiales de mascotas, desde que la forma en que Daryl le bajaba era mejor que la forma en que Guy lo hacía. Riki nunca había sido felado por nadie más que Guy, y la primicia de la técnica de Daryl despertaba sensaciones únicas. Pero a pesar del placer físico, Riki odiaba el sexo oral proviniendo de aquel eunuco. Incluso exponerse mansamente ante Iason para mostrar sumisión, o apretar los dientes y masturbarse para él, era preferible que las humillantes ministraciones orales de Daryl.
Pero incluso cuando Riki había aprendido a abrir las piernas en frente de Iason, el Blondie no le había ordenado detenerse a Daryl. Exponerse no era suficiente. Era entrenamiento sexual en el nombre de “disciplina”. Desnudo del todo, metido en el regazo de Iason, con los brazos del hombre enroscados alrededor del torso de Riki, separándole las rodillas, atado de pies y manos. Iason le hacía señas a Daryl y Daryl felaba a Riki hasta que le palpitara el trasero y los testículos le temblaran.
Daryl atormentaba la humedecida punta del pene de Riki con las yemas de los dedos y la bañaba con la punta de su cónica lengua. Eso por sí solo llevaba a Riki al clímax, arrancándole estremecedores gruñidos de su boca. Daryl chupaba a Riki hasta secarlo, tragando cada gota que saliera de él.
“¡No—me—queda—nada—más!” chillaba Riki con voz temblorosa. Y Daryl continuaba acariciándolo y lamiéndolo.
“Tu cuerpo es, por mucho, más honesto que tu boca”, se reía Iason con frialdad.
Pero el dolor y la vergüenza no terminaban con ello. Antes de penetrar a Riki con los dedos, Iason hacía que Daryl preparara a Riki con la lengua, mientras miraba entretenido. Daryl se concentraba en cada pliegue de carne, echando mano de las inexhaustibles reservas de placer y disgusto hasta que las partes nobles de Riki se levantaran excitadas.
Dicha rutina se prolongó por seis meses. Y entonces Iason empezó a follárselo, y Daryl ya no fue requerido dentro de la habitación. Aun cuando estar entre los brazos de Iason y ser penetrado por él sin misericordia le causaba una especie de dolor que temía pudiera hacer trizas su cuerpo, era mejor que exponerse a Daryl y tener su boca cubriéndolo por completo.
Daryl todavía limpiaba a Riki después de acabar. Cuando Riki había sido tomado por Iason y reducido a una masa parapléjica—necesitada de ungüentos en su sangrante retaguardia, inflamada por haber sido llenada más allá de su capacidad—Daryl cauterizaba al Riki postrado en cama, y soportaba cualquier abuso de su parte.
Riki no tenía idea de cómo se sentía Daryl con respecto a todo, y no quería saberlo. El Daryl normal era obviamente tímido, aunque no sexualmente. Era extraño que cuando Riki estuviera tan expuesto a cualquier cosa que jamás hubiera experimentado, felado repetidamente hasta que su cuerpo se sacudiera, nunca hubiera visto en Daryl nada cercano al deseo sexual.
Aun así, Riki no consideraba a Daryl un artefacto desechable. Si los furniture eran un bien de consumo que podía desecharse, entonces las mascotas criadas y educadas como juguetes ninfómanos de las élites podían difícilmente ser descritos como algo diferente. Despreciar a Daryl no era distinto de despreciarse a sí mismo.
Después de que Iason lo llevara a la cama, no importaba que tan abusivo se tornara Riki, Daryl nunca perdía el control. Después de muchos largos meses, Riki empezó a darse cuenta de que esa era la forma que tenía el chico de mostrar su orgullo. Se requería una incansable fuerza para aceptar con honestidad a una persona por lo que era—no importaba cuán violenta y agresiva. La idea llegó a Riki despacio, pero lo hizo. Y aunque nunca desarrolló simpatía por Daryl como una pieza de furniture, era mejor que como se sentía con respecto a las otras mascotas de Eos.
Al final, Riki lidiaba con el aburrimiento mirando a Daryl correr por ahí de manera animada haciéndose cargo de las cosas. Esto, sin embargo, ponía a Daryl en estado de alerta con frecuencia—Riki comportándose era como la calma antes de la tormenta.
“Así como todo lo que digas y hagas se refleja en el honor del amo,” diría Daryl, “tu salud se refleja en mis deberes y responsabilidades. Vivo para asegurarme de que te sientas como en casa aquí.” Una mascota mal cuidada es la vergüenza de su dueño y la responsabilidad del furniture. Era sabido por todos en Eos.
“Claro,” escupiría Riki, su voz levantándose por la ira. “Alimentas a las mascotas, cambias a las mascotas, limpias después de que el amo ha terminado de follarse a las mascotas. ¡No podría pretender que soy un hombre libre!”
Pero al final, no importaba en qué problema se metiera Riki con las otras mascotas, Iason solo decía una cosa de pasada: “El salón es el único lugar en donde las mascotas pueden hacer lo que les plazca. La mayoría de las veces, lo que ocurre ahí pasa desapercibido y sin consecuencias. Pero entiende una cosa, Riki: Si hay un incendio, seas tú o no quien encienda la mecha, cuando se dé a conocer el  incidente, serás al que le echen la culpa. No les des esa oportunidad.”
Pero entonces el asunto con Mimea se había divulgado. Para Riki y Iason, el escándalo que sacudió Eos y amenazó con destronar a Iason fue el punto que cambió las circunstancias. El cuerpo de Riki fue sometido a aprender el verdadero significado de las palabras “una lección que nunca olvidarás,” y luego de ese día, la actitud de Iason se endureció. Cuando Riki desobedecía en casa, Iason lo abusaría hasta que no pudiera soportarlo más. Y cuando Riki se acurrucaba obedientemente a los pies de Iason, Iason se burlaría de él y le preguntaría qué clase de taimado plan estaba tramando. En momentos como esos, Riki gruñía hasta quedarse ronco.
El cuerpo que Iason había castigado tan cruelmente no podía ni siquiera recordar las atenciones de Daryl después. Y, ¿Qué había sido de Daryl? Riki no lo sabía. Los dos habían tomado caminos separados muy de repente.
Un día, las puertas del vestíbulo principal se habían abierto de pronto en frente de sus ojos. Por un momento, el mundo delante de él constituyó una ráfaga de luz blanca. Riki estiró la mano hacia la puerta como si estuviera soñando. Medio en shock, Riki dio un paso adelante… y salió de Eos.
“¡Detente ahora mismo!” gritaron los guardias de seguridad.
Riki corrió tan rápido como pudo sin pensarlo. Pero su escape pronto se vio interrumpido; fue arrestado y detenido. Por escaparse de Eos, Riki estaba seguro de que iban a desecharlo.
Como era de esperarse, Iason permaneció silencioso. Pero en vez de enviar a Riki a reciclaje y al centro de disposición, lo devolvió a los barrios bajos. Fue un shock más grande que las puertas de Eos abriéndose en sus narices. Su pet-ring le fue retirado y nada más lo retenía. Un éxtasis salvaje sacudió su cuerpo. Corrió tan rápido como pudo antes de que Iason cambiara de parecer.
Riki supuso que Daryl solo estaría cuidando de otra de las mascotas de Iason por esos días. Estuviera Riki allí o no, Eos no cambiaba en nada. O eso creyó.
Pero saber que Daryl había provenido de los mismos barrios bajos que él cambiaba sus tres años de permanencia en Eos. ¿Por qué demonios? ¿Qué demonios? No quería saber, pero ahora sabía. De pronto odió a Katze por darle a conocer la cruda verdad así de improvisto, especialmente ahora que ya no estaba con Daryl.
“Cuando fui furniture,” explicó Katze, “No me servía de nada quejarme. Pero había algo allí para mí. Por cinco años, pude despreciar a Midas. Y se sentía bien. Era como si no hubiera nada en este mundo a lo que le tuviera miedo.”
El furniture de un Blondie. Su amo era muy posiblemente el mismísimo Iason.
“—probablemente sea esa la razón por la cual hice un trato con el diablo. No ver, ni oír, ni hablar. Esa es la ley de hierro de los furniture. Devora la fruta prohibida de la curiosidad una vez y nunca lograrás sacar el sabor de tu sistema de nuevo.”
El cráneo de Riki se contrajo como un torno alrededor de su cerebro. Había un peso serio en las acusaciones de Katze. Abrir sus ojos a la verdad era doloroso, pero no podía apartarlos de esa realidad.
Para Riki, aquellos tres años no habían sido nada aparte de bochornosa humillación. Mientras Katze continuaba con sus revelaciones, Riki luchaba para entenderle. Sus palabras eran como una infección enconada.
“Sabía que Guardián era un juguete en las manos de Tanagura,” continuó Katze sin anestesia. “Pero tenía curiosidad. Usando la terminal en mi cuarto, pasé medio año buscando en las bases de datos. Es bueno que las altaneras mascotitas sean analfabetas; no tuve que preocuparme de que llegaran a ver algo. Aunque la seguridad era buena.”
Tenía sentido. Nacidos, criados y muertos en sus jaulas, las mascotas pasaban toda su vida sin tener conocimiento del mundo exterior. El salón donde se reunían las mascotas era, desde la perspectiva de Riki, un patio de recreo para niñitos emperifollados. Todo en el ambiente era simplificado, y la seguridad vigilaba cada uno de los movimientos que hacían. Sin un pet-ring a modo de identificación personal, una mascota no podía ni dejar su habitación.
“Pero todo sistema tiene sus fallos. Manipúlalo de la forma adecuada y el sistema puede verse comprometido, incluso sin tener las contraseñas requeridas.”
“Lo sé,” se mofó Riki. No era un mestizo tan tonto. “Alec decía que una computadora es peor que una mujer—si intentas un asalto frontal, recibirás una bofetada. Si eres un caballero y eres sutil, conseguirás lo que quieres muy pronto.”
Katze se paralizó por un momento. Su repentino silencio se debió, asumió Riki, a la mención de Alec. No había mencionado a su antiguo compañero a propósito pero la reacción de Katze había sido interesante.
Riki decidió no preguntar si Alec continuaba siendo uno de los mensajeros de Katze. Katze no añadió nada más sobre el tema tampoco, y en cambio retomó el hilo de su historia:
“Como el acceso a las bases de datos tenía límite de tiempo, no podía extraer todo lo que necesitaba de una sola vez. Pero la emoción de cortar la conexión burlando la seguridad, despertaba esas piezas que me hacían falta. Las respuestas no se hacían evidentes de inmediato, pero no podía resistirme a esa estremecedora sensación. Sabes de lo que hablo, Riki.”
Riki sabía de qué estaba hablando. Esa emoción. Esa excitación. Hacía tiempo había merodeado las noches de Midas en busca de aquellos mismos momentos de éxtasis.
“Un mestizo de los barrios bajos que trabajaba como furniture había hurtado los secretos de Tanagura—y sin que nadie se diera cuenta. No pude quedarme la gloria para mí solo así que se lo conté a los otros. Pero puedes ver lo que eso me ganó,” dijo Katze señalándose la larga cicatriz que le surcaba la cara, con un dedo. “Iason simplemente me dijo que me lo merecía con esa delgada sonrisita suya.” Como si recordara esa sonrisa y esa cruel y burlona voz, Katze se estremeció un poco mientras los ojos se le oscurecían.
“Lo supo desde el principio—solo estaba esperando el día en que cometiera un error. Todo hacía parte de la diversión. Es la forma en que se hacen las cosas aquí, Riki. Tuve suerte de salir con una cara cortada y ya. Pude haber pasado el resto de mi vida como carne fresca en los mercados.”
No había ningún dejo indignado en su voz, ni pasiones reprimidas. Hablaba de su propio pasado fríamente como si se tratara del de un extraño. ¿Cuánta amargura se había tragado? Las preguntas se agolparon en la mente de Riki. Al final solo bajó la mirada, incómodo.
Pero los pensamientos aún lo irritaban. ¿Qué tramaba Katze? ¿Por qué era honesto sobre el pasado ahora? Muy lejos en otro mundo, alguien una vez le había dicho: una dicha conjunta se duplica. Una miseria conjunta se divide. Parecía demasiado imposible, pero, ¿era esa la motivación de Katze?
De ningún modo.
No quería preguntar. No quería saber. No ver, ni oír, ni hablar. Pero a pesar de lo que deseaba, Riki supo que tenía que empezar a enfrentarse a la verdad. Le daba la impresión de que si no lo hacía, nunca podría librarse de la maldición con la que Katze lo había cargado.
“Sigo sin entender qué tiene que ver esto con Kirie,” escupió Riki despacio, “Pero la verdad es que me importa una mierda. No voy a involucrarme con él, incluso si estas tratando de decir que está metido en un lío. Además, eres tan unido a Iason, debes tener más influencias que yo. Salva a Kirie tú mismo.”
No había dudas de que había sido Kirie quien bombardeara los cuarteles de los Jeeks. Por eso, aunque Riki no quisiera tener nada que ver con el chico, seguía habiendo un montón de cosas de las cuales hacerse cargo por su culpa. Lo último que quería era otra faena para rematar.
“Tres años, Katze. De ser furniture otra vez, podrías entenderlo—” Riki se interrumpió cuando Katze simplemente lo miró. Riki hizo una pausa y entonces endureció la mirada, manteniéndosela al otro.
“Si no quieres que Kirie cometa el mismo error que yo cometí, Katze, deberás convencerlo tú. No quiero tener nada que ver con Iason. Tengo mi libertad y estoy dejando atrás el pasado.”
Katze exhaló un profundo suspiro. Sacó otro cigarrillo. El vago humo purpureo que salía del cigarrillo ondeaba desamparado en el aire antes de disolverse hasta desaparecer, al igual que el colectivo silencio que no tenía a donde ir.
En algún punto había comenzado a llover, regando la fría noche. Riki se lanzó a la estrecha cama y contempló la claraboya manchada del techo. No importaba donde pusiera los ojos, no era la presente realidad lo que observaba.
Muy dentro de su cabeza, las palabras de Katze todavía hacían eco. Y no las que tenían que ver con Kirie.
“Recuerda, Riki,” le había dicho Katze frente a la puerta de su casa. “Solo porque Iason te quitó el pet-ring no significa que haya terminado contigo. Nunca sería tan caritativo.”
Había hablado sin levantar mucho la voz, casi como hablando para sus adentros. Sus ojos reflejaban una especie de importancia que le ponía a Riki los pelos de punta.
¿Qué demonios estaba intentando decirme en realidad?
De nuevo, Riki se encontró desesperado por no querer saber la respuesta. No quería que lo involucraran en la pelea de alguien más. Y sin embargo, a pesar de su disgusto, el significado profundo de las palabras de Katze había podido abrirse paso hasta su cerebro.
No durmió bien aquella noche.

            

2 comentarios:

  1. Hola Vicio,
    Qué bien que has vuelto, cuando he entrado me he llevado una sorpresa enorme, ¡has actualizado un montón de golpe!
    Mientras leo los capítulos no puedo dejar de pensar el trabajo que estás haciendo, cuando pienso en lo que tardo en intentar enterarme de lo que dicen en un pequeño párrafo en inglés me dan escalofríos, jajaja.
    Es impresionante, me encanta la traducción, me parece que está muy bien hecha, muchas gracias por tu trabajo, gracias a gente como tú los "inútiles" como yo en inglés (sin ofender a nadie) podemos disfrutar de estas maravillosas historias.
    Mucho ánimo, aquí seguiré esperando tus traducciones.
    Un abrazo. Yukikun

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    1. ¡Qué leeeeendo lo que me has escrito! :3 Actualicé mucho porque algunos capítulos ya estaban y porque me daba pena después de haberme desaparecido tanto tiempo. En realidad traducir no es tan difícil, lo difícil es encontrar equivalencia de las expresiones inglesas en español. Resulta que Rieko (o el traductor de japonés a inglés) utiliza muchos dichos viejos en inglés. Como esta historia es de los 80 creo, pues te imaginarás. Dicen cosas que ya no se escuchan en ninguna parte y pues también a veces lo que tiene sentido en un idioma suena ridículo en el otro. Por ejemplo, Iason habla tan elegante y tan Grrr en inglés (no te imaginas la delicia que es en japonés), y eso es algo que me cuesta mantener en español. Igual que la jerga de los mestizos, muy graciosa. ¿Has intentado leer en inglés los capítulos? Jajaja al principio yo tampoco los entendía por lo que te dije. Fue peor que leer Romeo y Julieta en inglés... vaya inglés tan anticuado. Valeeee yo estoy muy emocionada porque los otros volúmenes son todavía más maravillosos. Cuídate y gracias por el apoyo.

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