Les tomó
veinte minutos caminar desde la Avenida Cuzco hasta la casa de Riki. El sol
parecía estarse poniendo inusualmente temprano para la época pues ya había
oscurecido cuando regresaron.
“¿De qué
querías hablar?” fue la primera pregunta que Riki formuló en lo que entraban a su
casa. “Dejémonos de rodeos. Solo ve directo al grano.”
Riki quería esclarecer
la situación y deshacerse de Katze tan rápido como le fuera posible. Mostrarse brusco
era una buena forma de darle a entender el mensaje.
Le ofreció a
Katze una silla, pero este no se sentó. En cambio se recargó contra la pared y
encendió un cigarrillo.
“Este niño Kirie,” dijo Katze al fin. “El de los ojos raros. ¿Lo conoces?”
“Este niño Kirie,” dijo Katze al fin. “El de los ojos raros. ¿Lo conoces?”
Escuchar el
nombre de Kirie hizo que Riki frunciera el ceño inconscientemente. Después de
todo ese tiempo, ¿por qué Katze se lo mencionaba? No podía creer que las noticias
de los incidentes con Jeeks hubieran llegado incluso a sus oídos—pero entonces
quizás era que no se daba cuenta de qué tanto alcance tenían los ojos y oídos
de Katze en los barrios bajos. Katze no era el tipo de persona a la que pudieras
sorprender desprevenido.
“En lo que
sea que esté metido no tiene nada que ver conmigo,” dijo Riki, tratando de refutar
cualquier suposición. Para él—y para todos los integrantes de Bison—Kirie era
una plaga y una maldición. Fueran cuales fueran las intenciones de Katze,
asociar a Kirie con el día a día no era una buena forma de comenzar.
“¿De verdad?
Pues qué raro porque parece muy obsesionado contigo.”
Riki no
podía negarlo. Aunque la obsesión de Kirie se debía más bien al protagonismo que
esperaba recibir que por Riki en sí. En realidad culpaba a Riki por impedirle
ser el centro de atención. Todos los que los conocían lo sabían también. Si
Kirie estaba armando escándalo por algo, sin motivo aparente, era para llamar
la atención. Era obvio que no se llevaban bien, considerando cuán diferentes
eran.
Pero Kirie
no era simplemente un mocoso con un gran ego. De haberlo sido, el problema se
hubiese solucionado solo, sin complicaciones. Kirie tenía ideas y ambición, y
el orgullo para rematar. La suerte le había sonreído y ahora su arrogancia no
tenía límites. Había sido un imbécil desde el comienzo, y ahora era peor.
Riki no
tenía intenciones de simpatizar con él. Ni tampoco de reaccionar a la forma en que
este trataba de echar más leña al fuego de su rivalidad. A Riki no le importaba
cuantas veces le echaran en cara con desprecio que no pertenecía ahí.
Pero ahora
Kirie se presentaba de una forma menos inofensiva, y esa era una cuestión
completamente diferente. Riki quería patearle el trasero tan fuerte como para
hacer que no quisiera volver a mostrar su cara de nuevo.
“Ha estado
merodeando por el Mercado Rosas, preguntando cosas sobre ti.”
Riki no se
había dado cuenta de que la intromisión de Kirie había llegado tan lejos.
Aparentemente, conducir su auto aéreo por los barrios bajos y pavonearse no era
suficiente; Kirie había empezado a meterse en sus asuntos, probablemente en
busca de algo sucio.
Riki había
sido mensajero hacía muchísimo tiempo, demasiado, pero por alguna razón, Robby
y Kirie seguían divulgándolo. Aun así, aquello no le preocupaba mucho porque no
creía que hiciera mucha diferencia.
Todo estaba
resultando muy extraño. Riki entendía la enemistad de Robby; el hombre era un
enemigo natural. Con Robby compartía un pasado y aunque no era tan fuerte como
su conexión con Guy, los tres no podían escapar de su época juntos en Guardián.
Pero Kirie
era distinto. Kirie era un inconveniente, un cuerpo ajeno que invadía la rutina
diaria de Riki. Katze mencionándolo significaba que algo más grande estaba
ocurriendo. Cuando lo pensó en esos términos, la cara de Riki se endureció.
“Que se sepa
que yo solía hacerte mandados no puede ser bueno para ninguno de los dos,
¿verdad?”
“Relájate.
Unas cuantas conjeturas no podrían revelarlo todo.”
Tenía razón.
Como uno de los transportadores de Katze, Riki siempre había prestado atención
a las reglas, incluso cuando contrabandeaba por los canales clandestinos. En
primer lugar, cuando Katze tomaba un trabajo, no importaba cuán oscuro fuera,
nunca se exponía de una forma que facilitara a la gente como Kirie enterarse.
Katze era un
operador más sutil, eficiente y exigente de lo que parecía. Nadie en el mercado
negro lo dudaba. Si Kirie se quemaba la cara por andar de fisgón donde no lo
llamaban, ciertamente tendría que haberlo previsto.
“Si ese no
es el problema, ¿qué quieres?” preguntó Riki. Quería alguna advertencia por si
había algo implícito en la conversación.
“¿No se te
llega a ocurrir quien pueda estar detrás de Kirie?”
“Ni idea,”
respondió Riki con brusquedad y más forzadamente de lo necesario. “No podría
importarme menos en qué ande metido.” Miró a Katze, tratando de deducir lo que
trataba de decirle.
Riki sabía
que Katze no había ido a buscarlo solo por el asunto de Kirie. Katze podía
entender mejor que nadie a dónde se habían ido aquellos tres años en que estuvo
perdido, así que Riki quería evitarlo a toda costa. No importaban los “buenos
tiempos” que pudieron haber compartido en el pasado, solo quería agarrar a
Katze del cuello, extraerle toda la información, y después no volverlo a ver
nunca.
Por eso,
durante el último año, aparte de atender una subasta en Parque Mistral, no
había puesto un solo pie en Midas. Pero estando allí, había sufrido la
conmoción de un segundo encuentro con Iason, y eso solo fortaleció sus ganas de
evitar cualquier cosa relacionada con el Blondie.
Pero mientras
con terquedad hacía caso omiso de los hechos, habían surgido problemas de un sector
inesperado y de una forma inesperada. La repentina reaparición de Katze era la
evidencia más notoria. Y haber llegado tan lejos como para requerir un
encuentro cara a cara solo agravaba el asunto.
Riki no podía
evitar ser consciente de los límites en su relación con Katze—ahí habían brechas
que no podían zanjarse. Aunque su instinto no le estuviese advirtiendo sobre
nada urgente y peligroso, seguía estando lo suficientemente alerta como para
hacer que le dolieran las articulaciones. El rango de experiencia de Katze
excedía por mucho al suyo. Si se daba la oportunidad, Katze podría aplastarlo en
un segundo. Eso era lo que significaba tener verdadero poder.
“Me preocupa
más dejar las cosas como están con toda esta conmoción ocurriendo. Cuando la
gente empieza a meter las narices donde no les concierne, es difícil sacárselos
de encima,” dijo Katze.
“Eres un
raro. ¿Viniste hasta aquí solo para decirme eso? Si Kirie se llegara a enterar
alguna vez de esto, se volvería loco.” Riki acompañó la pulla con un encogimiento
de hombros exagerado. Aun sabiendo que Katze era difícilmente el tipo de hombre
que adoraba a sus ex-empleados, la forma en que le hablaba le dejaba una
impresión muy diferente. Se comportaba como si los anteriores cuatro años jamás
hubieran existido.
“De poder
hacerlo a mi manera, preferiría que un novato no me hiciera perder tiempo. Ver
a un chico hacer su camino hasta la cima solo para que lo devuelvan hasta abajo
no me hace ningún bien, como sabrás.”
Las espinas
en las palabras de Katze picaban con fuerza. La insinuación era clara. Riki
sintió que se le contraía el estómago. Antes de que su mente pudiera ordenarle
a su boca que se callara, la pregunta se le escapó de los labios.
“Katze… esa
conversación que tuvimos. Hace cuatro años—”
En lo que
sus pensamientos se condensaban en palabras, las dudas se esclarecieron.
Durante los últimos cuatro años, no había sido capaz de llegar a una conclusión
satisfactoria, y ahora tenía a Katze frente a él. Un hombre que tenía que saber
más que él.
Entendía por
qué Katze lo había elegido para que fuera mensajero. Aquello era un pretexto
para hacerlo morder el anzuelo. La verdadera cuestión era, ¿por qué Katze lo había vendido a Iason?
Riki sabía
que probablemente no valía la pena preguntarle. No podía devolver el tiempo. Abrir
inútilmente viejas heridas no haría desaparecer el pasado—solo provocaría que se
derramara sangre fresca.
Por otro
lado, tan pronto como las palabras alcanzaron sus labios, la ira contenida se
manifestó también en el exterior. Se había jurado a sí mismo jamás volver
pronunciar ese nombre, y sin embargo la latente rabia era imposible de
controlar.
“Iason me
soltó la misma cosa una vez: ‘¿No te advirtió Katze sobre ser muy curioso?’ Vaya
que me sorprendió que ustedes dos estuvieran en tan buenos términos.”
“Kirie y
tú,” comentó Katze. “Están en ligas completamente distintas, preparadas para
propósitos completamente diferentes. Aquello ya fue decidido hace cuatro años.”
“¿Qué mierda
significa eso?” Riki gruñía por lo bajo, pero su voz interna gritaba
salvajemente. Entornó los ojos como si esperara que Katze hablara. Su corazón
se aceleró ante la expectativa.
“Debes saber
que Tanagura tiene una cara pública y también su propio mundo privado, ¿verdad?”
preguntó Katze.
Sí, qué novedad. Pero antes de que Riki pudiera escupir
aquello, Katze continuó:
“Así que
debe haber alguien tirando de los hilos en el mundo privado, ¿no es cierto?”
Riki se
mordió el labio con fuerza. Katze le estaba dando pistas sobre asuntos de los
que no se debía hablar. No dudó de que ahora estaba cavando su propia tumba,
pero Riki no podía atreverse a echar a Katze. Incluso si lo lamentaba después,
necesitaba saber la verdad.
Pero—¿por qué ahora? Había pasado un año
desde que había regresado a los barrios bajos. Después de todo ese tiempo, ¿qué
inspiraría a Katze para develarle la verdad ahora? ¿Y por qué usaba a Kirie
como excusa? Eso solo le creaba más confusión. A donde fuera que esto estuviera
yendo, Riki sintió que no había forma de dejarlo irresuelto. Podía decir que
Katze tampoco lo dejaría estar y ya; Riki podía sentir que el hombre necesitaba
hacerle caer en cuenta de algo.
“Hace cuatro
años, Iason me contactó cuando iba camino a la subasta de Gauche y me preguntó
por un mestizo de apariencia extraña. Ojos y cabello negros, un chico rudo con
la personalidad para hacer juego. Supe que tenía que estarse refiriendo a Riki
de Bison. Yo era el intermediario en el mercado negro, y tú eras un mestizo de
los barrios bajos. Fuimos los hombres indicados en el momento indicado.”
Riki hizo
una pausa. “Así que fuiste tú quien
dispuso la trampa.”
“Iason fue
el que dijo que debía usarte y ver qué pasaba. Yo solo no me negué. Aunque no
importa lo que te diga a estas alturas, a ti te seguirá pareciendo un arreglo.”
“¿Por qué
aceptaste? ¿Le tenías miedo?”
“Pues claro
que tenía miedo,” dijo Katze con una apatía plana. “Cada vez que esos fríos
ojos se posaban en mí—todavía tiemblo de solo pensarlo.”
Y con eso,
Riki supo que Katze le decía la verdad. Él mismo había experimentado a menudo
esa clase de mirada. Por años había sufrido la humillación y el tormento de
aquellos ojos, sometido a ellos como un cordero.
En poco
tiempo, esa humillación se convirtió en miedo. Hubiera sido preferible recibir
un puñetazo en la cara. No había fin al dolor que Iason deliberaba en su agarre
de metal, y Riki no dudaba de que Iason era consciente del dolor que
ocasionaba. Cuando Riki recordaba esas cosas de esa forma, casi podía recrear
las sensaciones vividas otra vez. Medio inconscientemente sacudió la cabeza,
tomando una bocanada de aire.
“Pero había
una condición sobre emplearte en el mercado. A él le gustaba tu orgullo, más no
necesitaba a un mestizo tonto. Yo tampoco. Así que se te asignó una tarea, en
un tiempo asignado, y a eso se remontó todo al final.”
“Nuestro
primer encuentro.”
“Exacto.”
Riki quería
creer que todo había comenzado con la tarjeta que Zack le había dado—pero eso
solo había sido un dominó cayendo bajo el peso de todos los demás. Iason había
estado arreglando el juego desde la noche en que se conocieron. De la misma
forma en que Riki no había podido deshacerse de la humillación, Iason, de buena
gana, no había sido capaz de hacerse a un lado y ya. La dolorosa realidad de la
situación hizo que a Riki le doliera el cuerpo entero.
“Por tu
propio bien, tenía la esperanza de que solo fueras otro mestizo cabeza dura.
Pero tenías las cualidades superiores que se requerían para salir del tugurio
que son los barrios bajos.”
Riki frunció
el ceño sin querer. Desear que fuera estúpido no era el tipo de cumplido que
quería recibir de Katze. Pero Riki no se
sentía tan brillante después de haber mordido la carnada. Las palabras de Katze
tenían un doble filo para él, y la expresión “cualidades superiores” se le
antojaba malévola.
“O quizás
deba decir que tenías los materiales en bruto de una clase superior, Riki.
Tienes orgullo y ambición y estabas dispuesto a darlo todo por hacer posibles
las cosas. Iason estaba satisfecho con los resultados. Sabía reconocer algo
bueno cuando lo veía.”
Los
instintos de Iason debieron haber estado equivocados, entonces; debió haber
continuado buscando en el mercado negro. Hubiese sido una mejor idea que tratar
de convertir a un mestizo en una mascota.
Katze le
envió una mirada significativa a Riki, al no querer ser el único que estuviera
proveyendo información. “Todo esto nos conlleva a una pregunta que quiero me
respondas, Riki: ¿Qué hay entre tú y Iason?”
Riki no
podía encontrar las palabras, incluso si el afilado brillo de los ojos de Katze
cortaba el usualmente cálido tono de su voz. Cuando Riki se rehusó a contestar,
Katze se encogió de hombros y continuó:
“La primera
orden que me dio Iason fue que me mantuviera alerta por si una moneda Aurora
emergía de los barrios bajos. Me pregunté por qué él esperaba que yo viera una,
desde que las monedas Aurora solo las utilizaban las mascotas en Eos. Si Iason
no hubiera sido el que me lo pidiera, no habría hecho caso.”
Riki
recordaba la moneda Aurora. El símbolo de su desgracia y su orgullo arruinado.
Cuando la recogió, no se había dado cuenta de qué tan pronto se enteraría de
que era solo un chiquillo perdido en medio del océano.
“Pero
aguardé vigilante, y la moneda jamás apareció.”
Por supuesto.
Riki no se había atrevido a canjearla o a indagar de dónde provenía. Como
tampoco había sido capaz de tirarla, la llevaba consigo como una especie de talismán—una
advertencia para sí mismo. No tuvo idea de qué era hasta que Alec la vio y le
dijo que se trataba de “dinero de mascota”. Ese descubrimiento le había
despertado un instinto asesino.
“Tal vez
Iason cometió un error de cálculo cuando la moneda nunca apareció. Pero al
final, no importaba si lo hacía o no. Aun así te quería a ti.”
Sin saber la
razón del por qué y sin tener conocimiento de la gran estrategia, Katze simplemente
había hecho lo que le habían mandado hacer. Riki sabía que así era y siempre
sería la relación entre Iason y Katze.
¿Pero por
qué estaba el último diciéndole todo esto ahora? ¿Se estaría desquitando? La
pregunta se le quedó atascada a Riki en la garganta. Era la espina en su pie
que no podía quitarse por sí solo. Esta era
su última gran oportunidad.
“¿Qué tiene
que ver esto con Kirie?” inquirió Riki finalmente. “Lo que sea que estés
buscando no cambiará nada. La curiosidad mató al gato, ¿recuerdas?” La vacía
arrogancia de un despistado chico callejero y la urgencia de satisfacer su
curiosidad le había costado caro. Había pagado esa deuda siendo la mascota de
Iason por tres años.
Riki no
tenía ganas de regresar a esa parte particular de su pasado. Había terminado
con ella de una vez por todas. “Mi orgullo me costó caro y lo pagué con creces.
No hay forma en que vuelva a involucrarme con eso de nuevo por algún extraño.
Especialmente si es por Kirie.” Con esas palabras, Riki dejó en claro lo que
Kirie significaba para él. “¿No entiendes cómo me sentía?” Continuó, su voz
estaba subiendo de volumen. Se lanzó en un largo y enojado suspiro, sin darle a
Katze la oportunidad de acotar nada. “Te lastimas el brazo y aún no sabes lo
que es el dolor realmente, así que te lo quiebras para estar seguro. Así fue
para mí en ese entonces. ¿Estás tratando de decirme que así fue para ti?”
Riki no
podía pretender que aquellos tres años no habían sucedido. Pero incluso si no
podía olvidarlos por completo, podía al menos seguir adelante. No le importaba
si la gente pensaba que era un cobarde siempre y cuando el pasado estuviera confinado
en las cadenas de esos tres años llenos de vergüenza. No quería que su vida
terminase. Incluso si la idea de suicidarse ocupaba su mente, aún sentía algún
apego persistente a su propia vida. No podía renunciar a ella y rendirse. Eso era lo que estar vivo
significaba.
“Qué
pregunta tan rara. ¿Qué has oído hablar sobre mí?” preguntó Katze.
“Nada. Es
solo que cualquiera diría que te ganaste la lotería de la vida con solo
mirarte.”
Katze inesperadamente
hizo una mueca. Riki, de repente, supo que se había adentrado en campo minado.
“¿Crees que
me gané la lotería de la vida?” repitió Katze en una voz burlona, ronca y
decaída. “Tal vez tengas razón, pero no se siente así.” Inhaló profundo.
“Especialmente porque yo solía ser el furniture de un Blondie.”
“¿Eras qué?”
A Riki le
tomó un buen rato darle sentido a lo que acababa de escuchar. E incluso cuando hubo razonado tal cosa, el impacto
desalentador del shock le siguió constriñendo el cerebro.
Katze era un
mestizo de los barrios bajos al igual que Riki… ¿pero había sido alguna vez el furniture de un Blondie? ¿Qué demonios? ¿Cómo era eso posible? ¿Cómo
afectaba eso la relación que Iason y Katze tenían? Riki no podía ni imaginarlo. Ni siquiera
sabía qué cara poner.
Furniture.
En cada
habitación de la torre palacio en Eos que albergaba a las élites de Tanagura,
vivían los jóvenes llamados furniture. “Vivir” no era ni siquiera la palabra
adecuada. Con el cabello corto y uniformes que enfatizaban las líneas magras de
sus cuerpos, eran meros artículos de lujo adornados como electrodomésticos
orgánicos.
Por
supuesto, no estaban ahí por placer propio. Eran elegidos por el físico que iba
bien con la decoración instalada, y la inteligencia suficiente para interactuar
con el más novedoso equipamiento electrónico. Las vidas privadas de la élite de
Eos eran puestas aparte con el fin de asegurar la ejecución de sus deberes con
eficiencia. Alineados a esa mentalidad, los furniture atendían a las mascotas. Para estar seguros
de que no hubiera problemas con el contacto entre furniture y mascotas,
naturalmente, a los furniture se los castraba.
Cuando Riki
se enteró de qué tan lejos llegaría la élite—creando androides y castrando
humanos para usarlos como accesorios vivientes—solo para vivir cómoda y
fácilmente, se había sentido enfermo. Pero en ese entonces no había tenido
mucha simpatía que ofrecer.
Riki solo
conocía a Katze como la mano sagaz que manejaba el mercado negro. Por el tiempo
en que se conocieron, Katze ya se había convertido en el insensible meritócrata
que había despojado su cuerpo de las últimas gotas de emoción humana. Riki se
había preguntado en más de una ocasión si Katze no era humano en realidad, sino
un androide. Aparentemente, no había estado tan equivocado.
Pero aún no
podía imaginarse a Katze como un furniture. Aunque eso no era todo. Como para
confundir todavía más a Riki, Katze tiró otra bomba.
“¿Sabías que
todos los furniture en Eos son
mestizos de los barrios bajos, Riki?”
Con ese
pequeño pedazo de información, Riki palideció.
Mucho gusto. Mi nombre es Daryl.
La mente de
Riki de repente retrocedió en el tiempo hasta el delicado rostro del chico de
edad desconocida. El furniture instalado en la casa de Iason.
Mi trabajo es cuidar de ti, Amo Riki. Si hay algo que
necesites, lo que sea, por favor dímelo.
Pero
entonces no se había dado cuenta. Lo que Daryl decía y hacía había sido
demasiado irritante. No le había importado que el trabajo de un furniture fuera
introducirse en cada aspecto de su vida.
En los
barrios bajos, cuando Riki estaba con Guy, podía hacer lo que quisiera cuando
quisiera. La presencia de Guy era como un ungüento sanador en su alma. Nunca la
encontró molesta.
Daryl era
diferente. Saber que siempre estaba tras él, hacía enojar a Riki constantemente.
No importaba qué tanto gritara y abusara verbalmente al chico, Daryl seguía
estando allí.
“Hago mis
cosas a mi manera.”
“No me sofoques,
hombre.”
“¡Déjame en
paz, maldita sea!”
Pero no
importaba lo mucho que le permitiera a Daryl hacer su trabajo, no importaba lo
mucho que despotricara, era la misma rutina una y otra vez.
“No puedes
hacer eso. En Eos, solo la palabra de tu amo es absoluta. Mi trabajo es cuidar
de ti y atender tu salud—es algo que tu amo ha determinado.”
Daryl
incluso había irrumpido en el baño y había tratado de limpiar cada rincón del
cuerpo de Riki hasta que rechinara. Ese Daryl
era una puta molestia. Ni destruir la habitación había hecho que Daryl se
detuviera. Y no importaba lo que este hiciera, Riki solo se enojaba más. A
veces, por una u otra razón, Daryl diría exactamente la cosa equivocada o
miraría a Riki exactamente de la forma equivocada, disgustándolo.
“¿Desde
cuándo son los mestizos una especie en peligro de extinción? Deja de acosarme.
¡Eres un verdadero fastidio!”
Todo lo que
Daryl hacía lo ponía histérico e iracundo.
Pero ese
Daryl—todos los furniture de Eos… ¿todos
eran mestizos de los barrios bajos?
Katze tenía
que estar mintiendo. Era una broma, otra estafa. Acometido por una segunda
revelación tan desconcertante, Riki solo podía mirar a Katze sin decir nada.
“Guardián
está bajo el mandato de Tanagura,” explicó Katze despacio, para aclarar
cualquier duda que Riki tuviera. “Un chico con una cara lo suficientemente
bonita y una cabeza lo suficientemente inteligente, inocente de las maneras del
mundo, es destinado a servir como una cosa viviente y a medida, un furniture en
Eos.”
Que algo tan
indignante pudiera siquiera existir… hacía a Riki querer gritar. Pero su seca y
temblorosa garganta, su pulso acelerado, su cerebro cerrándose como un cajón
con las bisagras de la tapa oxidadas—el dolor lo hacía sonar imposible. Lo que
Katze le estaba diciendo era más que imposible, más que increíble.
No. Tal vez…
solo era que no quería creerlo.
“¿Por qué
crees que solo Ceres sigue practicando los partos naturales? ¿Siquiera te
tomaste el tiempo de indagar sobre eso?”
Riki negó
con la cabeza. Nunca. Simplemente no le había importado. Guardián no había sido
alguna especie de paraíso para él.
“¿En serio
crees que debe ser un derecho humano el hacerlo de la forma en que Dios mandó?”
Riki no le
había dado mucha mente a eso, tampoco,
aunque no podía decir que lo creyera en realidad. Pero no podía negarlo tampoco. La creencia estaba
demasiado arraigada a él. Así lo había vuelto Ceres.
“De no haber
intervención genética, hombres y mujeres nacerían en proporciones iguales. La
única razón por la que nacen tan pocas mujeres es que ya hay alguien ajustando
los factores bilógicos. Ha estado ocurriendo por generaciones.”
Riki tragó
con dificultad. Miró a Katze.
“Tanagura
practica el control de población. Hacer desechables a los mestizos de los barrios
bajos, hace que los ciudadanos de Midas se consideren mejores que el resto de
nosotros. Somos un ejemplo práctico sobre lo que le ocurre a la basura que no
se arrodilla y reverencia como debe. Si todo el mundo viviera una vida maravillosa,
las cosas se desequilibrarían. No pueden vivir con nosotros, pero no pueden
matarnos o las escalas apuntarían demasiado alto en una sola dirección. Si las
mujeres tuvieran demasiados hijos sería un problema, así que arreglan el juego.
Ahora, no importa en qué sentido ruede la pelota, esta siempre terminará en la alcantarilla.”
En los barrios bajos, no importa en qué sentido ruede la
pelota, esta siempre terminará en la alcantarilla. Las frías
implicaciones en aquellas palabras fueron suficientes para hacer que Riki
perdiera el equilibrio.
Una torcida
expresión levantó uno de los lados del rostro de Katze. “Cuando me di cuenta de
que fui elegido para ser furniture en Eos,” escupió, “estaba tan emocionado. Si
poseía la inteligencia y la belleza para ello, tenía que ser distinto del
resto. Estaba dejando Guardián por algo mejor. Pero al final, la basura sigue
siendo basura—y yo era solamente otro niño desorientado.”
Las duras
palabras de Katze eran como espeso pegamento. Riki sabía perfectamente bien de
lo que estaba hablando.
“En mi
primera noche en Tanagura, fuimos llevados al centro médico y finalmente
supimos lo que ser furniture implicaba
en realidad. Fue una gran conmoción. Me quedé en blanco por completo.”
En la mente
de Riki, las facciones refinadas y perfectas de Katze de pronto combinaron con
las de Daryl. Riki no tenía idea de cuál era la verdadera edad de Daryl, y
nunca había puesto esfuerzo alguno en averiguarlo. Daryl seguía cada comando de
Iason, y eso lo convertía en el enemigo de Riki. Riki no podía simpatizar con
uno de sus verdugos, y no quería simpatía de vuelta. Eso habría resultado en la
revelación de sus debilidades.
Así que Riki
había levantado una barrera de terquedad, se había cubierto los oídos y rehusado
a aceptar cualquier tipo de ayuda. Debía permanecer de pie por su propia cuenta.
No ponía en peligro el orgullo que lo hacía ser quien era. No era una
exageración afirmar que la identidad de Riki como un mestizo de los barrios
bajos era una parte integral para la defensa de su propio ser.
“Ya veremos ese
orgullo tuyo,” Iason susurraría burlonamente en su oído. “Se irá a la basura,
donde pertenece.”
La voz de
Katze lo sacó de sus cavilaciones internas.
“De
cualquier modo,” continuó, “Pensé que era mejor que terminar mi miserable vida
en los barrios bajos. Fuimos escogidos y no podíamos, exactamente, rehusarnos. De
haber tenido opción, no creo que ninguno de nosotros se hubiera negado.”
Si le pongo una vibra positiva a las cosas, quizás pueda
vivir la buena vida en Eos, no pudo evitar pensar Riki. Avergonzado se relamió sus
agrietados labios. Pero la realidad de vivir la “buena vida” en Eos era mucho
más contundente y cruda. No podía regresar a lo mismo.
“No consigues
descansar sin renunciar a algo. Así que me hice cargo de las mascotas. Los
Furnitures son desechables—haces lo que te ordenan con el fin de sobrevivir. Te
tragas tus sentimientos y te aguantas, incluso si tienes que castigar a alguien
que proviene del mismo lugar que tú. Era eso lo que se requería para ser digno
de un Blondie. No eras más un ser humano, pero siempre que no trataras de ser
más de lo que estabas destinado a ser, podías contentarte.”
Riki apretó
los puños. Katze estaba colocando el significado de lo que era ser el furniture
de un Blondie bajo una luz completamente diferente.
En Eos, la única ley es la que tu amo imponga.
Daryl
practicaba sexo oral a Riki porque Iason lo ordenaba. “¡Ya basta!” gritaba Riki
mientras pataleaba en vano. Hasta que Iason diera la orden contraria, Daryl
continuaría estoicamente su labor—separando sus rodillas, enterrando su cara
entre sus muslos, poniendo a Riki duro cada vez que se rehusara a masturbarse.
“Aún no lo
sabes, Amo Riki. Cuán aterrador puede ser él.”
Riki sabía
muy bien cuán despiadado, orgulloso y frío podía resultar el poderoso Iason.
Pero para Riki, eso no era lo peor. Reservaba su verdadero odio para Daryl, el
furniture que tan tercamente lo seguía bajo el simple mandato de Iason, sin
mostrar resistencia a su palabra. Era la existencia de Daryl lo que no podía
aceptar.
Amo Riki.
La forma en
que Daryl se dirigía a él rallaba su orgullo. Sentía que el honorifico sacudía
sus raíces mestizas.
Aunque una
mascota y un furniture permanecían cautivos en la misma habitación, sus valores
eran completamente diferentes. Riki los consideraba dos especies separadas.
Riki había
asumido incorrectamente que los furniture eran criados y entrenados en
instituciones especiales de mascotas, desde que la forma en que Daryl le bajaba
era mejor que la forma en que Guy lo hacía. Riki nunca había sido felado por
nadie más que Guy, y la primicia de la técnica de Daryl despertaba sensaciones
únicas. Pero a pesar del placer físico, Riki odiaba el sexo oral proviniendo de
aquel eunuco. Incluso exponerse mansamente ante Iason para mostrar sumisión, o
apretar los dientes y masturbarse para él, era preferible que las humillantes
ministraciones orales de Daryl.
Pero incluso
cuando Riki había aprendido a abrir las piernas en frente de Iason, el Blondie
no le había ordenado detenerse a Daryl. Exponerse no era suficiente. Era
entrenamiento sexual en el nombre de “disciplina”. Desnudo del todo, metido en
el regazo de Iason, con los brazos del hombre enroscados alrededor del torso de
Riki, separándole las rodillas, atado de pies y manos. Iason le hacía señas a
Daryl y Daryl felaba a Riki hasta que le palpitara el trasero y los testículos
le temblaran.
Daryl
atormentaba la humedecida punta del pene de Riki con las yemas de los dedos y la
bañaba con la punta de su cónica lengua. Eso por sí solo llevaba a Riki al clímax,
arrancándole estremecedores gruñidos de su boca. Daryl chupaba a Riki hasta
secarlo, tragando cada gota que saliera de él.
“¡No—me—queda—nada—más!” chillaba
Riki con voz temblorosa. Y Daryl continuaba acariciándolo y lamiéndolo.
“Tu cuerpo
es, por mucho, más honesto que tu boca”, se reía Iason con frialdad.
Pero el
dolor y la vergüenza no terminaban con ello. Antes de penetrar a Riki con los
dedos, Iason hacía que Daryl preparara a Riki con la lengua, mientras miraba
entretenido. Daryl se concentraba en cada pliegue de carne, echando mano de las
inexhaustibles reservas de placer y disgusto hasta que las partes nobles de
Riki se levantaran excitadas.
Dicha rutina
se prolongó por seis meses. Y entonces Iason empezó a follárselo, y Daryl ya no
fue requerido dentro de la habitación. Aun cuando estar entre los brazos de
Iason y ser penetrado por él sin misericordia le causaba una especie de dolor
que temía pudiera hacer trizas su cuerpo, era mejor que exponerse a Daryl y
tener su boca cubriéndolo por completo.
Daryl
todavía limpiaba a Riki después de acabar. Cuando Riki había sido tomado por
Iason y reducido a una masa parapléjica—necesitada de ungüentos en su sangrante
retaguardia, inflamada por haber sido llenada más allá de su capacidad—Daryl cauterizaba
al Riki postrado en cama, y soportaba cualquier abuso de su parte.
Riki no
tenía idea de cómo se sentía Daryl con respecto a todo, y no quería saberlo. El
Daryl normal era obviamente tímido, aunque no sexualmente. Era extraño que
cuando Riki estuviera tan expuesto a cualquier cosa que jamás hubiera
experimentado, felado repetidamente hasta que su cuerpo se sacudiera, nunca
hubiera visto en Daryl nada cercano al deseo sexual.
Aun así,
Riki no consideraba a Daryl un artefacto desechable. Si los furniture eran un
bien de consumo que podía desecharse, entonces las mascotas criadas y educadas
como juguetes ninfómanos de las élites podían difícilmente ser descritos como
algo diferente. Despreciar a Daryl no era distinto de despreciarse a sí mismo.
Después de
que Iason lo llevara a la cama, no importaba que tan abusivo se tornara Riki,
Daryl nunca perdía el control. Después de muchos largos meses, Riki empezó a
darse cuenta de que esa era la forma que tenía el chico de mostrar su orgullo.
Se requería una incansable fuerza para aceptar con honestidad a una persona por
lo que era—no importaba cuán violenta y agresiva. La idea llegó a Riki
despacio, pero lo hizo. Y aunque nunca desarrolló simpatía por Daryl como una
pieza de furniture, era mejor que como se sentía con respecto a las otras
mascotas de Eos.
Al final, Riki
lidiaba con el aburrimiento mirando a Daryl correr por ahí de manera animada
haciéndose cargo de las cosas. Esto, sin embargo, ponía a Daryl en estado de
alerta con frecuencia—Riki comportándose era como la calma antes de la
tormenta.
“Así como
todo lo que digas y hagas se refleja en el honor del amo,” diría Daryl, “tu
salud se refleja en mis deberes y responsabilidades. Vivo para asegurarme de
que te sientas como en casa aquí.” Una
mascota mal cuidada es la vergüenza de su dueño y la responsabilidad del
furniture. Era sabido por todos en Eos.
“Claro,”
escupiría Riki, su voz levantándose por la ira. “Alimentas a las mascotas,
cambias a las mascotas, limpias después de que el amo ha terminado de follarse
a las mascotas. ¡No podría pretender que soy un hombre libre!”
Pero al
final, no importaba en qué problema se metiera Riki con las otras mascotas,
Iason solo decía una cosa de pasada: “El salón es el único lugar en donde las
mascotas pueden hacer lo que les plazca. La mayoría de las veces, lo que ocurre
ahí pasa desapercibido y sin consecuencias. Pero entiende una cosa, Riki: Si
hay un incendio, seas tú o no quien encienda la mecha, cuando se dé a conocer
el incidente, serás tú al que le echen la culpa. No les des esa oportunidad.”
Pero
entonces el asunto con Mimea se había divulgado. Para Riki y Iason, el
escándalo que sacudió Eos y amenazó con destronar a Iason fue el punto que
cambió las circunstancias. El cuerpo de Riki fue sometido a aprender el
verdadero significado de las palabras “una lección que nunca olvidarás,” y
luego de ese día, la actitud de Iason se endureció. Cuando Riki desobedecía en
casa, Iason lo abusaría hasta que no pudiera soportarlo más. Y cuando Riki se
acurrucaba obedientemente a los pies de Iason, Iason se burlaría de él y le
preguntaría qué clase de taimado plan estaba tramando. En momentos como esos,
Riki gruñía hasta quedarse ronco.
El cuerpo
que Iason había castigado tan cruelmente no podía ni siquiera recordar las
atenciones de Daryl después. Y, ¿Qué había
sido de Daryl? Riki no lo sabía. Los dos habían tomado caminos separados
muy de repente.
Un día, las
puertas del vestíbulo principal se habían abierto de pronto en frente de sus
ojos. Por un momento, el mundo delante de él constituyó una ráfaga de luz
blanca. Riki estiró la mano hacia la puerta como si estuviera soñando. Medio en
shock, Riki dio un paso adelante… y salió de Eos.
“¡Detente ahora mismo!” gritaron los
guardias de seguridad.
Riki corrió
tan rápido como pudo sin pensarlo. Pero su escape pronto se vio interrumpido;
fue arrestado y detenido. Por escaparse de Eos, Riki estaba seguro de que iban
a desecharlo.
Como era de
esperarse, Iason permaneció silencioso. Pero en vez de enviar a Riki a
reciclaje y al centro de disposición, lo devolvió a los barrios bajos. Fue un
shock más grande que las puertas de Eos abriéndose en sus narices. Su pet-ring
le fue retirado y nada más lo retenía. Un éxtasis salvaje sacudió su cuerpo.
Corrió tan rápido como pudo antes de que Iason cambiara de parecer.
Riki supuso
que Daryl solo estaría cuidando de otra de las mascotas de Iason por esos días.
Estuviera Riki allí o no, Eos no cambiaba en nada. O eso creyó.
Pero saber
que Daryl había provenido de los mismos barrios bajos que él cambiaba sus tres
años de permanencia en Eos. ¿Por qué demonios?
¿Qué demonios? No quería saber, pero
ahora sabía. De pronto odió a Katze por darle a conocer la cruda verdad así de
improvisto, especialmente ahora que ya no estaba con Daryl.
“Cuando fui
furniture,” explicó Katze, “No me servía de nada quejarme. Pero había algo allí
para mí. Por cinco años, pude despreciar a Midas. Y se sentía bien. Era como si
no hubiera nada en este mundo a lo que le tuviera miedo.”
El furniture
de un Blondie. Su amo era muy posiblemente el mismísimo Iason.
“—probablemente
sea esa la razón por la cual hice un trato con el diablo. No ver, ni oír, ni hablar. Esa es la ley de hierro de los
furniture. Devora la fruta prohibida de la curiosidad una vez y nunca lograrás
sacar el sabor de tu sistema de nuevo.”
El cráneo de
Riki se contrajo como un torno alrededor de su cerebro. Había un peso serio en
las acusaciones de Katze. Abrir sus ojos a la verdad era doloroso, pero no
podía apartarlos de esa realidad.
Para Riki,
aquellos tres años no habían sido nada aparte de bochornosa humillación.
Mientras Katze continuaba con sus revelaciones, Riki luchaba para entenderle.
Sus palabras eran como una infección enconada.
“Sabía que
Guardián era un juguete en las manos de Tanagura,” continuó Katze sin
anestesia. “Pero tenía curiosidad. Usando la terminal en mi cuarto, pasé medio
año buscando en las bases de datos. Es bueno que las altaneras mascotitas sean analfabetas;
no tuve que preocuparme de que llegaran a ver algo. Aunque la seguridad era
buena.”
Tenía
sentido. Nacidos, criados y muertos en sus jaulas, las mascotas pasaban toda su
vida sin tener conocimiento del mundo exterior. El salón donde se reunían las
mascotas era, desde la perspectiva de Riki, un patio de recreo para niñitos
emperifollados. Todo en el ambiente era simplificado, y la seguridad vigilaba
cada uno de los movimientos que hacían. Sin un pet-ring a modo de
identificación personal, una mascota no podía ni dejar su habitación.
“Pero todo
sistema tiene sus fallos. Manipúlalo de la forma adecuada y el sistema puede
verse comprometido, incluso sin tener las contraseñas requeridas.”
“Lo sé,” se
mofó Riki. No era un mestizo tan tonto. “Alec decía que una computadora es peor
que una mujer—si intentas un asalto frontal, recibirás una bofetada. Si eres un
caballero y eres sutil, conseguirás lo que quieres muy pronto.”
Katze se
paralizó por un momento. Su repentino silencio se debió, asumió Riki, a la
mención de Alec. No había mencionado a su antiguo compañero a propósito pero la
reacción de Katze había sido interesante.
Riki decidió
no preguntar si Alec continuaba siendo uno de los mensajeros de Katze. Katze no
añadió nada más sobre el tema tampoco, y en cambio retomó el hilo de su
historia:
“Como el
acceso a las bases de datos tenía límite de tiempo, no podía extraer todo lo
que necesitaba de una sola vez. Pero la emoción de cortar la conexión burlando
la seguridad, despertaba esas piezas que me hacían falta. Las respuestas no se
hacían evidentes de inmediato, pero no podía resistirme a esa estremecedora sensación.
Sabes de lo que hablo, Riki.”
Riki sí sabía de qué estaba hablando. Esa
emoción. Esa excitación. Hacía tiempo había merodeado las noches de Midas en
busca de aquellos mismos momentos de éxtasis.
“Un mestizo
de los barrios bajos que trabajaba como furniture había hurtado los secretos de
Tanagura—y sin que nadie se diera cuenta. No pude quedarme la gloria para mí
solo así que se lo conté a los otros. Pero puedes ver lo que eso me ganó,” dijo
Katze señalándose la larga cicatriz que le surcaba la cara, con un dedo. “Iason
simplemente me dijo que me lo merecía con esa delgada sonrisita suya.” Como si
recordara esa sonrisa y esa cruel y burlona voz, Katze se estremeció un poco
mientras los ojos se le oscurecían.
“Lo supo
desde el principio—solo estaba esperando el día en que cometiera un error. Todo
hacía parte de la diversión. Es la forma en que se hacen las cosas aquí, Riki.
Tuve suerte de salir con una cara cortada y ya. Pude haber pasado el resto de
mi vida como carne fresca en los mercados.”
No había
ningún dejo indignado en su voz, ni pasiones reprimidas. Hablaba de su propio
pasado fríamente como si se tratara del de un extraño. ¿Cuánta amargura se
había tragado? Las preguntas se agolparon en la mente de Riki. Al final solo
bajó la mirada, incómodo.
Pero los
pensamientos aún lo irritaban. ¿Qué tramaba Katze? ¿Por qué era honesto sobre
el pasado ahora? Muy lejos en otro
mundo, alguien una vez le había dicho: una
dicha conjunta se duplica. Una miseria conjunta se divide. Parecía
demasiado imposible, pero, ¿era esa
la motivación de Katze?
De ningún
modo.
No quería preguntar. No quería saber. No ver, ni oír, ni hablar. Pero a pesar
de lo que deseaba, Riki supo que tenía que empezar a enfrentarse a la verdad. Le
daba la impresión de que si no lo hacía, nunca podría librarse de la maldición
con la que Katze lo había cargado.
“Sigo sin entender qué tiene que ver esto con Kirie,”
escupió Riki despacio, “Pero la verdad es que me importa una mierda. No voy a
involucrarme con él, incluso si estas tratando
de decir que está metido en un lío. Además, eres tan unido a Iason, debes
tener más influencias que yo. Salva a Kirie tú mismo.”
No había dudas de que había sido Kirie quien bombardeara
los cuarteles de los Jeeks. Por eso, aunque Riki no quisiera tener nada que ver
con el chico, seguía habiendo un montón de cosas de las cuales hacerse cargo por su culpa. Lo último que quería era
otra faena para rematar.
“Tres años, Katze. De ser furniture otra vez, podrías
entenderlo—” Riki se interrumpió cuando Katze simplemente lo miró. Riki hizo
una pausa y entonces endureció la mirada, manteniéndosela al otro.
“Si no quieres que Kirie cometa el mismo error que yo
cometí, Katze, deberás convencerlo tú. No
quiero tener nada que ver con Iason. Tengo mi libertad y estoy dejando atrás el
pasado.”
Katze exhaló un profundo suspiro. Sacó otro cigarrillo. El
vago humo purpureo que salía del cigarrillo ondeaba desamparado en el aire
antes de disolverse hasta desaparecer, al igual que el colectivo silencio que
no tenía a donde ir.
En algún punto había comenzado a llover, regando la fría
noche. Riki se lanzó a la estrecha cama y contempló la claraboya manchada del
techo. No importaba donde pusiera los ojos, no era la presente realidad lo que observaba.
Muy dentro de su cabeza, las palabras de Katze todavía
hacían eco. Y no las que tenían que ver con Kirie.
“Recuerda, Riki,” le había dicho Katze frente a la puerta
de su casa. “Solo porque Iason te quitó el pet-ring no significa que haya
terminado contigo. Nunca sería tan caritativo.”
Había hablado sin levantar mucho la voz, casi como
hablando para sus adentros. Sus ojos reflejaban una especie de importancia que
le ponía a Riki los pelos de punta.
¿Qué
demonios estaba intentando decirme en realidad?
De nuevo, Riki se encontró desesperado por no querer
saber la respuesta. No quería que lo involucraran en la pelea de alguien más. Y
sin embargo, a pesar de su disgusto, el significado profundo de las palabras de
Katze había podido abrirse paso hasta su cerebro.
No durmió bien aquella noche.
Hola Vicio,
ResponderEliminarQué bien que has vuelto, cuando he entrado me he llevado una sorpresa enorme, ¡has actualizado un montón de golpe!
Mientras leo los capítulos no puedo dejar de pensar el trabajo que estás haciendo, cuando pienso en lo que tardo en intentar enterarme de lo que dicen en un pequeño párrafo en inglés me dan escalofríos, jajaja.
Es impresionante, me encanta la traducción, me parece que está muy bien hecha, muchas gracias por tu trabajo, gracias a gente como tú los "inútiles" como yo en inglés (sin ofender a nadie) podemos disfrutar de estas maravillosas historias.
Mucho ánimo, aquí seguiré esperando tus traducciones.
Un abrazo. Yukikun
¡Qué leeeeendo lo que me has escrito! :3 Actualicé mucho porque algunos capítulos ya estaban y porque me daba pena después de haberme desaparecido tanto tiempo. En realidad traducir no es tan difícil, lo difícil es encontrar equivalencia de las expresiones inglesas en español. Resulta que Rieko (o el traductor de japonés a inglés) utiliza muchos dichos viejos en inglés. Como esta historia es de los 80 creo, pues te imaginarás. Dicen cosas que ya no se escuchan en ninguna parte y pues también a veces lo que tiene sentido en un idioma suena ridículo en el otro. Por ejemplo, Iason habla tan elegante y tan Grrr en inglés (no te imaginas la delicia que es en japonés), y eso es algo que me cuesta mantener en español. Igual que la jerga de los mestizos, muy graciosa. ¿Has intentado leer en inglés los capítulos? Jajaja al principio yo tampoco los entendía por lo que te dije. Fue peor que leer Romeo y Julieta en inglés... vaya inglés tan anticuado. Valeeee yo estoy muy emocionada porque los otros volúmenes son todavía más maravillosos. Cuídate y gracias por el apoyo.
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