domingo, 3 de agosto de 2014

AnK - Volumen 2, Capítulo 6

Para ese día estaba programada una subasta en la cúpula subterránea Número Tres de Sasan (Área 8).
Normalmente las subastas eran llevadas a cabo en el centro de convenciones de Parque Mistral (Área 3), pero aquella era una subasta secreta para todos los artículos que no podían ser exhibidos en público. Como el evento en su totalidad iba a ser patrocinado por el mercado negro, el lugar de la subasta había sido rodeado desde antes por un grueso cordón de seguridad las veinticuatro horas del día, con entrada restringida a personal autorizado únicamente.
Terminal Número Cinco, piso subterráneo veinte. Las bodegas estaban silenciosas y en calma. Habiendo transportado el envío desde el sistema Delvia hasta el puerto de carga designado H-086, Riki volvió el rostro hacia el cielo y suspiró profundamente.
La operación había estado saliendo según lo planeado hasta que recogieron el envío en Delvia. Una tormenta eléctrica había iniciado de la nada, provocando un apagón de tres días en el puerto espacial, entorpeciendo la operación entera.
Alec y él habían contemplado las estelas plasmáticas retorciéndose a lo largo del enfurecido cielo. “Me estás jodiendo, ¿no es cierto?”
“¡Maldita sea!”
“¿Está ocurriendo de verdad?”
“Si se trata de una broma, pues no me estoy riendo.”
Habían murmurado aquellos comentarios sin sentido medio inconscientemente. Cuando una pérdida de tiempo imprevista se debía a una de las comunes calamidades naturales allá en la frontera y no a un error humano, no había nadie con quien desquitarse. Todo lo que podían hacer era esperar a que el tiempo mejorara.
Consecuentemente, el envío llegó el día de la subasta a último minuto, apenas coincidiendo con la fecha límite de esta. No era uno de los trabajos más bonitos. Y de no haber estado las bases para la subasta en Sasan, en el bien cumplimentado aeropuerto turístico, para nadie era un secreto cómo podrían haber resultado las cosas.
Riki no quería ni imaginarse el no llegar allí a tiempo.
El estrés tenía mucho que ver con un gran evento como lo era la subasta clandestina. Era la primera vez que Riki sentía tal presión. Habiéndose encontrado en problemas similares y habiendo ejecutado tareas como esas tantísimas veces, Alec lo había tranquilizado con alegría: “En momentos así no tiene sentido tratar de apresurar las cosas con la Madre Naturaleza.”
Riki no hacía nada aparte de mirar por la ventana con creciente irritación, desperdiciando el tiempo—que era precisamente el tipo de experiencia que prefería no volver a repetir.
Por entonces, le dejaba los últimos detalles de la revisión de los documentos a Alec. Katze estaba en la cabina donde se llevaría a cabo la subasta, preparando los detalles de último minuto. Así que Riki se reportó usando su videoteléfono.
Katze podía darse cuenta de lo cansado que estaba Riki. “Buen trabajo,” fue lo primero que le dijo, comunicando su gratitud con su típico semblante sin expresión. “Tómate un descanso y diviértete. Solo recuerda que los pases que te di no te dan acceso al piso de la subasta.”
Habiendo dicho todo lo que a Riki debía incumbirle, Katze colgó, sin dejarle acotar ni una sola palabra. Pero Riki quería presenciar esa subasta secreta. Y habiéndose extinguido la posibilidad tan rápidamente, masculló por lo bajo con frustración.
¿Qué tenían de diferente de las subastas normales llevadas a cabo en Parque Mistral? Su curiosidad, sin embargo, era una expectativa muy alta para un mensajero subalterno.
Bueno, es una pena, decidió. No había necesidad de enojarse por ello. Estaba seguro de que vendrían muchas oportunidades después de esa. En todo caso era hora de descansar, y se sentía muy satisfecho de haber terminado ese trabajo por fin.
La expresión ensombrecida de Riki no se debía al clima inesperado que había jodido sus horarios, o al estrés acumulado y la tensión inducida por la fatiga del viaje. Más bien, lo que lo dejaba insatisfecho era el trabajo simplista de llevar y traer mercancía que le había sido encargada.
Cuando manifestó sus quejas, Alec le dijo, “Chico, eres diez años demasiado joven para empezar a quejarte por esa clase de cosas. Los lacayos se quejan de todo, todo el tiempo. Es la ley del universo.”
Le bajó los humos rápidamente, pero Riki todavía quería hacer la rotación de transporte fuera de la frontera. Los barcos atracaban en los puertos de escala a lo largo de las rutas fijas, embarcaban la carga, y la transportaban. Era un trabajo rutinario del que incluso los Megisto podían hacerse cargo.
Estar atrapado en el circuito de la frontera era suficiente para hacer que Riki se preguntara si se había equivocado en algún punto. Gracias a ese trabajo, Guy y él se habían estado distanciando más y más cada día.
Sin tener conocimiento de nada aparte del rancio y sofocante aire de los barrios bajos, la emoción y la motivación de pilotear naves de carga a través del espacio galáctico estaba más allá de lo que cualquiera pudiera haber imaginado. Visitar planetas de los que nunca había escuchado hablar, conocer una infinidad de personas diferentes, escuchar idiomas desconocidos, los puertos de escala rebosaban siempre con lo extraño y lo inesperado.
Pero esa vertiginosa sensación de aventura pasaba bastante rápido. “¿Qué? ¿No te queda encanto adolescente? ¿Eres alguna especie de rudo narcotraficante? ¿No sabes que los novatos deben emocionarse por todo, hasta el punto que no puedan concentrarse en su trabajo?”
Pero Riki se había acostumbrado a la rutina con asombrosa rapidez y quería más.
Su vida había dado un giro de 180 grados, y era como cuando había sido llevado a Guardián, excepto que su edad, su estado de ánimo, y la percepción de sus metas eran completamente diferentes. Quizás era por eso que cada objetivo que lograba lo dejaba ansiando el siguiente.
Aquello que lo limitaba y restringía se había ido. También el deseo de no malgastar su tiempo se había hecho mucho más fuerte.
“Eres demasiado codicioso y ávido, muchacho. Trata de abarcarlo todo de una sola vez y lo lamentarás. Tienes que ir despacio, tomando lo que llega de a pocos, eso es lo que importa.” Hablaba con ferviente intensidad. “Porque llegará el momento, no importa cuanto lo odies, en que vas a tener que correr tan rápido como puedas. Y cuando ocurra, no te hará ningún maldito bien en absoluto.”
Riki comprendía lo que Alec estaba tratando de decirle. Mantener su temperamento bajo control y acumular experiencia era lo primordial ahora. Pero quería trabajos de transportar que implicaran más que pasarse las horas moviendo cosas de un lugar a otro.
No era que estuviera buscando revivir los tensos e inquietantes días de Bison, pero esa época se le había metido a Riki bajo la piel y estaba todavía latente en alguna parte dentro él. Meditaba sobre ello seriamente cuando sintió que le daban una fuerte palmada en la espalda.
“Riki, gracias por esperar. Es algo tarde pero busquemos algo de comer.”
Como saliendo de un letargo, el estómago de Riki rugió en respuesta. Ahora que lo pensaba, habían estado tan presionados por el tiempo desde que habían llegado al aeropuerto, que no habían tenido cabeza ni para comprar algo de la máquina expendedora.
Debían hacer la entrega a tiempo sin importar qué. Con nada más en mente, tensado hasta el punto de ruptura, no se había percatado de que tenía el estómago vacío. Pero ahora que lo había hecho, se daba cuenta también de lo cansado que se sentía.
Alec estaba en las mismas. “Sí, esa carrera desde la puerta estuvo dura,” dijo el normalmente alegre Alec. Por esta vez la tensión comenzaba a notársele.
Cuando todo estaba dicho y hecho, la fatiga era más mental que física. Se subieron al ahora vacío montacargas. En silencio Alec condujo hacia los ascensores de carga que abastecían los locales.
Dios, voy a comer hasta saciarme y entonces dormiré por una semana. Pero habiendo llegado tan lejos, se le antojaba un verdadero fastidio el conducir hasta los barrios bajos y colapsar en la cama de Guy. Riki estiró brazos y piernas lánguidamente, se reclinó y dejó divagar su mente y su mirada.
Por el rabillo del ojo distinguió la silueta de un hombre.
Riki giró rápidamente para ver de quien se trataba, enfocando la vista. Pensaba que eran los últimos en salir y que no había nadie más por ahí. Pero no parecía ser el caso.
Tres hombres. Huh, pensó Riki. Así que él y Alec no eran los únicos mensajeros bregando por hacer sus entregas a tiempo.
O no.
Había una elegante plataforma pequeña en frente de la puerta H-010. No era el mismo tipo de servicio de montacargas qué Alec y él estaban utilizando. Por el vehículo, parecía razonable asumir que aquellos chicos estuvieran relacionados de alguna forma con los dueños del cargamento y no con los repartidores.
Y no hay duda que ese tipo alto de ahí es el líder.
Vestía un traje azul oscuro que incluso de lejos parecía mandado a hacer, probablemente el tipo de vestimenta apropiado para la subasta que estaba a punto de empezar. Incluso de espaldas, su pulcra, tallada y bien proporcionada figura era más que suficiente para impartir una particular sensación de autoridad.
La gente de poder, que sobresalía de entre los demás, podía ser reconocida en todas partes. No hacía falta remarcar que se trataba de un hombre extraño entre los hombres cuya espalda por sí sola hacía evidente este hecho. Para bien o para mal, era una cualidad diferente a ser el favorito de los medios de la época.
El “hombre elegido” existía realmente. Ser un mensajero había otorgado a Riki infinidad de oportunidades de observar distintos tipos de personas. Había aprendido que tales “elegidos” no eran una invención de los medios.
Tal como había esperado, los otros dos hombres se inclinaron con devoción ante él.
Hoh. Un tipo importante, definitivamente. Seguramente el dueño. Y que hubiera ido hasta allí vendría a significar que se trataba de una mercancía bastante costosa.
Habiendo finalizado el negocio por el que había venido, el hombre alto se dio la vuelta.
En ese instante—
El cuerpo exhausto y famélico de Riki se estremeció como si hubiera sido azotado por un látigo eléctrico.
Me tienes que estar jodiendo—
Sus ojos se abrieron de golpe por el asombro, enfocados como un láser en la cara del hombre que subía a la plataforma. Después de todos esos meses. La cara que no había podido olvidar aunque lo intentase estaba justo delante de él. Tenía el cabello corto y teñido de un ubicuo color marrón, pero no había forma de confundir el fríamente hermoso rostro que emergía desde debajo de la visera azul cobalto.
¿Por qué? ¿Por qué aquí?
Dejando a un lado los porqués, la inarticulada y  ardiente conmoción en el centro de su ser martilló la parte posterior de su garganta. ¡Ese hijo de puta! Conteniendo las palabras entre sus dientes apretados se estiró para agarrar el brazo de Alec.
“¿Qué?”
“¡Detente!”
“¿Eh?”
“Detén esta cosa. Tengo que hacer algo.”
“¿Tienes que hacer algo?” Alec frunció el ceño en lo que Riki saltaba del montacargas antes de que pudiera estacionarse.
“¡Oye, Riki!” Gritó Alec más fuerte de la que hubiera querido.
Pero Riki siguió corriendo, sin mostrar señales de querer volver o detenerse. No hubiera podido parar aunque lo hubiera deseado. Corrió con los ojos firmemente puestos delante de él para no perder de vista la pequeña plataforma que ahora se hallaba un poco más lejos. No había pensado en qué iba a hacer una vez la alcanzara. En cambio, todos sus pensamientos estaba enfocados en seguir adelante.
Y sin embargo seguía sin saber el nombre del hombre. Solo sabía que este lo había abusado a su gusto y al finalizar le había entregado “dinero de mascota” por el privilegio, una cruel bofetada directa a la cara. Riki no tenía otra opción más que seguirle.
Pero si se omitían esas razones, quizás también querría saber por qué un Blondie de Tanagura se tomaría la molestia de ocultar su identidad para atender una subasta del mercado negro. ¿Y a dónde diablos se dirigía?
La plataforma giró a la derecha y después a la izquierda en la esquina, siguiendo una trayectoria completamente diferente a la de los muelles de carga. Se detuvo en frente de una serie de puertas en una salida cuya existencia Riki desconocía.
El hombre descendió de la plataforma, tomó una tarjeta-llave del bolsillo de su camisa, y la deslizó por la ranura. Pasó por la puerta sin problemas y desapareció en el interior.
Riki masculló por la frustración. Se dirigió hacia la puerta sin saber si su tarjeta-llave funcionaría en aquel sistema de alta seguridad. No sería un juego de niños seguramente. ¿Y si la puerta tenía una alarma? ¿Y si lo sorprendían en el acto?  ¿Y si después de todo ese esfuerzo terminaba perdiendo su trabajo en consecuencia?
Pero simplemente no podía quedarse ahí sin hacer nada. Con todo el valor que pudo reunir, Riki insertó su tarjeta-llave en la ranura.
La puerta se abrió tan fácilmente que tuvo que reírse de su propia ansiedad. Aun así, no se abría con la rapidez suficiente, así que pasó agachándose por debajo de ella. A ese punto le preocupaba que el hombre se le hubiera escapado. Por fortuna, el pasillo del otro lado de la puerta era derecho en algunas partes.
Avistando la ahora familiar espalda del hombre, exhaló un espontaneo suspiro de alivio. El hombre continuó con agiles pasos llenos de gracia. Riki aceleró el paso para no perderlo de vista.
Como sus sentidos solo estaban fijos en la figura del hombre que se alejaba, Riki no advirtió que el color del suelo cambiaba gradualmente de color bajo sus pies, ni que las puertas se cerraban descendiendo sin hacer ruido, cerrando el camino tras él, ni que las paredes se abrían sigilosamente a ambos lados para crear pasillos completamente diferentes.
No pudo saber con exactitud por cuanto tiempo caminó. Con pasos pausados el hombre dobló por la esquina a la derecha y se desvaneció en el aire.
“¿Eh?” Estupefacto, la abrupta sensación de pérdida clavó a Riki brevemente en su lugar. ¿A dónde demonios fue? Sentía como si una banda elástica se hubiese reventado de repente y le hubiera pringado los dedos.
Por fortuna, no tuvo que dar vueltas buscando algo que no estaba allí. Justo ahí, al final, había una pesada puerta negra aparentemente hecha de metal.
Riki la miró sin parpadear.
El hombre no podía haberse ido a otro lugar, pero Riki fue incapaz de dar el siguiente paso. Aunque la extraña presencia de la puerta metálica no era lo que le impedía seguir adelante. Era como si algo o alguien—un amigo o un conocido—le estuviera agarrando del brazo y le gritara: ¡No entres ahí!
En los barrios bajos cuando lideraba Bison había tenido esa sensación muchísimas veces. Era una clase de premonición que no podía explicar. No era un dejo de intuición. No era un letrero indicándole la dirección correcta tampoco. Ni tampoco la sentía todo el tiempo. Llegaba imprevistamente de la nada.
En momentos así, la mano se estiraba para agarrarle el brazo. Otras veces era una simple sensación eléctrica en su nuca. No era la clase de cosa que pudiera poner en palabras. La clase de cosa que no comentaba ni siquiera con Guy. La clase de conocimiento que no estaba seguro de haber poseído desde el comienzo.
Pero aun así Riki sabía que había algo más en el mundo de lo que podía ver con sus ojos. Durante sus años en Guardián había un chico un año menor que él en su mismo bloque.  Era autista, su constitución enfermiza estaba cargada de dolencias físicas. Lucía mucho mayor de lo que realmente era.
Por lo que quizás parecía ser capaz de ver cosas que no podían ser vistas y escuchar cosas que los otros chicos no podían escuchar.
Las “madres” adultas decían que su enfermedad le provocaba las alucinaciones que veía y escuchaba. Pero aquellas explicaciones no eran suficientes, ciertamente no eran suficientes para lidiar con las extrañas experiencias que Riki había llegado a experimentar en carne y hueso.
Realidad e ilusión y caminos al paraíso. La brecha entre la alucinación y el deslumbramiento. La incertidumbre del día a día. Tiempo e intemporalidad.
Y el dolor imborrable.
En retrospectiva, era posible que Aire—su talismán y protectora, que no lo había abandonado ni por un instante—tuviera “visiones” también.
Así que quizás había algo en el agua o el aire de Guardián, el tan llamado Jardín en los barrios bajos. Ángeles guardianes o demonios infernales, Riki debía elegir. Se hizo consciente de estos sentimientos desde cierto incidente en el que se vio involucrado, pero hasta eso pudo haberse tratado de una ilusión.
Algo había sido encendido en su cabeza, y una puerta había sido abierta. Cuando trataba de poner en palabras todo esto, Guy se preocupaba y empezaba a ponerse paternal hasta el punto de asfixiarlo, así que Riki suponía que era mejor morderse la lengua. Después de dejar Guardián y llegar a los barrios bajos, e incluso después de convertirse en un mensajero, no había ido ni una sola vez en contra de lo que su intuición le indicaba.
Con todo, Riki miró la puerta, como si quisiera deshacerse de toda esa debilidad y pasividad por primera vez. Había llegado hasta allí y ahora no había tiempo para ponerse a dudar. Entre más se debatiera consigo mismo, más se alejaría el hombre de él.
¿Pero se abriría realmente la puerta, así como así? Lo vieja y familiar que resultaba la puerta despertó sus sospechas. Bien por encima del borde superior,  una serpiente de dos cabezas lo miraba con la cabeza erguida. Una serpiente dorada con ojos como grandes rubíes.
Para rematar, la puerta tenía un simple pomo sin ranura para tarjetas-llave. No podía evitar pensar que quizás la puerta utilizaba un sistema de reconocimiento visual de alta tecnología y que la serpiente dorada hacía parte de ese sistema. ¿Me destruirá esa serpiente con un rayo láser? Quizás esa era la fuente de la desagradable sensación que había estado experimentando por los últimos minutos.
Pero al final, su curiosidad sobrepasaba sus preocupaciones. La determinación personal ganaba. Si se retiraba ahora, lo lamentaría por el resto de su vida.
Retirarse y vivir con esa falla, o seguir adelante y lamentarlo después. Si podía permitirse desear lo contrario sin importar qué camino escogiese, entonces no importaba cual fuera el resultado, sería mejor arrepentirse una vez en batalla que arrepentirse de haberse arrepentido.
Riki inhaló profundamente. Con toda la resolución en su cuerpo agarró el pomo, lo giró y empujó.
En ese momento, el recuerdo de la noche en que había conocido a ese hombre surgió abruptamente en su cabeza. Esa noche, Riki había cruzado la puerta de Minos lleno de temeraria arrogancia. Justo como estaba haciendo ahora.
Y su orgullo había recibido el golpe de su vida.
¿Entonces en qué se estaba aventurando ahora? Las dudas que relampaguearon a través de sus pensamientos se desvanecieron como espuma en el agua en el momento en que atravesó el umbral.
Dentro había una oscuridad extrañamente azulada. Ni cielo, ni tierra. Todo lo que podía ver era un silencioso mundo azul. Faltándole incluso las estrellas titilantes, más que asemejar un cielo nocturno, se le parecía a alguna extraña dimensión en el espacio cubierta por una soledad intolerable.
¿Qué demonios es este lugar? Riki se quedó allí parado por un largo minuto, su mente se dispersó.
No podía ver al hombre alto en ninguna parte. ¿Tan siquiera había ido en esta dirección? En ese momento, algo pareció saltar en su visión periférica. Con un jadeo Riki volvió a sus cinco sentidos. Cuando echó un rápido vistazo en esa dirección no había ni rastro de nada en la azul expansión del silencio.
“¿Estaré imaginando cosas—?” se preguntó mientras tomaba un agudo respiro. No podía evitar ser consciente de que sus latidos iban en aumento. “No creo.”
Quizás eran los efectos a largo plazo de aquella sensación que había estado experimentando unos cuantos minutos atrás. Cada intento por disiparla terminaba por ponerlo más ansioso. Sonrió, riéndose de sí mismo. ¿Por qué estoy tan nervioso? No hay duda de que ese imbécil está dando vueltas por aquí todavía.
Sacudiendo la cabeza como si quisiera eliminar la sensación de incomodidad, se miró los pies. Desde allí, como a la orilla de un amplio océano azul oscuro, una extraña presencia lo observaba.
Lo que sea que fuera, logró traspasarlo con la mirada. No era que sus pupilas se hubieran desvanecido de sus ojos—sino más bien que de sus cuencas brotaba una sombría luz dorada.
No era una ilusión, Riki no podía estar seguro de qué era lo que estaba viendo, pero lo ojos dorados definitivamente lo tenían en la mira. El ritmo cardiaco de Riki empezó a acelerarse dentro de su pecho. No podía apartar la mirada, como si sus ojos se hubieran arraigado a ese punto.
No había viento, pero el cabello verde oscuro de la criatura ondeaba suavemente. La blancura de su piel exudaba una aurora resplandeciente. Había una luz eléctrica blanca y azulada que cubría su cuerpo entero como escamas plateadas. Riki se dio cuenta a último minuto de que la habitación entera era un acuario gigante.
Y esa persona que no-era-exactamente-una-persona estaba allí dentro. Mitad humano, mitad quimera-pez. A sus pies estaba la conmovedora y legendaria sirena. La boca dividía su cara de oreja a oreja, y ostentaba unos dientes afilados como cuchillas. Las tres puntiagudas garras se extendían desde el final de sus aletas alimentando la apariencia altamente grotesca que Riki encontraba difícil de digerir.

Ni una palabra salió de sus labios titubeantes. Se congeló incómodamente en su sitio, sus pies comenzaron a temblar. Frío sudor corrió por su frente. Sus manos se empaparon. Riki finalmente se liberó de las rígidas y sofocantes cadenas  y se echó a la fuga.
Pero no importaba que tanto buscara, no podía encontrar la salida. ¡Mierda! Esto no podía estar pasando. ¿Qué mierda está sucediendo?
El despiadado pálpito en sus sienes era el mismísimo latido de su propio corazón. Los labios de Riki palidecieron, a su cara se le fue el color. Atropelladamente, la criatura lo persiguió por la pared transparente como un depredador yendo tras una presa.
Darse cuenta de que la puerta por la que había entrado se había desvanecido en algún punto, desencadenó una fría descarga que atravesó a Riki hasta el centro de su ser. Se quedó ahí estupefacto.
Una risa suave y amortiguada rebotó aparentemente de la nada. Riki apenas reprimió el grito que escaló por su garganta como una mano helada oprimiendo su corazón. La mitad inferior de su cuerpo se estremeció.
El sonido constante de los pasos se acercó más y más, asemejándose al ritmo de su acelerado corazón, como para pisotearlo. En lo que se acercó, la tensión cerrándose en torno a su garganta, esa cosa surcando la azul oscuridad inesperadamente mostró su fría y encantadora sonrisa frente a los bien abiertos ojos de Riki.
Riki estaba demasiado alarmado como para articular respuesta alguna, pero por razones que no comprendió, se sintió aliviado. Estas dos emociones encontradas sacudieron sus pensamientos adelante y atrás, Riki se tragó el grito mudo que salió de sus labios.
Acto seguido, sus piernas cedieron ante su peso.
Tomando aquella reacción como una especie de señal, la habitación se llenó de una suave luz que desencadenó también una respuesta en la creatura que lo perseguía. Se dio vuelta y huyó, desapareciendo de vista en un parpadeo.
“¿Te ayudo?” preguntó una fría y tranquila voz que Riki no hubiera podido olvidar aunque así lo deseara. Hablaba de una forma que sugería que estaba conteniendo la risa, y era claro a los venenosos ojos de Riki, una vez más, que la garganta del hombre estaba convulsionando por el humor. “Ah, cierto. No te gusta estar en deuda con nadie.”



¡Maldito hijo de puta!
Apretando los dientes, conteniendo la rabia, Riki se puso a cuatro patas intentando ponerse de pie.
¡Mierda—!
En un momento como ese, estaba forzado a estar en semejante postura tan humillante en frente del hombre. Su garganta ardió. Su posición era lo suficientemente embarazosa e incómoda, pero de alguna forma no podía reunir la energía para levantarse. Incluso si se las arreglaba para poner los pies en el suelo, sus rodillas no dejarían de temblar.
“Pero qué inesperado encuentro es este. Nunca habría imaginado tropezar contigo por aquí.” Habló sin rodeos y sin adornos, sonriendo fríamente curvando una de las esquinas de su boca. “¿Qué te pasa? ¿Tan emocionado estás de verme después de tanto tiempo que no puedes encontrar las palabras?”
“¿Qué—mierda—era—eso—?”
Habiendo llegado hasta ese punto, iba a tragarse su orgullo y aguantarse. Ese hombre ya había visto todo—cada tramo de vergüenza y ridiculez, mortificación y debilidad. Así que era hora de hacer de la necesidad virtud y dejar el ajuste de cuentas para después.
“Un prototipo experimental. Obtener la versión mejorada lista para uso militar va a tomar un tiempo.”
“Suena adorable, pero, ¿acaso piensas que puedes salirte con la tuya si le cuento a los cabecillas de la Mancomunidad? Apuesto que ellos tienen un par de cosas que decir al respecto.”
El hombre ni se inmutó al ser confrontado con tal bravura. “Vaya, vaya, te repones bastante rápido. No esperaría esa clase de respuesta de un hombre que ha estado a punto de orinarse encima.”
Sus palabras eran como una despectiva bofetada. La humillación solo agudizó la mirada en Riki y él respondió devolviéndosela con el doble de ácido.
“No me mires con esos rebeldes ojos tuyos. Me hacen querer escucharte gritar otra vez.”
La sonrisa del hombre se hizo más fría. Recordar cómo había sido manipulado y deshonrado hizo que el alma de Riki ardiera. Sin embargo, era diferente esta vez—y con fines distintos.
“Sigues siendo el mismo mocoso insolente.”
“¿Dónde está la salida?”
“No hay salida.”
Los ojos de Riki se abrieron como platos por la sorpresa. De un solo golpe el tormento que había sufrido esa noche en Minos y toda la melancolía generada regresaron a la vida. Se las arregló para mantener su turbulenta ira y resentimiento bajo control. Perder los estribos solo le daría al hombre más armas para usar contra él.
“No vine aquí para bromear contigo. ¿Dónde está la maldita salida?”
“Amenazarme no va a cambiar la situación, Riki.”
La sugestiva manera con la que el hombre había pronunciado su nombre hizo a Riki contener el aliento. ¿Cómo demonios sabe mi nombre?
Notando la confusión de Riki, el hombre agregó con voz suave, “¿No te advirtió Katze sobre ser muy curioso?”
¿Katze? Un chorro de agua helada bañó su creciente ira. ¿Qué estaba pasando? ¿De qué iba todo aquello? ¿Por qué estaba escuchando el nombre de Katze provenir de los labios de ese hombre también?
“Fue muy afortunado de que llegásemos a un acuerdo sin que las cosas se pusieran más feas de lo necesario.”
Riki lo miró sin comprender. Nunca hubiera caído en cuenta de que la cicatriz que Katze tenía en la mejilla podía de alguna forma tener relación con ese Blondie.
“Para tratarse de un mestizo de los barrios bajos, no era estúpido. Me hizo pasar un momento moderadamente bueno. Aunque, tenía mejores usos para él que como un experimento médico. ¿Qué hay sobre ti?” Una desenfrenada crueldad enaltecía su arrogante tono de voz.
“¿Quién demonios eres tú?” Riki se dio cuenta de que sus labios temblaban.
“Iason Mink. Un simple Blondie poniendo el éxito y el poder fuera del alcance del hombre común.”
¡Tiene que estar mintiendo! Riki contuvo las ganas de gritar. Retrocedió lentamente. ¿Es un qué? ¿Qué es quién? ¿Un simple Blondie? Esto no podía significar nada más que problemas para Riki.
Dio un paso atrás. Luego otro.
No pudo dar el tercero.
Iason agarró a Riki del brazo y lo atrajo hacia él con brusquedad. No solo su cara sino el cuerpo entero de Riki se estremecieron por la conmoción. Iason asió su quijada y la giró hacia él.
“Has cambiado desde la última vez que nos vimos.” Iason lo miró fijamente. “Dicen que eres conocido en el Mercado como ‘Riki el Siniestro’. Las viejas heridas deben ser demasiado insoportables cuando te mira. No hay duda de que Katze era una persona bastante fácil de convencer.”
Mientras Riki le daba vuelta a esas palabras en su cabeza, estaba sin habla. Para un mestizo que luchaba por respirar en la sofocante y opresiva atmósfera de los barrios bajos, un trabajo de mensajero caído del cielo era una oportunidad única en la vida.
¿Pero y qué si las cosas no habían resultado así por simple suerte? ¿Y qué si había una razón detrás de ello? Riki sintió los fríos tentáculos del miedo contra su espalda, considerando la posibilidad de que Katze lo hubiera arreglado todo desde el principio.
¿Pero para qué demonios? ¿Qué tenían que ver un agente que había emergido de los barrios bajos con un Blondie de Tanagura? No podía entenderlo, no importaba lo mucho que pensara.
Le habían tendido una trampa. Pero, ¿por qué? Siempre estaba pidiendo meterse en problemas, y generalmente lo conseguía, así que supuso que era justo. ¿Pero ahora esto? ¿De qué se trataba todo esto? Algo estaba pasando. Algo de lo que no se daba cuenta—
Cuando lo pensaba en esos términos, su ira se desbordaba. Sentía como si todo lo que hubiera hecho su vida vivible se estuviera desmoronando. Por un segundo, el mundo frente a sus ojos se hizo oscuro.
“¿Qué vas a hacer conmigo?”
“¿Qué quieres que haga contigo?” Iason se le rió en la cara.
A ese punto Riki no podía ignorar el escalofrío que se apoderaba de su ser.

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