La
pesada brisa húmeda llegaba desde el mar a través de las tupidas arboledas frondosas
de la zona verde. Riki condujo su motocicleta aérea hasta Orange Road, la línea
fronteriza que separaba a Flare (Área 2) y a Janus (Área 6).
Estacionó
la motocicleta como siempre hacía en un parqueadero especial a las afueras de
la ciudad purpura y caminó a solas por la acera. La brillante luz del sol,
cortada a todo lo largo por sombras oscuras, bañaba las calles. Aún no era
mediodía y los peatones eran escasos. Como consecuencia, el familiar juego de
luces y sombras cayendo desde los grupos de edificios se le antojaba
inusualmente apático.
Con
los turistas recuperándose todavía de su trasnocho, era quizás el momento más
apacible del día. Asimilándolo todo de un vistazo, Riki continuó su camino.
También
era el mejor momento del día para entrecruzar los límites entre las Áreas en
Midas sin tener que darse demasiada prisa. Y el mejor momento del día para dar
un paseo por el centro contemplando las ordenadas calles libres de basura. Al
principio le había provocado una especie de malestar, haciendo que su marcha
trastabillara un poco. Pero ahora estaba bien acostumbrado a ello.
Se
desvió de la vía principal por una calle lateral. Riki despreocupadamente agudizó
sus sentidos en lo que atravesaba la puerta trasera de una droguería legal
abierta las veinticuatro horas del día. Esa era la entrada para uso exclusivo
de los mensajeros. Un escaneo de su palma derecha abría y cerraba la puerta.
La
oficina de Katze se ubicaba en el subsótano.
Riki
había recibido un llamado suyo dos horas atrás. Como no había habido
indicaciones de que se tratase de un trabajo urgente, Riki apareció a la hora
habitual, diez minutos antes de la cita programada.
Al
subsótano se accedía por medio de un elevador especial, sobre el cual todo el
mundo parecía tener una opinión:
“Ya
nadie utiliza una chatarra vieja como esa.”
“Hombre,
no entiendo por qué al jefe le van estas cosas anticuadas.”
“Yo
digo que es suficiente. Es tiempo de que lo cambiemos por el modelo más nuevo.”
Era
imposible conseguir repuestos para el anticuado elevador eléctrico a menos que
fuera por pedido especial.
El por
qué Katze, la mismísima encarnación de la capacidad y la racionalidad, debía preocuparse
tanto por esa antigüedad era un misterio. Riki insertó la tarjeta llave que
Katze le había dado y las puertas del elevador se abrieron. Se subió
pesadamente a la plataforma y se cerraron. La forma en que se balanceaba de un
lado al otro le resultaba familiar ahora, y dejó escapar un ligero bostezo.
Riki
no sabía a cuantos pisos bajo tierra se encontraba la oficina de Katze. El
elevador simplemente se detenía donde este tenía su recinto, y en realidad eso
era todo lo que necesitaba saber, así que no dejaba que lo molestara.
El
elevador era difícilmente el final de las peculiaridades en la oficina de
Katze. Más que ser simple por el simple hecho de ser simple, Katze desterraba
cualquier cosa frívola, improductiva o inútil de su entorno. Su oficina era
como una inorgánica caja negra. No importaba cuantas veces Riki la visitara, seguía
inquietándolo.
Katze
le recordaba a un loco con trastorno obsesivo-compulsivo. La vibra extraña del
lugar lo dejaba sintiéndose fuera de balance constantemente. Por otro lado, por
más incómoda que pudiera resultarle la habitación a Riki, quien estaba
impregnado del caos de los barrios bajos de pies a cabeza, la atmosfera
andrógina de la oficina era el complemento perfecto para la personalidad de Katze.
Compartiendo
las mismas raíces en los mismos barrios bajos, cada vez que Riki llegaba allí
no podía evitar sentir cuán grande era la brecha entre ambos. Esa debía ser la
diferencia entre un hombre cuyo éxito en la vida estaba asegurado y sus subordinados
cuyo éxito en la vida era incierto.
Percatándose
de su presencia, Katze le lanzó una mirada de bienvenida como siempre. Pero cuando
no hizo a un lado la terminal computacional en su escritorio como era lo
habitual, Riki imaginó que había llegado en mal momento. Echó un vistazo al
sofá del rincón, el único objeto en la habitación que hacía del espacio un
lugar más acogedor.
En
el sitio usualmente reservado para él, encontró a dos niños sentados juntos. No
me esperaba esto, pensó. Supongo que hay una primera vez para todo. Hasta
donde tenía entendido, Katze nunca permitía que la gente que no estuviera
relacionada con el trabajo entrara en su oficina. En especial los niños.
Los
chicos se le antojaron más esbeltos que adorables. Sus ojos y boca poseían un
aspecto angelical. No pudo descifrar cuantos años tenían de un vistazo
superficial. Era el tipo de atractivo que ostentaban.
Ambos
se sentaban tan perfectamente juntos como un par de muñecos, la única
ornamentación de un cuarto amoblado sombríamente. Riki tuvo que preguntarse si
estaban allí con el simple propósito de recrear la vista. Se cohibió de reírse ante
la aparente broma.
Los
dos estaban ataviados hasta los tobillos de unas batas lujosas sacadas de otra
época, otorgándole a sus identidades un aura misteriosa adicional. Tomando todo
lo anterior en cuenta, Riki empezó a sospechar que Katze—tecleando
en la computadora sin ofrecer ninguna explicación—estaba probándolo de algún
modo.
El chico que llevaba pendientes
de rubí color rojo sangre tenía una cabeza engalanada con pelo rubio que
parecía suave al tacto incluso desde la distancia. A Riki se le vino a la mente
la imagen de la magnífica cabellera larga y dorada de ese Blondie. Recordando la dolorosa sensación como si acabara de
tragarse una espina, se aclaró la garganta.
El lustroso cabello negro del
otro, brillando e idéntico al suyo, fluía sobre sus hombros, pulcramente
emparejado en las puntas.
Quizás para atraer más la
atención hacia sus rasgos esculpidos, tenían un zafiro grande incrustado en la
frente. Riki no era experto en joyería y tenía muy poco interés en su valor,
pero no le cabían dudas de que sus pendientes de rubí y los zafiros en sus
frentes eran genuinos.
Al mismo tiempo también podía
decirse que los dos hacían un grandioso trabajo ocultando la esencia etérea que
poseían. Los dos mantuvieron los ojos bien cerrados durante todo el tiempo, sin
dedicarle una sola mirada a su persona.
Katze
habló por fin. “Lamento hacerte esperar. Aclaraba unas cosas. Me tomó un poco
más de tiempo del esperado encontrar un buen momento para hacer una pausa.” La
explicación vino acompañada de lo que sonó bastante parecido a un suspiro de
alivio.
“¿Y
Alec?”
A la
mención del compañero de Riki, Katze dijo de manera sucinta: “Bodega número
tres”. Había estado apresurándose en armar las especificaciones para el envío
de la carga.
Desde
la primera vez que habían hecho equipo, Alec había acogido al chico nuevo bajo
su ala. “Quizás una imagen vale más que mil palabras, pero quedarse mirando no
sirve. Todo se reduce a la experiencia.”
Ese
era el mantra de Alec. Hacía un tiempo que había decidido dejarle a Riki todo
el trabajo preliminar y varias tareas extrañas de modo que él pudiera
concentrarse en la adquisición de los recursos para los envíos.
Todo se
reduce a la experiencia.
Y
para Riki todo resultaba muy sencillo. Pero como el lacayo que se esforzaba más
que muchos, al ver como todo el crédito se lo llevaba su esporádico compañero,
Riki no podía evitar sospechar que Alec solo buscaba aligerar su propia carga.
Aun
si había escuchado que el trabajo de esta vez involucraba transportar un
paquete hasta la frontera del distrito de Laocoon, Riki no se mostraba
sorprendido. Solo levantó las cejas cuando se enteró de que el “paquete” eran aquellos
dos niños.
No
poder tomar la ruta directa sino que tener que ir a través de un buque de carga
también decía mucho sobre los orígenes de ambos.
Sí, pero
siguen siendo un par de chiquillos, pensó Riki. A esas alturas de
su vida difícilmente se consideraba un moralista cuando se enfrentaba a las
predilecciones personales de los demás. Pero en cuanto a pervertidos y niños
preadolescentes respectaba, se mantenía siempre al margen.
Un
simple mensajero haciendo berrinche por eso no cambiaría nada. Pero por otro
lado—
Echándole otro buen vistazo a
los dos, Riki inclinó socarronamente la cabeza hacia un lado. Simplemente no lo
entendía. Podía darse cuentan que no habían sido criados en un harén típico con
solo echarle un vistazo a las orejas horadadas y el bindi en sus frentes. Por
lo poco que podía entrever en sus apariencias expuestas, eran mascotas de la
más alta clase.
La clase de mascota que también
se vendía mediante canales clandestinos. Considerando la regla dorada entre los
mercaderes de que los artículos a la venta pasaban por un minucioso control de
calidad, era incomprensible que ambos estuvieran coincidencialmente ciegos. Pero esa no era la clase de interrogante
que formularía justo delante de sus caras.
Katze dictó los actuales
acuerdos y los dos fueron envueltos por uno de sus asistentes quien los retiró
de la habitación. Riki no necesitaba que le dijeran: No hay necesidad de ir destapando las fichas. Dedícate a hacer tu
trabajo. Aun así, el deseo de saber superaba la inminencia de un regaño.
Pero Katze fue directo al
grano. “Era una edición especial de Lanaya.”
Por un momento, Riki contuvo el
aliento. “¿No había clausurado esa tienda hacía mucho?”
“Eso es lo que se le ha hecho
creer al público por ahora. Pero hay fanáticos allá afuera listos para verter
dinero en ciertos bolsillos con tal de ponerle las manos encima a muñecos como
esos. Si no puedes lidiar de manera abierta con las inclinaciones con que
naces, entonces hazlo clandestinamente. Para los hombres de negocios, todo
empieza con una demanda insatisfecha y a partir de ahí se desarrolla lo demás.”
Katze relacionó esos hechos de
la vida indiferentemente, dejando sus sentimientos personales fuera de la
ecuación. Riki, en contraste, no pudo ocultar el gesto de disgusto que se formó
en su rostro. Katze no le lanzó una sonrisa cínica o irónica en respuesta, pero
en el mismo tono de voz neutral declaró sin mostrar interés: “No depende del
Mercado decidir qué es feo y qué es bonito. Tu única tarea consiste en hacer
bien tu trabajo. Deja de pensar tanto.”
“Sí, entiendo todo eso, pero—” fue
todo lo que Riki pudo decir, reprimiendo la ira que escalaba su garganta.
Layana Hugo. El nombre por sí solo había sobrevivido a la legendaria
creencia que, a ojos de Riki, no era nada más que un simple rumor. Una vez en
las llamativas calles repletas de luces de neón, había sido el lugar que le
pusiera los pelos de punta a la gente. Un nombre demasiado oscuro para
simplemente saciar los deseos personales, era una tienda de horrores que
despertaban una aversión visceral incluso en los más permisivos amantes del
placer.
Damas y caballeros por igual. Hombres
de carácter altruista y corazón puro. Hombres y mujeres eran reducidos a
“machos” y “hembras”, despojados de estándares morales y racionales en lo que el bruto humano animal era revelado.
Los chicos y chicas que Layana
Hugo vendía para tener relaciones sexuales por hora eran tan hermosos que
atraían miradas de fascinación. Pero ninguno de ellos era totalmente pleno en cuanto
a capacidades físicas.
Aun cuando existían
deformidades producto del proceso hereditario natural, eran quimeras producidas
por mutaciones. Eran creados deliberadamente por medio de ingeniería genética.
Todo con el cruel fin de lograr la apariencia perfecta.
Pero todo ese trabajo no era
solo para poder mostrar sus creaciones al mundo. Aquellas “hadas” no tenían
otro propósito más que el de ser muñecos sexuales para desviados mentales.
Todos eran ciegos, no tanto
para apaciguar los gustos del consumidor sino más bien para que el cliente
fuera menos consciente de su propia perversión. Eliminando la necesidad de ver,
los sentidos restantes podían aguzarse más en consecuencia.
Con el fin de prevenir que el
cliente sufriera una mordida accidental, con el fin de asegurar el sexo oral
sin riesgos, a cierta edad los dientes era removidos. Después eran instruidos
desde una temprana edad únicamente en las habilidades sexuales. Muñecos
sexuales mutantes que nunca ponían un pie fuera de la habitación a la que
servían como adornos de por vida.
Riki reaccionó ante la idea de
la misma forma que al aspirar el hedor fétido de los barrios bajos. Irrevivible
pero vivo. Muerto viviente. Simplemente el desespero de pudrirse en una cárcel
llamada “libertad”. Había más pervertidos en el mundo, tan conocidos como
“aficionados” insatisfechos con el sexo “normal” de lo que se molestaba en
imaginarse.
La carga psicológica de los
propios desvíos sexuales de una persona se hacía algo imposible de soportar. Razón
por la cual el Distrito del Placer de Midas era tan permisivo y aceptaba todos
esos deseos carnales frustrados y autoindulgentes, y a la vez los personificaba
y convertía en realidad.
Además no había que preocuparse
de que los excesos de un deseo privado pudieran hacerse públicos. Nadie
divulgaba ninguno de esos secretos. Un cliente no necesitaba tomar riesgos. Era
un paraíso, donde la gente podía hacer lo que fuera que complaciera el
contenido de su corazón.
Podía contarse con que
visitantes embelesados por las posibilidades, repetirían la experiencia, de ahí
el por qué la noche inmortal nunca acabara en Midas.
Entonces un hombre de negocios
exitoso, el vástago de una familia aristocrática legendaria entre los sistemas
solares de la Mancomunidad, crecía tan apegado a uno de estos muñecos sexuales
mutantes que, sufriendo mucho en alma y cuerpo, finalmente mandaba a volar a
ambos en un atentado suicida.
El noble que se aniquilaba a sí
mismo tenía reputación como un pacifista digno y altruista. Consecuente al
escándalo resultante, Layana Hugo, el campeón de lo perverso en la ciudad, se
desvaneció de sus calles.
Aunque no tenía ni el dinero ni
la posición social a su disposición, el nombre de Layana Hugo se hizo conocido
en los límites más lejanos de los sistemas solares, mencionado entre aquello
que no tenían conexión alguna con Midas.
Si se hubiera matado a sí mismo
en silencio en lugar de salir en una proclamación cuidadosamente planeada de
violenta victoria, la magnitud del escándalo habría sido considerablemente
menor. Si el hombre solo consideraba su propia reputación y la de su familia,
habría muerto en la oscuridad y condenado la verdad de sus muertes al olvido.
Pero en cambio escogió llevar
sus muñecos sexuales mutantes a una muy pública muerte junto con él, dejando
irresuelto el enigma indescifrable de lo que había llevado a su enferma mente a
terminar su vida de esa manera. Al principio sus parientes estaban convencidos de
que había sido solo un accidente, o que había sido aniquilado en una especie de
conspiración, o que había sido la víctima de un acto terrorista. La atención de
los medios se enfocó en Midas.
Temiendo que las consecuencias
dañaran la legendaria imagen “libre de riesgos” del Distrito del Placer, los
altos mandos en Midas expedita y calladamente decidieron trabajar en el encubrimiento.
La escalofriante y escandalosa
muerte de este hombre, que se decía era una “auténtica propaganda para los
sistemas solares de la Mancomunidad,” ponía en riesgo a todos cuyas reputación
estuvieran atadas también con la Mancomunidad. Podría encender la chispa que
quemaría incluso a aquellos que vivían y trabajaban a la sombra de Tanagura.
O eso era lo que temían.
Contrario a esta sensación de
consternación, la familia del hombre—aún incierta sobre la verdad del
incidente—demandaba que las autoridades condujeran una investigación minuciosa.
Tenían más que suficiente dinero e influencia para hacerse escuchar, y así
colocaban frenéticos a los medios. Al final se cansaron con las vueltas e
indecisión de los funcionarios de la Mancomunidad sirviendo como sus intermediarios.
Tomando las riendas en sus propias manos, la familia entera se reunió y se
trasladó a Midas.
Mientras tanto, Layana Hugo se
había vuelto clandestina y estaba en proceso de planear un regreso. Revivió la
operación lo suficiente para empezar a tomar órdenes para muñecos sexuales
manufacturados.
La familia del hombre había
usado su estatus, dinero y poder para manejar a los funcionarios de la
Mancomunidad. Su repentina caída resultaba en una desesperada lucha por poder
entre las élites del gobierno. Los estridentes cargos de “conspiración”
últimamente sonaban vacíos.
¿O no? ¿No continuaban los hombres
malos tejiendo sus redes en las sombras? ¿Podía alguien probar que no era así?
“No importa que tan pura sea,
la sangre siempre puede echarse a perder. Una organización gigante aplasta a la
pequeña, aunque un solo eslabón débil puede echar abajo el edificio completo,”
continuó Katze.
“¿De verdad estaba así de
podrido que lo echó todo a perder, o era un héroe? ¿No debería decidir la gente
involucrada en vez de los ajenos al problema?”
“¿Encuentras esto demasiado
irracional?”
“Me da lo mismo. Imagino que lo
que los demás consideran justo y correcto es solo una versión de la verdad. En
cualquier caso, lo haré como me parezca apropiado.”
“¿Aun sabiendo que la persona
que tienes delante te menospreciará?” Katze le envió a Riki una dura mirada con
sus ojos gris ceniza.
Por alguna razón, Riki contuvo
el aliento. No podía esquivar su mirada. No entendía por qué Katze diría una
cosa como esa, pero tenía que creer que era producto de algo más que la
historia del hombre que había conducido a su familia a la ruina.
Eso era impropio de Katze. A
Riki le dio la impresión de que acababa de avistar un poco del Katze real a
través de su máscara fría e imperturbable.
“¿Tal vez si se encuentra fuera
del compromiso, entonces simplemente te acostumbras?” dijo Riki sintiendo la
necesidad de hablar bajo el pesado escrutinio de Katze. “Una vez eres
consciente de que algunas personas nunca van a estar contentas contigo y puedes
estar bien con ello, renuncias a tus medios esfuerzos por ser una especie de
santo, ¿no te parece?”
Riki estaba expresando la clase
de cosas a las que rara vez les daba una voz.
“Si solo tienes dos manos para
aferrarte a las cosas más importantes de tu vida, entonces no importa cuánto lo
odies, la tercera tiene que irse.”
Era una verdad universal que
ningún ser humano trataría de llevar a cabo del todo. Los moradores de los
barrios bajos que sí lo intentaban carecían de esperanzas y sueños. Y sin
embargo, Riki seguía pensando: Solo tienes dos manos para aferrarte a las
cosas más importantes de tu vida.
El peso de
ese aforismo estaba, incluso ahora, grabado profundamente en el rostro de la
persona que lo había dicho.
“Así que cualquier
cosa que no puedas sostener en tus dos manos, ¿lo desechas?” se dijo Katze, su
mejilla torciéndose, reflejando el significado de esas palabras. Y cuando lo
hizo, la herida que se agrandó como una grieta a través de la atractiva imagen
de su prolijo rostro sin expresión pareció temblar. Esa cicatriz le había
ganado a Katze el sobrenombre de “Caracortada bajo cero”.
Riki estaba
sorprendido por la inesperada viveza de la reacción. Katze extrajo un
cigarrillo de su estuche favorito y lo encendió con práctica facilidad. Tomó
una larga calada y la exhaló despacio, una escena que también se le había hecho
bastante familiar.
“Ya veo. Eso
constituye tu firme política entonces.” Katze regresó a su forma natural. “No
recuerdo aprender nada de eso en Guardián. ¿Es una conclusión a la que llegaste
por ti mismo? ¿O una que aprendiste a expensas de alguien más?”
La mención
de Guardián tomó a Riki fuera de guardia. Ordinariamente cuando Katze tenía que
enfrentarse cara a cara con Riki, no cabía una sola palabra acerca de los barrios
bajos. Nunca se involucraba en largas sesiones sobre temas que no se
relacionaran con el trabajo en primer lugar.
Riki no
podía descifrar exactamente el por qué, pero Katze estaba actuando diferente de
lo normal ese día. Recientemente Riki había sentido un curioso aire soplando en
el lugar, un enigma que no podía resolver. Era una sensación extraña, aunque no
poco atractiva, así que la dejó pasar como si fuera solo su imaginación.
En el
mercado negro había una sola persona, un hermano de los barrios bajos, que
compartía su pasado. No tenía intenciones de creerse superior por ello, pero la
existencia de Katze representaba una especie de brújula para él. No había forma
de negar que lo aliviaba.
“Cuando dejé
Guardián, Aire me dijo eso.”
“¿Aire? Oh, ¿te refieres a la hermana grande de tu bloque?”
“No era mi hermana grande. Era
mi amiga.”
“¿Una compañera de bloque
entonces?”
“No exactamente. No era una Donny,” declaró Riki en términos claros,
usando la jerga de los barrios bajos para describir a una amiga personal. “Era
una Mary.” Se refería a una colega
cercana o una asociada.
Escuchando las palabras usadas
en ese contexto, Katze dudó por un segundo. Con un movimiento similar al de un
pescador que enrolla el carrete de hilo, le dio un golpecito a la ceniza del
final de su cigarrillo. “No una Donny sino una Mary, ¿eh? Estás siendo
demasiado detallista.”
“No era yo el detallista, ”dijo Riki con una
expresión un poco triste en el rostro. “Eran
ellos.” No importaba cuantos muchos años hubieran pasado desde que dejó
Guardián, algunas cosas nunca cambiaban.
Katze no sonrió ni hizo una
mueca cínica, sino que solo fijó sus taciturnos ojos en él.
Riki no tenía “amigos” en
Guardián. Lo que tenía era espectadores tímidos que mantenían la distancia, y
enemigos que tarde o temprano extenderían sus garras y descubrirían sus
colmillos. Sin embargo había una aliviadora presencia que lo entendía.
Habían compartido su pasado y
su infancia solo con colegas y asociados. Una relación que pudiera llamar honestamente
“amistad” había sido inexistente. El único tan conocido jardín de Ceres,
Guardián no era para Riki ni un hogar ni un infierno sino un asilo.
“Por supuesto. ¿Y? ¿Me imagino
que Aire era mayor que tú?”
“Tres años mayor que yo, para
ser precisos.”
“Tres años es prácticamente una
vida en Guardián. Y las mujeres tienen unas lenguas locuaces. Debe haber sido
una chica bastante precoz para poseer tanta sabiduría a su edad.”
“Supongo. Solo sé que era
hermosa. Todo el mundo la llamaba su Santa. El ángel.”
Una deslumbrante rubia platinada
con rizos y ojos como dos esmeraldas enormes. Las nanas, como las llamaban, acostumbraban
pulirla y vestirla de pies a cabeza. Aire brillaba como uno de los ángeles
decorativos pintados en los techos.
“Ahora no te vayas a ninguna
parte, ¿de acuerdo, Riki? Eres mi amuleto de la buena suerte. ¿Prometes que te
quedarás conmigo por siempre y para siempre?”
Nada en ese mundo podía ser tan
placentero como las dulces palabras emergiendo de los labios rosa de Aire o los
besos de buenas noches que otorgaba con su encantadora boca. Había pasado tanto
tiempo y sin embargo el recuerdo permanecía intacto en su memoria. Aire había
sido su mundo entero.
Y entonces ese día, los gritos
y alaridos hacían eco sobre el alboroto. El resultado final fue una multitud de
adultos que nadie había visto antes descendiendo sobre ellos y haciendo trizas
su paraíso. Cuando Riki pensaba en eso, era cuando el sueño acababa y todo lo
demás empezaba.
El Riki de entonces no entendía nada. Todo lo que sabía era que había estado
atado a la ruleta cruel del destino y que, como niño, era incapaz de hacer algo
al respecto.
Pero los sentimentales
recuerdos de Riki conmovieron muy poco a Katze. “Huh. Me suena como una
excepción a la regla. En ese lugar la
regla era que todos los niños eran iguales. Nadie iba a dirigirse a ti tan
tímidamente o a darte un trato especial. ¿Cambiaron tanto las cosas durante tu
estadía?”
La despreocupación de las
palabras de Katze dolió en las entrañas de Riki. Él y Katze se estaban refiriendo
a dos lugares completamente diferentes. Riki endureció sus pensamientos y no
perdió la calma. “¿No es la idea de que todos los chicos son iguales e igual de
adorables, una simple mentira? Los chicos que hacen lo que les ordenan y son
fáciles de manejar son considerados adorables. Los tercos que resultan ser un
dolor de cabeza no. E incluso entonces, los bastarditos que insistían en hacer
las cosas a su manera eran lo peor. Todo el mundo lo sabe incluso si nadie
quiere admitirlo. Hasta mi madre de pabellón decía que yo era un chico
problemático carente de la virtud de un espíritu cooperativo”. Frunció los
labios en un mohín compungido.
Aparentemente captando la
esencia de lo que estaba diciendo, Katze apagó su cigarrillo y dijo, “Bueno,
madre o hermana, todos son seres humanos después de todo, ¿no es cierto? Sean
hijos o compañeros, debe haber alguna clase de química fluyendo entre ellos.”
Tomando aquello como la palabra
final, Riki habló. “Me dirijo a la bodega número tres. Así que te veré después.”
Se dio la vuelta para ir a
cumplir su trabajo, y tal como se lo esperaba, Katze no trató de detenerlo.
Riki se metió en el elevador dejando escapar un pesado suspiro en lo que se
cerraban las puertas.
Una Mary, ¿huh?
Era increíble pensar que se las
había arreglado para recordar una palabra así en ese momento de su vida. Solo
otras ocho personas—sus cohortes—compartían
un pasado con él más allá de Guardián. No podía decir de dónde venían con
certeza, excepto que siempre y cuando pudiera recordar, parecía natural que
debieran estar juntos.
Su
cuarto decorado con colores brillantes, ángeles, hadas y dragones—su cama suave—sumiéndose
en un dulce sueño—las sonrisas despreocupadas y aromas fragantes—Riki no sabía
qué lugar era ese y no creyó que quisiera saber. Porque, de una forma, ese
mundo había sido todo lo que necesitaba que fuera.
“Caramelos”
era como los hombres que de vez en cuando hacían visitas llamaban a Riki y a
los otros. Riki odiaba cuando venían. Nadie tenía permitido salir de su habitación
ese día. Nadie tenía permitido jugar afuera en todo el día. Y lo que era peor,
el jugo que las nanas les hacían beber en ese día sabía a orina. Siempre lo
hacía sentirse terrible.
¿Qué
demonios significaba todo eso? El mundo de ensueño que estaban viviendo de
repente se hacía trizas y Riki lo supo por primera vez. Les estaban
forzando a ver la verdad les gustara o no. De acuerdo con los dolidos adultos
de Guardián, eran chicos adorables sacrificados al servicio del deseo de los
adultos.
Su
razón para vivir, la completa estimación de su amor propio siendo rechazada de
plano. La impresión los petrificaba desde dentro.
Ahora esta
es tu nueva familia.
Ya no tienes
nada de qué preocuparte.
Oculto
tras esas palabras, las compadecientes miradas les decían: Lo que fue fue, y
no puedes evitarlo, en lo que los atraían a la red de su influencia.
Quizás
porque Riki era el más joven, o como consecuencia de rondas de tratamientos
médicos llamados “asesorías”, los recuerdos que llegaban a su mente parecían borrosos
y se desvanecían entre la niebla del tiempo. Pero si apenas podía acordarse de
los rostros de sus compañeros de bloque con los que vivió entre la edad de seis
y once, ¿por qué se acordaba tan claramente de los nombres y los rostros de sus
amigos allí—?
La
rubia platinada Aire. El cabello negro azulado de Lean y sus ojos azul claro.
El ardiente cabello rojo de Sheila y sus iris ambar. El inmaculado cabello
blanco de Ghil y sus ojos escarlata. El liso cabello rubio y ojos cafés de
Health. El cabello plateado de Raven y sus ojos grises. No importaba cuantos
años transcurrieran, el recuerdo de cada uno de ellos permanecía intacto en su
memoria.
Por
la época en que Riki dejó Guardián a la edad de trece años, habían sido reducidos
a cinco.
Las
mujeres que podían procrear un día se convertían en un bien comunitario de
Guardián. Ellos eran inútiles. No importaba cual fuera la perturbación del
corazón o la mente, de una forma u otra, el camino era fácil para convertirse
en un miembro de la nueva familia que era Guardián.
Como
Raven decía, “Los chicos buenos para nada pasean en las faldones de las chicas.”
Al final el único sobreviviente entre ellos sería Riki.
Heath,
Ghil y Raven—la presión y el estrés junto con las violentas
conmociones de su entorno los destruiría demasiado fácil. Eran demasiado
heterodoxos para un lugar como Guardián, atados de manos y pies por el decreto de
que todos eran “iguales”.
“No termines como yo.
Prométemelo.” Heath tenía la misma edad que Aire. Las lágrimas rebosaban sus
ojos en lo que Riki le apretaba la mano.
“Yo también estoy exhausto,”
fueron las palabras de despedida de Raven, sus ojos vidriosos, su voz rota.
“¡Definitivamente no voy a ser
como ellos!” Ghil había declarado. Con una expresión desgastada y contorsionada
en el rostro, “Lo siento—lo siento, Riki. Lo intenté—intenté—pero—“
Su voz se apagó. Riki le apretó
la mano. Ghil lloraba aferrándose a él. Gruñendo, su voz se atenuó, rompiéndose
ante él, sollozando, sus brazos eran como palitos delgados, una visión
lamentable.
Pero tenía que decir algo:
“Está bien. Está bien. No tienes que seguir intentando—” Riki acarició su
cabello reseco y sin brillo.
Al día siguiente oyó que Ghil
se había ido como si tomara una siesta. Riki lloró suavemente. Le había dicho
que dejara de intentar—¿no había sido por eso que la voluntad de vivir de Ghil
se había agotado y el hilo de su vida se había roto…?
La idea le contrajo el corazón
con fuerza. El dolor se hizo insoportable. Guy lo abrazó. “Te equivocas, Riki.
Solo le diste a Ghil un beso de buenas noches. Quería que le dijeras que estaba
bien descansar. Al final fue feliz.”
Primero uno, luego dos, luego tres de sus amigos se habían ido. Riki era el único que quedaba. No sabía si llamarse afortunado o lo contrario. En cualquier caso, Guardián nunca había tenido a alguien tan problemático en toda su historia. El verdadero dolor de cabeza de todas las “madres” y “hermanas”.
Primero uno, luego dos, luego tres de sus amigos se habían ido. Riki era el único que quedaba. No sabía si llamarse afortunado o lo contrario. En cualquier caso, Guardián nunca había tenido a alguien tan problemático en toda su historia. El verdadero dolor de cabeza de todas las “madres” y “hermanas”.
Sin embargo, de una manera,
Riki fue bendecido. Aunque confinado a ese “jardín” lleno de mentiras y engaños,
había sido lo suficientemente afortunado para encontrar a la persona que
pudiera entenderlo—Guy.
El día antes de que dejaran
Guardián, Aire vino a verlos. “Riki,” dijo. “Acuérdate de esto: solo tienes dos
manos para aferrarte a las únicas cosas realmente importantes de tu vida. No
importa cuán querida puedas pensar que sea esa tercera, debes dejarla ir. Nunca
renuncies a lo que es más importante. No cometas ningún error. Una vez lo dejas
ir, no puedes tenerlo de vuelta.”
A las chicas las trasladaban a
un edificio diferente una vez empezaban a menstruar, después de lo cual rara
vez se las veía. Pero ya que era día de salida, Aire obtuvo permiso para ir y
verlo.
Habiendo dejado de verla por un
periodo más bien largo, Aire lucía grande y madura. Por un instante Riki solo
la miró boquiabierto y estupefacto. La chica se había convertido en una
radiante mujer joven casi irreconocible. No despedía la abrasadora aura del
sexo femenino, sino que parecía como si el hermoso ángel hubiera ascendido a
los cielos y se hubiera convertido en una diosa.
Quizás algún día le saldrían
alas de la espalda y se elevaría hasta el cielo junto con Ghil y los otros. Esa
fue la visión que embarcó sus pensamientos.
Aire lo abrazó con gentileza
del mismo modo que antes. Acuérdate siempre—nunca
renuncies—no cometas ningún error— La sinceridad de sus palabras penetraba
las profundidades de su alma y las emociones llenando su corazón, dejándolo sin
habla.
Y con ese apretado abrazo de
oso, Aire salió de su vida para siempre.
Siguiendo la ruta autorizada
que conducía a la puerta estelar oficial a máxima velocidad, era un vuelo de
tres días hasta el distrito fronterizo de Laocoon en el sistema solar Veran.
Durante ese tiempo, como
siempre, Riki trató a los dos muñecos como a simple mercancía. No tenía tiempo
para charlas innecesarias e hizo todo de acuerdo a lo planeado, de una forma
fría y sin ningún problema.
Los acompañaban unos androides
que servían como guardianes y niñeras de tiempo completo, y así cada día a
bordo de la nave era relativamente tranquilo. Pero Riki no podía deshacerse de
la inquietud de su mente. Su único recurso ante la cara de tan engañosa fealdad
era mantener una fría fachada constante.
El origen evolucionario de las
especies y los misterios de la vida habían, por entonces, escapado del dominio
de los dioses. Ni el peso del destino era igualitario. La oveja que no sabía
nada aparte de lo que se requería para pasar sus años dentro de las paredes de
su celda, solo tenía que hacer lo que le ordenaban y aceptar cualquier cosa que le impusieran.
En otras palabras, un hombre no
se arrepentía de lo que no albergaba ningún sueño.
Una
semana después.
Luego
de que la mercancía fuese entregada sin incidentes y Riki regresara a Midas,
Alec lo hizo quedarse por una ronda de cervezas para animarlo. Solo por esa vez
Riki había estado cabizbajo y necesitaba algún tipo de distracción.
Siendo
terco, fue a ver a Guy por primera vez en un largo rato. Aunque sin una
cantidad considerable de alcohol en el cuerpo era razonable afirmar que nunca
lo miraría a los ojos.
Riki
renunció a Bison justo después de aceptar el trabajo de mensajero para Katze. Aun
cuando había iniciado como el chico de los recados, y aun cuando había
terminado como el perro faldero de Katze, no creía que pudiera hacer ambas
cosas. Los otros mensajeros y Katze pensaban igual. Nadie sabía cuán lejos los
llevaría aquello, pero una vez se hubieron inclinado por esa dirección,
continuaron adelante.
Cada
quien deseaba algo que mostrar. Esa era la meta inmediata de Riki también. No
le temía al fracaso. Un mestizo de los barrios bajos no le quedaba nada que
perder. Sus miopes ojos eran ciegos al futuro, el abrumador presente en los
barrios bajos era una marea baja que nunca llegaba. No había ningún lugar al
que ir excepto arriba.
O
eso pensó. La realidad era que Riki tenía fijación por su propio Bison, pero no
un cariño especial por él, y ninguna lealtad particular a su título como el más
respetado de Hot Crack.
Lo
único que no podía soportar perder era su propio respeto. Lo que quería
preservar era la conexión entre él y Guy. Cuando realmente pensaba las cosas,
de eso se trataba.
No
se había visto involucrado en las luchas de poder por iniciativa propia. No se
había propuesto rebuscar restos u oportunidades de escabullirse y tomar algo
para sí mismo.
A su
manera, simplemente alejaba las chispas y llamas que lo iluminaban. Habiendo
construido la reputación de Bison en lo que era, esa era la última cosa que la
gente se esperaba.
Desde
el comienzo Riki aborreció “pasar el rato”. Aunque eso significara nadar contra
corriente, no era su intención darse aires. No era bueno en darle prioridad a
su propio ego y cooperar con otros, y odiaba tener que hacer favores mucho más.
Riki
había tomado comando de Bison porque la situación lo demandaba, e hizo lo que
tenía que hacerse de la forma en que quería hacerlo. No pudo haberlo logrado
solo. Donde le faltaba, Guy lo complementaba. Luke lo apoyaba. Sid ataba los
cabos sueltos y Norris suavizaba los bordes. Eso, pensaba Riki, era lo que había
convertido a Bison en lo que era.
Pero
Riki no quería apegarse tanto al nombre de Bison haciendo solo lo que los demás
querían. Eso no significaba que quisiera destruir Bison. Solo convertía el
momento en el que Riki debía aprovechar.
Mejor
aún si se apartaba y alguien nuevo tomaba su lugar de líder. O sí aprovechaban
la oportunidad para encontrarse hogares nuevos a los que llamar suyos. Riki no
estaba particularmente preocupado por que Bison continuara siendo Bison. Su
determinación por querer dejarlo no había cambiado.
Pero
tendría que estar loco para imaginar que Guy y los otros cortarían vínculos con
Bison así como así. Incluso si la pandilla se disolvía, Riki no tenía intenciones
de renunciar a su emparejamiento con Guy. Incluso si el estado de su relación
bordeaba el distanciamiento, Guy seguía siendo el fundamento del corazón de
Riki. Eso no iba a cambiar nunca.
“Nunca dejes
de lado lo más importante.” Las palabras de Aire hacían
eco en sus oídos.
Se
había convertido en un mensajero sin antes consultar a Guy. A tal punto no
pretendía empezar a arrepentirse de su egoísmo, pero no quería perder la
calidez de la presencia de Guy.
Solo
poseía dos manos con las cuales aferrarse a las cosas más importantes de su
vida. Su propio orgullo sobre lo que podía hacer—los lazos que
lo unían a Guy—un trabajo
soñado que valía la pena—¿De cuál de estos podía soportar desprenderse?
Aunque
la postura de Katze resultase convincente, entre más la consideraba Riki, peor
le dolía la cabeza. No había dado con
una respuesta satisfactoria en un largo tiempo.
“No te
equivoques, Riki. Deséchalo y nunca jamás volverás a tenerlo.” Las palabras de Aire lo apuñalaron. Riki se encontró a sí mismo acorralado
por ese dilema.
¿Sería
mejor abandonar la política arraigada a su mentalidad? En ese caso, no tendría
que renunciar a nada más. Pero si se permitía llegar a ese extremo, pensó Riki reprendiéndose,
¿qué alma le quedaría?
“¿Riki?
¿Qué pasa? ¿Qué ocurre?” inquirió Guy al verlo tambalearse en su dirección.
Su
ceño estaba fruncido, pero no para reprocharle nada ni para condenar su
presuntuosidad en lo que se apoderaba de la cómoda cama. Guy lo saludó con su complaciente
conducta de siempre. “Vaya que pareces estar de buen humor. ¿Se te están dando
las cosas a tu manera?”
¿Dándose las
cosas a mi manera?
Bueno,
tenía su trabajo bajo control y el dinero fluía. Así que le había regalado a
Guy un licor muy fino, un lujo inusual en los barrios bajos. Probablemente a
eso se refería cuando hablaba de si las cosas se le estaban “dando a su manera”.
Estaba
tranquilo. Su mente estaba extrañamente despierta, aunque su corazón doliera.
Una sensación de malestar que no pudo aplacar debió ser lo que lo indujera a
dejar escapar, “Observa como me largo de aquí, Guy—”
O
no. Hacerle tan explícita declaración a Guy debía haber sido su forma de
impulsarse hacia un lugar del que era imposible regresar. ¿Cuál de las tres? La
indecisión se apoderaba de sus pensamientos. Empezaba a odiarse a sí mismo.
Solo
poseía dos manos con las cuales aferrarse a las cosas más importantes de su
vida. De ser así, mejor que ser forzado a desprenderse de la tercera, se sujetaría
con fuerza a ella, aunque eso significara tomarla entre los dientes y llevarla
consigo a rastras.
Guy
lo miró por un instante como buscando las palabras para responderle. “Sí, claro—”
dijo con la voz gentil a la que Riki estaba tan acostumbrado. Las comisuras de
los labios de Guy estaban curvadas por la ironía.
Sin
embargo Riki se las arregló para no darse cuenta. No tenía forma de saber de
qué manera sus palabras se clavaron en el corazón de Guy como aguijones
venenosos.
Por fin otra actualización, muchas gracias por el capítulo. Estoy deseando poder continuar con la historia.
ResponderEliminarUn saludo. Yukikun
Buenas tardes me encanta tu traduccion, espero que continuos traduciendola, espero con ansias. Por favor continua
ResponderEliminarkyaaaaaaaa
ResponderEliminarque buena esta la historia!!!! no me esperaba ese pasado de riki!!!!
muy buen trabajo.
sigue asi ;)
Yo tampoco para ser honesta cuando leí la novela me encantó y odié que las OVA's gran parte de la profundidad de los personajes quedara en el olvido. Sigue colocándose buena sin embargo, esto apenas es el inicio. Ojalá sigas leyendo! :D
EliminarPor favor vuelve!!!! hace tiempo que no estas :(
ResponderEliminarD:! No me pegues! :S Qué verguenza, es que tengo el horario apretadísimo y pues... no valen las excusas lo sé. Puse varios capítulos de una vez y creo que pronto subiré los que faltan. Gracias por la paciencia n,n
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