Riki no tenía idea de donde estaba.
Salvo que se encontraba en una habitación sin ventanas,
rodeado por cuatro paredes de marfil. Una cama simple. Una silla y una mesa.
Nada más. La puerta, la única salida, estaba bloqueada desde afuera.
La golpeó. La pateó incluso. Pero esta ni se inmutó.
La habitación era una celda limpia y ordenada. Aparentemente había sido traído hasta allí
desde ese lugar que le recordaba a un profundo océano azul. Lo último que
recordaba era haberle lanzado un puñetazo a Iason. Sabía que aquel había sido
un movimiento muy tonto.
Iason le había respondido propinándole un fuerte puñetazo
en el estómago que lo dejó inconsciente.
Cuando despertó, estaba recostado en la cama ya
mencionada, completamente apaleado. Sus bolsillos habían sido desocupados, le
habían quitado el dinero, la tarjeta de
identificación que Katze le había dado y la moneda unida a su llavero.
Incluso el cuchillo mariposa que mantenía metido en sus zapatos en caso de
emergencia se había ido. Todo.
Habiendo sido despojado de todas sus pertenencias y
arrojado en esa celda, Riki no estaba de humor para calmarse. Al contrario. Su
mente daba vueltas: ¿En qué mierda estaba pensando ese maldito? ¿Qué
tenía pensado hacer exactamente, encerrándolo allí sin decir una palabra?
Riki sabía que debía estar pensando en otras cosas, pero
para empezar, no tenía idea de cuales debían ser esas otras cosas.
¡Mierda!
Apretando los dientes Riki pateó la silla con todas sus
fuerzas y la mandó a volar.
Sasan (Área 8). Cúpula de la torre Número Tres. La
subasta secreta había terminado sin ningún contratiempo. Iason Mink no
aprovechaba la puesta de sol para tomarse un respiro al aire libre, sino que,
como siempre, se relajaba con su habitual gracia y autoridad en la oficina de
su penthouse.
Se reclinó, hundiéndose en el sofá, cruzando sus largas
piernas y miró la pantalla en la pared. Esta mostraba un canal de video de Riki
torciendo los labios con evidente irritación. Iason ajustó la imagen con el
control remoto y en un segundo la pantalla se llenó de un primer plano del
rostro de Riki.
A pesar de su apariencia desaliñada y desgreñada, su cabello
negro brillaba suavemente. Su flequillo no lograba ocultar la displicencia de
sus ojos oscuros. Su mal humor aplastaba con firmeza las esquinas de sus ojos,
repletos de sus ásperas y vulgares emociones.
Iason casi creyó poder escuchar el rechinido de sus
dientes escapando de la delgada y severa línea entre sus labios. Ahí en frente
de él había un sucio gato de callejón. Sin modales, sin clase y sin la más
mínima pizca de disciplina o control. La
vida de este impoluto e incivilizado “buen salvaje” brillaba con notoria luz
propia.
Cuando se habían conocido bajo el llamativo brillo de
neón de los anillos dobles de Midas, no le había parecido más que un orgulloso,
ignorante y borracho niñito incapaz de reprimir sus feroces emociones. No tenía
idea de cómo integrarse con los demás. No tenía otra habilidad social aparte de
la de enseñar los dientes y gruñir como un perro.
Un mestizo de los barrios bajos.
Su decisión de hacerse el de la vista gorda y no
aventarlo con la policía entonces, fue por puro capricho. Pero acompañarlo a
ese lugar cuyo propósito era obvio desde el principio, y luego actuar movido
por el deseo de humillar a ese chico—después de llevarlo a un grado de
excitación que nunca antes había visto, por supuesto—no era más que ceder ante
el capricho y dejar que la naturaleza siguiera su curso.
El chico había sido un rebelde insurrecto, sin embargo,
sin ninguna estrategia o planeación en mente, y al haber mostrado tanto
orgullo, no podía permitirse apartar la mirada del hombre que debía haber
sabido era un Blondie.
Así que Iason lo había utilizado y lo había desechado.
Arrojarle la Moneda Aurora al salir no había sido más que una cosa del momento.
En cuanto a entretenimientos respectaba, esta tenía más sazón que la mayoría,
pero al final seguía siendo solo un entretenimiento. Le pareció apropiado
emplear dinero de mascota como “cambio” por el soborno que le habían forzado a
aceptar.
El dinero de macota consistía en unas fichas de metal que
no tenían valor alguno en los mercados minoristas, pero una Moneda Aurora era
mucho más valiosa que el dinero común. Una
de esas podía ser canjeada por más dinero que todas las tarjetas de crédito
robadas por los chicos.
Iason estaba algo curioso de saber si un mestizo de los
barrios bajos sería capaz de apreciar lo verdaderamente valioso cuando caía en
sus manos. Así que le pidió a Katze que se mantuviera siempre alerta y le
hiciera saber tan pronto esa moneda emergiera de los barrios bajos.
Estaba seguro de que sería cuestión de tiempo. Pero los
días pasaron y nada ocurrió. Iason estaba decepcionado, y mucho más intrigado
de por qué este mestizo desconocido no había canjeado su premio.
Al mismo tiempo, ¿Qué habría sido de ese mocoso después
de que Iason había pisoteado su orgullo?
En lo que respectaba a la moneda, Katze siguió sus
instrucciones sin objetar una sola palabra. Al mismo tiempo que expresaba su
desacuerdo con Iason por hacerle disponer de uno de sus semejantes de los
barrios bajos, en especial uno tan inexperto como ese.
Naturalmente, sin importar qué argumento tuviera Katze,
Iason no estaba inclinado en lo más mínimo a retractarse. Que si el chico
probaba ser útil o no, no era algo digno de discutirse en lo que a Iason
respectaba. Él era simplemente el
producto de mera curiosidad.
“Riki el
Siniestro,” ¿eh? Si se le cría apropiadamente quizás el sarnoso gato de
callejón pueda convertirse en una fiera.
Durante los últimos meses, había sufrido un poco dicha
transformación. Aquellos cambios no eran simplemente superficiales, sino sin
dudas un reflejo del balance entre los buenos y malos aspectos de su carácter
personal.
Pero aún no
era suficiente. La satisfacción de su curiosidad bien podría haber
desencadenado tales pensamientos.
Manipuló el control remoto otra vez. Tal y como había predicho, Riki estaba
mandando la silla a la mierda de una patada. Iason sonrió inconscientemente. Es un mestizo urgido de entrenamiento.
“Iason—” Tras él, otra voz irrumpió de repente en sus
pensamientos. “¿Estás hablando en serio?” Ahí estaba Raoul Hamm, su bello e
indómito rostro mostraba una sombría expresión inusual para una élite de
Tanagura. “No le pusiste las manos encima a esa basura en realidad, ¿verdad?
Traer a Eos a un macho que ni siquiera ha sido domesticado es simplemente
buscarse problemas.”
“Cierto, pero ese desmesurado orgullo es definitivamente
una mejora absoluta con respecto a esos descerebrados muñecos sexuales. ¿Por
qué te angustias tanto? Es tan vulgar y ordinario. ¿No crees que vale la pena
entrenarlo? Sería divertido criar una clase diferente de mascota para variar.”
“El tipo de cosas que elijas criar es tu problema, pero
convertir a semejante criatura en una mascota no va a repercutir muy bien en el
nombre de Iason Mink.”
“Me imagino. Aunque creo que con el entrenamiento
apropiado puede convertirse en una mascota más interesante—”
“Cuanta confianza puedas llegar a tenerte no viene al
caso. ¿Y qué si no puede ser
domesticado?”
“Si dicho momento llega, siempre podremos jugar con su
cerebro, convertirlo en un muñeco sexual y luego disponer de él en el mercado
negro. Solo con dar a conocer el hecho de que esta mascota fue alguna vez la
propiedad de Iason Mink bastará para elevar significativamente su precio. ¿O
quizás podamos quedárnoslo para uso de los huéspedes, acorralado hasta que
expire por su propia cuenta? Debe haber docenas de otros usos en los que
podamos pensar.”
Con esa casual y alegremente indiferente declaración,
Iason dirigió su atención de vuelta a la pantalla.
Convertir a un mestizo de los barrios bajos en una
mascota.
Nunca se le ocurrió que ese plan, poco más que un mero
acto de fantasía sería capaz de sacudir su orgullo de Blondie por completo.
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