viernes, 9 de enero de 2015

AnK - Volumen 4, Capítulo 4

En ese momento, Katze se encontraba en Chalaza, la red clandestina que unificaba los albergues subterráneos de Midas. Los túneles para salidas de emergencia no estaban especificados en el mapa de ningún turista. De hecho, eran desconocidos para la mayor parte de la población civil.
Katze recorría los canales a gran velocidad en un vagón privado tipo cápsula. Esa entrada era la única conexión entre los estados eternamente hostiles de Midas y Ceres. Aquello también significaba la sombría existencia de un hombre como Katze y su estatus como un traficante del mercado negro.
Los oscuros corredores estaban fríos y en silencio. Lo único que parecía tener vida eran las balizas naranjas cada cincuenta metros que cortaban el vagón y se lo tragaban. El repentino cese de dichas luces anunció la llegada al destino, y la cápsula se detuvo en silencio.
Con un débil gemido, las puertas del túnel se cerraron tras la capsula. Un par de pequeñas luces rojas a cada lado parpadearon y la nave se dio vuelta como si estuviera montada en un colchón de aire. Las luces se apagaron por fin.
Sin detenerse, los cinturones de gravedad se liberaron con un suave chasquido. La cápsula se elevó y entonces de nuevo se detuvo en silencio.
Katze se quedó ahí sentado con los ojos cerrados hasta que la masiva puerta negra delante de él se abrió. Aparte de tener que subirse físicamente al auto e indicar el destino, un auto cápsula controlado por computador no imponía otras molestias en el pasajero. Pero la expresión en el rostro de Katze no era para nada serena. No se parecía a su sempiterna e imperturbable cara regia de siempre.
No había nadie más en los alrededores, pero eso no significaba que pudiera bajar la guardia. Arrastró los pies con fuerza al salir del auto, haciendo evidente su reluctancia. O algo más que reluctancia. Parecía que cada respiro estaba cargado de hastío.
No era en absoluto el viejo Katze. Si cualquiera de sus subordinados lo hubiera acompañado allí, aquella cara tan inimaginablemente oscura y melancólica lo habría dejado mudo de sorpresa.
En términos de su ubicación, Katze estaba de pie ahora en el borde occidental de Ceres. Y más allá de las masivas puertas de metal quedaba el centro de crianza, Guardián.
Katze tomó un profundo respiro e insertó su tarjeta de identificación en una consola de seguridad e introdujo su contraseña. Sus dedos recordaron el código de quince dígitos sin esfuerzo, evidencia de cuan a menudo había visitado el lugar. En realidad no quería estar ahí, pero no tenía opción. Negocios eran negocios.
La puerta se abrió pesadamente. Katze avanzó, sus ojos fijos al frente. Se preparó internamente para impedir que se desvaneciera su impenetrable e inexpresiva cara regia, sus nervios se agobiaban tras la superficie para mantener esa pantalla de placidez.
Visitar sus viejos lares no lo afectaba en absoluto. Aunque habría sido mejor si hubiera podido lograr decirlo en voz alta.
Incluso recorriendo esos pasajes clandestinos y secretos, apartados del mundo exterior, Katze podía recordar muy bien a los niños jugando y dando cabriolas en el patio, al igual que antes.
La risa alegre y chillona que era la provincia de los jóvenes—los fieros gritos de rabia—las voces al llorar—
Aunque el recuerdo se había desvanecido con los años, en un soplido, el dulce dolor de las heridas había vuelto a la vida de maneras que las palabras no podían expresar.
Sentimentalismo inútil. El dolor surgió silenciosamente en su pecho. Y ese sentimentalismo habría tomado un giro un tanto diferente si los niños hubieran vivido sus vidas como furniture en Eos.
El mismísimo Katze no consideraba eso último una bendición en lo más mínimo. Era simplemente que cualquier lugar parecía mejor que Guardián. Y entonces cuando el hombre finalmente moría, sus recuerdos de Guardián sin dudas se teñían con la clase más dulce de interminable desesperación.
Cada ciudadano de Ceres crecía allí hasta que cumplía los trece años y entonces era delegado a los barrios bajos. Con todos ellos habiendo pasado la misma infancia ahí, el centro de crianza adoptaba el aura eterna de una tierra santa.
Sin embargo, como un líder en el mercado negro, con un conocimiento absoluto de la parte soleada y la parte clandestina de Tanagura, Katze no tenía intenciones de ahogarse en esas piscinas profundas de sentimentalismo.
No había tierra santa eterna, ni salvación en los barrios bajos, no importaba cómo se arrojaran los dados. Era por eso que existía el vertedero llamado Ceres en medio de Midas. Porque Katze sabía lo que se escondía detrás de los inocentes llantos y el sonido de los jugueteos de los niños. La verdadera apariencia de la tierra santa que era Guardián.
La impresión de descubrir la verdad había estado más allá de su habilidad deductiva. Una conmoción más grande que cuando la dicha de haber sido seleccionado para furniture en Eos se convirtió en desesperación en lo que la comprensión de su situación lo acometía.
La realidad de ser hecho furniture se presentó cuando esa recientemente desarrollada parte de sus cuerpos fue removida y dejaron de ser hombres. Ninguno de ellos había hecho con eso más que masturbarse, así que el verdadero significado—la verdadera sensación—del placer seguía siendo un misterio. De modo que su ausencia, aunque extrañado, no presentaba por sí misma una tragedia infraqueable.
No había vuelta atrás, así que la única opción era mirar adelante. Bajo esa perspectiva, pudieron olvidarlo fácilmente. Sin embargo, cuando la verdad sobre Guardián finalmente fue sabida, la entera identidad de Katze fue sacudida.
La rabia, el dolor y el disgusto. Seguía cargando el vívido recuerdo de apretar los dientes contra la incontenible furia. De darle la espalda a la enfermiza y terrible realidad una y otra vez.
Una felicidad tan inocente. Si tan solo hubiese escogido quedarse en la oscuridad, los días de paz y tranquilidad habrían sido suyos. Incluso si el recuerdo de esos tranquilos días debiera pasarlos en un vertedero.
Y aun sabiendo eso, ahí estaba.
Guardián era el único tan llamado jardín en Ceres. En su verdadera forma, era una gigantesca granja experimental de órganos bajo el directo control de Tanagura.
El número de niños bendecidos que concebían las mujeres estaba limitado por el control poblacional. La ley maldita de Ceres rezaba: “No debes matar lo que nunca dejaste vivir en primer lugar”.
Ceres existía para que la gente de Midas pudiera sentirse bien consigo misma al dirigir todo su desprecio personal hacia otra parte. Y aún más como un ejemplo viviente de los horrores privados que les esperaba también.
Un gran número de aquellas vidas desafortunadas eran engendradas a partir de unos calderos pastosos que difícilmente podían ser llamados úteros artificiales. Nacidos en grises y frígidos laboratorios, sin nombres, sin tan siquiera el reconocimiento de su propia existencia, eran consignados a sus tumbas en la oscuridad.
¿Con qué propósito?
Para el progreso científico. Para la satisfacción de la curiosidad intelectual sobre los misterios de la vida.  Y por la recompensa de los negocios clandestinos cuyo comercio nunca podría ser llevado a la luz.
Incluso ahora Katze sentía un disgusto terrible en lo que los laboriosos y agudos gemidos penetraban las paredes—
No. Era solo su mente jugándole trucos sucios. Pero cada vez que entraba allí, Katze sentía que se le erizaba la piel. No podía ver nada, pero sentía de todo. No escuchaba nada, pero captaba esos ecos. No tocaba nada, pero lo comprendía todo.
Katze no poseía poderes extrasensoriales. Sin embargo, desde el momento en que había sido capaz de captar la forma que tenía la verdad, no había podido evitar presentir que algo acechaba los corredores de Guardián.
Pero aunque pudiera molestarle, sabía que no tenía el poder para detenerlo. No obstante, nunca se había podido acostumbrar a esa sensación que penetraba y acosaba su cabeza. Un dolor fantasma se apoderaba del símbolo de su masculinidad que había perdido hacía tanto tiempo. Algo frío, que no podía descifrar, recorría su espalda.
A Katze le daba escalofríos.
Faltaba todavía para su cita. Chasqueó la lengua en señal de su irritación. Se sentó y se hundió en los cojines del sofá. La irritación que le causaba esperar a solas en la triste y monótona habitación no era muy propio de él. El interior de su boca se sentía como papel de lija, y se estaba muriendo por fumar.
Katze sacó un cigarrillo, lo encendió, y llevó el humo profundamente hacia sus pulmones. Lo dejo allí un rato, lo dejó penetrar su sangre. Y entonces, lentamente, y con calma, lo dejó salir. Los cigarrillos Shelagh perfumados marca Amka—condimentados con tan solo una pizca de droga—era lo que siempre calmaba su mente y su alma. Sabía que era un hábito horrible, pero no podía renunciar a él. Aquel estaba en la línea divisoria entre la cordura y la ilusión.
Fumaba quizás para escapar a la persistente visión que era Guardián. O quizás esas ilusiones tenían tanto control sobre sus sentidos porque fumaba. A ese punto no podía decidirse.
La mitad del delgado cigarrillo había desaparecido en una nube de humo púrpura, cuando llamaron a la puerta. Solo los de niveles superiores de Guardián sabían que Katze se encontraba allí, a esa hora.
Katze desechó el cigarrillo y una vez más, se puso su cara inexpresiva. La puerta se abrió y dos hombres entraron a la habitación. El hombre alto de mediana edad con bigote era Judd Kuger, el actual director del clan que había dirigido Guardián por generaciones. Podía considerársele el rey de la montaña que era Ceres. Y, por supuesto, el fiel sirviente de Tanagura.
El otro hombre era mucho más joven. No era precisamente un adolescente, pero definitivamente era más joven que Katze. La primera vez que se habían topado, Katze había deducido inmediatamente que el más joven se trataba del hijo de Kuger. Quitándole la expresión intensa y afilada de los ojos, esas cinceladas facciones le pertenecían a Judd.
Pero por supuesto. El ADN de un hombre no es algo que pueda ser burlado.
En los barrios bajos, con su escaso y controlado número de mujeres y la abundancia de relaciones homosexuales, el sexo era visto como una herramienta de placer y no como un acto de reproducción. La sola idea de dejar descendientes era la clase de cosa que se veía en sueños y fantasías.
Allí había una excepción singular: Manon Sol Kuger. Nunca había puesto un pie fuera de Guardián, y de cierta forma, era el puro e inmaculado vástago del pequeño terrario.
Libre de la suciedad y la mugre de los barrios bajos, su delgada silueta irradiaba un sentido de pureza que llamaba la atención. Pero nada más. Mientras que su sentido del orgullo era evidente a simple vista, algo sobre su presencia se le antojaba a Katze como insuficiente.
A ojos de Katze, estando tan familiarizado como estaba con los rasgos y peculiaridades de los hombres de acción que encontraba en los mercados, no había forma de pasar por alto la pálida imagen que el hombre joven proyectaba.
Aunque tal vez se debiera a que al compararlo con Riki, quien rondaba más o menos la misma edad, Manon parecía una flor frágil y ornamental conservada bajo un cristal protector. Katze sabía perfectamente bien que no tenía sentido compararlos a ambos, pero ningún otro estándar representativo que pudiera servir como un punto de referencia adecuado se le había venido a la mente.
Los dos hombres caminaron hacia el sofá. “Gracias por la espera,” dijo Judd con una rutinaria reverencia. Un paso tras él, sin ofrecer siquiera un asentimiento, Manon solo se quedó mirando malhumorado a Katze. La última vez que se habían visto, a Katze le había dado la impresión de que Manon estaba demasiado tenso para saludar.
Estaba vez era diferente. Los ojos que miraban a Katze de vuelta estaban claramente llenos con repugnancia y desdén. Solo con eso, se dio cuenta de que Manon se había enterado de todos los detalles de su vida anterior.
No puedo creer que Kuger se lo haya contado—
Habiendo crecido en Guardián, Katze entendía cuán intensa era la impronta, y sus efectos en las mentes de las personas elegidas confinadas a ella.
Supongo que cuando pasas toda tu vida sumergido en un baño de agua caliente, la lengua se afloja y el espinazo se hace débil después de un rato.
Eso por sí solo era razón suficiente para que muchos en el clan mantuvieran su distancia de Katze. Incluso ahora, después de todo ese tiempo—
Estoy jodido si lo que pasa como sentido común en Guardián empieza a tener sentido en algún otro lugar.
Para ser precisos, el sentido común de los parientes de sangre que subían al mandato del clan Kuger.
En Ceres, eran pocos los que tenían un nombre y un apellido. Bajo el pretexto de preservar un linaje, tomar una esposa y tener una familia estaba permitido, pero solo para las clases especiales y privilegiadas.
Aun así, eso solo los convertía en el pez más grande en un pequeño charco. Aunque de vez en cuando se daban una muy equivocada idea sobre cuál era su lugar en el mundo. Habían olvidado que eran los sirvientes públicos de Guardián y se les había metido en la cabeza que eran los dictadores del mismo. Y cuando dicho error era señalado por la gente, se enfadaban.
Podía ser que Katze hubiera empezado a vivir como un chiquillo despistado que no entendía nada sobre cómo funcionaba el mundo en realidad, pero había escalado hasta su posición en el implacable mercado negro de acuerdo a sus propias habilidades. En cuanto a él respectaba, un chiquillo que se ganaba la vida por sus genes y no por su propio trabajo duro no valía nada. No tenía intenciones de considerar sus iguales a aquellos que no tenían interés en entender esa diferencia.
Según estaban las cosas, cinco clanes disfrutaban del privilegio de mantener sus apellidos. Por supuesto, el privilegio de un linaje era causa interminable de problemas si se le permitía continuar sin restricción, así que su número era estrictamente regulado.
Entre ellos, el clan Kuger, los vigilantes de Guardián, poseían el árbol genealógico más amplio. Sin embargo, esa devoción servil a la estirpe se convertía inevitablemente en el eslabón más débil para todos los clanes.
Tanagura estaba allí para sacar provecho. Los clanes podían apegarse a sus principios y desobedecer a los planes y programas de Tanagura, o desechar dichos principios y aceptar lo que Tanagura tenía para ofrecer. Esas eran las dos opciones que tenían los clanes. Así que no había modo de que fueran a ponerse todos del lado de las víctimas.
El apoyo del canal trasero de la Mancomunidad—que había continuado desde la época en que Ceres se había declarado independiente—se había acabado. Las puertas estaban cerradas sin importar a donde se volvieran los clanes. Y entonces los comunicados de Tanagura llegaban a sus puertas, sondeándolos por la espalda.
En tiempos de crisis, temían perder el poder incluso más que la extinción de sus linajes. Tanagura sostenía un señuelo frente a sus narices, tentando la codicia en el corazón del humano animal, intoxicando su razón y sentido. Aquellos que se sentían privilegiados por encima del resto eran especialmente susceptibles.
Como resultado, Ceres se convirtió en el perro faldero de Tanagura. No era como si las cinco familias no hubieran sufrido la angustia de ser conscientes de ello. Pero eso era algo sobre lo cual no podían ser abiertos.
Aunque imperfecto, solo el generoso apoyo bajo cuerda de Tanagura impedía que Ceres terminara en la completa ruina. Actuaban en el nombre de una causa justa. Un fin más grande que oscurecía los más pequeños y pecadores medios.
Todo el mundo lo hace, decían, y eso les bastaba. Pero a los ciudadanos de Ceres nunca se les permitía decidir si aquello era verdaderamente un mal innecesario o no.
Ceres estaba en Midas. Pero no era Midas. Ceres no tenía industria, ni habilidades únicas con las qué negociar. Debía encontrarse algo que hiciera que la continua existencia de Ceres valiera la pena. Ese algo era Guardián y su granja de órganos.
Una vez habían tomado su parte de la fruta prohibida, no había otro camino diferente al del descenso. Sabiendo que tenían las manos sucias, solo podían apartar la vista de la verdad. Con el tiempo, el dolor disminuyó, y la culpa y el arrepentimiento se oxidaron. Se acostumbraron a la realidad y dejaron atrás su sentido de la moralidad.
Solo porque Katze conociera la verdad, y solo porque sus ojos se entornaran con disgusto, no significaba que estuviera buscando al responsable y levantara la voz en señal de protesta. Tampoco lo intentaba. Aunque era obvio que, para ellos, Katze era tan solo una molestia; no tenían los cojones para decírselo en la cara.
La actitud que irradiaba de sus expresiones era más que suficiente para dárselo a entender.
Sin embargo, siempre y cuando la displicencia no llegara al extremo de ser daño físico, lo dejaría pasar. No podía molestarse en enfadarse a causa de ese cobarde, paranoico y susceptible montón.
Indicándoles con la mirada que se sentaran, Katze habló con una voz inexpresiva y llana.
“Veámoslo.”
“Aquí tienes,” dijo Judd, entregándole una carpeta de archivos.
El proceso también se había tornado rutinario, algo que Katze jamás habría anticipado. Sin decir una palabra, echó un vistazo a los archivos, inspeccionando con cuidado los encabezados y las anotaciones. Las características físicas no se mencionaban en gran detalle—las notas más a menudo se enfocaban en la inteligencia, la personalidad, el juicio psicológico y cosas así. En lugar de describir a un individuo, era más bien una evaluación detallada de un grupo representativo. Seleccionaba algunos archivos de la carpeta y los distribuía sobre la mesa. El corte final para la próxima entrega de furnitures de la temporada.


Algún tiempo atrás, Katze había sido uno de esos archivos escogidos por un representante de Tanagura. Había sido castrado e instalado como un furniture en Eos. Que hubiera heredado ese mismo negocio y estuviera haciendo eso mismo ahora era una de las ironías más oscuras de la vida.
Cuando Iason le había ordenado hacerse cargo del trabajo—Katze no se acordaba de cómo había reaccionado. Así de sorpresivo había sido para él. Naturalmente, cuando Iason hablaba, era siempre en la forma de una oferta que Katze no podía rechazar.
Katze estaba involucrado en casi todos los mercados que tuvieran que ver con Ceres. Se encargaba del tráfico del dinero, las tarjetas de crédito y los bienes robados incautados del comercio turístico de Midas. Era el agente para Guardián. Un distribuidor en el comercio de las drogas. Y tenía unos cuantos dedos metidos en muchos otros asuntos. Era, como Iason lo llamaba, un hombre multiusos. La persona indicada, en el lugar y momento indicados. El mestizo de los barrios bajos que hacía un buen trabajo.
Sin embargo, ninguno de los hombres que trabajaba en las sombras lo consideraban más afortunado de lo que se merecía. Sabían demasiado bien que Iason, el emperador del mercado negro, era un meritócrata implacable cuyos sentimientos nunca afectaban su juicio.
El pasado no hacía parte de la escena. La habilidad era todo lo que tenía importancia. No hagas demasiadas preguntas; jura absoluta lealtad. El éxito era debidamente recompensado. La traición tenía su precio. Resultados, y nada de excusas, era todo lo que le interesaba.
Pero eso no significaba que la confianza de Iason fuese absoluta y estuviera garantizada. Katze lo sabía muy bien. Castigo y recompensa. Esa era la forma en que Iason procuraba su lealtad eterna.
Cuando Iason servía el veneno, esperaba que Katze limpiara el plato. Y tal como la familia que llevaba la administración del centro de crianza, Katze hacía lo que tenía que hacer con tal de sobrevivir.
Levantar el puño y clamar: ¡Justicia! Solo lo expondría a una matanza infernal. En la cara del poder absoluto, tan ingenuo idealismo sería aplastado. Katze entendía eso mejor que nadie.

Fue directo al grano y dijo solo lo que debía decirse. “Los diez a las tres en punto. En el lugar de siempre.”
“Entendido.”
Judd habló en un tono más respetuoso que Katze. La bien establecida relación de maestro-alumno entre los dos no tenía nada que ver con la diferencia de edades. Aunque fueran los mismos fieles sirvientes de Tanagura, la diferencia entre aquellos del interior y del exterior saltaba a la vista.
Para reforzar ese hecho, las negociaciones no se llevaban a cabo a distancia o a través de hologramas, sino en persona, con Katze yendo hasta Guardián. Tal como hacía el representante antes que él.
Judd, el patriarca de su clan, era un simple chihuahua. El representante del mercado negro era el doberman de Tanagura. Ambos eran considerados perros, pero la línea que los separaba no podía pasarse por alto.
Y Guardián lo sabía.
No importaba quién rascara la espalda de quien. No importaba quien adulara a quien. No importaban los peros. Nada de eso importaba en lo más mínimo.
Judd Kuger no albergaba ninguna fantasía de que fuese diferente.
Independientemente de los antecedentes de Katze, de invertirse los papeles, sería él quien tendría que inclinarse y suplicar. Si pulir los bordes y morderse la lengua era lo que se requería para asegurar su posición como la cabeza de Guardián, pues eso haría.
Incluso, si a su propia discreción, Judd deseaba convertir a Guardián en un bien hereditario, no albergaba ninguna aspiración de ser considerado algún día como un igual como sus hermanos de Tanagura. La única recompensa que obtendría por sublevarse sería su propia destrucción.
Pero para Manon—quien no entendía nada de las maneras del mundo exterior, quien era igualmente ignorante de la sabiduría del mundo y la sabiduría de las masas—la naturaleza rapaz del mundo de los negocios no era menos misteriosa. Así que solo podía observar con desprecio la manera en que su padre se sometía humildemente ante Katze.
Era la razón de que hubiera esa fiereza en su mirada.
El hombre que Manon tenía sentado frente a él había sido un furniture de Eos alguna vez, un hecho que consideraba con desprecio. No sabía el verdadero significado de Tanagura. Tan solo estaba levemente enterado del enorme sindicato que lideraba el mercado negro. Y ni siquiera estaba completamente seguro de lo que significaba ser furniture de Eos.
El único pensamiento dando vueltas en la cabeza de Manon era que ese hombre alguna vez había sido vendido al mundo de Tanagura como un esclavo del mundo que su familia gobernaba. Era por eso que no podía siquiera intentar considerar que él y Katze eran miembros de la misma tribu en Ceres.
Cuando Katze había heredado el trabajo de su predecesor, la conmoción en Guardián fue inestimable. Tan solo era como debía haber sido. Katze sabía lo que se escondía bajo cada roca en Ceres, un testigo viviente de cada pecado cometido por el clan Kuger.
La conmoción estalló cuando Katze se mostró frente a sus ojos. El escándalo de un furniture convirtiéndose en el representane comercial de Tanagura. El miedo cuando la base imaginaria bajo sus pies resultó ser nada más que arena.
La existencia previa de Katze había sido revelada a Manon en un momento amargo cuando la humillación se desbordaba. Manon ardía con una indignación farisaica. No había forma de que pudiera tolerar a ese hombre, que había olvidado el regalo de ser criado en Guardián y ahora arrogantemente los miraba por encima del hombro.
El perro no mordía la mano que lo alimentaba. ¿Por qué debía su padre, el patriarca del clan Kuger, inclinarse ante ese furniture indigno y sin valor? ¿Y por qué debía su hijo alzar la vista ante ese medio hombre? Si alguien merecía estar suplicando, era el caracortada que tenían frente a ellos—no ellos. Manon no era de los que se quedaba de brazos cruzados y toleraba a ese hombre que se aprovechaba de la autoridad de Tanagura, dando órdenes a todos como si realmente fuese alguien.
Nunca se le había ocurrido a Manon que dichas cuestiones fuesen el producto de su ignorante orgullo. De verdad creía que todos los visitantes de Guardián debían arrodillarse ante la grandeza del nombre Kuger. Sin mencionar que abordando los negocios de la mano con un aire tranquilo y desinteresado, Katze no demostraba interés en el propio Manon.
Era imperdonable que este hombre, quien nunca habría sido su igual desde el principio, ignorara por completo a un miembro de una clase privilegiada. Para Manon, esta era una humillación más grande que ninguna otra. Maldijo en voz baja, “Para tratarse de un simple furniture, vaya que te crees la gran cosa.”
La palabras escaparon de entre sus labios. Quería que Katze escuchara. Quería bajarle los humos. Pero Katze calmadamente contuvo la lengua y no miró en su dirección. El descaro solo empeoró la situación de Manon.
En cambio, quien empezaba a perder la paciencia era Judd. No podía creer que su propia sangre y carne pudiera permitir que tan incautas palabras salieran de su boca. La alarma le empañó el rostro.
“Lo siento. Por favor perdona los descuidados comentarios de mi estúpido hijo.” Bajó la cabeza y habló con gran sinceridad. “Me aseguraré de que nunca vuelva decir una cosa así.”
Judd entendía quien tenía el poder en esa transacción. Y entendía que su hijo era solo una rana en el fondo de un pozo, imaginando que veía el mundo entero.
Era por eso que era tan importante que su hijo aprendiera un poco más sobre cómo funcionaba el mundo real—lo que realmente se pretendía en Guardián—y la exacta naturaleza de sus relaciones de negocios. Manon tenía muy pocas oportunidades de aplicar sus conocimientos teóricos en el mundo real. Era por eso que Judd quería que hiciera parte de esa reunión.
Judd no se había imaginado que las cosas saldrían así.
Por un lado, como Katze, Manon había sido una vez proclamado como la mente más brillante desde el comienzo de Guardián. Excepto que la envergadura de su conocimiento estaba carente de cualquier profundidad. Su padre había fallado horriblemente en anticipar que su propio hijo resultaría estar tan carente de sabiduría como para volverlo un inutilizable.
Esos eran sus verdaderos sentimientos a ese punto. Decepción e ira. Muchos años atrás, ahí en frente de sus ojos, Katze había sido un hombre joven, un talento pródigo ofrecido en la montaña de desechos de los barrios bajos. Pero esa belleza y sabiduría se habían convertido en el peor enemigo de Katze. Y cuando fue seleccionado como furniture para Eos, Judd se había apenado desde el fondo de su corazón.
De verdad creía que se podría hacer una excepción para que Katze pudiera quedarse en Guardián. Así de desesperadamente quería un talento como el suyo.
Las aguas calmas pronto se tornaban difíciles.
Era de esperarse que cualquier grupo de gente que poseyera nada más que un arraigado sentido de privilegio, no diera sino frutos malos. Necesitaba prodigios como Katze con el fin de mantener la endogamia intelectual a raya. Pero los deseos de Judd no se habían cumplido.
Después de lo que Katze había atravesado desde entonces—el Caracortada que se había convertido en el representante de Tanagura y estaba ahora sentado frente a él—Judd no podía evitar sentir una indescriptible conexión entre los dos.
En otras palabras, ver como un prodigioso talento como Katze se desperdiciaba siendo un furniture de Eos y después resurgía de las cenizas—Judd tenía que agachar la cabeza asombrado y admirado. No necesitaba otra razón.
No importaba qué tan preciosa fuera la piedra, no brillaría nunca si no se tomaba el tiempo y el esfuerzo de pulirla. Aunque muchos consideraban basura a los mestizos, era difícil para los mestizos aprovecharan la oportunidad de mejorar sus propias almas. Abrir por la fuerza las puertas que se les habían cerrado no era solo cuestión de habilidad, sino de suerte también. Judd nunca hubiera esperado que Katze tuviera la fortaleza requerida para no solo hablar por hablar, sino para actuar. Razón por la cual se regocijaba del éxito de Katze como si fuera el suyo propio.
Que este suceso debiera, en marcado contraste, convertirse para Manon en la fuente de semejante rabia, dejaba a Judd con nada más que una sensación agria.
“¿Por qué estás besándole el culo a ese sujeto? ¡No es más que un furniture usado!”
“¡Idiota!”
Un puñetazo fue a parar contra el costado de la cara de Manon tan pronto las palabras emergieron de su boca. En ese momento, un silencio incómodo y tenso llenó el espacio entre ellos. Judd apartó la vista del amargo sabor de boca que precedió al golpe en lo que los labios de Manon temblaban y su rabia sobrepasaba su sorpresa.
¿Por qué no lo ha entendido Manon? ¿Por qué no lo entendería? La rivalidad entre padre e hijo tomó forma en ese instante. Los ojos de Manon fueron de un lado a otro, buscando un objetivo con el cual desquitarse y poder verter todo el veneno que tenía dentro del corazón. Su encendida mirada se clavó en Katze.
“Oye, no te quedes ahí sentado tan aburrido. Solo porque mi padre te adora no significa que yo vaya a hacer lo mismo.”
“¡Ha sido suficiente, Manon!” Judd le regañó, sus labios temblaban. Más que estar enojado por los continuos e intempestivos arrebatos de su hijo, era pensar en lo que les esperaba después a ambos lo que le quitaba la sangre del rostro y le desestabilizaba la voz.
Solo que entre más advertencias diera Judd, más se descabritaba Manon. “Podrá ser el agente de Tanagura por ahora, pero eso no durará para siempre. Así que adelante, créete lo que te dé la gana. Cuando sea puesto a cargo de esta operación oficialmente, estarás ocupando un espacio en las letrinas de un burdel. Un furniture usado no tiene el equipamiento, de todos modos, así que es una suerte que tengas un culo tan apretado. Te garantizo que estaré en primera fila para disfrutarlo en persona.”
Un descuidado comentario tras otro. Katze seguía sin dedicarle ni una sola mirada, la chorrera de abuso saliendo de los labios de Manon se había convertido en un géiser. Judd dejó de intentar disciplinarlo verbalmente. Solo se hundió en los cojines del sofá con las venas de la frente palpitándole.
“¿Qué? ¿Es que el gato te ha comido la lengua?” dijo Manon con un tono abierto de desprecio, “De modo que tu boca es tan inútil como el resto de ti, ¿no es cierto?”
Entre peor se hacía la calumnia, más pasivo se volvía Katze. No se inmutó ni en levantar una ceja. Lo que hizo enojar a Manon aún más. Eso resumía la expresión en el rostro de Katze.
“No tengo tiempo de molestarme en enfadarme con mocosos necios e ignorantes,” respondió Katze por fin en un tono de voz desinteresado.
En cuanto a Katze respectaba, Manon era un pequeño perrito ladrando desde el regazo de su amo. Molesto, pero nada más. Ciertamente no tenía intenciones de hacerle caso.
Si no me hago cargo de él de una vez por todas, a la próxima estará mordisqueándome los talones y meándome los zapatos.
Un perro faldero maleducado necesitaba una buena patada en el trasero para sacarle el coraje. Habría pensado que era mejor dejarle a Judd ese trabajo. Pero por alguna razón, parecía ser que nadie había castigado al perro, de modo que no había aprendido la lección.
Fuera como fuera, a Katze le daba lo mismo. No era algo con lo que tuviera problema.
“¿Quién crees que te está hablando? Soy Manon Sol.”
“Lo eres. ¿Y qué?”
“Me debes respeto cuando te refieras a mí.” 
“¿Respeto?” resopló Katze con fuerza. Sin importar cómo considerara las cosas, escuchar a Manon decir esa palabra dejaba a Katze con la boca cerrada. Aún envuelto por terciopelo, el chico seguía siendo un pedazo de mierda inútil. Hasta su padre había dejado de intentar salvarlo de su propia estupidez.
Más peligroso que los colmillos de una serpiente, es tener un hijo malagradecido. Ese era con seguridad  el vivo ejemplo de lo que Bard había querido decir. Pero eso no significaba que Katze iba a estar de humor para compadecerse de Judd. Si Judd consideraba apropiado meter a su hijo en la misma habitación que los adultos, entonces mejor lo hacía después de haber domesticado al cachorrito.
Pero era un poco demasiado tarde para dar a entender ese mensaje ahora.
“Pareces estar procediendo bajo una premisa equivocada. Tú y yo somos la misma basura mestiza de los barrios bajos.”
“¿A qué mierda te refieres con eso? Yo—”
“¿Eres especial? Ah, pero por supuesto. Porque es eso lo que te dicen todos tus amigos. De cualquier modo, supongo que el clan Kuger sí que resulta ser el parásito más grande fallando la prueba de Guardián.”
Las venas palpitaron en la frente de Manon. La furia de su indignación pareció dejarlo mudo.
“Además, aún si supieras como mantener la boca cerrada, tengo la sensación de que cuando la música se detiene, la presidencia de Guardián no es un puesto que pueda ser ocupado por los hombres como tú. ¿Qué te parece?”
En su tono calmo y tranquilo, Katze expuso una esquina de la carta que Judd no había estado dispuesto a mostrar.
“Tan solo eres el hijo de Judd Kuger. En este mundo, eso es todo lo que eres. Así que quizás debieras cuidar tu lenguaje. A mi jefe no le importa nada una pequeñez tan insignificante como lo es un tonto incompetente que no puede comprender una lógica tan simple.”
Judd lo entendía con seguridad, lo que explicaba la palidez de sus facciones. Incapaz de negar que su hijo era, de hecho, un bueno para nada, Katze había captado las implicaciones, y se le había adelantado.
“Ostentar ese grandioso sentido de autoridad solo te convierte en una molestia. De cualquier forma, no tiene sentido intercambiar palabras con un imbécil que no ha comprendido que la basura mestiza es y seguirá siendo basura mestiza para siempre. ¿No estás de acuerdo, director?”
Lo único que Judd podía hacer era enterrar la cara en sus manos. A Manon, con la sangre rugiéndole en los oídos, el gesto le dolió profundamente. Era imposible que pudiera tomar la actitud humillante del padre como algo distinto a la más cruel de las traiciones.
Manon se mordió el labio con fuerza. Sus puños temblaron hasta que las venas se marcaron bajo su piel. Sus ojos enviaron un rayo de reproche hacia su padre y de odio hacia Katze.
Los tres se quedaron allí en silencio. Judd era probablemente el único sintiendo por completo el peso opresivo de este.
Manon de repente se puso de pie. Judd no dijo nada para detenerlo. Sus hombros se sacudían con rabia, Manon salió de la habitación sin dedicar una sola mirada hacia atrás.
La tensión finalmente se desvaneció. Judd habló con una voz que sonaba parecido a un sollozo. “¿Satisfecho?”
“El problema no soy yo,” le respondió Katze. “Tu hijo se lo ha ganado.” Encendió otro cigarrillo. “No soy la clase de persona que toma tales insultos tan a la ligera.” Exhaló una nube de humo púrpura.
“Siempre has sido inteligente, Katze. Nunca pensabas solamente en lo que necesitabas, sino que siempre supiste como abordar esas necesidades con precisión.”
Qué Judd, quien había tomado las riendas de Guardián siendo un chiquillo, le dijera eso, era para Katze más doloroso que vergonzoso. Era un capullo insufrible que era bueno leyendo las expresiones de la gente y estaba orgulloso de ello. Katze se había deleitado en impresionarse a sí mismo por encima de las hermanas y madres de bloque. Un mocoso con un orgullo y un ego por los cielos quien buscaba ser reconocido y alabado como el mejor.
Si hubiera sabido que ser un chico inteligente, razonable y con modales era la cualidad número uno para ser un furniture, habría actuado del modo contrario.
“Después de todo, fueron esas cualidades las que te trajeron de vuelta hasta aquí, ¿no es cierto?”
“La persona indicada en el lugar y momento indicados. A eso se reduce todo al final, director.”
Poner a Katze como el representante de Tanagura había sido una mano silenciosa en torno al cuello de Guardián, el impedimento definitivo.
Un evidente movimiento estratégico.
Razón por la cual una respuesta reflexiva en contraposición era inevitable.
Y esa había sido probablemente la intención de Iason desde el comienzo. Usar a Katze como un pararrayos para exacerbar cualquier descontento con Tanagura iba a permitirle deshacerse de todos los incompetentes que salieran de Guardián.
Los planes de Tanagura para la granja de órganos estaban sin lugar a dudas rondando la siguiente fase también.
Con esos y otros pensamientos en mente, Katze frunció el entrecejo. “¿O tal vez sea que ser llamado un parásito por un novato como yo resquemó tu orgullo también?”
“No. Vestir al cerdo con diamantes a este punto no haría bien a nadie. Además, fui yo quien hizo la excepción y metí a mi hijo en la misma habitación que nosotros,” dijo Judd. Tenía expectativas propias con las cuales lidiar.
Katze no tenía nada más que agregar al respecto. Sin embargo, debía articular lo obvio. Quizás por pura preocupación por su antigua escuela.
“Deja que vaya al grano. No te veo dejando el asunto a cargo de un hombre como él.”
Aun si el clan Kuger fuera destituido como el vigilante de Guardián, Katze seguiría siendo un forastero, un espectador. Aun así, no podía simplemente quedarse ahí parado y observar como la institución se iba a la ruina.
“Ese hijo tuyo nunca ha puesto un pie fuera de este retorcido jardincito paradisíaco. Su resguardada crianza y su actitud arrogante arruinarían cualquier trato pactado. Y en cuanto a tratar con Tanagura respecta, su juventud e inexperiencia no son excusas que valgan.”
“Estoy plenamente consciente de cuán horrorosamente exigente puede ser esa persona.”
Katze no contradijo a Judd. Pero un hombre que solo debía inclinarse ante el Blondie y nada más no tenía ni idea de cuán verdaderamente exigente podía ser.
Sin embargo, no pudo evitar traer a su mente la imagen del chico que, aun siendo consciente de ello, de tener la oportunidad, se resistía con todas sus fuerzas. Un corto y doloroso suspiro escapó de su boca.
“Cuando pase el tiempo suficiente,” dijo Judd, “el mensaje estará destinado a asimilarse. O, más bien, las consecuencias serían terribles de lo contrario. Viviendo en la oscuridad de esta forma, es mi responsabilidad mostrarle un poco de luz. Aparte de transmitir el nombre de Kuger.”
¿Cuán lejos llegarías con tal de preservar el linaje? Le había preguntado Katze a Judd directamente una vez: ¿Es eso a lo que llamas lazos de sangre? ¿A la transmisión de una cosa tan odiosa? 
Judd había respondido calmadamente sin titubear que ‘el precio por el control hegemónico de Guardián era conocer la verdadera naturaleza del retorcido jardín paradisíaco.’
En contraste con la amarga acritud de hacía unos momentos, en algún lugar en lo profundo de su corazón, Katze experimentó una punzada de simpatía hacia Manon. Una sonrisa burlona apareció en sus labios. ¿Qué es esto? ¿Es que somos todos hermanos ahora?

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