sábado, 3 de enero de 2015

AnK - Volumen 4, Capítulo 1

NOTA: He dejado algunas partes mal traducidas en negrilla y también una parte anexa en inglés en cursiva. Siento mucho si los/las llego a confundir. Lo hago por si alguien entiende así o si puedo traducirlas después. Mi inglés funciona a veces sí, a veces no. Es que ya no podía esperar más para subir este capítulo. Sin más, ¡que lo disfruten! :D



Desde hacía algún tiempo el clima había estado resultando de todo menos agradable. Todos los días amanecía con un melancólico cielo plomizo que amargaba los ánimos y carcomía el alma. El único lado positivo de esas grandes nubes negras era que no estuviera lloviendo.
O eso pensaba Riki en lo que se hacía con el manubrio de su motocicleta y la encendía.

Midas. Doce del mediodía. Lhassa.
Aunque difusa por el cielo nublado, la luz del sol conseguía alcanzar los oscuros valles entre los afloramientos de edificios. A duras penas podía distinguirse un alma en ese sector de Orange Road, pues sus habitantes seguían recuperándose de su último trasnocho.
Despojada de su maquillaje de neón, la horrenda cara sin adornar de Ceres seducía de una manera completamente distinta. Las manchas eran tantas, tan profundas, evidentes y obvias que daba la impresión de que el malévolo hedor continuaría derramándose gota por gota hasta el final de los tiempos.
Sin embargo, ni en la llamativa exuberancia de las noches carnavalescas ni en la clara luz del día estaba dispuesto el típico turista de Midas a aparecerse por esas callejuelas sombrías. El lugar se retorcía sobre sí mismo como un laberinto diseñado para confundir la razón.
Solo aquellos con un propósito específico en mente se aventuraban allí.
Riki recorrió en su motocicleta las callejuelas donde la noche reinaba en medio del día. Aparcó, recargó la espalda contra la pared y encendió un cigarrillo. No solía fumar tanto. Pero ahora era la única forma que tenía para calmar sus nervios.



No era un vicio, ni tampoco le gustaba el sabor amargo. Solo que fumar era la segunda mejor opción después de un sedante. Sus ojos ligeramente levantados yendo de un lado a otro sin descanso, inspeccionando los rincones, y sus pupilas contrayéndose ocasionalmente como en respuesta a un pensamiento inquietante.
Justo del otro lado de la calle se ubicaba una tienda de drogas que atendía las veinticuatro horas del día. De la mejor mierda legal a la más pútrida—“Éxtasis”, “Metanfetaminas”, “LSD”, “polvo de ángel”—un cliente que quisiera volar sin tener que levantar los pies del suelo podía conseguir cualquier cosa en ese lugar. Como se trataba de una empresa de carácter estatal, el comprador no tenía que temer que la pureza y calidad de la droga se vieran afectadas por aditivos tóxicos. Pero que esta fuese o no compatible con su metabolismo era otra cuestión.
Por supuesto, existían medios que traficaban otro tipo de mercancía clandestinamente. Pero tenía un precio.
Riki tenía los ojos puestos en un objetivo diferente. No tenía ningún asunto pendiente con esa decadente tienda de drogas, sino con el hombre que yacía detrás. El hombre que tenía acceso a ese cibermundo vanguardista.
Katze.
¿Debía cruzar la calle o no?
Odiaba que las cosas fueran inciertas. Odiaba no conocer su límite y donde estaba dibujado. Riki no estaba allí para importunar a nadie, incluyéndose a sí mismo. Definitivamente no estaba ahí para asomar la cabeza y conseguir que se la cortaran.
De modo que, ¿qué pasaba a continuación? ¿Cuál era su mejor opción?
Sus pensamientos dieron vueltas en su cabeza. Entre más dudaba, más inseguro se volvía. Quizás se trataba de un acertijo sin solución.
O quizás no estaba buscando una solución en realidad. O quizás estaba demasiado asustado para lidiar con la verdad. Las colillas del cigarrillo encendido que caían a sus pies eran el reflejo de esos pensamientos. No podía darse vuelta y hacerlos desaparecer.
Era el quinto día que Guy llevaba desaparecido. Uno o dos días habrían resultado normales. Pero después del tercero, se preocupó. Y aún más cuando se dio cuenta de que Guy no había regresado a su propia casa.
Nadie sabía dónde estaba Guy o a donde se había ido. Se había desvanecido sin decirle nada a nadie. Eso no era para nada habitual en él. Guy no habría dejado su trabajo y desaparecido simplemente.
Sin embargo, los miembros de la vieja pandilla tenían sus propias teorías tranquilizadoras sobre Guy.
“Guy está bien. ¿No creen que está por ahí divirtiéndose?”
“Siempre ha sido tan jodidamente popular. Le sobran candidatos…”
“Y después de destrozar a esos mocosos de Jeeks, todo el mundo quiere ser su amigo.”
Los miembros de la vieja pandilla no se impacientaron por él como sí lo hizo Riki. No significaba que no estuvieran preocupados por su ausencia. Era más bien que hacían caso a la regla natural de no meter las narices donde no los habían llamado.
El emparejamiento entre Guy y Riki se había ido desmoronando poco a poco. En lo que Riki había estado ausente durante esos tres años, Guy no había estado emparejado con nadie, pero no le habían faltado “amigos sexuales” en absoluto. Y después de que Riki regresara, la pandilla no pudo evitar darse cuenta de que, como antes solían montárselo a diario, algo había cambiado.
Así que Riki no tenía ni idea de con quien estaba haciéndolo Guy. Así de profunda se había hecho la brecha entre ellos. Riki lo entendía. No tenía intenciones de armar un escándalo sobre la seriedad de la desaparición de Guy y de ahogarse en un vaso de agua. Pero eso no significaba que fuera a dejar de preocuparse.
“Escuché que una élite de Tanagura se había ofrecido para convertir a Guy en su mascota.”
Riki habría podido descansar más fácil si no hubiera seguido escuchando los mismos rumores de mierda sobre élites convirtiendo mestizos en mascotas.
Es imposible que Guy se deje convencer.
Aunque quizás sí lo era. Nociones vagas y posibilidades surgieron de pronto, dejando heridas abiertas a su paso.
Si no era desasosiego, entonces era miedo. El único miedo que Riki tenía y no podía revelar. Para empeorar las cosas, a Guy se le había visto en compañía de Kirie. Eso por sí solo era suficiente para aumentar sus sospechas.
Y más que nada, la sombra de cierto hombre titilando a las espaldas de Kirie no podía sino ponerle los pelos de punta a Riki.
Guy siempre meditaba las cosas, siempre pensaba dos veces antes de actuar. No había forma en que Kirie pudiera convencerlo de algo. Riki estaba seguro.
Sin embargo, con Iason como su oponente, era imposible predecir en qué número iban a caer los dados, a pesar de las precauciones que Guy tomara.
Iason quiere a Guy.
Si Kirie no estaba mintiendo—si Iason realmente lo había dicho—eso lo cambiaba todo. Pero ¿por qué estaba Kirie involucrado? Riki no podía encontrarle sentido a eso último.
Lo que fuera que Iason quería, Iason lo obtenía. Esa era su esencia. Sin importar qué, nunca cambiaba de parecer con respecto a su objetivo.
El pavor que Riki le tenía a Iason era tan grande que no podía apartar la ansiedad de los recovecos de su mente. Guy podía haber terminado con Iason en contra de su voluntad. No podía ignorar esa posibilidad.
No sabía lo que Katze iba a decirle, pero bien podía saber algo. Esa convicción por sí sola había llevado a Riki hasta allí. Pero ahora, gracias en parte al disgusto del otro día, encontraba sus pies atrapados en concreto justo cuando los necesitaba.
Pero no era eso. No en realidad. Katze había aparecido frente a él después de cuatro años y le había dicho: “Recuerda esto, Riki. Solo porque Iason te quitó el pet-ring no quiere decir que haya terminado contigo. Nunca sería tan caritativo.”
Desde que Katze lo había dejado con esas palabras previsoras, Riki sentía como si estuviera andando en arenas movedizas. ¿Qué estaba pasando? ¿Y por qué razón? ¿Por qué Katze aparecería justo ahora, para desatar esa presencia amenazadora en medio de su aburrida existencia? Las verdaderas intenciones de Katze siempre estaban fuera de su alcance.
Riki podía vivir con la antipatía, con la animosidad y el desprecio. Que le hablaran de manera abierta, clara y directa sin anestesia, y podría soportarlo. Pero Katze solo estaba dándole pistas vagas y sugerencias oscuras.
Riki había estado bien con su vida mediocre. Los cálidos días de no hacer nada. Pero con su vida tan abruptamente dada vuelta, todo lo que Riki quería hacer era agarrar a Katze de la ropa y gritarle, ¿Qué puto bien me hace eso a mí?



Al principio asumió que el incidente con los Jeeks había traído ciertos cambios inevitables y esperados. Era el precio por restaurar el balance en su vida. Pero involucrarse de nuevo con Katze por segunda vez no había figurado dentro de sus planes. Todavía menos una vez que había sido consiente de la extensión en que Iason y Katze estaban vinculados el uno con el otro.
Esa convicción debió haber sido inquebrantable. Salvo que Katze—con su conexión con Iason—era la única persona a la que podía recurrir ahora. Esa era la innegable realidad. Al mismo tiempo, quería evitar desesperadamente el caer en alguna trampa sin saber qué era lo que le esperaba al final.
Riki ya se había metido en demasiados problemas. Ser llamado “basura vulgar ineducable” por completos extraños ya no lo afectaba en absoluto.
Pero no quería ser el tonto cometiendo los mismos estúpidos errores.
Así que debía ser cuidadoso con los pasos que daba y no revelar sus intenciones innecesariamente. Eso era lo que se decía a sí mismo, pero no podía acallar la nerviosa sensación en su estómago.
Katze tiene que saber. El deseo estaba clavado en sus entrañas como una navaja al rojo vivo. No quería la información que se obtenía de las redes de información. Ni los rumores inexactos que venían de ninguna parte y desaparecían en la nada.
Hechos duros e indiscutibles.
Tan pronto como se le ocurrió a Riki la idea, la altanera cara de Robby se le vino a la mente. Sin embargo, incluso en los barrios bajos, comparar la mano confiable de este traficante de información con su mala reputación podía hacer dudar a un hombre. Y eso—junto a la certeza de que la deuda vendría de una forma que no iba a gustarle—hacía que Riki fuera cauteloso sobre inclinarse de nuevo en esa dirección.
Robby no declinaría una buena paga a cambio de información. Pero al igual que con el reciente asunto con Jeeks, hacer lo que fuera que hiciera no habría arreglado el juego tan fácil.
Riki no seguía resintiendo las peleas durante su época en Guardián. No, si su pasado hubiera consistido meramente en dos chicos rompiéndose la cara el uno al otro, habrían arreglado las cosas hacía muchísimo tiempo.
El hilo que los ataba no podía reventarse. En una forma bastante diferente de la relación entre Riki y Guy, Riki y Robby compartían raíces que iban mucho más profundo. Que nunca podrían depurarse de los recuerdos que compartían.
Cada vez que esos recuerdos llegaban a Riki, esos tres años con Iason le pasaban por la cabeza, haciéndolo apretar los dientes.
Iason Mink.
El Blondie de cabello dorado y ojos azules. La élite que gobernaba Tanagura. Las cadenas irrompibles de esa maldición aun lo sometían. Grilletes invisibles a sus ojos.
“Oye,” una mano cayó repentinamente sobre su hombro. Riki dio un respingo y se dio la vuelta.
“¿Qué estás haciendo en un lugar como este? No creí que fueras a salir de tu casa por estos días.”
Era Kirie.
¿Qué demonios está haciendo Kirie aquí? La inesperada aparición de la causa de sus problemas hizo que Riki frunciera el entrecejo.
La delgada silueta de Kirie estaba envestida de un rústico abrigo de piel color rosa hecho a medida. Unos anillos le adornaban los dedos. Como era lo usual, Kirie estaba en su más desagradable y ostentoso momento. Aparecerse así en los barrios bajos habría ocasionado que lo desvistieran y lo violaran en segundos. En Midas, sin embargo, entre las multitudes de turistas vestidos de forma exagerada y llamativa, Kirie encajaba a la perfección. Era más bien Riki, vestido con sencillez con su mismo viejo y práctico par de jeans y chaqueta, quien destacaba.
“En serio. ¿Cuál es la historia?”
“Nada que te importe.” Incluso tener que responder irritaba a Riki. No había forma en que Kirie no pudiera advertir su mal humor, y sin embargo allí se quedó.
“Ten por seguro que has captado mi interés. Debes tener unos asuntos demasiado urgentes para haber venido hasta aquí.”
“Vete a la mierda,” escupió Riki. No podía lidiar con Kirie en ese momento.
Pero Kirie no se fue a ningún lado; apenas si parpadeó. En cambio se puso al lado de Riki de una manera demasiado familiar y dijo en una vocecita empalagosa que hizo enfadar todavía más al otro, “O sea, ¿qué vendrá a significar que nos hayamos encontrado por estos lares de esta manera? ¿Qué tal si nos tomamos una copa en un algún lugar de por aquí? Yo invito.”
Eso era exactamente lo que Riki odiaba sobre Kirie. Respondió enfáticamente: “No he caído tan bajo como para empezar a aceptar limosnas de niñitos.”
En los barrios bajos, un chico se hacía mayor de edad a los trece. Con casi dieciocho años, Kirie no era un niño para nada. En ese momento, eso no le importaba demasiado a Riki. En cuanto a él respectaba, Kirie se había escapado del nido antes de tiempo. Nunca sería nada más que un mocoso.
El incidente con Jeeks había empezado con Kirie iniciando una pelea que no había podido terminar. Dejarla hasta allí habría sido lo mejor, pero Kirie había ido tras la base de los Jeeks con una bomba de gas lacrimógeno, dejando que Riki y los otros se hicieran cargo del problema.
Bajo esa perspectiva, Kirie no tenía motivos para estarle restregando a Riki ese arrogante hocico suyo en la cara. La desvergüenza de ese chico era malditamente increíble.
“¿Por qué estás de tan mal humor?”
Kirie estaba más calmado y compuesto de lo usual. Siempre estaba hablando basura. O más bien, añadiendo un poco de color extra a la verdad y los rumores que escuchaba por la calle—llevando las cosas a su propio ritmo—era la forma en que Kirie siempre hacía las cosas. Excepto que al no haber visto a Kirie durante cierto tiempo, le hizo dar la equívoca impresión a Riki de que parecía más fuerte y seguro de sí mismo.
Temerario, incluso confabulador o malicioso.
Encima de eso, al tenerlo frente a frente de esa forma, Riki no pudo evitar darse cuenta de que él y Kirie no eran tan diferentes en cuanto a constitución física. Kirie había sido una buena cabeza más bajo cuando se habían visto por primera vez. Ahora eran de la misma altura.
Y por alguna razón, eso le molestaba a Riki. Quizás Kirie era tan arrogante como cualquier traficante o intermediario. Seguía recogiendo migajas y apestaba a rayos. Y sin embargo actuaba como si fuera un ángel santo.
Obedeciendo únicamente a las apariencias, Kirie podía pasar como el llamativo juguete sexual de alguien. En pocas palabras, era la clase de ricachón que a nadie le sorprendería encontrar un día con un puñal clavado en la espalda. Un rampante presumido. Pero eso era solo un reflejo de su supuesto estatus social. Nada más que las plumas de un pavo real.
Incluso si un mestizo quería surgir en el mundo, las oportunidades no caían en sus manos en ningún momento cercano. Ese era el sentido común en los agobiantes barrios bajos. Pero para el paquete de ego acaparador de atención que era Kirie, si no podía presumirlo no podía sentirlo. Aun así, Riki no estaba obligado a atender a las vanidades de Kirie.
“Me gustaría tomarme un trago contigo. Solo uno. Llamémoslo una cita, ¿de acuerdo?”
Riki lo ignoró. Iba a alejarse de él. Kirie lo interceptó, presionó su cuerpo contra el suyo y le susurró en el oído. “¿Qué tal si discutimos un par de asuntillos sobre Guy con nuestras cervezas?”
Los ojos de Riki se abrieron de par en par. La ansiedad en su pecho se agitó como una colmena de abejas.
“¿Es eso algo que quieras escuchar?” preguntó Kirie, estaban a un pelo de distancia. Una sonrisa de regodeo le separaba los labios.
¡Hijo de perra!
Directo a los ojos, se lanzaron miradas el uno al otro a través de un denso silencio. Era casi como si la arrogancia de Kirie por sí sola mantuviera la silenciosa furia de Riki bajo control. Sin mucho esfuerzo Riki podía agarrar a Kirie de la camiseta y ahorcarlo hasta matarlo. Pero si lo golpeaba hasta dejarlo agonizando, era improbable que pudiera decirle algo de utilidad.
Una delgada sonrisa se pintó en sus labios, Kirie fijó una mirada calculadora en Riki. ¿Era eso un sí o un no?
¿En qué momento había ganado Kirie toda esa confianza? Riki rechinó los dientes pero no apartó la mirada. En ese instante, era Kirie el que tenía la ventaja. Le dolía admitirlo, pero escupió el cigarrillo y lo apagó con la punta de su bota, siendo el cigarrillo aplastado la única cosa sobre la que podía descargar su rabia por el momento.
“Vamos.”
Kirie asintió, una expresión triunfante en su rostro. Riki contuvo la lengua y se tragó lo que sentía. No tenía otra opción más que seguir a Kirie. No preguntó a donde irían. Kirie marcó el camino animadamente, con una sonrisita satisfecha estirándole los labios.
Kirie había prometido comprarle a Riki un trago, pero no se dirigían a ningún lugar cercano a un bar. El trago no le importaba a Riki, así que no objetó una palabra. Sin embargo, se preguntaba a donde estaban yendo.
Kirie atravesó Orange Road con un paso relajado. Ahí se encontraba en su propio territorio. Por todo el tiempo en que tardaron en llegar a su brillante auto aéreo—el cual no mostraba un solo desperfecto en su cuerpo plateado—mantuvo la vista al frente, sin volverse hacia atrás ni una sola vez para comprobar que Riki siguiera allí.
Si el señuelo era Guy, Kirie estaba seguro de que Riki caería en la trampa. Así de seguro estaba de sí mismo.
“Súbete,” dijo con una mirada insolente.
Riki se agachó y se deslizó con facilidad en el asiento. No podía arrepentirse habiendo llegado tan lejos, aun si no tenía ni idea de lo que iba a pasar. Aunque por el momento, iba a poner su mejor esfuerzo en ignorar la vulgaridad adinerada de Kirie y su insufrible orgullo.
“Este es el modelo Stella más reciente. Mandado a hacer. Único en su especie. Aunque supongo que eso no significa nada para un mestizo de los barrios bajos.”
Presumiendo con orgullo sus vastos embalses de conocimiento, Kirie tocó el panel junto al volante. Sin esfuerzo, sin la clase de traqueteo que la motocicleta de Riki emitía, el auto se elevó.
Mandado a hacer o de segunda, a Riki no le importaba. Lo único en lo que podía pensar era en el bienestar de Guy. Así que mantuvo la boca cerrada y dejó que Kirie parloteara sin interrumpirlo. Incluso si se irritaba hasta el punto de querer meterle la mano por la garganta y sacarle los pulmones.
Si este idiota no me da una buena información después de todo esto, voy a partirle la cara.
El auto aéreo salió de Lhassa y giró con parsimonia a través de los cielos sobre Ceres y los barrios bajos.
“Cuando miras a los barrios bajos desde esta perspectiva, entiendes de verdad en qué insignificante y asqueroso montón de basura has crecido.”
No había necesidad de sobrevolar Ceres en un auto aéreo para darse cuenta de eso. Los habitantes de ese lugar lo llevaban en la sangre. No tenía nada que ver con ese lugar o época en particular. No importaba en qué mundo viviera, una persona sin una tarjeta de identificación no era nadie.
Su existencia había sido tachada de los mapas oficiales de Midas. Solo existían como “mestizos”. Riki había intentado arrastrarse fuera de esos barrios bajos y había pagado un alto precio gracias a ello. Había terminado justo donde había comenzado.
Pero nada de eso le importaba ahora. Comparado con esos tres años donde su orgullo se había hecho polvo junto con todo lo demás, los barrios bajos eran como un paraíso.
“Tú regresaste como un perro apaleado y yo terminé siendo un ganador. Menuda diferencia, ¿no?”
Pescar en esta pocilga hedionda y hacerte con un porcentaje de la ganancia pudo haberte hecho rico, pero eso no te convierte en ningún ganador, ¡estúpido! Un verdadero ganador es
Un verdadero ganador era un sujeto como Katze. Entonces recordó aquella fina cicatriz. Riki se mordió el labio. Había un precio que debía pagarse para poder mantener una racha ganadora en los barrios bajos. En esos momentos, Katze sin dudas estaba ajustando cuentas.
¿Pero con quién? ¿Con Iason?
“De cualquier forma, tu época ha llegado a su fin. Y muchos siguen rindiendo un homenaje inútil a ese fantasma tuyo.”
Con una afilada mirada de medio lado, Riki dijo: “Ya basta. Ve al maldito grano.”
La irritación que sentía resultaba evidente en su voz.
Pero la estrecha sonrisa no se desvaneció de las mejillas de Kirie. “He estado esperando por tener un pequeño encuentro de hombre a hombre contigo. Aquí estamos, volando por el aire, por encima de todo lo demás. Es un momento tan magnifico como cualquier otro para mantener una conversación confidencial, ¿no te parece?”
“No tengo tiempo de irme de excursión contigo.”
“¿Ah, tan preocupado estás por Guy?”
Una sonrisa sabelotodo moduló el tono de voz de Kirie.
¡Hijo de puta! Pensó Riki para sus adentros, pero no emitió un solo sonido. Enfadarse, demostrar sus emociones, solo provocaría que Kirie aumentara su apuesta inicial. Eso era indudablemente lo que había estado buscando desde el principio.
“Bueno, diría que es un poco tarde para preocuparse.”
“¿Dónde está? ¿Dónde está Guy?”
Kirie respondió con alegría: “Conviviendo con cierto Blondie de Tanagura, creo.”
Después del segundo que le tomó procesar esas palabras, a Riki se le fue la sangre de la cara. Imposible, pensó. Y entonces, por supuesto. Las dos emociones batallaron dentro de su corazón. Su visión tembló.
“Degustando las más finas recetas de cocina día y noche. Relajándose en el jacuzzi. Debo admitir que siento un poco de envidia. La mascota de un Blondie. Y todo gracias a una recomendación muy personal, al parecer. Guy realmente está surgiendo en el mundo.”
“¿Él estuvo de acuerdo con eso?” el dolor era obvio en el tono templado de Riki.
Kirie suspiró de forma dramática. “¿Qué idiota se abstendría de probar esa manzana?”
Riki seguía sin poder creer lo que le decían sus oídos. No había forma en que Guy pudiera largarse así sin avisarle. Pero la posibilidad, aunque difícil de aceptar, era preferible a esa que apenas si podía obligarse a contemplar. Aunque eso no mejoraba el terrible dolor que sentía.
“No importa lo que diga nadie, todos creemos ser mejores que los demás. ¿No te parece?” En lo Kirie hablaba, Riki sintió algo parecido a un puñal clavándose en sus entrañas.

Todos creemos ser mejores que los demás.

Exactamente las mismas palabras que Riki había estado cavilando en su cabeza cinco años atrás. Incapaz de tolerar ya el vivir por más tiempo en los barrios bajos y pudrirse de dentro hacia afuera, cortó sus vínculos para aventurarse por su cuenta.

Solo tienes dos manos para aferrarte a las cosas más importantes de tu vida.

Y a lo que no podía aferrarse, tenía que renunciar. Eso era lo que Aire le había dicho.

Nunca dejes ir lo que es más importante para ti. No te equivoques, Riki. Una vez que lo dejas ir, no hay forma de recuperarlo.

Aire tenía razón. Demasiada. Era él quien no había estado tomándose la realidad demasiado en serio, como si fuera él el amo del universo. Era demasiado tarde para empezar a arrepentirse ahora.
El orgullo de ser quien era. La posibilidad de vivir la vida a su manera. Y Guy, su otra mitad, imposible de reemplazar. Eran tres cosas que quería en su vida, e incluso había cortado sus lazos con Bison para poder conservarlas. Aire había dicho solo dos, pero Riki se había dicho a sí mismo que lo que no pudiera aferrar en sus dos manos, lo sostendría con la boca.
Creyó que era posible. Si llegaba lo suficientemente alto en el mercado, algún día podría hacer que todo se convirtiera en realidad. Ponía todo su esfuerzo. Despreciado como la basura mestiza que nunca tendría éxito en nada, en la cara de la ridiculización y evidente animosidad, había ido acumulando resultados con cerebro, músculos y trabajo, silenciando las críticas.
No era fácil ir más allá de las expectativas y afrontar cada desafío con la frente en alto. Pero ninguna bala conseguía dar en el blanco cuando él las esquivaba de inmediato. Para sobrevivir en esa meritocracia se requería más que una buena cabeza. Si no quería que lo jodieran, su fuerza debía ser verídica.
Aunque la violencia y brutalidad no igualaban a la de los barrios bajos, la fuerza bruta de los sementales se ponía a prueba en el mercado negro. No se concebía o se otorgaba ningún tipo de misericordia.
Quien ganaba no era el fuerte—eran los ganadores quienes eran fuertes. Esa verdad fundamental aplicaba tanto en los barrios bajos como en el mercado. Lo único que difería era el valor añadido del esfuerzo.
Sin embargo, el camino que Riki creía haber escogido estaba pavimentado con arenas movedizas. Había estado corriendo en un sueño sobre una superficie que Iason había dispuesto. Esa era una calle de un solo sentido. No había vuelta atrás. Las personas a cargo podían reescribir las reglas de tránsito en el momento que les diera la gana.

El destino de la humanidad estaba en sus manos.

Riki nunca había creído que esto fuese así. Y sin embargo la realidad de la ecuación humana no podía negarse. Riki no podría olvidar nunca cuán afortunado había sido de conocer a Guy en Guardián. Podría haberse tratarse de mera casualidad, pero para Riki, ese encuentro había sido un factor absolutamente necesario en la ecuación de su vida.
Porque ese encuentro era lo que le había dado una razón para vivir.

Está bien. No estás solo en este mundo. Yo estoy aquí contigo.

Eso era lo que Guy le decía, envolviéndolo en sus brazos cuando dormía solo y tenía frío. El calor del cuerpo de Guy lo había salvado. Riki se había aferrado a él, queriendo no soltarlo nunca. El resto del mundo podía irse siempre y cuando tuviera a Guy allí a su lado.
De modo que se habían emparejado de inmediato apenas fueron declarados adultos a la edad de trece años y liberados de Guardián. Nadie más tendría permitido robarse a Guy.
Eso debía haber sido suficiente. Pero emergieron otros deseos.
Riki ya no podía digerir la idea de desperdiciar su vida en los decadentes barrios bajos. Así que renunció a sus años con Guy, arrojándolos a la basura.
¿Cómo más llamaría a ese encuentro fortuito con Iason? ¿Destino? O suerte, predestinación, o algo completamente diferente. Quizás solo eslabones en la cadena de la realidad.
A veces, a Riki le parecía una especie de destino inevitable. Y ahora la idea lo hacía tragar con dificultad; una conmoción apoderándose de su columna. Cuando recapitulaba esos tres años con Iason, llenos de lujuria y odio hacia sí mismo, sus músculos se estremecían y le temblaba la garganta.
No quería que nadie nunca conociera esa parte de su pasado.
Estaba aferrándose a algo que no deseaba dejar escapar nunca otra vez. Sin importar nada, algo que jamás iba a poder dejar atrás: la esencia de lo que hacía importante su existencia.
Así que no le molestaba que Kirie lo estuviera llamando ‘perro apaleado’. La extraordinaria tenacidad que Kirie exhibía con tal de ser contado entre los ganadores ya no hacía parte del sistema de valores de Riki.
Pero con tal de preservar esa inconmovible parte suya, no había alertado a Guy sobre la verdad detrás del asunto con las mascotas. De haberlo hecho, Guy habría leído entre líneas y empezado a sospechar de ciertas cosas.
Como por ejemplo lo que Riki había dado a cambio de todos esos placeres.
Un verdadero banquete sexual, libre de moralismos y tabúes. Aunque eso era lo que todos imaginaban en los barrios bajos, era una idea repugnante la de poner en palabras cuán profundo podía ser condicionado el cuerpo humano al interminable y desenfrenado juego previo—uno que hacía desaparecer todo el orgullo y la razón—
Esa sensación cuando sus pezones eran devorados hasta que se ponían tan duros como piedras—de ser poseído por una fiera pasión—
La emoción imposible, pulverizando su entrepierna—
La ardiente y obscena dicha combinada con el dolor que se despertaba con el anillo aferrándose de manera dolorosa al órgano más comprometedor de un hombre—
Y más que nada, el éxtasis en lo que Iason hundía su hombría muy profundo dentro de él, rompiendo su cuerpo en pedazos—
No importaba cuan despreciable o indeseado—e incluso si se lo otorgaban por las malas con un brazo inmovilizado tras su espalda—era un placer alucinante al que no podía resistirse.
El sexo con Guy lo dejaba con tan solo una sensación de satisfacción. Satisfacer y ser satisfecho. Sanar y ser sanado. El uno acercándose y el otro aceptando la cercanía.
Pero el sexo con Iason era completamente diferente.
Cuando se había resistido, Iason lo había obligado. Lo hacía jadear hasta que cada respiro le desgarraba la garganta. Llevándolo al clímax una vez tras otra. Jodiéndolo, asaltándolo y humillándolo, sacando de él hasta la última gota de deseo. Llevándolo lejos, tanto en alma como en cuerpo.
Y a pesar de todo, la mayor agonía era ser consciente de que no podía negar el placer que atormentaba e inundaba su cuerpo. El pensamiento rebotaba en su cabeza: ¿estaba Guy experimentando esa tóxica vergüenza diaria ahora?
Recordar todo eso hizo que un dolor vehemente acariciara sus entrañas, trayendo a Riki de vuelta a la realidad.
¿Incluso ahora estaba hambriento de eso?
Incapaz de deshacerse del disgusto acumulándose dentro de él, Riki se mordió el labio. Pero como si ser consciente de ello lo excitara, las titilantes sensaciones siguieron abriendose paso a través de él.

Kirie lo miró por encima del hombro. Fijamente. Sin parpadear. Solo analizando su perfil.
¿Dónde está Guy en este momento?
Pero Kirie no lo sabía.
¿En verdad Guy está dándose la gran vida como la mascota de Iason, disfrutando de todas las riquezas que este tiene para ofrecer?
Kirie no tenía forma de averiguarlo. Y tampoco tenía idea de cuáles eran los verdaderos motivos de Iason.
A esas alturas del partido, la ignorancia de Kirie era su felicidad. La innegable verdad era que había hecho lo que le habían dicho, le había tendido una trampa a Guy y se lo había vendido a Iason. Eso era todo. Lo importante para él era mantenerse en contacto con un Blondie de Tanagura. El dinero que había tomado a cambio de su trabajo era solo una recompensa adicional.
Kirie empleaba cualquier medio que estuviera a su alcance y desechaba cualquier cosa que no conviniera a sus propósitos. Gracias a esa ética, tenía éxito. Pensaba que todo le estaba saliendo de maravilla. Nadie lo consideraría basura mestiza nunca más.
Kirie no pudo evitar sonreír. Todos le habían impedido avanzar en la vida cuando recogía las migajas y los sobrados. Todos buscaban la lánguida comodidad de una mentalidad colectiva mientras se interponían en su camino. No era de los que se quedaba mirándose los pies durante todo el día. La única dirección en la que veía era arriba.
No tenía tiempo de mirar atrás al pasado.
Esa era la vida que sabía debía vivir. ¿Pero entonces por qué Riki seguía teniendo este dominio sobre él? ¿Por qué esa constante molestia?
Guy se ha convertido en la mascota de un Blondie.
Esa declaración había sido suficiente para quitarle a Riki esa mascara de frialdad del rostro. De modo que, ¿qué parte de él saldría a flote de decirle Kirie toda la verdad? Las impacientes posibilidades quemaron y latieron en sus entrañas, subiéndole por la espalda hasta apuñalar sus más crudos deseos.
Quería más. Más del Riki verdadero expuesto a la luz del día.
Kirie cedió ante el impulso. Activó el piloto automático y se reclinó perezosamente en el asiento. Como en transe por el rostro enfurruñado de Riki y sus labios fruncidos, Kirie acercó sus labios a la mejilla de Riki y le susurró en el oído:
“¿Qué tal si… qué tal si vendí a Guy? ¿Qué harías en ese caso?”
“¿Qué estás diciendo?” preguntó Riki sombríamente después de dejar pasar unos segundos.
“Diez mil. Ese fue su precio. Tal como podría esperarse de un Blondie. No escatiman en esa clase de cosas. Francamente, que pagara tanto por Guy es un misterio para mí. Simplemente no comprendo que les pasa a esas élites por la cabeza.”
Si Riki se permitía enfadarse en ese preciso instante, sería algo similar a los relámpagos que se desatan en una tormenta, o a los penachos embravecidos del fuego de un volcán.
A Kirie se le puso la piel de gallina.
Pero no a causa de la fiereza en las emociones de Riki. Para nada. Esa era la verdadera naturaleza de Riki, y le provocaba un espasmo parecido a un cálido latir entre sus muslos, que estremecía su piel. Le hizo acelerar el corazón. Le hizo sentir escalofríos de emoción por toda la espalda. ¿Había desenmascarado finalmente al legendario líder de Bison una vez más?
No. No solo al líder de Bison.
Kirie de repente recordó la noche en que Riki, sin apenas derramar una gota de sudor, le había pateado el trasero a los mocosos de los Jeeks. Lo que Kirie había avistado a través de la oscuridad, como un espectador silencioso que presenciaba la escena—también había sido el Riki verdadero.
El cabello y los ojos negros. Sus ropas de un color oscuro tan inusual en los barrios bajos. Se comentaba que oculto en lo profundo de su ADN poseía los genes de un pura sangre.
Riki no se parecía a nadie. Y las sombras que proyectaba su existencia tampoco resultaban ordinarias. Era por eso, Kirie había oído, que a Riki lo apodaban Riki el Siniestro.
El Riki normal trataba a todo el mundo menos a Guy con una fría indiferencia. Pero cuando la metamorfosis llegaba, una transparente ferocidad brillaba en sus ojos. Era el Varja. Una bestia mítica de una sola ala, que presagiaba la muerte y devoraba el alma de los hombres.
“¿Por qué una élite de Tanagura iba a interesarse en un mestizo de los barrios bajos como Guy? Bueno, es difícil para mí decirlo. Lo importante es que los canales están abiertos entre el Blondie y yo. ¿Crees que iba a dejar eso pasar? Imposible.”
En lo que Kirie hablaba y hablaba, fue consciente de que, inundado por la excitación de su región inferior, estaba provocando a Riki más de lo necesario. Adelante, ódiame todo lo que quieras, pensó. Restregarle la verdad en la cara era la única forma de lograr que los ojos y el corazón de Riki fueran suyos y solo suyos. Kirie simplemente no podía hacer a un lado los placeres de su fantasía masoquista.
“Nunca se sabe,” dijo Kirie despreocupadamente. “Incluso pueda que Guy hubiera estado esperando la oportunidad. Y allí hubo alguien para darle un empujoncito cuando lo necesitó.”
Un segundo después, un pesado y húmedo crujido.
El puño de hierro de Riki impactó contra el costado de la cara del otro. Kirie vio estrellas. Su visión se hizo borrosa. Un pesado letargo entumeció su cerebro. Y sin embargo no pudo esperar para soltar la lengua.
“Y—si Guy—no fuera—tu pareja—no—te—importaría una—mierda—” lentamente se limpió la sangre de la boca con el dorso de la mano. “¿Cierto?” miró a Riki. “¿En verdad encuentras a Guy tan excitante? Su relación ya es historia. ¿Cierto? Ya ni siquiera se besan. ¿Así que qué te da el maldito derecho a enfadarte porque se haya convertido en el juguete de un Blondie?”
Riki se distrajo un momento. La rabia mal manejada de Kirie lo devolvió a la época de Guardián y a su asunto con Robby—
“No he hecho nada de lo que vaya a arrepentirme,” escupió Kirie, su ceño se había fruncido. “Todos estamos pudriéndonos aquí. Si vender mi propia carne y sangre fuera lo que se necesitara para salir de este lugar, ¡entonces lo haría! Y no me vengas con esa mierda de desperdiciar mi vida en la pobreza, ¡porque para eso no nací!”
Un egoísmo tan afilado que cortaba hasta los huesos. Emociones nacidas de la desesperación. Riki conocía la fuente de la cual surgía la personalidad de Kirie, y era la razón por la que lo odiaba.
La vida no puede ponerse peor de lo que ya está, así que no tengo nada que perder.
Kirie le recordaba tanto a su yo más joven e ingenuo del pasado, que no podía soportar estar cerca de él.
“Todos ustedes me juzgan y se creen la gran cosa, pero hubo una época en que habrían hecho exactamente lo mismo que yo.”
Los ojos oscuros de Riki brillaron en lo que se enfocaban en Kirie. Temiendo que le metieran otro golpe, Kirie se encogió en un acto reflejo. Pero solo la boca de Riki se movió.
“Baja esta cosa,” ordenó con una voz fría. Y cuando Kirie lo miró de vuelta, como congelado en su lugar, añadió: “A menos que quieras ver este cacharro tuyo convertido en chatarra, ponlo en el suelo ahora.”
Sus palabras eran intimidantes. No se trataba de una simple amenaza, sino de una imbuida con muerte.
Kirie se reclinó con rigidez en el asiento y miró hacia adelante. “Aquí no. En Orange Road.”
Sus manos descansaron torpemente sobre el volante en lo que pisaba el acelerador. Al regresar a Orange Road, torció a la izquierda y disminuyó la velocidad. Deslizándose hacia abajo, el auto aéreo se acomodó sobre la calle.
La puerta se abrió con un débil zumbido. Una brisa helada le picó la piel antes de adentrarse en la cabina. Riki saltó fuera sin mirar atrás.
“No quieres volver a mostrarme tu cara, Kirie. No si quieres conservar todos tus dientes.”
¡Prefiero una paliza a ser ignorado por el resto de mi vida! Quería gritarle Kirie, pero lo único que hizo fue rechinar los dientes y tragarse las palabras.
Después de dejar atrás a Kirie, Riki fue directo a la entrada trasera de la tienda de drogas. Iba a hablar con Katze.
¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! Pero no podía controlar lo que sentía ni el acelerado ritmo de su corazón. Ese hijo de perra de Kirie… ¡La próxima vez que vea a ese maldito bastardo lo voy a matar!
Y sin embargo tenía algo más en mente. ¿Cómo habían llegado las cosas a ese punto?
Ni con cada larga zancada que daba podía detener la tembladera de sus piernas.
¿Fui yo? ¿Mi culpa?
Había perdido la tarjeta que Katze le había dado. Así que intentó presionando la palma de su mano izquierda contra la muesca horizontal en el panel de seguridad. Si su huella aún figuraba en el sistema, las puertas del ascensor se abrirían.
Hasta ese breve instante de espera empeoraba su genio. Pero un momento después la luz cambió de rojo a verde. Exhaló un suspiro de alivio. No se había eliminad su código de autentificación personal. O más bien, quizás se trataba del siempre vigilante Katze en acción. Había predicho lo que Riki haría y había actualizado sus datos. Aunque teniendo en cuenta su estado mental actual, habría sido preferible que la puerta no se hubiera abierto.
“Mierda.”
El anticuado elevador eléctrico se sacudía y traqueteaba de la misma forma que hacía cuatro años. Quien había cambiado era Riki, y la situación en la que ahora se encontraba.
Su visita repentina no tomaba a Katze por sorpresa. El sistema de seguridad había confirmado su llegada tan pronto como había comprobado que fuera suya la huella de esa palma. La oficina de Katze seguía representando el mismo cuadro austero de siempre. La misma decoración. El mismo sofá para recibir a los visitantes. El escritorio limpio y ordenado como el de un obsesivo compulsivo.
La única diferencia ahora era que Riki no esperaba pacientemente en el sofá hasta que Katze terminara el trabajo del día. No hubo una recepción cálida para él, ni tampoco era bienvenida su presencia. Si Katze lo dejaba entrar sin oponerse, entonces no iba a ignorarlo.
“¿No vas a preguntarme qué es lo que he estado haciendo por lo menos?” inquirió Riki con las manos metidas en los bolsillos.
Katze lo miró. No dijo, ‘Espera’ ni ‘Piérdete’.
“¿O es que has estado esperándome desde el principio?” insistió Riki. Tomando el silencio como un sí, añadió: “Si es así entonces escúpelo. ¿Qué es lo que quiere Iason con Guy? ¿Y por qué usa a Kirie como intermediario?”
Fue directo al grano. No es que no pudiera soportar esperar. Era más bien que no podía atar cabos sueltos hasta no escuchar las palabras saliendo de su boca.
Katze detuvo lo que estaba haciendo. O se le había acabado la paciencia. Se reclinó en su silla de ejecutivo y levantó con lentitud la mirada. “¿Por qué no se lo preguntas en persona?” Su comportamiento indiferente estaba mundos aparte de su actitud durante su visita al apartamento de Riki. Este Katze era el imperturbable y calculador traficante del mercado negro. “Puedo arreglarte una cita con él, si quieres.”
Aquella era una respuesta para la cual Riki no había estado preparado. Su expresión se endureció, al igual que sus pensamientos. Había ido allí para obtener la verdad. Y Katze le había capturado fuera de guardia, dispersando su mente.
Riki escupió todo el veneno contenido en su pecho: “¿Crees que puedes simplemente sentarte ahí con una cara regia y joderme la vida, maldita sea?”
Katze fijó la vista en Riki, sin inmutarse un ápice. “¿Yo te jodo la vida?”
“Vine hasta aquí a hablar contigo de hombre a hombre. ¿Y tú quieres gastar bromas estúpidas?”
Un pequeño silencio tensó el vacuo entorno. En ese momento, Riki se dio cuenta de que había motivos muy diferentes en juego. La línea dividiéndolos a ambos era clara y brillante. Ya fuera que se mantuviera firme en su posición o se aventurara hacia adelante—la decisión no era de Katze. Todo dependía de Riki.
Miró a Katze de vuelta. “¿Y cómo arreglo un encuentro con Iason?”
Y sin embargo aquella confrontación había aplacado un poco su hirviente ira. Riki necesitaba una pista. Kirie le había dado una sin querer. Toda la información que Riki deseaba obtener de Katze era la que no sabía: las verdaderas intenciones de Iason.
“¿Es que tengo que ponerme de rodillas para suplicar por Guy?” preguntó Riki, pero sabía mejor que nadie que Iason nunca iba a ceder tan fácil. “Iason no se molestaría ni en mandarme a la mierda.” En realidad, sería afortunado de obtener solo un desaire de su parte. Era improbable que cualquier encuentro cara a cara con Iason acabara en tan civilizados términos.
“¿Crees que puedes mover algunos contactos y convencerlo así sin más?” Riki ladró la pregunta con odio. “Tiene mejores cosas que hacer con su tiempo como para desperdiciarlo en una mascota usada.”
Tengo que verlo, estuvo a punto de decir, pero se mordió el labio con fuerza.
Katze encendió un cigarrillo, recurriendo a su vicio favorito. Sabía perfectamente bien que Riki había estado espiando en la tienda de drogas mucho antes de entrar. Para eso eran las cámaras de seguridad.
Las cámaras cubrían el área que rodeaba la tienda desde cada ángulo, haciendo visible cada rincón. Y en una de ellas, Riki había aparecido.
Con que finalmente aparece, pensó Katze. Entonces volvió a mirar y vio a Kirie. Los dos se fueron a alguna parte. Katze miró acontecer la escena, en lo que Kirie llegaba y se llevaba a Riki. Pero no mucho después, Riki regresó, interrumpiéndolo. Con solo echarle un vistazo a su cara, Katze pudo imaginarse sin ningún problema las circunstancias relacionadas con la desaparición de Guy.
Riki no respetaba a Kirie en absoluto. Pero Kirie husmeando en el pasado de Riki era algo que Katze todavía tenía presente. La forma en que Kirie se pegaba a Riki como un cachorro perdido.
 Aunque Kirie seguía intentando imitar a Riki, nunca había podido, a pesar de su propio fiero magnetismo. Cuando Iason se había dado cuenta de eso, había sonreído. No cabían dudas sobre el por qué el Blondie había optado por hacer uso de Kirie para llevar a cabo ese trabajo en particular.
Katze sabía que Iason estaba esperando a que Riki hiciera el primer movimiento. Que Riki mandara a preguntar por Guy.
“Sabes de lo que Iason es capaz,” dijo Katze. “No le encuentra el chiste a arrastrarte hasta su guarida y atormentarte. Pero sostener a tu antigua pareja delante de tus ojos y examinar tus reacciones—eso para él es tan entretenido como una grandiosa cena y un espectáculo.”
Tenían que existir límites en el mal gusto de las predilecciones de un hombre. Hasta Katze podía concordar en ese punto. Quienes solo conocieran al Katze insensible no habrían dado crédito a sus oídos al oírle decir eso.
No era una matiné de sábado. Si se privaba a los mestizos del juego de ver y esperar a que sus hermanos fracasaran, nunca probarían la emoción del juego. El único exceso que podría encontrarse sería durante el abominable burlesco del acto final. (These were no Sunday afternoon matinees. Deprive the slum mongrels of the game of watching and waiting for their brothers to crash and burn, and they’d never taste the thrill of the gamble. The only excess to be found was in the abominable burlesque of the final act.)
Pero Katze solo pensaba de ese modo porque tenía cartas en esa partida.
Esta vez las cosas eran distintas. Desde el comienzo, desde ese primer dominó que Riki había derribado hacía cinco años, Katze había sido el cómplice de Iason. E incluso ahora, no tenía intenciones de bajar el telón  y dar el show por terminado.
Y Iason solo había permitido que ese dominó cayera porque se había sentido caprichoso esa noche. Katze no sabía cuándo ni dónde Iason había visto a Riki por primera vez. Pero nunca había considerado en serio la posibilidad de que un Blondie de Tanagura hubiera armado todo ese plan solo para poder follarse a una basura de los barrios bajos y después hacerla a un lado.
En algún punto había cometido un error de cálculo. Pero era más que un mero error. Algo había fallado completamente dentro de sus presunciones. Una revelación inesperada que había tomado por sorpresa a todo el mundo. Algo que había logrado que hasta el mismísimo Iason se sentara y prestara atención. No había nada de mediocre en las habilidades de Riki.
Probablemente por ese mismo detalle, también Katze había caído bajo el hechizo de Riki. Considerar a Riki un mestizo al igual que él era una equivocación. Aun si la comparación entre ambos resultaba en un empate, Riki era superior a él.
Riki siempre podía robar el queso en el tiempo asignado, y escapar de la trampa antes de verse atrapado. Poseía un orgullo inquebrantable, una ambición y una astucia al servicio de su inexhaustible fuerza de voluntad.
No era un mestizo inútil al que de sacársele la estupidez, resultaba ser un saco vacío. Con haberla pulido un poco, la roca poco prometedora se convertía en una gema. Riki era esa clase de mineral. Y la dicha que experimentaba el buscador de oro era lo que Katze había experimentado por sí mismo.
Su precio.
No iba a dejar que murieran sus esperanzas por Riki. Cuando a Iason se le acabara el capricho, Katze había planeado seguir utilizando a Riki como su aprendiz. Sacaría el brillo que yacía dentro.
Pero asumir que Iason se aburriría, había sido el primero de sus errores. Iason no tenía intenciones de renunciar a ese diamante en bruto tan fácilmente.
Siempre y cuando Riki fuera libre de desenvolverse en el mercado negro, los dos tenían un acuerdo. Pero entonces Iason había decidido encadenar a Riki y alimentarlo con su propia mano.
Increíble. La repentina perdida de todo en lo que Katze había puesto sus esperanzas lo afectó demasiado. Le dolió como si hubiese perdido una parte de su cuerpo. Nunca en su vida había experimentado nada por el estilo.
Después de eso, Katze se juró a sí mismo nunca volver dejar que otra persona entrara en su vida. Nunca imaginó que los pecados de su pasado le costarían de la forma que ahora se presentaba frente a él.
“Encontrarte con él o no es decisión tuya. Dejemos los juegos mentales a un lado y vayamos directo al grano. La única forma de acabar con esto es haciéndolo y viendo qué pasa después.”
Katze expuso sus razones, toreando a Riki. Riki no había ido hasta allí para que Katze pudiera orientarlo en la dirección correcta. Estaba allí para que pudiera abrirle la puerta y obligarlo a atravesarla. Así que Katze podía mantenerse alejado de la libertad que tanto trabajo le había costado conseguir. (So Katze could pry his fingers away from his hard-earned freedom.)
Tan doloroso como era darse cuenta, Katze ya había asesinado su propia consciencia. Guy no era nada más que un señuelo, la carnada en el agua para atraer a Riki hacia la red. De otra forma, Iason nunca le habría pagado a Kirie tan generosa suma.
Diez mil kario por un mestizo de los barrios bajos. La redención de un rey. Las absurdas dimensiones del trato hacían dudar a cualquiera. Que Kirie tan descaradamente hubiera demandado semejante suma dejaba a Katze sin palabras.
Iason también debía haberse permitido modular una sonrisa irónica. Sabiendo que el juego había ido mucho más allá de la farsa, había permitido que la estafa continuara y había pagado el precio. Katze no sabía qué pensar al respecto. Aunque no era de su incumbencia como gastara Iason su dinero.
Para Iason, el único valor de Guy era como la antigua pareja de Riki. Así que no iba a ponerle un solo dedo encima.
Katze sabía dónde tenían cautivo a Guy. Había empleado esas instalaciones antes—donde la carga puesta en cuarentena podía confinarse cómodamente, sin necesidad de cadenas. Pero no iba a revelar esa información pues sabía que de hacerlo Riki lo mataría a golpes para darle las gracias.
¿Qué significaba Guy para Riki? Katze también sabía eso. Después de que Iason le indicara que hiciera uso de Riki, Katze había llevado a cabo una minuciosa investigación.
Caras opuestas de la misma moneda. Así de fuerte era la conexión entre ellos. Así que no le había contado nada a Iason. O, más bien, no había sentido la necesidad de hacerlo. No podía imaginarse a Iason uniéndose a Riki de esa forma. Se había hecho con esos datos después de una investigación preliminar a lo sumo, después de todo.
Iason había destruido esa relación al convertir a Riki en su mascota. Katze no sabía lo que había ocurrido durante esos tres años posteriores al momento en que ambos perdieron a su mano derecha. Iason no le había revelado nada sobre la vida de Riki como su mascota. Y Katze no había tenido el más mínimo interés en Guy.
Sin embargo, a pesar de su silencio, el rumor del comportamiento impropio, extraño y poco convencional de Iason había llegado a oídos de Katze.
La Ley de Mascotas de Tanagura no había reconocido los derechos humanos de las mascotas. Las mascotas eran, de principio a final, la propiedad de la élite. Sus pequeños juguetitos sexuales.
Así que por qué Iason desacataba la Ley de Mascotas—y peor, ¿por qué corría semejantes riesgos y daba tantos pretextos con tal de regresar a Riki a los barrios bajos? Para Katze no tenía ningún sentido.
Katze jamás había creído que Riki fuera en realidad libre, que se hubiera ganado su libertad para bien. Porque era imposible que a ojos de Iason Riki fuera algo más que una simple mascota.
Katze había sido un aplique de la casa de Iason. Un furniture de Eos. Sabía cómo se manejaba a las mascotas. Sabía más de lo que podría jamás olvidar. Estaba especialmente al tanto de la forma en que Iason trataba a su propiedad personal. No podía borrar ese conocimiento de su mente.
Katze sencillamente no tenía los medios para adivinar la verdadera naturaleza de la relación entre Riki y Iason. Una vez que Iason hubo convertido a Riki en su mascota, dejó de recibir información. Era una situación totalmente nueva e insólita a la que le faltaban precedentes. Sin mencionar que mantener a una mascota macho de más de dieciséis, durante tres años era del mismo modo sorprendente e inusual.
Durante ese tiempo, Iason no lo hizo aparearse, sino que se lo quedó todo para él. Si aquello era cierto, entonces era más extraño que cualquier ficción que Katze pudiera imaginarse. Si era verdad—si Riki realmente había cambiado al legendario Hombre de Hielo de una forma tan dramática—entonces la envidia y la admiración que Katze le tenía no conocían límites.
Y le tuvo compasión de una forma muy diferente. Riki era el único que había poseído a su amo, tan fuera de este mundo en todos los aspectos. Desde las sombras, Katze había buscado poner a prueba esas capacidades, y había quedado embelesado por tan satisfactorios resultados.
Iason había encadenado a Riki como una mascota y lo había dominado. Y sin embargo, la mascota había encadenado a su dueño. Menuda ironía.
Por otro lado, contando con que Katze no estuviera equivocado, Iason también era consciente de ese hecho, y aun así intentaba atraer a Riki de vuelta al rebaño con más ganas.
¿Pero por qué? ¿Por qué estaba tan fijado en Riki?
Katze no podía imaginar lo que le pasaba a Iason por la cabeza—y tampoco estaba seguro de querer obligarse a averiguarlo. De atreverse a indagar más profundo, terminaría pagando el alto precio de su curiosidad. Aquello no era un miedo infundado y Katze lo entendía muy bien.
No iba a arriesgarse innecesariamente. Ese siempre había sido su límite. Y continuaba siéndolo. Era razonable que no tuviera prisa en revelar su baraja. Después de todo, como todo el mundo, Katze se amaba a sí mismo primero y por encima de todos los demás. Incluso si eso significaba permanecer en aquella oscura y sombría servidumbre por el resto de su vida.
La mano del mismísimo Iason le había dejado esa cicatriz en la mejilla. Aún después de tanto tiempo, no podía olvidarse de eso. La horrible marca se podía arreglar con un procedimiento médico sencillo, pero no era algo que Katze hubiera considerado alguna vez.
Mantenía la cicatriz como un símbolo de su fidelidad hacia Iason, así como al nombre por el que era conocido en el mercado—Katze el caracortada—, un símbolo que servía para recordarle su joven ingenuidad e inexperiencia.
Y sin embargo cuando tuvo a Riki ahí en frente de él, aquellas sensaciones que había dejado de sentir hacía mucho, volvieron a la vida de una forma tal que había sido incapaz de ignorarlas. La espina que debía haber sacado hacía mucho tiempo, seguía lastimándole la piel.
“No creo que Iason tenga planes para Guy,” dijo Katze, exponiendo la verdad que a cualquiera le habría resultado obvia. “De ser así, no habría llegado a tales extremos. Debe haber tenido otros motivos en mente para haberle pagado tanto a Kirie.”
Resultaba perfectamente obvio que era Iason quien manipulaba los hilos, buscando a Riki al final de los mismos.
“Un capricho pasajero no habría durado más que un par de semanas. Luego de eso, la mercancía se habría vendido por medios clandestinos o en una subasta del mercado negro. Esa clase de cosas. Aunque la integridad de un producto que provenga de dicho lugar no pueda garantizarse.”
Katze pudo ver como Riki empalidecía. “¿Esa se supone que es una amenaza?” La pregunta le salió en una voz áspera y ronca.
“¿Amenaza? No te lo tomes a mal, Riki. No gano nada con amenazarte. Estás aquí por mi apreciación honesta de la situación, ¿no es cierto?”
“A mí me suena más como que estás tratando de fastidiarme. ¿Y qué si te dijera que quiero un encuentro con Iason?”
“En dicho caso, ¿estaría yo en lo correcto al suponer que solo estás solicitando eso porque no puedes pensar en otra forma de tener a Guy de vuelta?”
Riki se mordió el labio, momentáneamente falto de palabras. “¿Qué es lo que Iason pretende hacer con Guy?”
“¿Qué hacer con Guy—? No es algo que le competa a Iason, ¿verdad? Depende de ti, Riki. ¿Cómo fue para ti? Estoy seguro de que empiezas a recordarlo todo de nuevo.”
Katze lo miró, su voz fue firme y apacible. Pero no pudo evitar sentir cierto disgusto. Se estaba comportando igual que Kirie. Y aunque su consciencia pudiera no retroceder, igual se indignó.
Riki no le contestó. A pesar del huracán que se había desatado en su corazón, fue incapaz de abrir la boca. De haber sido posible, le habría robado a Guy a Iason para regresarlo a los barrios bajos. Más que tratarse de un simple deseo, era casi una necesidad. Era la clase de reacción que la existencia de Guy le provocaba.
Por otra parte, en lo profundo, las cadenas que lo ataban a Iason se resistían a desaparecer.
La desgracia de ser una mascota. La maldición de ser un mero juguete. La obscenidad de su esclavitud. Toda la lógica y la razón cediendo ante el placer. Todo el autocontrol haciéndose trizas. La vergüenza y la humillación. Donde el orgullo se pudría.
Por culpa de esos tres años con Iason, cautivo de las cadenas de la lujuria, incluso tres años después; los deseos carnales, lujosos y venenosos que surgían como una alucinación inducida por las drogas, seguían haciendo temblar sus extremidades. Sus recuerdos se negaban a quedarse en el pasado, como burlándose de él.
Así que incluso después de haber regresado a los barrios bajos, Riki no había podido acostarse con nadie. Temía que al no haber restricciones, aun si era algo pasajero, pudiera convertirse en algo que no fuera él mismo.
Y sin embargo su cuerpo deseaba esa embotadora intoxicación. La sangre escaldaba sus venas, carcomiéndolo como ácido en lo que una sed imposible de aplacar lo tomaba prisionero. Un hambre incontrolable—que no escuchaba ni a la razón ni a la voluntad—acosaba sus pensamientos a donde fuera que fuera.
No había forma en que pudiera encontrarse con Iason mientras este comandara ese extraño y desconocido dominio sobre su corazón. En cuanto a su preocupación por Guy y la ansiedad que lo acometía, existía ese límite dibujado en el suelo que no podía cruzar.

Un mar inestable de sentimientos encontrados arremetía contra sus pensamientos. Resignado ante el dilema, no pudo ver otros caminos abiertos para él.

7 comentarios:

  1. Hola,
    Muchas gracias por el capítulo, siento no poder ayudarte con la traducción pero mi inglés es muy malo. Aún así no te preocupes que se entiende. Nos vamos acercando al capítulo que más me emociona, de los que he leído, que no han sido todos. Estoy deseando leer la continuación.
    Un abrazo. Yukikun

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    1. Está bien, tranquil@. Sé que dentro de un rato lograré traducir esas pequeñas partes. El episodio que sigue es también uno de mis favoritas. ¡Cuídate! :D

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  2. que buen capitulo!!!!! ya parezco una psicópata comentando cada actualización pero realmente el capitulo estuvo muy bueno.... falta poco para que se encuentren de nuevo Iason y Riki Woooooow que emoción!!!(°///_///°)
    muchas gracias por tu trabajo

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    1. Nuuu a mí me gustan los psicópatas y que me escriban. Así me doy cuenta de que hay gente leyendo y no me siento sola en mi obsesión por ANK. Sí, falta muy muy poco. Y lo que se viene... *-* :D Ojalá continuaran con el anime xD

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  3. Es una de las mejores historias que he leído. Y una traducción fantastica. Gracias de verdad por hacer el trabajo y saciar esta obsesion que por lo visto compartimos muchas.

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  4. Hola! Era para comentarte que he traducido los pasajes que dejaste en inglés y negrita. Ha pasado mucho tiempo y no se si aún quieras la traducción pero te los dejo ^^

    These were no Sunday afternoon matinees. Deprive the slum mongrels of the game of watching and waiting for their brothers to crash and burn, and they’d never taste the thrill of the gamble. The only excess to be found was in the abominable burlesque of the final act

    Estas no eran matiné de sábado. Priva a los mestizos de ghetto del juego de ver y esperar a que sus hermanos fracasen, y ellos nunca probarán la emoción de la apuesta. El único exceso podría encontrarse en lo abominablemente burlesco del acto final.

    So Katze could pry his fingers away from his hard-earned freedom

    De esta forma, Katze podría mantener sus dedos alejados de su tan laboriosamente ganada libertad.

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