martes, 6 de enero de 2015

AnK - Volumen 4, Capítulo 2

Los días transcurrieron sin que Riki pudiera sacar una conclusión definitiva de sus confundidos pensamientos. Pasó una semana. Luego diez días. Y sin embargo, seguía indeciso.
¿Qué hago? ¿A esas alturas? Al enterarse de que Kirie le había vendido a Guy a Iason, la rabia y el desconcierto acometiendo su corazón tornaron negro el mundo frente a sus ojos.
Y como para acentuar la noticia, Katze le había dado ese implícito ultimátum. De cualquier forma, solo quedaba un último camino por el cual podía optar.
No importaba qué tan bien lo entendiera—o aunque lo entendiera—no podía dar ese último paso. Ni toda su angustia cambiaba en lo más mínimo el hecho de que Guy hubiera desaparecido. Ahora se acobardaba por saber con certeza cuales eran las verdaderas intenciones de Iason.
Todos creemos ser mejores que los demás.
La pulla de Kirie seguía haciendo eco en su cabeza. Durante el día todo marchaba bien. Cualquier labor repetitiva y aburrida que se atravesara en su camino, el simple hecho de poner su cuerpo en movimiento apartaba los pensamientos de su mente.
Pero tan pronto el sol se ocultaba, la angustia crecía como los latidos de un corazón que ha atestiguado algo macabro. Si hablaba con alguien, lo más seguro es que le mencionara a Guy. Así que no salía con ningún miembro de su antigua pandilla. Pero tampoco le gustaba las miradas que recibía cuando visitaba inmersiones con las que no estaba familiarizado.
Después de haberle dado a los Jeeks la paliza que se merecían, habían estallado los rumores sobre el retorno de Bison. Para Riki y la pandilla, nada de eso tenía importancia. Era tan solo una mala broma. Aunque no esclarecer sus propios motivos solo provocó que los rumores corrieran más de prisa y fueran peores.
Era una verdadera molestia. Al final, Riki se pasaba las noches bebiendo en un viejo abrevadero. Bebía con moderación al ser consciente de que no debía embriagarse demasiado. El miedo a perder el control y la cabeza hacía las veces de un vigía inconsciente. Pero aun así hacía todo lo que estaba a su alcance para lidiar con su preocupación, y bebía cuanto podía hasta entorpecer su cerebro.

Cuando Guy despertó en la mañana, no se encontró rodeado por la comodidad de su propia casa, sino por una habitación que ahora empezaba a resultarle familiar.
Volvió a exhalar el mismo incomprensible suspiro. Guy estaba de vuelta a la cárcel de otro mal sueño.
De haberse tratado de un sueño ordinario, entonces en algún punto se habría despertado. Por la razón que fuera no había forma de salir, no había escapatoria a la pesadilla que había llevado a Guy allí.
O, más bien, los malos sueños siempre se presentaban así. Pero para empeorar las cosas, aquel lugar era—a pesar de la condición de confinamiento que representaba—muy superior a su propia precaria habitación en los barrios bajos. Lo que perversamente hizo que ser consciente de la realidad resultara peor.
Y así comía y dormía y se quedaba sentado en un estado de estupor frente a la bañera. No había nada más que hacer. La seguridad frustraba exitosamente cualquier intento de escapatoria y pronto había descartado la idea.
Rompiendo la monótona decoración interior, había un ostentoso teléfono de última generación. Pero no estaba conectado a nada. No había conexiones de red. Aparte de la porquería usual que pasaban por televisión, cualquier información útil estaba censurada, y lo que quedaba resultaba ser sofocantemente insípido.
No tenía nadie con quien hablar. Estaba cansado de hablarse a sí mismo. Los suspiros eran el único sonido que salía de sus labios. No había forma de evitar ser consciente del solitario estado de su confinamiento.
Era aburrido. Aburrido. Aburrido. Tener mucho tiempo libre era más doloroso de lo que pudiera haber creído.
Pasaron diez días.
Después del primer día, Guy nunca volvió a ver al Blondie que lo había encarcelado allí. Un Blondie llamado Iason Mink.
¿Por qué? ¿Qué estaba pasando? ¿Qué tenía que ver él en eso? ¿Qué iba a suceder luego? Las preguntas se acumulaban día tras día, poniéndolo de los nervios. Ninguna respuesta llegaba.
“Esta puta broma ya no me da risa.”
Las palabras eran su único recurso. No tenía nada más en absoluto.

La fría noche echó sus gélidos brazos en torno a Riki. Dando tropiezos regresó a su habitación y se lanzó a la cama. Como una cuerda muy estirada que se rompe a causa de un tirón propinado con demasiado fuerza, todas las articulaciones de su cuerpo adquirieron un letárgico entumecimiento. No se molestó en quitarse la ropa.
Los pensamientos en su cabeza se hicieron pesados. Sus parpados se sentían como yunques. Se sumergió en el gélido charco de la relente noche oscura.
Cuando el cerrojo de la puerta principal se abrió, la temperatura del apartamento se elevó automáticamente, ajustándose a un nivel más confortable. En poco tiempo, sin oponer resistencia, Riki se sumió en un sueño profundo.

No tenía idea de cuánto tiempo había transcurrido después de eso. Y no importaba. Su seca garganta de pronto lo despertó de su letargo. Débilmente, abrió con dificultad los ojos. Sentía la lengua como una lija. Su boca estaba demasiado reseca para reunir saliva. Su garganta estaba tan sedienta que su cuerpo parecía estarse cocinando desde dentro.
Mierda. ¿Qué dem—?” gruñó con la cabeza todavía medio enterrada en la almohada.
Desganado, se quitó el pelo de la frente. Su plomizo cerebro todavía se rehusaba a admitir que estaba despierto. Sus perezosos, atontados pensamientos permanecieron más muertos que vivos.
Riki medio se arrastró, medio se levantó de la cama. Tenía los pies pesados y se tambaleó, no hacia la cocina, sino hacia el baño. Antes de aliviar su pobre garganta, tenía que aclarar su obstruida cabeza y deshacerse del olor a alcohol que impregnaba su piel. Era una o la otra o ambas.
El rugido del agua corriendo le lastimaba los oídos. Riki salió de la ducha, secándose el cabello húmedo con una toalla en lo que se ponía una bata. En la cocina, mezcló un poco de jugo concentrado con agua mineral y se lo bogó de un solo trago.
Por fin su cuerpo recobró un poco la razón. Se limpió la boca con el dorso de la mano, tomó una profunda bocanada de aire y la dejó salir. Dejó el vaso y se dio vuelta con la intención de regresar al dormitorio que también hacía las veces de sala en su apartaestudio.
Riki se paralizó. Una luz que no recordaba haber encendido llenaba la habitación.
Pero no era eso. El brillo de un fantasma, una visión, le encandiló la vista.
¿Iason?
Quedándose sin palabras, Riki fue incapaz de moverse.
¿Qué está pasando?
En contrastadora diferencia con sus labios silenciosos y titubeantes, los latidos de su corazón machacaron dolorosamente sus sienes. Sus abiertos ojos negros contemplaron inmóviles, como rechazando lo que estaban mirando.
¿Una ilusión?
Pero su acelerado ritmo cardiaco y los estremecedores fríos espasmos que escalaban por su espalda no le permitieron escapar de esa repentina realidad. Porque ahí, justo delante de él, estaba el hermoso y sereno rostro de Iason. El Blondie empleó un tono de voz llano al decir:
“Tiempo sin verte, Riki.”
El carácter conciso de aquella voz—la cual Riki no había escuchado en un año—se abrió paso a través de sus tímpanos hasta el centro de su cerebro, concretando el carácter real de lo que estaba viendo.
Riki contuvo el escalofrío que le recorrió el cuerpo. Instintivamente, se puso derecho en una postura vigilante y gruñó: “Lárgate.”
Pero en vez de expresar ira, su voz había sido chillona y ronca. No desairó al intruso, y no ayudó a discernir la razón por la cual se encontraba allí. En aquel momento Riki simplemente no había tenido tiempo de pensar en nada mejor.
Sin mencionar que decirle a Iason que se perdiera y obligarlo a hacerlo eran dos proposiciones muy diferentes.
Aun así—o incluso debido a eso—tenía que decir algo. Dar a conocer su opinión era su único medio de establecer un límite y marcar con claridad la distancia entre ellos.
O eso quería creer. Y sin embargo—
“¿Quieres salir en esas fachas?” preguntó Iason sin la menor de las dificultades al hablar. “¿No tenemos tú y yo un asunto del cual hacernos cargo? ¿Es decir, sobre Guy?”
Iason jugó su carta triunfadora con un talante inexpresivo.
En ese momento, Riki sintió fuego escalándole por la garganta. Mierda— empezó a decir, pero se tragó las palabras antes de que pudieran salir de su boca.
Las opciones que Katze le había puesto frente a la cara como un revólver ese día, habían cambiado y mutado a la forma que ahora se presentaba frente a él. Darse cuenta era lo suficientemente mortificante para hacer que su corazón se encogiera en su pecho.
Riki reafirmó su postura, se preparó y apretó los puños. Sus ojos reflejaron una cólera extraordinaria en lo que miraba a Iason de vuelta. Pero eso era todo lo que podía hacer.
“Qué miedo. Luces como si de verdad pudieras arrancarme la garganta.” Iason sonrió con malicia. “Me parece que, de hecho, se me puso la piel de gallina.”
En marcado contraste con el supuesto dueño de la casa—que hacía evidentes sus emociones  y se erizaba como un puerco espín—el visitante inesperado permanecía íntegro y en calma.
“Hoy se cumplen dos semanas. Esperaba haber escuchado de ti ya. Aparentemente cometí un error de cálculo.”
La malicia imbuida en las indirectas del discurso de Iason descolocaba a Riki, y le ocasionaba un punzante dolor. Apretó los puños tan fuerte, que los dedos se le empezaron  a poner blancos y a temblarle—a causa de su irreprimible ira—o debido a que no tenía otra forma de expresar sus sentimientos—o porque el miedo estaba grabado en su subconsciente—ni el mismo Riki podía decidir cuál. Aquella era una situación completamente distinta. En un nivel completamente distinto. Y se vio atrapado por una predominante sensación de duda.
Con calma, Iason se acomodó en el viejo y mohoso sofá. Se sentó ahí, relajado, inundando la habitación con una inquebrantable confianza en sí mismo y una dignidad imponente e impenetrable totalmente discordante con las estrechas casas de los barrios bajos.
Era una realidad que no se podía negar. Y sin embargo, a pesar del opresivo peso de lo real, Riki aún no podía explicarse por qué Iason se había adentrado en ese ambiente.
Para desafiar las advertencias de Katze, me rehusé a mostrar mis cartas. ¿Así que Iason vino hasta aquí para forzarme a hacerlo?
Un Blondie de Tanagura había venido a los barrios bajos, solo. Ese hecho solo podía tomarse como la más cruel de las bromas pesadas. Al ser consciente de las verdaderas intenciones de Iason, Riki sintió un escalofrío abrirse paso por su columna.
Así que se rehusó a pensar en ello. Lo que estaba experimentando era simplemente demasiado imposible para creerlo. El silencio sepulcral estrangulando sus pensamientos se hizo doloroso. El dolor se hizo demasiado intenso para soportarlo. Al final, Riki se permitió abrir la boca.
“¿Entonces qué es lo que quieres decirme? ¿Quieres que me ponga de rodillas y te bese los pies?” Se aferró desesperadamente a cualquier fragmento de razón. “No me digas que viniste hasta aquí y te metiste en mi casa mientras dormía solo para venderme a Guy de vuelta. ¿Qué es lo que quieres?”
Controló su tono lo mejor que pudo. Todos los gritos y alaridos del mundo no iban a hacer ceder a Iason en lo más mínimo. Pero mantenerse tranquilo no era fácil. No podía suprimir del todo los espasmos sacudiéndole las manos, los pies y las entrañas.
“Katze ha estado insinuándome con indirectas que resolver este problema depende solo de mí.” Riki se tragó la ira escalándole por la laringe. “La forma en que hablas me da la impresión de que estás usando a Guy como alguna especie de señuelo para hacerme regresar.”
Finalmente lo puso en palabras—el nudo en su estómago, supurando los malos presagios que sus noches de copas y juergas no habían podido disipar.
“Es tu antigua pareja, ¿no es cierto?” La pregunta destrozó sin piedad los tensos nervios de Riki. Aunque la voz de Iason era cálida y provocativa, sus matices eran vacíos y delgados. “¿Qué crees que deba hacer con él?”
“¿Hacer con él?” repitió Riki con la voz entrecortada. Sintió la serena mirada de Iason clavándole las garras en torno al corazón.
“A diferencia de ti, es muy viejo para empezar de cero. No vale la pena. Supongo que puedo ir directo al grano, drogarlo y usarlo para tener sexo cada vez que un lascivo pensamiento cruce mi mente. ¿Qué tal? ¿O jugar un poco con su materia gris y convertirlo en un obediente esclavo? ¿Venderlo en el mercado negro? ¿O a un burdel? Como termine en realidad depende de tu siguiente movimiento.”
“Debes—estar—bromeando—”
Las palabras de Riki emergieron titubeantes y confusas.
Iason respondió con extrema frialdad: “Su destino está en tus manos.”
Katze le había soltado las mismas intimidantes palabras. Pero la voz de Katze no podía compararse en lo más mínimo al repentino impacto saliendo de la boca de Iason. Ni el tono ni el peso.
Y más que nada, la expresión en esos ojos tenía a Riki paralizado. Más que la irracionalidad de ser forzado a escoger entre dos demonios, era la fuerza de la intimidación lo que le hacía sentirse como si lo estuvieran empujando al borde de un abismo. Iason lo estaba obligando a resolver—ahí y ahora—todos los confusos pensamientos y preguntas sin responder que habían estado ocupando su mente esas últimas dos semanas.
Y en una manera que a Iason le encantaba.
Riki no podía hablar, como si su garganta estuviera constreñida por la sangre que se batía en sus venas. Todo lo que podía hacer era ocultar su miedo y dirigir todas sus ardientes pasiones a los ojos que usaba para mirar al Blondie.
Y Iason hacía frente a esa mirada con su propio abrumador aire de superioridad. Una apariencia idéntica a la que tenía cuando se habían conocido cinco años atrás en Midas, un frío rostro que no mostraba una sola partícula de preocupación por lo que pudiera estar pensando alguien más. La feroz y calculadora tranquilidad que solo los hombres con absoluto poder poseían. Ojos que reflejaban el mismísimo derecho divino de los reyes.
Iason era indudablemente un Androide Blondie, cuyo cerebro había sido trasplantado. Y sin embargo, aquellos ojos azules lo miraban tan fieramente como desechando por completo sus orígenes artificiales.
El intransigente y fraccionado silencio devoraba un minuto tras otro, agotando a Riki como la tortura de la gota china, dejándolo al borde de un colapso emocional. Tensión formándose sobre tensión sin descanso. El silencio enterrándose como una espina en sus sienes. La hostilidad haciéndose más densa a cada segundo que pasaba.
De repente Iason se puso de pie. Riki dio un violento respingo; sus ojos saltaron en respuesta, un vívido reflejo del balance de poderes entre ambos. Iason comenzó a acortar la distancia, un paso y después otro. Con cada paso, la sofocante intensidad de su presencia se hacía mayor, obligando a Riki a retroceder inconscientemente.
“¡No te acerques más!” chilló Riki en lo que la tensión se hacía añicos de una vez por todas, dejando su autocontrol por el suelo.
Pero Iason no se detuvo. “¿Por qué?” preguntó, el sarcasmo presente en la tranquila interrogación tenía el propósito deliberado de provocar a Riki. “¿A qué le tienes miedo? Esto es tan impropio de ti.” Con una sonrisa burlona, Iason le restó importancia al evidente hecho de que Riki estuviera asustado. “¿Es esta actitud terca y determinada tu única característica positiva después de todo?”
La fuerza de la firme mirada de Iason clavaba los pies de Riki al suelo. “Te estabas tardando demasiado en decidirte, así que me pareció bien venir a hacerte una pequeña visita.”
La calmada voz de Iason hablaba con un poder absoluto que no le permitía a Riki apartar la vista ni por un instante. Sintió que se le erizaba la piel. El impulso de retroceder se disparó a través de su cuerpo, hasta la punta de sus dedos. Su acelerado pulso se agravó por el miedo que se lo estaba consumiendo.
Y aun así, Riki de alguna forma se mantuvo firme. No iba a ceder tan rápido. Si le demostraba a Iason cualquier signo de debilidad, sería solamente la mascota del Blondie otra vez.
Era imposible. Era imposible que eso ocurriera.
“Entonces, Riki, ¿Cuál es tu jugada?”
A esa distancia tan corta, una frígida mirada serena cayó sobre Riki. La decisión es tuya, le  decían esos ojos.
Iason podía llevarse a Riki consigo con facilidad, pasando por encima de su obstinación sin derramar una sola gota de sudor, pero no era eso lo que iba a hacer.
Un sacrificio no significa nada a menos que se ofrezca voluntariamente. De eso se trataba todo. La primera respuesta había sido lograda por la fuerza. La segunda debía ser dada con consentimiento. Después de eso, no habría nada más que retener, ni excusas que dar.
Iason lo había arrinconado. Frustrándole todas las rutas de escape. Haciéndole una oferta que no podía rechazar. Y entonces Iason esperó. Esperó a que Riki se entregara por su cuenta.
Riki tragó con dificultad.
“Entonces, tirar a Guy por la borda o pagar el precio de su compra.”
“¿Dónde se supone que voy a conseguir todo ese dinero?”
Diez mil kario. Ese era el precio por la cabeza de Guy. No era una suma insignificante para nadie. Sería un gran golpe al bolsillo incluso de los más golosos usureros cargando las más degolladoras tasas de interés.
No son de los que escatiman en tales cosas, había dicho Kirie con respecto a las élites de Tanagura.
Es el precio que esperas ver en las etiquetas de la mercancía de primera calidad, había acotado Katze, las oscuras implicaciones eran claras.
De cualquier forma, eran apenas unas monedas para Iason. Pero no para Riki.
“Sostenme boca abajo y sacúdeme. Serías afortunado si te haces con un solo centavo.”
Si no era dinero, entonces algo de igual valor. Algo que Riki no pudiera soportar entregar.
“En ese caso tomaré tu libertad a cambio.”
Había visto llegar eso desde el principio. Ahora Iason jugaba sus cartas y revelaba sus verdaderos malévolos colores. Riki no podía pagar con su cuerpo, sino con la libertad que codiciaba. Que Riki se la diera había sido la meta de todo ese retorcido juego desde el principio.
“Si quieres que Guy vuelva sano y salvo, tienes que regresar por tu propia voluntad.”
Ese era el único precio del producto.
“Deja de provocarme,” gruñó Riki.
Pisar su orgullo. Arrojar su consciencia al vacío. Mofarse de todas las reglas bajo las cuales había vivido su vida… pero nunca hacerlo ir más allá del límite que no podía cruzar.
“¿Y qué garantías tengo de que no lastimarás a Guy de todas formas?”
Aquel primer día, Riki había sido encerrado completamente desnudo en una celda en Eos, había sido forzado a vivir de esa manera por el mes que siguió. “Entrenamiento de mascota,” se le llamaba. Sus piernas abiertas, sus genitales expuestos, y el furniture de nombre Daryl bajándole día y noche. Expuesto y abusado antes y después, con su orgullo mandado al carajo, se corría. Todo a lo que se aferrara y todo lo que no cediera era forzado, impulsado y sacado fuera de él por las malas.
Y aun así, tanto como no quería que eso mismo le ocurriera a Guy—
“Dame dos semanas. No hagas nada. Solo mantenlo en buenas condiciones. Eso no es pedir mucho, ¿o sí?”
Fue lo único que pudo decir, incluso sabiendo que estaba negociando con la vida de Guy.
“Ya veo. Y tienes la intención de que te pague concesiones aunque poseas una partida inútil.”
Riki no le quedaba ningún otro argumento con el cuál defenderse, pero no tenía elección sino doblar las apuestas con lo que tenía.
“Y si lo hago, ¿te parecería bien? ¿Lo que sea que a Guy pudiera pasarle?”
La mirada de Iason nunca vaciló. El tono de su voz solo se volvió más frío, un picahielos dirigido a la única debilidad conocida de Riki.
“¿Y tú qué? ¿Te parece bien dejar que el mundo entero lo sepa?” Riki podía dar así como podía recibir.  Incluso si significaba recolectar los últimos granos de valor. Relamió sus secos labios y endureció la mirada. “A este asunto no le falta esa clase de suciedad que haría estremecerse de emoción a esos mandamases de la Mancomunidad. Estuve bajo tu mandato por tres años. Pero eso no quería decir que estuviera besándote el trasero cada segundo del día, Iason.”
Inesperadamente, la sonrisa de Iason solo se hizo más grande.
“Al fin te estás acoplando al ritmo de las cosas. Hombres que puedan intimidar a un Blondie con esa clase de bravuconería son pocos y distantes entre sí. Y es aún más emocionante por no haber escuchado sobre gente como esa durante un año completo.”
La crueldad en el brillante rostro de Iason se profundizó a un grado aterrorizador. Suficiente para hacer que Riki se arrepintiera momentáneamente de sus palabras desafiantes.
“Ahora que lo mencionas, hubo alguien hace un largo tiempo. Alguien igual a ti. Pero le di a su rostro una dulce caricia y se doblegó enseguida. ¿Qué hay sobre ti?”
Riki tragó con dificultad sin querer. No necesitaba preguntar de quien se trataba.
“¿Así que qué se necesita para hacerte arrodillar humildemente ante mí?”
Hasta entonces, Riki nunca se le había solicitado someterse tan voluntariosamente. Su dignidad como ser humano, su orgullo como hombre había sido robado por Iason cuatro años atrás. ¿Así que qué podía ofrecerle ahora? Nada. No tenía nada más que dar. Nada aparte del último bastión de lo que conocía sobre sí mismo. Y eso era algo a lo que nunca renunciaría.
“Ya veo. Tal vez para empezar prefieras ver a Guy ser tratado de la misma forma que tú. Ustedes los mestizos de los barrios bajos están bastante acostumbrados a las relaciones entre dos machos. En vez de un robot sexual común y corriente, ¿qué te parece una alocada quimera biodiseñada mitad humana montándolo? Eso sí que resultaría interesante. ¿No lo crees?”
Riki se mordió el labio. Debería haberlo pensado mejor antes de intentar burlar a Iason tan desesperadamente. No obstante—
“¿Y qué es lo que pretendes, Iason? ¿Tan siquiera eres consciente de lo que estás haciendo? Tengo veinte años. Soy muy viejo para estar en Eos. ¿No es ese hecho bien conocido entre los dueños de mascotas?”
Esa era una realidad. ¿Pero por qué él, de toda la gente, se sentía obligado a ponerla en palabras? Dándole vueltas y vueltas a esa pregunta en su cabeza sintió que el estómago se le revolvía y que se enojaba todavía más.
La mayoría de las mascotas macho de Eos eran menores de quince. Y además, entre más alto fuera el rango de la élite, típicamente más joven era la mascota. Cuatro años atrás durante la presentación de Riki en Eos, la desbocada opinión había sido que, en términos de su valor como mercancía, él apenas si lograba pasar la prueba más básica.
Comparado con una hembra pura sangre, el tiempo de vida de un macho era de hecho muy corto. Una hembra tenía la opción de escoger un compañero, ser cruzada y tener hijos. Los machos no. A excepción de la diminuta fracción entre ellos que podía acceder a los “derechos de procreación”, era una práctica común el desechar a los machos cuando cumplían los diecisiete.
Entre ellos, Riki había durado como la mascota de Iason hasta la edad de dieciocho. Una rara excepción. Y para empeorar las cosas, no era apareado ni en público ni en privado. Era la propiedad sexual exclusiva de Iason. Las mascotas en Eos lo detestaban por eso.
“Soy más o menos un periódico de ayer, ¿no es cierto?” preguntó con una fuerza particular. Riki ya no llevaba el símbolo de su humillación—el pet-ring—y nunca lo haría de nuevo. No en esa vida. “Entonces, explícame una cosa. Después de todo este tiempo, y llegando a tales extremos, ¿por qué querer de vuelta en casa al perro perdido?”
Un simple capricho no duraba tres años. Y si existía algún maldito límite de tiempo, ¿por qué demonios dejarlo ir en primer lugar? ¿Y por qué ahora? Eso era a lo que se resumía todo. Incluso siendo una mascota en Eos, ¿qué pasaba por la mente de Iason? Riki no tenía ni idea.
En cuando a él respectaba, Iason era el amo de un esclavo que lo confinaba y subyugaba con cadenas de placer. Por nada del mundo iba a regresar a esa vida una segunda vez.
“Ustedes las élites pueden elegir de entre los purasangre, lo mejor de cualquier harem. ¿Pero tres puñeteros años? ¿Con un mestizo de los barrios bajos? Creo que hasta tú te aburrirías después de un rato.”
“Razón por la cual te dejé estar libre por un año.”
“¿Qué?”
“Te quité el pet-ring, desconvoqué a los guardias y te permití vagar por los barrios bajos durante algún tiempo. Has tenido el tiempo suficiente para recobrar nuevas energías, ¿no es cierto? Mi paciencia tiene sus límites.”
¿Un año de libertad?¿recobrar energías? ¿Su paciencia tiene sus límites? Riki no podía conjeturar nada de a donde quería llegar Iason.
“¿Qué—estás—tratando—de—insinuar—?”
“No malentiendas la situación. Todo lo que hice fue quitarte el anillo. No he, por el contrario, tocado tus archivos oficiales de registro.”
En ese momento a Riki le dieron ganas de golpear a Iason en la cara. Su mente dio vueltas. “Debes—estar—bromeando—”
No era posible. Quitarle el pet-ring y borrar los archivos debía ser la misma cosa. No había excepciones. No podía haberlas.
“No estoy bromeando.”
“¡Eso es imposible! ¡Deja de jugar con mi cabeza!”
“¿Quieres una prueba?”
Sí, demonios, si tal cosa existe, ¡pues vaya que quiero verla! Se tragó las palabras antes de decirlas en voz alta. ¿Y qué si Iason estaba diciendo la verdad? ¿Y qué si de verdad tenía la evidencia? ¿Qué haría Riki en ese caso? ¿Si ponían la evidencia frente a sus ojos ahí mismo?
No tenía otro recurso. Con un chasquido de los dedos de Iason, estaría devuelta a su vida como mascota. Riki tragó con dificultad; Quiere engañarme. Tenía que ser eso. No era posible que hubiera lidiado con todo ese meollo.
Usar a Kirie—
Atrapar a Guy—
Pagar una cuenta de diez mil kario.
La evidencia no podía existir—Iason nunca habría llegado a tales extremos.
Y sin embargo—¿Por qué?—
Una fría conmoción acometió su espalda en lo que Iason extraía una billetera del bolsillo de su camisa, la abría y la sostenía delante de Riki. La imperdonable, innegable evidencia.
Riki se quedó mirándola. Sus ojos se abrieron conmocionados. Una licencia de mascota con el sello sagrado de Tanagura adjunto.
“Ayer, hoy, y por supuesto mañana también, eres mi mascota.”
Un tipo de conmoción que Riki jamás había experimentado en toda su vida devoró su corazón. La verdad pesaba dolorosamente, como una piedra enorme sobre su pecho. Su campo de visión se deformó y distorsionó, llenándose de un calor parecido al de las ondas abrasadoras que se levantan de la arena de un desierto.
“Tres años, Riki. Te domé y entrené por tres años. Fue el tiempo y la paciencia que requirió la tarea. ¿Ya se te olvidó? ¿Lo dejaste todo atrás?”
Riki no se olvidaría nunca. Era imposible que lo hiciera. El veneno de mascota contaminaba cada rincón de su cuerpo. Durante esos tres años de intolerable humillación y supurante placer, cada día con Iason había tejido esa embriagadora maldición a la médula de sus huesos. El viscoso peso del fango lo hacía querer vomitarlo todo—aunque no pudiera ser borrado jamás de su memoria.
“Una mascota no es simplemente un accesorio ostentoso, Riki. Tú eres mío para usarte como yo quiera por cuanto tiempo desee. Sea que tengas veinte o cuarenta, no hace ninguna diferencia. Eres ese esbelto y procaz mestizo de los barrios bajos que no adula a nadie. ¿Cómo pudiste imaginar que te dejaría ir a estas alturas?” Calmada y calurosamente Iason condujo la punta de la navaja hacia el blanco. Y entonces sonrió fríamente.
Riki se quedó allí petrificado. La sangre se le fue del rostro. Sus labios temblaron. Independientemente de cuales fueran los pensamientos que acometieran su mente, su entumecida boca y lengua no podían formar las palabras.
Iason devolvió la billetera a su bolsillo. Y de una forma que sugería que era su derecho natural hacerlo, enredó su brazo en torno a la cintura de Riki y lo atrajo hacia él.
En ese momento, Riki se retorció, se deshizo bruscamente del agarre y retrocedió con torpeza para alejarse.
“Ven aquí, Riki” dijo Iason con toda la amenaza de un dueño rechazado.
Con la  espalda contra la pared, Riki reunió desafío desde la boca de su estómago y se lo arrojó a Iason. “¿Quién mierda soy? Hay cientos de hijos de puta que quieren ser tu mascota, ¿entonces por qué rayos me eliges a mí?”
El grito se llevó el aire de sus pulmones y el color de su cara. No tenía a donde huir. Era un grito tanto de desesperación como de necesidad. Pero hasta la furia afilada de Riki se hacía pedazos como el cristal contra el escudo de Iason.
“Aprecio tanto estos vivificantes momentos cuando me desafías incluso siendo yo un Blondie. Cuando reaccionas a mí tan humanamente. Siento que me estremezco desde el núcleo de mi cerebro. Amo como me miras con ese desprecio que no te molestas en disfrazar. Es tan entrañable que me dan ganas de arrancar tu latente corazón y presionarlo contra mi mejilla.”
Tanto repulsivas como adorables, Iason pronunció esas palabras como si fueran a atraer a su amante a sus brazos. Como el lastimoso sacrificio en la guarida del Ángel de la Muerte, Riki apenas si pudo parpadear.
Todo lo que podía sentir era una narcótica alucinación que parecía estar elevando su cuerpo desde las puntas de sus dedos y cerrarse con torpeza en su garganta.
De forma refinada y experta, Iason se quitó los guantes y despacio estiró su mano derecha. No hacia la cintura de Riki, ni hacia su brazo o los hombros, sino a su nuca, la cual agarró suavemente y acarició como a la de un perro amado.



Riki pegó un brinco, encogió los hombros y retrocedió. Pero Iason ya había impedido cualquier movimiento adicional. “No, no, no,” le dijo. “Quédate quieto.”
La profunda y tierna voz de Iason se derramó sobre Riki. Fue suficiente para hacer que el corazón del mestizo se desbocara en su pecho. Durante aquellos tres años, el sensual tacto de las manos de Iason se había arraigado dentro de él.
Las puntas de los dedos de Iason describieron líneas ondulatorias por todo su cuello, rozando sus orejas. Le ponía la piel de gallina sentir que se deslizaba por sus hombros después de un año entero. Que invadiera bajo la bata de Riki y recorriera su pecho, era una caricia que desencadenaba un temblor indescriptible a través de él.
En ese momento, Riki saboreó cada gota de una sed que había perdurado por un año. Su pulso era como dos baterías, una tras la otra. Su respiración le quemaba la garganta. Su corazón se aceleró más. Sus pezones se hincharon y enrojecieron, hasta hacerse duros como picos. En lo Iason asaltaba las cumbres de ese rígido calor como si quisiera aplastarlas entre sus dígitos, la lujuria escondida en el cuerpo de Riki brotó como una flama.
Algo estaba abriéndose camino entre sus tejidos, contaminando su carne. Era algo que no podía olvidar, no importaba que tan arduamente tratara, alzaba su cabeza y abría su voraz boca.
Estaba impotente ante ella.
Riki se mordió el labio inferior y apretó los ojos cerrados. Se moría de sed, como las grietas abriéndose en el fondo de un lago reseco, pero el incendio que ardía nunca se había apagado. Y así la incandescente marca atrapaba a Riki en su extático agarre. La escrupulosamente arraigada respuesta sexual onduló y floreció, como un capullo de primavera brotando bajo la luz del sol.
Iason aflojó el frente de la bata de Riki y la deslizó por sus hombros hacia abajo, dejando que la tela cayera formando un montículo en el suelo. Mientras acercaba a Riki a su cuerpo para masajear sus duras nalgas, incluso antes de hacer presión contra su entrepierna, el miembro de Riki se puso en posición de firmes en demostración de su placer.
Riki no podía esconder nada. Ni dar excusas. Solo podía chirriar los dientes y avergonzarse.
Iason no dudó. Como para confirmarle las sensaciones de hacía un año, redobló sus esfuerzos, tocando a Riki con intensidad y después con suavidad, y prestando mucha atención a los detalles—
Iason amasó los botones calientes de los erectos pezones de Riki y los músculos tensos de su trasero. La curva de su hombría y después sus testículos con la mano.
Sus dedos jugaron con la abertura de la humedecida punta antes de sostener con firmeza el miembro de Riki en su palma. Y entonces, ejerciendo sus derechos como amo y señor, puso el pet-ring devuelta en su lugar.
Z-107M. El número del metal que había maldecido la existencia de Riki.
Riki tembló cuando experimentó de nuevo esa particular sensación ajustándose a su carne después de tanto tiempo. En un parpadeo, sin previo aviso, su breve flirteo con la libertad había acabado.
Sin embargo, a lo mejor la verdad subyacente era que la ardiente sensación de pérdida y los tormentos físicos del placer estaban en dos dimensiones diferentes. Estimulada por el toque de las caricias de Iason a las que estaba tan acostumbrada, su espalda se arqueó. Las flamas parpadeantes del deseo se apoderaron de sus partes inferiores.
“Ahhh—”
Iason estrujó sus pezones con fuerza. Riki no pudo evitar jadear y gemir. Los dedos rasguearon, presionaron y los movieron hacia un lado y luego hacia el otro. Manipulado hasta que su vibrante sangre dolió bajo su piel. Y aun así se trataba de una estimulación irritantemente floja.
Aunque fue suficiente para hacer que la punta de su endurecido miembro goteara. Cuando Iason la rozó con las yemas de los dedos, el veneno de mascota que se filtraba dentro de él arrolló a Riki como una ola. Sabía que sería un esclavo de sus sensaciones hasta el último de sus días.
Con su mano libre, Iason mantuvo un agarre moderado en el paquete de Riki, masajeando sus testículos, como para confirmar de vez en cuando, la posición de una esfera o la otra. El sexo de Riki se quemó desde la punta hacia la base. Salió líquido preseminal. Su ceño fruncido se hizo más profundo.
Iason rozó el glande de Riki con las yemas de sus dedos, empapándolo con sus jugos sexuales. Los jadeos de Riki se hicieron más intensos mientras Iason sumergía su dedo en el estrecho valle de sus apretados pliegues.
“Ahhh—”
Chispas se dispararon surcando el interior de sus cuencas. Su entrepierna empezó a temblar y a estremecerse. Durante el año en que había regresado a los barrios bajos, no lo había hecho con nadie. Se masturbaba de manera superficial. La idea de estos placeres sin restricciones lo aterrorizaba.
No importaba qué tanto deseara sentir piel—cuan hambriento estuviera por su calidez—tan solo se complacía de forma mecánica y sin ponerle mucho empeño. La estimulación recorriendo su cuerpo hambriento era más fuerte que cualquier cosa que pudiera haber imaginado.
“No tienes perseverancia, Riki” la chanza indiferente de Iason hizo que Riki se mordiera el labio. “Comparado con tu boca, esto es muchísimo más honesto.”
Excitado por los tentadores dígitos de Iason, la cremosa eyaculación de Riki empapó la mano del Blondie. Torciendo, desnudando y exponiendo la hendedura madura de su interior oculto, lamentándose y gruñendo, la cabeza de Riki cayó contra su pecho. Si no fuera por el pet-ring constriñendo la base de su miembro, aquellas estimulaciones lo habrían llevado al clímax en medio segundo. Hasta Riki estaba espantado por la necesitada condición de su ser sexual.
“Con esto, el estremecimiento de tu lugar favorito es demasiado difícil de soportar.”
Iason colgaba las palabras ante Riki como hierba gatera, forzando al mestizo a darse cuenta de su propio masoquismo.
“Abre las piernas.”
Riki obedeció inmediatamente, desplazando sus pies según le habían ordenado.
“Más.”
El tono severo que empleaba Iason prohibía cualquier rechazo de su parte. Y sin embargo, las vibraciones rasgueando los tímpanos de Riki lo penetraron más profundo, agitando su centro de gravedad. Suficiente para sacudir los últimos vestigios del autocontrol de Riki.
La punta del dedo de Iason viajó por su valle, hasta alcanzar su próstata.
Con una sacudida, Riki de repente se quedó sin aliento. Lo tocaran o no, la suavidad del contacto enloquecía sus sentidos y hacía que le hirviera la sangre. Odió ver tan al descubierto los manantiales de su placer, llevados a un grado hipersensible como estaban. Ni siquiera él mismo se había tocado o complacido de esa forma.
Pero ahora tenía que enfrentarse al temor y a los anhelos que se desataban una vez que el sello que los retenía se había roto. Y con todo, la línea que el persistente dedo de Iason había dibujado aumentaba el estado de hambruna de Riki.
“Solo—hazlo—”
Saliendo de la febril, inflamada carne una y otra vez—empujándolo a su punto de ruptura—los pálpitos resonando a través de su cuerpo mantenían la agonía—
Deseaba el dedo de Iason, deseaba que lo metiera más adentro y lo dividiera en dos, así de irresistible eran sus ansias. Lo taladraban, acosaban y asaltaban. Quería que esa extasiante, intoxicadora dicha lo poseyera. Pero entonces—
“¿Qué quieres?” Preguntó Iason.
Riki masculló por lo bajo, unas maldiciones inaudibles en respuesta a tanta frialdad. No obstante, las ganas que tenía de tener sexo lo forzaron a separar sus labios congelados.
“No juegues conmigo—” replicó, mirando a Iason por debajo de su ceño. Sus ojos negros desbordaban carnalidad, las esquinas de sus ojos estaban manchadas de rojo. Eso y el inconsciente deseo en su voz solo aumentaban su extrañamente irresistible encanto. “Te estoy diciendo que te apures y me folles.”
Riki no estaba tratando de ser provocativo. Ya no tenía la vitalidad para actuar deliberadamente de esa forma. Las palabras saliendo roncas de su garganta eran, de algún modo, una petición. Una súplica.
Pero Iason no iba a ser misericordioso con él. “Si es eso lo que quieres, entonces decídete. De nuevo y con claridad. ¿A quién le perteneces?”
Riki tragó saliva. Miró a Iason de vuelta, sus ojos eran remolinos de desesperación y de la punzante demanda de su deseo. Si no se rendía, nunca obtendría lo que necesitaba. Era otra cadena que lo sometía todavía más, pero Riki ya no podía controlarse.
“Soy—tuyo—te—pertenezco—a—ti—”
La cruda realidad emergió de a poco de entre sus apretados dientes. No era una mentira que fuera a desvanecerse con el rocío mañanero al día siguiente. Aunque se trataba tan solo de una promesa verbal, Iason sabía que con cierta cantidad de entrenamiento, tendría el fascinante poder de doblegar. Porque el pet-ring por sí solo no era suficiente para retener a Riki. Era por eso que se hacía necesario que Riki rindiera su cuerpo y su alma con sus propias palabras.
“Sí, así es. Eso será suficiente.”
Iason separó despacio el ano de Riki. Su dedo dio vueltas y se enterró en su interior, como una aguja atravesando el corazón del orgullo de Riki. Iason movió su dedo más adentro, más fuerte, asaltando las suaves paredes internas del chico.
Riki gimoteó y gruñó.
“Ahhh—Hnnn—”
Incandescentes gemidos brotaban de su boca uno tras otro sin poder evitarlo. En busca de un soporte para su cuerpo implosionado por el placer, medio inconscientemente batió las caderas y le enterró los dedos a Iason en la espalda.
Riki tenía sed. Tenía hambre. En las profundidades de su cuerpo necesitado había un lugar que no podía olvidar los espasmos apoderándose de su columna. Impregnándolo poco a poco. Un punzante calor abrasando su sangre.
Riki contuvo la respiración y esperó. Esperó el momento de calor y frío, cuando las cuerdas fuertemente tensionadas de su dicha se rompieran—
“Hahhh—”
Su cejas se juntaron, su espalda se arqueó, los sollozos chocaron contra sus amígdalas, su semen salió disparos de él—¿Quién era Riki en ese instante? ¿Qué arrepentimientos albergaba por su efímera libertad? ¿O su propio desprecio hacia su destino? ¿O el masoquismo que lo forzaba a arrodillarse ante el poder absoluto?”
Su cuerpo absorbía el veneno de mascota como una esponja. Debía haber poseído alguna especie de resistencia natural, un punto en que se había hecho inmune. Sin embargo, la culminación de ese año de abstinencia lo había dejado con nada aparte de un cuerpo con el que se podía jugar, al que se podía provocar y estimular hacia esas incontrolables convulsiones de sensualidad.
La dura y mordaz realidad lo golpeó fuerte.
Había luchado día tras día por borrar los recuerdos de eso que atiborraba su mente y comandaba su razón. ¿Habría en cambio, en oposición directa a sus esfuerzos, engendrado toda esa hambre y sed?
El dedo de Iason hundido hasta el nudillo, se movió y retorció dentro de él. Eso por sí solo hizo contraer los tendones de sus muslos internos hasta que zumbaron. Su excitación avivaba su pulso, prensándose alrededor de su entrepierna como un grillete, enviando remolinos de un embriagador hormigueo hasta su cerebro.
Estaba volviendo a vivir un sueño pasado, su cuerpo regresaba a un ritmo que recordaba muy bien mientras el dedo de Iason amasaba la afiebrada, madura carne, rozando las paredes de sus entrañas, desgarrándolo. El lugar del placer estaba grabado en su memoria y sus deseos trazaban esa línea de vuelta en la localización precisa de su arrobamiento. Calor y dolor y fuego. Manipulados por las ondulaciones de su goce, sus sentimientos quedaron en el vacío.
Y sin embargo, como para probar que sus instintos básicos, codiciando más placer, no conocían límites, se aferró con fuerza al dedo de Iason, arrastrándolo más profundo. El incendio había sido iniciado, y no se extinguiría tan fácil. No podía evitar mostrarle a Iason el humillante conocimiento que tenía de sus deseos masoquistas. Hacerlo solo añadió leña al fuego.
“¿Un solo dedo no es suficiente?”
“Ponlo—dentro—” dijo, siendo consciente de que si no lo pedía, no se lo darían. “No—es—suficiente—”
Así que debía decirlo.
Iason lo hizo doblarse. Acompañado por la abrumadora sensación de su tamaño, Iason entró en él, acariciando las paredes internas de su carne que estaban hinchadas con un duro y severo fervor. Lleno por aquello que deseaba, Riki fue asaltado de inmediato por una intensa sensación de alivio y por las olas de la lujuria y la lascivia. Riki echó hacia atrás la cabeza, gimiendo de placer.
Iason se tomó su tiempo, penetrándolo despacio, y después enterrándose hasta el fondo. El placer hacía convulsionar el cuerpo de Riki en lo que Iason lo embestía de adelante a atrás. Masajeándolo por dentro, acertando en la fuente de su éxtasis. Los gemidos de Riki se hicieron más estridentes, como si le estuvieran poniendo los pulmones del revés.
Como para grabar en el alma de Riki ese nuevo contrato, Iason se condujo hacia adentro, penetrando profundo hasta que la espalda de Riki se dobló como un arco. Tomó a Riki por la cintura y empujó sus propias caderas hacia adelante. Riki entrelazó las manos contra la pared y jadeó.
Con cada embestida, el duro apéndice de Iason se enterraba más y más. La columna de Riki craqueaba como una bisagra y los repetidos choques detonaban en los rincones de su cráneo. Sintió que se sofocaba, sus delirantes gemidos suspendidos en el aire.
El miembro de Riki, curvado en un arco, dejaba chorrear gotas de placer a sus pies. Habiendo alcanzado la cumbre de su excitación, llegó más alto que nunca. Llegó más alto y no pudo encontrar alivio con cada pausa alejándolo de él. El placer se convirtió en un dolor lacerante.
“No me—queda—nada—ten piedad—por favor—”
Las lágrimas le corrieron por las mejillas y se vertieron en el interior de su torcida y temblorosa boca. El simple hecho de estar de pie era una tortura. Respirar era como pasar una lija por su garganta. Sentía que estaba a punto de quebrarse en dos. Sus piernas se hicieron de goma y los calambres y las convulsiones se apoderaron de ellas.
Había un punto en que demasiado placer se convertía inexorablemente en dolor, cuando el cielo se convertía en infierno. Su entorpecido cerebro se sentía como una bola de plomo dentro de su cabeza. Empezó a ver borroso y no pudo volver a enfocar la mirada.
Finalmente, Iason separó sus cuerpos, interrumpiendo limpiamente la conexión entre ambos. En ese instante, Riki colapsó en el suelo como una masa jadeante y carente de huesos.
La atmósfera turbia y confusa en la habitación era una quieta. El aroma de la semilla de Riki dispersa por toda la pared y el suelo, se había estancado allí.
Riki no podía recordar cuantas veces se había corrido. Solo recordaba a Iason susurrándole en el oído como iba a escurrirlo hasta dejarlo seco. No le quedaba ni una sola gota de semen en el cuerpo.
Su desgreñado flequillo negro estaba pegado a su frente. Ya había perdido toda sensibilidad bajo su cintura. Se quedó agazapado ahí, cada exhalación e inhalación quemándole la garganta, y miró vagamente a Iason hacia arriba.
“Tendrás a Guy de vuelta para mañana,” dijo Iason con frialdad mientras se organizaba la ropa. “Así que despídanse como es debido.” Se alejó sin mirar a atrás. Y entonces se detuvo con la mano sobre el pomo de la puerta. “No debería tener que decirlo, pero cuando regreses a Eos, asegúrate de dejar la mugre de los barrios bajos atrás. No querrás dejar ningún cabo suelto por ahí con el que alguien pueda tropezarse. ¿Verdad que no, Riki?”
Con esa advertencia flotando en el aire, Iason salió del apartamento de Riki.

Las desocupadas y heladas calles del Bloque de Colonias 24, a la media noche. Los peatones se habían esfumado. Apenas si brillaba un letrero o una que otra luz en los pórticos de las casas. No había ojos vigilantes que pudieran percatarse de la presencia de Iason. Solo se escuchaba el rítmico paso de sus botas haciendo eco a través del aire frío de la noche antes de que el sonido fuera absorbido y devorado por la oscuridad.
Deslizándose por el laberinto de calles y entre los callejones sin dudar por un instante, las pisadas confiadas de Iason lo llevaron hasta King’s Road. Como si hubiera estado esperando su llegada, oculto entre las sombras, un coche aéreo apareció, avanzó y se detuvo junto a él. La puerta se abrió sin emitir ningún sonido. Iason escurrió su larga figura dentro del auto y se sentó en el asiento trasero.
“Parthia,” fue todo lo que dijo.
“Entendido,” respondió Katze. Tenía la vista fija al frente y una mirada inexpresiva en lo que aceleraba con rapidez.
Iason se reclinó, rindiéndose ante el acolchado del asiento con tan solo un leve estremecimiento. Su mente volvió al Riki del que acababa de separarse.
Tan desafiante como cuando nos conocimos.
El rostro de Riki había sido una desenfrenada demostración de alarma, cautela y desconfianza. Cuando Iason meditó sobre ello, una irónica sonrisa se dibujó de forma espontánea en su boca. No podía evitar pensar en Riki con cariño, la forma en que se aferraba tan tercamente a su libertad con todas sus fuerzas, sin darse cuenta de que no era nada más que una ilusión.
Ese apego era algo más que posesividad. ¿No había cronometrado la duración de un año e interpuesto esa distancia entre él y Riki con el fin de saber exactamente donde se encontraba? Tal era la extensión de su deseo por él.
La alarmante rigidez en las extremidades de Riki y el penetrante calor en su cuerpo persistían todavía en sus manos. Como si deliberara en base a aquellos ecos y reverberaciones, Iason juntó las manos lenta y estrechamente.
Después de esto, nunca voy a permitir que se vaya. Había dispuesto las cosas para capturar y había sido capturado en cambio. Esa idea estaba más cercana a ser un despertar interior o a la resignación por la verdad, que a la condenación personal.
En palabras de Raoul, “¿Cómo puede una élite como Iason Mink perder su horizonte por una basura poca cosa de los barrios bajos?”
El amargo sarcasmo había dado en el blanco. Pero Iason dejó que le resbalara con una sola delgada sonrisa. Incluso en cuanto a sus caprichos respectaba, Iason era determinado hasta el final. Su lealtad hacia Júpiter, el creador de Tanagura, no vacilaba en absoluto.
Excepto que su absoluta devoción se había diluido un poco por Riki.
¿Por qué? Se preguntaba. Pero Iason no tenía la respuesta. No había experimentado nada como eso antes. Si se forzaba a proporcionarse una razón, le daba la sensación de que se había topado con algo sin lo cual no podía vivir. Eso parecía ser lo más cercano a la verdad que podía llegar.
Algo importante, que no podía soportar perder.
Pero no era eso tampoco.
Algo que no solo anhelaba, sino que debía poseer, incluso si eso significaba acapararlo y retenerlo con rapidez.
Eso estaba mejor. Algo parecido a un apego.
Así que en lo que a Iason concernía, no había necesidad de inmiscuirse en debates internos. Volvería con Riki y bajaría el telón de la pequeña farsa que había arreglado para completar el trabajo.
Para asegurarse, su sentido de lo idealista, lo irreal y lo impráctico se había salido de control, y el asunto entero podría no haber representado el mejor de los gustos. Pero el fin justificaba los medios. Hacer que Riki marchara a su ritmo, con su aliento brotando desigual de su garganta, había sido más sencillo de lo que recordaba.
El chico estaba medio muriéndose de hambre, después de todo.
Esa había sido una revelación inesperada. Cinco años atrás, provocado por Riki, lo había tomado por el placer de hacerlo.
O, quizás, el problema real había surgido desde antes de eso.
El sexo no es la gran cosa. Es simplemente un conveniente substituto para la masturbación. Había afirmado Riki una vez, y en cierto modo era en verdad un ingenuo. Entre los mestizos, cuyas costumbres sexuales se decía tocaban fondo, aquella ingenuidad resultaba algo inusual.
Como si el sexo no fuese una experiencia nueva para él, no entendía el verdadero significado del placer. Esa podía ser una mejor forma de decirlo. No un novicio, aunque tampoco un maestro. Incluso sabiendo donde se encontraba el nacimiento de su placer, había pretendido ser indiferente.
Riki había sido un mocoso terco y determinado cuando Iason lo había conocido. Tan malcriado que a Iason le había provocado querer llevárselo y jugar con él. Pero cuando supo que Riki era reconocido en los barrios bajos como el frenético jefe de una pandilla, aquella extraña e inesperada ingenuidad no le pareció la clase de soberbia que tan torpemente se conformaría con cualquier cosa.
Y de hecho, ese no era el caso. Al ver a Guy—la pareja de Riki—con sus propios ojos, Iason por fin había entendido que en algún lugar bajo la máscara de orgullo intransigente de Riki debían estar escondidas las raíces de su inocencia. O sea, un cuerpo que había sido amado y preciado por un solo hombre. La confirmación de lo que nunca habría supuesto. Con que este es Guy—
Aun siendo consciente de que Kirie lo había engañado y vendido, Guy no se había puesto a hacer rabietas. El hombre que había sido la pareja de Riki era más tranquilo, aunque rayaba con lo antipático.
Al oír de las extravagantes sumas que Kirie había recibido, Guy se había quedado boquiabierto ante Iason y había dicho con una sonrisa torcida, “Te está cobrando de más, ¿lo sabías?”
Incluso todo el discurso sobre convertirse en mascota que Kirie se había tragado entero con celos y envidia, solo había provocado que Guy se burlara, “No hay nada deseable en mí. No soy un diamante en bruto—solo una piedra que ningún Blondie tomaría jamás.”
Había rechazado a Iason de plano. Y encima de eso, había agregado, “Así que debes tener otros motivos en mente si de veras tenía que ser yo.”
El hombre podía pensar con los pies sobre la tierra. Y sin embargo no poseía una mente tan astuta como para imaginarse que había sido usado como la carnada para enganchar a Riki. Pero cuando se enterara—después de haber descifrado tan fácil la traición de Kirie con una delgada sonrisa—¿cómo reaccionaría?
Iason estaría mintiendo si dijera que no le causaba curiosidad. Llámalo otro de mis momentos caprichosos. Una leve sonrisa levantó las comisuras de su boca.
Había robado a Riki de un hombre como Guy cuatro años atrás y lo había convertido en su mascota. Había sacado toda la dicha de su cuerpo inmaduro, plantado en él un jardín de placeres y lo había entrenado para ser una mascota que conociera cada secreto carnal. Lo había conducido por la fuerza a ser obediente, aunque ciertamente no a ser dócil.
No importaba cuanto protestara Riki ni cuanto negara la realidad, tenía un cuerpo hipersensible al placer que brotaba ante la más mínima lasciva caricia. El simple hecho de recorrer la nuca de Riki cuesta abajo con un dedo, le erectaba los pezones. Y cuando Iason presionaba y manipulaba el rígido calor contenido en ellos, el pene de Riki instantáneamente se endurecía.
Era mortificante para Riki, pero de gran satisfacción para Iason. A pesar de que habían estado separados por un año, el cuerpo de Riki no había olvidado el amoroso tacto de las manos del Blondie. Había dirigido una buena presentación.
Sin embargo, la entrada de Riki había estado más apretada de lo esperado, y se había resistido al dedo de Iason. Aparentemente Riki no se había involucrado en una orgía tras otra estando ebrio durante ese año.
“Él y Guy son historia.”
Iason se había mantenido un poco escéptico con respecto a las palabras de Kirie. Pero la realidad de la hipersensibilidad que esperaba y encontró dentro de Riki, acompañadas de esa inesperada rigidez, despertaba en él una fresca sensación de sorpresa.
Con el tiempo, iría soltando esas cadenas con cuidado. Aunque antes de eso, soltaría a Riki. Cuando los labios de Riki temblaban y suplicaba que se lo comiera, Iason no podía evitar pensar que los años anteriores no habían sido un desperdicio. Iason se había otorgado ese año lejos de Riki para indagar sobre la naturaleza exacta de su apego. No albergaba la ilusión de haberlo hecho con el fin de inducir aquella hambruna en el cuerpo de Riki.
“La vida de una mascota no vale una mierda,” le había escupido Riki en la cara hacía un año, haciendo muecas de dolor por culpa del pet-ring aferrándose a la carne de su entrepierna. “¡No soy la perra de nadie!” se las había arreglado para dejar escapar en medio de las brechas entre el dolor y el placer.
Pero entonces había dicho, “Te pertenezco a ti.”
Sus ojos negros lo habían mirado de vuelta, rebosantes de deseo físico, y aquellas habían sido las palabras que habían emergido. Una derrota total, Iason estaba seguro. Esa convicción había disparado sus propias pasiones hasta el cielo.
Y aquellas habían sido, definitivamente, sus propias pasiones. Al tratarse del perfecto resultado de la razón y la inteligencia, un Blondie no debía ser poseído jamás por ninguna de estas degradantes y bestiales lujurias.
Y aun así, Iason sentía una fuerte atracción sexual. Por Riki. Toda su lógica y autocontrol convertidos en nada. Ante los mismísimos ojos de Riki, un Blondie se había reducido ser un mero androide sexual. ¿Había caído tan bajo?
Había podido reconocer en sí mismo ese desprecio masoquista, pero con todo, no podía superar la maravilla del caso. No había forma en que Raoul—este último solo se la pasaba incrementando sus amargos reproches—entendiera de dónde provenía. De que él, Iason, había sucumbido.
Pero Iason lo sabía. Aun si penetraba a Riki tantas veces como quisiera, no iba a poder obtener esa trascendente sensación de satisfacción. Carne y hueso y el androide. Ese muro intraspasable no era en sí la fuente de su sufrimiento. Sentía, cuando los dos se volvían uno, una áspera y desesperante sed en el profundo centro de su corazón.
Iason podía controlar el cuerpo físico de Riki, pero su alma permanecía fuera de alcance. Iason jamás habría imaginado que ese hecho le pesaría tanto y tan dolorosamente, como le pesaba.
Si tan solo pudiera colocar lo que sentía en palabras, quizás surgiera algo que pudiera unirlos a los dos. La única opción restante era torturar a Riki, ponerlo del revés y colmarlo hasta que se hicieran uno.
Iason frunció los labios, despreciándose a sí mismo por dejarse llevar por tan fantasiosas ensoñaciones. A ese punto del partido, nada había cambiado en absoluto. Lo único que podía llevar a Riki a arrodillarse era el pet-ring. Esa era la sólida realidad ante sus ojos. Si se desviaba por una tangente repentina, ya no sería capaz de encontrar su camino de vuelta otra vez. No había vuelta atrás al pasado para cambiar el camino que había elegido.
No había opción para Iason más que dominar a Riki desde lo alto como su amo absoluto. Sin embargo, de vez en cuando, una exorcizante sensación de irritación y frustración brotaba de él. Como acometido por tan confusos deseos, su cuerpo empezaba a pudrirse. Empezó a tener malos sueños. O no sueños sino presagios, nubes negras aglomerándose en el horizonte.
A causa de su desesperanza e inexperiencia, le fue imposible al temido Hombre de Hielo del mercado negro hacer calmadamente a un lado su turbulento corazón sin dudar.
El fresco y crudo apego que lo atraía hacia Riki y su frío orgullo como Blondie habían batallado, mezclándose y enredándose. Y muy pronto, la brecha entre ambas cosas había quedado zanjada y ya no era visible. Iason no percibía esto como corrupción. Pero calificarla como una herejía desde la perspectiva de su creador, Júpiter, no iba a cambiar nada a esas alturas.
En el análisis final, pensaba Iason, solo las torcidas cadenas de amo y mascota los mantenían juntos. Riki y yo

Con ese único pensamiento en mente, Iason se permitió exhalar un profundo y privado suspiro.

9 comentarios:

  1. ¡Que maravilla! ¡Es mi capítulo favorito! Bueno, todos me encantan ¡Pero este es maravilloso!

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    1. Tu capítulo favorito y el de muchos de nosotros. Iason mataría a cualquiera, ¿a qué sí? Por eso Riki es tan especial, menuda fuerza de voluntad para resistirse a las seducciones de semejante hombre. Cuídate, come bien. :D

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  2. (°///_///°) (°///_///°) que capitulo!!!!!! este capitulo me encanto, mas halla de la parte mas HOT, que debo reconocer es increíble, es el hecho de ese choque de emociones, el desconocimiento y el temor de reconocer la verdad que se oculta el interior... mostrar la naturaleza humana en su estado mas crudo y mas puro..me parece maravilloso.
    muchas gracias.

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    1. No has podido expresarlo mejor. Aquí se desborda una retorcida sensualidad que es, para mí, el éxtasis adictivo de esta novela y para nuestro protagonista rebelde Riki una experiencia tanto frustrante como aliviadora. A Iason no lo entiendo así que simplemente supondré que a él le ocurre lo mismo. Sentimientos encontrados. ¡Saludos! :3

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  3. Muchas gracias por el capítulo, ¡Si, este es mi favorito! Me encanta este capítulo. Estoy deseando seguir con la historia. Creo que ya lo has comentado, alguna vez y estoy contigo, me encataría que siguieran el ánime, todavía no pierdo la esperanza que algún día lo retomen y podamos ver el reencuentro.
    Yukikun.

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    1. ¿Me crees si te digo que hay otro mejor que este? Jaja al menos para mí, así lo es. Pero está mucho más adelante :(

      Lo he dicho millones de veces como un loro mojado que repite y repite lo mismo. XD Si me llegase a topar con tan grata noticia un día, creo que me moriría de felicidad. Ojalá, quizás, la esperanza es lo último que se pierde. Por ahora habrá que conformarse, supongo... :/ lo que me irrita, más que la interrupción al proyecto mismo, es que haya tanto animé mediocre siendo que estas obras de arte se quedan atrás por suponer un reto más grande. Ai no Kusabi definitivamente no es para cualquiera. ¡Felices fiestas! C:

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  4. Me encantó el capítulo. Gracias por traducirlo

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  5. Sin duda uno de mis capítulos favoritos !! Me encanta como la autora recrea las emociones de Iason y Riki, el mi monólogo de Iason es precioso como se pregunta del porque de su apego y que con pesar concluye con que lo único que los une es el vínculo de amo y esclavo ( ≧Д≦)

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