Los días transcurrieron sin que Riki pudiera sacar una conclusión
definitiva de sus confundidos pensamientos. Pasó una semana. Luego diez días. Y
sin embargo, seguía indeciso.
¿Qué hago? ¿A esas
alturas? Al enterarse de que Kirie le había vendido a Guy a Iason, la rabia y
el desconcierto acometiendo su corazón tornaron negro el mundo frente a sus
ojos.
Y como para acentuar la noticia, Katze le había dado ese
implícito ultimátum. De cualquier forma, solo quedaba un último camino por el
cual podía optar.
No importaba qué tan bien lo entendiera—o aunque lo entendiera—no podía dar ese
último paso. Ni toda su angustia cambiaba en lo más mínimo el hecho de que Guy
hubiera desaparecido. Ahora se acobardaba por saber con certeza cuales eran las
verdaderas intenciones de Iason.
Todos
creemos ser mejores que los demás.
La pulla de Kirie seguía haciendo eco en su cabeza. Durante
el día todo marchaba bien. Cualquier labor repetitiva y aburrida que se
atravesara en su camino, el simple hecho de poner su cuerpo en movimiento
apartaba los pensamientos de su mente.
Pero tan pronto el sol se ocultaba, la angustia crecía
como los latidos de un corazón que ha atestiguado algo macabro. Si hablaba con
alguien, lo más seguro es que le mencionara a Guy. Así que no salía con ningún
miembro de su antigua pandilla. Pero tampoco le gustaba las miradas que recibía
cuando visitaba inmersiones con las que no estaba familiarizado.
Después de haberle dado a los Jeeks la paliza que se
merecían, habían estallado los rumores sobre el retorno de Bison. Para Riki y
la pandilla, nada de eso tenía importancia. Era tan solo una mala broma. Aunque
no esclarecer sus propios motivos solo provocó que los rumores corrieran más de
prisa y fueran peores.
Era una verdadera molestia. Al final, Riki se pasaba las
noches bebiendo en un viejo abrevadero. Bebía con moderación al ser consciente
de que no debía embriagarse demasiado. El miedo a perder el control y la cabeza
hacía las veces de un vigía inconsciente. Pero aun así hacía todo lo que estaba
a su alcance para lidiar con su preocupación, y bebía cuanto podía hasta entorpecer
su cerebro.
Cuando Guy despertó en la mañana, no se encontró rodeado
por la comodidad de su propia casa, sino por una habitación que ahora empezaba
a resultarle familiar.
Volvió a exhalar el mismo incomprensible suspiro. Guy
estaba de vuelta a la cárcel de otro mal sueño.
De haberse tratado de un sueño ordinario, entonces en
algún punto se habría despertado. Por la razón que fuera no había forma de
salir, no había escapatoria a la pesadilla que había llevado a Guy allí.
O, más bien, los malos sueños siempre se presentaban así.
Pero para empeorar las cosas, aquel lugar era—a pesar de la condición de
confinamiento que representaba—muy superior a su propia precaria habitación en
los barrios bajos. Lo que perversamente hizo que ser consciente de la realidad resultara
peor.
Y así comía y dormía y se quedaba sentado en un estado de
estupor frente a la bañera. No había nada más que hacer. La seguridad frustraba
exitosamente cualquier intento de escapatoria y pronto había descartado la
idea.
Rompiendo la monótona decoración interior, había un
ostentoso teléfono de última generación. Pero no estaba conectado a nada. No
había conexiones de red. Aparte de la porquería usual que pasaban por
televisión, cualquier información útil estaba censurada, y lo que quedaba
resultaba ser sofocantemente insípido.
No tenía nadie con quien hablar. Estaba cansado de
hablarse a sí mismo. Los suspiros eran el único sonido que salía de sus labios.
No había forma de evitar ser consciente del solitario estado de su
confinamiento.
Era aburrido. Aburrido. Aburrido. Tener mucho tiempo libre era más doloroso de lo que
pudiera haber creído.
Pasaron diez días.
Después del primer día, Guy nunca volvió a ver al Blondie
que lo había encarcelado allí. Un Blondie llamado Iason Mink.
¿Por qué? ¿Qué estaba
pasando? ¿Qué tenía que ver él en eso? ¿Qué iba a suceder luego? Las preguntas
se acumulaban día tras día, poniéndolo de los nervios. Ninguna respuesta
llegaba.
“Esta puta broma ya no me da risa.”
Las palabras eran su único recurso. No tenía nada más en
absoluto.
La fría noche echó sus gélidos brazos en torno a Riki.
Dando tropiezos regresó a su habitación y se lanzó a la cama. Como una cuerda
muy estirada que se rompe a causa de un tirón propinado con demasiado fuerza,
todas las articulaciones de su cuerpo adquirieron un letárgico entumecimiento.
No se molestó en quitarse la ropa.
Los pensamientos en su cabeza se hicieron pesados. Sus
parpados se sentían como yunques. Se sumergió en el gélido charco de la relente
noche oscura.
Cuando el cerrojo de la puerta principal se abrió, la
temperatura del apartamento se elevó automáticamente, ajustándose a un nivel
más confortable. En poco tiempo, sin oponer resistencia, Riki se sumió en un
sueño profundo.
No tenía idea de cuánto tiempo había transcurrido después
de eso. Y no importaba. Su seca garganta de pronto lo despertó de su letargo. Débilmente,
abrió con dificultad los ojos. Sentía la lengua como una lija. Su boca estaba
demasiado reseca para reunir saliva. Su garganta estaba tan sedienta que su
cuerpo parecía estarse cocinando desde dentro.
“Mierda. ¿Qué
dem—?” gruñó con la cabeza todavía medio enterrada en la almohada.
Desganado, se quitó el pelo de la frente. Su plomizo
cerebro todavía se rehusaba a admitir que estaba despierto. Sus perezosos,
atontados pensamientos permanecieron más muertos que vivos.
Riki medio se arrastró, medio se levantó de la cama.
Tenía los pies pesados y se tambaleó, no hacia la cocina, sino hacia el baño.
Antes de aliviar su pobre garganta, tenía que aclarar su obstruida cabeza y
deshacerse del olor a alcohol que impregnaba su piel. Era una o la otra o
ambas.
El rugido del agua corriendo le lastimaba los oídos. Riki
salió de la ducha, secándose el cabello húmedo con una toalla en lo que se
ponía una bata. En la cocina, mezcló un poco de jugo concentrado con agua mineral
y se lo bogó de un solo trago.
Por fin su cuerpo recobró un poco la razón. Se limpió la
boca con el dorso de la mano, tomó una profunda bocanada de aire y la dejó
salir. Dejó el vaso y se dio vuelta con la intención de regresar al dormitorio
que también hacía las veces de sala en su apartaestudio.
Riki se paralizó. Una luz que no recordaba haber
encendido llenaba la habitación.
Pero no era eso. El brillo de un fantasma, una visión, le
encandiló la vista.
¿Iason?
Quedándose sin palabras, Riki fue incapaz de moverse.
¿Qué está
pasando?
En contrastadora diferencia con sus labios silenciosos y
titubeantes, los latidos de su corazón machacaron dolorosamente sus sienes. Sus
abiertos ojos negros contemplaron inmóviles, como rechazando lo que estaban
mirando.
¿Una
ilusión?
Pero su acelerado ritmo cardiaco y los estremecedores fríos
espasmos que escalaban por su espalda no le permitieron escapar de esa
repentina realidad. Porque ahí, justo delante de él, estaba el hermoso y sereno
rostro de Iason. El Blondie empleó un tono de voz llano al decir:
“Tiempo sin verte, Riki.”
El carácter conciso de aquella voz—la cual Riki no había
escuchado en un año—se abrió paso a través de sus tímpanos hasta el centro de
su cerebro, concretando el carácter real de lo que estaba viendo.
Riki contuvo el escalofrío que le recorrió el cuerpo.
Instintivamente, se puso derecho en una postura vigilante y gruñó: “Lárgate.”
Pero en vez de expresar ira, su voz había sido chillona y
ronca. No desairó al intruso, y no ayudó a discernir la razón por la cual se
encontraba allí. En aquel momento Riki simplemente no había tenido tiempo de
pensar en nada mejor.
Sin mencionar que decirle a Iason que se perdiera y obligarlo
a hacerlo eran dos proposiciones muy diferentes.
Aun así—o incluso debido a eso—tenía que decir algo. Dar
a conocer su opinión era su único medio de establecer un límite y marcar con
claridad la distancia entre ellos.
O eso quería creer. Y sin embargo—
“¿Quieres salir en esas fachas?” preguntó Iason sin la menor
de las dificultades al hablar. “¿No tenemos tú y yo un asunto del cual hacernos
cargo? ¿Es decir, sobre Guy?”
Iason jugó su carta triunfadora con un talante inexpresivo.
En ese momento, Riki sintió fuego escalándole por la
garganta. Mierda— empezó a decir,
pero se tragó las palabras antes de que pudieran salir de su boca.
Las opciones que Katze le había puesto frente a la cara
como un revólver ese día, habían cambiado y mutado a la forma que ahora se
presentaba frente a él. Darse cuenta era lo suficientemente mortificante para hacer
que su corazón se encogiera en su pecho.
Riki reafirmó su postura, se preparó y apretó los puños.
Sus ojos reflejaron una cólera extraordinaria en lo que miraba a Iason de
vuelta. Pero eso era todo lo que podía hacer.
“Qué miedo. Luces como si de verdad pudieras arrancarme
la garganta.” Iason sonrió con malicia. “Me parece que, de hecho, se me puso la
piel de gallina.”
En marcado contraste con el supuesto dueño de la casa—que
hacía evidentes sus emociones y se
erizaba como un puerco espín—el visitante inesperado permanecía íntegro y en
calma.
“Hoy se cumplen dos semanas. Esperaba haber escuchado de
ti ya. Aparentemente cometí un error de cálculo.”
La malicia imbuida en las indirectas del discurso de
Iason descolocaba a Riki, y le ocasionaba un punzante dolor. Apretó los puños
tan fuerte, que los dedos se le empezaron
a poner blancos y a temblarle—a causa de su irreprimible ira—o debido a que
no tenía otra forma de expresar sus sentimientos—o porque el miedo estaba
grabado en su subconsciente—ni el mismo Riki podía decidir cuál. Aquella era
una situación completamente distinta. En un nivel completamente distinto. Y se
vio atrapado por una predominante sensación de duda.
Con calma, Iason se acomodó en el viejo y mohoso sofá. Se
sentó ahí, relajado, inundando la habitación con una inquebrantable confianza
en sí mismo y una dignidad imponente e impenetrable totalmente discordante con
las estrechas casas de los barrios bajos.
Era una realidad que no se podía negar. Y sin embargo, a
pesar del opresivo peso de lo real, Riki aún no podía explicarse por qué Iason
se había adentrado en ese ambiente.
Para
desafiar las advertencias de Katze, me rehusé a mostrar mis cartas. ¿Así que
Iason vino hasta aquí para forzarme a hacerlo?
Un Blondie de Tanagura había venido a los barrios bajos,
solo. Ese hecho solo podía tomarse como la más cruel de las bromas pesadas. Al
ser consciente de las verdaderas intenciones de Iason, Riki sintió un
escalofrío abrirse paso por su columna.
Así que se rehusó a pensar en ello. Lo que estaba
experimentando era simplemente demasiado imposible para creerlo. El silencio
sepulcral estrangulando sus pensamientos se hizo doloroso. El dolor se hizo demasiado
intenso para soportarlo. Al final, Riki se permitió abrir la boca.
“¿Entonces qué es lo que quieres decirme? ¿Quieres que me
ponga de rodillas y te bese los pies?” Se aferró desesperadamente a cualquier
fragmento de razón. “No me digas que viniste hasta aquí y te metiste en mi casa
mientras dormía solo para venderme a Guy de vuelta. ¿Qué es lo que quieres?”
Controló su tono lo mejor que pudo. Todos los gritos y
alaridos del mundo no iban a hacer ceder a Iason en lo más mínimo. Pero
mantenerse tranquilo no era fácil. No podía suprimir del todo los espasmos
sacudiéndole las manos, los pies y las entrañas.
“Katze ha estado insinuándome con indirectas que resolver
este problema depende solo de mí.” Riki se tragó la ira escalándole por la
laringe. “La forma en que hablas me da la impresión de que estás usando a Guy
como alguna especie de señuelo para hacerme regresar.”
Finalmente lo puso en palabras—el nudo en su estómago,
supurando los malos presagios que sus noches de copas y juergas no habían
podido disipar.
“Es tu antigua pareja, ¿no es cierto?” La pregunta destrozó
sin piedad los tensos nervios de Riki. Aunque la voz de Iason era cálida y
provocativa, sus matices eran vacíos y delgados. “¿Qué crees que deba hacer con
él?”
“¿Hacer con él?” repitió Riki con la voz entrecortada. Sintió
la serena mirada de Iason clavándole las garras en torno al corazón.
“A diferencia de ti, es muy viejo para empezar de cero.
No vale la pena. Supongo que puedo ir directo al grano, drogarlo y usarlo para
tener sexo cada vez que un lascivo pensamiento cruce mi mente. ¿Qué tal? ¿O
jugar un poco con su materia gris y convertirlo en un obediente esclavo?
¿Venderlo en el mercado negro? ¿O a un burdel? Como termine en realidad depende
de tu siguiente movimiento.”
“Debes—estar—bromeando—”
Las palabras de Riki emergieron titubeantes y confusas.
Iason respondió con extrema frialdad: “Su destino está en
tus manos.”
Katze le había soltado las mismas intimidantes palabras.
Pero la voz de Katze no podía compararse en lo más mínimo al repentino impacto
saliendo de la boca de Iason. Ni el tono ni el peso.
Y más que nada, la expresión en esos ojos tenía a Riki
paralizado. Más que la irracionalidad de ser forzado a escoger entre dos
demonios, era la fuerza de la intimidación lo que le hacía sentirse como si lo
estuvieran empujando al borde de un abismo. Iason lo estaba obligando a
resolver—ahí y ahora—todos los confusos pensamientos y preguntas sin responder
que habían estado ocupando su mente esas últimas dos semanas.
Y en una manera que a Iason le encantaba.
Riki no podía hablar, como si su garganta estuviera
constreñida por la sangre que se batía en sus venas. Todo lo que podía hacer
era ocultar su miedo y dirigir todas sus ardientes pasiones a los ojos que
usaba para mirar al Blondie.
Y Iason hacía frente a esa mirada con su propio abrumador
aire de superioridad. Una apariencia idéntica a la que tenía cuando se habían
conocido cinco años atrás en Midas, un frío rostro que no mostraba una sola
partícula de preocupación por lo que pudiera estar pensando alguien más. La
feroz y calculadora tranquilidad que solo los hombres con absoluto poder poseían.
Ojos que reflejaban el mismísimo derecho divino de los reyes.
Iason era indudablemente un Androide Blondie, cuyo
cerebro había sido trasplantado. Y sin embargo, aquellos ojos azules lo miraban
tan fieramente como desechando por completo sus orígenes artificiales.
El intransigente y fraccionado silencio devoraba un
minuto tras otro, agotando a Riki como la tortura de la gota china, dejándolo
al borde de un colapso emocional. Tensión formándose sobre tensión sin
descanso. El silencio enterrándose como una espina en sus sienes. La hostilidad
haciéndose más densa a cada segundo que pasaba.
De repente Iason se puso de pie. Riki dio un violento respingo;
sus ojos saltaron en respuesta, un vívido reflejo del balance de poderes entre
ambos. Iason comenzó a acortar la distancia, un paso y después otro. Con cada
paso, la sofocante intensidad de su presencia se hacía mayor, obligando a Riki
a retroceder inconscientemente.
“¡No te acerques más!” chilló Riki en lo que la tensión
se hacía añicos de una vez por todas, dejando su autocontrol por el suelo.
Pero Iason no se detuvo. “¿Por qué?” preguntó, el
sarcasmo presente en la tranquila interrogación tenía el propósito deliberado
de provocar a Riki. “¿A qué le tienes miedo? Esto es tan impropio de ti.” Con una
sonrisa burlona, Iason le restó importancia al evidente hecho de que Riki estuviera
asustado. “¿Es esta actitud terca y determinada tu única característica
positiva después de todo?”
La fuerza de la firme mirada de Iason clavaba los pies de
Riki al suelo. “Te estabas tardando demasiado en decidirte, así que me pareció
bien venir a hacerte una pequeña visita.”
La calmada voz de Iason hablaba con un poder absoluto que
no le permitía a Riki apartar la vista ni por un instante. Sintió que se le
erizaba la piel. El impulso de retroceder se disparó a través de su cuerpo,
hasta la punta de sus dedos. Su acelerado pulso se agravó por el miedo que se
lo estaba consumiendo.
Y aun así, Riki de alguna forma se mantuvo firme. No iba
a ceder tan rápido. Si le demostraba a Iason cualquier signo de debilidad,
sería solamente la mascota del Blondie otra vez.
Era imposible. Era
imposible que eso ocurriera.
“Entonces, Riki, ¿Cuál es tu jugada?”
A esa distancia tan corta, una frígida mirada serena cayó
sobre Riki. La decisión es tuya, le decían esos ojos.
Iason podía llevarse a Riki consigo con facilidad,
pasando por encima de su obstinación sin derramar una sola gota de sudor, pero
no era eso lo que iba a hacer.
Un
sacrificio no significa nada a menos que se ofrezca voluntariamente. De eso se
trataba todo. La primera respuesta había sido lograda por la fuerza. La segunda
debía ser dada con consentimiento. Después de eso, no habría nada más que
retener, ni excusas que dar.
Iason lo había arrinconado. Frustrándole todas las rutas
de escape. Haciéndole una oferta que no podía rechazar. Y entonces Iason
esperó. Esperó a que Riki se entregara por su cuenta.
Riki tragó con dificultad.
“Entonces, tirar a Guy por la borda o pagar el precio de
su compra.”
“¿Dónde se supone que voy a conseguir todo ese dinero?”
Diez mil kario. Ese
era el precio por la cabeza de Guy. No era una suma insignificante para nadie. Sería
un gran golpe al bolsillo incluso de los más golosos usureros cargando las más
degolladoras tasas de interés.
No son de
los que escatiman en tales cosas, había dicho Kirie con respecto a las élites de Tanagura.
Es el precio
que esperas ver en las etiquetas de la mercancía de primera calidad, había
acotado Katze, las oscuras implicaciones eran claras.
De cualquier forma, eran apenas unas monedas para Iason.
Pero no para Riki.
“Sostenme boca abajo y sacúdeme. Serías afortunado si te
haces con un solo centavo.”
Si no era dinero, entonces algo de igual valor. Algo que
Riki no pudiera soportar entregar.
“En ese caso tomaré tu libertad a cambio.”
Había visto llegar eso desde el principio. Ahora Iason
jugaba sus cartas y revelaba sus verdaderos malévolos colores. Riki no podía
pagar con su cuerpo, sino con la libertad que codiciaba. Que Riki se la diera
había sido la meta de todo ese retorcido juego desde el principio.
“Si quieres que Guy vuelva sano y salvo, tienes que
regresar por tu propia voluntad.”
Ese era el único precio del producto.
“Deja de provocarme,” gruñó Riki.
Pisar su orgullo. Arrojar su consciencia al vacío.
Mofarse de todas las reglas bajo las cuales había vivido su vida… pero nunca hacerlo
ir más allá del límite que no podía cruzar.
“¿Y qué garantías tengo de que no lastimarás a Guy de
todas formas?”
Aquel primer día, Riki había sido encerrado completamente
desnudo en una celda en Eos, había sido forzado a vivir de esa manera por el
mes que siguió. “Entrenamiento de mascota,” se le llamaba. Sus piernas
abiertas, sus genitales expuestos, y el furniture de nombre Daryl bajándole día
y noche. Expuesto y abusado antes y después, con su orgullo mandado al carajo, se
corría. Todo a lo que se aferrara y todo lo que no cediera era forzado,
impulsado y sacado fuera de él por las malas.
Y aun así, tanto como no quería que eso mismo le
ocurriera a Guy—
“Dame dos semanas. No hagas nada. Solo mantenlo en buenas
condiciones. Eso no es pedir mucho, ¿o sí?”
Fue lo único que pudo decir, incluso sabiendo que estaba
negociando con la vida de Guy.
“Ya veo. Y tienes la intención de que te pague
concesiones aunque poseas una partida inútil.”
Riki no le quedaba ningún otro argumento con el cuál
defenderse, pero no tenía elección sino doblar las apuestas con lo que tenía.
“Y si lo hago, ¿te parecería bien? ¿Lo que sea que a Guy
pudiera pasarle?”
La mirada de Iason nunca vaciló. El tono de su voz solo
se volvió más frío, un picahielos dirigido a la única debilidad conocida de
Riki.
“¿Y tú qué? ¿Te parece bien dejar que el mundo entero lo
sepa?” Riki podía dar así como podía recibir.
Incluso si significaba recolectar los últimos granos de valor. Relamió
sus secos labios y endureció la mirada. “A este asunto no le falta esa clase de
suciedad que haría estremecerse de emoción a esos mandamases de la
Mancomunidad. Estuve bajo tu mandato por tres años. Pero eso no quería decir
que estuviera besándote el trasero cada segundo del día, Iason.”
Inesperadamente, la sonrisa de Iason solo se hizo más
grande.
“Al fin te estás acoplando al ritmo de las cosas. Hombres
que puedan intimidar a un Blondie con esa clase de bravuconería son pocos y
distantes entre sí. Y es aún más emocionante por no haber escuchado sobre gente
como esa durante un año completo.”
La crueldad en el brillante rostro de Iason se profundizó
a un grado aterrorizador. Suficiente para hacer que Riki se arrepintiera
momentáneamente de sus palabras desafiantes.
“Ahora que lo mencionas, hubo alguien hace un largo
tiempo. Alguien igual a ti. Pero le di a su rostro una dulce caricia y se doblegó
enseguida. ¿Qué hay sobre ti?”
Riki tragó con dificultad sin querer. No necesitaba
preguntar de quien se trataba.
“¿Así que qué se necesita para hacerte arrodillar humildemente
ante mí?”
Hasta entonces, Riki nunca se le había solicitado
someterse tan voluntariosamente. Su dignidad como ser humano, su orgullo como
hombre había sido robado por Iason cuatro años atrás. ¿Así que qué podía
ofrecerle ahora? Nada. No tenía nada más que dar. Nada aparte del último
bastión de lo que conocía sobre sí mismo. Y eso era algo a lo que nunca
renunciaría.
“Ya veo. Tal vez para empezar prefieras ver a Guy ser
tratado de la misma forma que tú. Ustedes los mestizos de los barrios bajos
están bastante acostumbrados a las relaciones entre dos machos. En vez de un
robot sexual común y corriente, ¿qué te parece una alocada quimera biodiseñada
mitad humana montándolo? Eso sí que
resultaría interesante. ¿No lo crees?”
Riki se mordió el labio. Debería haberlo pensado mejor
antes de intentar burlar a Iason tan desesperadamente. No obstante—
“¿Y qué es lo que pretendes, Iason? ¿Tan siquiera eres
consciente de lo que estás haciendo? Tengo veinte años. Soy muy viejo para
estar en Eos. ¿No es ese hecho bien conocido entre los dueños de mascotas?”
Esa era una realidad. ¿Pero por qué él, de toda la gente,
se sentía obligado a ponerla en palabras? Dándole vueltas y vueltas a esa
pregunta en su cabeza sintió que el estómago se le revolvía y que se enojaba todavía
más.
La mayoría de las mascotas macho de Eos eran menores de
quince. Y además, entre más alto fuera el rango de la élite, típicamente más
joven era la mascota. Cuatro años atrás durante la presentación de Riki en Eos,
la desbocada opinión había sido que, en términos de su valor como mercancía, él
apenas si lograba pasar la prueba más básica.
Comparado con una hembra pura sangre, el tiempo de vida
de un macho era de hecho muy corto. Una hembra tenía la opción de escoger un
compañero, ser cruzada y tener hijos. Los machos no. A excepción de la diminuta
fracción entre ellos que podía acceder a los “derechos de procreación”, era una
práctica común el desechar a los machos cuando cumplían los diecisiete.
Entre ellos, Riki había durado como la mascota de Iason
hasta la edad de dieciocho. Una rara excepción. Y para empeorar las cosas, no
era apareado ni en público ni en privado. Era la propiedad sexual exclusiva de
Iason. Las mascotas en Eos lo detestaban por eso.
“Soy más o menos un periódico de ayer, ¿no es cierto?”
preguntó con una fuerza particular. Riki ya no llevaba el símbolo de su
humillación—el pet-ring—y nunca lo haría de nuevo. No en esa vida. “Entonces,
explícame una cosa. Después de todo este tiempo, y llegando a tales extremos,
¿por qué querer de vuelta en casa al perro perdido?”
Un simple capricho no duraba tres años. Y si existía
algún maldito límite de tiempo, ¿por qué demonios dejarlo ir en primer lugar? ¿Y por qué ahora? Eso era a lo que se
resumía todo. Incluso siendo una mascota en Eos, ¿qué pasaba por la mente de
Iason? Riki no tenía ni idea.
En cuando a él respectaba, Iason era el amo de un esclavo
que lo confinaba y subyugaba con cadenas de placer. Por nada del mundo iba a
regresar a esa vida una segunda vez.
“Ustedes las élites pueden elegir de entre los
purasangre, lo mejor de cualquier harem. ¿Pero tres puñeteros años? ¿Con un
mestizo de los barrios bajos? Creo que hasta tú te aburrirías después de un
rato.”
“Razón por la cual te dejé estar libre por un año.”
“¿Qué?”
“Te quité el pet-ring, desconvoqué a los guardias y te
permití vagar por los barrios bajos durante algún tiempo. Has tenido el tiempo
suficiente para recobrar nuevas energías, ¿no es cierto? Mi paciencia tiene sus
límites.”
¿Un año de
libertad?¿recobrar energías? ¿Su paciencia tiene sus límites? Riki no
podía conjeturar nada de a donde quería llegar Iason.
“¿Qué—estás—tratando—de—insinuar—?”
“No malentiendas la situación. Todo lo que hice fue
quitarte el anillo. No he, por el contrario, tocado tus archivos oficiales de
registro.”
En ese momento a Riki le dieron ganas de golpear a Iason
en la cara. Su mente dio vueltas. “Debes—estar—bromeando—”
No era
posible. Quitarle el pet-ring y borrar los archivos debía ser la
misma cosa. No había excepciones. No podía haberlas.
“No estoy bromeando.”
“¡Eso es imposible! ¡Deja de jugar con mi cabeza!”
“¿Quieres una prueba?”
Sí,
demonios, si tal cosa existe, ¡pues vaya que quiero verla! Se tragó las
palabras antes de decirlas en voz alta. ¿Y qué si Iason estaba diciendo la
verdad? ¿Y qué si de verdad tenía la evidencia? ¿Qué haría Riki en ese caso? ¿Si
ponían la evidencia frente a sus ojos ahí mismo?
No tenía otro recurso. Con un chasquido de los dedos de
Iason, estaría devuelta a su vida como mascota. Riki tragó con dificultad; Quiere engañarme. Tenía que ser eso. No
era posible que hubiera lidiado con todo ese meollo.
Usar a Kirie—
Atrapar a Guy—
Pagar una cuenta de diez mil kario.
La evidencia no podía existir—Iason nunca habría llegado
a tales extremos.
Y sin
embargo—¿Por qué?—
Una fría conmoción acometió su espalda en lo que Iason
extraía una billetera del bolsillo de su camisa, la abría y la sostenía delante
de Riki. La imperdonable, innegable evidencia.
Riki se quedó mirándola. Sus ojos se abrieron
conmocionados. Una licencia de mascota con el sello sagrado de Tanagura
adjunto.
“Ayer, hoy, y por supuesto mañana también, eres mi
mascota.”
Un tipo de conmoción que Riki jamás había experimentado
en toda su vida devoró su corazón. La verdad pesaba dolorosamente, como una
piedra enorme sobre su pecho. Su campo de visión se deformó y distorsionó,
llenándose de un calor parecido al de las ondas abrasadoras que se levantan de
la arena de un desierto.
“Tres años, Riki. Te domé y entrené por tres años. Fue el
tiempo y la paciencia que requirió la tarea. ¿Ya se te olvidó? ¿Lo dejaste todo
atrás?”
Riki no se olvidaría nunca. Era imposible que lo hiciera.
El veneno de mascota contaminaba cada rincón de su cuerpo. Durante esos tres
años de intolerable humillación y supurante placer, cada día con Iason había
tejido esa embriagadora maldición a la médula de sus huesos. El viscoso peso
del fango lo hacía querer vomitarlo todo—aunque no pudiera ser borrado jamás de
su memoria.
“Una mascota no es simplemente un accesorio ostentoso,
Riki. Tú eres mío para usarte como yo quiera por cuanto tiempo desee. Sea que
tengas veinte o cuarenta, no hace ninguna diferencia. Eres ese esbelto y procaz
mestizo de los barrios bajos que no adula a nadie. ¿Cómo pudiste imaginar que
te dejaría ir a estas alturas?” Calmada y calurosamente Iason condujo la punta
de la navaja hacia el blanco. Y entonces sonrió fríamente.
Riki se quedó allí petrificado. La sangre se le fue del
rostro. Sus labios temblaron. Independientemente de cuales fueran los
pensamientos que acometieran su mente, su entumecida boca y lengua no podían
formar las palabras.
Iason devolvió la billetera a su bolsillo. Y de una forma
que sugería que era su derecho natural hacerlo, enredó su brazo en torno a la
cintura de Riki y lo atrajo hacia él.
En ese momento, Riki se retorció, se deshizo bruscamente
del agarre y retrocedió con torpeza para alejarse.
“Ven aquí, Riki” dijo Iason con toda la amenaza de un
dueño rechazado.
Con la espalda
contra la pared, Riki reunió desafío desde la boca de su estómago y se lo
arrojó a Iason. “¿Quién mierda soy? Hay cientos de hijos de puta que quieren
ser tu mascota, ¿entonces por qué rayos me eliges a mí?”
El grito se llevó el aire de sus pulmones y el color de
su cara. No tenía a donde huir. Era un grito tanto de desesperación como de
necesidad. Pero hasta la furia afilada de Riki se hacía pedazos como el cristal
contra el escudo de Iason.
“Aprecio tanto estos vivificantes momentos cuando me
desafías incluso siendo yo un Blondie. Cuando reaccionas a mí tan humanamente. Siento que me estremezco
desde el núcleo de mi cerebro. Amo como me miras con ese desprecio que no te
molestas en disfrazar. Es tan entrañable que me dan ganas de arrancar tu
latente corazón y presionarlo contra mi mejilla.”
Tanto repulsivas como adorables, Iason pronunció esas
palabras como si fueran a atraer a su amante a sus brazos. Como el lastimoso
sacrificio en la guarida del Ángel de la Muerte, Riki apenas si pudo parpadear.
Todo lo que podía sentir era una narcótica alucinación
que parecía estar elevando su cuerpo desde las puntas de sus dedos y cerrarse
con torpeza en su garganta.
De forma refinada y experta, Iason se quitó los guantes y
despacio estiró su mano derecha. No hacia la cintura de Riki, ni hacia su brazo
o los hombros, sino a su nuca, la cual agarró suavemente y acarició como a la
de un perro amado.
Riki pegó un brinco, encogió los hombros y retrocedió.
Pero Iason ya había impedido cualquier movimiento adicional. “No, no, no,” le
dijo. “Quédate quieto.”
La profunda y tierna voz de Iason se derramó sobre Riki.
Fue suficiente para hacer que el corazón del mestizo se desbocara en su pecho. Durante
aquellos tres años, el sensual tacto de las manos de Iason se había arraigado
dentro de él.
Las puntas de los dedos de Iason describieron líneas
ondulatorias por todo su cuello, rozando sus orejas. Le ponía la piel de
gallina sentir que se deslizaba por sus hombros después de un año entero. Que
invadiera bajo la bata de Riki y recorriera su pecho, era una caricia que
desencadenaba un temblor indescriptible a través de él.
En ese momento, Riki saboreó cada gota de una sed que
había perdurado por un año. Su pulso era como dos baterías, una tras la otra.
Su respiración le quemaba la garganta. Su corazón se aceleró más. Sus pezones
se hincharon y enrojecieron, hasta hacerse duros como picos. En lo Iason
asaltaba las cumbres de ese rígido calor como si quisiera aplastarlas entre sus
dígitos, la lujuria escondida en el cuerpo de Riki brotó como una flama.
Algo estaba abriéndose camino entre sus tejidos,
contaminando su carne. Era algo que no podía olvidar, no importaba que tan
arduamente tratara, alzaba su cabeza y abría su voraz boca.
Estaba impotente ante ella.
Riki se mordió el labio inferior y apretó los ojos
cerrados. Se moría de sed, como las grietas abriéndose en el fondo de un lago
reseco, pero el incendio que ardía nunca se había apagado. Y así la
incandescente marca atrapaba a Riki en su extático agarre. La escrupulosamente
arraigada respuesta sexual onduló y floreció, como un capullo de primavera
brotando bajo la luz del sol.
Iason aflojó el frente de la bata de Riki y la deslizó
por sus hombros hacia abajo, dejando que la tela cayera formando un montículo
en el suelo. Mientras acercaba a Riki a su cuerpo para masajear sus duras
nalgas, incluso antes de hacer presión contra su entrepierna, el miembro de
Riki se puso en posición de firmes en demostración de su placer.
Riki no podía esconder nada. Ni dar excusas. Solo podía chirriar
los dientes y avergonzarse.
Iason no dudó. Como para confirmarle las sensaciones de
hacía un año, redobló sus esfuerzos, tocando a Riki con intensidad y después
con suavidad, y prestando mucha atención a los detalles—
Iason amasó los botones calientes de los erectos pezones
de Riki y los músculos tensos de su trasero. La curva de su hombría y después sus
testículos con la mano.
Sus dedos jugaron con la abertura de la humedecida punta antes
de sostener con firmeza el miembro de Riki en su palma. Y entonces, ejerciendo
sus derechos como amo y señor, puso el pet-ring devuelta en su lugar.
Z-107M. El número del metal que había maldecido la existencia de
Riki.
Riki tembló
cuando experimentó de nuevo esa particular sensación ajustándose a su carne
después de tanto tiempo. En un parpadeo, sin previo aviso, su breve flirteo con
la libertad había acabado.
Sin embargo,
a lo mejor la verdad subyacente era que la ardiente sensación de pérdida y los
tormentos físicos del placer estaban en dos dimensiones diferentes. Estimulada
por el toque de las caricias de Iason a las que estaba tan acostumbrada, su
espalda se arqueó. Las flamas parpadeantes del deseo se apoderaron de sus
partes inferiores.
“Ahhh—”
Iason
estrujó sus pezones con fuerza. Riki no pudo evitar jadear y gemir. Los dedos
rasguearon, presionaron y los movieron hacia un lado y luego hacia el otro.
Manipulado hasta que su vibrante sangre dolió bajo su piel. Y aun así se
trataba de una estimulación irritantemente floja.
Aunque fue
suficiente para hacer que la punta de su endurecido miembro goteara. Cuando Iason
la rozó con las yemas de los dedos, el veneno de mascota que se filtraba dentro
de él arrolló a Riki como una ola. Sabía que sería un esclavo de sus
sensaciones hasta el último de sus días.
Con su mano
libre, Iason mantuvo un agarre moderado en el paquete de Riki, masajeando sus
testículos, como para confirmar de vez en cuando, la posición de una esfera o
la otra. El sexo de Riki se quemó desde la punta hacia la base. Salió líquido
preseminal. Su ceño fruncido se hizo más profundo.
Iason rozó
el glande de Riki con las yemas de sus dedos, empapándolo con sus jugos
sexuales. Los jadeos de Riki se hicieron más intensos mientras Iason sumergía
su dedo en el estrecho valle de sus apretados pliegues.
“Ahhh—”
Chispas se
dispararon surcando el interior de sus cuencas. Su entrepierna empezó a temblar
y a estremecerse. Durante el año en que había regresado a los barrios bajos, no
lo había hecho con nadie. Se masturbaba de manera superficial. La idea de estos
placeres sin restricciones lo aterrorizaba.
No importaba
qué tanto deseara sentir piel—cuan hambriento estuviera por su calidez—tan solo
se complacía de forma mecánica y sin ponerle mucho empeño. La estimulación
recorriendo su cuerpo hambriento era más fuerte que cualquier cosa que pudiera
haber imaginado.
“No tienes
perseverancia, Riki” la chanza indiferente de Iason hizo que Riki se mordiera
el labio. “Comparado con tu boca, esto es
muchísimo más honesto.”
Excitado por
los tentadores dígitos de Iason, la cremosa eyaculación de Riki empapó la mano
del Blondie. Torciendo, desnudando y exponiendo la hendedura madura de su
interior oculto, lamentándose y gruñendo, la cabeza de Riki cayó contra su
pecho. Si no fuera por el pet-ring constriñendo la base de su miembro, aquellas
estimulaciones lo habrían llevado al clímax en medio segundo. Hasta Riki estaba
espantado por la necesitada condición de su ser sexual.
“Con esto,
el estremecimiento de tu lugar favorito es demasiado difícil de soportar.”
Iason
colgaba las palabras ante Riki como hierba gatera, forzando al mestizo a darse
cuenta de su propio masoquismo.
“Abre las
piernas.”
Riki
obedeció inmediatamente, desplazando sus pies según le habían ordenado.
“Más.”
El tono
severo que empleaba Iason prohibía cualquier rechazo de su parte. Y sin
embargo, las vibraciones rasgueando los tímpanos de Riki lo penetraron más
profundo, agitando su centro de gravedad. Suficiente para sacudir los últimos
vestigios del autocontrol de Riki.
La punta del
dedo de Iason viajó por su valle, hasta alcanzar su próstata.
Con una
sacudida, Riki de repente se quedó sin aliento. Lo tocaran o no, la suavidad del
contacto enloquecía sus sentidos y hacía que le hirviera la sangre. Odió ver
tan al descubierto los manantiales de su placer, llevados a un grado
hipersensible como estaban. Ni siquiera él mismo se había tocado o complacido
de esa forma.
Pero ahora
tenía que enfrentarse al temor y a los anhelos que se desataban una vez que el
sello que los retenía se había roto. Y con todo, la línea que el persistente dedo
de Iason había dibujado aumentaba el estado de hambruna de Riki.
“Solo—hazlo—”
Saliendo de
la febril, inflamada carne una y otra vez—empujándolo a su punto de ruptura—los
pálpitos resonando a través de su cuerpo mantenían la agonía—
Deseaba el
dedo de Iason, deseaba que lo metiera más adentro y lo dividiera en dos, así de
irresistible eran sus ansias. Lo taladraban, acosaban y asaltaban. Quería que
esa extasiante, intoxicadora dicha lo poseyera. Pero entonces—
“¿Qué
quieres?” Preguntó Iason.
Riki
masculló por lo bajo, unas maldiciones inaudibles en respuesta a tanta
frialdad. No obstante, las ganas que tenía de tener sexo lo forzaron a separar
sus labios congelados.
“No juegues conmigo—” replicó, mirando a Iason por
debajo de su ceño. Sus ojos negros desbordaban carnalidad, las esquinas de sus ojos
estaban manchadas de rojo. Eso y el inconsciente deseo en su voz solo
aumentaban su extrañamente irresistible encanto. “Te estoy diciendo que te apures
y me folles.”
Riki no
estaba tratando de ser provocativo. Ya no tenía la vitalidad para actuar deliberadamente
de esa forma. Las palabras saliendo roncas de su garganta eran, de algún modo,
una petición. Una súplica.
Pero Iason
no iba a ser misericordioso con él. “Si es eso lo que quieres, entonces
decídete. De nuevo y con claridad. ¿A quién le perteneces?”
Riki tragó
saliva. Miró a Iason de vuelta, sus ojos eran remolinos de desesperación y de
la punzante demanda de su deseo. Si no se rendía, nunca obtendría lo que
necesitaba. Era otra cadena que lo sometía todavía más, pero Riki ya no podía
controlarse.
“Soy—tuyo—te—pertenezco—a—ti—”
La cruda
realidad emergió de a poco de entre sus apretados dientes. No era una mentira
que fuera a desvanecerse con el rocío mañanero al día siguiente. Aunque se
trataba tan solo de una promesa verbal, Iason sabía que con cierta cantidad de
entrenamiento, tendría el fascinante poder de doblegar. Porque el pet-ring por
sí solo no era suficiente para retener a Riki. Era por eso que se hacía
necesario que Riki rindiera su cuerpo y su alma con sus propias palabras.
“Sí, así es.
Eso será suficiente.”
Iason separó
despacio el ano de Riki. Su dedo dio vueltas y se enterró en su interior, como
una aguja atravesando el corazón del orgullo de Riki. Iason movió su dedo más
adentro, más fuerte, asaltando las suaves paredes internas del chico.
Riki gimoteó
y gruñó.
“Ahhh—Hnnn—”
Incandescentes
gemidos brotaban de su boca uno tras otro sin poder evitarlo. En busca de un soporte
para su cuerpo implosionado por el placer, medio inconscientemente batió las
caderas y le enterró los dedos a Iason en la espalda.
Riki tenía
sed. Tenía hambre. En las profundidades de su cuerpo necesitado había un lugar
que no podía olvidar los espasmos apoderándose de su columna. Impregnándolo
poco a poco. Un punzante calor abrasando su sangre.
Riki contuvo
la respiración y esperó. Esperó el momento de calor y frío, cuando las cuerdas
fuertemente tensionadas de su dicha se rompieran—
“Hahhh—”
Su cejas se
juntaron, su espalda se arqueó, los sollozos chocaron contra sus amígdalas, su
semen salió disparos de él—¿Quién era Riki en ese instante? ¿Qué
arrepentimientos albergaba por su efímera libertad? ¿O su propio desprecio
hacia su destino? ¿O el masoquismo que lo forzaba a arrodillarse ante el poder
absoluto?”
Su cuerpo
absorbía el veneno de mascota como una esponja. Debía haber poseído alguna
especie de resistencia natural, un punto en que se había hecho inmune. Sin
embargo, la culminación de ese año de abstinencia lo había dejado con nada
aparte de un cuerpo con el que se podía jugar, al que se podía provocar y
estimular hacia esas incontrolables convulsiones de sensualidad.
La dura y
mordaz realidad lo golpeó fuerte.
Había
luchado día tras día por borrar los recuerdos de eso que atiborraba su mente y
comandaba su razón. ¿Habría en cambio, en oposición directa a sus esfuerzos,
engendrado toda esa hambre y sed?
El dedo de
Iason hundido hasta el nudillo, se movió y retorció dentro de él. Eso por sí
solo hizo contraer los tendones de sus muslos internos hasta que zumbaron. Su
excitación avivaba su pulso, prensándose alrededor de su entrepierna como un
grillete, enviando remolinos de un embriagador hormigueo hasta su cerebro.
Estaba volviendo
a vivir un sueño pasado, su cuerpo regresaba a un ritmo que recordaba muy bien
mientras el dedo de Iason amasaba la afiebrada, madura carne, rozando las
paredes de sus entrañas, desgarrándolo. El lugar del placer estaba grabado en
su memoria y sus deseos trazaban esa línea de vuelta en la localización precisa
de su arrobamiento. Calor y dolor y
fuego. Manipulados por las ondulaciones de su goce, sus sentimientos quedaron
en el vacío.
Y sin
embargo, como para probar que sus instintos básicos, codiciando más placer, no
conocían límites, se aferró con fuerza al dedo de Iason, arrastrándolo más
profundo. El incendio había sido iniciado, y no se extinguiría tan fácil. No
podía evitar mostrarle a Iason el humillante conocimiento que tenía de sus
deseos masoquistas. Hacerlo solo añadió leña al fuego.
“¿Un solo
dedo no es suficiente?”
“Ponlo—dentro—”
dijo, siendo consciente de que si no lo pedía, no se lo darían. “No—es—suficiente—”
Así que
debía decirlo.
Iason lo hizo doblarse. Acompañado por la abrumadora
sensación de su tamaño, Iason entró en él, acariciando las paredes internas de
su carne que estaban hinchadas con un duro y severo fervor. Lleno por aquello que
deseaba, Riki fue asaltado de inmediato por una intensa sensación de alivio y
por las olas de la lujuria y la lascivia. Riki echó hacia atrás la cabeza, gimiendo
de placer.
Iason se tomó su tiempo, penetrándolo despacio, y después
enterrándose hasta el fondo. El placer hacía convulsionar el cuerpo de Riki en
lo que Iason lo embestía de adelante a atrás. Masajeándolo por dentro,
acertando en la fuente de su éxtasis. Los gemidos de Riki se hicieron más
estridentes, como si le estuvieran poniendo los pulmones del revés.
Como para grabar en el alma de Riki ese nuevo contrato,
Iason se condujo hacia adentro, penetrando profundo hasta que la espalda de
Riki se dobló como un arco. Tomó a Riki por la cintura y empujó sus propias
caderas hacia adelante. Riki entrelazó las manos contra la pared y jadeó.
Con cada embestida, el duro apéndice de Iason se
enterraba más y más. La columna de Riki craqueaba como una bisagra y los
repetidos choques detonaban en los rincones de su cráneo. Sintió que se
sofocaba, sus delirantes gemidos suspendidos en el aire.
El miembro de Riki, curvado en un arco, dejaba chorrear
gotas de placer a sus pies. Habiendo alcanzado la cumbre de su excitación, llegó
más alto que nunca. Llegó más alto y no pudo encontrar alivio con cada pausa
alejándolo de él. El placer se convirtió en un dolor lacerante.
“No me—queda—nada—ten piedad—por favor—”
Las lágrimas le corrieron por las mejillas y se vertieron
en el interior de su torcida y temblorosa boca. El simple hecho de estar de pie
era una tortura. Respirar era como pasar una lija por su garganta. Sentía que
estaba a punto de quebrarse en dos. Sus piernas se hicieron de goma y los
calambres y las convulsiones se apoderaron de ellas.
Había un punto en que demasiado placer se convertía
inexorablemente en dolor, cuando el cielo se convertía en infierno. Su
entorpecido cerebro se sentía como una bola de plomo dentro de su cabeza. Empezó
a ver borroso y no pudo volver a enfocar la mirada.
Finalmente, Iason separó sus cuerpos, interrumpiendo
limpiamente la conexión entre ambos. En ese instante, Riki colapsó en el suelo
como una masa jadeante y carente de huesos.
La atmósfera turbia y confusa en la habitación era una
quieta. El aroma de la semilla de Riki dispersa por toda la pared y el suelo,
se había estancado allí.
Riki no podía recordar cuantas veces se había corrido.
Solo recordaba a Iason susurrándole en el oído como iba a escurrirlo hasta
dejarlo seco. No le quedaba ni una sola gota de semen en el cuerpo.
Su desgreñado flequillo negro estaba pegado a su frente.
Ya había perdido toda sensibilidad bajo su cintura. Se quedó agazapado ahí,
cada exhalación e inhalación quemándole la garganta, y miró vagamente a Iason
hacia arriba.
“Tendrás a Guy de vuelta para mañana,” dijo Iason con
frialdad mientras se organizaba la ropa. “Así que despídanse como es debido.”
Se alejó sin mirar a atrás. Y entonces se detuvo con la mano sobre el pomo de
la puerta. “No debería tener que decirlo, pero cuando regreses a Eos, asegúrate
de dejar la mugre de los barrios bajos atrás. No querrás dejar ningún cabo
suelto por ahí con el que alguien pueda tropezarse. ¿Verdad que no, Riki?”
Con esa advertencia flotando en el aire, Iason salió del
apartamento de Riki.
Las desocupadas y heladas calles del Bloque de Colonias
24, a la media noche. Los peatones se habían esfumado. Apenas si brillaba un
letrero o una que otra luz en los pórticos de las casas. No había ojos
vigilantes que pudieran percatarse de la presencia de Iason. Solo se escuchaba
el rítmico paso de sus botas haciendo eco a través del aire frío de la noche
antes de que el sonido fuera absorbido y devorado por la oscuridad.
Deslizándose por el laberinto de calles y entre los
callejones sin dudar por un instante, las pisadas confiadas de Iason lo
llevaron hasta King’s Road. Como si hubiera estado esperando su llegada, oculto
entre las sombras, un coche aéreo apareció, avanzó y se detuvo junto a él. La
puerta se abrió sin emitir ningún sonido. Iason escurrió su larga figura dentro
del auto y se sentó en el asiento trasero.
“Parthia,” fue todo lo que dijo.
“Entendido,” respondió Katze. Tenía la vista fija al
frente y una mirada inexpresiva en lo que aceleraba con rapidez.
Iason se reclinó, rindiéndose ante el acolchado del
asiento con tan solo un leve estremecimiento. Su mente volvió al Riki del que
acababa de separarse.
Tan
desafiante como cuando nos conocimos.
El rostro de Riki había sido una desenfrenada
demostración de alarma, cautela y desconfianza. Cuando Iason meditó sobre ello,
una irónica sonrisa se dibujó de forma espontánea en su boca. No podía evitar pensar
en Riki con cariño, la forma en que se aferraba tan tercamente a su libertad
con todas sus fuerzas, sin darse cuenta de que no era nada más que una ilusión.
Ese apego era algo más que posesividad. ¿No había cronometrado
la duración de un año e interpuesto esa distancia entre él y Riki con el fin de
saber exactamente donde se encontraba? Tal era la extensión de su deseo por él.
La alarmante rigidez en las extremidades de Riki y el
penetrante calor en su cuerpo persistían todavía en sus manos. Como si
deliberara en base a aquellos ecos y reverberaciones, Iason juntó las manos lenta
y estrechamente.
Después de
esto, nunca voy a permitir que se
vaya. Había dispuesto las cosas para capturar y había sido capturado en cambio.
Esa idea estaba más cercana a ser un despertar interior o a la resignación por
la verdad, que a la condenación personal.
En palabras de Raoul, “¿Cómo puede una élite como Iason
Mink perder su horizonte por una basura poca cosa de los barrios bajos?”
El amargo sarcasmo había dado en el blanco. Pero Iason
dejó que le resbalara con una sola delgada sonrisa. Incluso en cuanto a sus
caprichos respectaba, Iason era determinado hasta el final. Su lealtad hacia
Júpiter, el creador de Tanagura, no vacilaba en absoluto.
Excepto que su absoluta devoción se había diluido un poco
por Riki.
¿Por qué? Se
preguntaba. Pero Iason no tenía la respuesta. No había experimentado nada como
eso antes. Si se forzaba a proporcionarse una razón, le daba la sensación de
que se había topado con algo sin lo cual no podía vivir. Eso parecía ser lo más
cercano a la verdad que podía llegar.
Algo
importante, que no podía soportar perder.
Pero no era eso tampoco.
Algo que no
solo anhelaba, sino que debía poseer, incluso si eso significaba acapararlo y
retenerlo con rapidez.
Eso estaba mejor. Algo parecido a un apego.
Así que en lo que a Iason concernía, no había necesidad
de inmiscuirse en debates internos. Volvería con Riki y bajaría el telón de la
pequeña farsa que había arreglado para completar el trabajo.
Para asegurarse, su sentido de lo idealista, lo irreal y
lo impráctico se había salido de control, y el asunto entero podría no haber representado
el mejor de los gustos. Pero el fin justificaba los medios. Hacer que Riki
marchara a su ritmo, con su aliento brotando desigual de su garganta, había
sido más sencillo de lo que recordaba.
El chico
estaba medio muriéndose de hambre, después de todo.
Esa había sido una revelación inesperada. Cinco años
atrás, provocado por Riki, lo había tomado por el placer de hacerlo.
O, quizás, el problema real había surgido desde antes de
eso.
El sexo no
es la gran cosa. Es simplemente un conveniente substituto para la masturbación.
Había afirmado Riki una vez, y en cierto modo era en verdad un ingenuo.
Entre los mestizos, cuyas costumbres sexuales se decía tocaban fondo, aquella
ingenuidad resultaba algo inusual.
Como si el sexo no fuese una experiencia nueva para él,
no entendía el verdadero significado del placer. Esa podía ser una mejor forma
de decirlo. No un novicio, aunque tampoco un maestro. Incluso sabiendo donde se
encontraba el nacimiento de su placer, había pretendido ser indiferente.
Riki había sido un mocoso terco y determinado cuando
Iason lo había conocido. Tan malcriado que a Iason le había provocado querer
llevárselo y jugar con él. Pero cuando supo que Riki era reconocido en los
barrios bajos como el frenético jefe de una pandilla, aquella extraña e inesperada
ingenuidad no le pareció la clase de soberbia que tan torpemente se conformaría
con cualquier cosa.
Y de hecho, ese no era el caso. Al ver a Guy—la pareja de
Riki—con sus propios ojos, Iason por fin había entendido que en algún lugar
bajo la máscara de orgullo intransigente de Riki debían estar escondidas las
raíces de su inocencia. O sea, un cuerpo que había sido amado y preciado por un
solo hombre. La confirmación de lo que nunca habría supuesto. Con que este es Guy—
Aun siendo consciente de que Kirie lo había engañado y
vendido, Guy no se había puesto a hacer rabietas. El hombre que había sido la
pareja de Riki era más tranquilo, aunque rayaba con lo antipático.
Al oír de las extravagantes sumas que Kirie había
recibido, Guy se había quedado boquiabierto ante Iason y había dicho con una
sonrisa torcida, “Te está cobrando de más, ¿lo sabías?”
Incluso todo el discurso sobre convertirse en mascota que
Kirie se había tragado entero con celos y envidia, solo había provocado que Guy
se burlara, “No hay nada deseable en mí. No soy un diamante en bruto—solo una
piedra que ningún Blondie tomaría jamás.”
Había rechazado a Iason de plano. Y encima de eso, había
agregado, “Así que debes tener otros motivos en mente si de veras tenía que ser
yo.”
El hombre podía pensar con los pies sobre la tierra. Y
sin embargo no poseía una mente tan astuta como para imaginarse que había sido
usado como la carnada para enganchar a Riki. Pero cuando se enterara—después de
haber descifrado tan fácil la traición de Kirie con una delgada sonrisa—¿cómo
reaccionaría?
Iason estaría mintiendo si dijera que no le causaba
curiosidad. Llámalo otro de mis momentos
caprichosos. Una leve sonrisa levantó las comisuras de su boca.
Había robado a Riki de un hombre como Guy cuatro años
atrás y lo había convertido en su mascota. Había sacado toda la dicha de su
cuerpo inmaduro, plantado en él un jardín de placeres y lo había entrenado para
ser una mascota que conociera cada secreto carnal. Lo había conducido por la
fuerza a ser obediente, aunque ciertamente no a ser dócil.
No importaba cuanto protestara Riki ni cuanto negara la
realidad, tenía un cuerpo hipersensible al placer que brotaba ante la más
mínima lasciva caricia. El simple hecho de recorrer la nuca de Riki cuesta
abajo con un dedo, le erectaba los pezones. Y cuando Iason presionaba y
manipulaba el rígido calor contenido en ellos, el pene de Riki instantáneamente
se endurecía.
Era mortificante para Riki, pero de gran satisfacción
para Iason. A pesar de que habían estado separados por un año, el cuerpo de
Riki no había olvidado el amoroso tacto de las manos del Blondie. Había
dirigido una buena presentación.
Sin embargo, la entrada de Riki había estado más apretada
de lo esperado, y se había resistido al dedo de Iason. Aparentemente Riki no se
había involucrado en una orgía tras otra estando ebrio durante ese año.
“Él y Guy
son historia.”
Iason se había mantenido un poco escéptico con respecto a
las palabras de Kirie. Pero la realidad de la hipersensibilidad que esperaba y
encontró dentro de Riki, acompañadas de esa inesperada rigidez, despertaba en
él una fresca sensación de sorpresa.
Con el tiempo, iría soltando esas cadenas con cuidado.
Aunque antes de eso, soltaría a Riki. Cuando los labios de Riki temblaban y
suplicaba que se lo comiera, Iason no podía evitar pensar que los años
anteriores no habían sido un desperdicio. Iason se había otorgado ese año lejos
de Riki para indagar sobre la naturaleza exacta de su apego. No albergaba la ilusión
de haberlo hecho con el fin de inducir aquella hambruna en el cuerpo de Riki.
“La vida de una mascota no vale una mierda,” le había
escupido Riki en la cara hacía un año, haciendo muecas de dolor por culpa del
pet-ring aferrándose a la carne de su entrepierna. “¡No soy la perra de nadie!”
se las había arreglado para dejar escapar en medio de las brechas entre el
dolor y el placer.
Pero entonces había dicho, “Te pertenezco a ti.”
Sus ojos negros lo habían mirado de vuelta, rebosantes de
deseo físico, y aquellas habían sido las palabras que habían emergido. Una
derrota total, Iason estaba seguro. Esa convicción había disparado sus propias
pasiones hasta el cielo.
Y aquellas habían sido, definitivamente, sus propias
pasiones. Al tratarse del perfecto resultado de la razón y la inteligencia, un
Blondie no debía ser poseído jamás por ninguna de estas degradantes y bestiales
lujurias.
Y aun así, Iason sentía una fuerte atracción sexual. Por
Riki. Toda su lógica y autocontrol convertidos en nada. Ante los mismísimos
ojos de Riki, un Blondie se había reducido ser un mero androide sexual. ¿Había
caído tan bajo?
Había podido reconocer en sí mismo ese desprecio
masoquista, pero con todo, no podía superar la maravilla del caso. No había
forma en que Raoul—este último solo se la pasaba incrementando sus amargos
reproches—entendiera de dónde provenía. De que él, Iason, había sucumbido.
Pero Iason
lo sabía. Aun si penetraba a Riki tantas veces como quisiera, no iba a poder obtener
esa trascendente sensación de satisfacción. Carne y hueso y el androide. Ese
muro intraspasable no era en sí la fuente de su sufrimiento. Sentía, cuando los
dos se volvían uno, una áspera y desesperante sed en
el profundo centro de su corazón.
Iason podía controlar el cuerpo
físico de Riki, pero su alma permanecía fuera de alcance. Iason jamás habría
imaginado que ese hecho le pesaría tanto y tan dolorosamente, como le pesaba.
Si tan solo pudiera colocar lo que
sentía en palabras, quizás surgiera algo que pudiera unirlos a los dos. La
única opción restante era torturar a Riki, ponerlo del revés y colmarlo hasta
que se hicieran uno.
Iason frunció los labios,
despreciándose a sí mismo por dejarse llevar por tan fantasiosas ensoñaciones.
A ese punto del partido, nada había cambiado en absoluto. Lo único que podía
llevar a Riki a arrodillarse era el pet-ring. Esa era la sólida realidad ante
sus ojos. Si se desviaba por una tangente repentina, ya no sería capaz de
encontrar su camino de vuelta otra vez. No había vuelta atrás al pasado para
cambiar el camino que había elegido.
No había opción para Iason más
que dominar a Riki desde lo alto como su amo absoluto. Sin embargo, de vez en
cuando, una exorcizante sensación de irritación y frustración brotaba de él.
Como acometido por tan confusos deseos, su cuerpo empezaba a pudrirse. Empezó a
tener malos sueños. O no sueños sino presagios, nubes negras aglomerándose en
el horizonte.
A causa de su desesperanza e
inexperiencia, le fue imposible al temido Hombre de Hielo del mercado negro hacer
calmadamente a un lado su turbulento corazón sin dudar.
El fresco y
crudo apego que lo atraía hacia Riki y su frío orgullo como Blondie habían
batallado, mezclándose y enredándose. Y muy pronto, la brecha entre ambas cosas
había quedado zanjada y ya no era visible. Iason no percibía esto como
corrupción. Pero calificarla como una herejía desde la perspectiva de su
creador, Júpiter, no iba a cambiar nada a esas alturas.
En el
análisis final, pensaba Iason, solo las torcidas cadenas de amo y mascota los
mantenían juntos. Riki y yo—
Con ese único pensamiento en
mente, Iason se permitió exhalar un profundo y privado suspiro.
¡Que maravilla! ¡Es mi capítulo favorito! Bueno, todos me encantan ¡Pero este es maravilloso!
ResponderEliminarTu capítulo favorito y el de muchos de nosotros. Iason mataría a cualquiera, ¿a qué sí? Por eso Riki es tan especial, menuda fuerza de voluntad para resistirse a las seducciones de semejante hombre. Cuídate, come bien. :D
Eliminar(°///_///°) (°///_///°) que capitulo!!!!!! este capitulo me encanto, mas halla de la parte mas HOT, que debo reconocer es increíble, es el hecho de ese choque de emociones, el desconocimiento y el temor de reconocer la verdad que se oculta el interior... mostrar la naturaleza humana en su estado mas crudo y mas puro..me parece maravilloso.
ResponderEliminarmuchas gracias.
No has podido expresarlo mejor. Aquí se desborda una retorcida sensualidad que es, para mí, el éxtasis adictivo de esta novela y para nuestro protagonista rebelde Riki una experiencia tanto frustrante como aliviadora. A Iason no lo entiendo así que simplemente supondré que a él le ocurre lo mismo. Sentimientos encontrados. ¡Saludos! :3
EliminarMuchas gracias por el capítulo, ¡Si, este es mi favorito! Me encanta este capítulo. Estoy deseando seguir con la historia. Creo que ya lo has comentado, alguna vez y estoy contigo, me encataría que siguieran el ánime, todavía no pierdo la esperanza que algún día lo retomen y podamos ver el reencuentro.
ResponderEliminarYukikun.
¿Me crees si te digo que hay otro mejor que este? Jaja al menos para mí, así lo es. Pero está mucho más adelante :(
EliminarLo he dicho millones de veces como un loro mojado que repite y repite lo mismo. XD Si me llegase a topar con tan grata noticia un día, creo que me moriría de felicidad. Ojalá, quizás, la esperanza es lo último que se pierde. Por ahora habrá que conformarse, supongo... :/ lo que me irrita, más que la interrupción al proyecto mismo, es que haya tanto animé mediocre siendo que estas obras de arte se quedan atrás por suponer un reto más grande. Ai no Kusabi definitivamente no es para cualquiera. ¡Felices fiestas! C:
Me encantó el capítulo. Gracias por traducirlo
ResponderEliminarNo es nada, al contrario, es un place n,n
EliminarSin duda uno de mis capítulos favoritos !! Me encanta como la autora recrea las emociones de Iason y Riki, el mi monólogo de Iason es precioso como se pregunta del porque de su apego y que con pesar concluye con que lo único que los une es el vínculo de amo y esclavo ( ≧Д≦)
ResponderEliminar