jueves, 30 de julio de 2020

AnK - Volúmen 7, Epílogo

Con su despeinado cabello negro sobre las sábanas blancas, Riki gimió. Su voz titubeaba, gritó.

No importaba donde fuera que Iason lo tocara, sus nervios se incendiaban y lo enviaban al éxtasis. Placer interminable sobre más placer interminable.

El muir había convertido a Riki en un esclavo de estas sensaciones. Ver a Riki tan excitado complacía los sentidos del Blondie, quien separó las piernas del mestizo con sus codos dejándolo desnudo e indefenso.

Riki todavía brillaba. Habiéndose corrido tres veces, la carne estaba de un suave rosado. Iason posó sus labios sobre ella.

Tan solo ese toque hizo que Riki se arqueara. Su esfínter se contrajo.

Iason lo abrió con la lengua e insertó sus dedos despacio. Riki empezó a temblar incontrolablemente.

De no haber habido anillo, Riki hubiera perdido el control.

Iason introdujo cuidadosamente uno, dos, tres dedos. La carne de Riki se estiró para acomodarse a ellos. Sintiendo que Riki estaba listo, Iason retiró sus dedos y despacio se empujó él hacia dentro.

La garganta de Riki se hinchó pero Iason no se detuvo. Si se detenía, sabía que lastimaría más a Riki. Iason esperó a que la respiración de Riki se regulara.

Iason fue paciente; sabía que si solo tomaba a Riki por la fuerza, se resistiría. Con paciencia, Riki se transformaría en algo más. Iason lo sabía. Fue por eso que nunca envió a Riki a las fiestas de apareamiento, porque quería entrenar a Riki él mismo y encaminar esta transformación del cuerpo de Riki, para esculpir su carne y su deseo.

Riki retorció sus caderas. La dureza de Iason entró en él y embistió contra sus partes vitales.

La presión se levantó en el pecho de Riki. Era un dolor que bordeaba la intoxicación.

Riki contuvo el aliento. Era un éxtasis que nunca antes había experimentado.

No había una razón, ni orgullo, ni decepción.

Los ojos de Riki se encendieron.

Iason alcanzó las alturas de la intoxicación. Miró a Riki a los ojos y vio los colores de un eclipse.

Había deseo, entonces había pasión. Ardiendo, no se conocían límites.