Con su despeinado cabello negro sobre las sábanas
blancas, Riki gimió. Su voz titubeaba, gritó.
No importaba donde fuera que Iason lo tocara, sus nervios
se incendiaban y lo enviaban al éxtasis. Placer interminable sobre más placer
interminable.
El muir había convertido a Riki en un esclavo de estas
sensaciones. Ver a Riki tan excitado complacía los sentidos del Blondie, quien
separó las piernas del mestizo con sus codos dejándolo desnudo e indefenso.
Riki todavía brillaba. Habiéndose corrido tres veces, la
carne estaba de un suave rosado. Iason posó sus labios sobre ella.
Tan solo ese toque hizo que Riki se arqueara. Su esfínter
se contrajo.
Iason lo abrió con la lengua e insertó sus dedos
despacio. Riki empezó a temblar incontrolablemente.
De no haber habido anillo, Riki hubiera perdido el
control.
Iason introdujo cuidadosamente uno, dos, tres dedos. La
carne de Riki se estiró para acomodarse a ellos. Sintiendo que Riki estaba
listo, Iason retiró sus dedos y despacio se empujó él hacia dentro.
La garganta de Riki se hinchó pero Iason no se detuvo. Si
se detenía, sabía que lastimaría más a Riki. Iason esperó a que la respiración
de Riki se regulara.
Iason fue paciente; sabía que si solo tomaba a Riki por
la fuerza, se resistiría. Con paciencia, Riki se transformaría en algo más.
Iason lo sabía. Fue por eso que nunca envió a Riki a las fiestas de
apareamiento, porque quería entrenar a Riki él mismo y encaminar esta
transformación del cuerpo de Riki, para esculpir su carne y su deseo.
Riki retorció sus caderas. La dureza de Iason entró en él
y embistió contra sus partes vitales.
La presión se levantó en el pecho de Riki. Era un dolor
que bordeaba la intoxicación.
Riki contuvo el aliento. Era un éxtasis que nunca antes había
experimentado.
No había una razón, ni orgullo, ni decepción.
Los ojos de Riki se encendieron.
Iason alcanzó las alturas de la intoxicación. Miró a Riki
a los ojos y vio los colores de un eclipse.
Había deseo, entonces había pasión. Ardiendo, no se conocían
límites.