domingo, 15 de junio de 2014

AnK - Volumen 1, Capítulo 1

A su alrededor solo había oscuridad.
No era una oscuridad tan densa como para agobiar los sentidos con una insoportable claustrofobia, sino una especie de niebla sombría lo suficientemente transparente para dejar entrever los bosquejos del paisaje circundante.
Todo estaba en silencio.
El aire acondicionado, configurado en modo automático, apenas si emitía un murmullo. Y sin embargo, las corrientes de aire ondulaban como olas de refulgente calor que atravesaban los contornos de la oscuridad irregular. Eran como la pesada, opaca masa de un témpano de hielo descendiendo a las profundidades.
Y entonces venía el débil roce de las sábanas de la cama en medio de la habitación. Sombras oscilaban adelante y atrás, como impulsadas por ondas de calor febril que se hinchaban desde el profundo pozo del silencio. Las sombras se retorcían de izquierda a derecha, de repente endureciéndose en aparente rigidez. El ocupante de la cama giraba una y otra vez, muy despierto, abrumado por un insomnio persistente.
¿O quizás por  la visión de terribles pesadillas?
No, no era eso tampoco. No es que no pudiese dormir, sino que era incapaz de levantarse.
Sus muñecas estaban atadas firmemente sobre su cabeza, mientras que sus tensos brazos temblaban. Apretaba los puños, resistiéndose con exasperación a su estado confinado.
Pero debía liberarse a sí mismo, sin importar el costo. Aun poseyendo el espíritu indomable que poseía, no parecía estar esforzándose mucho por luchar.
Quizás se había rendido o se había cansado de resistir. Su expresión permanecía inescrutable, aunque de vez en cuando de sus labios emergía un quedo gemido—el sonido de un hombre alcanzando los límites de su perseverancia.
Retorcía su cuerpo encadenado para dominar lo que brotaba incontrolablemente de su interior, apretaba los dientes con desesperación con el fin de resistirlo.
En dichos sonidos estaba impreso su sufrimiento. Y en el fondo de ellos casi podía capturarse el eco de suspiros saciados, impregnados de colores y esencias profundamente lascivas.
¡Hijo—de—perra! ¡Tú—!
Las maldiciones escapaban de su boca, su respiración agitada, sus labios titubeantes, el creciente frenesí de su vehemente pulso quemando en su garganta. Era consciente de que las repetidas blasfemias que profería solo carcomerían sus entrañas como un poderoso veneno. Y sin embargo las seguía escupiendo.
¡Maldita sea—!
Derramando lágrimas sin vergüenza ni honor, su desgastada fuerza de voluntad  y su orgullo pisoteado, mandados al diablo, se reprendió mordiéndose el labio inferior con la suficiente fuerza para sacarse sangre.
No importaba qué tan alto gritara, nadie más que él mismo escucharía. Lo atropellaba la  idea de que aún si gritaba por misericordia a todo lo que dieran sus pulmones, nadie lo oiría.  La habitación a la que estaba condenado, en marcada discrepancia con su mobiliario resplandeciente, no era más que la celda de una cárcel sombría.





¿Cuánto tiempo había pasado desde que le habían inyectado el afrodisíaco? Había perdido la noción del tiempo. Posiblemente unos meros diez minutos, pero parecía más bien una hora. Su cerebro palpitaba en su cabeza.
Los músculos de su ingle estaban contraídos hasta doler. Espasmos lo sacudían desde la punta de sus dedos. Su respiración se había hecho desigual y su reseca garganta clamaba por alivio.
Y ahí estaba su acaloradamente erecto miembro, tan excitado como para enviar un opaco entumecimiento a través de sus entrañas, tan lleno de sangre como para hinchar las venas y capilares al borde del estallido.
¡Su cuerpo entero debía llegar! No podía contenerse más.
Retorcer su cuerpo y apretar sus muslos contra ellos solo intensificaba la agonía, su constreñido órgano parecía querer consumirse de la peor manera posible. Su campo visual se empañó de rojo. Convulsiones afiebradas lo recorrieron desde sus partes inferiores, amenazando con astillarle la columna.
Un anillo constriñéndole la base del pene le impedía eyacular. Ni un poco. “¡Hijo de perra!” escupió, sus labios tiritaban. Apenas consciente, repitió la palabra una y otra vez, “Mierda, mierda, ¡mierda!
No conocía otra forma de escapar a la abrasadora tortura que incluso respirar se había vuelto.
Fue entonces cuando la puerta del cuarto se abrió deslizándose de derecha a izquierda. Preocupado por la angustia consumiéndoselo vivo desde el núcleo de su corazón, no se percató de que el Hombre ingresaba.
El Hombre se acercó al Cautivo con pasos sigilosos. Se movía con una tersa gracia, como si una alfombra gruesa estuviera absorbiendo cualquier prueba audible de su presencia. Sin decir nada, tocó un interruptor junto a la cama.
La habitación se llenó al instante de una luz tenue. Habiendo sido prisionero de la oscuridad, el brillo sutil encandiló al cautivo. Incluso agudizando la mirada le tomó un buen minuto acostumbrarse a ella. Se fijó en el sorprendente rostro del hermoso, aunque despiadado hombre, quien parecía no tener una sola pizca de vulnerabilidad, y las lágrimas brotaron de sus ojos. Su fuerza de voluntad y resistencia se estiraron hasta el punto de ruptura, doblegándose de repente ante el Hombre.
“¿Qué tal? ¿Soportándolo bien o no?”
La voz del Hombre era varios grados más fría de lo que sugería su porte indiferente. Quien lo escuchase no podría evitar ser persuadido por la firmeza particular en ella, una firmeza que impartía la dureza de alguien bien acostumbrado a dar órdenes.
“¡Ya basta!” imploró el cautivo, retorciendo su cuerpo, conteniendo las lágrimas.
Pero el Hombre ni se inmutó. “Te ofrecí la oportunidad de mostrar lo mejor de ti a los otros. ¡No te di permiso de montar a ninguna hembra!”
Había una discrepancia perturbadora entre el tono despreocupado de su voz y sus ojos, fríos como la muerte. “Como mínimo sabías que Mimea estaba emparejada, ¿verdad? Raoul está lanzando injurias, asegurando que tú has ido y lo has arruinado todo. Esto no es nada en comparación a lo que mereces.”
El cautivo solo podía quedarse ahí, conteniendo el aliento en respuesta a las deliberadas, aunque rudas palabras arrojadas en su contra.
“¿Tú vanidad realmente te convenció de que podías conquistar a Mimea? Siendo ese el caso, incluso si solo jugabas a ser casanova, seguramente sabías que había ciertas reglas en el juego que debían ser respetadas.”
Tras el Hombre, la estridente voz de una mujer se disparó a través de la habitación. “¡No fue un juego!”
El cautivo se encogió como picado por el chasquido de su voz. Sus ojos se abrieron en sorpresa, al ver la cara de Mimea expuesta al mundo después de tantas citas clandestinas.
“Insistió en encontrarse contigo, y no tomaría un no por respuesta. Bueno, se dice que el amor es ciego, pero lo que ustedes dos parecen no comprender es que no tienen derecho a elegir. Así que escuchémoslo de tu propia boca.”
¿Escuchar qué? Preguntaron en silencio los ojos temblorosos del cautivo, apenas empezando a predecir lo que el Hombre diría a continuación.
La relación nunca fue real—dijo. Si no era Mimea, entonces cualquier otro cuerpo caliente hubiera sido suficiente. Solamente estabas intrigado por el cuerpo de una hembra.”
En ese momento otra sensación recorrió el espinazo del cautivo. No los excitantes espasmos de placer, sino algo más parecido a una fría, oscura desesperación.
“Siempre y cuando le hubieran ofrecido una vagina desocupada en la cual aplacar su caliente, palpitante masculinidad, no importaba a quién le perteneciera. ¿No es eso lo que dijiste?”
El hombre no dejaría que lo desafiaran. La amenaza implícita en la corriente de su voz abrumaba los sentidos. Las mejillas del cautivo se endurecieron, y en aquel estado de congelamiento boqueó por aire y pasó saliva con dificultad.
Pero antes de que pudiera obligar a sus temblorosos labios a responder, la mujer habló.  “¡Mentira! ¡Todos ustedes están confabulándose para tratar de destruir nuestra relación!” Ella endureció la voz y miró con tono acusador al Hombre. Para Mimea, la persona que podía emparejarla con quien le diera la gana era más digno de su respeto que un símbolo de máxima autoridad.
“¿Sabes a quién escogió Raoul como mi pareja? ¡Jena! Supuestamente porque tiene buenos genes—” La manera en que sus palabras temblaban y se apagaban indicaba la desesperada naturaleza de sus emociones. “¡No quiero nada de eso! Su naturaleza pervertida está escrita en toda su cara. Pensar en ser poseída por él… de tener un hijo suyo… ¡me pone enferma!”
Como mujer eso era algo que su orgullo no iba a tragarse, y aun así, casi en el mismo aliento se dirigió al cautivo con cierto tono dolido. “Tú eres diferente del resto, ¿no? Tú sólo me amas a mí, ¿verdad?”
Pero el Cautivo no podía escuchar ni la mitad de lo que decía. No gemir ocupaba todo su esfuerzo. Se contorsionaba con el fin de disimular lo que había estado pensando durante toda la conversación desde el principio. Lo único que alcanzó a rescatar de las palabras de Mimea fue que la revelación de sus encuentros a escondidas con ella, había provocado un escándalo.
Cuando su secreto se había hecho público, sus compañeros se habían unido al escarnio. “No nos sirve de nada un tío que se enamora de una nefasta princesa manufacturada.”
De Mimea decían: “No tiene gusto, enamorándose de basura como esa” Tal era la manera en que hablaban a sus espaldas. El producto envidiado de la academia por un lado, y él por el otro: nacido y criado entre la escoria.
Pero Mimea lo sabía. Bajo las sombras de la ridiculización incesante, tras los azotes de la censura pública y las punzantes miradas de reproche, se había dado cuenta del extraño espécimen que era él.
A pesar de los méritos de su linaje (o la falta del mismo), a pesar de la belleza de su rostro (o la falta de la misma)—la singularidad de su presencia por sí sola embrujaba a la gente. Para bien o para mal, ese primitivo sentido de individualismo, que hasta entonces había creído grabar en piedra, había sido aplastado sin piedad.
Mimea había visto el final desde el principio: las decepciones diarias que los mantenían separados, las afectaciones de territorialidad, las almas brillando dentro ese entorno aislado del mundo exterior.
Entre todos sus colegas, él era el más hermoso de todos. Ninguno de los flagrantes y maliciosos chismes, o los celos oscuros, o el comportamiento insidioso lograban alterarlo. Su discurso y conducta permanecían indomables, y su poco cooperador espíritu nunca le permitió doblegarse solo para encajar. No obstante, sus acciones tenían un significado. Él había alcanzado un particular tipo de “pureza”.
Por la cual Mimea lo quería, sin importar qué. Aunque fueran dos pájaros enjaulados, ella quería creer que su relación podría conducir a algo completamente nuevo.
Fue por eso que ella lo sedujo, fue por eso que lo provocó con besos, se metió entre sus brazos y tan ardientemente deseó fundir sus cuerpos en uno solo. Así él se convertiría en suyo y solamente suyo.
Tales habían sido sus frágiles, ingenuos sueños.
A pesar de su aparente insensibilidad y su comportamiento brusco, hacía unos días él venía mirándola con unos ojos bonitos que solo le dedicaba a ella. Ahora, sin embargo, le volvía la cara sin dar explicaciones. Para Mimea eso era lo más difícil de asimilar. Su silencio desató en ella una ansiedad inexpresable.
“¿Por qué no dices nada?”
Ahora tenía que afrontar la realidad: Él no deseaba verla. ¿Cuál era el valor de una vida limitada por cadenas invisibles? Una vida impuesta—
El revoltijo de pensamientos afligió su corazón. Incapaz de soportarlo más, gritó casi histéricamente. “¿Por qué no me miras? ¡Di algo, por favor!”
Ella levantó las cejas y frunció sus labios rojos, a sabiendas de que era poco probable que él le dirigiera tan siquiera una mirada. En un instante, había visto la monstruosidad de una traición inimaginable ilustrada en la espalda del Cautivo que ni siquiera se levantaba para defenderse con la bravuconería típica de un hombre. Mimea no podía hablar de la rabia—había fuego en sus ojos.
Ah, es el fin, pensó el cautivo en su corazón.
“¡Cobarde!” Le acusó ella, su voz era casi un alarido.
Con eso vino una desgarradora sensación en su espalda, como siendo azotado por un látigo afilado. Se mordió el labio con fuerza. Salmuera rezumaba de los dientes entreabiertos, escociendo su garganta como envuelta en espinas, el dolor en conjunto con el calor abrasador del veneno quemando en su pecho. Sus miembros se tensaron. No era un gemido ni un sollozo lo que emergió de sus mandíbulas apretadas.
Apenas si encontraba la diferencia.
De pie tras de él, Mimea se dio la vuelta con los labios temblándole.
“¿Y quizás tú hayas aprendido un par de lecciones también?”
Habiéndose cerciorado de que Mimea se movilizaba con la debida prisa hacia la puerta, el Hombre se sentó en el borde de la cama. Tomándose su tiempo.
“Bueno, este desenlace era enteramente obvio desde el principio,” murmuró suavemente. Retiró las sabanas revelando el cuerpo desnudo que estaba todavía en proceso de convertirse en adulto. La simetría flexible de los miembros en crecimiento del Cautivo y la manera en que su cuerpo se retorcía en agonías de placer sólo lograron estimular el sadismo del Hombre.
La mirada del Hombre pasó por el cuerpo del Cautivo. Sus fríos y plácidos ojos no reflejaban mayor pasión ni exaltación. Sólo cuando la mirada cruel del Hombre cayó entre los muslos ajenos, su rostro se oscureció ligeramente.
La dura, excitada corona de la masculinidad del Cautivo lloraba su tormento. ¡Quiero venirme! ¡Deja que me corra!
“¿Quieres correrte?” susurró el Hombre en voz engatusadora.
Los labios del Cautivo temblaron al recuperar el aliento, sus ojos llorosos suplicando por ellos. Se forzó a asentir repetidas veces.
El cautivo tomó un largo suspiro cuando el hombre separó sus rodillas. Creía que por fin iba a ser liberado de su enloquecedora tortura.
Sin embargo, como para burlarse de aquel optimismo, con nada más que ver su hinchado pene, El hombre expuso el envés del muslo derecho del Cautivo y con su dedo acarició suavemente el valle que dividía ambas nalgas.
Con un gruñido, el Cautivo puso los ojos en blanco.
“Disfrutaste de los placeres de Mimea sin mi consentimiento. ¿En serio creíste que podías salirte con la tuya tan fácil después de que me diera cuenta?”
Por primera vez una sombra de miedo nubló los ojos del Cautivo.
Como siempre, El hombre era el más sereno de los amos, hasta el punto de parecer excesivamente frígido. Pero detrás de la fachada de ese hombre, cuya voz nunca titubeaba en lo más mínimo, se escondía la cara de un duro e implacable tirano. El Cautivo lo sabía mejor que nadie.
Por lo que, a esas alturas, no se lanzó a su misericordia suplicando “¿por qué?”
Cuando su relación con Mimea le había sido revelada al Hombre, había sido desafiante. Pudo haberse burlado del consorte de ella y haberse regodeado del meollo que se había producido. Era algo que cualquiera pudiera haber hecho, pero no fue esa la razón por la que lo hizo. Él amaba a Mimea. Su apariencia glamurosa. Su pureza y labrada altivez. Su ignorancia del mundo real, dentro del cual nunca se había aventurado más allá de su lugar asignado en la vida. La suavidad de su piel donde fuera que la tocara. Amaba todo de ella.
Ella no cargaba prejuicios hacia él como los otros. Era su única compañía. Ella aceptaba todas sus disidentes cualidades tal y como eran, y a él como a un mero ser humano. Y sin embargo, él era consciente de que había un lado oscuro en su breve "luna de miel" juntos y cada vez que se hablaban como "amantes"… y eso era la secreta emoción que obtenía al traicionar al Hombre.
Fue porque el cautivo se había encontrado a sí mismo en una jaula que nunca había deseado. Al chico feroz, que nunca se había inclinado para lamer las botas de otro, que no conocía nada más que su propio respeto bien ganado, esa sensación incontrolable de claustrofobia lo estaba asfixiando.
En ese estado, las cosas solo podían ir de mal en peor. Se estaba pudriendo de adentro hacia afuera, y lo estaba matando. Mandar su magullado orgullo al carajo y doblegarse ante el Hombre lo destruiría todo de una vez por todas.
Por eso, incluso cuando llegó el momento de la verdad, se lo tomó con calma. Eso hizo el sentimiento de culpa hacia El hombre—y mucho más hacia Mimea— mucho más intenso.
Pero ahora. Ahora, el miedo tocaba su corazón.
“Con Mimea—sólo fue—sólo lo hicimos una vez.”
Sabía que el Hombre no iba a caer ante semejante excusa tan tonta, pero también sabía, con cierta sensación de temor, que tenía que ofrecer alguna especie de explicación.
“Una vez es tan buena como cien veces, por lo que a mí respecta. Que la tuvieras entre tus brazos es razón suficiente.”
La yema del dedo del Hombre se deslizó provocativamente hacia su ano. El Cautivo se sacudió. No sólo su pene había madurado hacia una corpulencia rebosante de tales paroxismos de placer, sino también la flor escondida de sus entrañas. Esa que bajo circunstancias ordinarias sólo abría sus pétalos bajo persistente juego sexual, ya se había engatusado.
Como para traerlo a la realidad de su promiscua condición, el Hombre rozó los pliegues de la flor con las puntas de sus dedos. “Aquí es donde más te gusta, así—”
¡No!
Pero el cuerpo del Cautivo lo traicionó antes de que las palabras pudieran emerger de su garganta.
Darse cuenta de que no podía contenerse sólo lo dejó más asustado.
Escalofríos brotaban de su carne sucumbida al hormigueo del placer.
Despacio, el Hombre lo penetró con su dedo, disparando ondulaciones provocativas en el cuerpo del Cautivo. La sensación le sacó un gemido gutural en lo que sus entrañas se retraían y retorcían incontrolablemente.
“¿Qué es esto? ¿Tratando de preservar tu ego incluso ahora? ¿Qué tal si me das un buen grito para variar?”
La voz del Hombre poseía la quietud del hielo, tan alejada de su frialdad habitual como se podría imaginar. En efecto, dichas ideas por sí solas dejaron al Cautivo mudo de miedo. Con cada giro del dedo lascivamente invasor del Hombre, el crónico hormigueo se hacía más fuerte, produciendo un intenso y extensivo adormecimiento por todo su cuerpo.
Medio inconsciente, el Cautivo apretó su esfínter. Pero en vez de repeler la invasión del objeto extraño, su cuerpo aferró el dedo del Hombre con más firmeza, arrastrándolo hacia dentro con creciente placer. Y mientras lo hacía, el temblor en sus entrañas empezó a subir lentamente con una desvergonzada, y vaya que encantadora desesperación.
Y sin embargo…
Claramente ni eso fue suficiente para el Hombre, que lamió el lóbulo de su oreja y le susurró en el oído. “Eso es, buen chico.”
“Hiiii—” gorjeó el Cautivo. Hubo un pequeño grito, y su espalda se arqueó. El torbellino de diminutos dientes que roía su columna descubrió los colmillos de repente y traspasó la parte superior de su cráneo. Sus brazos extendidos y sus piernas tensas se sacudieron y convulsionaron.
Con ganas el Hombre atascó su dedo más profundo, causando que dardos de fuego quemaran el revés de los párpados del Cautivo. Este sostuvo la respiración, sintiendo como si cada vaso en su cuerpo estuviera a punto de reventar. No sólo su hinchado miembro, sino sus tortuosamente erectos pezones también.
Pudo haber escapado a la insoportable agonía desmayándose, pero el Hombre lo forzaba a jadear laboriosamente por aire, sin dejarlo correrse. Con el retoño de su ano a tal floración refulgente, el hombre le ató a la conciencia con lujuria, jugando con sus partes inferiores sin tregua.
“Ahhhh… haaaa… hnnnnn…”
Los labios temblorosos del Cautivo se sacudían en suspiros desiguales que pulsaban en su garganta. Sus caderas se levantaban violentamente, y sin embargo, sólo expulsó un prematuro hilo brillante, y con él ni una sola promesa de liberación.
“¡Aaaaargh…!”
Con cada medio gemido que escapaba de su garganta, gemidos cercanos al grito, su cuerpo se consumía entero hasta la humedecida punta de su miembro. Tal era la amenaza inimaginable en los juegos sexuales practicados por el Hombre.
El hombre jugaba sin piedad con los pezones erectos del Cautivo, excitándolo. Apuró la desnuda cabeza del pene del Cautivo para acariciarla con los dedos, haciéndole aullar. Su ano ya retenía un dedo dentro y el hombre metió un segundo, anchándolo más.
“¡Hiii—yaaa—!”
En lo que las lágrimas comenzaban a correr por su cara, el Cautivo jadeó, suplicando en palabras arrastradas e irregulares. “Basta…no sigas…no… lo…volveré a hacer… ¡ahhh!”
Estaba rogando, implorando su perdón. No más. Nunca más. ¡No lo haría nunca jamás!
¡Piedad!
Las fervientes palabras salieron una y otra vez de su entumecida, congelada boca como en un delirio febril. El hombre volvió a susurrar en su oído. “Te dejaré correrte. Tanto como desees. Hasta que te arrepientas de haber sostenido alguna vez a Mimea entre tus brazos.”
Y luego con incomparable, frígida calma, pronunció el veredicto, uno imbuido de una exasperante lobreguez: “Tú eres mi mascota. Que te quede grabado esto hasta la médula de tus huesos.”
Los rasgados ojos azules del Hombre eran tan inimaginablemente hermosos que podían hacer temblar de asombro a cualquiera. En ese momento, de alguna forma, brillaban como fuego helado también—tal vez revelando la furia de su orgullo herido, o más bien, la manifestación de su obsesión incontrolable.

No importaba cuál de estas fuera correcta. El hombre era consciente de que, en la base de sus convicciones altivas, se arremolinaba un oscuro torbellino de torcidos celos hacia Mimea.

15 comentarios:

  1. yyy vicio acabo de encontrar tu blog!! me alegra un monton que estes traduciendo la novela!! adoro ai no kusabi! te estare siguiendo en su traduccion!
    enserio muchas gracias!!!

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    1. Hola, CoTe. Gracias por escribirme, a mí me alegra que te guste mi trabajo. Coincido en que también me encanta Ai no Kusabi. Como podrás apreciar, mi traducción no es perfecta, pero me esfuerzo. Y no es problema, antes al contrario, es todo un placer. Cuídate. :)

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  2. Simplemente me ha encantado la traducción, de verdad estoy sin palabras, mucho ánimo *-*

    ¡AMO AI NO KUSABI!

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    1. ¡Hola! Muchas gracias por tomarte el tiempo de pasarte por aquí. La verdad es que me desanimo un poco a veces cuando no tengo comentarios ni opiniones, pero la traducción sigue porque sigue. :) Amo Ai no kusabi tanto como tú. Cuídate y ojalá sigas leyéndome. :** Un beso.

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  3. Ohhh por fin encontré una buena traducción de la novela, gracias Vicio, eres un amor. Te haré un altar :D

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    1. Jaja, ¿Lo es? ¿Es buena? *-* Me llenan de ilusión tus palabras. Amo Ai no Kusabi y de ahí mi devoción a traducirla. Son dos cosas que amo, imagínate. Quiero que más y más personas lleguen a conocer tan fabulosa historia. Si supiera más idiomas ya te digo que me volvería loca sacando varias versiones. Por ahora vamos con el español. Gracias por tu comentario, muchos besos :*

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  4. Gracias por regresar!!!! Increíble trabajo, ánimo! !!! ;D

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    1. Hola. Nunca planeé retirarme. Muchas gracias por tu apoyo. ¡Aquí seguimos en pie de lucha! El yaoi no morirá nunca <3

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  5. Oh, que susto me diste cuando vi que habías retirado las traducciones. Me alegro que sigas con la traducción, una buena oportunidad para releerlo, muchas gracias por tu trabajo.
    No lo puedo evitar cuando lo leo, siempre me emociono. Un abrazo
    Yukikun

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    1. Es que blogger iba (ya no) a prohibir las entradas con contenido para adultos. Entonces iba a subir los volúmenes completos en PDF pero al final decidí simplemente seguir por el camino que iba. Siento mucho si te hice devolver. Gracias por seguir apoyando este proyecto. Cuidate! :*

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  6. Hola Vicio, de casualidad encontre este blog y tambien queria agradecerte por la excelente traduccion. Soy otra de las fanaticas de esta novela. No te desanimes y continua el trabajo que haces, por favor, son muchos los que te seguimos y esperamos . Desde ya me anoto como tu fan. Muchas gracias.

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    1. Hola. No me desanimo tanto en realidad, solo a veces me ocupo XD Tardé mucho en entregar el último capítulo porque además de enfermarme, tuve un bloqueo con el español. Gracias a ti por leer y por la paciencia. :*

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  7. no lo puedo creer!!!!! mas Ai no Kusabi!!!! yo solo había encontrado hasta el capitulo 3 en español.... muero por saber mas de esta increíble novela.... es mi yaoi favorito y he visto los ovas y los cuatro capitulos del remake tantas veces que no las podría contar ^_^ me encanta la intensidad de los personajes, la realidad que plantea, el vinculo amor-odio- dependencia... en fin todo!!!!
    porfa sigue con la traduccion (/^ . ^)/

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  8. No puedo creerlo! amo esta novela y la traducción es inmejorable. La seguiste? dios dios dios dios dios jajajjaa

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    1. Gracias. Sí, la sigo, a paso lento pero qué vamos, hombre. No entiendo por qué no existe traducción oficial al español pero bueno, para eso estamos los fans, ¿no? ¡Saludos! :)

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