A su alrededor solo
había oscuridad.
No era una oscuridad
tan densa como para agobiar los sentidos con una insoportable claustrofobia, sino una especie de niebla sombría lo suficientemente transparente para dejar entrever los bosquejos del paisaje circundante.
Todo estaba en
silencio.
El aire acondicionado,
configurado en modo automático, apenas si emitía un murmullo. Y sin embargo,
las corrientes de aire ondulaban como olas de refulgente calor que atravesaban
los contornos de la oscuridad irregular. Eran como la pesada, opaca masa de un
témpano de hielo descendiendo a las profundidades.
Y entonces venía el
débil roce de las sábanas de la cama en medio de la habitación. Sombras
oscilaban adelante y atrás, como impulsadas por ondas de calor febril que se
hinchaban desde el profundo pozo del silencio. Las sombras se retorcían de
izquierda a derecha, de repente endureciéndose en aparente rigidez. El ocupante
de la cama giraba una y otra vez, muy despierto, abrumado por un insomnio
persistente.
¿O quizás por la
visión de terribles pesadillas?
No, no era eso
tampoco. No es que no pudiese dormir, sino que era incapaz de
levantarse.
Sus muñecas estaban
atadas firmemente sobre su cabeza, mientras que sus tensos brazos temblaban.
Apretaba los puños, resistiéndose con exasperación a su estado confinado.
Pero debía liberarse
a sí mismo, sin importar el costo. Aun poseyendo el espíritu
indomable que poseía, no parecía estar esforzándose mucho por luchar.
Quizás se había
rendido o se había cansado de resistir. Su expresión permanecía inescrutable,
aunque de vez en cuando de sus labios emergía un quedo gemido—el sonido de un
hombre alcanzando los límites de su perseverancia.
Retorcía su cuerpo
encadenado para dominar lo que brotaba incontrolablemente de su interior,
apretaba los dientes con desesperación con el fin de resistirlo.
En dichos sonidos
estaba impreso su sufrimiento. Y en el fondo de ellos casi podía capturarse el eco de suspiros saciados, impregnados de
colores y esencias profundamente lascivas.
¡Hijo—de—perra! ¡Tú—!
Las maldiciones
escapaban de su boca, su respiración agitada, sus labios titubeantes, el
creciente frenesí de su vehemente pulso quemando en su garganta. Era consciente
de que las repetidas blasfemias que profería solo carcomerían sus entrañas
como un poderoso veneno. Y sin embargo las seguía escupiendo.
¡Maldita sea—!
Derramando lágrimas
sin vergüenza ni honor, su desgastada fuerza de voluntad y su orgullo
pisoteado, mandados al diablo, se reprendió mordiéndose el labio inferior con
la suficiente fuerza para sacarse sangre.
No importaba qué tan
alto gritara, nadie más que él mismo escucharía. Lo atropellaba la idea
de que aún si gritaba por misericordia a todo lo que dieran sus pulmones, nadie
lo oiría. La habitación a la que estaba condenado, en marcada
discrepancia con su mobiliario resplandeciente, no era más que la celda de
una cárcel sombría.
¿Cuánto
tiempo había pasado desde que le habían inyectado el afrodisíaco? Había
perdido la noción del tiempo. Posiblemente unos meros diez minutos, pero
parecía más bien una hora. Su cerebro palpitaba en su cabeza.
Los
músculos de su ingle estaban contraídos hasta doler. Espasmos lo sacudían desde
la punta de sus dedos. Su respiración se había hecho desigual y su reseca garganta
clamaba por alivio.
Y ahí
estaba su acaloradamente erecto miembro, tan excitado como para enviar un opaco
entumecimiento a través de sus entrañas, tan lleno de sangre como para hinchar
las venas y capilares al borde del estallido.
¡Su
cuerpo entero debía llegar! No podía contenerse más.
Retorcer
su cuerpo y apretar sus muslos contra ellos solo intensificaba la agonía, su
constreñido órgano parecía querer consumirse de la peor manera posible. Su
campo visual se empañó de rojo. Convulsiones afiebradas lo recorrieron desde
sus partes inferiores, amenazando con astillarle la columna.
Un anillo
constriñéndole la base del pene le impedía eyacular. Ni un poco. “¡Hijo
de perra!” escupió, sus labios tiritaban. Apenas consciente,
repitió la palabra una y otra vez, “Mierda, mierda, ¡mierda!”
No
conocía otra forma de escapar a la abrasadora tortura que incluso respirar se
había vuelto.
Fue
entonces cuando la puerta del cuarto se abrió deslizándose de derecha a
izquierda. Preocupado por la angustia consumiéndoselo vivo desde el núcleo de
su corazón, no se percató de que el Hombre ingresaba.
El Hombre
se acercó al Cautivo con pasos sigilosos. Se movía con una tersa gracia, como
si una alfombra gruesa estuviera absorbiendo cualquier prueba audible de su
presencia. Sin decir nada, tocó un interruptor junto a la cama.
La
habitación se llenó al instante de una luz tenue. Habiendo sido prisionero de
la oscuridad, el brillo sutil encandiló al cautivo. Incluso agudizando la
mirada le tomó un buen minuto acostumbrarse a ella. Se fijó en el
sorprendente rostro del hermoso, aunque despiadado hombre, quien parecía no
tener una sola pizca de vulnerabilidad, y las lágrimas brotaron de sus ojos. Su
fuerza de voluntad y resistencia se estiraron hasta el punto de ruptura, doblegándose
de repente ante el Hombre.
“¿Qué
tal? ¿Soportándolo bien o no?”
La voz
del Hombre era varios grados más fría de lo que sugería su porte indiferente.
Quien lo escuchase no podría evitar ser persuadido por la firmeza particular en
ella, una firmeza que impartía la dureza de alguien bien acostumbrado a dar
órdenes.
“¡Ya
basta!” imploró
el cautivo, retorciendo su cuerpo, conteniendo las lágrimas.
Pero el
Hombre ni se inmutó. “Te ofrecí la oportunidad de mostrar lo mejor de ti a
los otros. ¡No te di permiso de montar a ninguna hembra!”
Había una
discrepancia perturbadora entre el tono despreocupado de su voz y sus ojos,
fríos como la muerte. “Como mínimo sabías que Mimea estaba emparejada,
¿verdad? Raoul está lanzando injurias, asegurando que tú has ido y lo has
arruinado todo. Esto no es nada en comparación a lo que mereces.”
El cautivo
solo podía quedarse ahí, conteniendo el aliento en respuesta a las deliberadas,
aunque rudas palabras arrojadas en su contra.
“¿Tú
vanidad realmente te convenció de que podías conquistar a Mimea? Siendo ese el
caso, incluso si solo jugabas a ser casanova, seguramente sabías que había
ciertas reglas en el juego que debían ser respetadas.”
Tras el
Hombre, la estridente voz de una mujer se disparó a través de la habitación.
“¡No fue un juego!”
El
cautivo se encogió como picado por el chasquido de su voz. Sus ojos se abrieron
en sorpresa, al ver la cara de Mimea expuesta al mundo después de tantas citas
clandestinas.
“Insistió
en encontrarse contigo, y no tomaría un no por respuesta. Bueno, se dice que el
amor es ciego, pero lo que ustedes dos parecen no comprender es que no tienen
derecho a elegir. Así que escuchémoslo de tu propia boca.”
¿Escuchar
qué? Preguntaron en silencio los ojos temblorosos del cautivo,
apenas empezando a predecir lo que el Hombre diría a continuación.
“La
relación nunca fue real—dijo. Si no era Mimea, entonces cualquier otro
cuerpo caliente hubiera sido suficiente. Solamente estabas intrigado por el
cuerpo de una hembra.”
En ese
momento otra sensación recorrió el espinazo del cautivo. No los excitantes
espasmos de placer, sino algo más parecido a una fría, oscura desesperación.
“Siempre
y cuando le hubieran ofrecido una vagina desocupada en la cual aplacar su
caliente, palpitante masculinidad, no importaba a quién le perteneciera. ¿No es
eso lo que dijiste?”
El hombre
no dejaría que lo desafiaran. La amenaza implícita en la corriente de su
voz abrumaba los sentidos. Las mejillas del cautivo se endurecieron, y en aquel
estado de congelamiento boqueó por aire y pasó saliva con dificultad.
Pero
antes de que pudiera obligar a sus temblorosos labios a responder, la mujer
habló. “¡Mentira! ¡Todos ustedes están confabulándose para tratar de
destruir nuestra relación!” Ella endureció la voz y miró con tono acusador al
Hombre. Para Mimea, la persona que podía emparejarla con quien le diera la gana
era más digno de su respeto que un símbolo de máxima autoridad.
“¿Sabes a
quién escogió Raoul como mi pareja? ¡Jena! Supuestamente porque tiene buenos
genes—” La manera en que sus palabras temblaban y se apagaban indicaba la
desesperada naturaleza de sus emociones. “¡No quiero nada de eso! Su naturaleza
pervertida está escrita en toda su cara. Pensar en ser poseída por él… de tener
un hijo suyo… ¡me pone enferma!”
Como
mujer eso era algo que su orgullo no iba a tragarse, y aun así, casi en el
mismo aliento se dirigió al cautivo con cierto tono dolido. “Tú eres diferente
del resto, ¿no? Tú sólo me amas a mí, ¿verdad?”
Pero el
Cautivo no podía escuchar ni la mitad de lo que decía. No gemir ocupaba todo su
esfuerzo. Se contorsionaba con el fin de disimular lo que había estado pensando
durante toda la conversación desde el principio. Lo único que alcanzó a
rescatar de las palabras de Mimea fue que la revelación de sus encuentros a
escondidas con ella, había provocado un escándalo.
Cuando su
secreto se había hecho público, sus compañeros se habían unido al escarnio. “No nos
sirve de nada un tío que se enamora de una nefasta princesa manufacturada.”
De Mimea
decían: “No tiene gusto, enamorándose de basura como esa” Tal
era la manera en que hablaban a sus espaldas. El producto envidiado de la
academia por un lado, y él por el otro: nacido y criado entre la escoria.
Pero
Mimea lo sabía. Bajo las sombras de la ridiculización incesante, tras los
azotes de la censura pública y las punzantes miradas de reproche, se había dado
cuenta del extraño espécimen que era él.
A pesar
de los méritos de su linaje (o la falta del mismo), a pesar de la belleza de su
rostro (o la falta de la misma)—la singularidad de su presencia por sí sola
embrujaba a la gente. Para bien o para mal, ese primitivo sentido de
individualismo, que hasta entonces había creído grabar en piedra, había sido
aplastado sin piedad.
Mimea
había visto el final desde el principio: las decepciones diarias que los
mantenían separados, las afectaciones de territorialidad, las almas
brillando dentro ese entorno aislado del mundo exterior.
Entre
todos sus colegas, él era el más hermoso de todos. Ninguno de los flagrantes y
maliciosos chismes, o los celos oscuros, o el comportamiento insidioso lograban
alterarlo. Su discurso y conducta permanecían indomables, y su poco
cooperador espíritu nunca le permitió doblegarse solo para encajar. No
obstante, sus acciones tenían un significado. Él había alcanzado un particular
tipo de “pureza”.
Por la
cual Mimea lo quería, sin importar qué. Aunque fueran dos pájaros enjaulados,
ella quería creer que su relación podría conducir a algo completamente nuevo.
Fue por
eso que ella lo sedujo, fue por eso que lo provocó con besos,
se metió entre sus brazos y tan ardientemente deseó fundir sus cuerpos en uno
solo. Así él se convertiría en suyo y solamente suyo.
Tales
habían sido sus frágiles, ingenuos sueños.
A pesar
de su aparente insensibilidad y su comportamiento brusco, hacía unos días él
venía mirándola con unos ojos bonitos que solo le dedicaba a ella. Ahora, sin
embargo, le volvía la cara sin dar explicaciones. Para Mimea eso era lo más
difícil de asimilar. Su silencio desató en ella una ansiedad inexpresable.
“¿Por qué
no dices nada?”
Ahora
tenía que afrontar la realidad: Él no deseaba verla. ¿Cuál era el valor de una
vida limitada por cadenas invisibles? Una vida impuesta—
El
revoltijo de pensamientos afligió su corazón. Incapaz de soportarlo más, gritó
casi histéricamente. “¿Por qué no me miras? ¡Di algo, por favor!”
Ella
levantó las cejas y frunció sus labios rojos, a sabiendas de que era poco
probable que él le dirigiera tan siquiera una mirada. En un instante, había
visto la monstruosidad de una traición inimaginable ilustrada en la espalda del
Cautivo que ni siquiera se levantaba para defenderse con la bravuconería típica
de un hombre. Mimea no podía hablar de la rabia—había fuego en sus ojos.
Ah, es el
fin, pensó el cautivo en su corazón.
“¡Cobarde!”
Le acusó ella, su voz era casi un alarido.
Con eso
vino una desgarradora sensación en su espalda, como siendo azotado por un
látigo afilado. Se mordió el labio con fuerza. Salmuera rezumaba de los dientes
entreabiertos, escociendo su garganta como envuelta en espinas, el dolor en
conjunto con el calor abrasador del veneno quemando en su pecho. Sus miembros
se tensaron. No era un gemido ni un sollozo lo que emergió de sus mandíbulas
apretadas.
Apenas si
encontraba la diferencia.
De pie
tras de él, Mimea se dio la vuelta con los labios temblándole.
“¿Y
quizás tú hayas aprendido un par de lecciones también?”
Habiéndose
cerciorado de que Mimea se movilizaba con la debida prisa hacia la puerta, el
Hombre se sentó en el borde de la cama. Tomándose su tiempo.
“Bueno,
este desenlace era enteramente obvio desde el principio,” murmuró
suavemente. Retiró las sabanas revelando el cuerpo desnudo que estaba todavía
en proceso de convertirse en adulto. La simetría flexible de los miembros en
crecimiento del Cautivo y la manera en que su cuerpo se retorcía en agonías de
placer sólo lograron estimular el sadismo del Hombre.
La mirada
del Hombre pasó por el cuerpo del Cautivo. Sus fríos y plácidos ojos no
reflejaban mayor pasión ni exaltación. Sólo cuando la mirada cruel del Hombre
cayó entre los muslos ajenos, su rostro se oscureció ligeramente.
La dura,
excitada corona de la masculinidad del Cautivo lloraba su tormento. ¡Quiero
venirme! ¡Deja que me corra!
“¿Quieres
correrte?” susurró el Hombre en voz engatusadora.
Los
labios del Cautivo temblaron al recuperar el aliento, sus ojos llorosos suplicando
por ellos. Se forzó a asentir repetidas veces.
El
cautivo tomó un largo suspiro cuando el hombre separó sus rodillas. Creía que
por fin iba a ser liberado de su enloquecedora tortura.
Sin
embargo, como para burlarse de aquel optimismo, con nada más que ver su
hinchado pene, El hombre expuso el envés del muslo derecho del Cautivo y con su
dedo acarició suavemente el valle que dividía ambas nalgas.
Con un
gruñido, el Cautivo puso los ojos en blanco.
“Disfrutaste
de los placeres de Mimea sin mi consentimiento. ¿En serio creíste que podías
salirte con la tuya tan fácil después de que me diera cuenta?”
Por
primera vez una sombra de miedo nubló los ojos del Cautivo.
Como
siempre, El hombre era el más sereno de los amos, hasta el punto de parecer
excesivamente frígido. Pero detrás de la fachada de ese hombre, cuya voz nunca
titubeaba en lo más mínimo, se escondía la cara de un duro e implacable tirano.
El Cautivo lo sabía mejor que nadie.
Por lo
que, a esas alturas, no se lanzó a su misericordia suplicando “¿por
qué?”
Cuando su
relación con Mimea le había sido revelada al Hombre, había sido desafiante.
Pudo haberse burlado del consorte de ella y haberse regodeado del meollo que se había producido. Era algo que cualquiera pudiera haber hecho, pero no fue esa la
razón por la que lo hizo. Él amaba a Mimea. Su apariencia glamurosa. Su
pureza y labrada altivez. Su ignorancia del mundo real, dentro del cual nunca
se había aventurado más allá de su lugar asignado en la vida. La suavidad de su
piel donde fuera que la tocara. Amaba todo de ella.
Ella no
cargaba prejuicios hacia él como los otros. Era su única compañía. Ella
aceptaba todas sus disidentes cualidades tal y como eran, y a él como a un mero
ser humano. Y sin embargo, él era consciente de que había un lado oscuro en su
breve "luna de miel" juntos y cada vez que se hablaban como
"amantes"… y eso era la secreta emoción que obtenía al traicionar al
Hombre.
Fue
porque el cautivo se había encontrado a sí mismo en una
jaula que nunca había deseado. Al chico feroz, que nunca se había
inclinado para lamer las botas de otro, que no conocía nada más que su propio
respeto bien ganado, esa sensación incontrolable de claustrofobia lo estaba
asfixiando.
En ese
estado, las cosas solo podían ir de mal en peor. Se estaba pudriendo de adentro
hacia afuera, y lo estaba matando. Mandar su magullado orgullo al carajo y doblegarse ante el Hombre lo destruiría todo de una vez por todas.
Por eso,
incluso cuando llegó el momento de la verdad, se lo tomó con calma. Eso hizo el
sentimiento de culpa hacia El hombre—y mucho más hacia Mimea— mucho más intenso.
Pero
ahora. Ahora, el miedo tocaba su corazón.
“Con
Mimea—sólo fue—sólo lo hicimos una vez.”
Sabía que el Hombre no iba a caer ante semejante excusa tan tonta, pero también sabía,
con cierta sensación de temor, que tenía que ofrecer alguna especie de
explicación.
“Una vez
es tan buena como cien veces, por lo que a mí respecta. Que la tuvieras entre
tus brazos es razón suficiente.”
La yema
del dedo del Hombre se deslizó provocativamente hacia su ano. El Cautivo se
sacudió. No sólo su pene había madurado hacia una corpulencia rebosante de
tales paroxismos de placer, sino también la flor escondida de sus entrañas. Esa
que bajo circunstancias ordinarias sólo abría sus pétalos bajo persistente
juego sexual, ya se había engatusado.
Como para
traerlo a la realidad de su promiscua condición, el Hombre rozó los pliegues de
la flor con las puntas de sus dedos. “Aquí es donde más te gusta, así—”
¡No!
Pero el
cuerpo del Cautivo lo traicionó antes de que las palabras pudieran emerger de
su garganta.
Darse
cuenta de que no podía contenerse sólo lo dejó más asustado.
Escalofríos
brotaban de su carne sucumbida al hormigueo del placer.
Despacio,
el Hombre lo penetró con su dedo, disparando ondulaciones provocativas en el
cuerpo del Cautivo. La sensación le sacó un gemido gutural en lo que sus
entrañas se retraían y retorcían incontrolablemente.
“¿Qué es
esto? ¿Tratando de preservar tu ego incluso ahora? ¿Qué tal si me das un buen
grito para variar?”
La voz
del Hombre poseía la quietud del hielo, tan alejada de su
frialdad habitual como se podría imaginar. En efecto, dichas ideas
por sí solas dejaron al Cautivo mudo de miedo. Con cada giro del dedo lascivamente
invasor del Hombre, el crónico hormigueo se hacía más
fuerte, produciendo un intenso y extensivo adormecimiento por todo su
cuerpo.
Medio
inconsciente, el Cautivo apretó su esfínter. Pero en vez de repeler la invasión
del objeto extraño, su cuerpo aferró el dedo del Hombre con más firmeza,
arrastrándolo hacia dentro con creciente placer. Y mientras lo
hacía, el temblor en sus entrañas empezó a subir lentamente
con una desvergonzada, y vaya que encantadora desesperación.
Y sin
embargo…
Claramente
ni eso fue suficiente para el Hombre, que lamió el lóbulo de su oreja y le
susurró en el oído. “Eso es, buen chico.”
“Hiiii—” gorjeó
el Cautivo. Hubo un pequeño grito, y su espalda se arqueó. El torbellino
de diminutos dientes que roía su columna descubrió los colmillos de
repente y traspasó la parte superior de su cráneo. Sus brazos extendidos y sus
piernas tensas se sacudieron y convulsionaron.
Con ganas
el Hombre atascó su dedo más profundo, causando que dardos de fuego quemaran el
revés de los párpados del Cautivo. Este sostuvo la respiración, sintiendo como
si cada vaso en su cuerpo estuviera a punto de reventar. No sólo su hinchado
miembro, sino sus tortuosamente erectos pezones también.
Pudo
haber escapado a la insoportable agonía desmayándose, pero el Hombre lo forzaba
a jadear laboriosamente por aire, sin dejarlo correrse. Con el retoño de su ano
a tal floración refulgente, el hombre le ató a la conciencia con lujuria,
jugando con sus partes inferiores sin tregua.
“Ahhhh…
haaaa… hnnnnn…”
Los
labios temblorosos del Cautivo se sacudían en suspiros desiguales que pulsaban
en su garganta. Sus caderas se levantaban violentamente, y sin embargo, sólo
expulsó un prematuro hilo brillante, y con él ni una sola promesa de liberación.
“¡Aaaaargh…!”
Con cada
medio gemido que escapaba de su garganta, gemidos cercanos al grito, su cuerpo
se consumía entero hasta la humedecida punta de su miembro. Tal
era la amenaza inimaginable en los juegos sexuales practicados
por el Hombre.
El
hombre jugaba sin piedad con los pezones
erectos del Cautivo, excitándolo. Apuró la desnuda
cabeza del pene del Cautivo para acariciarla con los
dedos, haciéndole aullar. Su ano ya retenía un dedo dentro y el hombre
metió un segundo, anchándolo más.
“¡Hiii—yaaa—!”
En lo que
las lágrimas comenzaban a correr por su cara, el Cautivo jadeó, suplicando en
palabras arrastradas e irregulares. “Basta…no sigas…no… lo…volveré a
hacer… ¡ahhh!”
Estaba
rogando, implorando su perdón. No más. Nunca más. ¡No lo haría nunca
jamás!
¡Piedad!
Las
fervientes palabras salieron una y otra vez de su entumecida, congelada boca
como en un delirio febril. El hombre volvió a susurrar en su oído. “Te dejaré correrte. Tanto como desees. Hasta que te arrepientas de haber sostenido alguna
vez a Mimea entre tus brazos.”
Y luego
con incomparable, frígida calma, pronunció el veredicto,
uno imbuido de una exasperante lobreguez: “Tú eres mi mascota. Que te
quede grabado esto hasta la médula de tus huesos.”
Los
rasgados ojos azules del Hombre eran tan inimaginablemente hermosos que podían
hacer temblar de asombro a cualquiera. En ese momento, de alguna forma,
brillaban como fuego helado también—tal vez revelando la furia de su orgullo
herido, o más bien, la manifestación de su obsesión incontrolable.
No importaba
cuál de estas fuera correcta. El hombre era consciente de que, en la base de
sus convicciones altivas, se arremolinaba un oscuro torbellino de torcidos
celos hacia Mimea.
yyy vicio acabo de encontrar tu blog!! me alegra un monton que estes traduciendo la novela!! adoro ai no kusabi! te estare siguiendo en su traduccion!
ResponderEliminarenserio muchas gracias!!!
Hola, CoTe. Gracias por escribirme, a mí me alegra que te guste mi trabajo. Coincido en que también me encanta Ai no Kusabi. Como podrás apreciar, mi traducción no es perfecta, pero me esfuerzo. Y no es problema, antes al contrario, es todo un placer. Cuídate. :)
EliminarSimplemente me ha encantado la traducción, de verdad estoy sin palabras, mucho ánimo *-*
ResponderEliminar¡AMO AI NO KUSABI!
¡Hola! Muchas gracias por tomarte el tiempo de pasarte por aquí. La verdad es que me desanimo un poco a veces cuando no tengo comentarios ni opiniones, pero la traducción sigue porque sigue. :) Amo Ai no kusabi tanto como tú. Cuídate y ojalá sigas leyéndome. :** Un beso.
EliminarOhhh por fin encontré una buena traducción de la novela, gracias Vicio, eres un amor. Te haré un altar :D
ResponderEliminarJaja, ¿Lo es? ¿Es buena? *-* Me llenan de ilusión tus palabras. Amo Ai no Kusabi y de ahí mi devoción a traducirla. Son dos cosas que amo, imagínate. Quiero que más y más personas lleguen a conocer tan fabulosa historia. Si supiera más idiomas ya te digo que me volvería loca sacando varias versiones. Por ahora vamos con el español. Gracias por tu comentario, muchos besos :*
EliminarGracias por regresar!!!! Increíble trabajo, ánimo! !!! ;D
ResponderEliminarHola. Nunca planeé retirarme. Muchas gracias por tu apoyo. ¡Aquí seguimos en pie de lucha! El yaoi no morirá nunca <3
EliminarOh, que susto me diste cuando vi que habías retirado las traducciones. Me alegro que sigas con la traducción, una buena oportunidad para releerlo, muchas gracias por tu trabajo.
ResponderEliminarNo lo puedo evitar cuando lo leo, siempre me emociono. Un abrazo
Yukikun
Es que blogger iba (ya no) a prohibir las entradas con contenido para adultos. Entonces iba a subir los volúmenes completos en PDF pero al final decidí simplemente seguir por el camino que iba. Siento mucho si te hice devolver. Gracias por seguir apoyando este proyecto. Cuidate! :*
EliminarHola Vicio, de casualidad encontre este blog y tambien queria agradecerte por la excelente traduccion. Soy otra de las fanaticas de esta novela. No te desanimes y continua el trabajo que haces, por favor, son muchos los que te seguimos y esperamos . Desde ya me anoto como tu fan. Muchas gracias.
ResponderEliminarHola. No me desanimo tanto en realidad, solo a veces me ocupo XD Tardé mucho en entregar el último capítulo porque además de enfermarme, tuve un bloqueo con el español. Gracias a ti por leer y por la paciencia. :*
Eliminarno lo puedo creer!!!!! mas Ai no Kusabi!!!! yo solo había encontrado hasta el capitulo 3 en español.... muero por saber mas de esta increíble novela.... es mi yaoi favorito y he visto los ovas y los cuatro capitulos del remake tantas veces que no las podría contar ^_^ me encanta la intensidad de los personajes, la realidad que plantea, el vinculo amor-odio- dependencia... en fin todo!!!!
ResponderEliminarporfa sigue con la traduccion (/^ . ^)/
No puedo creerlo! amo esta novela y la traducción es inmejorable. La seguiste? dios dios dios dios dios jajajjaa
ResponderEliminarGracias. Sí, la sigo, a paso lento pero qué vamos, hombre. No entiendo por qué no existe traducción oficial al español pero bueno, para eso estamos los fans, ¿no? ¡Saludos! :)
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