Midas. Área
3. Parque Mistral era un gran centro de convenciones repleto de pabellones para
exhibición de varias formas y tamaños.
Empezando con “Casino Row”, la
atracción principal de Lhassa, y continuando por sus “establecimientos de recreo”,
los visitantes se topaban con los extremos del Distrito del Placer que
podía ser denominado (con una interpretación algo diferente) la verdadera
cara de Midas.
Se acercaba el día de la subasta.
Midas estaba envuelta en una fiebre que rápidamente excedió su bullicio habitual.
Las voces animadas llegaban incluso hasta la plaza oval, que de no ser por ello,
estaría en silencio durante las horas del día.
Como Kirie había predicho, los rumores
de la subasta fluyeron rápidamente hacia las tabernas y profundidades de Ceres
que no podían tener menos qué hacer con ello. Quizás era porque los productos
manufacturados de la Academia estaban haciendo su debut otra vez después de
cinco años de ausencia.
Riki y sus amigos se dirigían a la
casa de Herma.
“¿Qué dicen? Anímense, vamos,”
imploraba Kirie, trepándose al regazo de Sid. “De todas formas, mirar es
gratis. Es agradable permanecer al margen de vez en cuando, desinhibirnos y
disfrutar para variar, ¿no lo creen? Y si tenemos suerte, quizás podamos ganar
algo de dinero extra.”
Sid no debió encontrar del todo desagradable que Kirie lo hostigara a él,
porque se estaba poniendo de humor cuando este comenzó a tirar de sus orejas.
Miró a Riki, como pidiéndole permiso a su antiguo líder. “Oye, Riki. ¿Qué te
parece?”
Mostrando poco interés en la subasta
o en ir a cualquier lado, Riki respondió secamente. “Si quieren ir, pues
vayan.”
Sid reaccionó con un pequeño
encogimiento de hombros. Kirie frunció el ceño, proporcionándole un aspecto
resentido a su semblante. “¿Cuál es tu problema? Es como comenta la gente,
pasas todo el día amargado. De todos modos, ¿Qué más tienes para hacer con tu
tiempo libre?” Kirie los denigró, reprochando la sumisión de los miembros de la
pandilla quienes siempre habían dado prioridad a las preferencias de Riki. “¿Tienes
realmente una razón para no querer ir?”
Cuando Riki se volvió hacia su
atacante, Kirie añadió, frunciendo los labios y entornando los ojos, “¿Tal vez
haya alguien allí al que no tengas muchas ganas de encontrarte?”
“Lo que sea.” Dijo Riki, como si la
cosa se hubiese vuelto demasiado molesta y sin sentido como para dar lugar a
preocupaciones.
“Entonces es un hecho. No es una
mala idea ir de paseo a la ciudad todos juntos de vez en cuando.” Dijo Kirie
sardónicamente, enseñando una sonrisa satisfecha.
“No me importa este idiota.” Escupió
Riki mirando de reojo, demasiado bajo como para que los demás escucharan. ¿Era
porque la extraña actitud sabelotodo de Kirie, que ni siquiera alcanzaba los
diecisiete, le destrozaba los nervios? ¿O quizás era por ser tratado tan
presuntuosamente por un chico tres años menor que él? No, no era eso tampoco.
Lo que Riki no podía soportar sobre Kirie
no era la forma en que este se fijaba en él con aquellos extraños ojos de
diferente color, sino más bien que detrás de los mismos residía una copia
exacta de su yo de hacía tres años.
Kirie no sabía que era una rana
atascada en el fondo de un pozo. Ni siquiera comprendía la naturaleza del
vertedero al cual aventaba sus pasiones excesivas. Apenas si rozaba las
ilusiones arrastrándose fuera del fondo de una botella de cerveza mientras luchaba
por respirar.
Al principio nada de esto se le
había ocurrido a Riki, quien de Kirie solo determinó sus curiosamente
disparejos ojos, pero en algún punto empezó a ver una sombra de su propio
inmaduro ser cuando era un niño. Cuando tenía la edad de Kirie con seguridad hacía
gala de la misma actitud. Si regresara cinco años atrás no cabría duda alguna.
Una vez se dio cuenta de eso, los
recuerdos emergieron del pasado, entrelazándose entre sí a su alrededor,
condensando aquellos tres años en blanco de un solo golpe. Era insoportable, ver
ese reflejo de su antiguo ser que no tenía una razón lógica para existir. Increíble.
Pensar que alguna vez estuve en sus zapatos. Eran sentimientos fuertes que
lo hacían apretar los dientes inconscientemente y tragarse el amargo sabor de
su ira.
Había regresado a sus aposentos porque ahí
podía tomar un profundo respiro y relajarse sin que nadie le acosara. Podía refrescar
su constreñida y adolorida garganta. Estirar las piernas y los brazos. Hacer lo
que quería, cuando quería. Saborear su libertad.
Era extraño. Por la época en que anunció
su retiro de Bison, la monotonía diaria de la vida que carecía de la más remota
intención de cambiar, lo hacía querer vomitar. Pero ahora era insoportablemente
especial para él.
A pesar de lo abandonado que ahora
se burlaba de las debilidades que deseaba sanar, a pesar de lo humillante que
era haber sido expuesto al mundo como un perdedor, Riki ahora tenía un ansia
más persistente y demandante. Pero nada
había cambiado. Con su agotado orgullo, con su cuerpo maduro ahora pudriéndose
en el alcohol, transcurriría un largo tiempo antes de que los sentidos de su opaco
y deslucido poder regresaran por completo.
Aun así, el pasado que nunca esperó
dejar atrás parecía estarse desvaneciendo gradualmente a la vez que él se
sumergía en el pantano febril que era su antiguo hogar, rodeado de toda su
brutalidad.
Pero considerando los cambios por
los que había atravesado, ¿Por qué sus viejos amigos se le antojaban tan inmutables?
Riki tenía la sensación de que estaba dejando que su orgullo y arrogancia se
mostraran y se había arrepentido de ello demasiado tarde.
Las solas palabras de Kirie dejaban
un sabor amargo en su boca. Masticarlas y forzarse a tragarlas abría viejas
heridas. Antes difícilmente hubiese sido del tipo ‘mirar y esperar’, pero
si algo le habían enseñado esos tres años, era a ser paciente. O tal vez era
más acertado decir que su orgullo y terquedad habían sido arrancados de raíz, y
lo habían obligado a aceptarlo.
La calumnia y el desprecio de los
barrios bajos eran niñerías a comparación. En la actualidad, despojarse de
la vergüenza no era nada. Estos pensamientos provocaron de sobremanera que
Riki regresara a sus viejas andanzas.
Y sin embargo la presencia de Kirie
por sí sola le tocaba esa fibra sensible que le traía su oscuro pasado de
vuelta a la vida. Todos los recuerdos de su ingenua y arrogante juventud, de
cuando jugaba a ser el perfecto delincuente, estaban vivamente resucitados
frente a sus ojos. Su corazón no encontraba la paz. Sus ojos destellaban con
amarga ira y la máscara de fría indiferencia comenzaba a resquebrajarse.
Nueve y media de la mañana. Hora local
de Midas, día de la subasta. Como si la emoción se hubiese desbordado desde la
noche anterior, el Distrito del Placer estaba atestado de gente. Hacía un
tiempo maravilloso. Cielos azules y ni una nube a la vista—el clima propicio para un carnaval.
Y entre ellos, Kirie le pisaba los
talones a Riki en un grave estado de agitación. “Oigan, dejen de caminar tan
lento. ¡Démonos prisa!”
Guy contempló a Kirie mientras
caminaba junto a Riki hacia Parque
Mistral. “Vaya que Kirie es arrogante.”
“Eso es porque es un niño.”
“Un niño, ¿eh?”
“¿Qué se supone que significa esa sonrisita perspicaz?”
“Oh, nada. Es solo algo que recordé.”
“¿Qué cosa?”
“También hubo una exhibición de mascotas de la Academia el año en que fuimos a
la Colonia, y el lugar estaba ardiendo. Eras tú el que gritaba de alegría y se
emocionaba por esto, aquello y lo otro.”
Riki no dijo nada en respuesta.
“Ese es a quien Kirie me recuerda. Ustedes dos son como dos gotas de
agua.”
“No me pongas en la misma categoría que
a ese bobalicón.”
“Ah, ya veo. Tú eres mucho
más maduro. Hablando de eso, estabas tan preocupado de que yo me
perdiera que me agarraste de la mano y no me soltaste en todo el día. Hey, ¡aw!”
“Cállate y sigue caminando.”
“¿Por qué me pegas? Todo lo que hago
es recordar los buenos viejos tiempos—”
“Pues ya es suficiente. Deja de
fastidiar.”
“Vale, vale.”
La inauguración todavía estaba en
proceso y el camino que conducía al lugar de la subasta estaba atestado de
gente por doquier. La multitud era suficiente para agotar la paciencia de Riki.
Con más intriga que sarcasmo en su
voz, Kirie la observó con los ojos bien abiertos. “¡Miren a toda esa gente! ¡Es
un jodido desfile de personas! ¿Qué tal si nos apresuramos de una buena vez? ¡Me
estoy asando!”
Luke resopló con desdén. “En
definitiva, lo único que son es un montón de tipejos calientes, jodidos y
ricachones. Aparte del hecho de que nosotros nos pudrimos en licor barato en
cambio, no hay mayor diferencia entre ellos y nosotros.”
“Es igual de interesante. Todas
estas clases diferentes de personas. No consigues recrear la vista con mascotas de la Academia muy a
menudo. Me pregunto lo que están pensando, todos los que se congregan de esa
forma en torno a las vitrinas de exhibición.”
No estaba formulando la pregunta a nadie en particular. Pero la mirada de Kirie buscó inconscientemente los negros ojos de Riki mientras volvía de la muchedumbre bulliciosa.
No estaba formulando la pregunta a nadie en particular. Pero la mirada de Kirie buscó inconscientemente los negros ojos de Riki mientras volvía de la muchedumbre bulliciosa.
“Entonces, Riki, ¿qué piensas?”
Normalmente, Riki se hubiese dado vuelta
indiferentemente para mirar hacia el lado contrario, pero esta vez,
extrañamente, fijó su mirada en los disparejos ojos de Kirie.
“Al principio, lo que todo el mundo
piensa: Oh, si tuviera que hacer esto todos los días— esa clase
de cosas. Pero entonces le echo un vistazo a los precios y me dan ganas de
salir corriendo. Son una fría bofetada a la cara. Aquí están los tíos de
siempre, los que tienen todo el dinero del mundo y los que no tienen nada.
Cuando todo está dicho y hecho, no importa si no puedes aceptar la brecha entre
ti mismo y las clases privilegiadas. Estás forzado a lidiar con ello y eso es
lo que te saca de quicio.”
“Bueno, qué sabes tú. De vez en
cuando, el sujeto fuerte y taciturno abre la boca y tiene algo radical para
decir.” Kirie miró a Riki con una expresión casi alarmada y mostró una sonrisa
curiosa.
Guy y los otros miraron a Kirie de
soslayo y especularon entre ellos, cada uno de acuerdo a su imaginación.
“Ah… ahí van otra vez.”
“Cada vez que se ven, terminan de esa
forma. ¿Por qué no pueden amigarse?”
“Idiota. Lo único radical aquí
es esa boca tuya.”
Pero en el fondo se sentían
diferente: Kirie nunca aprende. Es como un siglo demasiado joven para andar enfrentándose
a Riki.
Riki dejó escapar un pesado suspiro.
“No es que sea la gran cosa, ¿o sí?”
“¿Qué? ¿Tener unos cuantos años más
te convierte en un vejete sabiondo?”
“Sí, porque siempre estás pavoneándote
como el listillo niñato inmaduro que eres.”
“Huh. ¿Tres años y ya se supone que
eres una especie de hombre superior entre todos los hombres? ¿Aun cuándo
renunciaste al distinguido liderazgo de Bison por algún tipejo ordinario de
medio pelo? Es una verdadera decepción, te digo. Alguien debe haberse
aprovechado de ti. Al menos eso es lo que a mí me parece.”
Antes de que pudiera decir otra
palabra, Norris golpeó a Kirie en la cabeza.
“¿Y eso por qué fue?”
“Por ser un idiota. Danos un maldito
respiro, ¿quieres?”
“¿Qué hay de malo en decir las cosas como son, huh?”
Respondiendo con la misma socarronería en su voz, Riki dijo, “Sí, supongo
que has sido capaz de hablar tanta mierda desde que aprendiste a subirte los
pantalones, Kirie. Pero una vez que la
hermosa barrera de seguridad que tienes se venga abajo, va a regresar para patearte
el culo.”
Lo había dicho con humor, pero con un tono duro que ralló a Kirie en carne
viva. Lo que Riki estaba diciendo en realidad, sonó terriblemente burlón a sus
oídos. Tienes una boca espantosamente grande para tratarse de un
mocoso que recoge los sobrados de Bison.
Casualmente atisbó a Sid y Norris, y vio las amargas sonrisas de
complicidad pintadas en sus rostros. Lo que curvaba los labios de Luke era tan
evidente que no necesitaba ser dicho. Y Guy quien usualmente hacía algo
por intervenir, tan solo suspiró débilmente.
¿Qué—qué es esto? Pensó Kirie, en un espontaneo fogonazo de ira.
Inesperadamente abrumado por la impresión
de haber perdido su lugar en el mundo, le
dolió la cabeza.
“¡Solo porque no me subestimo!” Un ataque de ira quemándole con una
sensación de pérdida.
“En ese caso, cierra esa ruidosa boca. Hace que me duelan los oídos,” le dijo Riki a la cara, evadiendo con
brusquedad la hinchada y agitada mirada de Kirie.
Solo el espacio entre ellos previno a Riki y a Kirie de ensañarse en una
pelea. Había un tipo de tensión completamente diferente, un silencio como el
choque de colores sin mezclar.
Kirie miró a Riki fijamente sin mover un solo músculo. O, para ser más
precisos, sería mejor decir que el shock de enfrentarse por primera vez a los
usualmente distraídos ojos negros de Riki, lo dejaron incapaz hasta de
parpadear. Un frío sudor empapó lentamente su espalda. Su garganta se hizo
irremediablemente seca bajo la presión de sentirse indescriptiblemente
oprimido.
“Ya déjalo Riki, sigamos.” Calmando los humos, Guy enroscó su brazo
alrededor de los hombros de Riki. Ese toque por sí solo fue suficiente para
desvanecer el frío brillo de los ojos de Riki.
Por fin liberado del hechizo de Riki, una gran sensación de alivio se
levantó en el pecho de Kirie. Sin pensarlo realmente se relamió los labios con
la lengua una y otra vez.
“Oye, alegra esa cara. Nos vamos.”
Todas las articulaciones de su cuerpo estaban tan antinaturalmente rígidas
que cuando Sid le dio un pinchazo en la espalda, Kirie trastabilló hacia
adelante.
“Que se vaya todo a la mierda, pero es un par de millones de años demasiado
pronto para que un principiante como tú vaya buscándole pelea a alguien como
Riki.”
“Bueno, sí. Pero al menos no se orinó encima. ”
“No lo hizo, ¿verdad? Pero solo porque no hicieron contacto visual.”
“Le debes las gracias a Guy.”
Y así le dieron una reprimenda sin anestesia. Los instintos
competitivos de Kirie se encendieron otra vez. “¿Por qué debo estar agradecido
con Guy?” La rápida recuperación de Kirie fue espléndida.
“Si tienes que preguntar, es porque eres un niño todavía.”
De nuevo, nadie lo tomó en serio. Kirie se estaba poniendo verdaderamente furioso.
¡Dejen de decir que soy un niño! ¡Tres años de diferencia entre
nosotros no los hace un montón de vejestorios hastiados de la vida!
El término “precoz” aplicaba a Bison en todo aspecto. Todo lo que requirió
fue que el líder de la pandilla tirara la toalla para que el resto de ellos
optara por una jubilación anticipada. O más bien se podría decir que, hasta el
punto que no mostraban remordimientos, se habían cansado por completo.
¿Por qué? ¿Por qué seguían estando juntos? ¿Si la razón de su existencia,
por la que se formaron, se había ido?
“¡Mierda!” Escupió Kirie en voz baja, mirando las espaldas de Guy y Riki,
caminando juntos delante de él. ¡Solo espera y ya verás! Dame una jodida oportunidad
y yo—
La fortuna no llegaría a sus manos si se quedaba simplemente observando, y
por haber vivido en los barrios bajos sabía que la oportunidad tampoco se
presentaría por sí sola. Había escuchado rumores de que Riki había dejado Bison
para hacerse cargo de algo en lo que se había metido. En ese entonces Riki
tenía quince o dieciséis. Cualquier cosa que Riki podía hacer, Kirie estaba
seguro de que podía hacerlo también.
Con todo, Kirie frunció el ceño. No entendía a ciencia cierta la conexión
entre Riki y Guy. Obviamente no era una relación ordinaria. Para nadie era un
secreto que ambos se habían involucrado físicamente desde que habían estado en
Guardián, y que incluso desde ese entonces, el apego de Riki hacia Guy nunca
había sido algo para tomarse a la ligera.
Por eso cuando Kirie conoció a Guy—gracias a Sid—y se dio cuenta de que el
lugarteniente de la legendaria Bison era un muchacho normal de trato fácil,
sintió que alguien le estaba jugando una mala broma. ¿Qué demonios es esto?
¡Es solo un tipo común y corriente! ¡No se ve para nada especial, por lo que a
mí respecta! Todo lo que tengo que hacer es bajar al segundo al mando de su
posición y—
La brecha entre rumor y realidad fue demostrada por Kirie, pero cuando Riki
regresó a los barrios bajos, Kirie entendió por primera vez por qué Guy era su lugarteniente.
Incluso si no utilizaban demasiadas palabras, ambos se comunicaban con claridad
a un nivel profundo. Le gustase o no debía lidiar con la realidad del verdadero
significado del término “pareja”, y con la manifestación de los celos que eran
difíciles de expresar.
En Área 9, los chicos a partir de los doce años eran criados juntos por los
administradores de la guardería del centro de crianza de Guardián. La razón dada
era que la tasa de mortalidad de los niños en el entorno disfuncional y violento
de los barrios bajos era descomunalmente alta.
Esa era una parte, pero la raíz del problema era la extremadamente baja
tasa de natalidad de mujeres comparada con la de hombres. Esto podía deberse a
una propiedad particular del planeta conocido como Amoi, junto con cualquier otra
cantidad de factores desconocidos.
Solo en Midas—en Ceres—no había controles eugenésicos ni de población. La “selección
natural del sexo” había sido declarada un “derecho básico”, como para dar
respuesta a los gritos de protesta por la dignidad humana que se levantaron en
la época de su independencia.
Consecuentemente, al precario número de chicas se les daba un tratamiento
preferencial por encima de los chicos, y aquellas capaces de criar hijos podían
hacerlo en un entorno aislado y más agradable. A diferencia de los hombres, que
eran forzados a ser “independientes” de Guardián a los trece años, las mujeres,
en la medida de que fueran capaces de dar a luz, no estaban obligadas a vivir
en las infestadas colonias de los barrios bajos.
Naturalmente, por dicha situación, aproximadamente el noventa y nueve por
ciento de los habitantes de los barrios bajos—incluso contando solamente a los
niños in utero—eran varones, el único sexo capaz de ser gestado.
Por consiguiente, las “familias” con “lazos de sangre” no existían entre
las relaciones homosexuales que conformaban el fundamento de la vida en los
barrios bajos. Y tampoco había ningún concepto de “matrimonio” oficial o
ceremonial.
Área 9—Ceres—había creado ese tipo de distorsionada y cerrada sociedad. Razón
de más por la que los ciudadanos de Midas debieran vivir resignados como
mascotas caseras dentro de la jaula gigante que era el Distrito del Placer,
al mismo tiempo que repudiaban a Ceres como “los barrios bajos.”
Pero el hombre es un animal social, y tiende a buscar una presencia que le
proporcione alivio y aplaque la soledad de la vida. De ahí nacieron las
“parejas”, unos inseparables “compañeros” que existían más allá del amor y el
afecto, más allá de contratos y obligaciones, y eran incondicionales “amigos
con derechos.” Aunque al tratarse de una elección “para toda la vida”, se
prefería un compañero compatible y sexualmente disponible.
¿Cuál es el indicado para mí—?
No había nadie para el que tales consideraciones nunca pudieran superar el
gran obstáculo de su propio idealismo.
La razón que llevó a Kirie a
decidirse a aceptar la invitación de Sid sobre unirse a Bison, fue que, a pesar
de que ahora Bison era más leyenda que realidad, el nombre infundía un respeto
considerable en los barrios bajos como un símbolo de estatus. De hecho, podían
pedir tantos favores que podían sobrevivir solamente de obsequios si así se les
antojaba.
Por esto, aunque Kirie y Bison habían cruzado caminos muchas veces, ni una
sola se habían metido con él para hacerse con su dinero. En aquellas ocasiones,
Guy había quedado como un sujeto honesto. Cuando Kirie los contactó, lo habían
rechazado de plano y echado de un buen tirón de orejas.
Entre los miembros, Kirie era el único que no podía ganar, y eso rallaba en
su orgullo. “¿Cuál es el problema? ¿No consigues que se te pare, eh?” Tratando
de irritar a Guy de alguna forma, Kirie incluso desafió su masculinidad.
Guy respondió, acabándolo. “Buen intento. Pero no me van los niñitos que
apenas dejaron los pañales.”
Kirie nunca había olvidado aquella humillación. “Hijo de perra. ¿Es
que piensa que todo el maldito mundo gira a su alrededor?”
“¿Y quién demonios crees que es él? Es el compañero eterno de Riki.
El hombre al que le estás coqueteando podría escoger al mejor del grupo. Es él
quien va a tomar la decisión. No tú.”
“Oye, no te lo tomes tan a pecho. Comparados con Riki todos somos unos
niños.”
Probablemente fue ahí donde empezó todo. En el verdadero sentido de la
palabra se hizo consiente de “Riki” como una extensión de “Bison”. Desde
entonces habían pasado dos años. A Kirie lo seguían tratando como al bebé de la
manada, y él nunca había apagado la llama de la lenta cocción de emociones en
su corazón.
Por otro lado, Riki consideraba a Kirie una maldita molestia. La ira brotando
en sus entrañas no podía ser sosegada fácilmente. Esta no era la primera vez
que la actitud provocativa de Kirie lo había afectado, y no era exactamente tranquilizador
estar apretujado contra toda esa gente tampoco.
Estaba tan disgustado que casi quería mandarlo todo al carajo. Caminó como
barrido por la marea humana, y eventualmente la náusea en la boca de su
estómago se convirtió en urticaria. En lo que se acercaba a las cabinas de
“muestreo” situadas en el centro de la plaza, sus entrañas se contrajeron.
Dentro de las paredes de gente había una colección de “pets” que
constituían la “principal atracción” de la subasta. Estos eran los “elementos
de muestra” dispuestos para el público en general. Durante la subasta en sí misma, una gran variedad
de pets se venderían en todas y cada una de las salas de subasta.
Dentro de las habitaciones esplendorosamente amobladas, que habían sido subdivididas
en cubículos para cada centro de fabricación, los pets estaban confiados
mientras aguardaban por su turno. Estos eran los artistas de cada debut. La
variedad de sexos, pieles, cabellos y color de ojos no obstante, la simetría elástica
de sus extremidades y sus agraciadas fisionomías no decepcionaban. Todos sus méritos
relativos extendidos sobre la mesa.
La línea reciente más vendida era un cruce de lémur humanoide—con cola incluida.
El tamaño y las mezclas genéticas eran variegadas, cada ejemplar tenía su
propia, única e individualizada coloración. Entre ellos, “Exile” la línea de la
compañía Galott destacaba sobre los demás con su refinada apariencia y el
excelente pelaje de su cola.
Junto con Exile, todos los Lémures ornamentales de Galott eran hembras
esterilizadas. Los “Melude” de Luxia tomaban una indudable posición inferior a
la línea de Galott, pero como podían ser apareados y criados para producir una descendencia
numéricamente superior, de la noche a la mañana, había estallado una frenética
moda por la cría entre los nuevos adinerados y las clases privilegiadas de la comunidad
de la región.
Los que realmente llamaban la atención entre el popurrí de las cabinas, las
estrellas del show, eran los pets manufacturados de la academia.
Traslucidos cabellos dorados. Pieles de fina textura. Humectados labios
rojos. Delicadas y juveniles facciones que hacían difícil discernir la
identidad sexual, pero contradictoriamente, al mismo tiempo desencadenaban un
extraño y seductor encanto que enviaba un escalofrío por todo el espinazo.
Por supuesto, los precios de apertura que figuraban eran diez veces el
promedio, colocándolos en una liga completamente diferente. Una vez que la subasta
empezara con las ofertas indudablemente se multiplicaría el valor varias veces
más. Para aquellos que ponían su alma y corazón en “refinados trabajos de arte”
y les sobraba tanto el tiempo como el dinero, definitivamente tenían razones
para pensarlo.
Las famosas piezas maestras conocidas como “razas pura sangre” eran
vendidas en tiendas de pets clandestinas en la metrópolis central de Tanagura
bajo la marca oficial del Centro de ciencias de la academia.
Estos eran los preciados productos finales de trabajar sin obstáculos con
lo último en biotecnología. Por otra parte, no las simples replicas humanas, sino
aquellas creaciones “originales” que habían sido perfeccionadas hasta el último
detalle, eran reconocidas oficialmente. La gran belleza de las mascotas de la
academia justificaba el orgullo general.
Este orgullo significaba que solo los pets manufacturados por la academia
tenían permitido desairar tranquilamente las miradas de celos y envidia del
otro lado del vitral. Cada certificación única de pedigree simbolizaba su
inquebrantable orgullo y confianza.
Naturalmente, como “mascotas”, cualquier grado de “valor añadido” que
poseían no conllevaba de ninguna forma a considerarlos “seres humanos”.
Una vez al año, la espectacular exhibición que era la subasta de pets de
Midas subía el telón de las prometedoras industrias de Tanagura. Sin embargo,
era una triste realidad que su reputación fuera del mundo había sido
extremadamente pobre unos meros cincuenta años atrás.
“Un comercio vieja escuela de esclavos,” era llamado. “Un escaparate para
la violación de los derechos humanos.”
El torbellino de críticas que llegaba desde la capital de la república era
mordaz e interminable. No solo la subasta sino la mera existencia de Midas, un
símbolo de todo lo corrupto y hedonista, les crispaba los nervios.
Una ciudadela del placer sin día ni noche, más allá de la raza, el sexo y
la moralidad—si esa era la cara que Midas mostraba al mundo, entonces la cara
de complicidad de las maquinaciones y el
dinero era la fea, triste realidad que revelaba en las sombras.
Era Tanagura con su nido de injusticias escondidas en su bolsillo trasero.
La cara colectiva de la República ya se estaba tornando en aborrecimiento, y
esto solo vulneraba su lastimado amor propio.
Las ciudades estado independientes habían establecido constantemente
federaciones para mantener y preservar el mutuo quid pro quo de las
relaciones económicas y políticas. Pero proclamar autonomía no te hacía
independiente. Pocas de esas ciudades eran verdaderamente independientes en
todo sentido. Más bien, un puñado de grandes municipios eran absorbidos por
unas aún más grandes “ciudades sombrilla” bajo el mandato de una “república”, que
eran en realidad poco más que subordinadas regiones autónomas funcionando
ampliamente como colonias de facto.
Entre ellas, a pesar de la república gobernante, a pesar de
la presencia o ausencia de interferencia externa, y cediendo ante nadie, estaba
Tanagura.
Amoi era el duodécimo planeta de la galaxia Garan. Un pequeño planeta periférico
rara vez visitado incluso por criminales huyendo de la justicia. Carecía de recursos
sobresalientes o surcos de minerales preciosos y estaba poblado originalmente
por criaturas no sentientes. Incluso las inspecciones de la República realizadas
rutinariamente cada tantos años se habían detenido y no habían sido reanudadas.
Por un largo espacio de tiempo esta empobrecida galaxia no había visto ninguna
colonización o inmigración dirigida por la República. Pero entonces al principio
de un año, una nave proveniente de Abis Think Tank había arribado.
Determinados para pensar “creativamente”, y con el único propósito de crear
una metrópolis prototípica que no tuviera restricciones de presiones políticas
o tabúes religiosos, se dedicaron a construir Tanagura. Un gran número de
científicos fueron traídos a Tanagura con el objetivo de impulsar la
inteligencia y prosperidad humana, concibiendo eventualmente la
supercomputadora llamada Júpiter.
Cada retazo de información disponible y enormes cantidades de datos estaban
disponibles en los bancos de memoria de la inteligencia artificial, no con la
intención de añadir capa a capa hasta crear una especie de “enciclopedia”, sino
más bien dotarla con un avanzado sentido del yo.
Un día de repente se dio cuenta de la verdad de su
realidad existencial. Sus tan llamados “creadores” humanos solo podían
considerar lo que se produjo como el loco comportamiento de un lunático. La
computadora declaró:
“SOLO AQUELLOS APTOS PARA EJERCER EL PODER DEBERÍAN
HACERLO.”
Así fue como respondió a la “ofensa” inaudita de que una computadora fuese
forzada a doblegarse ante los seres humanos. Como resultado, el poder fue arrebatado
de la gente de Tanagura e investido en la corteza central de la ciudad que era Júpiter.
El una vez empobrecido planeta de Amoi, contempló un inmutable cielo azul, atravesado
por la luz estelar.
Por ese entonces las ciudades de la República se dieron cuenta de aquella
nueva realidad y estallaron en pánico, Tanagura ya había transformado la
grotesca metrópolis y domado su población humana. Lentamente fue haciéndose más
y más segura de sí misma mientras ignoraba lo que acontecía a su alrededor, y
realizaba su trabajo precisa y rápidamente, con una casi fría indiferencia.
La “ciudad metálica”, la epítome de la belleza funcional y la racionalidad,
resultó ser una organizacional pieza maestra, un escaparate de la eficiencia y la
perfección. La fríamente serena imagen que ofrecía era una alejada de la
ordinaria inmundicia de la existencia y calor humanos.
Con calmada e incansable paciencia, cámaras brotaron de cada rincón,
extendiendo el “yo” de Júpiter hasta los más alejados alcances de su
computarizado sistema nervioso.
Habiendo excedido el conocimiento de sus creadores y habiendo sembrado el
miedo por todas partes, ¿ Cuál sería su siguiente jugada? ¿Podría convertirse en el
Dios Todopoderoso que su mismo nombre sugería, servido por androides nuevecitos
y un cerebro confiable instruido y educado a su conveniencia?
Así que Tanagura intentó traer aún más prosperidad repudiando las cadenas
de la carne y la sangre que definían los límites de la existencia humana y
rechazando las limitaciones de la moralidad humana.
Bastante sencillo, nada sino esta deformada conclusión podría haber salido
de los salvajes delirios del ego de Júpiter. En ello residía una
realidad, los vestigios de un futuro en
donde los seres humanos, atados al irrevocable destino de la muerte, serían
concebidos para servir a máquinas inmortales.
Como era de esperarse, las ciudades estado de la República manifestaron su
disgusto claramente, levantando sus voces en amargo criticismo. Desde
siempre el fuerte se había proclamado por encima del débil; no había necesidad
de sumergirse en libros de historia en busca de ejemplos. Esta era la misma ley
de la naturaleza que los mismos regentes de la República practicaban.
Las reglas de este mandato decían que un día ellos se encontrarían en la
misma situación que las ciudades sometidas que ahora se postraban a sus pies.
Días tras día, Tanagura solidificó aún más su posición libre de tabúes o
restricciones, conducido por los avances en biotecnología y electrónica que
dieron forma a la era venidera.
Los oficiales de la República percibieron la amenaza con una repulsión
insondable, pero no podían negar que eran dependientes de lo que ahora estaba
disponible para ellos. Con esto en mente, la República empezó a darse cuenta de
sus verdaderos sentimientos al respecto.
Y antes de que alguien pudiera darse cuenta, la severa crítica pública y
las voces pidiendo por la abolición de las detestables subastas de pets
comenzaron a disminuir. En tan solo cincuenta años, su moral y sensibilidad se
fueron al demonio, como desconectando un enchufe.
Estúpidas modas proliferaron, personas con gustos similares se congregaban,
exhibiéndose en Midas para poner sus nombres en alto. Se convirtió en el nuevo
barómetro del poder político y financiero.
La emoción más grande es tener poder sobre la vida y la
muerte. Tales declaraciones podían escucharse a menudo mientras
se abrían paso a través de los Cuarteles del Placer y se escabullían en las
subastas de pets con dinero de sobra.
Que con el tiempo lo bueno se ajuste a lo malo y
viceversa es quizás solo la naturaleza humana. Lleva las cosas lo
suficientemente lejos y lo malo se convierte en bueno. Contra el trasfondo
de aquella realidad, el carácter humano era sin dudas propenso a quedarse corto
cuando el barco de la razón se desviaba de su trayecto.
Tal vez porque la subasta de clase S que mostraba a los pets de la
academia—los favoritos de cualquier competencia—empezó a las tres en punto, la torrencial
afluencia de gente en Parque Mistral no había disminuido desde el mediodía.
El gran estrépito devoraba los pabellones y llegaba hasta la plaza, donde
el cálido aire de la respiración humana parecía pegarse a la piel. El desagrado
hizo a Riki chasquear la lengua en disgusto. Ocurrió cuando inesperadamente
sintió que alguien lo miraba fijamente. No era una alucinación. Se enroscó en torno
a él como una serpiente, ininterrumpida por el continuo flujo de personas que
lo embestían.
¡Qué demonios—!
Luchando contra la corriente, la sensación fue lo suficientemente fuerte
para detenerlo de golpe.
“¡Oye! ¡No frenes de esa manera tan abrupta!”
“¿Por qué se ha detenido este hijo de puta?”
“¡Joder! ¡Muévete, cabrón!”
Andanadas de abuso lo golpeaban en la cabeza y los hombros, Riki se dio la
vuelta despacio, escaneando las masas.
“¿Riki? ¿Qué pasa?” Preguntó Guy con curiosidad, obligándose a detenerse
junto a él.
Sin embargo, Riki no tenía intenciones de responder en lo que la irritante
y cautivadora mirada se apartaba.
¿De dónde viene?
Podía ser cualquiera, irritándole de una manera que no comprendía.
Juntó las cejas, entornó los ojos, y entonces, abruptamente, los ojos de
ambos se encontraron. Una pesada oscuridad lo engulló como una niebla de
medianoche que se levanta de repente en una noche sin luna. La impudente mirada
perforó en sus cuencas como un destornillador atravesando suave madera.
Riki se quedó ahí estático, como si sus funciones motoras hubiesen quedado
paralizadas por una poderosa descarga eléctrica. La sola cara de su oponente se
distinguió clara y elegantemente en medio de las sombras nadando a través de su
campo de visión.
Su imagen lucía un tipo belleza profundamente esculpida que podría
llevar incluso a las reverenciadas mascotas de la academia a frotarse los ojos
por la sorpresa. Era una belleza tan excesiva que por sí sola ocasionaba
reacciones de asombro y admiración. Sus ojos estaban ocultos por unas tintadas
gafas de sol, aunque no había duda de en donde estaba centrada su atención.
Miró a Riki, sin mover un músculo.
Los pálpitos del acelerado corazón de Riki le golpeaban el pecho como
pistones. En sus bien abiertos y estupefactos ojos, y en todo su incómodamente
tieso cuerpo, el tiempo se hizo pesado, molesto y pareció devolverse. Los
furiosos golpes de sus latidos arremetían sin piedad, rasguñándole la garganta,
abriendo los ojos siempre verdes de la memoria.
Guy le susurró. “Oye, Riki. ¿Conoces a ese sujeto?” La quietud que había
entre ellos hizo sonar la pregunta como una tos en una silenciosa sala de
conciertos. “Me estás jodiendo, ¿verdad?” Un leve ronco temblor se apoderó de
su voz. Incapaz de apartar sus ojos del maravilloso rostro del hombre, Guy
repitió, “¿Verdad?”
Su voz emergió en un torpe susurro, sofocada por una barrera en el aire.
Kirie rompió el silencio con un silbido. “Santa cachucha, ¡miren eso! Menudo
cabello tiene. Y es un blondie—” Kirie terminó el resto de la oración con un gesto
de su barbilla.
Un blondie… de cabello largo. No cabía duda de que Kirie lo miraba con
aturdida fascinación. Ostentando el poder de su propia presencia, su simple y
funcional atuendo en medio de las multitudes ataviadas con vestidos
extravagantes tenía el efecto contrario, llamando la atención de la gente.
Era esa clase de traje peculiar de Tanagura y empleado por las elites, que
generalmente usaban sus cabelleras largas para distinguirse de los androides.
Estas elites poseían proporciones equitativas, conductas perspicaces, coeficientes
intelectuales de 300 en adelante y organismos modificados para ser reproductivamente
estériles.
El color del cabello estaba determinado por el NORAM, sistema jerárquico de
castas. Los que tenían responsabilidades externas, o sea, los administradores
que servían como la “cara” de Tanagura, eran conocidos como Onix, de
cabello negro. Sus asesores, subdivididos de acuerdo a los campos en que se
desempeñaba cada uno, eran Rubíes, Jades o Zafiros. Los
cabellos plateados de los platinos identificaban a aquellos en
diferentes posiciones de alto mando.
Las “elites de elites”, con la autorización para comunicarse directamente
con Júpiter, eran los Blondies. Los mestizos de los barrios bajos rara
vez tenían la oportunidad de admirar a estos “dioses de la belleza” desde tan
cerca. Era una oportunidad única en la vida, si es que la había alguna vez.
Kirie habló de repente. “¡Oigan, ese hombre sigue mirándonos! ¿Se interesó
en nosotros o qué? ¿Deberíamos saludarlo de vuelta?”
La guasa de Kirie se había convertido en una broma aceptada entre sus
compañeros. Siempre había alguien que se ponía serio, o se mostraba reacio a
aceptarlo, y entonces todos se reían y acababan con ello. Era el patrón
habitual.
Pero esta vez Riki reaccionó de pésimo humor. “¡Idiota! ¡Este no es el
momento ni el lugar adecuado! Si tienes tiempo para hablar mierda, entonces
lárgate y ve a hacerlo en otra parte.”
¿Kirie había sido afectado por el tóxico aire de la subasta? ¿O lo había
sido Riki? Un poco estupefactos, Sid y Norris intentaron tranquilizar a Riki.
“Oye, Riki, ¿por qué estás tan
serio?”
“Sí, sí. Es solo Kirie siendo tan
estúpido como siempre.”
“¿Qué? El sujeto nos está mirando.
Tenemos una oportunidad. Aprovechémosla, ¿sí?” Dijo Kirie, su tono de voz
extrañamente compungido por la emoción. “¡Joder, es un maldito blondie! ¿Vale? Uno de esos
tipos de la super-elite que rara vez aparecen en Midas.”
Los disparejos ojos de Kirie estaban
poniendo a Riki de los nervios, pero Kirie no se detendría. “¡No tenemos nada
que perder! Puede que la probabilidad sea una en un millón, pero no voy a
quedarme aquí chupándome el dedo y dejarla pasar. ¡Vamos!”
Por un breve instante, la manera de
hablar de Kirie era la mera imagen del que no tiene miedo.
Riki frunció las cejas y contuvo la
lengua, pero no porque de repente estuviese falto de palabras. Sin darse
cuenta, sus puños apretados comenzaron a temblar. El fondo de su garganta
ardió. Había sido golpeado por el sentimiento inescapable de que le estaban
mostrando el potente parecido entre él y Kirie.
¡Qué demonios—! Riki apretó
los dientes. ¿Por qué? ¿Cómo? De todas las cosas, ¿Por qué ahora?
Kirie se plantó frente a él con una
sonrisa triunfante en los labios. Por primera vez su cuerpo ardió con la
sensación de haber puesto a Riki en su lugar, y a diferencia de antes, no
sintió ni el más mínimo temor. “Qué mal que tú y tu carisma ya no tengan huevos
suficientes para pelear. Tu época terminó.”
Pero el placer de abofetearlo en la
cara con solo palabras era completamente diferente, como si se hubiese
convertido en nada más que una manía verbal.
Haciendo a Guy y a Riki a un lado, Kirie triunfantemente partió a un
ritmo acelerado.
“¿Te parece bien esto, Riki? ¿Dejar
que se vaya así nada más?” Preguntó Guy con voz preocupada. Sus ojos siguieron
a Kirie mientras se precipitaba en la marea humana, subiendo y bajando entre
las olas.
“Deja que haga lo que le plazca,”
Dijo Riki con simpleza, modulando una expresión molesta.
Aunque el duro y vehemente dolor
permaneció. No tenía nada que ver con los abusos verbales de Kirie sino con su
propia determinación. Sin lanzar ni una sola mirada en dirección a Kirie, miró
delante de él para confirmar la presencia del blondie. Cuando lo hizo, como
había supuesto, el hombre estaba sonriendo. Una fría sonrisa, solo las escuetas
comisuras de sus delgados labios dobladas hacia arriba. No era un espejismo o
una alucinación. Estaba sonriendo como para reírse de Riki con desdén.
En ese momento, una ardiente sensación de indignación surgió dentro de él y le dio escalofríos. Las
ganas de borrar esa condescendiente y fría sonrisa de la maldita cara del
hombre, y de patearle hasta el cansancio lo abrumó tanto que la visión de Riki
se empañó de rojo.
Kirie y el exquisito rostro del hombre desaparecieron de
su campo de visión, arrastrados por corrientes humanas. Instado por Guy, Riki
se mordió el labio malhumorado y empezó a caminar en lo que una pesada e
indescriptible penumbra le comprimía el estómago.
Queria leer un encuentro mas largo entre Riki y Iason
ResponderEliminarTú y todo el mundo. Jaja. Pero me temo que falta un poco para eso. Esta novela tiene una estructura muy rara, no está cronológicamente ordenada. Pero ahí vamos. Igual todo es interesante. Hasta el universo futurista.
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