lunes, 16 de junio de 2014

AnK - Volumen 1, Capítulo 2

Midas, la ciudad del pecado, era como una tirana que despreciaba el silente y tranquilo paso de las horas de media noche.
O quizás era como una diabla más malvada que cualquier otra soberana manipuladora. O como la personificación de un paraíso terrenal que levantaba las faldas de su brillante kimono para seducir las almas, mientras una lasciva risa se derramaba de las comisuras de su boca.
La putrefacta voluntad, corazón e intelecto de Midas se reunían en piletas estancadas y reinaban sin cuestionamientos sobre una oscuridad que no cedía ante nadie.
Por todo lo anterior, Midas era apodada el Distrito del placer. La infame ciudad era un satélite urbano de la metrópolis central de Tanagura, que estaba gobernada por Lambda 3000, la gigantesca supercomputadora conocida como “Júpiter”. Sus recintos virtualizados estaban dotados de todo tipo de entretenimientos que complacían y respondían a los deseos y necesidades de los seres mortales. Podían encontrarse casinos, bares, burdeles y todo lo que la industria del entretenimiento tuviera por ofrecer.
En Midas, la moral y los tabúes no existían. Solo la noche llena de salaces, suspicaces y superficiales delicias. Allí, las horas se consumían hasta el amanecer entre las luces y el bullicio.
Pero detrás de esa deslumbrante apariencia exterior, se escondía una cara más repulsiva: la grotesca faceta de Midas que proporcionaba un interminable banquete de placeres, donde los más bajos instintos, expresados sin restricción alguna, y el deseo humano, eran dejados al descubierto.
La desinhibida promiscuidad y las seductoras luces atravesaban la oscuridad, y a los pies de aquellas enormes trampas de tentación para las ratas, el gentío se regocijaba entre las lentas y cálidas brisas. El meloso aire de Midas enredándose en torno a las lánguidas extremidades de los hombres, no era más que un afrodisíaco que nublaba la razón y corrompía tanto la mente como el corazón.
Sin embargo, aquellas embriagadoras sensaciones se desvanecían al atravesar los anillos concéntricos que constituían el centro de Midas—Área 1 (Lhassa) y Área 2 (Flare). Durante el tiempo que le tomaba al frío aire nocturno disiparlas, el paisaje urbano cambiaba por completo.
Las afueras de Midas. La autónoma y especial Área 9. Ceres. La repudiada “Entrepierna de Midas”. Los barrios bajos. Hasta los propietarios del Distrito del Placer fruncían el ceño en señal de disgusto y nunca la tomaban en cuenta.
No había murallas separando Ceres de las áreas adyacentes, ni láseres de seguridad que impidieran el paso a los intrusos. Sin embargo, las distancias separando aquí de allá revelaban el abrupto cambio en el escenario, obvio para cualquiera que no estuviera ciego.
No se veía el menor rastro de presencia humana en las derruidas y sucias calles. Ni qué decir de la marea de llamativos neones salpicando las noches de Midas, que era como un mundo aparte, iluminando con un sucio resplandor café las viejas paredes de los edificios.
Su extraña y libertina apariencia mostraba que el indiferente paso del tiempo se había reflejado de repente, deformando el pasado y el futuro en una dirección inesperada.
Tal como lo hacía el entusiasmo inagotable que emergía del Distrito del Placer. Tal como lo hacían las coquetas voces imbuidas de lisonja que se esparcían por el viento. Nadie llegaba hasta esa tierra baldía excepto los extraviados que cedieran ante la confusión que provocaban los horribles y ominosos colores.
Ceres era el hogar de la escoria que quedaba atrás en el polvero de la época. Toda iniciativa por deshacerse de lo malo se había perdido. Y cualquier capacidad de reforma o purificación que pudo haber resucitado la comunidad alguna vez, había muerto hacía mucho.
Los únicos sonidos que alcanzaban a escucharse eran los ocasionales siseos de resentimientos profundamente arraigados y suspiros depravados, sembrando el hedor a putrefacción y muerte, día y noche. Nada podía prosperar en aquella tierra envenenada, ni la gente ni una ciudad. Crecer acostumbrado a la constante lluvia de desprecio, los sueños de la gente se estropeaban y morían en los barrios bajos.
Para los ciudadanos de Ceres, la metrópolis central de Tanagura (donde todo era y seguiría siendo perfecto hasta el final de los tiempos) estaba lejos, muy, muy lejos. Un mundo inimaginablemente distinto. Allí no se les permitía ni besar los pies de Midas, esa vanidosa déspota de la noche.
Vivían en Ceres con la dolorosa realidad de su presente y los fantasmales sueños de un pasado desastroso. Nunca nadie les prometió un jardín de rosas.

            Aquel día las pesadas y plomizas nubes surcaron los cielos con una imprevista rapidez. El clima de algún modo se había estado conteniendo durante la mañana para empeorar en las horas de la tarde. En el transcurso de diez minutos, el repentino aguacero se transformó en una violenta tormenta eléctrica.
            La lluvia cayó incesante sobre la tierra como para liberar a los barrios bajos de su existencia. Los desagües en las calles, taponados de basura, se obstruyeron y se desbordaron. Sin tener a donde ir, la escorrentía se convirtió en un río arrasador que se llevó todo a su paso.
           

Y la noche cayó.
Después de haber sembrado el caos, la tormenta cesó dejando atrás un cielo salpicado de estrellas. Solo por esa noche, la típica sombría oscuridad resultaba extraña y aliviadoramente clara.
El ambiente de la noche por sí solo se antojaba refrescante. Los jóvenes de los barrios bajos habían permanecido resguardados en sus madrigueras debido al aguacero de la tarde. Ahora estaban ocupados ventilando todo el calor almacenado ahí dentro.
Los amigos bebían alcohol y se apresuraban a inmergirse en encuentros sexuales instigados por la ayuda de las drogas. Esto no era nada inusual para los pandilleros peleoneros que merodeaban el lugar en busca de problemas.
El balance de poder en el Área 9 cambiaba a menudo. Podía decirse que, a pesar de aplicarles abundante herbicida, algunas especies de malas hierbas volvían a la vida eventualmente tras la lluvia. Sin embargo la mayor parte poseía tan poco entusiasmo e interés que ni los chismes sobre golpes de Estado y rivalidades internas eran tomados en serio. Estos conflictos entre pandillas difícilmente llegaban a considerarse auténticas rivalidades.
El sitio estaba atestado de canallas y fortachones, pero ninguno poseía el carácter suficiente para pararse en la raya y empezar a abrirse camino. Al final, no obstante,  no había forma de negar estas guerras territoriales en curso, cuya violencia podía ser, en gran parte, la causante de la deterioración del orden público en los barrios bajos.

Hacía poco que se había desatado la guerra por la supremacía en el Área 9 entre los Jeeks y los Mad Dog Maddox, que luchaban por recuperar el poder perdido. Se decía que se trataba de una pelea entre los nuevos y viejos regímenes, y que mientras tanto, terceras partes poderosas se ocultaban en las sombras a la espera del momento adecuado para atacar.
Fue de esta manera que, por casi cuatro años, en vez de poner en riesgo sus vidas y su credibilidad, y simplemente tomar lo que necesitaban, el pelearse hasta por las sobrasgarantizando una moderación mutua a través de la cobardía mutuase convirtió en una práctica común.
Tiempo atrás, Bison comandaba la zona libre de fuego del Área 9, también conocida como “Hot Crack”. Pero se separaron de repente estando en la cima de su éxito, y no había habido quien los reemplazara desde entonces.
 Ahora todo se reducía a los Jeeks o a los Maddox.
“Tan solo queda dar el tiro de gracia,” se jactaban los bocazas. Pero para ello faltaba un elemento decisivo: una fuerza de voluntad que atrajera seguidores y multiplicara el poder colectivo de sus fuerzas individuales.
Los barrios bajos habían conocido una vez a un hombre que poseía ese carisma extraordinario. El chico había dejado el centro de crianza de Guardián a la edad de trece años sin ninguna posición especial o privilegio, y sin embargo, en un tiempo increíblemente corto se había hecho conocido y respetado entre la gente de los barrios bajos.
No porque su apariencia fuera sorprendente. Tampoco era un lambiscón, ni se arrodillaba ante nadie, ni era sencillo ganarse su confianza. Quienes lo conocían aseguraban que todo se debía a la naturaleza superior de su personalidad, tan inusual a su corta edad.
“Es el típico Varja,” decían. “No se doblega ante nadie.”
Todos los residentes de Midas habían oído hablar sobre la mítica criatura llamada Varja, también conocida como Ragon, un dios demoniaco del inframundo, o Grendel, el destructor de almas. Una bestia depredadora que podía destrozar una extremidad con tan solo una mordida de sus poderosas fauces y sus colmillos afilados. Una esquiva quimera alzando el vuelo con las cuatro alas de su espalda, cubierta por un brillante y cautivador pelaje azabache.
Por un lado, comparaban al chico con Varja porque tenía el cabello y los ojos muy negros, rasgos únicos hasta en los barrios bajos que lo rebajaban a ser un mestizo de sangre impura.
Por el otro, se debía a la ferocidad calculadora que nunca se esperaría proviniera de tan delicada apariencia. Si la “supervivencia de los más aptos” era la ley de la selva, entonces que el débil buscara la amistad de los fuertes para estar junto a ellos era una peculiaridad especial del comportamiento humano.
De cualquier modo, él no prestaba atención a esos cumplidos lambiscones sin sentido que le hacían. Y dejaba bien en claro que él no exigía nada a cambio de un favor. Esto se debía a que a su lado siempre tenía a su “pareja”, una persona que, se podía decir, era su “media naranja”. No era ninguna exageración afirmar que no tenía ojos para nadie que no fuera ese muchacho.
Teniendo en cuenta que una persona maduraba con los años por la experiencia acumulada a lo largo de su vida, existían otros cuya personalidad superior no cedía ni a la edad ni al género. Cada movimiento suyo era estudiado con minucioso detenimiento, interés y curiosidad, y sin embargo, él no le daba mayor importancia a estas atenciones en el curso de su diario vivir.
            No obstante, no hubo piedad ni reserva en la mano que tan modestamente barrió las chispas que iluminaban su persona. Y ni eso pudo impedir que el círculo de los que quedaban encantados por su carisma siguiera en aumento. Con él comandando la tropa, era lógico que Bison saltara de pronto a la cabeza del éxito.
            Pero entonces aquel día. Como una bomba que estalla repentinamente, Bison se desintegró en el aire. Los barrios bajos contemplaron incrédulos lo sucedido, enmudecidos por el asombro. Se acabó, así nada más.
            No había vuelta de hoja. La noticia de que Riki se había retirado de Bison se extendió. ¿Por qué? ¿Con qué motivos?
            Un extraordinario shock recorrió los barrios bajos, junto con una ráfaga de obscenidades y rumores exagerados disfrazados de conjeturas. La verdad sobre la disolución de Bison permaneció envuelta en un misterio.
            Solo él podía liderarlos. Fuera cual fuera la verdad tras la desaparición de Bison, a la pandilla le faltaba el fuerte centro de gravedad de Riki y simplemente dejó de existir. Y así Bison se extinguió, dejando tan solo una conocida leyenda urbana a su paso.

            Habían pasado casi cuatro años desde entonces.
            Los miembros originales de Bison se habían restablecido progresivamente a su manera (aunque era difícil afirmar que habían hecho un buen trabajo en cuanto a eso), y el vecindario se había vuelto intranquilo.
Naturalmente, durante esos cuatro años un buen número de pretenciosos había tratado de superarlos y aumentar la fama callejera de sus propios grupos. Bison podía haberse disuelto, pero su fuerte presencia continuaba sintiéndose, y los jovencitos ansiosos de poseer aunque fuera la más ínfima porción de esa gloria, realizaban tentativas transparentes para ganárselo.
Mientras que hubo quienes, tanto en público como en privado, se proclamaban a sí mismos los restos de lo que Bison había sido, la ex pareja de Riki y el resto de los veteranos de Bison resistían la tentación, sin importar cuan solícitas se tornaran las adulaciones. Después de saborear la emoción de estar hombro a hombro con Riki y formar parte de su pandilla, nada podía ocupar su lugar.
Del mismo modo en que el agua estancada se pudría, las cualidades de un conflicto cambiaban con el tiempo. Los que no podían manejar la creciente marea de la época estaban destinados a quedarse atrás y a besar el trasero de alguien más.
Visto desde esa perspectiva, la decisión de los antiguos miembros de Bison era una sincera. Sus glorias pasadas habían sido cruelmente reducidas a pedazos. Evitar la humillación de convertirse en la perra de otra persona podía, por lo menos, ser considerado como un logro.
Y sin embargo, ahora surgían quienes celebraban su presencia en el puro desprecio. Aferrándose a la ultraderecha estaban Jeeks y Madox. Jeeks de los Hyper Kids y Mad Dog Maddox. No importaba lo mucho que extendieran su poder e influencia en los barrios bajos, los otros grupos les trataban con frialdad.
“¡No se parecen en nada a Bison!”
“¡Poseros! ¡No son más que imitadores baratos!”
Se les gritaba y comparaba con Bison—siempre era la misma visceral y odiosa reacción.
Bison. ¡Bison! ¡Bison!
Sin dudas, los que se veían a sí mismos como las grandes influencias de los barrios bajos se habían hartado de escuchar ese nombre. No les enorgullecía enfrentarse a las pretensiones de una leyenda que ahora era una sombra de lo que solía ser. Y era esa la razón por la cual prometieron que, de una vez por todas, acabarían los restos podridos del nombre “Bison” y todo lo asociado con él.

Las dos lunas circulares nunca habían estado tan hermosas, tiñendo el cielo nocturno con un brillo aliviador.

“Haa—haa—haa—”

Jadeando, Kirie presionó su rostro contra la pared derruida de un callejón trasero desocupado y tomó un largo y profundo respiro. Había salido de su habitación para dirigirse al habitual punto de reunión,  pretendiendo juntarse con sus compañeros. Entonces, ¿qué demonios estaba pasando?
¡Hijos de perra! Montón de rufianes sucios y ruines
El ataque sorpresa había salido de la nada. De alguna manera esquivó el primer golpe, y después de eso se apartó, corriendo como un loco, tratando de sacarse de encima a sus perseguidores. Ahora no tenía ni la más mínima idea de donde se encontraba.
¡Mierda!
El corazón le latía como un tambor. Sudaba demasiado. Lo único que lograba escapar de la prisión de hierro que era su boca, eran los bramidos sofocados de su rabia.
¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda!
Maldecir era lo único que podía hacer en su estado mental actual. Kirie se limpió el sudor escurriéndole por la frente. Fue cuando, en lo que registraba los alrededores, una flama roja brotó inesperadamente de la oscuridad a lo lejos.
Agachó la cabeza por instinto, espantado. Mientras, echó un rápido vistazo por encima de la pared y observó vagamente que alguien estaba sentado sobre la pila de escombros de la edificación destruida de enfrente. El corroído callejón estaba pintado con las sombras de la noche, iluminado solo por la precaria luz azul de las dos lunas dando vueltas sobre su cabeza.
El punto rojo que brillaba probablemente provenía de un cigarrillo encendido. ¿En qué diablos estaba pensando ese sujeto, fumando en un lugar como ese? Levantó las cejas ante la pregunta a la vez que el sonido de unas pisadas aproximándose, hacían eco en el callejón.



“¿Está ahí?”
“Neh. Al parecer se ha largado.”
“Te dije que no debíamos perder el puto tiempo así, sino ir directamente a por él.”
“¿Qué demonios dices? El bastardito era rápido.”
El registro alto de sus tonos sugería que se trataba de chicos tan jóvenes que sus voces aún no habían cambiado. Sus oscuras siluetas resoplaban con irritación.
“¿Qué vamos a hacer ahora? Nos vio.”
La atmosfera que los rodeaba estaba cargada de miedo y odio.
Superaban en número a Kirie. Si lo descubrían, tenía más o menos una de diez posibilidades de salir sin presentar daños considerables en el enfrentamiento. Consciente de la realidad acorralándolo, se hundió aún más en la oscuridad, apenas arreglándoselas para contener la respiración.
“Gran cosa. Le prendimos fuego en el culo. Eso debería ser suficientemente bueno, ¿huh? No nos lo pensaremos dos veces la próxima vez. Lo volveremos mierda.”
Kirie apretó los puños y los dientes al escuchar esas declaraciones que le punzaban en el pecho. Listillos. El mismo Kirie era un chico que solo llevaba tres años viviendo en la colonia, pero el mundo de las calles indicaba que los miembros de los Jeeks eran todos unos adolescentes de menos de quince años. En otras palabras, eran niños temerarios apenas empezando a acostumbrarse a las diferencias entre la vida en el centro de crianza y la vida en los barrios bajos.
Por las mismas razones, Bison en sus buenos tiempos había sido incluso más precoz y extremista que los Jeeks. A la edad de trece, les gustase o no, los niños de Bison estaban fuera de Guardián. Dejados a su suerte, no tenían otra opción más que apañárselas por su propia cuenta, y rápido.
Fue esa la única razón por la que los miembros sobrevivientes de la pandilla se habían convertido en una constante molestia para los Jeeks. Nunca desaprovechaban la oportunidad para criticar a los revividos Bison como una mala imitación de su propia antigua agrupación, porque siempre que Bison existiera, todo lo que los Jeeks hicieran sería comparado con esa imagen que los mestizos idolatraban.
Que Riki siguiera constituyendo un ídolo solo empeoraba las cosas. Contar con una racha ganadora consecutiva lo convertía en un fantasma con una historia, del que se hablaba mucho.
Pero independientemente de lo que hubiera sido entonces, el simple hecho de pasar esos días junto a Bison representaba una puñalada en la espalda en un callejón oscuro, y Kirie empezaba a hartarse de su situación actual. De todas formas, sabía que inventar excusas poco convincentes sobre el lío en que acababa de meterse no serviría de nada.
Los chicos que habían formado alianza con Jeeks no iban a descansar hasta arrancar de raíz a cualquier persona asociada con Bison.
Uno de los impetuosos muchachos de Jeeks finalmente notó al sujeto que fumaba en la cima de la pila de ladrillos. “¡Oye, hijo de puta! ¿Qué estás haciendo aquí?”
La insolencia y arrogancia presente en la pregunta era la manera que tenía el chico de manifestar su irritación por haber permitido que su anterior presa se le escapara. Pero la respuesta que recibió no fue la que esperaba.
“Este no es lugar para que los niños merodeen a estas horas de la noche. Así que no me jodan y lárguense a sus casas.”
El sujeto contestó empleando un tono de voz inesperadamente autoritario, y debajo de su entonación juguetona residía una amenaza que debió haber sonado aún más afilada a estos chicos temerarios. Kirie se encontró a sí mismo gruñendo por lo bajo. “Menudo idiota debe ser ese tío.”
Sabía que los chicos que tenía delante trabajaban para Jeeks. Si el sujeto estaba buscando pelearse con ellos, entonces debía tener los huevos del tamaño de un ancla de barco. Si no, era el imbécil más grande del planeta.
“Si tuvieras idea de con quién estás hablando, abuelo, te lo pensarías dos veces antes de abrir esa bocota que tienes.” El chico prosiguió, tratando de salvar su honor herido como miembro de los Jeeks. “Si no, estaremos encantados de enseñarte. Trata de no mojar tus pantalones.” Obviamente sintiendo que le habían faltado el respeto, el chico iba a devolver dos veces lo que le habían dado. “Es muy tarde para que vayas a llorarle a tu mamá.”
Ahora estaban determinados a ir a por él. Buscando desahogarse, el sujeto parecía ser el objetivo perfecto. “Sí, exacto. Estás hablando con la pandilla de Jeeks.”
“¿Jeeks?” replicó el sujeto con una falta de ánimo que bordeaba con la decepción. “Perdona, no lo conozco. ¿Acaso es él quien les cambia los pañales cada noche?”
Incluso sin el sarcasmo, su manera de hablar sugería que aquello se trataba de algo más que una broma, y Kirie no pudo sino quedarse boquiabierto. Debe estar mal de la cabeza, pensó, las palabras estuvieron cercanas a escapársele en un jadeo de incredulidad.
“¿No lo sabes? ¿No sabes quiénes son los Jeeks? Dime, ¿qué tan estúpido eres?”
“Está bien. Si no nos conoce, pues se lo enseñaremos.”
“¡Y de la peor manera! ¡Le daremos una paliza que lo dejará agonizando!”
Los chicos ya se sentían extremadamente ofendidos e irritados.
Y sin embargo, el sujeto habló otra vez. “Creen que conocen los barrios bajos. Esa es nueva.” Estaba llevando las cosas a su propio ritmo, directo hasta el final.
“Baja de ahí, abuelo. Vamos a ponerle un tapón a esa boca tuya y a rasgarte una nueva.”
“Vale, vale. Juguemos entonces. Se nos acaba el tiempo.” El sujeto descendió de la pila de escombros.
Un cuchillo laser desgarró la oscuridad. En lugar de echarse para atrás muerto de miedo, el sujeto se hizo a un lado con agilidad, agarró el brazo que el chico había utilizado para atacarlo y le metió un puñetazo sólido de vuelta. Entonces, tomando al chico desprevenido, le estampó una patada giratoria en el cuerpo, sin piedad.




Una extraña sombra los rodeó. ¡Imposible! Puro asombro. ¡No era posible! Tenían que estar soñando.
No era simplemente una diferencia en sus constituciones físicas. Esa forma tan precisa de esquivar y atacar, tomó a todo el mundo por sorpresa. Retrocedieron titubeantes, boquiabiertos. El método que los “Jeeks” tenían para hacer las cosas era perseguir y acorralar su presa, después se juntaban y golpeaban donde era más débil. No perdían el tiempo. Compensaban sus deficiencias físicas con la cantidad y el dolor entregado, así que quien suplicaba misericordia, lloriqueaba como un bebé y se alejaba a rastras hecho un desastre deforme, era siempre la presa.
Pero dicho plan de juego, bien coordinado y aprendido, había sido invertido fácilmente por un solo sujeto—
Envuelto por la oscuridad, Kirie murmuró para sus adentros. “¡Hostia puta!”
“Ojo por ojo, esa es la ley de los barrios bajos. Y de paso, lo mismo cuenta para los músculos y los huesos.” El sujeto se paró despreocupadamente bajo la luz de una farola sucia, como si emergiera de la oscuridad directo hacia los reflectores.
“Como sea, me da lo mismo. Si están planeando huir, ahora es el momento.” Curvó ligeramente las comisuras de su boca. “De lo contrario, ¿qué les parece si continuamos hasta que escupamos sangre?” preguntó, riéndose con alegre despreocupación.

Noche de viernes.
Un inusual arcoíris lunar trazaba una curva a lo largo del cielo de la profunda y quieta noche. En una habitación del edificio destartalado que usaban como guarida y cuartel general, los ahora legendarios miembros de Bison pasaban las largas y tediosas horas.
Hacía mucho tiempo, dichos rufianes se habían hecho reconocidos, recorriendo los barrios bajos, poniendo el sitio de cabeza. Pero por el momento se reagrupaban sin enseñar los colmillos ni las garras ante cada provocación. O al menos así era como los espectadores ocasionales los percibían ahora.
La tasa de empleo era miserable para los chicos que pasaban día y noche persiguiendo rivalidades entre bandas, dejando los barrios bajos sumidos en una escasez crónica de mano de obra para trabajar. Dejando de lado la calidad real de los trabajos, llevar comida a la mesa como la “gente normal” no era un problema.
Por supuesto, como habitantes de los barrios bajos, no tenían ni idea de lo que la “gente normal” esperaba en cuanto a estándares de vida.
Incluso sin sueños o aspiraciones, laborar bajo el peso de la impotencia y la inactividad, los seres humanos tenían que comer. El hambre constituye la base en la jerarquía de las necesidades del hombre. Nadie en los barrios bajos quería tener servicio de comidas y cenas de seis platos, pero nadie deseaba tampoco estar hambriento y morir como un perro.
La comida no se distribuía igualitariamente, sino más bien de acuerdo a la dureza del trabajo, y era solo cuando alcanzaban los treinta años, cuando el optimismo de los jóvenes se había hecho tan rancio que luchaban a brazo partido con su dolorosa realidad. Aunque  este ajuste de cuentas, sin dudas, les llegaba más rápido de lo esperado.

Rotándose una botella de “tripper”, una cerveza negra fuerte que los hacía alucinar, Kirie hizo una pausa y habló, como si la idea se le hubiese ocurrido de repente, “¿Lo han oído? Hoy se celebra la apertura de un mercado en Mistral.”
“¿Un mercado?” inquirió Sid, con una sorpresa evidente en los ojos. “¿Te refieres a una Subasta de Mascotas?”
Kirie asintió lacónicamente.  “La cosa es, que esta vez son mascotas manufacturadas por la Academia. Seguro que hasta los ricachones de Kahn y Regina están saltando de la emoción. Se rumora que los precios de las ofertas estarán diez veces por encima de lo normal.”
¿En dónde rayos ha escuchado aquello? Todos ellos se creían bastardos callejeros que todo lo sabían, pero Kirie era siempre el primero en enterarse de las cosas.
“Pedigrís pura sangre, ¿eh?” dijo Guy para sí mismo.
“No tiene nada que ver con nosotros,” replicó Luke.
“No es por compararnos con esas mascotas de la Academia ni nada, pero si tuviéramos el tiempo y el dinero, y nos puliéramos un poquito, no resultaríamos tan mal tampoco. Exceptuando claro nuestro pequeño problema de actitud. ¿No, Riki?”
Kirie posó su mirada bicolor, un ojo gris y otro azul, sobre Riki y se rió. Como para expresar su falta de interés en el asunto, Riki tomó un trago de cerveza. Esa abierta demostración de actitud provocó que Kirie juntara las cejas. Después de todo, ser ignorado delante de todo el mundo era más irritante que alguien mostrándose en desacuerdo con él.
Incluso cuando Bison lo había hecho a un lado como un intruso precoz, nunca lo habían tratado de la forma en que Riki lo hacía. El comportamiento de Riki hacia él se sentía como una fuerte bofetada en la cara.
Hijo de pu
Apretando los dientes, Kirie se acordó de la noche en que Guy había traído a Riki sin avisar, a su punto de reunión habitual.  Todos estuvieron demasiado sorprendidos para decir algo por uno o dos largos segundos, y entonces, acto seguido, todo el mundo estaba repitiendo su nombre en una voz cálida y extrañamente alta.
“¡Riki—!”
“¿Riki?”
“¿Dijeron Riki? ¿En serio?”
Kirie lo conocía. Ahí, delante de sus propios ojos estaba el cabello y los ojos negros que recordaban una auténtica manufacturación de calidad de la Academia. Ese era el hombre que había sido denominado alguna vez el “Carisma” de los barrios bajos.
Kirie podía acordarse ahora incluso de la indescriptible, casi embriagadora sensación que se había apoderado de él, y todo eso era culpa de esa noche de hacía tres días. Había sido grabado a fuego en sus retinas, fuera por pura casualidad o el inevitable destino: el hombre que había liderado Bison fue el que se había plantado cara a cara con los chicos que llamaban líder a Jeeks—el mismo Jeeks que se refería a sí mismo como el exterminador de Bison—y les había pateado el culo un instante después.
“Irónico,” tenía que decir que era. No, un milagro. Ver a esta leyenda viviente por segunda vez, esta leyenda con la que nunca creyó volver a toparse, emocionó a Kirie hasta el centro de su ser, de una forma que era distinta de todos los otros miembros de Bison.
Pero no había prestado demasiada atención  a lo que había pasado esa noche en frente de todo el mundo. Así que, ¿por qué Riki se mostraba tan frío con él únicamente? ¿Era porque, de entre todos los integrantes de la pandilla, Kirie era el único rostro que Riki no conocía? Quizás la leyenda no se sentía cómoda entablando una conversación muy familiar durante su primer encuentro.
Pero incluso después de considerar estos hechos, Kirie no estaba conforme. Como resultado, caviló y caviló sin llegar a ningún lado y se retiró de la plática también. Aunque no lo entendía. Tal vez le había caído mal a Riki; le había dado esa sensación desde que se conocieron. O de pronto alguien le había hablado mal. Nadia le había dicho nada en la cara directamente.
La severidad de la mirada que Riki le dedicó tenía un borde que no dejaba lugar a otra impresión. Un comentario ácido o sarcástico habría sido mejor recibido, porque de ser así, hubiera sido posible contestarle con algo. Pero Riki no estaba dándole la oportunidad.
Lejos de ello. Kirie estaba siendo desairado por completo, un hecho que encontró realmente deprimente. Entornó los ojos con ira. Aparentemente inconsciente de todo eso, Riki no intentó bajar la mirada en lo que se alejaba. Kirie frunció el ceño todavía más enojado al considerar aquello una reafirmación del rechazo anterior.
Enseguida, como si hubiese estado esperando el momento oportuno, Guy habló con suavidad. “¿Qué pasa contigo, Kirie? ¿Quieres tu propio collar personalizado?”
Kirie chasqueó la lengua ligeramente ante la oportunidad perdida. Tomó aire para contener sus emociones y respondió con una risa forzada. “Sí, obvio. También me gustaría un dueño que me mantuviera proporcionado con cerveza Dublin de la fuerte y le lamería hasta las suelas de los pies.”
Dicho comentario sacó a Riki de sus casillas. Su expresión indiferente de pronto se tornó tan fría que Kirie inconscientemente apretó los puños en lo que se encogía. Por razones que escapaban a su comprensión, la mirada metálica de Riki hizo que se le congelara la sangre. Sintiendo el peso completo de la irritación de Riki, las frustraciones que había reprimido estuvieron a punto de arder en llamas.
¡Cuál es el problema con este hijo de puta!
Esa mirada silenciosa y gélida, inmovilizó a Kirie, y simplemente no pudo encontrar la voz a pesar de la sofocante sensación de indignación. Todo lo que restaba era el desprecio personal por su propia torpeza, y estaba abriéndole un agujero en la boca del estómago.
A ese punto, sentado a su derecha, Luke habló con el suspiro de una sonrisa levantándose en sus labios. “Oye, despierta, maldito idiota. No estarás pensando de verdad en convertirte en una especie de mascota mestiza de baja calidad, ¿O sí?”
Nadie se rió. Porque era la pura verdad, no algo sobre lo que la gente hacia bromas o comentarios sarcásticos. En un evidente esfuerzo por disipar esa atmósfera desagradable, Norris interrumpió con un tono de voz enojado. “A la mierda con eso. ¿Qué les pasa a Jeeks y a esos bobalicones que le siguen?”
“Sí, sí. No tengo idea de por qué, pero últimamente han estado jodiéndonos de verdad.”
“Pero escuché que el otro día se encontraron con un chico que los hizo mierda.” Diciendo que se trataba de un rumor, Kirie les contó lo que sabía casualmente mientras miraba a Riki.
Riki no reaccionó en lo más mínimo.
“Bueno, eso debió ser un regalo divino. De cualquier forma, debemos aprovechar la oportunidad para reclutar algunas cabezas. Para los principiantes, eso calmaría los humos por aquí.”

Sin dar ninguna indicación de si estaba escuchando o no, Riki bajó la mirada y sorbió el último trago de cerveza de la botella. El alcohol tocó su boca con una amargura particular que le apuñaló la lengua, aunque esta vez la gratificante sensación se le antojó a Riki de una manera que era distinta de la habitual.  Esta vez era viciosa, pesada y oscura, de una forma que era difícil describir.
Debe ser solo mi imaginación.
Riki tragó despacio la cerveza mientras le daba vueltas al asunto en su cabeza. En cuanto a calentar su pecho respectaba, era mejor drogarse con bebidas espirituosas un poco más suaves para la lengua, pero eso era lo mejor que podía esperar obtener ahí.
Entre los enfrentamientos de la guerra de pandillas, había dado un paso atrás e interpuesto una distancia segura entre él y los chicos de ojos salvajes que merodeaban el Distrito del Placer en busca de emociones y ganancias. Pero eso no quería decir que había abandonado “la causa” y se hubiera rendido a ganarse el pan de cada día con el sudor de su frente.
Cada año más y más jóvenes atestaban el Área 9, pero los barrios bajos, surcando el corazón de Ceres como arterias, se había endurecido ya, y ninguno de ellos poseía la fuerza de voluntad para desgarrar el pecho y drenar la infección de sus órganos vitales.
Sin un amante rico y generoso, no había a quien mendigarle dinero. Estos muchachos, que eran prácticamente incapaces de extraer algún tipo de satisfacción de su propia juventud, se daban cuenta de que la lujosa y alucinante cerveza no era más que un sueño.
Un sueño. Hasta el licor que estaban consumiendo. Tres días antes, Luke se había topado con un almacén de supuesta “buena calidad” en algún lado, pero eso no significaba que hubiera probado la mercancía primero para cerciorarse de su verdadero valor. El licor adulterado era elaborado como un estimulante no autorizado. Era luz lunar.
Tomarse un trago de golpe en lugar de paladearlo despacio, era arriesgado. Si la suerte de un chico corría en su contra, las consecuencias estarían muy lejos de tratarse de un simple “mal viaje”: después de vomitar y retorcerse por un buen rato, el resultado final sería morir asfixiado.
            Eso explicaba la mala reputación del licor adulterado entre los estupefacientes a base de alcaloides, y sin dudas era la razón por la que lo peor de los mismos encajaba así de bien en los barrios bajos.
            Sin embargo, una vez que alguien se embriagaba, era un viaje sin peajes ni indicaciones. La gente se quedaba ahí acribillada en una euforia fantasmal, sus labios adquirían la mera forma de las palabras, el aliento que escapaba de sus tensas bocas sonaba como rocas al ser trituradas a pisotones.
            La cerveza se llevaba la carga de los chicos de los barrios bajos quienes no tenían otro medio para desahogar sus frustraciones. Sus almas permanecían insatisfechas incluso hablando en aras de la verdad. Y siempre estaba el problema de ser ignorados tan a la ligera, de que todo se resumiera en una única frase: “Simplemente así es este jodido mundo”.
            La cerveza los libraba, aunque temporalmente, de aquella realidad. Nadie les advertía nunca que una persona no debía consumir farmacéuticos no autorizados solo porque “podría ser peligroso”.

Habiéndose agotado los temas de conversación, los silencios vacíos que siguieron, lentamente comenzaron a llenar los espacios entre ellos.
En ese momento, una chispa inexplicable hizo espabilar a Luke, que se despertó y volvió sus vidriosos ojos hacia Riki. “¿Qué te pasa, hombre? Estás ahí con el culo aplastado en el asiento, poniendo esa cara molesta de mierda. Lo digo en serio, te ves patético.”
Algo pareció estar reptando en la turbia mirada de Luke en lo que sus ojos se deslizaban por el cuerpo de Riki como la lengua de un gato que acicala su pelaje.
“No me digas que te convertiste en un viejo senil que cuenta y recuenta las mismas historias sobre la guerra todo el día o algo por el estilo.”
            Siempre era así. Había crudeza en su voz y en su mirada un dejo que era suficiente para ponerle los pelos como escarpias. Riki atribuyó eso a que la cerveza comenzaba a surtir su efecto y no le dio mayor importancia.
            Los latidos de su corazón se fueron aplacando lentamente con el pasar del tiempo. Su virilidad, recobrando gradualmente la fuerza, fluyó hacia sus extremidades con un ritmo extraño y ondulante. Reclinándose en el sofá de forma relajada, Riki estiró los brazos y las piernas, y respiró hondo.
Cerró los ojos. No podía ver ni oír nada. Solo sentir los débiles indicios de algo parecido al letargo. Su cuerpo y su alma fueron encantados por aquellas hipnóticas sensaciones. Cada respiro que tomaba lo dejaba aún más engatusado.
La oscuridad llenó el interior de sus cuencas. Mientras un caleidoscopio de colores se iba apoderando de su vista, Riki fue perdiendo interés en absolutamente todo salvo el placentero entumecimiento que lo acometía.

            Y entonces Guy, escrutando por encima de su hombro a Riki, le pareció avistar en la tenue sonrisa que se extendía por su cara, un reflejo de los tres años perdidos, y dirigió su mirada al suelo.

Notas de la traductora: Al final blogger ha decidido no implementar su asquerosa política anti porno así que continuaré en este lugar como veníamos haciendo. Pido un poco de indulgencia por estar publicando los capítulos pasados que no quise traducir en un principio. No tardaré mucho en llegar hasta donde íbamos. Gracias por leer.

2 comentarios:

  1. Te amodoro Vicio!!!!
    Tenía tanta ganas de leer el segundo capítulo.

    Besos y hasta pronto!!

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    1. También te amodoro mucho!! <3 <3 <3
      Ahí está todo para ti. Espero actualizar más de seguido para terminar la historia rápido. Saludos. n.n

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