Midas, la ciudad del pecado, era
como una tirana que despreciaba el silente y tranquilo paso de las horas de
media noche.
O quizás era como una diabla
más malvada que cualquier otra soberana manipuladora. O como la personificación
de un paraíso terrenal que levantaba las faldas de su brillante kimono para
seducir las almas, mientras una lasciva risa se derramaba de las comisuras de
su boca.
La putrefacta voluntad,
corazón e intelecto de Midas se reunían en piletas estancadas y reinaban sin
cuestionamientos sobre una oscuridad que no cedía ante nadie.
Por todo lo anterior, Midas era apodada el Distrito del placer. La
infame ciudad era un satélite urbano de la metrópolis central de Tanagura, que estaba
gobernada por Lambda 3000, la gigantesca supercomputadora conocida como
“Júpiter”. Sus recintos virtualizados estaban dotados de todo tipo de
entretenimientos que complacían y respondían a los deseos y necesidades de los seres
mortales. Podían encontrarse casinos, bares, burdeles y todo lo que la
industria del entretenimiento tuviera por ofrecer.
En Midas, la moral y los tabúes no existían. Solo la noche llena
de salaces, suspicaces y superficiales delicias. Allí, las horas se consumían hasta
el amanecer entre las luces y el bullicio.
Pero detrás de esa deslumbrante apariencia exterior, se escondía
una cara más repulsiva: la grotesca faceta de Midas que proporcionaba un interminable banquete de placeres, donde los más
bajos instintos, expresados sin restricción alguna, y el deseo humano, eran
dejados al descubierto.
La desinhibida promiscuidad y las seductoras
luces atravesaban la oscuridad, y a los pies de aquellas enormes trampas de
tentación para las ratas, el gentío se regocijaba entre las lentas y cálidas
brisas. El meloso aire de Midas enredándose en torno a las lánguidas
extremidades de los hombres, no era más que un afrodisíaco que nublaba la razón
y corrompía tanto la mente como el corazón.
Sin embargo, aquellas embriagadoras sensaciones se desvanecían al atravesar los anillos concéntricos que
constituían el centro de Midas—Área 1 (Lhassa) y Área 2 (Flare). Durante el tiempo que le tomaba al
frío aire nocturno disiparlas, el paisaje urbano cambiaba por completo.
Las afueras de Midas. La
autónoma y especial Área 9. Ceres. La repudiada “Entrepierna de Midas”.
Los barrios bajos. Hasta los propietarios del Distrito del Placer fruncían el
ceño en señal de disgusto y nunca la tomaban en cuenta.
No había murallas separando Ceres de las áreas
adyacentes, ni láseres de seguridad que impidieran el paso a los intrusos. Sin
embargo, las distancias separando aquí de
allá revelaban el abrupto cambio en
el escenario, obvio para cualquiera que no estuviera ciego.
No se veía el menor rastro de presencia humana en
las derruidas y sucias calles. Ni qué decir de la marea de llamativos neones salpicando
las noches de Midas, que era como un mundo aparte, iluminando con un sucio
resplandor café las viejas paredes de los edificios.
Su extraña y libertina apariencia mostraba que el
indiferente paso del tiempo se había reflejado de repente, deformando el pasado
y el futuro en una dirección inesperada.
Tal como lo hacía el entusiasmo inagotable que
emergía del Distrito del Placer. Tal como lo hacían las coquetas voces imbuidas
de lisonja que se esparcían por el viento. Nadie llegaba hasta esa tierra
baldía excepto los extraviados que cedieran ante la confusión que provocaban los
horribles y ominosos colores.
Ceres era el hogar de la escoria que quedaba
atrás en el polvero de la época. Toda iniciativa por deshacerse de lo malo se
había perdido. Y cualquier capacidad de reforma o purificación que pudo haber
resucitado la comunidad alguna vez, había muerto hacía mucho.
Los únicos sonidos que alcanzaban a escucharse
eran los ocasionales siseos de resentimientos profundamente arraigados y
suspiros depravados, sembrando el hedor a putrefacción y muerte, día y noche.
Nada podía prosperar en aquella tierra envenenada, ni la gente ni una ciudad. Crecer
acostumbrado a la constante lluvia de desprecio, los sueños de la gente se
estropeaban y morían en los barrios bajos.
Para los ciudadanos de Ceres, la metrópolis
central de Tanagura (donde todo era y seguiría siendo perfecto hasta el final
de los tiempos) estaba lejos, muy, muy lejos. Un mundo inimaginablemente
distinto. Allí no se les permitía ni besar los pies de Midas, esa vanidosa
déspota de la noche.
Vivían en Ceres con la dolorosa realidad de su
presente y los fantasmales sueños de un pasado desastroso. Nunca nadie les
prometió un jardín de rosas.
Aquel
día las pesadas y plomizas nubes surcaron los cielos con una imprevista
rapidez. El clima de algún modo se había estado conteniendo durante la mañana
para empeorar en las horas de la tarde. En el transcurso de diez minutos, el
repentino aguacero se transformó en una violenta tormenta eléctrica.
La
lluvia cayó incesante sobre la tierra como para liberar a los barrios bajos de
su existencia. Los desagües en las calles, taponados de basura, se obstruyeron
y se desbordaron. Sin tener a donde ir, la escorrentía se convirtió en un río
arrasador que se llevó todo a su paso.
Y la noche cayó.
Después de haber sembrado el caos, la tormenta
cesó dejando atrás un cielo salpicado de estrellas. Solo por esa noche, la
típica sombría oscuridad resultaba extraña y aliviadoramente clara.
El ambiente de la noche por sí solo se antojaba
refrescante. Los jóvenes de los barrios bajos habían permanecido resguardados
en sus madrigueras debido al aguacero de la tarde. Ahora estaban ocupados ventilando
todo el calor almacenado ahí dentro.
Los amigos bebían alcohol y se apresuraban a inmergirse
en encuentros sexuales instigados por la ayuda de las drogas. Esto no era nada
inusual para los pandilleros peleoneros que merodeaban el lugar en busca de
problemas.
El balance de poder en el Área 9 cambiaba a
menudo. Podía decirse que, a pesar de aplicarles abundante herbicida, algunas
especies de malas hierbas volvían a la vida eventualmente tras la lluvia. Sin
embargo la mayor parte poseía tan poco entusiasmo e interés que ni los chismes
sobre golpes de Estado y rivalidades internas eran tomados en serio. Estos
conflictos entre pandillas difícilmente llegaban a considerarse auténticas
rivalidades.
El sitio estaba atestado de canallas y
fortachones, pero ninguno poseía el carácter suficiente para pararse en la raya
y empezar a abrirse camino. Al final, no obstante, no había forma de negar estas guerras
territoriales en curso, cuya violencia podía ser, en gran parte, la causante de
la deterioración del orden público en los barrios bajos.
Hacía poco que se había desatado la guerra por la
supremacía en el Área 9 entre los Jeeks
y los Mad Dog Maddox, que luchaban
por recuperar el poder perdido. Se decía que se trataba de una pelea entre los
nuevos y viejos regímenes, y que mientras tanto, terceras partes poderosas se
ocultaban en las sombras a la espera del momento adecuado para atacar.
Fue de esta manera que, por casi cuatro años, en
vez de poner en riesgo sus vidas y su credibilidad, y simplemente tomar lo que necesitaban,
el pelearse hasta por las sobras—garantizando una moderación mutua a través de la cobardía
mutua—se
convirtió en una práctica común.
Tiempo atrás, Bison comandaba la zona libre de
fuego del Área 9, también conocida como “Hot Crack”. Pero se separaron de
repente estando en la cima de su éxito, y no había habido quien los reemplazara
desde entonces.
Ahora todo
se reducía a los Jeeks o a los Maddox.
“Tan solo queda dar el tiro de gracia,” se
jactaban los bocazas. Pero para ello faltaba un elemento decisivo: una fuerza
de voluntad que atrajera seguidores y multiplicara el poder colectivo de sus
fuerzas individuales.
Los barrios bajos habían conocido una vez a un
hombre que poseía ese carisma extraordinario. El chico había dejado el centro
de crianza de Guardián a la edad de trece años sin ninguna posición especial o
privilegio, y sin embargo, en un tiempo increíblemente corto se había hecho
conocido y respetado entre la gente de los barrios bajos.
No porque su apariencia fuera sorprendente.
Tampoco era un lambiscón, ni se arrodillaba ante nadie, ni era sencillo ganarse
su confianza. Quienes lo conocían aseguraban que todo se debía a la naturaleza
superior de su personalidad, tan inusual a su corta edad.
“Es el típico Varja,” decían. “No se doblega ante
nadie.”
Todos los residentes de Midas habían oído hablar sobre
la mítica criatura llamada Varja, también conocida como Ragon, un dios
demoniaco del inframundo, o Grendel, el destructor de almas. Una bestia
depredadora que podía destrozar una extremidad con tan solo una mordida de sus
poderosas fauces y sus colmillos afilados. Una esquiva quimera alzando el vuelo
con las cuatro alas de su espalda, cubierta por un brillante y cautivador
pelaje azabache.
Por un lado, comparaban al chico con Varja porque
tenía el cabello y los ojos muy negros, rasgos únicos hasta en los barrios
bajos que lo rebajaban a ser un mestizo de sangre impura.
Por el otro, se debía a la ferocidad calculadora que
nunca se esperaría proviniera de tan delicada apariencia. Si la “supervivencia
de los más aptos” era la ley de la selva, entonces que el débil buscara la
amistad de los fuertes para estar junto a ellos era una peculiaridad especial
del comportamiento humano.
De cualquier modo, él no prestaba atención a esos
cumplidos lambiscones sin sentido que le hacían. Y dejaba bien en claro que él
no exigía nada a cambio de un favor. Esto se debía a que a su lado siempre
tenía a su “pareja”, una persona que, se podía decir, era su “media naranja”. No
era ninguna exageración afirmar que no tenía ojos para nadie que no fuera ese
muchacho.
Teniendo en cuenta que una persona maduraba con
los años por la experiencia acumulada a lo largo de su vida, existían otros cuya
personalidad superior no cedía ni a la edad ni al género. Cada movimiento suyo
era estudiado con minucioso detenimiento, interés y curiosidad, y sin embargo,
él no le daba mayor importancia a estas atenciones en el curso de su diario
vivir.
No
obstante, no hubo piedad ni reserva en la mano que tan modestamente barrió las
chispas que iluminaban su persona. Y ni eso pudo impedir que el círculo de los
que quedaban encantados por su carisma siguiera en aumento. Con él comandando
la tropa, era lógico que Bison saltara de pronto a la cabeza del éxito.
Pero
entonces aquel día. Como una bomba
que estalla repentinamente, Bison se desintegró en el aire. Los barrios bajos
contemplaron incrédulos lo sucedido, enmudecidos por el asombro. Se acabó, así nada más.
No había vuelta de hoja. La noticia de que Riki
se había retirado de Bison se extendió. ¿Por
qué? ¿Con qué motivos?
Un extraordinario shock recorrió los barrios
bajos, junto con una ráfaga de obscenidades y rumores exagerados disfrazados de
conjeturas. La verdad sobre la disolución de Bison permaneció envuelta en un
misterio.
Solo
él podía liderarlos. Fuera cual fuera
la verdad tras la desaparición de Bison, a la pandilla le faltaba el fuerte
centro de gravedad de Riki y simplemente dejó de existir. Y así Bison se
extinguió, dejando tan solo una conocida leyenda urbana a su paso.
Habían
pasado casi cuatro años desde entonces.
Los
miembros originales de Bison se habían restablecido progresivamente a su manera
(aunque era difícil afirmar que habían hecho un buen trabajo en cuanto a eso),
y el vecindario se había vuelto intranquilo.
Naturalmente, durante esos cuatro años un buen
número de pretenciosos había tratado de superarlos y aumentar la fama callejera
de sus propios grupos. Bison podía haberse disuelto, pero su fuerte presencia
continuaba sintiéndose, y los jovencitos ansiosos de poseer aunque fuera la más
ínfima porción de esa gloria, realizaban tentativas transparentes para ganárselo.
Mientras que hubo quienes, tanto en público como
en privado, se proclamaban a sí mismos los restos de lo que Bison había sido,
la ex pareja de Riki y el resto de los veteranos de Bison resistían la
tentación, sin importar cuan solícitas se tornaran las adulaciones. Después de
saborear la emoción de estar hombro a hombro con Riki y formar parte de su
pandilla, nada podía ocupar su lugar.
Del mismo modo en que el agua estancada se
pudría, las cualidades de un conflicto cambiaban con el tiempo. Los que no
podían manejar la creciente marea de la época estaban destinados a quedarse
atrás y a besar el trasero de alguien más.
Visto desde esa perspectiva, la decisión de los
antiguos miembros de Bison era una sincera. Sus glorias pasadas habían sido
cruelmente reducidas a pedazos. Evitar la humillación de convertirse en la
perra de otra persona podía, por lo menos, ser considerado como un logro.
Y sin embargo, ahora surgían quienes celebraban
su presencia en el puro desprecio. Aferrándose a la ultraderecha estaban Jeeks
y Madox. Jeeks de los Hyper Kids y Mad Dog Maddox. No importaba lo mucho que
extendieran su poder e influencia en los barrios bajos, los otros grupos les
trataban con frialdad.
“¡No se parecen en nada a Bison!”
“¡Poseros! ¡No son más que imitadores baratos!”
Se les gritaba y comparaba con Bison—siempre era la misma visceral
y odiosa reacción.
Bison. ¡Bison! ¡Bison!
Sin dudas, los que se veían a
sí mismos como las grandes influencias de los barrios bajos se habían hartado
de escuchar ese nombre. No les enorgullecía enfrentarse a las pretensiones de
una leyenda que ahora era una sombra de lo que solía ser. Y era esa la razón
por la cual prometieron que, de una vez por todas, acabarían los restos podridos
del nombre “Bison” y todo lo asociado con él.
Las dos lunas circulares nunca
habían estado tan hermosas, tiñendo el cielo nocturno con un brillo aliviador.
“Haa—haa—haa—”
Jadeando, Kirie presionó su
rostro contra la pared derruida de un callejón trasero desocupado y tomó un
largo y profundo respiro. Había salido de su habitación para dirigirse al
habitual punto de reunión, pretendiendo
juntarse con sus compañeros. Entonces, ¿qué demonios estaba pasando?
¡Hijos de perra! Montón de rufianes sucios y ruines—
El ataque sorpresa había
salido de la nada. De alguna manera esquivó el primer golpe, y después de eso
se apartó, corriendo como un loco, tratando de sacarse de encima a sus
perseguidores. Ahora no tenía ni la más mínima idea de donde se encontraba.
¡Mierda!
El corazón le latía como un
tambor. Sudaba demasiado. Lo único que lograba escapar de la prisión de hierro
que era su boca, eran los bramidos sofocados de su rabia.
¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda!
Maldecir era lo único que
podía hacer en su estado mental actual. Kirie se limpió el sudor escurriéndole
por la frente. Fue cuando, en lo que registraba los alrededores, una flama roja
brotó inesperadamente de la oscuridad a lo lejos.
Agachó la cabeza por instinto,
espantado. Mientras, echó un rápido vistazo por encima de la pared y observó
vagamente que alguien estaba sentado sobre la pila de escombros de la
edificación destruida de enfrente. El corroído callejón estaba pintado con las
sombras de la noche, iluminado solo por la precaria luz azul de las dos lunas
dando vueltas sobre su cabeza.
El punto rojo que brillaba
probablemente provenía de un cigarrillo encendido. ¿En qué diablos estaba
pensando ese sujeto, fumando en un lugar como ese? Levantó las cejas ante
la pregunta a la vez que el sonido de unas pisadas aproximándose, hacían eco en
el callejón.
“¿Está ahí?”
“Neh. Al parecer se ha
largado.”
“Te dije que no debíamos perder
el puto tiempo así, sino ir directamente a por él.”
“¿Qué demonios dices? El
bastardito era rápido.”
El registro alto de sus tonos
sugería que se trataba de chicos tan jóvenes que sus voces aún no habían
cambiado. Sus oscuras siluetas resoplaban con irritación.
“¿Qué vamos a hacer ahora? Nos
vio.”
La atmosfera que los rodeaba
estaba cargada de miedo y odio.
Superaban en número a Kirie.
Si lo descubrían, tenía más o menos una de diez posibilidades de salir sin
presentar daños considerables en el enfrentamiento. Consciente de la realidad
acorralándolo, se hundió aún más en la oscuridad, apenas arreglándoselas para
contener la respiración.
“Gran cosa. Le prendimos fuego
en el culo. Eso debería ser suficientemente bueno, ¿huh? No nos lo pensaremos
dos veces la próxima vez. Lo volveremos mierda.”
Kirie apretó los puños y los
dientes al escuchar esas declaraciones que le punzaban en el pecho. Listillos.
El mismo Kirie era un chico que solo llevaba tres años viviendo en la
colonia, pero el mundo de las calles indicaba que los miembros de los Jeeks
eran todos unos adolescentes de menos de quince años. En otras palabras, eran
niños temerarios apenas empezando a acostumbrarse a las diferencias entre la
vida en el centro de crianza y la vida en los barrios bajos.
Por las mismas razones, Bison
en sus buenos tiempos había sido incluso más precoz y extremista que los Jeeks.
A la edad de trece, les gustase o no, los niños de Bison estaban fuera de
Guardián. Dejados a su suerte, no tenían otra opción más que apañárselas por su
propia cuenta, y rápido.
Fue esa la única razón por la
que los miembros sobrevivientes de la pandilla se habían convertido en una
constante molestia para los Jeeks. Nunca desaprovechaban la oportunidad para
criticar a los revividos Bison como una mala imitación de su propia antigua agrupación,
porque siempre que Bison existiera, todo lo que los Jeeks hicieran sería
comparado con esa imagen que los mestizos idolatraban.
Que Riki siguiera
constituyendo un ídolo solo empeoraba las cosas. Contar con una racha ganadora
consecutiva lo convertía en un fantasma con una historia, del que se hablaba
mucho.
Pero independientemente de lo
que hubiera sido entonces, el simple hecho de pasar esos días junto a
Bison representaba una puñalada en la espalda en un callejón oscuro, y Kirie
empezaba a hartarse de su situación actual. De todas formas, sabía que inventar
excusas poco convincentes sobre el lío en que acababa de meterse no serviría de
nada.
Los chicos que habían formado
alianza con Jeeks no iban a descansar hasta arrancar de raíz a cualquier persona
asociada con Bison.
Uno de los impetuosos
muchachos de Jeeks finalmente notó al sujeto que fumaba en la cima de la pila
de ladrillos. “¡Oye, hijo de puta! ¿Qué estás haciendo aquí?”
La insolencia y arrogancia
presente en la pregunta era la manera que tenía el chico de manifestar su
irritación por haber permitido que su anterior presa se le escapara. Pero la
respuesta que recibió no fue la que esperaba.
“Este no es lugar para que los
niños merodeen a estas horas de la noche. Así que no me jodan y lárguense a sus
casas.”
El sujeto contestó empleando
un tono de voz inesperadamente autoritario, y debajo de su entonación juguetona
residía una amenaza que debió haber sonado aún más afilada a estos chicos
temerarios. Kirie se encontró a sí mismo gruñendo por lo bajo. “Menudo idiota
debe ser ese tío.”
Sabía que los chicos que tenía
delante trabajaban para Jeeks. Si el sujeto estaba buscando pelearse con ellos,
entonces debía tener los huevos del tamaño de un ancla de barco. Si no, era el
imbécil más grande del planeta.
“Si tuvieras idea de con quién
estás hablando, abuelo, te lo pensarías dos veces antes de abrir esa bocota que
tienes.” El chico prosiguió, tratando de salvar su honor herido como miembro de
los Jeeks. “Si no, estaremos encantados de enseñarte. Trata de no mojar tus
pantalones.” Obviamente sintiendo que le habían faltado el respeto, el chico
iba a devolver dos veces lo que le habían dado. “Es muy tarde para que vayas a
llorarle a tu mamá.”
Ahora estaban determinados a
ir a por él. Buscando desahogarse, el sujeto parecía ser el objetivo perfecto.
“Sí, exacto. Estás hablando con la pandilla de Jeeks.”
“¿Jeeks?” replicó el sujeto
con una falta de ánimo que bordeaba con la decepción. “Perdona, no lo conozco.
¿Acaso es él quien les cambia los pañales cada noche?”
Incluso sin el sarcasmo, su
manera de hablar sugería que aquello se trataba de algo más que una broma, y
Kirie no pudo sino quedarse boquiabierto. Debe estar mal de la cabeza, pensó,
las palabras estuvieron cercanas a escapársele en un jadeo de incredulidad.
“¿No lo sabes? ¿No sabes
quiénes son los Jeeks? Dime, ¿qué tan estúpido eres?”
“Está bien. Si no nos conoce, pues
se lo enseñaremos.”
“¡Y de la peor manera! ¡Le
daremos una paliza que lo dejará agonizando!”
Los chicos ya se sentían extremadamente
ofendidos e irritados.
Y sin embargo, el sujeto habló
otra vez. “Creen que conocen los barrios bajos. Esa es nueva.” Estaba llevando
las cosas a su propio ritmo, directo hasta el final.
“Baja de ahí, abuelo. Vamos a
ponerle un tapón a esa boca tuya y a rasgarte una nueva.”
“Vale, vale. Juguemos
entonces. Se nos acaba el tiempo.” El sujeto descendió de la pila de escombros.
Un cuchillo laser desgarró la
oscuridad. En lugar de echarse para atrás muerto de miedo, el sujeto se hizo a
un lado con agilidad, agarró el brazo que el chico había utilizado para
atacarlo y le metió un puñetazo sólido de vuelta. Entonces, tomando al chico
desprevenido, le estampó una patada giratoria en el cuerpo, sin piedad.
Una extraña sombra los rodeó. ¡Imposible!
Puro asombro. ¡No era posible! Tenían que estar soñando.
No era simplemente una
diferencia en sus constituciones físicas. Esa forma tan precisa de esquivar y
atacar, tomó a todo el mundo por sorpresa. Retrocedieron titubeantes, boquiabiertos.
El método que los “Jeeks” tenían para hacer las cosas era perseguir y acorralar
su presa, después se juntaban y golpeaban donde era más débil. No perdían el
tiempo. Compensaban sus deficiencias físicas con la cantidad y el dolor
entregado, así que quien suplicaba misericordia, lloriqueaba como un bebé y se
alejaba a rastras hecho un desastre deforme, era siempre la presa.
Pero dicho plan de juego, bien
coordinado y aprendido, había sido invertido fácilmente por un solo sujeto—
Envuelto por la oscuridad,
Kirie murmuró para sus adentros. “¡Hostia puta!”
“Ojo por ojo, esa es la ley de
los barrios bajos. Y de paso, lo mismo cuenta para los músculos y los huesos.” El
sujeto se paró despreocupadamente bajo la luz de una farola sucia, como si
emergiera de la oscuridad directo hacia los reflectores.
“Como sea, me da lo mismo. Si
están planeando huir, ahora es el momento.” Curvó ligeramente las comisuras de
su boca. “De lo contrario, ¿qué les parece si continuamos hasta que escupamos
sangre?” preguntó, riéndose con alegre despreocupación.
Noche de viernes.
Un inusual arcoíris lunar trazaba
una curva a lo largo del cielo de la profunda y quieta noche. En una habitación
del edificio destartalado que usaban como guarida y cuartel general, los ahora
legendarios miembros de Bison pasaban las largas y tediosas horas.
Hacía mucho tiempo, dichos
rufianes se habían hecho reconocidos, recorriendo los barrios bajos, poniendo
el sitio de cabeza. Pero por el momento se reagrupaban sin enseñar los
colmillos ni las garras ante cada provocación. O al menos así era como los
espectadores ocasionales los percibían ahora.
La tasa de empleo era
miserable para los chicos que pasaban día y noche persiguiendo rivalidades
entre bandas, dejando los barrios bajos sumidos en una escasez crónica de mano
de obra para trabajar. Dejando de lado la calidad real de los trabajos,
llevar comida a la mesa como la “gente normal” no era un problema.
Por supuesto, como habitantes
de los barrios bajos, no tenían ni idea de lo que la “gente normal” esperaba en
cuanto a estándares de vida.
Incluso sin sueños o
aspiraciones, laborar bajo el peso de la impotencia y la inactividad, los seres
humanos tenían que comer. El hambre constituye la base en la jerarquía de las
necesidades del hombre. Nadie en los barrios bajos quería tener servicio de comidas
y cenas de seis platos, pero nadie deseaba tampoco estar hambriento y morir
como un perro.
La comida no se distribuía
igualitariamente, sino más bien de acuerdo a la dureza del trabajo, y era solo
cuando alcanzaban los treinta años, cuando el optimismo de los jóvenes se había
hecho tan rancio que luchaban a brazo partido con su dolorosa realidad.
Aunque este ajuste de cuentas, sin dudas,
les llegaba más rápido de lo esperado.
Rotándose una botella de
“tripper”, una cerveza negra fuerte que los hacía alucinar, Kirie hizo una
pausa y habló, como si la idea se le hubiese ocurrido de repente, “¿Lo han
oído? Hoy se celebra la apertura de un mercado en Mistral.”
“¿Un mercado?” inquirió Sid,
con una sorpresa evidente en los ojos. “¿Te refieres a una Subasta de
Mascotas?”
Kirie asintió lacónicamente. “La cosa es, que esta vez son mascotas
manufacturadas por la Academia. Seguro que hasta los ricachones de Kahn y
Regina están saltando de la emoción. Se rumora que los precios de las ofertas
estarán diez veces por encima de lo normal.”
¿En dónde rayos ha escuchado aquello? Todos ellos se creían
bastardos callejeros que todo lo sabían, pero Kirie era siempre el primero en enterarse
de las cosas.
“Pedigrís pura sangre, ¿eh?”
dijo Guy para sí mismo.
“No tiene nada que ver con
nosotros,” replicó Luke.
“No es por compararnos con
esas mascotas de la Academia ni nada, pero si tuviéramos el tiempo y el dinero,
y nos puliéramos un poquito, no resultaríamos tan mal tampoco. Exceptuando
claro nuestro pequeño problema de actitud. ¿No, Riki?”
Kirie posó su mirada bicolor,
un ojo gris y otro azul, sobre Riki y se rió. Como para expresar su falta de
interés en el asunto, Riki tomó un trago de cerveza. Esa abierta demostración
de actitud provocó que Kirie juntara las cejas. Después de todo, ser ignorado
delante de todo el mundo era más irritante que alguien mostrándose en
desacuerdo con él.
Incluso cuando Bison lo había
hecho a un lado como un intruso precoz, nunca lo habían tratado de la forma en
que Riki lo hacía. El comportamiento de Riki hacia él se sentía como una fuerte
bofetada en la cara.
Hijo de pu—
Apretando los dientes, Kirie se
acordó de la noche en que Guy había traído a Riki sin avisar, a su punto de
reunión habitual. Todos estuvieron
demasiado sorprendidos para decir algo por uno o dos largos segundos, y
entonces, acto seguido, todo el mundo estaba repitiendo su nombre en una voz
cálida y extrañamente alta.
“¡Riki—!”
“¿Riki?”
“¿Dijeron
Riki? ¿En serio?”
Kirie lo conocía. Ahí, delante de
sus propios ojos estaba el cabello y los ojos negros que recordaban una
auténtica manufacturación de calidad de la Academia. Ese era el hombre que
había sido denominado alguna vez el “Carisma” de los barrios bajos.
Kirie podía acordarse ahora incluso
de la indescriptible, casi embriagadora sensación que se había apoderado de él,
y todo eso era culpa de esa noche de hacía tres días. Había sido grabado a
fuego en sus retinas, fuera por pura casualidad o el inevitable destino: el
hombre que había liderado Bison fue el que se había plantado cara a cara con
los chicos que llamaban líder a Jeeks—el mismo Jeeks que se refería a sí mismo
como el exterminador de Bison—y les había pateado el culo un instante después.
“Irónico,” tenía que decir que era.
No, un milagro. Ver a esta leyenda viviente por segunda vez, esta leyenda con
la que nunca creyó volver a toparse, emocionó a Kirie hasta el centro de su
ser, de una forma que era distinta de todos los otros miembros de Bison.
Pero no había prestado demasiada
atención a lo que había pasado esa noche
en frente de todo el mundo. Así que, ¿por qué Riki se mostraba tan frío con él
únicamente? ¿Era porque, de entre todos los integrantes de la pandilla, Kirie
era el único rostro que Riki no conocía? Quizás la leyenda no se sentía cómoda entablando
una conversación muy familiar durante su primer encuentro.
Pero incluso después de considerar
estos hechos, Kirie no estaba conforme. Como resultado, caviló y caviló sin
llegar a ningún lado y se retiró de la plática también. Aunque no lo entendía.
Tal vez le había caído mal a Riki; le había dado esa sensación desde que se
conocieron. O de pronto alguien le había hablado mal. Nadia le había dicho nada
en la cara directamente.
La severidad de la mirada que Riki
le dedicó tenía un borde que no dejaba lugar a otra impresión. Un comentario
ácido o sarcástico habría sido mejor recibido, porque de ser así, hubiera sido
posible contestarle con algo. Pero Riki no estaba dándole la oportunidad.
Lejos de ello. Kirie estaba siendo
desairado por completo, un hecho que encontró realmente deprimente. Entornó los
ojos con ira. Aparentemente inconsciente de todo eso, Riki no intentó bajar la
mirada en lo que se alejaba. Kirie frunció el ceño todavía más enojado al
considerar aquello una reafirmación del rechazo anterior.
Enseguida, como si hubiese estado
esperando el momento oportuno, Guy habló con suavidad. “¿Qué pasa contigo,
Kirie? ¿Quieres tu propio collar personalizado?”
Kirie chasqueó la lengua ligeramente
ante la oportunidad perdida. Tomó aire para contener sus emociones y respondió
con una risa forzada. “Sí, obvio. También me gustaría un dueño que me
mantuviera proporcionado con cerveza Dublin de la fuerte y le lamería hasta las
suelas de los pies.”
Dicho comentario sacó a Riki de sus
casillas. Su expresión indiferente de pronto se tornó tan fría que Kirie
inconscientemente apretó los puños en lo que se encogía. Por razones que
escapaban a su comprensión, la mirada metálica de Riki hizo que se le congelara
la sangre. Sintiendo el peso completo de la irritación de Riki, las
frustraciones que había reprimido estuvieron a punto de arder en llamas.
¡Cuál
es el problema con este hijo de puta!
Esa mirada silenciosa y gélida,
inmovilizó a Kirie, y simplemente no pudo encontrar la voz a pesar de la
sofocante sensación de indignación. Todo lo que restaba era el desprecio
personal por su propia torpeza, y estaba abriéndole un agujero en la boca del estómago.
A ese punto, sentado a su derecha,
Luke habló con el suspiro de una sonrisa levantándose en sus labios. “Oye,
despierta, maldito idiota. No estarás pensando de verdad en convertirte en una
especie de mascota mestiza de baja calidad, ¿O sí?”
Nadie se rió. Porque era la pura verdad, no algo
sobre lo que la gente hacia bromas o comentarios sarcásticos. En un evidente
esfuerzo por disipar esa atmósfera desagradable, Norris interrumpió con un tono
de voz enojado. “A la mierda con eso. ¿Qué les pasa a Jeeks y a esos
bobalicones que le siguen?”
“Sí, sí. No tengo idea de por qué, pero
últimamente han estado jodiéndonos de verdad.”
“Pero escuché que el otro día se encontraron con
un chico que los hizo mierda.” Diciendo que se trataba de un rumor, Kirie les
contó lo que sabía casualmente mientras miraba a Riki.
Riki no reaccionó en lo más mínimo.
“Bueno, eso debió ser un regalo divino. De
cualquier forma, debemos aprovechar la oportunidad para reclutar algunas
cabezas. Para los principiantes, eso calmaría los humos por aquí.”
Sin dar ninguna indicación de si estaba
escuchando o no, Riki bajó la mirada y sorbió el último trago de cerveza de la
botella. El alcohol tocó su boca con una amargura particular que le apuñaló la
lengua, aunque esta vez la gratificante sensación se le antojó a Riki de una
manera que era distinta de la habitual.
Esta vez era viciosa, pesada y oscura, de una forma que era difícil
describir.
Debe ser solo mi imaginación.
Riki tragó despacio la cerveza mientras le daba
vueltas al asunto en su cabeza. En cuanto a calentar su pecho respectaba, era
mejor drogarse con bebidas espirituosas un poco más suaves para la lengua, pero
eso era lo mejor que podía esperar obtener ahí.
Entre los enfrentamientos de la guerra de
pandillas, había dado un paso atrás e interpuesto una distancia segura entre él
y los chicos de ojos salvajes que merodeaban el Distrito del Placer en busca de
emociones y ganancias. Pero eso no quería decir que había abandonado “la causa”
y se hubiera rendido a ganarse el pan de cada día con el sudor de su frente.
Cada año más y más jóvenes atestaban el Área 9,
pero los barrios bajos, surcando el corazón de Ceres como arterias, se había
endurecido ya, y ninguno de ellos poseía la fuerza de voluntad para desgarrar
el pecho y drenar la infección de sus órganos vitales.
Sin un amante rico y generoso, no había a quien
mendigarle dinero. Estos muchachos, que eran prácticamente incapaces de extraer
algún tipo de satisfacción de su propia juventud, se daban cuenta de que la
lujosa y alucinante cerveza no era más que un sueño.
Un sueño. Hasta el licor que estaban consumiendo.
Tres días antes, Luke se había topado con un almacén de supuesta “buena calidad”
en algún lado, pero eso no significaba que hubiera probado la mercancía primero
para cerciorarse de su verdadero valor. El licor adulterado era elaborado como
un estimulante no autorizado. Era luz lunar.
Tomarse un trago de golpe en lugar de paladearlo
despacio, era arriesgado. Si la suerte de un chico corría en su contra, las
consecuencias estarían muy lejos de tratarse de un simple “mal viaje”: después
de vomitar y retorcerse por un buen rato, el resultado final sería morir
asfixiado.
Eso
explicaba la mala reputación del licor adulterado entre los estupefacientes a
base de alcaloides, y sin dudas era la razón por la que lo peor de los mismos
encajaba así de bien en los barrios bajos.
Sin
embargo, una vez que alguien se embriagaba, era un viaje sin peajes ni indicaciones.
La gente se quedaba ahí acribillada en una euforia fantasmal, sus labios adquirían
la mera forma de las palabras, el aliento que escapaba de sus tensas bocas
sonaba como rocas al ser trituradas a pisotones.
La
cerveza se llevaba la carga de los chicos de los barrios bajos quienes no
tenían otro medio para desahogar sus frustraciones. Sus almas permanecían
insatisfechas incluso hablando en aras de la verdad. Y siempre estaba el
problema de ser ignorados tan a la ligera, de que todo se resumiera en una única
frase: “Simplemente así es este jodido
mundo”.
La cerveza los libraba, aunque temporalmente, de aquella
realidad. Nadie les advertía nunca que una persona no debía consumir farmacéuticos
no autorizados solo porque “podría ser peligroso”.
Habiéndose agotado los temas de conversación, los
silencios vacíos que siguieron, lentamente comenzaron a llenar los espacios
entre ellos.
En ese momento, una chispa inexplicable hizo
espabilar a Luke, que se despertó y volvió sus vidriosos ojos hacia Riki. “¿Qué
te pasa, hombre? Estás ahí con el culo aplastado en el asiento, poniendo esa
cara molesta de mierda. Lo digo en serio, te ves patético.”
Algo pareció estar reptando en la turbia mirada
de Luke en lo que sus ojos se deslizaban por el cuerpo de Riki como la lengua
de un gato que acicala su pelaje.
“No me digas que te convertiste en un viejo senil
que cuenta y recuenta las mismas historias sobre la guerra todo el día o algo
por el estilo.”
Siempre
era así. Había crudeza en su voz y en su mirada un dejo que era suficiente para
ponerle los pelos como escarpias. Riki atribuyó eso a que la cerveza comenzaba
a surtir su efecto y no le dio mayor importancia.
Los
latidos de su corazón se fueron aplacando lentamente con el pasar del tiempo. Su
virilidad, recobrando gradualmente la fuerza, fluyó hacia sus extremidades con
un ritmo extraño y ondulante. Reclinándose en el sofá de forma relajada, Riki
estiró los brazos y las piernas, y respiró hondo.
Cerró los ojos. No podía ver ni oír nada. Solo
sentir los débiles indicios de algo parecido al letargo. Su cuerpo y su alma
fueron encantados por aquellas hipnóticas sensaciones. Cada respiro que tomaba lo
dejaba aún más engatusado.
La
oscuridad llenó el interior de sus cuencas. Mientras un caleidoscopio de
colores se iba apoderando de su vista, Riki fue perdiendo interés en absolutamente
todo salvo el placentero entumecimiento que lo acometía.
Y
entonces Guy, escrutando por encima de su hombro a Riki, le pareció avistar en
la tenue sonrisa que se extendía por su cara, un reflejo de los tres años
perdidos, y dirigió su mirada al suelo.
Notas de la traductora: Al final blogger ha decidido no implementar su asquerosa política anti porno así que continuaré en este lugar como veníamos haciendo. Pido un poco de indulgencia por estar publicando los capítulos pasados que no quise traducir en un principio. No tardaré mucho en llegar hasta donde íbamos. Gracias por leer.
Te amodoro Vicio!!!!
ResponderEliminarTenía tanta ganas de leer el segundo capítulo.
Besos y hasta pronto!!
También te amodoro mucho!! <3 <3 <3
EliminarAhí está todo para ti. Espero actualizar más de seguido para terminar la historia rápido. Saludos. n.n