martes, 16 de junio de 2020

AnK - Volúmen 6, Capítulo 2


           
           La oficina de Iason, decorada de unos matices hermosos y tranquilos, carecía en su totalidad de cualquier extravagancia innecesaria.
         En ese momento, Iason estaba sentado en su silla ejecutiva, relajado y con la mirada fija sobre unos datos del mercado negro que tenía proyectados en la pantalla. Por el rabillo del ojo observó el resplandor intermitente que anunciaba la entrada de una llamada personal.
         Las esquinas de su boca se suavizaron un poco. La señal provenía del teléfono especial que le había dado a Riki. El que llevaba integrado un dispositivo GPS de rastreo.
         Activó la opción de video llamada, aunque Riki estaba utilizando únicamente el modo de voz.
         “¿Sí?”
         “Yo—”
         “¿Asumo que tienes todo concertado?”
         “Ah—”
         Sus palabras se sobrepusieron al hablar. Ninguno se molestó en identificarse.
         “Ya veo.”
         En la pantalla apareció un mapa de Midas que mostró la ubicación actual de Riki.
         “Te enviaré un automóvil cápsula al lugar en el que te encuentras. No te muevas de allí.” Iason escribió en el teclado a la vez que hablaba, ejecutando los comandos.
         “¿Cuál es el número?”
         “T-085.”
Sin necesidad de gastar más tiempo, la comunicación se cortó.
Katze podía inferir el escenario completo a partir de un minúsculo detalle, una inteligencia que lo destacaba de entre sus iguales. Y quizás debido a sus cinco años de servicio como furniture y al profundamente arraigado temor que sentía hacia Iason, la actitud de sumisión absoluta de Katze nunca había disminuido.
Pero un mestizo de los barrios bajos como Riki que no se sentía inclinado a adular, y quien expresaba su opinión a viva voz—aun cuando aquello no significara otra cosa más que pura terquedad—era un ítem preciado. Qué Iason hubiera alcanzado un punto en el que condonara dicho comportamiento era un milagro.
Bueno, Iason pensaba para sus adentros, ha sido todo un proceso, pero lo hemos conseguido.
         Del cajón de su escritorio, extrajo una cadena de aleación de platino, delgada y trenzada, unida a un collar de cuero. Z-107M estaba grabado en el metal. Cuatro años y medio atrás, Iason la había mandado a hacer para Riki.
         Hasta no recibir un anillo de mascota oficial en una fiesta de bienvenida, una mascota criada en Eos no podía ir a ninguna parte sin un collar. Los puntos de seguridad funcionaban con los anillos de mascota en lugar de una identificación. Si la mascota no poseía un anillo, esta no era reconocida como residente de la comunidad de Eos y no podía salir de su habitación.
         Una mascota con collar era asociada instantáneamente con un recién llegado, y cualquier torpeza o equivocación le era perdonada. Era un artefacto esencial para toda mascota nueva, el cual le otorgaba un poco de espacio para poderse acostumbrar al nuevo entorno.
         La expectativa típica en Eos era que una mascota usara el collar por un máximo aproximado de dos semanas. Medio año—en el caso del insensato y descarado Riki—se consideraba una completa desgracia.
         “La peor clase de basura, vulgar, sucio, indisciplinado—”
         Pero, ¿era cierto? Al recordar sus pensamientos en ese entonces, una sonrisa torcida apareció en los labios de Iason. La naturaleza salvaje de Riki evidenciaba su carencia de impronta. Llamarlo “sucio” era una excusa para justificarse. Todos aquellos quienes lo llamaban lo peor solo estaban demostrando sus celos y su miedo.
         Convertir a un mestizo en una mascota era el escándalo más grande que había sacudido la sociedad de Eos desde el principio de su historia. Por supuesto, en el caso de Iason, era un crimen de consciencia voluntario.
         “Iason, traer a Eos a esa rata de alcantarilla va a repercutir muy mal en tu reputación,” le decía Raoul con evidente amargura.
         De hecho, la vida con Riki había conllevado  una crisis tras otra. Habiéndose acostumbrado a la vida donde nada interesante ocurría nunca, Eos había sufrido toda la emoción que podía soportar a partir de los escándalos diarios.
         Meter a un mestizo de los barrios bajos a un mundo donde el valor de una mascota dependía exclusivamente de la pureza de su linaje—y de su desvergüenza y sumisión—era como arrojar un lobo a un rebaño de ovejas.
         Habían pasado cuatro años y medio. Iason había conocido a Riki algún tiempo atrás antes de reclamarlo como suyo, pero después de sofocarlo con el libertaje opresivo de Eos, había dejado a Riki en libertad por dieciocho meses. Regresar a su viejo nido había refrescado el intrépido espíritu de Riki.
         También parecía que haber soportado un inesperado periodo de abstinencia había dejado el cuerpo de Riki en un estado de deseo que hacía eco del hambre de Iason durante el tiempo que estuvieron separados. Durante ese tiempo en los barrios bajos, la vieja llama había regresado a los ojos de Riki. Y mientras tanto, el veneno se había permeado a través de cada fibra de su cuerpo.
         Sí, debe ser eso.
         “¿Y en qué líos nos estaremos metiendo esta vez?” se preguntaba Iason mientras jugaba con la correa. “Será toda una odisea.”
         El registro de mascota de Riki seguía vigente. Ya estaba usando un anillo. Sin embargo, Iason quería que su camino de vuelta a Eos estuviera tan libre de problemas como fuera posible. Una mascota criada en Eos solo abandonaba las puertas principales después de que su registro fuese borrado y arrojado a la basura. La única excepción a la regla era Riki.
         Como mestizo, Riki quedaba fuera de las leyes que regulaban a las mascotas. Aunque no había ninguna razón legal para que Iason no pudiera traerlo devuelta a Eos, se debían sentar las bases para evitar cualquier imprevisto innecesario.
         La correa era un elemento indispensable. Definitivamente, Riki iba a protestar contra ser encadenado al collar de nuevo. Con esa imagen en mente, Iason se colocó de pie lentamente y salió de la habitación para reunirse con Riki.

         Midas. Área 3 (Parque Mistral). Genova.
         Mirando a la distancia hacia el gran centro de convenciones con sus edificios circundantes, Riki desconectó su teléfono.
         Genova en Parque Mistral era el punto más cercano a los barrios bajos en los mapas oficiales. Era un poco más de las tres de la tarde, pero el flujo de peatones era leve. Las guías turísticas designaban las áreas cercanas como “zonas rojas”, y, como resultado, ni siquiera los autobuses de enlace que circulaban cada área se detenían en Genova.
         Como mucho, de vez en cuando, algún grupo de temerarios bajaban de algún taxi aéreo para visitar el límite. Eso lo convertía en el sitio ideal para encontrarse con Iason, sin dudas. De cualquier forma, el teléfono—que Iason le había dado a Riki—no tenía conexión en Ceres. No tenía nada que ver con las asignaciones de frecuencia o la ubicación de las torres de señal. Las señales de Midas hacia Ceres eran bloqueadas de manera deliberada.
         El suelo, aunque el borde que dividía a Ceres de Midas estaba claramente demarcado, no tenía puertas intimidantes ni controles para mantener a los residentes de los barrios bajos en su lugar. Pero Ceres de todas formas estaba aislado del resto del mundo.
         Era como una isla en medio de un océano urbano. Si sus habitantes querían conocer lo que estaba sucediendo en el mundo exterior, debían desplazarse hasta allí por sus propios medios y averiguarlo por sí mismos. Era por eso que los traficantes de información eran tan importantes en los barrios bajos. Y los informantes no tenían una tasa establecida. Todo era negociable.
         Riki había llegado a Genova en su motocicleta. Como esta no tenía la función de autopiloto para enviarla a casa una vez que la cápsula de Iason llegara por él, Riki tendría que abandonarla. No duraría mucho tiempo abandonada, eso sí. Una motocicleta reconstruida poseía un gran valor como símbolo de estatus. O a lo mejor sería vendida a alguna chatarrería tan pronto como le apareciera la primera mancha de óxido.
         Mientras le daba vueltas en su mente al destino de su motocicleta, Riki encendió un cigarrillo. Era una forma de disuadirse del aburrimiento y mantenerse ocupado. O quizás era el comportamiento de alguien que no quería regresar a Eos. Ya tenía un collar alrededor del cuello y Iason sostenía la cadena invisible que lo ataba. Había estado llevándola por cuatro años y medio.
         ¿Cómo llegamos hasta aquí? ¿Cómo pudo pasar todo esto? Riki sabía que era inútil pensar en esa clase de cosas. No importaba cuanto se lo preguntara, las respuestas nunca iban a llegar. Su único recurso entonces era enfrentar lo que fuera que el futuro le tenía reservado.
         La cápsula T-085 vacía había llegado para cuando terminó su cigarrillo. Se descolgó la mochila y se subió. Como no había forma de determinar el destino final, tan pronto como la puerta se cerró, Riki se reclinó en el asiento y cerró los ojos.
         Diez minutos después, la cápsula se detuvo en silencio. Como la tarifa ya había sido cancelada, las puertas se abrieron de inmediato. A Riki no le importaba donde estaba. Se trataba simplemente de otra estación de transferencia en su camino hacia la cárcel. Su único trabajo era esperar allí hasta recibir las nuevas instrucciones.
         Su teléfono sonó. Iason había calculado el tiempo con precisión. “¿Has llegado?
         “Ajá.”
         “Ven a la habitación número tres, último piso del Edificio Central Real.”
         No dijo ‘ve’ sino ‘ven’. O sea que Iason probablemente ya se encontraba esperándolo allí. ¿Un Blondie viene hasta acá para recoger personalmente a una mascota?
         A Riki se le hizo raro. Tenía la impresión de que Iason estaba actuando muy por fuera de la norma para ser un Blondie. Riki trataba de reunir su sentido común y sus valores a las maneras de Iason, pero la brecha entre ellos lo irritaba. Estaba comenzando a darse cuenta de eso. Pero darse cuenta no era lo mismo que aceptarlo.
         “¿Y la seguridad del vestíbulo?”
         Riki no sabía por qué Iason había elegido el Edificio Central Real, pero cualquier edificio como ese iba a contar con equipo de seguridad.
         Los pases entregados en el puesto de control de inmigración en Midas, según el nivel de acceso otorgado, le daba a su portador la libertad de transitar. Una persona sin un pase o alguien intentando colarse a un área restringida era arrestado de inmediato.
         “No hay problema. El número de tu anillo será suficiente.”
         “¿Y el código de la habitación?”
         “El seguro se desactiva por medio del reconocimiento de tu iris. Tu ojo izquierdo.”
         Sin perder más tiempo con charlas, Riki confirmó la ubicación del edificio designado en la pantalla de su teléfono y se dirigió hacia allá sin trastabillar.
         El teléfono era el mismo modelo compacto e irrestricto que los turistas utilizaban sin costos adicionales. Un servicio de navegación guiado por voz venía incluido, entre otras funciones. Pero un mestizo acostumbrado a pasearse por ahí en una motocicleta no necesitaba nada de eso. Un mapa básico era suficiente para llevarlo a donde fuera que necesitara ir. Un mestizo que no pudiera dominar el terreno con esa poca información estaba entregando su trasero en una pelea. Eran habilidades de supervivencia básica.
         La seguridad básica de Tanagura se encontraba en una liga diferente de la de Midas. La entrada a cada área estaba limitada por el nivel de acceso de la ID de cada individuo. Riki no podía pensar en conducir una cápsula directamente hasta las puertas principales de Eos. Pero hasta el último piso de un penthouse requería de pesados códigos de seguridad biométrica además de una ID general.
         No se le había ocurrido a Riki que nadie más que Iason estuviera esperándole allí. Decir que estaba sorprendido de lo que encontró, era una subestimación. La gente reunida en ese lugar, a juzgar por sus números seriales, habían llegado directo del bloque de Audición de Mascotas. Había como diez mascotas allí dentro.
         ¿Qué carajo está pasando?
         Riki se quedó mirando sin así pretenderlo. Creyó haber entrado a la habitación equivocada, pero eso era imposible. Era más fácil creer que alguien con muy mal gusto le estaba jugando una mala broma.
         Justo entonces, una de las mascotas se alejó del grupo para acercarse a él. “Oye, tú, estoy sediento,” dijo presuntuosamente. “Dame algo de beber.”
         El chico tenía ojos color azul pálido y el cabello rubio. El hecho de que su voz no hubiese madurado le daba a entender a Riki que tendría unos diez años. Aunque el chico era joven, ya estaba demostrando con su arrogancia todos los signos de una típica mascota.
         Desvergonzado y estúpido. Un fenómeno genético cuya virtud principal era su inhabilidad para hacer nada más allá de lo programado. ‘Eliphas’ decía la placa negra de su collar, el nombre del administrador pelinegro de Tanagura, para quien había sido reservado. El número serial de mascota seguramente se encontraba al reverso.
         El ‘nombre’ de una mascota era anunciado durante su fiesta de bienvenida. Hasta entonces, era llamado por el número serial de manufactura de la Instalación de Crianza de la cual provenía. De acuerdo a su furniture, desde el primer momento en que Riki apareció en Eos, Riki había sido la única mascota a quien llamaban por su nombre de manera habitual.
         Fuera de la norma, para ser directos. Para ese entonces, Riki había pensado que Daryl estaba burlándose de él por ser un mestizo. Cuando se enteró gracias a Katze que todos los furniture de Eos provenían de Guardián, se había dado cuenta de que la reacción de Daryl no había sido más que un complejo de inferioridad.
         Las mascotas dispuestas en el bloque de mascotas eran exhibidas en ropa muy reveladora, tanto hombres como mujeres. Sus prendas transparentes solo les cubrían los genitales. Entre ellos, el hecho de que Riki estuviera usando una chaqueta lo suficientemente larga para cubrirle el trasero, era suficiente para identificarlo como un adulto, un sirviente a su entera disposición.
         El agua dispuesta sobre la mesa y los entremeses ya se habían acabado, los vasos estaban todos dispersos.
         Qué hago
         Riki miró hacia el orbe redondeado de la cámara de seguridad en el centro del techo. De cualquier forma, alguien estaba viendo desde otra habitación.
¿Qué hago?
¿Había algún motivo ulterior por el cual había sido llevado hasta allí? Como fuera, ¿qué o quién estaba siendo puesto a prueba? ¿O estaba exagerándolo todo en su mente?
Riki dudó. Había pensado solamente en hacer su viaje de regreso a Eos. ¿Qué rayos estaba haciendo Iason? No podía entender al hombre. ¿Qué quiere que haga? ¿Quería ver cómo se las arreglaba en una situación imprevista e inesperada? Dios mío, no me digas que está saldando cuentas con este montón de mocosos.
Riki no pudo evitar una sonrisita descarada en lo que la improbable idea le surgía en la mente. Esa sí que sería una maldita broma muy práctica.
¿Qué era este Eos que les esperaba a ambos después de esto? Si se le pedía hablar sobre lo mal que podía ponerse la situación, Riki podría contar una larga historia. Concentró esos pensamientos en sus ojos en lo que miraba hacia la cámara.
No hubo reacción. Tal vez es solo un adorno.
La mascota de Eliphas pateó a Riki en la canilla. “Oye, no me oyes o qué.” Entornó los ojos y lo miró.
Esas piernitas flacas no podían hacerle mayor daño. Ojo por ojo, diente por diente, directo al hueso y la carne. Esa ley de hierro estaba inscrita en el corazón de cada mestizo—una respuesta condicionada. Este maldito mocoso de mierda—
Riki dirigió su atención y le devolvió la mirada. La mascota de Eliphas se amedrentó y se alejó, retrocediendo un paso. Perdedor, Riki masculló para sus adentros. El niño había retrocedido sin tener que levantar un solo dedo. No era su trabajo enseñarle al mocoso buenos modales ni tampoco lo que era bueno. Riki no estaba de humor para andar causando problemas en su viaje de regreso.
Se quitó la chaqueta y la colgó en una silla vacía. Caminó hacia el bar en medio de la habitación, seleccionó algo del dispensador, llenó un vaso con jugo y lo puso sobre la mesa. Además de la mascota de Eliphas, las otras mascotas se amontonaron a su alrededor.
“Yo también quiero uno de esos.”
“De manzanilla para mí.”
“A mí me gusta de cereza.”
“Yo quiero agua mineral.”
Las voces de los niños se hicieron chillonas mientras se empujaban entre ellos para quedar de primeros. Riki estaba de momento muy sorprendido para responder. Al final se volvió hacia las mascotas y rugió, “¡Cierren la puta boca!”
La turba aturdida se quedó en silencio. Probablemente nadie nunca los había gritado antes en la vida. Riki les dirigió a todos una larga y dura mirada penetrante. Se lamió los labios y luego dijo, “Haremos esto en orden, de uno en uno. Todo el que quiera una bebida, ¡qué se forme en una fila!” señaló con un gesto de la quijada. No, no era su destino en la vida convertirse en niñera. Pero plenamente consciente de la contradicción, hizo lo que hizo de todas formas.

En ese momento, en el cuarto de monitoreo, Orphe Zavi, un Blondie y también el director de operaciones de Eos, se reclinó en el sofá y sonrió con elegancia.
“Qué creatura más fascinante resulta ser esa mascota tuya,” observó. “Para bien o para mal, has sobrepasado todas nuestras expectativas.”
Pasó sus flexibles dedos a través de su lujoso cabello dorado. El hermoso gesto era de esperarse que proviniera de semejante belleza.
Por su parte, la impresión que Iason dejaba en los demás, tanto por su imagen como por su personalidad, era la de una fría cuchilla metálica. Un ‘noble de hielo’, le decían. En contraste, como parte de una lustrosa élite, Orphe era considerado un ‘noble elegante’.
“Porque ese mestizo es único entre los de su especie,” contraatacó Iason igual de casual. Su atención se dirigió a la pantalla donde Riki servía a las mascotas en silencio, quienes por ahora solo eran conocidas por sus números seriales.
No había esperado que Riki se comportara tan recatadamente y jugara el papel de un sirviente. Aunque pudiera ser que hubiera anticipado este monitoreo y estuviera actuando en contra de su naturaleza a propósito.
Iason no pudo ocultar su sonrisa de irónico júbilo. En cuanto a madurar respecta, el tiempo es una maravillosa medicina. Soltar a Riki de sus cadenas y darle un respiro de vuelta en los barrios bajos había valido la pena. Al menos para Iason.
“En otras palabras, ¿acaba de doblegar su voluntad?” preguntó Orphe, una cuestión casual con un cierto matiz afilado.
“Solo desea evitar cualquier complicación innecesaria,” dijo Iason, evitando la pregunta con disimulo.
“Después de aprovecharte de todos y cada uno de los agujeros presentes en la Ley de mascotas y poner una mascota en libertad dentro de los barrios bajos, ¿cómo puedes pretender que toda esa sagacidad estuviera dirigida a un propósito distinto? Gracias a ti, lo que pensábamos que era perfecto, ha demostrado estar lleno de falencias.”
A pesar de la amabilidad en el tono de voz de Orphe, algo totalmente contrario acechaba detrás. Además de la disposición de la Ley de mascotas, el ‘incidente de Daryl’, resultado del intento de escape de Riki, habían expuesto los problemas en la seguridad de Eos.
Había sido un doloroso tachón en el record de Orphe. Pero Iason se había contenido de dibujar la obvia conexión.
“Devolverlo a Eos no será ningún problema, ¿verdad?” preguntó Iason.
Iason necesitaba estar seguro. No podía pasar por alto el control administrativo que Orphe tenía sobre Eos. Si Orphe decía que no, Iason tendría que ingeniárselas de otra manera.
“Si digo que no, ya encontrarás otra manera de meterlo dentro. Además—” Orphe hizo una pausa, y las esquinas de sus labios se curvaron hacia arriba. “Debo confesarte que siento mucha curiosidad por averiguar qué hará tu mascota a continuación.”
Iason tenía la impresión de que Orphe estaba bromeando. Arrojar a un lobo con todas esas ovejas obedientes podría voltear las cosas del revés.
Riki había sido criado como una mascota por tres años en Eos. Como una reacción química, una gran variedad de situaciones, habían provocado cambios anormales en las respuestas emocionales de las mascotas. Más de lo que Iason había esperado.
Al mismo tiempo, el alterado equilibrio había sacudido la comodidad de las élites, quienes estaban acostumbradas al status quo. En cierta forma, Riki había sido el desencadenante, desatando una nueva metamorfosis.
Una forma de pensar ordinaria y estancada no llevaba a nuevas revelaciones. Sin el choque de lo nuevo, hasta las sinapsis de un cerebro especializado se deterioraban. Las élites apenas estaban comenzando a ser conscientes de hasta qué punto su ‘sentido común’ había influenciado el lodazal de expectativas rutinarias y ordinarias. No solo el aprendizaje memorístico del conocimiento, sino de sus respuestas emocionales también.
Mantener a los menospreciados mestizos a distancia había mantenido a los descendientes de Midas libres de cualquier tipo de control o imprenta. Esos categorizados como ‘mestizos’ se habían especializado a su manera. O quizás Riki era el bicho raro.
Iason no pensaba que los otros Blondies estuvieran haciéndose las mismas preguntas que él se había hecho alguna vez. No tenían por qué. Diferentes acercamientos implicaban diferentes respuestas, y eso estaba bien para él.
Solo pensar en ello merecía la pena de las contradicciones que ello implicara. Fueran cuales fueran los objetivos de Orphe, que sintiera interés y curiosidad por Riki no era algo necesariamente relevante.
“Esa curiosidad tuya no se debe a que piensas que ocasionará problemas, ¿o sí?” preguntó Iason. Podía no estar siendo del todo objetivo, pero no estaba imaginando cosas. Riki se había sacudido las chispas del prejuicio como si fuera su derecho natural hacerlo.
Aunque al ver las cosas desde la perspectiva de Riki, la etiqueta que le habían dado de chico ‘problemático’ era completamente injusta. Como mestizo de los barrios bajos, consideraba su derecho natural pagarle a alguien de vuelta.
Riki no regulaba su lenguaje ni le importaba con quien se estuviera metiendo. Pero no había mucho sentido en debatir la inhabilidad con que las idiotas mascotas aprendían su lección en la cara del incorregible y terco sentido de pagar de vuelta de Riki. Era una especie extrema de unión física. Por supuesto, las cosas se podían tornar inciertas si dicho comportamiento producía algún daño real.
“No puedo creer que hagas esa pregunta, después de meter a un mestizo, cuya mera existencia personifica una falta de sentido común, a Eos. ¿Es esta tu manera de tergiversar las cosas?” el tono de voz de Orphe era tan indiferente como siempre.
“Quizás me haya hartado de todos esos trofeos que se quedan allí estáticos y no hacen otra cosa más que verse hermosos.”
“¿De manera que prefieres a un mestizo?”
“¿Un poco muy vivo para tu gusto?”
“Un poco,” Orphe no había hecho ningún intento de bromear hasta entonces, y estaba probablemente expresando sus sentimientos reales al respecto. “En cualquier caso, siempre y cuando tu mascota mantenga su verdadera naturaleza a raya, y no vaya por ahí intimidando a todo el mundo, supongo que podremos continuar con nuestras obligaciones como de costumbre.”
“Cambiando de tema, ¿crees que pueda ir y hacerme cargo de él ahora?”
“Después de que se le practique el chequeo médico obligatorio. No queremos que ninguna enfermedad de los barrios bajos se cuele dentro de Eos.”
Comparado con los niños feroces criados en la contaminada caja de Petri que eran los barrios bajos, el ambiente estéril en el que eran incubados los gametos de las mascotas, producía un fruto más frágil. En las audiciones, dicha fragilidad despertaba en las mascotas un deseo de ser protegidas y cuidadas, lo cual incrementaba su valor.
Hermosas y adorables. Muñecas inmaculadas que no tenían ni siquiera nombre, y que no se negarían a nada siempre y cuando el patronaje de sus dueños estuviera asegurado. Cómo eran entrenadas o para qué fin, era competencia del comprador.
El lema de las Audiciones de mascotas era ‘pureza’ y ‘estatus’. Una mascota humana no era un mero esclavo, sino un símbolo de lo que solo la influencia y la riqueza lograba obtener. Naturalmente, como muñecos sexuales, no disfrutaban de ningún privilegio y no duraban mucho. Esta realidad permanecía intacta, especialmente en Eos. Eventualmente, eran vendidos en Midas y eso se remontaba el destino final de una mascota.
“Y va a necesitar una correa. Como penitencia por su ausencia de dieciocho meses, debe mantenerse atado a una correa durante al menos un mes,” dijo Orphe.
“¿Estará en periodo de prueba entonces?”
“En pocas palabras. Solo confinarlo a su habitación después de sus ‘vacaciones’ no contará como un castigo.”
“Lo quieres como un ejemplo vívido para los demás.”
“Exacto. Sácalo a una caminata una vez al día, y que sea una lenta.”
Para resumirlo, por un mes Riki debía mostrar su cara al público, por encima y más allá de las rutinas acostumbradas de los recién llegados. Orphe lo llamaba un “castigo”, y fuera tan leve como fuera el gesto en realidad, Iason no podía evitar sino sentir en ello una leve punzada de venganza.
“Entendido.”
“Su código de mascota será cambiado también y reeditado. Consecuentemente, tendrá que atender una fiesta de bienvenida. Con un atuendo apropiado, claro.”
De hecho, el traje empleado para una fiesta de bienvenida era en realidad el debut de su anillo. Normalmente, un anillo era un artículo de joyería, como un brazalete o un pendiente, y los diseños variados que se exhibían constituían parte de una competencia por la atención de los invitados.
En su primera fiesta de bienvenida, Riki no había exhibido ningún anillo como las otras mascotas. Muy diferente de los adornos ostentosos de los otros, su anillo era un artículo mandado a hacer, que servía a la vez como un dispositivo de entrenamiento. Procesar el envío había tomado su tiempo.
El anillo que Riki utilizó a partir de esa fiesta, fue un tipo D para su pene. Hasta Orphe se había quedado boquiabierto por esa diferencia en lo convencional, la de asistir con un anillo oculto. Si bien tenía usos prácticos en el entrenamiento, el anillo solo podía ser visto de cerca durante una velada sexual o una fiesta de apareamiento.
Había tantos dueños emocionados ante la posibilidad como mascotas enfadadas ante la idea de tener intimidad con un mestizo, y Iason recibió un montón de invitaciones. Pero no envió a Riki a ninguna velada. Iason se quedó a Riki para él solo, y se acostaba con él en persona. Eso había desatado una sacudida aun más grande y un escándalo aún peor.
“¿Atuendo apropiado?” inquirió Iason.
“Así es. Espero verlo en algo más presentable que esas fachas horripilantes de la última vez.”
Horripilantes. Para resumir: No causes problemas y cumple con tu parte.
Y aun así, al enfatizar la cuestión del atuendo, Orphe estaba dejando muy en claro su punto. Ninguna mascota existía en Eos pasada la edad de 20 años. Qué una mascota regresara era además una violación adicional a las reglas. Iason necesitaba prepararse para hacer que Riki sirviese de ejemplo.
“Entendido,” dijo Iason con una gran demostración de deliberación. Se puso de pie despacio. “Me encargaré de que todo se cumpla a cabalidad.”

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