miércoles, 17 de junio de 2020

AnK - Volúmen 6, Capítulo 3


        Un gran abismo que conjuraba el significado mismo de la oscuridad. Un laberinto sombrío de negrura permanente. El frío y pesado silencio parecía tragarse el mundo entero.
         No había forma de saber cuan ancho o angosto, cuan alto o bajo era el alcance de la oscuridad. Cuando Kirie despertó, fue ahí donde se encontró. La penumbra constreñía sus miembros, su voz estaba atrapada en la mucosa reseca de su garganta. Aunque sus ojos lo interpretaban todo como oscuridad, no había ningún atisbo de sombra o silueta que informara a su cerebro de nada más.
         ¿Dónde estoy? ¿Por qué me han traído hasta aquí?
         No lo sabía. Al intentar recordarlo, el dolor hacía que se le partiera la cabeza en dos. No tenía idea de si había estado inconsciente solo un momento o si había estado en coma durante años—lo único seguro era que sentía como si estuviera viviendo dentro de una pesadilla.
         ¿Por qué estoy aquí? ¿Por cuánto tiempo he estado aquí?
         Eso tampoco lo sabía. Tenía que tratarse de un sueño—un sueño oscuro que se repetía una y otra vez. Sus sienes palpitaban. No podía distinguir en qué punto terminaba la realidad y en cual comenzaba la ilusión, ni cuando acabaría.
         A lo mejor, se había excedido con las drogas divirtiéndose con sus amigos en su resguardo. ¿Sus amigos? ¿Esos muchachos con los que andaba? Sí, sus amigos de Bison. La temida Bison. La invicta Bison.
         Guy. Luke. Sid. Norris. Y Riki.
         Estaba a salvo entonces. Si podía recordar todos sus nombres, no podría tratarse de una juerga tan terrible. Y eso significaba que se despertaría de ese sueño. Se pondría bien. Eventualmente.
         Por la forma como había perdido la noción del tiempo, por la forma como había perdido la noción de lo que había pasado, y por la forma en la que le dolía la cabeza—debía haberse tratado de algún licor barato y adulterado. Él odiaba esas cosas. Una marca de calidad siempre era mejor. Vartan era lo que bebía un hombre con buen gusto. La próxima vez, esa sería su elección. Armaría una puta fiesta enorme en el bar Herma.
         No, Herma no. Herma había quedado reducido a un montón de escombros gracias a esos mocosos de los Jeeks. ¿Dónde entonces? ¿A dónde iba él por un trago de calidad? ¿Dónde había estado? Joder, le dolía la cabeza. ¿Por qué demonios le dolía tanto la cabeza?
         Palpitando—temblando—pulsando—
         Era un ardor constante que exponía sus nervios en carne viva. El dolor lo hacía querer vomitar. Algo espeso y grueso estaba subiéndole desde la boca del estómago.
         Estaba hartándose de sentirse tan enfermo. Su cerebro no podía procesar ningún otro pensamiento. Se puso de cuclillas, envolviendo sus brazos alrededor de sus rodillas. Cuando lo hizo, el dolor apretando su cabeza como un grillete metálico se aflojó. Levantó la cabeza.
         Allí en la oscuridad, detectó movimiento. ¿Qué—?
         Hubo un destello sordo de luz como un delgado jadeo de aire. Kirie contuvo la respiración. La luz parpadeó lentamente, como haciéndole señas para que se acercara.
         ¡Oye! Parecía estarle diciendo, ¡por aquí!
         ¿Se trataba de una ilusión? ¿o una alucinación? No tenía idea. Pero al quedarse mirando la bamboleante luz, el dolor taladrándole la cabeza se desvaneció por completo.
         Aquí. Ven aquí.
         Atraído por la silente tentación, Kirie puso un pie delante del otro, y con pasos dubitativos e inseguros caminó hacia adelante. Pero sin importar cuanto caminó, la lucecita parpadeante nunca se alejó o se acercó. Pareció permanecer a la misma distancia, atrayéndolo como una aparición.
         ¿Qué mierda? Kirie estaba perdiendo la paciencia. ¿Qué era eso? ¿Iba a seguir caminando sin saber qué estaba siguiendo? Una sensación de desesperación lo acometió de repente.
         La pesada oscuridad a su alrededor no tenía fin. Aquí no hay nadie. Se dio cuenta de eso de pronto. Sus sentidos se activaron. Un estremecimiento le recorrió el cuerpo. Su cara se contrajo. Sus pies se entumecieron. Su entrepierna se apergaminó tanto que dolió.
         ¿Por qué no hay nadie?
         Exacerbado por su corazón acelerado, una profunda sensación de fatiga se apoderó de él. “Si esto es un sueño, ¡debo despertar!” gritó, y se cayó al suelo. No podía dar un solo paso más.
         Aun así, la luz siguió tentándolo. O no, cuando enfocó sus ojos sobre ella, las ondulaciones parecieron disminuir. Después de un último intento, como tratando de congelar la luz en su sitio utilizando solo su voluntad, Kirie percibió que el resplandor crecía con cada oscilación, levantándose de manera gradual por encima de la oscuridad.
         Una esfera—que pasaba del amarillo, al naranja y luego al rojo.
         ¿Qué es eso?
         En algún punto, esa misteriosa sensación de distancia infinita se había evaporado. Lo que no podía alcanzar sin importar cuanto caminara—lo que se había desvanecido como una visión cada vez que se estiraba para tocarla—mientras se sentaba desplomándose en el suelo, quedó al nivel de sus ojos.
         Sintió que, si estiraba la mano, podría agarrarlo. Kirie se arrastró de rodillas. La curiosidad que dejaba a un lado su ansiedad y su miedo, que emergía de las grietas contraídas de su corazón, era el verdadero Kirie, su verdadera naturaleza.
         Como un acto reflejo, miró en ambas direcciones sin detenerse a considerar lo irracionales que eran unas precauciones como esas. Tragó en seco, y estiró la mano derecha. Las puntas de sus dedos rozaron una esfera color bermellón de aproximadamente seis pulgadas de diámetro. A pesar de su metálico lustre, no era caliente ni fría al tacto, sino que estaba a la temperatura de un cuerpo humano. No había nada extraño en la sensación.
         Eso hizo que Kirie exhalara un suspiro de alivio. Está bien. Espoleándose, hizo una examinación más detallada con los dedos.
         La superficie era resbalosa. No demasiado dura ni demasiado suave. Algo elástica. Habiendo satisfecho su curiosidad, lo que hizo después fue colocar su palma completa.
         Lo que percibió fue extraño. Kirie no supo qué era esa esfera roja, pero podía acostumbrarse fácilmente a la plácida sensación de recorrerla con sus dedos. La extraña sensación de alivio que eso le produjo, le dio fuerza. Agarró la esfera. En ese momento, sintió el peso de su verdadera masa porque le cayó en las manos.
         ¡Hijo de perra! Exclamó por lo bajo. Su corazón dio un vuelco, palpitando dentro de su pecho con violencia. Pero no soltó la esfera. Esta cosa misteriosa era la única fuente de luz en esa profunda oscuridad.
         Es mía. Kirie la apretó contra su pecho y puso su mejilla sobre ella. Toda mía. Acercándola, la besó.
         Como respuesta la esfera palpitó.
         Tenía que tratarse de una alucinación. Como si el beso de Kirie hubiese despertado la esfera, esta se movió en respuesta sincronizándose con el propio latir del corazón de Kirie.
         Da-dum. Da-Dum. Da-dum.
         Mientras Kirie escuchaba con atención, los latidos le inducían una profunda calma. Era la única cosa viviente dentro de ese extraño, silencioso y oscuro laberinto. La confusión sobre qué era esa cosa ya no importaba, porque ahora deseaba aferrarse a su calor y a su presencia.
         Sin importar lo que pasara, no la dejaría ir.

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