Un gran abismo que conjuraba el significado mismo de la
oscuridad. Un laberinto sombrío de negrura permanente. El frío y pesado
silencio parecía tragarse el mundo entero.
No había
forma de saber cuan ancho o angosto, cuan alto o bajo era el alcance de la
oscuridad. Cuando Kirie despertó, fue ahí donde se encontró. La penumbra
constreñía sus miembros, su voz estaba atrapada en la mucosa reseca de su
garganta. Aunque sus ojos lo interpretaban todo como oscuridad, no había ningún
atisbo de sombra o silueta que informara a su cerebro de nada más.
¿Dónde
estoy? ¿Por qué me han traído hasta aquí?
No lo sabía. Al intentar recordarlo, el
dolor hacía que se le partiera la cabeza en dos. No tenía idea de si había
estado inconsciente solo un momento o si había estado en coma durante años—lo
único seguro era que sentía como si estuviera viviendo dentro de una pesadilla.
¿Por qué estoy aquí? ¿Por cuánto
tiempo he estado aquí?
Eso tampoco lo sabía. Tenía que
tratarse de un sueño—un sueño oscuro que se repetía una y otra vez. Sus sienes
palpitaban. No podía distinguir en qué punto terminaba la realidad y en cual
comenzaba la ilusión, ni cuando acabaría.
A lo mejor, se había excedido con las drogas
divirtiéndose con sus amigos en su resguardo. ¿Sus amigos? ¿Esos
muchachos con los que andaba? Sí, sus amigos de Bison. La temida Bison. La invicta
Bison.
Guy. Luke. Sid. Norris. Y Riki.
Estaba a salvo entonces. Si podía
recordar todos sus nombres, no podría tratarse de una juerga tan terrible. Y
eso significaba que se despertaría de ese sueño. Se pondría bien. Eventualmente.
Por la forma como había perdido la
noción del tiempo, por la forma como había perdido la noción de lo que había
pasado, y por la forma en la que le dolía la cabeza—debía haberse tratado de algún
licor barato y adulterado. Él odiaba esas cosas. Una marca de calidad siempre
era mejor. Vartan era lo que bebía un hombre con buen gusto. La próxima vez, esa
sería su elección. Armaría una puta fiesta enorme en el bar Herma.
No, Herma no. Herma había quedado reducido
a un montón de escombros gracias a esos mocosos de los Jeeks. ¿Dónde entonces?
¿A dónde iba él por un trago de calidad? ¿Dónde había estado? Joder, le dolía
la cabeza. ¿Por qué demonios le dolía tanto la cabeza?
Palpitando—temblando—pulsando—
Era un ardor constante que exponía sus
nervios en carne viva. El dolor lo hacía querer vomitar. Algo espeso y grueso
estaba subiéndole desde la boca del estómago.
Estaba hartándose de sentirse tan
enfermo. Su cerebro no podía procesar ningún otro pensamiento. Se puso de
cuclillas, envolviendo sus brazos alrededor de sus rodillas. Cuando lo hizo, el
dolor apretando su cabeza como un grillete metálico se aflojó. Levantó la
cabeza.
Allí en la oscuridad, detectó
movimiento. ¿Qué—?
Hubo un destello sordo de luz como un
delgado jadeo de aire. Kirie contuvo la respiración. La luz parpadeó
lentamente, como haciéndole señas para que se acercara.
¡Oye! Parecía estarle diciendo, ¡por
aquí!
¿Se trataba de una ilusión? ¿o una
alucinación? No tenía idea. Pero al quedarse mirando la bamboleante luz, el
dolor taladrándole la cabeza se desvaneció por completo.
Aquí. Ven aquí.
Atraído por la silente tentación, Kirie
puso un pie delante del otro, y con pasos dubitativos e inseguros caminó hacia
adelante. Pero sin importar cuanto caminó, la lucecita parpadeante nunca se
alejó o se acercó. Pareció permanecer a la misma distancia, atrayéndolo como
una aparición.
¿Qué mierda? Kirie estaba
perdiendo la paciencia. ¿Qué era eso? ¿Iba a seguir caminando sin saber qué
estaba siguiendo? Una sensación de desesperación lo acometió de repente.
La pesada oscuridad a su alrededor no
tenía fin. Aquí no hay nadie. Se dio cuenta de eso de pronto. Sus
sentidos se activaron. Un estremecimiento le recorrió el cuerpo. Su cara se
contrajo. Sus pies se entumecieron. Su entrepierna se apergaminó tanto que
dolió.
¿Por qué no hay nadie?
Exacerbado por su corazón acelerado,
una profunda sensación de fatiga se apoderó de él. “Si esto es un sueño, ¡debo
despertar!” gritó, y se cayó al suelo. No podía dar un solo paso más.
Aun así, la luz siguió tentándolo. O
no, cuando enfocó sus ojos sobre ella, las ondulaciones parecieron disminuir.
Después de un último intento, como tratando de congelar la luz en su sitio
utilizando solo su voluntad, Kirie percibió que el resplandor crecía con cada
oscilación, levantándose de manera gradual por encima de la oscuridad.
Una esfera—que pasaba del amarillo, al
naranja y luego al rojo.
¿Qué es eso?
En algún punto, esa misteriosa
sensación de distancia infinita se había evaporado. Lo que no podía alcanzar
sin importar cuanto caminara—lo que se había desvanecido como una visión cada
vez que se estiraba para tocarla—mientras se sentaba desplomándose en el suelo,
quedó al nivel de sus ojos.
Sintió que, si estiraba la mano, podría
agarrarlo. Kirie se arrastró de rodillas. La curiosidad que dejaba a un lado su
ansiedad y su miedo, que emergía de las grietas contraídas de su corazón, era
el verdadero Kirie, su verdadera naturaleza.
Como un acto reflejo, miró en ambas
direcciones sin detenerse a considerar lo irracionales que eran unas
precauciones como esas. Tragó en seco, y estiró la mano derecha. Las puntas de
sus dedos rozaron una esfera color bermellón de aproximadamente seis pulgadas
de diámetro. A pesar de su metálico lustre, no era caliente ni fría al tacto,
sino que estaba a la temperatura de un cuerpo humano. No había nada extraño en
la sensación.
Eso hizo que Kirie exhalara un suspiro
de alivio. Está bien. Espoleándose, hizo una examinación más detallada
con los dedos.
La superficie era resbalosa. No
demasiado dura ni demasiado suave. Algo elástica. Habiendo satisfecho su
curiosidad, lo que hizo después fue colocar su palma completa.
Lo que percibió fue extraño. Kirie no
supo qué era esa esfera roja, pero podía acostumbrarse fácilmente a la plácida
sensación de recorrerla con sus dedos. La extraña sensación de alivio que eso
le produjo, le dio fuerza. Agarró la esfera. En ese momento, sintió el peso de
su verdadera masa porque le cayó en las manos.
¡Hijo de perra! Exclamó por lo
bajo. Su corazón dio un vuelco, palpitando dentro de su pecho con violencia.
Pero no soltó la esfera. Esta cosa misteriosa era la única fuente de luz en esa
profunda oscuridad.
Es mía. Kirie la apretó contra
su pecho y puso su mejilla sobre ella. Toda mía. Acercándola, la besó.
Como respuesta la esfera palpitó.
Tenía que tratarse de una alucinación.
Como si el beso de Kirie hubiese despertado la esfera, esta se movió en
respuesta sincronizándose con el propio latir del corazón de Kirie.
Da-dum. Da-Dum. Da-dum.
Mientras Kirie escuchaba con atención,
los latidos le inducían una profunda calma. Era la única cosa viviente dentro
de ese extraño, silencioso y oscuro laberinto. La confusión sobre qué era esa
cosa ya no importaba, porque ahora deseaba aferrarse a su calor y a su
presencia.
Sin importar lo que pasara, no la
dejaría ir.
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