Año y medio después, Tanagura seguía poseyendo una inmensidad tan
impresionante como de costumbre. Hasta más allá del horizonte, la fachada de
cada uno de sus edificios lucía perfecta, sin una sola mancha contaminándola.
La imagen era tan aséptica, que hacía que los ojos ardieran. Los bosques de
zigurats y rascacielos parecían extenderse hasta alcanzar las estrellas.
No
importaba cuanto pudiera esforzarse su vecina Midas en llamar la atención,
Tanagura no volvía la mirada hacia ella jamás. Si Midas podía considerarse una moza
estropajosa, Tanagura era la aristócrata elegante y concertada. Aunque
compartieran la misma tierra, el mismo cielo y el mismo idioma, constituían la
más extraña de las parejas.
La particular belleza metálica
de Tanagura no había sido la característica definitoria original de la ciudad.
En vez de eso, se había levantado como una cibernética ciudad especializada,
construida por androides quienes perseguían sin descanso la finalidad de su
propia creación. Eso era lo que personificaba la naturaleza de Tanagura.
La ciudad mecánica en sí misma
era la destilación de la ideología unificadora elitista de los androides que la
gobernaban—esa de desarrollar las capacidades de sus propios cerebros y los
caminos neurales en formas de vida artificial. Y su creador omnipotente era una
gigante inteligencia artificial conocida como Lambda 3000.
Habiendo crecido en la
asfixiante y trastornada maceta que eran los barrios bajos, a Riki se le hacía
difícil respirar en esa inmaculada, impoluta y fría parte inorgánica del
planeta. Simplemente estar allí le colocaba los nervios de punta y le provocaba
los más incoherentes sentimientos de desprecio.
El único deposito de lo
completamente orgánico en Tanagura—donde podía sentirse el calor humano—era la
Torre Palacio en Eos.
Tres especies diferentes
vivían allí: la élite de androides cuyo único componente humano restante eran
sus super evolucionados cerebros, los esclavos despojados de toda dignidad
humana llamados furniture, y las mascotas descerebradas criadas únicamente para
el sexo.
La razón para la existencia
de cada especie no tenía nada que ver con la otra. Ningún interés mutuo cedía a
lo racional. Ningún abismo de duda esperaba ser resuelto. Eran líneas paralelas
que no se juntaban nunca.
Una especie de deficiente y
torcida existencia había florecido allí. La realidad contenida en ello era
asombrosa, y sin embargo seguía siendo algo sin sentido. No por las diferencias
entre lo real de lo ideal, sino por las paredes aislándolos que no podían
soportar el más leve rasguño de acercamiento.
Riki siempre había
considerado a los barrios bajos como un mundo lleno de hombres hacinados dentro
de una abarrotada claustrofobia. Era un basurero donde la gente se pudría
haciendo lo peor que pudieran hacer de su disfuncional libertad. Pero comparado
con Eos, esa libertad disfuncional era muy superior. A pesar de toda esa
aparente indulgencia con las reglas, el nivel al que eran restringidas las
acciones de un individuo en Eos, no era nada como en los barrios bajos.
En Eos, las mascotas se
conformaban con obtener cualquier cosa y no pensaban en nada excepto en como
convertirse en la mejor muñeca sexual. Esa era la impronta impuesta en las
mascotas. Deslumbrados por todos los lujos y adornos, nunca notaban que estaban
atadas de pies y manos.
En cuanto a Riki respectaba,
el más objetable hecho de la vida en Eos era tener que obedecer servilmente cada
capricho de su dueño. Una mascota no podía pensar por sí misma o tomar sus
propias decisiones. El sufrimiento que esto le ocasionaba era algo
completamente ajeno a Eos, un hecho que ni la razón ni la emoción podían
explicar.
Mantenerse firme y nadar
contra corriente implicaba mucho dolor y arrepentimiento. Durante esos tres
años, Riki había experimentado esa verdad en lo profundo de su ser.
Había pasado una semana desde
que Riki hubiese sido puesto prisionero en Eos otra vez. Como siempre, se la
pasaba holgazaneando en su espaciosa habitación, pasando el tiempo haciendo
nada.
Oyó un suave llamado y la
puerta se abrió. La habitación de Riki no se podía abrir desde adentro. Toda la
seguridad de la habitación debía ser accedida desde afuera. Lo que significaba
que ‘su’ habitación no le proveía de ningún tipo de privacidad.
“Amo, Riki. Ya es hora,” le
informó el furniture en una voz estridente a la que Riki no había terminado por
acostumbrarse.
El nombre del furniture era
Cal. Riki se había quedado muy sorprendido cuando lo vio por primera vez. Nunca
había tenido una razón para dudar que Daryl seguía siendo el furniture a cargo
de la vivienda de Iason.
“¿Qué le pasó a Daryl?” soltó
Riki. Por primera vez en su vida no tenía un motivo de fondo para preguntar.
Era simple curiosidad.
La cara de Cal se puso
pálida. Por fortuna o no, Riki no estaba mirando a Iason en ese momento en
particular y no notó su expresión.
“Hubo un cambio en el
personal.”
Como una respuesta
condicionada del furniture, el cuerpo entero de Cal se puso rígido en reacción
a la casual explicación proveída por Iason, pero Riki no notó eso tampoco.
“Así que ya no está, ¿eh?”
Daryl ya no estaba, el furniture
cuya ubicua presencia le había parecido a Riki como, bueno, una parte más del
inmobiliario. Riki se había estado preguntando qué iba a decirle a Daryl cuando
volviera a verlo, así que su ausencia era algo así como un alivio. Al mismo
tiempo, la pérdida de su único confidente en Eos le partía el corazón.
No siguió insistiéndole a
Iason sobre lo que sus palabras de “cambio en el personal” significaban. No
tenía sentido hacerlo. Comparado a cuando Riki creía que los furniture eran una
especie sin relación a la suya, su respuesta emocional a ellos ahora era
diferente.
Conocer la verdad sobre lo
que eran los furniture hacía que Riki se forzara a sí mismo a recordar a Daryl,
al ver a Cal, desde una nueva perspectiva.
Fui el furniture de Iason
por cinco años. Esa sorprendente revelación de Katze seguía retumbando en
los oídos de Riki. Todos los furniture de Eos provienen de Guardián.
La increíble verdad arrojada
a la cara de Riki había hecho que la cabeza le diera vueltas. Si no hubiera
sido Katze quien le dijera eso, habría pensado que se trataba de una broma. Ni
siquiera lo hubiera considerado humor negro, sino puras patrañas. No había nada
de divertido en ello desde que toda historia necesitaba una base de hecho, así
que un mestizo convirtiéndose en la mascota de un Blondie no podía considerarse
algo gracioso.
Ser un mestizo de los barrios
bajos era lo más bajo que se podía ser en Ceres. Así que, ¿convertirlos en
furniture en Eos? Hasta Riki, quien había experimentado una situación todavía
más extraña, se había quedado boquiabierto ante la confesión de Katze.
“Un furniture es castrado de
modo que no puede ser hombre ni mujer,” le había dicho Katze, “sino una cosa
viva inconclusa e incompleta. A decir verdad, llegar a términos con esa
realidad me tomó una gran cantidad de tiempo. Cuando los seres humanos pierden
algo que deberían tener, sus almas se desequilibran de igual forma. Pero las
mascotas y sus dueños no se molestan mucho en percatarse de eso.”
El recuerdo repentino de las
palabras de Katze se sintió como arena seca en la boca de Riki. La pérdida
de lo que debía estar allí. Esas palabras pesaban en Riki.
Los furniture empezaban a la
edad de trece años, eran castrados e instalados en algún apartamento en Eos.
Riki nunca descubrió la edad real de Daryl, pero Cal parecía tener unos quince
años.
Aunque compartiera sus raíces
en Guardián con los furniture, Riki había crecido en los barrios bajos, donde debía
valerse por su propia cuenta para sobrevivir. Tener quince años era diferente
en Eos. Las facciones de Cal poseían una delicadeza general que le hacía pensar
a Riki que quizás era mayor.
Comparado con Daryl, Cal no
tenía mucha experiencia como furniture y muy rara vez miraba a Riki a los ojos.
Llevaba a cabo de manera impecable todo lo que se suponía que debían hacer los
furniture, con una actitud incluso más fría. Daryl había sido diferente. A
pesar de haber mantenido siempre una cómoda distancia, al final, Daryl había
puesto todo su empeño en conocer a Riki de verdad.
En el caso de Riki, que desconocía
la verdad sobre los furniture, había agrupado la incomodidad y las miradas evitadas
junto con las usuales evasiones y expresiones de disgusto, y las había ignorado
todas. Aún seguía haciéndole sentir incómodo.
Pero ahora, tanto Riki como
Cal sabían que eran mestizos. Ese era un hecho de facto. El ‘secreto’ de los
orígenes de Riki había sido un escándalo conocido para todo el mundo dentro de
Eos. Pero, además de los propios furniture, solo un número limitado de personas
autorizadas conocía los orígenes en común que los furniture compartían con
Riki.
Incluso podía ser posible que
hubiera furniture que desconocieran el hecho de que eran mestizos. Aunque, en
términos estrictos, ninguno de ellos lo era desde que ninguno había estado en
los barrios bajos. Y eso incluía a Katze.
La sensación de disgusto y
escarnio que conllevaba la palabra ‘mestizo’ no era algo que pudiera ignorarse.
Riki lo supo cuando había empezado a vivir en Eos cuatro años y medio atrás.
Por culpa de esto, los furniture tenían mucho que temer. El solo hecho de haber
nacido en Midas los convertía en mestizos. Así que serían tratados como
leprosos.
Los furniture son
mestizos.
Ese era un hecho que nunca
debía ser revelado. De conocerse en Eos, el orden social empezaría a tambalearse.
Si se conocía que la comida de la cual dependían provenía de las manos de la
escoria más baja de la sociedad, de los sujetos de su desprecio, las mascotas
entrarían en pánico.
Eos era una sociedad más
sofocante, estricta y retorcida que los barrios bajos. Para Riki era como una
cárcel que le negaba sus razones para vivir. Y aun así, no era tan arrogante ni
autodestructivo como para revelar la verdad y destruirlo todo.
Riki era algo más que una
serpiente extraña a la que le habían concedido el acceso a su jardín. Era una presencia
ajena para ser señalada, odiada y excluida. Riki no era una mascota usual, sino
un enemigo eterno y una amenaza.
Eso nunca iba a cambiar.
Aquí nada cambia,
gruñía Riki para sus adentros. Ese era el verdadero estado de Eos. Y cuando el
peligro se iba, todo se olvidaba, como si nada hubiera pasado. Riki sospechaba
que sus tres años de humillación en Eos no significarían nada al final.
A pesar de lo espléndido que
pudiera parecer a simple vista, la vida de una mascota era, de hecho, un
símbolo de lo fugaz que era la vida. No había una sola mascota que Riki
reconociera. Había habido un cambio completo en apenas dieciocho meses. La
fecha de vencimiento para una mascota nunca era una lejana.
Por supuesto, las mascotas que
nunca habían sido motivo de su interés o de su curiosidad, habían desaparecido
de su mente. Pero Riki no había desaparecido de la de ellos. Y algunos de ellos
todavía se encontraban por allí…
Cada día por un espacio
exacto y preciso de dos horas, Riki era llevado a una caminata por los
alrededores de Eos. Era eso a lo que Cal se refería cuando había dicho, ‘ya es
hora’.
“Lo lamento,” dijo Cal, ajustando
el collar de cuero negro alrededor del cuello de Riki. Sus manos siempre
estaban tensas.
Igual a los collares que
utilizaban las otras mascotas durante sus periodos de adaptación, este collar
era algo conocido como ‘gargantilla’. Era un collar de tipo corredizo que debía
ser ajustado con precisión. Para prevenir que estuviera en contacto directo contra
la piel, era importante que no quedara demasiado flojo o apretado.
A Riki no le importaba, de
cualquier forma. Un mestizo de los barrios bajos—que reclamaba su territorio y
lo defendía con vigor—estaba hecho de algo más fuerte que las mascotas de pura
sangre. Los rasguños se le curaban solos en un espacio de uno o dos días. Pero
para Cal, permitir que una mascota se lastimara sería toda una calamidad. Más
incluso cuando al amo parecía importarle tanto esta mascota.
En Eos, lo acostumbrado para
una mascota nueva previo a su fiesta de bienvenida era—ayudándola a habituarse
al lugar—ser paseada con collar y correa por el furniture asociado a su
residencia.
Como la adaptación era el
objetivo, el furniture también debía demostrar competencia. Empezando porque aprendieran
cómo ir desde el apartamento hasta el salón, donde las mascotas se reunían, cómo
funcionaban los ascensores y cómo funcionaban las puertas—todo debía
registrarse en sus memorias.
Las mascotas eran
analfabetas, y no se podía esperar de ellas que manejaran ni siquiera los
aspectos más básicos de la vida. Todos los botones necesarios tenían símbolos
simples. En el tiempo disponible, estos eran enseñados a las mascotas
utilizando vocabulario rudimentario. Este periodo de enseñanza también servía
como una forma de probar las capacidades funcionales de los furniture.
Naturalmente, las mascotas
venían en todas las variedades. Algunas eran ágiles para pensar, y otras
carecían de toda habilidad e inteligencia. Pero era el furniture quien obtenía
la peor parte de la torpeza y estupidez de una mascota. No era culpa de la
mascota no saber diferenciar entre izquierda y derecha, sino culpa del
furniture.
Un furniture que no podía
enseñar la información necesaria a una mascota en el tiempo estipulado, era una
gran desventaja. Siempre que la mascota fuera obediente, adorable, y
sexualmente insaciable, todo lo demás le era perdonado, mientras que el
furniture se metía en problemas hasta por la equivocación más mínima.
En el caso de Riki, sin
embargo, su paseo por el parque era tratado muy distinto que en el caso de
cualquier otra mascota nueva. En términos generales, durante el tiempo en que la
cara de una nueva mascota era mostrada, la ruta a tomar no requería de ninguna
clase de papeleo formal. Se suponía que debía ser algo casual.
Pero las rutas y horarios de
Riki no solo estaban planeados de antemano, también debía llevar consigo una
tarjeta amarilla de precaución. A nadie se le permitía hablarle o acercársele.
Estaba estrictamente prohibido.
De alguna forma u otra, se
estaba exigiendo un castigo para Riki, ‘el que había vuelto’. Llevar puesta una
tarjeta amarilla durante sus caminatas era como una exposición mediática.
Riki había sentido un
bajonazo en el momento en que Iason le había informado sobre cómo iban a ser
las cosas. Pero se había dado cuenta de hasta qué enfermizo punto, durante esos
tres años, cualquier decisión una vez tomada, era inquebrantable.
Aunque Riki no parecía darle
mucha importancia, él era el infame portador de la temida tarjeta roja, la
única mascota en haber sido tan desgraciada. La norma establecida en Eos era
que cualquiera que sacase una tarjeta roja, sería inmediatamente desechado.
Pero Iason, un experto de lo
bizarro, era perfectamente feliz ignorando dichos precedentes. En cualquier
caso, sin embargo, las faltas impuestas a Iason, sin importar cuan ilógico
fuera, aplicaban también para Riki.
Qué puta molestia. Riki
le dijo en voz alta, “Iason, ¿de verdad estás con el culo dentro de la lista negra
de Orphe?”
Riki no podía evitar causarle
problemas a Iason. Pero al ver a una mascota ostentar semejante pésima actitud y
hablarle de esa manera tan grosera a su dueño, Cal pareció estar a punto de
desmayarse.
El furniture se encarga de
las mascotas. Esa ley implícita había sido taladrada en su cabeza.
“Un mestizo como tú que
regresa a Eos se convierte en un objeto de interés y curiosidad. La intención
es demostrar qué clase de creatura es esta mascota insurrecta, y exponerla al
ridículo y el escarnio,” dijo Iason de manera sincera.
“¿Al ridículo y al escarnio?
Pues ya creo yo que puedo montar todo un jaleo.”
“No hay necesidad de proveer nada
extra,” le desalentó Iason de manera casual.
Ajá, ¿para quién?
Pensó Riki pero decidió guardarse su comentario para sí mismo.
Entre las élites que
personificaban a la clase privilegiada, el imponente y aterrador orgullo de los
Blondies podía palparse a la distancia. Pero su naturaleza retorcida era
difícil de entender. Para un chiquillo de los barrios bajos, donde la simple
lógica de la fuerza definía las condiciones esenciales para mantenerse a flote,
eso estaba más allá de su comprensión.
En cuanto a Riki respectaba,
ser utilizado como combustible para juegos de Blondie, era la parte más
molesta. Pero sabía que expresar esas quejas sería inútil.
La atmosfera sofocante de Eos
era tal, a pesar de su gran extensión, que se sentía muy estrecha para Riki. El
límite de dos horas parecía una cantidad generosa, pero en realidad se
terminaba en un parpadeo. Aun con eso, sin embargo, para tratarse de un castigo,
era uno muy patético.
Siendo ese el caso, se le
ocurrió a Riki realizar un bosquejo del mapa de su ‘ruta de penitencia’. No era
solo por pasar el rato, sino una meta específica que le ayudaría a motivarse y a
despejar su dormido cerebro.
No solo su cuerpo físico
empezaba a oxidarse por la falta de uso. Acostumbrarse a la rutina diaria era
como beber un dulce y corrosivo veneno. Con el tiempo, Riki dejaría de ser él
mismo. Sabía ahora más que nunca que la experiencia era el mejor maestro de la
vida.
La ruta que recorría se
determinaba día a día. Dejarlo deambular por donde él quisiera, no sería
considerado un castigo. En ese caso, haberle ordenado permanecer encerrado en
su habitación hubiera sido preferible. Excepto que, irónicamente, eso no
se consideraba un castigo.
No estaba muy claro qué clase
de advertencia deseaba dar Orphe, pero una mascota que había burlado las
medidas de seguridad y se había escapado de los perímetros de Eos, iba a estar
al inicio de su lista negra con toda seguridad.
Si bien había un sistema de
alta definición de reproducción—un elemento requerido para las mascotas
analfabetas—en cada una de las habitaciones, ninguna mascota tenía acceso a un
teléfono. Las terminales usadas por los furniture estaban bloqueadas con un
código biométrico, y Riki no podía acceder a ellas.
Esto significaba que tenía
que memorizar la ruta y dibujar el mapa en su cabeza. No lo consideraba un
problema. Encontrarle un significado y un placer oculto a una penitencia
impuesta era una de las mejores cualidades de Riki.
Los primeros tres años de
entrenamiento como la mascota de Iason, cada día de humillación, todo lo que
Riki veía, oía y hacía, destruía su orgullo. La única cosa en su cabeza en ese
entonces había sido reaccionar de manera instintiva contra cada insulto, al
escaparse de Eos y reganar su libertad.
Eso había constituido sus
pensamientos de cada día. Forzado a llegar a términos con su realidad de no
hacer nada, todo lo que podía hacer era poner mala cara. Sin importar cuan
consciente fuera de su territorio, el alcance real de su cárcel nunca entraba
en su campo de visión. Sus sentimientos y pensamientos iban dirigidos únicamente
a lo que estaba frente a su cara.
Pero incluso cuando no había
regresado a Eos voluntariamente del todo, el Riki de ahora tenía la
libertad que el Riki de antes no tenía. Ahora su interés propio era más
calculado.
Cuatro años y medio atrás,
había sido consumido por la sensación de pérdida. Pero ese ya no era el caso.
Seguía teniendo sus arrepentimientos, teñidos por la irrompible mortificación y
amargura de haber sido capturado en una situación sin beneficio, pero también
estaba poseído por un deseo sexual que escapaba a su control.
Sin embargo, no estaba desesperado
en buscar autodestrucción. Cuando había estado en Guardián, viviendo la vida al
máximo, muchos de sus compañeros no se habían adaptado. Aplastados por las
presiones del entorno, habían muerto antes de tiempo. Las formas en que
murieron se habían quedado grabadas en lo profundo de su mente.
Lo siento, Riki. Un cansado
y andrajoso Ghil se colgaba de él y sollozaba. Lo intenté.
Heath le agarró de la mano. No
te conviertas en lo que yo soy. Prométemelo, Riki.
Estoy muy cansado también,
fueron las palabras de despedida de Raven. Se fue a dormir y nunca despertó.
Habían dejado todo y se
habían rendido. Habían negado sus razones para existir. Eso era lo último que
Riki haría.
¿Por qué una persona como
Iason, con el absoluto poder para obtener lo que quisiera, estaba tan apegado a
él? Riki no lo entendía. Probablemente también constituyera un desafío a quien fuera
que pudiera leer el circuito del cerebro del Blondie.
A pesar de lo mucho que Riki
odiaba y detestaba su estado como mascota de Iason, eso era algo que no podía
negar. Era la mascota de un Blondie de Tanagura. Tan pesados y desagradables como
pudieran ser esos grilletes, estaba claro que Iason jamás iba a liberarlo de
nuevo.
Para Riki continuar siendo
Riki, simplemente someterse a la vida de una mascota no iba a ser suficiente.
Tenía que negarlo todo. Negar su vida como mestizo. Negar su hambre libidinosa.
Negar su obstinada terquedad y su orgullo.
Si no negaba todo eso, no
importaba qué perdiera en el proceso, algo se quedaría. Al enterarse al
regresar a Eos que el nuevo furniture era Cal y no Daryl, le surgió una
necesidad de encontrar otra razón para ser.
Ese era el resultado de su
obsesión por liberarse del yugo de ser una mascota. Cuando se dio cuenta de que
la libertad que había recuperado no había sido más que un breve receso, Riki
supo que esta maldición estaba atada hasta la médula de sus huesos.
Ser confinado a su habitación
y no volver a tener contacto con ninguna mascota evitaría un montón de
problemas. Pero Orphe no pensaba que eso fuera castigo suficiente. El mensaje implícito
era alto y claro. Estaba pinchando a Iason en las costillas y expresando su
desprecio por Riki. Y Orphe sin dudas tenía otros planes también.
Las preguntas se repetían en
un interminable circuito. Atrapado en la maraña de sus propios pensamientos,
Riki sabía que estaba dándole vueltas a un asunto que no lo llevaría a ningún
lado. Era por eso que debía mantener sus propios intereses en mente.
Las mascotas de Eos eran
avaluadas primeramente como indicadores de clase social. Esa era una regla
dura, razón por la que las mascotas se pavoneaban y engalanaban todo el tiempo
como en un desfile de modas eterno.
Adorables. Hermosas.
Embrujadoras.
Tanto hombres como mujeres,
de eso dependía su estatus. En cuanto a su valor sexual ante una audiencia, ser
llamado ‘desvergonzado’ era casi un cumplido. Ser considerado un ‘ninfómana’ disparaba
su valor por lo alto.
En los barrios bajos, ser
física y mentalmente fuerte era lo que le daba el sex appeal a un hombre. Aquí
en Eos era todo lo contrario.
En Eos los hombres eran
afeminados, prácticamente eran chicas con pene hasta ser emparejados. Sin
importar cuan pura fuera su sangre, lo tosco y lo vulgar y lo no sofisticado no
interesaba. Una mascota que no cumpliera con el número de apariciones
requeridos durante las fiestas de emparejamiento perdía valor y eventualmente
todo propósito.
A pesar de eso, Riki no había
hecho su presentación formal. Pero como prueba de los privilegios especiales
con los que contaba y las circunstancias asociadas a su ‘regreso a casa’, Riki
no ponía mayor esfuerzo en esconder los chupetones sobre su piel.
No había nada en los ojos de
Riki que demostrara deseo alguno de ir provocando la ira de las otras mascotas.
No solo no podía negarse a tener sexo con Iason, sino que pelear contra él no
hacía ninguna diferencia. Sin embargo, aun atado por el collar y la correa, Riki
no se acobardaba ni adulaba a nadie.
Pero tampoco iba a hacer la
gran cosa al respecto. Ni tampoco estaba intentando demostrarles nada. Había un
dejo metálico en esos ojos negros suyos, ojos que percibían algo más, y que
atravesaban la pomposidad infantil como un hacha.
Esa sin igual sensación
eléctrica de estar vivo era como la de un lobo en medio de un rebaño de ovejas.
A donde fuera que Riki fuera, todo el mundo se detenía y lo miraba.
Riki supuestamente estaba
siendo puesto en ridículo. Pero nadie podía apartar sus ojos de él,
intercambiando por lo bajo chismes y comentarios a una distancia segura sin
toparse con su mirada jamás. Cal, quien sostenía el otro extremo de la correa, podía
sentir la vibración de ‘algo diferente’.
No era producto de la
prosaica diferencia de edades, sino de la prueba viva de que la visión aceptada
del mundo en Eos no siempre correspondía con la verdad. No se trataba del
irracional regreso de Riki, sino más bien, era lo especial que era Riki lo que
quedaba a plena vista.
Encontrarse a sí mismos
comparados contra el abrumador poder de su ser natural, las multitudes a su
alrededor eran tragadas por su presencia y disminuidas. Y no solo por los espectadores.
Al caminar junto a Riki, el paso de Cal se hacía dudoso y torpe.
Mas de una vez, Cal llegó a
tropezarse, tirando de la cadena plateada que conectaba con el collar ajustable
alrededor del cuello de Riki, haciéndolo atragantarse y detenerse de golpe. Cal
hacia una reverencia y se disculpaba por su error.
Pues intenta aflojarme un
poco más la correa, maldita sea. Pero eso no iba a lograr mucho, así que
Riki nunca lo criticaba en voz alta. Aun así, alguien de fuera no podía ser
culpado por preguntarse para quien iba dirigido realmente el castigo. Cal, seguro,
no debía tener ni idea de como manejar esta mascota tan llamativa y de mayor
edad.
Peor aún, los gustos excéntricos
del dueño de Cal estaban mucho más lejos de los de un Blondie apropiado. Y la
manera que tenía Iason de cuidar a Riki resultaba el doble de asombroso.
Pero esa no era causa para que
Riki se inclinara a comprometerse. Solo porque los furniture vinieran de
Guardián no era razón suficiente para hacerse amigo de ellos. Del mismo modo
que Daryl había conservado su distancia, Riki hacía lo mismo.
Años atrás, la clase de
tortura que Iason había impuesto a Riki en el nombre de ‘entrenamiento’ era mil
veces peor que cualquier castigo físico. Había sufrido la humillación de tener
que estar encaramado sobre las piernas de Iason mientras Daryl le practicaba
sexo oral, con los nervios de Riki quemando como fuego. Pero Daryl nunca había
sobrepasado sus límites como furniture.
Sin importar qué, Daryl
siempre obedecía los deseos de Iason. Su razón y auto restricción no se veían
afectadas por las emociones, y se mantenía siempre bajo control.
Riki había empezado a
comprender las emociones de Daryl hasta un punto doloroso. Aun estando
confinados en un mismo lugar, el furniture y la mascota no estaban allí para
lamerse las heridas entre ellos. Si se hacían muy cercanos, podría resultar
fatal para los dos. No podía haber amistad entre un furniture y una mascota, un
hecho que Riki no podía dejar de repetirse lo suficiente.
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