miércoles, 17 de junio de 2020

AnK - Volúmen 6, Capítulo 4


     Año y medio después, Tanagura seguía poseyendo una inmensidad tan impresionante como de costumbre. Hasta más allá del horizonte, la fachada de cada uno de sus edificios lucía perfecta, sin una sola mancha contaminándola. La imagen era tan aséptica, que hacía que los ojos ardieran. Los bosques de zigurats y rascacielos parecían extenderse hasta alcanzar las estrellas.
          No importaba cuanto pudiera esforzarse su vecina Midas en llamar la atención, Tanagura no volvía la mirada hacia ella jamás. Si Midas podía considerarse una moza estropajosa, Tanagura era la aristócrata elegante y concertada. Aunque compartieran la misma tierra, el mismo cielo y el mismo idioma, constituían la más extraña de las parejas.
         La particular belleza metálica de Tanagura no había sido la característica definitoria original de la ciudad. En vez de eso, se había levantado como una cibernética ciudad especializada, construida por androides quienes perseguían sin descanso la finalidad de su propia creación. Eso era lo que personificaba la naturaleza de Tanagura.
         La ciudad mecánica en sí misma era la destilación de la ideología unificadora elitista de los androides que la gobernaban—esa de desarrollar las capacidades de sus propios cerebros y los caminos neurales en formas de vida artificial. Y su creador omnipotente era una gigante inteligencia artificial conocida como Lambda 3000.
         Habiendo crecido en la asfixiante y trastornada maceta que eran los barrios bajos, a Riki se le hacía difícil respirar en esa inmaculada, impoluta y fría parte inorgánica del planeta. Simplemente estar allí le colocaba los nervios de punta y le provocaba los más incoherentes sentimientos de desprecio.
         El único deposito de lo completamente orgánico en Tanagura—donde podía sentirse el calor humano—era la Torre Palacio en Eos.
         Tres especies diferentes vivían allí: la élite de androides cuyo único componente humano restante eran sus super evolucionados cerebros, los esclavos despojados de toda dignidad humana llamados furniture, y las mascotas descerebradas criadas únicamente para el sexo.
         La razón para la existencia de cada especie no tenía nada que ver con la otra. Ningún interés mutuo cedía a lo racional. Ningún abismo de duda esperaba ser resuelto. Eran líneas paralelas que no se juntaban nunca.
         Una especie de deficiente y torcida existencia había florecido allí. La realidad contenida en ello era asombrosa, y sin embargo seguía siendo algo sin sentido. No por las diferencias entre lo real de lo ideal, sino por las paredes aislándolos que no podían soportar el más leve rasguño de acercamiento.
         Riki siempre había considerado a los barrios bajos como un mundo lleno de hombres hacinados dentro de una abarrotada claustrofobia. Era un basurero donde la gente se pudría haciendo lo peor que pudieran hacer de su disfuncional libertad. Pero comparado con Eos, esa libertad disfuncional era muy superior. A pesar de toda esa aparente indulgencia con las reglas, el nivel al que eran restringidas las acciones de un individuo en Eos, no era nada como en los barrios bajos.
         En Eos, las mascotas se conformaban con obtener cualquier cosa y no pensaban en nada excepto en como convertirse en la mejor muñeca sexual. Esa era la impronta impuesta en las mascotas. Deslumbrados por todos los lujos y adornos, nunca notaban que estaban atadas de pies y manos.
         En cuanto a Riki respectaba, el más objetable hecho de la vida en Eos era tener que obedecer servilmente cada capricho de su dueño. Una mascota no podía pensar por sí misma o tomar sus propias decisiones. El sufrimiento que esto le ocasionaba era algo completamente ajeno a Eos, un hecho que ni la razón ni la emoción podían explicar.
         Mantenerse firme y nadar contra corriente implicaba mucho dolor y arrepentimiento. Durante esos tres años, Riki había experimentado esa verdad en lo profundo de su ser.

         Había pasado una semana desde que Riki hubiese sido puesto prisionero en Eos otra vez. Como siempre, se la pasaba holgazaneando en su espaciosa habitación, pasando el tiempo haciendo nada.
         Oyó un suave llamado y la puerta se abrió. La habitación de Riki no se podía abrir desde adentro. Toda la seguridad de la habitación debía ser accedida desde afuera. Lo que significaba que ‘su’ habitación no le proveía de ningún tipo de privacidad.
         “Amo, Riki. Ya es hora,” le informó el furniture en una voz estridente a la que Riki no había terminado por acostumbrarse.
         El nombre del furniture era Cal. Riki se había quedado muy sorprendido cuando lo vio por primera vez. Nunca había tenido una razón para dudar que Daryl seguía siendo el furniture a cargo de la vivienda de Iason.
         “¿Qué le pasó a Daryl?” soltó Riki. Por primera vez en su vida no tenía un motivo de fondo para preguntar. Era simple curiosidad.
         La cara de Cal se puso pálida. Por fortuna o no, Riki no estaba mirando a Iason en ese momento en particular y no notó su expresión.
         “Hubo un cambio en el personal.”
         Como una respuesta condicionada del furniture, el cuerpo entero de Cal se puso rígido en reacción a la casual explicación proveída por Iason, pero Riki no notó eso tampoco.
         “Así que ya no está, ¿eh?”
         Daryl ya no estaba, el furniture cuya ubicua presencia le había parecido a Riki como, bueno, una parte más del inmobiliario. Riki se había estado preguntando qué iba a decirle a Daryl cuando volviera a verlo, así que su ausencia era algo así como un alivio. Al mismo tiempo, la pérdida de su único confidente en Eos le partía el corazón.
         No siguió insistiéndole a Iason sobre lo que sus palabras de “cambio en el personal” significaban. No tenía sentido hacerlo. Comparado a cuando Riki creía que los furniture eran una especie sin relación a la suya, su respuesta emocional a ellos ahora era diferente.
         Conocer la verdad sobre lo que eran los furniture hacía que Riki se forzara a sí mismo a recordar a Daryl, al ver a Cal, desde una nueva perspectiva.
         Fui el furniture de Iason por cinco años. Esa sorprendente revelación de Katze seguía retumbando en los oídos de Riki. Todos los furniture de Eos provienen de Guardián.
         La increíble verdad arrojada a la cara de Riki había hecho que la cabeza le diera vueltas. Si no hubiera sido Katze quien le dijera eso, habría pensado que se trataba de una broma. Ni siquiera lo hubiera considerado humor negro, sino puras patrañas. No había nada de divertido en ello desde que toda historia necesitaba una base de hecho, así que un mestizo convirtiéndose en la mascota de un Blondie no podía considerarse algo gracioso.
         Ser un mestizo de los barrios bajos era lo más bajo que se podía ser en Ceres. Así que, ¿convertirlos en furniture en Eos? Hasta Riki, quien había experimentado una situación todavía más extraña, se había quedado boquiabierto ante la confesión de Katze.
         “Un furniture es castrado de modo que no puede ser hombre ni mujer,” le había dicho Katze, “sino una cosa viva inconclusa e incompleta. A decir verdad, llegar a términos con esa realidad me tomó una gran cantidad de tiempo. Cuando los seres humanos pierden algo que deberían tener, sus almas se desequilibran de igual forma. Pero las mascotas y sus dueños no se molestan mucho en percatarse de eso.”
         El recuerdo repentino de las palabras de Katze se sintió como arena seca en la boca de Riki. La pérdida de lo que debía estar allí. Esas palabras pesaban en Riki.
         Los furniture empezaban a la edad de trece años, eran castrados e instalados en algún apartamento en Eos. Riki nunca descubrió la edad real de Daryl, pero Cal parecía tener unos quince años.
         Aunque compartiera sus raíces en Guardián con los furniture, Riki había crecido en los barrios bajos, donde debía valerse por su propia cuenta para sobrevivir. Tener quince años era diferente en Eos. Las facciones de Cal poseían una delicadeza general que le hacía pensar a Riki que quizás era mayor.
         Comparado con Daryl, Cal no tenía mucha experiencia como furniture y muy rara vez miraba a Riki a los ojos. Llevaba a cabo de manera impecable todo lo que se suponía que debían hacer los furniture, con una actitud incluso más fría. Daryl había sido diferente. A pesar de haber mantenido siempre una cómoda distancia, al final, Daryl había puesto todo su empeño en conocer a Riki de verdad.
         En el caso de Riki, que desconocía la verdad sobre los furniture, había agrupado la incomodidad y las miradas evitadas junto con las usuales evasiones y expresiones de disgusto, y las había ignorado todas. Aún seguía haciéndole sentir incómodo.
         Pero ahora, tanto Riki como Cal sabían que eran mestizos. Ese era un hecho de facto. El ‘secreto’ de los orígenes de Riki había sido un escándalo conocido para todo el mundo dentro de Eos. Pero, además de los propios furniture, solo un número limitado de personas autorizadas conocía los orígenes en común que los furniture compartían con Riki.
         Incluso podía ser posible que hubiera furniture que desconocieran el hecho de que eran mestizos. Aunque, en términos estrictos, ninguno de ellos lo era desde que ninguno había estado en los barrios bajos. Y eso incluía a Katze.
         La sensación de disgusto y escarnio que conllevaba la palabra ‘mestizo’ no era algo que pudiera ignorarse. Riki lo supo cuando había empezado a vivir en Eos cuatro años y medio atrás. Por culpa de esto, los furniture tenían mucho que temer. El solo hecho de haber nacido en Midas los convertía en mestizos. Así que serían tratados como leprosos.
         Los furniture son mestizos.
         Ese era un hecho que nunca debía ser revelado. De conocerse en Eos, el orden social empezaría a tambalearse. Si se conocía que la comida de la cual dependían provenía de las manos de la escoria más baja de la sociedad, de los sujetos de su desprecio, las mascotas entrarían en pánico.
         Eos era una sociedad más sofocante, estricta y retorcida que los barrios bajos. Para Riki era como una cárcel que le negaba sus razones para vivir. Y aun así, no era tan arrogante ni autodestructivo como para revelar la verdad y destruirlo todo.
         Riki era algo más que una serpiente extraña a la que le habían concedido el acceso a su jardín. Era una presencia ajena para ser señalada, odiada y excluida. Riki no era una mascota usual, sino un enemigo eterno y una amenaza.
         Eso nunca iba a cambiar.
         Aquí nada cambia, gruñía Riki para sus adentros. Ese era el verdadero estado de Eos. Y cuando el peligro se iba, todo se olvidaba, como si nada hubiera pasado. Riki sospechaba que sus tres años de humillación en Eos no significarían nada al final.
         A pesar de lo espléndido que pudiera parecer a simple vista, la vida de una mascota era, de hecho, un símbolo de lo fugaz que era la vida. No había una sola mascota que Riki reconociera. Había habido un cambio completo en apenas dieciocho meses. La fecha de vencimiento para una mascota nunca era una lejana.
         Por supuesto, las mascotas que nunca habían sido motivo de su interés o de su curiosidad, habían desaparecido de su mente. Pero Riki no había desaparecido de la de ellos. Y algunos de ellos todavía se encontraban por allí…

         Cada día por un espacio exacto y preciso de dos horas, Riki era llevado a una caminata por los alrededores de Eos. Era eso a lo que Cal se refería cuando había dicho, ‘ya es hora’.
         “Lo lamento,” dijo Cal, ajustando el collar de cuero negro alrededor del cuello de Riki. Sus manos siempre estaban tensas.
         Igual a los collares que utilizaban las otras mascotas durante sus periodos de adaptación, este collar era algo conocido como ‘gargantilla’. Era un collar de tipo corredizo que debía ser ajustado con precisión. Para prevenir que estuviera en contacto directo contra la piel, era importante que no quedara demasiado flojo o apretado.
         A Riki no le importaba, de cualquier forma. Un mestizo de los barrios bajos—que reclamaba su territorio y lo defendía con vigor—estaba hecho de algo más fuerte que las mascotas de pura sangre. Los rasguños se le curaban solos en un espacio de uno o dos días. Pero para Cal, permitir que una mascota se lastimara sería toda una calamidad. Más incluso cuando al amo parecía importarle tanto esta mascota.
         En Eos, lo acostumbrado para una mascota nueva previo a su fiesta de bienvenida era—ayudándola a habituarse al lugar—ser paseada con collar y correa por el furniture asociado a su residencia.
         Como la adaptación era el objetivo, el furniture también debía demostrar competencia. Empezando porque aprendieran cómo ir desde el apartamento hasta el salón, donde las mascotas se reunían, cómo funcionaban los ascensores y cómo funcionaban las puertas—todo debía registrarse en sus memorias.
         Las mascotas eran analfabetas, y no se podía esperar de ellas que manejaran ni siquiera los aspectos más básicos de la vida. Todos los botones necesarios tenían símbolos simples. En el tiempo disponible, estos eran enseñados a las mascotas utilizando vocabulario rudimentario. Este periodo de enseñanza también servía como una forma de probar las capacidades funcionales de los furniture.
         Naturalmente, las mascotas venían en todas las variedades. Algunas eran ágiles para pensar, y otras carecían de toda habilidad e inteligencia. Pero era el furniture quien obtenía la peor parte de la torpeza y estupidez de una mascota. No era culpa de la mascota no saber diferenciar entre izquierda y derecha, sino culpa del furniture. 
         Un furniture que no podía enseñar la información necesaria a una mascota en el tiempo estipulado, era una gran desventaja. Siempre que la mascota fuera obediente, adorable, y sexualmente insaciable, todo lo demás le era perdonado, mientras que el furniture se metía en problemas hasta por la equivocación más mínima.
         En el caso de Riki, sin embargo, su paseo por el parque era tratado muy distinto que en el caso de cualquier otra mascota nueva. En términos generales, durante el tiempo en que la cara de una nueva mascota era mostrada, la ruta a tomar no requería de ninguna clase de papeleo formal. Se suponía que debía ser algo casual.
         Pero las rutas y horarios de Riki no solo estaban planeados de antemano, también debía llevar consigo una tarjeta amarilla de precaución. A nadie se le permitía hablarle o acercársele. Estaba estrictamente prohibido.
         De alguna forma u otra, se estaba exigiendo un castigo para Riki, ‘el que había vuelto’. Llevar puesta una tarjeta amarilla durante sus caminatas era como una exposición mediática.
         Riki había sentido un bajonazo en el momento en que Iason le había informado sobre cómo iban a ser las cosas. Pero se había dado cuenta de hasta qué enfermizo punto, durante esos tres años, cualquier decisión una vez tomada, era inquebrantable.
         Aunque Riki no parecía darle mucha importancia, él era el infame portador de la temida tarjeta roja, la única mascota en haber sido tan desgraciada. La norma establecida en Eos era que cualquiera que sacase una tarjeta roja, sería inmediatamente desechado.
         Pero Iason, un experto de lo bizarro, era perfectamente feliz ignorando dichos precedentes. En cualquier caso, sin embargo, las faltas impuestas a Iason, sin importar cuan ilógico fuera, aplicaban también para Riki.
         Qué puta molestia. Riki le dijo en voz alta, “Iason, ¿de verdad estás con el culo dentro de la lista negra de Orphe?”
         Riki no podía evitar causarle problemas a Iason. Pero al ver a una mascota ostentar semejante pésima actitud y hablarle de esa manera tan grosera a su dueño, Cal pareció estar a punto de desmayarse.
         El furniture se encarga de las mascotas. Esa ley implícita había sido taladrada en su cabeza.
         “Un mestizo como tú que regresa a Eos se convierte en un objeto de interés y curiosidad. La intención es demostrar qué clase de creatura es esta mascota insurrecta, y exponerla al ridículo y el escarnio,” dijo Iason de manera sincera.
         “¿Al ridículo y al escarnio? Pues ya creo yo que puedo montar todo un jaleo.”
         “No hay necesidad de proveer nada extra,” le desalentó Iason de manera casual.
         Ajá, ¿para quién? Pensó Riki pero decidió guardarse su comentario para sí mismo.
         Entre las élites que personificaban a la clase privilegiada, el imponente y aterrador orgullo de los Blondies podía palparse a la distancia. Pero su naturaleza retorcida era difícil de entender. Para un chiquillo de los barrios bajos, donde la simple lógica de la fuerza definía las condiciones esenciales para mantenerse a flote, eso estaba más allá de su comprensión.
         En cuanto a Riki respectaba, ser utilizado como combustible para juegos de Blondie, era la parte más molesta. Pero sabía que expresar esas quejas sería inútil.
         La atmosfera sofocante de Eos era tal, a pesar de su gran extensión, que se sentía muy estrecha para Riki. El límite de dos horas parecía una cantidad generosa, pero en realidad se terminaba en un parpadeo. Aun con eso, sin embargo, para tratarse de un castigo, era uno muy patético.
         Siendo ese el caso, se le ocurrió a Riki realizar un bosquejo del mapa de su ‘ruta de penitencia’. No era solo por pasar el rato, sino una meta específica que le ayudaría a motivarse y a despejar su dormido cerebro.
         No solo su cuerpo físico empezaba a oxidarse por la falta de uso. Acostumbrarse a la rutina diaria era como beber un dulce y corrosivo veneno. Con el tiempo, Riki dejaría de ser él mismo. Sabía ahora más que nunca que la experiencia era el mejor maestro de la vida.
         La ruta que recorría se determinaba día a día. Dejarlo deambular por donde él quisiera, no sería considerado un castigo. En ese caso, haberle ordenado permanecer encerrado en su habitación hubiera sido preferible. Excepto que, irónicamente, eso no se consideraba un castigo.
         No estaba muy claro qué clase de advertencia deseaba dar Orphe, pero una mascota que había burlado las medidas de seguridad y se había escapado de los perímetros de Eos, iba a estar al inicio de su lista negra con toda seguridad.
         Si bien había un sistema de alta definición de reproducción—un elemento requerido para las mascotas analfabetas—en cada una de las habitaciones, ninguna mascota tenía acceso a un teléfono. Las terminales usadas por los furniture estaban bloqueadas con un código biométrico, y Riki no podía acceder a ellas.
         Esto significaba que tenía que memorizar la ruta y dibujar el mapa en su cabeza. No lo consideraba un problema. Encontrarle un significado y un placer oculto a una penitencia impuesta era una de las mejores cualidades de Riki.
         Los primeros tres años de entrenamiento como la mascota de Iason, cada día de humillación, todo lo que Riki veía, oía y hacía, destruía su orgullo. La única cosa en su cabeza en ese entonces había sido reaccionar de manera instintiva contra cada insulto, al escaparse de Eos y reganar su libertad.
         Eso había constituido sus pensamientos de cada día. Forzado a llegar a términos con su realidad de no hacer nada, todo lo que podía hacer era poner mala cara. Sin importar cuan consciente fuera de su territorio, el alcance real de su cárcel nunca entraba en su campo de visión. Sus sentimientos y pensamientos iban dirigidos únicamente a lo que estaba frente a su cara.
         Pero incluso cuando no había regresado a Eos voluntariamente del todo, el Riki de ahora tenía la libertad que el Riki de antes no tenía. Ahora su interés propio era más calculado.
         Cuatro años y medio atrás, había sido consumido por la sensación de pérdida. Pero ese ya no era el caso. Seguía teniendo sus arrepentimientos, teñidos por la irrompible mortificación y amargura de haber sido capturado en una situación sin beneficio, pero también estaba poseído por un deseo sexual que escapaba a su control.
         Sin embargo, no estaba desesperado en buscar autodestrucción. Cuando había estado en Guardián, viviendo la vida al máximo, muchos de sus compañeros no se habían adaptado. Aplastados por las presiones del entorno, habían muerto antes de tiempo. Las formas en que murieron se habían quedado grabadas en lo profundo de su mente.
         Lo siento, Riki. Un cansado y andrajoso Ghil se colgaba de él y sollozaba. Lo intenté.
         Heath le agarró de la mano. No te conviertas en lo que yo soy. Prométemelo, Riki.
         Estoy muy cansado también, fueron las palabras de despedida de Raven. Se fue a dormir y nunca despertó.
         Habían dejado todo y se habían rendido. Habían negado sus razones para existir. Eso era lo último que Riki haría.
         ¿Por qué una persona como Iason, con el absoluto poder para obtener lo que quisiera, estaba tan apegado a él? Riki no lo entendía. Probablemente también constituyera un desafío a quien fuera que pudiera leer el circuito del cerebro del Blondie.
         A pesar de lo mucho que Riki odiaba y detestaba su estado como mascota de Iason, eso era algo que no podía negar. Era la mascota de un Blondie de Tanagura. Tan pesados y desagradables como pudieran ser esos grilletes, estaba claro que Iason jamás iba a liberarlo de nuevo.
         Para Riki continuar siendo Riki, simplemente someterse a la vida de una mascota no iba a ser suficiente. Tenía que negarlo todo. Negar su vida como mestizo. Negar su hambre libidinosa. Negar su obstinada terquedad y su orgullo.
         Si no negaba todo eso, no importaba qué perdiera en el proceso, algo se quedaría. Al enterarse al regresar a Eos que el nuevo furniture era Cal y no Daryl, le surgió una necesidad de encontrar otra razón para ser.
         Ese era el resultado de su obsesión por liberarse del yugo de ser una mascota. Cuando se dio cuenta de que la libertad que había recuperado no había sido más que un breve receso, Riki supo que esta maldición estaba atada hasta la médula de sus huesos.
         Ser confinado a su habitación y no volver a tener contacto con ninguna mascota evitaría un montón de problemas. Pero Orphe no pensaba que eso fuera castigo suficiente. El mensaje implícito era alto y claro. Estaba pinchando a Iason en las costillas y expresando su desprecio por Riki. Y Orphe sin dudas tenía otros planes también.
         Las preguntas se repetían en un interminable circuito. Atrapado en la maraña de sus propios pensamientos, Riki sabía que estaba dándole vueltas a un asunto que no lo llevaría a ningún lado. Era por eso que debía mantener sus propios intereses en mente.
         Las mascotas de Eos eran avaluadas primeramente como indicadores de clase social. Esa era una regla dura, razón por la que las mascotas se pavoneaban y engalanaban todo el tiempo como en un desfile de modas eterno.
         Adorables. Hermosas. Embrujadoras.
         Tanto hombres como mujeres, de eso dependía su estatus. En cuanto a su valor sexual ante una audiencia, ser llamado ‘desvergonzado’ era casi un cumplido. Ser considerado un ‘ninfómana’ disparaba su valor por lo alto.
         En los barrios bajos, ser física y mentalmente fuerte era lo que le daba el sex appeal a un hombre. Aquí en Eos era todo lo contrario.
         En Eos los hombres eran afeminados, prácticamente eran chicas con pene hasta ser emparejados. Sin importar cuan pura fuera su sangre, lo tosco y lo vulgar y lo no sofisticado no interesaba. Una mascota que no cumpliera con el número de apariciones requeridos durante las fiestas de emparejamiento perdía valor y eventualmente todo propósito.
         A pesar de eso, Riki no había hecho su presentación formal. Pero como prueba de los privilegios especiales con los que contaba y las circunstancias asociadas a su ‘regreso a casa’, Riki no ponía mayor esfuerzo en esconder los chupetones sobre su piel.
         No había nada en los ojos de Riki que demostrara deseo alguno de ir provocando la ira de las otras mascotas. No solo no podía negarse a tener sexo con Iason, sino que pelear contra él no hacía ninguna diferencia. Sin embargo, aun atado por el collar y la correa, Riki no se acobardaba ni adulaba a nadie.
         Pero tampoco iba a hacer la gran cosa al respecto. Ni tampoco estaba intentando demostrarles nada. Había un dejo metálico en esos ojos negros suyos, ojos que percibían algo más, y que atravesaban la pomposidad infantil como un hacha.
         Esa sin igual sensación eléctrica de estar vivo era como la de un lobo en medio de un rebaño de ovejas. A donde fuera que Riki fuera, todo el mundo se detenía y lo miraba.
         Riki supuestamente estaba siendo puesto en ridículo. Pero nadie podía apartar sus ojos de él, intercambiando por lo bajo chismes y comentarios a una distancia segura sin toparse con su mirada jamás. Cal, quien sostenía el otro extremo de la correa, podía sentir la vibración de ‘algo diferente’.
         No era producto de la prosaica diferencia de edades, sino de la prueba viva de que la visión aceptada del mundo en Eos no siempre correspondía con la verdad. No se trataba del irracional regreso de Riki, sino más bien, era lo especial que era Riki lo que quedaba a plena vista.
         Encontrarse a sí mismos comparados contra el abrumador poder de su ser natural, las multitudes a su alrededor eran tragadas por su presencia y disminuidas. Y no solo por los espectadores. Al caminar junto a Riki, el paso de Cal se hacía dudoso y torpe.
         Mas de una vez, Cal llegó a tropezarse, tirando de la cadena plateada que conectaba con el collar ajustable alrededor del cuello de Riki, haciéndolo atragantarse y detenerse de golpe. Cal hacia una reverencia y se disculpaba por su error.
         Pues intenta aflojarme un poco más la correa, maldita sea. Pero eso no iba a lograr mucho, así que Riki nunca lo criticaba en voz alta. Aun así, alguien de fuera no podía ser culpado por preguntarse para quien iba dirigido realmente el castigo. Cal, seguro, no debía tener ni idea de como manejar esta mascota tan llamativa y de mayor edad.
         Peor aún, los gustos excéntricos del dueño de Cal estaban mucho más lejos de los de un Blondie apropiado. Y la manera que tenía Iason de cuidar a Riki resultaba el doble de asombroso.
         Pero esa no era causa para que Riki se inclinara a comprometerse. Solo porque los furniture vinieran de Guardián no era razón suficiente para hacerse amigo de ellos. Del mismo modo que Daryl había conservado su distancia, Riki hacía lo mismo.
         Años atrás, la clase de tortura que Iason había impuesto a Riki en el nombre de ‘entrenamiento’ era mil veces peor que cualquier castigo físico. Había sufrido la humillación de tener que estar encaramado sobre las piernas de Iason mientras Daryl le practicaba sexo oral, con los nervios de Riki quemando como fuego. Pero Daryl nunca había sobrepasado sus límites como furniture.
         Sin importar qué, Daryl siempre obedecía los deseos de Iason. Su razón y auto restricción no se veían afectadas por las emociones, y se mantenía siempre bajo control.
         Riki había empezado a comprender las emociones de Daryl hasta un punto doloroso. Aun estando confinados en un mismo lugar, el furniture y la mascota no estaban allí para lamerse las heridas entre ellos. Si se hacían muy cercanos, podría resultar fatal para los dos. No podía haber amistad entre un furniture y una mascota, un hecho que Riki no podía dejar de repetirse lo suficiente.

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