domingo, 28 de junio de 2020

AnK - Volúmen 7, Capítulo 5


Tres semanas después.
Habiendo cumplido su castigo, Riki se encontraba de vuelta en el salón.
Para pasar de las habitaciones modulares al salón, se requería una transferencia hacia el elevador gravitacional en el treintavo piso.
Para llegar al jardín, se requería atravesar otra sala de ascensores. El corredor era una escalera mecánica que abarcaba tres pisos y cada vez que Riki la utilizaba, se sentía incómodo.
¿Quién? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Por qué?
Y entonces lo recordó. Un arco. La voz de un niño. Recuerdos, recuerdos, recuerdos.
La sala de ascensores se asemejaba a la que había en el museo de Guardián.
El recuerdo estaba enterrado en lo profundo de la memoria de Riki.
Ahora que lo pensaba, quizás no había nada de diferente entre estar en Guardián y en el salón. Para las personas de Ceres, su tiempo bajo el cuidado de Guardián era sagrado, así como Eos era el paraíso para las mascotas. Aun si ese paraíso los despojaba de toda dignidad humana.
Riki no podía terminar de acostumbrarse a Eos porque todo sobre Eos era un fraude.
En Ceres, a la edad de trece años, un adolescente era emancipado de Guardián. En Eos también había un límite para la edad de las mascotas, pero aparte de Riki, era generalmente la edad de diecisiete. Tanto en Guardián como en Eos, la juventud era una comodidad. Riki no pertenecía a ninguno de esos mundos.
Riki miró hacia el frente.
Aquellos que no estaban acostumbrados a ver de cerca a Riki, cuchichearon en lo que este se abría camino. No es que le importara. Dobló una esquina y se topó con los sonidos de una discusión.
“Eres una Gilrea irrespetuosa” la voz de una chica llegó a oídos de Riki. Había un grupo de mascotas frente al elevador al que Riki pretendía llegar.
“Tú no eres más que una Amida,” replicó la voz igualmente chillona de otra mascota femenina. “Mi rango es más alto que el tuyo.”
“¿Y quién lo dice?”
“Es por eso que eres tan inútil, ni siquiera lo entiendes.”
Las mascotas hembra continuaron discutiendo sobre la superioridad de sus respectivas razas. Había otras voces que se unían al argumento, cada una añadiéndose a la voz de la cacofonía. Todo se trataba sobre las razas, no sobre la belleza. Ese era el estatus para las mascotas. Eso y la posición de sus amos en Eos.
Para las élites era una regla implícita eso de escoger mascotas acordes a su posición en la vida. El único en todo Eos que desconocía por completo dicha regla y la volteaba de cabeza, era Iason al escoger a un mestizo como Riki.
Las mascotas de raza Gilrea y Amida continuaron discutiendo. Riki no le encontraba el sentido a aquello. Aun para las mascotas con los rangos mas altos de los especímenes de la Academia, había diferencias en el pedigree. Riki lo había escuchado de Mimea. Aun si no podían leer o escribir, las mascotas priorizaban el estatus de su raza por encima de todo lo demás.
El estatus no significaba nada para Riki, quien había luchado para conseguir todo durante su vida entera. Mimea nunca había entendido esto sobre él; la diferencia entre los dos era colosal.
La pelea continuaba.
Era una cuestión de quién se derrumbaba primero.
Por un instante, Riki consideró intervenir, entonces la multitud se desordenó y una sola mascota quedó haciendo contacto visual con él. La mascota se congeló aterrorizada, susurrando el nombre de Riki. La multitud entera se removió y retrocedió.
Es él.
Riki.
El mestizo.
La conmoción creció entre las mascotas. La anterior discusión se detuvo.
Las mascotas se quedaron mirando en silencio en lo que Miguel emergía de entre la multitud.
“¡Riki!”
Riki no supo qué decir. Consideró darse la vuelta y marcharse. Miguel sonrió y se le acercó.
Me castigan durante tres semanas y ahora esto, qué mala suerte. Pensó Riki para sus adentros.
“¿Cómo estás?”
Incapaz de leer la atmosfera a su alrededor, Miguel continuó sonriendo. Riki se quedó mirándolo. Se preguntaba si Miguel era así de despistado o si en realidad había algo más en juego.
Riki empezó a caminar rápido hacia el elevador gravitacional. La multitud se dispersó para hacerle camino.
“Vas a ir al jardín, ¿cierto?” preguntó Miguel. Riki lo ignoró.
“Mientras no estabas, Riki, crecieron flores de color azul en todas partes.”
Riki le dio la espalda.
“Deja de seguirme.”
Miguel se quedó petrificado en su sitio.
“Ve a jugar con los otros niños. Deja de seguirme.”
Miguel se quedó mirando a Riki como si el impacto de esas palabras hubiera sido físico. Riki entró al elevador gravitacional y las puertas se cerraron tras él.
Nada bueno pasará si estás conmigo.
Riki sabía cuan ciertas eran esas palabras. Apretó los dientes en lo que el elevador gravitacional ascendía.

Diez días después.
Riki estaba en su lugar favorito en el jardín con su Placa de datos, leyendo en ella una versión traducida de los mitos de Vila Napas en la antigua Elant. El tiempo se le pasaba rápido a Riki de esta manera.
Todo en el jardín—el viento, la luz del sol, la sombra—era artificial. Pero la tierra, los árboles, las flores, las aves y los animales eran todavía orgánicos, aun cuando habían sido construidos por la cumbre de la tecnología de Tanagura, que había traído a los animales extintos de vuelta a la vida. Nadie molestaba a Riki. No estaba Miguel. Riki se sentía feliz.
Cállate.
Eres una puta molestia.
Deja de seguirme.
Riki nunca cambiaba sus palabras con Miguel, pero aparentemente decírselas en público había surtido efecto, la normalidad de los días de Riki estaba de vuelta. Todo había funcionado, de eso, Riki no tenía dudas.
Y entonces la paz de Riki fue perturbada desde una dirección inesperada.
La cara sin aliento de una mascota hembra apareció frente a él, gritando.
“Estúpido mestizo, lo has dañado todo, ¡todo! Estuve esperando por semanas hasta que lo arruinaste todo, mestizo estúpido, ¡te odio! ¡te odio!” la mascota agitada le gritó a Riki eso y se fue corriendo tan rápido como había aparecido, dejando a Riki completamente confundido.
Y algo similar pasó al día siguiente también, con una mascota hembra diferente.
Y el día después de ese con otra.
Riki se preguntaba si esto se trataba de alguna clase de juego nuevo entre las mascotas, alguna especie de desafío. Se puso a pensar.
Al principio, había estado sin palabras.
Después se sintió molesto.
Finalmente, estaba furioso.
Aun cuando Riki sabía que era mejor no tomar represalias y hacer peores las cosas, la razón por la que esto estaba pasando se le escapaba. Y aparentemente el único que no entendía nada era Riki, como si fuera alguna clase de secreto del que todo el mundo estaba enterado.
Riki había pensado preguntarle a Cal al respecto, pero prefirió no hacerlo. Una vez que lo hiciera, Iason lo sabría—y Riki quería evitar eso a toda costa.
Como era usual, Riki salió de la residencia de Iason en el último piso y se bajó del elevador gravitacional en el treinteavo piso. Al entrar al salón, una sensación de intranquilidad lo acometió. Buscó por la causa y la encontró; había alguien en la sala de elevadores que obviamente no era una mascota.
Era un furniture—con un uniforme diferente del que usaba Cal. Era claro que el furniture no pertenecía a un Blondie, y no había ninguna mascota con correa a la vista. El furniture estaba allí solo. Riki se preguntó de quien se trataba.
Riki se detuvo y se quedó mirándolo porque el furniture estaba pálido, se sacudía estando de pie con los puños apretados. Las miradas de ambos se encontraron. Los ojos del furniture se abrieron del todo. Sus puños temblaron.
“Tú.” La voz sonó como una acusación.
“Es todo culpa tuya. ¿Por qué tú? ¿Por qué eres tan especial? ¿Por qué? ¿Por qué?”
Riki estaba tan acostumbrado al abuso. Que le gritaran por ninguna razón en absoluto no lo perturbaba. Pero que un furniture saliera y le dijera eso en lugar de una mascota, era algo nuevo. ¿Por qué? Riki estaba desconcertado. ¿Quién carajos es este? Riki nunca conversaba con los furniture, ni siquiera con los furniture de los Blondies.
Los únicos que conocía eran Tomass, el furniture de Aisha, y Ray, el furniture de Raoul. Steen y Mimea habían hecho eso posible. El resto eran todos extraños. Pero incluso si Riki no los conocía, lo contrario no era el caso. El deber de los furniture era cuidar de las mascotas. Su red neural estaba llena con nada menos que con cosas del condenado mestizo.
Eso es malo.
Las mascotas eran inmaduras e impulsivas, pero esto era diferente—el furniture estaba a punto de explotar. Riki conocía las señales. Tenía cicatrices de los barrios bajos para probarlo—o tuvo, antes de que Iason se las hubiera mandado a quitar quirúrgicamente.
Decirle cualquier cosa era inútil. Solo iba a acelerar la confrontación. Se diera esta con una mascota o con un furniture, Riki quería evitarla a toda costa. Riki se había mantenido alejado de los problemas; no entendía qué podría haber hecho para fastidiar tanto a ese furniture.
El furniture era un problema, pero no en el sentido físico. Riki tenía experiencia en las peleas de los barrios bajos; este furniture nunca había puesto un pie fuera de Eos. No, el problema vendría por crear un alboroto. Por Iason.
“¡Esto es todo culpa tuya! Pero nunca se te nota en la cara, como si nunca te importara nada. ¿Por qué? ¡No es justo!”
Riki tenía la inescapable sensación de que había estado allí antes, como si ya hubiera pasado por esto alguna vez.
No puede ser.
Steen acercándose a él con un cuchillo.
Si pierdo todo, tú también deberás perderlo todo.
Las palabras floraron en la mente de Riki.
Perdí a Schell, no es justo, si yo pierdo algo, ¡tú también!
Robby.
Cuando había estado en Guardián.
No, no era eso.
No es Robby. Riki se acordaba de Robby pero este furniture no era él. Todo se hizo más claro. Y de pronto lo supo.
“¿Eres Vince?”
El nombre emergió desde un recuerdo lejano.
La cara del furniture se oscureció con algo terrible.

Último nivel.
Tomass, el furniture de Aisha, estaba organizando la cama de su mascota.
Sin dejar una sola arruga, extendió la cobija de manera perfecta. Rutinario. El brazalete de ID de Tomass vibró. Era una llamada holográfica.
¿Qué podrá ser? ¿De quién?
La ID del que llamaba no era de seguridad sino Platino.
Todos los furniture tenían acceso a la red neural y un brazalete—de manera que podían ser contactados en cualquier momento, pero las llamadas de emergencia eran raras. Era algo que no solía escucharse.
¿Oskar?
Tomass activó la llamada holográfica.
Pero antes de que Tomass pudiera decir una palabra, Oskar gritó.
“¡Rápido, trae un botiquín médico—sala de ascensores del treintavo piso!”
La línea se cortó. Tomass se quedó ahí conmocionado por un momento.
¿Qué? ¿Por qué?
Tomass tomó un botiquín de primeros auxilios y comenzó a correr.

Piso 30. Sala de elevadores.
Tomass llegó y encontró allí a Oskar de pie muy pálido.
“¿Qué ocurrió? ¿Alguien herido?”
Oskar agarró a Tomass por el brazo sin decir una palabra y lo llevó hasta el otro lado de la sala, que era una zona muerta para la cámara de seguridad.
Tomass comenzó a hacer preguntas y entonces se detuvo.
Riki estaba recargado contra la pared, su brazo izquierdo estaba sangrando. A sus pies un furniture había colapsado sobre una piscina de sangre. Una mascota con correa estaba cerca, y temblaba de miedo en lo que sollozaba con suavidad.
“¡Amo Riki!”
Tomass vio que el corte en el brazo de Riki era grave.
Un listón rosa, totalmente fuera de lugar, hacía las veces de torniquete. Probablemente le pertenecía a la mascota hembra. Las manos de Oskar no tenían sangre, así que sin duda Riki se había hecho el torniquete él mismo. En el suelo había un cuchillo tipo navaja.
No.
Tomass abrió el botiquín y le aplicó al brazo de Riki un spray coagulante.
“Oskar, ¡llama a seguridad!” exclamó Tomass.
“No lo hagas,” dijo Riki, serio.
Oskar miró a Tomass y después a Riki, y tragó saliva.
“No llames a seguridad.”
“¿Qué estás diciendo?”



Qué lo hubieran descubierto no era la cuestión. Qué esto se mantuviera en secreto era imposible. Riki lo sabía. Cómo había empezado, no era el problema. El furniture tenía la culpa. Y Riki sabía que eso era lo que Tomass quería evitar.
“No llames a seguridad. Yo iré al centro médico por mi cuenta. Ayúdenme a levantarme.”
Riki decía en serio cada palabra. Tomass estaba sin habla. ¿En qué estaba pensando Riki?
“Ayúdame.”
La mano derecha de Riki agarró el brazo de Tomass e intentó levantarse.
“No, si vas sin reportar esto, el furniture será culpado de todas formas,” dijo Tomass tersamente.
“¿De verdad?”
Los ojos de Riki eran silenciosos.
“Por supuesto,” respondió Tomass. La pérdida de sangre era substancial. Tal vez no está pensando adecuadamente, Tomass apretó los dientes.
Si el amo Iason se entera… Tomass tembló.
“¿Por qué no puedes manejar esto con discreción?” preguntó Riki.
“¡No puedo hacer eso!”
“No llames a seguridad,” repitió Riki.
“¡Oskar! ¡Llama a seguridad ahora!” gritó Tomass.
Oskar finalmente tocó su brazalete para anunciar la alerta.
Maldita sea Oskar, ¿por qué eres tan inepto?
Tomass estaba demasiado frustrado. Había procedimientos para estos casos.
“No lo culpes. Él estaba escuchando mis instrucciones,” dijo Riki débilmente.
Los furniture estaban condicionados a obedecer a sus amos y a sus mascotas por igual. Ninguna mascota trataría jamás de proteger a un furniture. La excepción era Riki. Tomass no entendía por qué.
“¿Por qué no quieres llamar a seguridad?” preguntó Tomass. Quizás esta iba a ser su única oportunidad de hablar con Riki. Quizás Riki le respondiera o quizás no.
“Me habían advertido que no causara problemas. No importa quien lo empezara. El castigo sería impedirme ir al salón.”
“¿La advertencia te la dio el amo Iason?”
Riki asintió con la cabeza.
Tomass estaba sin palabras. Para que Riki llegara a esos extremos, las tres semanas de castigo debían haberlo afectado mucho.
“¿Sabes quién es este?” Riki señaló al furniture inconsciente, con un gesto de su quijada.
“Ese es el uniforme de furniture de los Onyx,” respondió Tomass.
“Probablemente le rompí dos o tres costillas,” dijo Riki como si nada. Riki estaba acostumbrado a la violencia.
Esto es una pesadilla. El pensamiento cruzó la mente de Tomass. Las consecuencias iban a ser sufridas por los furniture de todo Eos. Oskar había tenido la mala suerte de toparse con la escena mientras paseaba con correa a una mascota nueva.
¿Quién es este?
Tomass boqueó la pregunta. Oskar sacudió la cabeza de lado a lado.
Uniforme negro. Un furniture—que se enfrenta a Riki de todos los… Ese pensamiento hizo que Tomass considerara la posibilidad.
Oh no.
Tomass empezó a sudar frío. Se movió de un lado a otro del furniture inconsciente y le miró la cara. La sospecha se convirtió en una realidad.
“Simon.”
Oskar escuchó el nombre. “¿Es Simon?” preguntó.
“¿Simon? ¿Este sujeto?” los ojos de Riki se entrecerraron.
Un silenció cayó sobre todos.
“¿Este es Simon? ¿El furniture que pertenecía a Miguel el Paradita?”
Tomass estaba conmocionado por escuchar eso provenir de Riki. Las mascotas, como regla, no sabían a quién tenían asignado los furniture. Muchas mascotas ni siquiera sabían el nombre de su propio furniture.
“¿Conoces a Simon?” preguntó Tomass.
“No, pero Miguel dijo que el nombre de su furniture era Simon.” Y entonces Riki se quedó callado.
Tomass sabía que Miguel estaba obsesionado con Riki, pero no supo sino hasta ahora que habían hablado.
La cara de Riki pedía respuestas. “Si te conviertes en furniture en Eos, ¿se te asigna un nuevo nombre?”
La pregunta espantó a Tomass.
“Si te eligen para convertirte en furniture, ¿eso pasa?”
¿Qué está diciendo Riki? El pulso de Tomass se aceleró.
“No sé de qué me estás hablando.” Los labios de Tomass temblaron.
“Este es Simon, tú eres Tomass, ese es Oskar. Estoy preguntando si estos son solo nombres de furniture.”
La mirada de Riki no flaqueó. La intensidad de la misma era asombrosa. Esos ojos se quedaban prendados en el subconsciente.
“Este no es Simon.”
Las palabras salieron despacio y con certeza.
“El nombre por el que lo conocí era Vince. No Simon. Vince. Durante nuestros días en el mismo bloque en Guardián, era un año menor que yo.”
Tomass no pudo encontrar las palabras para responder.

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