viernes, 19 de junio de 2020

AnK - Volúmen 6, Capítulo 5


Era el día de la fiesta de presentación de Riki. Después de haberlo acicalado de pies a cabeza, Cal había traído un juego de ropas y le había presentado reverencialmente a Riki lo que parecían ser los cueros negros que solía utilizar. Debajo, Riki llevaba una minimalista camiseta de malla plateada sin mangas. Comparada con las telas sintéticas de los barrios bajos, la diferencia en la calidad—en tejido, tacto y comodidad—era como comparar el cielo con la tierra.
El cuero resultaba muchísimo mejor que las prendas transparentes que utilizaban algunas mascotas, dejándolas prácticamente desnudas, así que Riki no pudo evitar enarcar una ceja en espera de malas noticias. Podría haber creído que estaba analizando las cosas de más, pero cuando Iason estaba en compañía de otros Blondies, su manera de pensar permanecía fuera de su comprensión.
“¿Quieres que me ponga esto?” preguntó Riki.
“Sí,” fue la quebradiza respuesta de Cal. “Nuestro amo lo eligió para ti.”
Puedo jurar que este es el mismo atuendo que usé cuando tenía dieciséis.
Antes, al mirar las vestimentas que Daryl le proporcionaba, Riki no podía concebirlas como nada más que una venganza por todo el abuso al que sometía al furniture. Pero entonces se había dado cuenta de que lo que el resto de las mascotas llevaba era incluso peor.
Las razones para ello se hicieron perfectamente claras después.
Las mascotas que Riki se había encontrado previamente en la suite de ese penthouse, eran chicos que ni siquiera habían empezado a madurar. Si Riki usaba la misma clase de vestimentas reveladoras, brillantes y con lentejuelas, que ellos, dejaría un mal sabor en la boca de todo el mundo.
Sin embargo, la ropa interior consistía de una tanga hilo dental de una sola capa que cubría sus partes privadas. Y aunque no era abiertamente reveladora, le proporcionaba un aspecto provocativo a toda la línea de su cuerpo.
Era una costumbre establecida que las prendas de vestir empleadas en las fiestas de presentación tuvieran como objetivo resaltar el anillo. La última vez, Iason había afirmado cortantemente que Riki se encontraba ‘todavía en entrenamiento’, y lo había dejado hasta allí. Iason solo había podido salirse con la suya con esa clase de grandiosidad, porque Riki era un mestizo de los barrios bajos y una verdadera excepción a la regla.
Pero el hecho de que Riki estuviese utilizando un anillo tipo D especial ya era un hecho siendo debatido, así que Iason no podía hacer uso de un truco como ese otra vez. Sabiendo eso, la decisión de elegir cuero negro era solo Iason siendo perverso. O quizás estaba exigiendo su propio pago por todas las sanciones que le habían obligado a asumir a Riki.
Casi como si Iason hubiera cronometrado hasta los segundos, apareció justo cuando Riki ya estaba vestido del todo. Su habitual cabello suelto estaba pulcramente peinado hacia atrás. Iason examinó a Riki, sus ojos se deslizaron por las facciones de Riki como una lengua sobre un par de labios.
“Buen trabajo,” declaró Iason, el tono fresco de su voz invariable.
Fue por esa razón que el regreso de Riki, sin ironía, había sido casi una respuesta condicionada. “¿Quieres decir que obtienes este mismo resultado si tomas a un mono vulgar cualquiera y lo pules lo suficiente?”
“Comienza el espectáculo y hoy es la gran final. Trata de disfrutarlo,” dijo Iason de manera despreocupada, sabiendo bien que Riki no iba a disfrutar nada.
Riki miró a Iason por debajo de sus cejas. “Sí, siempre y cuando no te cause ninguna vergüenza innecesaria.”
“Bueno, nada fuera de los límites dictaminados por el sentido común.”
“Huh. Así que suponiendo que no vuelva pedazos el lugar, se espera que alguien más haga el ridículo. ¿Es eso?”
Era exactamente eso, lo cual molestaba demasiado a Riki. Todo el mundo iba a aparecerse en espera de algún escándalo.
“Pero por supuesto que no vas a ser tan grosero como para interpretar el mismo truco dos veces, ¿o sí?” preguntó Iason.
Pero por supuesto que Riki no lo haría. ¿Así que a esto se remonta todo?
Iason sabía que no había mucho propósito en llevar a cabo planeaciones o simulacros de posibles imprevistos, por lo que estar planteando el asunto de esa manera podía ser solo su manera de invocar a propósito los problemas.
“¿Quieres que agite un poco los ánimos con fines de entretenimiento?” preguntó Riki exhalando un suspiro.
“No es una idea tan mala,” dijo Iason tranquilamente. “Piensa en ello como el costo de admisión a tu presentación.”
La actitud de Iason era el fruto exacto de los placeres perversos que gobernaban el mundo de los Blondies.
No es que a Iason le importara en lo más mínimo ser descrito en esos términos.
Aunque se tuviera mucho cuidado, los problemas seguían teniendo su molesta manera de llegar hasta Riki como un pulpo que le enroscaba los tentáculos en torno al cuello. La forma que Iason tenía de tirar de los hilos y hacerlo bailar como una marioneta ya era suficientemente terrible. Ser arrastrado hacia el escándalo y ser preparado para una caída era lo último que quería.
“Bueno, llegado el momento, solo jugaremos las cartas a medida que se reparten,” dijo Iason en lo que él mismo terminaba de aplicarle a Riki los últimos detalles, ajustando su collar y tomando la correa de una forma experta y elegante.

Eran las siete en punto de la noche. Ignorando la incomodidad presente en el ambiente y la penetrante sensación de aprehensión a su alrededor, Iason llegó con descaro a la fiesta de presentación, seguido de Riki al final de una correa. Los suaves murmullos de las conversaciones cesaron y fueron reemplazados por un silencio inquieto.





Era evidente que Riki no estaba de buen humor. Para las otras mascotas, esta podría estarse tratando de su única gala en la vida. Pero para Riki, era solo otra escena dentro de una continua farsa.
Observando desde su zona privilegiada, las élites no podían esconder la curiosidad en sus ojos. La atención de sus mascotas, acurrucadas mansamente a sus pies, estaba puesta sobre Riki. Después de haber sido ridiculizado en público durante un mes, todos conocían su nombre y su cara. Para ellos, todo su desastre estaba siendo desfilado en frente de sus narices.
Odio, celos y resentimiento. Riki estaba acostumbrado a todo eso. Qué era la mascota de un Blondie era un rumor bien conocido en Eos. Aunque ninguno de ellos dudaba de que eso fuese cierto, ver a Riki con su rara vez visto dueño despertaba en ellos más que simple curiosidad, y les causaba una conmoción inesperada a sus sentidos.
Un Blondie de lo más alto de la estructura del poder y un despreciable mestizo de lo más bajo. La combinación era casi imposible de contemplar. Esta imposibilidad—una pareja que por su sola naturaleza constituía un tabú—estaba llegando directo a sus campos de visión. Era una combinación de negro y dorado que ponía sus emociones a toda marcha.
El Riki que todos habían llegado a conocer y a odiar a lo largo del último mes estaba siendo llevado—no por un furniture—sino por Iason. Eso generó otro corrillo de sorpresa.
Las increíbles líneas afiladas y perfiladas como esculpidas en granito. El aura de exclusividad. La innegable verdad de lo que estaban viendo los dejaba sin palabras. Riki aguardó por las esperadas palabras de censura y las risas de burla de los otros dueños, pero con una sola significativa mirada de Iason, la fuente de verdadera autoridad fue dejada en claro.
Aparte del frío y duro hecho de ser la mascota de Iason, Riki no le daba mucha importancia a ser la mascota de un Blondie, todo eso era secundario. No tenía necesidad de aparentar. A pesar de que pudiera parecer a los ojos ajenos como un provocador, el deseo de actuar de esa forma a propósito nunca le había cruzado a Riki por la cabeza.
Atrapadas dentro de una jaula especialmente hecha para ellas, las nuevas mascotas eran llamadas por su nombre por primera vez. Era su momento de brillar. Riki lo consideraba una molestia. No importaba que ninguna otra mascota antes o después de él probara el sabor de la gloria dos veces. Eso por sí solo era suficiente para atraer comentarios evidentes de celos y animosidad.
Durante su breve momento bajo el sol, las mascotas recién llegadas se ponían a la vista. Más que Riki estableciendo su distancia, las mascotas lo tomaban como una forma de distinguirse de él. Para Riki, esto era preferible a sus torpes intentos de ponerse a pelear con él.
Comparado con el resto de los niños, Riki brillaba con la sutil madurez y la dignidad de la adultez. Era razonable que a pesar de lo que los demás querían o esperaban de él, ningún imprudente se aventurara en su territorio.
Esa era una gran diferencia en cuanto a su primera presentación. En la suite de aquel penthouse, las mascotas habían confundido a Riki con alguien del servicio. Ahora actuaban de una forma muy distinta, poniendo todo su empeño en evitar la mirada de Riki. Pero la brecha entre la pretensión y su irreprensible curiosidad no podía disfrazarse.
Qué decepción. Bueno, hora de darle un descansito a las neuronas y tomárselo con calma. Riki no sentía arrepentimientos. El ‘entretenimiento’ para Iason no iba a llegar nunca. Esto era, para Riki, un gran éxito.
Como consecuencia, dirigió su atención a la pantalla virtual sobre la jaula donde se mostraba el perfil de cada mascota. La vez anterior, el constante abuso y desprecio dirigido hacia él lo había mantenido tan ocupado respondiendo de vuelta, que ni siquiera la había notado.
Con que la mascota de Orphe provenía de la línea de Varda. Obtener un producto clase Onix costaba un dineral. A ese sujeto le gustaba presumir en cuanto a posesiones personales respectaba.
Nada sino lo mejor para la élite. Siempre tenían las elecciones de primera para las mascotas producidas por cada centro de manufactura, que eran adecuadas a su clase y rango.
Si un Blondie al inicio de la cadena llegaba tan lejos como para tomar a un mestizo y luego llevarlo a Eos, entonces el resto quizás podía permitirse una o dos indiscreciones también. Las cosas podían empezar a salirse de control.
¿De modo que todos los machos son circuncidados? Debía haberse puesto de moda.
Un falo era un símbolo de fuerza y poder. En los barrios bajos, la calidad de la erección, la duración y la técnica eran calificadas como los tres atributos principales en cuanto a evaluar la presentación de un macho, de la cintura para abajo. La creencia de que el prepucio ocultaba demasiado, era indicativo de que esa volátil preferencia seguía manteniéndose.
Pero eso por sí solo no significaba automáticamente que la circuncisión era algo aprobado en los barrios bajos. La supervivencia del más apto regía a los barrios bajos. Una herida en el falo era algo para ser tomado como prueba para un ‘linchamiento’. Cualquiera que fuera la razón, un mestizo con tales cicatrices no podía ser tomado en serio.
Al sumergirse en un bar para obtener sexo casual, se encontraban muchas opciones de las cuales un mestizo podía escoger. Pero sin importar cuan permisivo fuera un hombre, los rumores de esa clase de cosas eran algo muy diferente.
En Eos, se decía—y era un rumor vulgar que corría—que retirar hacia atrás el prepucio de la mascota virgen e instruirlo en las formas de masturbación era el trabajo del furniture. Aparte de ello, el contacto sexual entre las mascotas y los furniture, de ser descubierto, era severamente castigado. Por supuesto, las reglas no aplicaban cuando el contacto eran órdenes del amo.
Si Riki podía recordar correctamente, en el caso de las mascotas macho, el prepucio se consideraba prueba de su virginidad, y su presencia en la primera velada sexual de una mascota era tomada como un valor extra por las otras mascotas.
Pero esos valores no significaban nada. Solo era una excusa que tenían las mascotas para hacer declaraciones y poder desairar a los mestizos porque no estaban en la misma liga que ellas. Esto solo hacía que Riki concluyera que las mascotas eran tan estúpidas como siempre.
A Riki no le importaba su estupidez. Pero desde que se había ido, las mascotas en Eos habían cambiado. Como no había nada más qué hacer mientras el asunto de la presentación se llevaba a cabo dentro de la Jaula, Riki se puso a estudiar los perfiles de las mascotas tomando nota del nombre de cada una y de sus rostros.

“Qué aburrido.”
Sentado en una mesa ubicada cerca a la jaula reservada especialmente para las mascotas de los Blodies, Gideon Lagat se reclinó en su sillón y masculló con obvio desagrado. La mascota de Gideon se encogió y acurrucó a sus pies como si fuera él la causa del mal humor de su dueño.
Normalmente, cuando las mascotas se juntaban, empezaban a fluir los chismes. No obstante, en ocasiones especiales como estas, acompañaban a sus amos y no se permitía que conversaran más allá de lo debido. Todo lo que podía hacer una mascota era sentarse pacientemente a los pies de su amo.
Cuando las mascotas deambulaban por los salones designados especialmente para ellas, había bebidas y bocadillos a disposición y las mascotas podían consumir cuanto desearan. Pero en eventos formales, no podían comer nada a menos que su amo se los diera. Tener que comportarse en un evento formal era algo muy estresante para ellas.
El mal comportamiento de una mascota era la vergüenza del amo.
El mal comportamiento en un evento formal se disciplinaba con dureza. Como parte de su entrenamiento, cada mascota en Eos experimentaba el castigo corporal, y el miedo y el dolor que acompañaba eso los hacía servicialmente obedientes.
“¿Qué es lo que encuentras aburrido?” inquirió Orphe, un dejo de desaprobación en su voz. Había sido él el organizador de esta fiesta, así que su reacción era de esperarse.
“Es lo mismo de siempre. Sin sorpresas. Como ya dije, aburrido.”
“¿Sin sorpresas?” puso en duda Aisha Rosen, con una sonrisa curvándole los labios.
Alguna vez llegó a existir ‘fricción’ entre la mascota de Aisha y Riki. O, más bien, Riki estaba en malos términos con todas las mascotas, pero la fricción con la mascota de Aisha era la peor.
Para hablar con la verdad, se trataba de un rencor unidireccional. Siempre que Riki aparecía en el campo visual, la mascota de Aisha comenzaba a darle problemas y conseguía que le patearan el trasero. No había punto de conciliación para el orgullo de una mascota manufacturada por la Academia y la terquedad de un mestizo de los barrios bajos.
Aunque una mascota pura sangre era creada a través de una crianza selectiva, seguía poseyendo ese instinto natural masculino que lo hacía propenso a marcar su territorio y mostrar sus colmillos. Riki había observado la verdad de eso a su alrededor.
Raoul lo había denominado ‘agresión inducida por hormonas’, una cadena de reacción biofísica químicamente inducida. Aisha, por su parte, creía que la información por sí sola era insuficiente para explicar el fenómeno. Riki era el indicador de un hecho no descubierto de alguna forma inexplicable. La pura fuerza de la infección lo intrigaba, si bien siempre estaba seguro de expresar sus teorías utilizando un lenguaje más vago.
“Pero mezclar a este lobo recién llegado con todas estas ovejitas es lo suficientemente emocionante, ¿no les parece?” señaló Marcus Jayd. No hizo ningún intento por esconder la crítica implícita hacia las maneras de Iason.
“Pero la emoción de cruzarse con un lobo es insuficiente.”
“¿Exactamente qué clase de emoción estás buscando?”
“La clase de novedoso entretenimiento que difícilmente verías sin darse una oportunidad como esta,” dijo Gideon, yendo justo al grano.
“Ah, ya veo. ¿Y qué piensas tú, Iason?”
“Llevar a cabo su presentación sin desperfectos es su trabajo, ¿no es así?”
“No creo que seas el indicado para hablar, habiendo ignorado los estándares de vestimenta para las fiestas. No resultas muy convincente.” Una mirada de medio lado acompañó el comentario de Silbert Domina. “¿Cuáles son las memorables nuevas características de ese boomerang tuyo? ¿Estabas esperando una repetición de lo de la última vez?”
Iason contestó con alegría, “No, creo que eso hubiera resultado poco atractivo esta vez.”
Como era de esperarse, Raoul permaneció con la boca cerrada. Era el primero entre los moderadores esperando que esta fiesta de presentación concluyera de manera normal.
Hasta un comentario pasajero de Riki podía doblar su influencia en las otras mascotas. Si eso pasaba, todos esos sistemas inmunes débiles sucumbirían. La última vez, el trauma que Riki había inducido entre las mascotas había causado una plaga de enfermedades psicosomáticas.
No importaba cuan ‘adulto’ se hubiera convertido Riki en comparación a su yo anterior, al final del día, la naturaleza de un mestizo no era algo que fuera a cambiar de la noche a la mañana.
“Devolverlo a sus viejas guaridas parece haber afilado sus instintos de mestizo.”
“¿Estás insinuando que le han vuelto a crecer los colmillos?” preguntó Iason.
No estaba claro si aquello era dicho por admiración o no. Pero la manera con que los compañeros de Iason estaban hablando—sin importarles ocultar su inherente curiosidad—le hizo levantar una ceja.
“Se ve vestido más como para un juego erótico de sadomasoquismo que para la pura gana de ostentar su desnudez.”
El comentario de Aisha provocó algunas sonrisas de entendimiento aquí y allá. Las mascotas a sus pies—incapaces de seguir el tema de conversación de sus amos—estaban aterradas a causa de las innaturales sonrisas que mostraban sus amos. Las mascotas parecían fascinadas, como azotadas por un aturdimiento colectivo.
“¿Y sigues usando ese mismo anillo tipo-D?
“Así es,” dijo Iason.
“¿Tan a menudo necesita ser disciplinado?”
“Es solo una manera de decidirse por lo que resulta más cómodo.”
“Es la única mascota con un temperamento tan degenerado como para requerir un anillo en su pene.”
“Un anillo similar fue popular hace algún tiempo, pero parece que ha perdido todo su atractivo.”
Esa clase de anillo era un bolsillo de tres hilos que sostenía el pene y el escroto de una mascota macho contra su ingle de manera apretada. En algún momento fue algo que alimentó la curiosidad, pero hacía algún tiempo que no tenía otro propósito más que convertir las partes privadas en una imagen vulgar. Era algo poco práctico en las fiestas de apareamiento, por lo cual se había ganado una mala reputación.
Al final del día, el valor de un anillo era primordialmente servir como accesorio e identificación. Consecuentemente, en cuanto a realizar ajustes precisos durante una erección, un arnés enjoyado tenía sus limitaciones. Además, muchos encontraban desagradable el llanto de los hombres más jóvenes por el limitante dolor en la parte baja durante el clímax.
“El propósito de un anillo es presumirlo. ¿No lo crees, Iason?”
“No tiene mucho sentido que un mestizo de los barrios bajos utilice pedrería más allá de su significado y de su clase,” respondió Iason enseguida y sin el más mínimo atisbo de resentimiento.
Riki poseía ese raro sentido de sí mismo. No adulaba a nadie de manera innecesaria y daba todo de sí para aquello a lo que se comprometía. Esos dos ojos negros suyos eran más preciados que cualquier piedra preciosa.
Las mascotas a los pies de los Blondies no tenían ni idea de lo que era un anillo tipo-D y nunca habían visto uno. Pero sabían que era utilizado especialmente para domesticar a los machos. Así que tomaron las palabras de Iason de manera literal. Un artículo tan vulgar era todo lo que se merecía ese salvaje y rudo mestizo.
Habían escuchado la verdad venir de la boca de Iason: las mascotas pura sangre como ellas eran una clase aparte, muy por encima de semejante escoria. Al pensar en ello, los turbulentos celos se apaciguaron un poco.
Pero los Blondies pensaban distinto. El anillo de alta tecnología mandado a hacer para Riki había costado más que una pieza de joyería. Aún no habían podido observar su funcionalidad utilitaria con sus propios ojos, porque Iason nunca había mandado a Riki a una velada sexual ni a una fiesta de apareamiento.
“Iason, ¿qué tal un poco de entretenimiento para coger el ritmo?”
“¿Y qué vendría siendo eso?” preguntó Iason.
“¿Un pequeño vistazo a cómo funciona un anillo tipo-D durante la práctica?”
“¿No he satisfecho las penitencias lo suficiente al traerlo de vuelta aquí?”
“Es por eso que dije, un poco de entretenimiento,” insistió Gideon.
“Exponer a un recién llegado a un poco de humillación es una de las reglas implícitas de la fiesta. El resto de las estrellas del espectáculo de hoy ya han sido bautizadas en Eos, dentro de nuestra jaula especial. ¿Por qué debería este permanecer por encima de los demás?”
Presionando su propia afectada interpretación de la situación, Gideon gesticuló con su barbilla hacia la jaula. Dentro, bañados por los reflectores brillantes, las nuevas mascotas ostentaban su amabilidad y su disponibilidad de manera incómoda. Quizás al sentir la presión de todos esos ojos puestos sobre ellos, habían estado sirviéndose y bebiendo trago tras trago durante ya un largo rato. Pero Riki era el único que no había tomado ni un solo vaso.
“Ya veo. Como era de esperarse, la vigilante cautela del que regresa se muestra a plena vista.”
“¿No causará un trauma la presencia de semejante abominación en la presentación de estas nuevas mascotas?”
“Aunque eso vuelve la exhibición un poco más interesante.”
Los Blondies sonreían con astucia, unas sonrisas torcidas. Las mascotas a sus pies intercambiaban miradas, sus mejillas se sonrojaron al no poder evitar recordar la torpeza de sus propias fiestas de bienvenida.
“Considerando el grado al que están atiborradas las venas de un típico mestizo de los barrios bajos con vulgares y sospechosas drogas, las de este están relativamente limpias.”
“Su baja resistencia fue una sorpresa inesperada.”
La mesa en el centro de la jaula estaba bien provista con una variedad de cocteles y bebidas, todas condimentadas con afrodisiacos. Era por eso que Riki no se acercaba a ellas.
Eso era lo que Gideon estaba considerando una violación a las reglas. Si Riki no cumplía su papel, entonces otra variable desagradable debía ser introducida y el anillo tipo-D resultaría perfecto. Era mucho más que un adorno. Iason lo había mandado a hacer con el específico propósito de entrenar a un mestizo como la mascota de un Blondie. Pero la criatura salvaje aún no se encontraba en su forma perfecta.
Por supuesto, de acuerdo a las especificaciones de su anillo mandado a hacer, tenía solo un propósito. Gideon estaba insistiendo en poder observar esa característica especial en acción porque hasta ahora, nadie la había visto. Como antes, la reticencia de Iason para enviar a Riki a una fiesta de apareamiento era legendaria. Si se dejaba pasar esta oportunidad, lo más probable era que no volviera a presentarse jamás.
De ahí el curso de acción. Aunque el deseo de presenciar esa especializada nanotecnología en practica, en una situación de la vida real, despertaba más que pura curiosidad intelectual.
“Muy bien,” declaró Iason después de mostrarse decidido, y manipuló ligeramente el gran anillo en su dedo medio izquierdo.

Dentro de la jaula especial, Riki terminó de escanear los perfiles de las mascotas proyectados en la pantalla virtual. Su atención se dirigió hacia la mesa y el bar abierto, donde un corrillo de mascotas infantiles se había abarrotado. Chasqueó la lengua. Oigan, chicos. No importa qué tan sedientos estén, esa mierda no ayudará. No voy a caer en la misma trampa dos veces.
Riki sabía que no se trataba de agua ordinaria. Recordar lo que había experimentado la primera vez fue suficiente para enviar una descarga eléctrica por su espalda. En ese entonces, después de pelearse con las mascotas de la Academia, se había tragado casi medio bar, con su garganta más seca a cada trago.
Las otras mascotas habían estado dándose aires y llenando sus vasos delicadamente de la jarra, pero Riki había tomado la jarra misma y se la había tomado toda directamente con el néctar escurriéndole por la boca y la barbilla. No le había importado un carajo. Se relamió los labios y se limpió el mentón con el dorso de la mano.
Sí, fui terrible.
Tanto las mascotas en la jaula como los espectadores despreciaron su acto con desdén, pero Riki hizo oídos sordos. A los mestizos no les interesaban los modales, así que no sentía necesidad de mantener ningún tipo de reputación.
Quería avergonzar a Iason con un comportamiento vulgar y salvaje que el resto de las mascotas no pudieran imitar aunque lo intentaran, y así llevar un puñetazo directo al honor y a la imagen de ese Blondie.
Pero entonces, el fuego en su vientre se había apagado y convertido en algo más. Su espalda empezó a arder, un extraño y lento palpitar, un fusible lento trabajando hasta la carga. Para cuando reconoció las inconfundibles señales de la excitación, era demasiado tarde.
Los mestizos se consideraban adultos a la edad de trece años. Las mascotas de Eos eran manufacturadas para madurar pronto y estar listos para atender veladas sexuales a la edad de diez años. Al ser mayor, Riki ya había perdido su virginidad hacía mucho. Naturalmente, su primera vez había sido con Guy. El vínculo espiritual que compartía con Guy era fuerte, y cuando estaban juntos, todo lo que hacían era lo mejor, incluido el sexo.
Si Guy estaba de humor, lo hacían. Era todo lo que se requería. Por lo que el sexo entre ellos siempre era cálido y afectuoso. Se lo hacían el uno al otro hasta estar completamente satisfechos. Ninguno dejaba al otro queriendo más. No había necesidad de apresurar las cosas.
Pero cuando Riki había sido arrastrado a Eos, con Daryl practicándole sexo oral todos los días y las manos de Iason explorando las mismísimas raíces de su placer, volviendo el cuerpo de Riki agudamente sintonizado a cada sensible contacto, sus pasiones se inflamaron muy fácil a causa de los afrodisiacos, y, una vez encendidas, el fuego del placer sexual no pudo extinguirse.
En su primera presentación, se había metido la mano dentro de las bragas y se había agarrado la erección. Sus pezones se habían endurecido de tal modo que la fricción de la ropa contra su piel era suficiente para hacer que le saltara el pecho. El calor furioso creció de manera insoportable a través de su cuerpo. Quemando. Latiendo. Causándole espasmos. Sin embargo, sin importar cuan vigorosamente se masturbara, no podía venirse, no podía eyacular.
Los afrodisiacos en las bebidas estaban diseñados para excitar sexualmente a las inexpertas mascotas pero sin permitirle al cuerpo alcanzar el orgasmo. Peor aún todavía, era que mientras los estimulantes no tenían efectos secundarios en las virginales mascotas de la academia, habían sido muy fuertes para Riki.
Cada mascota cultivada en el ambiente estéril de los centros de manufactura, era bien mantenida, de modo que las drogas no habían tenido efectos adversos en ellas. Abrían las piernas y gemían mientras tanteaban en dirección a sus estimulados genitales y generalmente hacían el ridículo una y otra vez, mientras que el cuerpo de Riki se retorcía de agonía. Las drogas designadas para las mascotas eran una tortura para su cuerpo de mestizo.
A la mañana siguiente, cuando despertó en su cama, las memorias le regresaron a la mente. No podía recordar exactamente lo que había hecho, excepto que había sido muy vergonzoso. Encima de eso, debido al remanente efecto secundario de las drogas, había tenido una resaca como si se hubiera embriagado con licor adulterado. Había pasado el resto del día enroscado en su cama.
Debido a esa experiencia dolorosa, Riki no había vuelto a tocar ninguna de las bebidas ofrecidas en los salones de mascotas, ni ninguno de los bocadillos y postres que les ofrecían entre las comidas.
Sin importar la sed o hambre que sintiera, solo comía de la reserva segura de frutas que mantenía en su habitación. Y cuando salía a los salones de gimnasia para ejercitarse, siempre llevaba su propia botella de agua.
Daryl le había dicho a Riki que no era necesario ser tan paranoico, pero al mismo tiempo, Riki no confiaba en nadie. Desde el momento que salía de su cuarto, se adentraba en un mundo que lo odiaba y detestaba, lleno de gente que consideraba su vida como nada. Aunque no le cabían dudas de que podía arreglárselas bajo sus propios términos, sus sentidos de alerta se rebelaban ante la idea de comer cualquier cosa de los salones, y esa desconfianza no iba a quitársele nunca.
Después de eso, Iason y él atendieron un sinnumero de fiestas de bienvenida. Iason estaba feliz de dejarlo saltarse todos los otros eventos, pero la asistencia a esas presentaciones era mandatorio. Riki no tenía nada qué decir al respecto. Pero no había volteado a mirar ni una sola vez hacia la jaula donde había sido tan cruelmente humillado. Se quedaba a los pies de Iason, malencarado, tomaba la siesta o escuchaba música con sus audífonos. Cuando los otros Blondies señalaban que Riki no se estaba comportando de manera apropiada, Iason los ignoraba.
Era así como Riki había concluido que las mascotas tenían una afinidad especial e inmunidad a las drogas dentro de las bebidas adulteradas. Esas fiestas de bienvenida servían como pequeños laboratorios, con las mascotas nuevas como conejillos de indias.
Basado en esos datos, los afrodisiacos se sintetizaban para sincronizarse con las reacciones individuales de una mascota, y entonces eran repartidas durante las veladas sexuales. La más grande virtud de una mascota era su deseo sexual, y eso estaba impreso en sus cerebros.
Riki nunca había sido drogado con esos afrodisiacos porque nunca se acostaba con nadie más, en público o en privado. A excepción de Mimea. Y esa indiscreción había ocurrido sola una vez. En Eos, donde el ‘sexo gratuito’ en público era el nombre del juego, Riki no había vuelto a exponerse tan flagrantemente de nuevo en los últimos cuatro años y medio.
Para Riki, su primera presentación había sido suficiente. No había sido capaz nunca de olvidar los recuerdos de aquel horrible incidente. Así que no importaba cuanto quisiera beber algo, no tomaría nada del bar de esa jaula.
A algunas de las mascotas ya se les estaba empezando a poner borrosa la visión. Unos con rostros sonrosados, otros jadeando como perros. Los machos vírgenes y las apenas maduras hembras actuaban de igual forma como si estuvieran en celo, mostrando su excitación de cualquier forma que se les viniera a sus inexpertas imaginaciones. Esa era la ‘presentación’ de una fiesta de bienvenida, la verdadera fuente de entretenimiento para los espectadores.
Al menos ya pronto se acabará toda esta farsa, pensó Riki, mandando una mirada de maldición en dirección a los espectadores apretando los dientes como un lobo enseñando los colmillos.
En ese momento, el anillo en su ingle comenzó a calentarse. Al principio, fue demasiado leve como para notarlo. Una extraña y pasajera sensación. Después, vino una sensación como la de una cálida lengua lamiendo la punta de su miembro.
Riki tragó en seco. ¿Qué carajos—? No estaba imaginando cosas. Había un hormigueo pulsante en lo que el anillo estimulaba los nervios bajo su piel. Ondas de placer lo acometieron como olas desde el centro de su entrepierna. Era una fuente de dicha imparable.
Riki abrió los ojos todo lo que pudo. ¡Ese bastardo infeliz! Retorciéndose, se giró para mirar a la mesa donde Iason y los otros Blondies estaban sentados.

“Miren eso. No es necesario analizar el significado de esa reacción.”
“Se le quebró su cara inexpresiva bastante rápido.”
“Con que es eso lo que la tecnología de punta puede lograr. No debería sorprenderme.”
“¿Qué es esa mirada? No me gusta la forma con que nos está mirando.”
“Creo que hemos lastimado su orgullo, simple y llanamente.”
“Iason, necesitas azotar el látigo con algo más de fortaleza. Estás dejando mucha tinta en el tintero.”
“Aunque se trata de una reacción interesante. Ha cambiado por completo.”
“Iason, ¿de cuanta precisión en el control estamos hablando?”
El conjunto de Blondies conversó felizmente con sus ojos clavados en Riki. Pero a pesar de lo que estaban diciendo, las mascotas estaban paralizadas por el fuego en los ojos de Riki, y la inherente violencia que vieron los conmocionó. Esa demostración del espíritu inquebrantable de Riki hizo que Iason sonriera.

En Eos, seguía existiendo un rito que marcaba a las nuevas mascotas como miembros de las clases privilegiadas. Una vez que la ‘presentación’ satisficiere la curiosidad de todo el mundo, la jaula alrededor de las mascotas era retirada. Pero ninguno de ellos se colocaba de pie. Sus cerebros quedaban tan empapados con sexo que ninguno era capaz. Y así era como debía ser.
La condición hipersexualizada de los recién llegados era examinada desde todos los ángulos y proyectada en las pantallas virtuales. Al mismo tiempo, sin importar el rango o antigüedad, las mascotas más viejas se agrupaban para obtener una visión más cercana de las nuevas mascotas, quienes hasta hace solo unos momentos atrás habían estado retozando entre lo profundo de sus sueños mojados.
Las mascotas tenían sus propias maneras de disfrutar el momento. Aun cuando la noche de ‘entretenimiento’ concluía, el bautizo de fuego de los recién llegados estaba lejos de terminar.
Pero entonces Riki—doblado sobre sí mismo—se puso lentamente de pie.
Los pasos de las mascotas apresurándose de pronto se detuvieron. Riki no había tomado de las bebidas con drogas. Pero como a la mitad de la presentación su comportamiento había cambiado de manera evidente. Los otros dueños supusieron que, como parte de su castigo, Riki había sido drogado con un afrodisiaco de efecto retardado.
Las mascotas más antiguas no habían estado escuchando con atención lo que sus dueños habían estado diciendo, pero habían notado—con gran satisfacción—que el mestizo había perdido la altiva expresión de su rostro. Pero entonces también se habían dado cuenta de que ese peligroso mestizo ahora estaba suelto entre ellos.
Como para marcar una clara línea de diferencia entre él y el resto de las mascotas, Riki se irguió en toda su altura. Tomó un respiro profundo y envió una mirada aterradora por toda la habitación que cortó como un cuchillo a las otras mascotas. Caminó incómodamente hacia la mesa donde estaba sentado Iason.
Como retirados por líneas invisibles—o empujados por la pura fuerza y miedo a su presencia—las mascotas abrieron camino frente a Riki. Se movió a pasos deliberados y medidos, aunque sin su usual andar decidido de siempre.
Las mascotas que habían estado acurrucadas muy mansas y en silencio a los pies de sus amos durante la fiesta, habían desaparecido de repente.
Los trece Blondies en Eos estaban sentados a la mesa a la que se dirigía Riki. Lejos de acobardarse por ello, Riki miró a las caras que personificaban el poder supremo sin una sola pizca de miedo.
“Estos mestizos son creaturas imposibles,” comentó Orphe medio asombrado.
“Y después de año y medio,” dijo Aisha igual de desconcertado. “Entre más viejo, más descarado.”
“Esta bestia tan extraña continúa actuando en contra de toda expectativa,” dijo Gideon con una sonrisa de medio lado.
Pero la atención de Riki estaba puesta únicamente sobre Iason. Demandó con una voz que sonó innaturalmente ronca, “Apágalo.”
La débil vibración seguía pulsando dentro de sus entrañas.
“¿Apagar qué?” preguntó Iason. Su imperturbable tono de voz sonó igual que unas uñas afiladas rasguñando una pizarra. A diferencia de Riki, a Iason le sobraba serenidad y compostura.
Los ojos de Riki se entrecerraron peligrosamente. “Te dije, apaga esa maldita cosa.”
Un orgullo tan impropio para una mascota. Un lenguaje tan imperdonable. La imagen de una mascota—sometido por encima de todo a la obediencia—faltándole el respeto a su amo, desconcertaba y escandalizaba a todo el mundo. Era un pedacito de la tan comentada naturaleza del mestizo.
“¿Por qué no te has servido de las bebidas en la jaula?” inquirió Iason.
Que le preguntaran eso solo lograba fastidiar más a Riki. “¿Qué clase de imbécil se toma algo cuando sabe que tiene drogas?”
“Esto forma parte de tu castigo.”
“¿Me estás jodiendo?” Los ojos de Riki se entornaron hasta ser solo un par de rendijas. Tenía los labios apretados en una línea recta.
“Eres el único que ha regresado. Ostentar tales gestos de generosidad ha sido interpretado por alguien como una violación a las reglas consuetudinarias de etiqueta.”
¿Por quién? Riki no necesitaba hacer esa pregunta. Volvió el infierno que era su mirada hacia la línea de Blondies sentados a la mesa.
“Iason,” dijo Silbert mordaz, “esa cosa no ha sido domesticada en absoluto.”
A menos que se le ordenase lo contrario, se esperaba que una mascota se arrodillara y suplicara ante su amo. Todas las mascotas lo sabían. Riki lo sabía. Pero esa débil e incesante vibración, desordenaba sus pensamientos y corazón, despojando de razón su mente.
“Con que sí,” musitó Iason, y le dio otro toquecito suave al anillo.
Un dolor punzante y terrible interrumpió repentinamente la aturdida vibración entre las piernas de Riki. Dio un estrangulado alarido y colapsó en el lugar.
Lo que fuera que hubiera estado generando esas pulsaciones suaves antes, ahora parecía haber atinado de manera precisa a todos sus centros de placer. En respuesta a la estimulación, Riki se agarró la entrepierna y se dobló sobre sí mismo con las piernas temblándole.
Ese—infeliz—hijo—de puta—apágalo—
Las sensaciones que comandaba el anillo continuaron sin cesar, con precisión y un ritmo firme. Riki había olvidado ya los inorgánicos placeres creados por el anillo. Cuando Iason se lo follaba, amplificaba las sensaciones y lo hacía durar más. Había sido incapaz de acostumbrarse a las sensaciones únicas que Iason podía despertar en él. Todo lo que Riki podía hacer era gruñir y zarandearse.
¡Voy a matarlo! ¡Algún día mataré a ese cabrón!
El odio inarticulado e inexpresable de Riki parecía una maldición tan autoadministrada como dirigida hacia afuera. Maldecía a Iason en un jadeo apretado, y gemía incontrolable y extáticamente en el otro.
La droga de Iason circulaba por su cuerpo, bañando inexorable el centro de su ser. Riki tembló y gruñó con su espalda arqueada. Sabía qué tan desvergonzado podía ponerse cuando se le quitaban los frenos.
¡Qué lo apagues—!
Pero no podía evitar revelarlo todo.
¡Apaga esa maldita cosa—!
Era lo peor de lo peor.
Iason, lánguida y grácilmente, se puso de pie. Caminó hasta donde Riki se retorcía en silencio en medio de una cruel dicha. Se puso de cuclillas junto a él y le enterró los dedos en su negro cabello enmarañado. Murmuró, “Este es tu castigo por tener tan malos modales.”
No por haber regresado, no por violar las reglas de la fiesta de bienvenida, sino por comportarse de esa forma tan grosera en un evento formal.
Riki apretó los dientes mientras las chispas de placer acariciaban y escaldaban su cerebro. Los maquinadores Blondies habían provocado a Iason, y este se había tragado el anzuelo completo. Sería muy vengativo decir que un hombre cosechaba lo que sembraba. La fiebre ardiente en el cráneo de Riki constituía una creatura diferente por sí misma.



La fiesta de bienvenida terminó a las diez en punto de la noche.
Iason y Riki se habían ido tal como habían llegado, con una correa en posición hasta que llegaron de vuelta a casa. Riki cargaba el pesado peso del castigo sobre sus hombros.
“Bienvenidos a casa,” dijo Cal, pero su educado saludo provino desde muy lejos. Riki tomaba respiros profundos, calmando su pulso acelerado. Por encima y más allá de su condición física, su estado de cansancio mental solo se había incrementado.
Y aun no había acabado. La fiebre que lo había tomado prisionero en la fiesta no se había aplacado. El calor y el sudor le tenían la camiseta pegada a la piel. Aunque las ondas estimulantes del anillo se habían detenido, los ecos seguían atormentando sus sentidos.
Era tan curioso e irritante. ¿Por qué? ¿Para qué? Le tomó toda su voluntad no encontrar un lugar en el suelo y quedarse dormido allí mismo. Se sostuvo con sus piernas temblorosas y esperó a que le quitaran la correa.
“Quítate la ropa,” le ordenó Iason.
Eso hizo que Riki diera un inesperado respingo. Mientras que la voz de Cal había llegado desde muy lejos, la voz relajada y cadenciosa de Iason hizo eco como si viniera desde el centro de su entumecido cerebro.
¿Qué? No preguntó. ¿Por qué?
Como siempre hacía, Cal se acercó para tomar la chaqueta de Riki. Normalmente, mientras Iason no estaba mirando, Riki se desvestía por sí mismo con rapidez. Ahora, no tenía muchas opciones en el asunto.
Vestir y desvestir una mascota era la responsabilidad del furniture. Riki ya lo había visto todo antes—la mortificación y el desprecio que proseguía a que Iason le hiciera el amor. Tal como pasaba con Daryl, Iason no hizo ningún esfuerzo por ocultarle al furniture lo que estaba pasando.
A Cal no parecía importarle limpiar a Riki—su cuerpo esta mojado, pegajoso y goteante de lubricante y de su propia eyaculación. O Cal solo se había acostumbrado a eso. Incluyendo cuando, cuando y dónde limpiar.
Era el trabajo de un furniture hacer lo que debía hacerse. Y cuando no se hacía, había consecuencias, como resultado de su descuido. La irracionalidad de una tarea nunca entraba dentro de la ecuación. Ninguna excusa era justificable. Riki había aprendido eso muy bien durante sus tres años junto a Daryl.
En ese entonces, Daryl le había dicho, “Existo para asegurarme de que estés cómodo cada día de tu vida en esta habitación. Ese es el trabajo que me ha sido asignado. Esa es la fuente de mi orgullo. Para alguien como tú, que nunca ha dependido de nadie para nada, puede ser muy doloroso. Pero lo que se consideraba sentido común en tu mundo, no tiene validez aquí, en Eos. Por lo cual te imploro, amo Riki, déjame hacer lo que debo hacer.”
La sinceridad en las palabras de Daryl inmovilizaban a Riki, descansando sobre sus hombros con un peso distinto.
No podía dejar de escuchar las maldiciones lanzadas a Katze, en el fondo de todo. No podía dejar de saber lo que sabía. Todo lo que Cal podía hacer era quedarse callado y pretender.
Su chaqueta, por favor. Sus zapatos. Sus pantalones. Su camisa.
Mientras Cal hábilmente desvestía a Riki, Riki se miraba los pies sin decir nada. Aunque la verdad era que, aun cuando se quedaba quieto, su cuerpo no podía evitar responder a la estimulación del roce de la ropa contra su piel. Y aun así, no tenía la energía ni para chasquear la lengua en disgusto.
Sus pantalones cortos pegados a sus partes bajas estaban ya húmedos con líquido preseminal. Si el anillo no hubiera estado constriñendo su miembro, hubiera sido mucho peor. Habiendo removido hasta la última prenda, el trabajo de Cal no dejaba nada que desear en cuanto a eficiencia y velocidad. El furniture solo hacía lo que los furniture debían hacer.
Cal dijo, “¿Debo traer un juego de ropas?” había dirigido la pregunta a Iason, no a Riki.
“Mañana estará bien,” respondió Iason con tranquilidad.
El significado implícito de eso era claro, la lujuria animalística latente de Riki estalló en llamas.
“Entiendo,” dijo Cal.
Al observar la profunda reverencia de Cal por el rabillo de los ojos, Riki se relamió los labios con aprehensión.

Ese hijo-de-perra-de Iason, No puedo creer que—
En lo que Raoul se dirigía hacia su lugar de residencia después de la fiesta con su mascota, Elisha, exhaló un largo suspiro. Ha cruzado sus límites.
Raoul no podía creer el castigo para los malos modales de Riki en la fiesta. No le importaba el castigo en sí, sino lo que vino después. En cuanto a él respectaba, este asunto de regresar una mascota era un escándalo sin precedentes. Era una locura.
La última vez que Iason había traído a un mestizo dentro de Eos había desatado un pequeño huracán. Esta vez, era un desastre natural diferente y más peligroso. Las mascotas inmaduras tanto física como mentalmente estaban siendo expuestas a la peligrosa sexualidad derramada por el malvado Riki. Era como exponerlos a la radiación.
A los ojos de las élites que ya habían conocido a Riki antes, este había sido un giro remarcable de los acontecimientos. Aunque se olvidaran de que Riki había sido liberado en los barrios bajos sin un anillo, el serio estado de su impensable “regreso”, era innegable.
Una vez conocido como alguien ‘vulgar e insubordinado’, Riki ahora mostraba una madurez nueva. En Eos, donde las mascotas jóvenes eran cambiadas en un ciclo sin fin, este cambio en Riki era un asombro total.
Raoul, al ver a Riki después de año y medio, también se encontró contemplando al mestizo larga y duramente. Esos tres años en que Riki había deambulado por Eos habían, para bien o para mal, desarreglado todo. Como mascota, un mestizo no debería valer la pena. Pero la existencia de Riki había dado un golpe demoledor a lo que las élites consideraban sentido común.
En pocas palabras, Riki era una granada arrojada a una brillante pero aburrida escena de tranquilidad. Aun con todas sus pretensiones de romper las reglas a propósito, Iason no pudo prever todas las repercusiones.
“Una simple mascota. Saldar una deuda no debería requerir mantener a esa cosa por tres años enteros.”
Excepto que, en el epicentro de la historia, Iason había sido tragado por una gula impredecible y desgarrado en mil pedazos.
“Empezó como un simple capricho, pero terminó tan absorbido en el asunto que hasta a mí me sorprendió. Especialmente después de ese incidente con Mimea. A pesar de ser un androide, Iason se había comportado como un humano ordinario. Era incomprensible.”
Si te dijera que yo—que yo amaba a Riki, probablemente te reirías. ¿Verdad, Raoul?
Iason le había dicho eso con una cara tan seria, sin dar un solo indicio de qué tan verdadera era esa afirmación que estaba haciendo. Era una confesión que Raoul no podía sacarse de la cabeza. Aun después de tanto tiempo, estaba anidada inexorablemente al final de sus pensamientos.
Regresar a Riki a los barrios bajos sin borrar su registro de mascota, y luego traerlo de vuelta a Eos—bueno, no era como si los Blondies se hubieran quedado callados al respecto.
De todas maneras, Iason había urdido su lógica a través de cada agujero dentro de las Leyes de mascotas y había deformado la verdad a su conveniencia, nadie lo detuvo, aun cuando había levantado tantas objeciones y cejas. Pero hasta la misma Júpiter había declarado que, técnicamente, no se había violado ninguna regla.
Sin haber expuesto ninguna debilidad, Iason había estado totalmente preparado para torcer la lógica de acuerdo a su propia ventaja. Al final, su inteligencia había triunfado. Era difícil llegar a otra conclusión, y no pocos se encontraron reaccionando en formas que no podían comprender con solo la razón.
Pero el hecho siguió despertando la curiosidad de los Blondies. ¿Qué reacción desencadenaría Riki esta vez después de su ausencia en Eos? La curiosidad y el espíritu de aventura eran cualidades propias de los Blondies. Navegar por interminables laberintos y resolver enigmas incomprensibles—era más que un deseo por lo desconocido, era la esencia de sus existencias, eternamente grabada en sus mentes.
Orphe no tenía escrúpulos en llamar a Riki una creatura con poderosas capacidades infecciosas. Pero exigir un ‘castigo para el que regresó’ había sido con la expectativa de que Iason lo utilizara para agitar los ánimos de alguna manera.
Iason ya había retrasado la fiesta de presentación de Riki, así que el castigo parecía ser necesario. Orphe estaba a cargo de Eos. Sus términos y estipulaciones no eran negociables. Lo común era atender la fiesta dos semanas después de haber presentado a la mascota al público. Nadie nunca antes había retrasado esa agenda.
Lo que Iason había hecho era una excepción a toda regla dentro del libro. Vestir a Riki con cuero negro parecía deliberadamente diseñado para provocar a Orphe, como si eso pudiera constituir un acto de venganza por parte de Iason.
Aun así, que Riki se viera tan bien había sido la razón por la que las repercusiones habían sido tan malas. Ni buscando alrededor de todo Eos se encontraría a una mascota tan finamente construida. Si Orphe hubiera tenido permitido decir lo que tenía en mente, para él una roca en proceso de formación era pulida y criada, pero Riki brillaba con su adultez emergente.
Durante la última mitad de los tres años de Riki en Eos, había perdido ese aire venenoso que resultaba tan interesante. Quizás el mestizo había sido domesticado. Aunque con el ‘incidente de Daryl’ esa suposición había sido probada incorrecta en segundos.
Una mascota había sobrepasado la seguridad y se había escapado de Eos. Nadie podía haber anticipado semejante cosa. Había sido un giro asombroso en los eventos. Riki era más bestia salvaje que ‘mestizo’.
No había forma de domarlo, de enseñarle, ni por los golpes. Razón por la cual Iason no tuvo otra opción más que atarlo. Sin importar qué, iba a hacer que este raro pero adorable animal se arrodillara.
Un año y medio pasó desde entonces.
Los resultados de quitar el anillo y darle un respiro eran asombrosos. Si Raoul lo pensaba, los otros Blondies también. Un adulto maduro es un ser humano. Tan simple como parecía ser, nunca se les había ocurrido a los residentes de Eos.
Riki era el ejemplo que probaba la teoría.
En Eos, el sentido común dictaba que las mascotas no debían ser adultas. Las muñecas sexuales eran indicadores de la clase social, meros bienes desechables. Perseguir la próxima mascota nueva era la única emoción real en Eos.
Pero la existencia de Riki había despertado en ellos la posibilidad de que, esa persecución no era la única forma. Riki había destrozado el verdadero eje de la razón en Eos. No era solo el repetitivo carrusel de obtener  una mascota nueva tras otra lo que mantenía viva la emoción.
Riki había clavado esa daga al rojo vivo a través de la perspectiva de las élites y su supuesta fascinación por los cuerpos que nunca envejecían—más allá de la madurez y la inmadurez, mas allá de la decadencia y la degeneración.
“Entrené a un mestizo de los barrios bajos sin ningún tipo de control o imprenta para que se sentara a mis pies. Tres años, Raoul. Me tomó tres años. ¿Crees que solo voy a deshacerme de él y ya?”
Al ver a Riki regresar, por primera vez Raoul había tenido la sensación de que entendía el significado real detrás de esas palabras. En la fiesta había vislumbrado un poco de eso.
No había misterio en por qué Riki no había tocado ninguna de las bebidas de la jaula. ¿Qué imbécil se toma algo cuando sabe que tiene drogas? Exactamente. Riki hubiera querido borrar esa vergüenza de la última vez, de su mente para siempre.
Las objeciones de Gideon sobre la ‘violación a las reglas’ había sido desatada menos por los descontentos en cuanto a la diversión de la noche y más por la honrada indignación de que la estrella del espectáculo se negara a actuar después de que se hubiese puesto un arduo trabajo en los preparativos para ello. Cuestionar la efectividad del anillo tipo-D había sido probablemente una táctica deliberada más que una inocente petición.
No había forma de que Gideon dejara pasar esa oportunidad. Si se remontaba a una batalla de ingenios—llamando cada cosa por su nombre—él podía dar una buena pelea.
Pero Iason había optado por no seguirle la corriente. Había desafiado la lógica con lógica, respondido a la burla con más burla, esquivando y evadiéndose como una anguila resbalosa, y, al último momento, había sacado el as bajo su manga. Sin ponerle un solo dedo encima a Riki, sino con un simple toque al anillo en su dedo, Iason había demostrado las poderosas capacidades del anillo tipo-D.
La transformación de Riki había sido obvia. Pero el resultado final había atraído la atención y la curiosidad hacia las funciones y características de la nanotecnología contenidas en un pequeño anillo, en lugar de hacia Riki.
Y entonces, en reacción a la desnuda furia en los ojos de Riki cortando a través del grupo de Blondies, Iason lo había reducido a un montoncillo en el suelo, diciéndole, este es tu castigo por tus malos modales. Eso había cambiado abruptamente el humor de la fiesta.
Las mascotas, manteniendo su distancia pero mirando con avidez, no entendían qué ocurría. En respuesta a los insultos desairados arrojados a los Blondies, Riki había sido reducido a una montaña jadeante y retorcida de extremidades temblorosas. Pero no les había resultado tan desagradable a la vista como bizarro y embrujadoramente hermoso.
Cuatro años y medio atrás Riki había sido un canalla sin domesticar, una exhibición anexa de un carnaval. Ahora era diferente.
Las mascotas era juguetes que no podían negar sus propios placeres. Eran criados y seleccionados para ese propósito, la fascinación de su propia lascivia emergía de sus genes. Darle un nombre a una mascota en lugar de un número de serie, era el honor más grande de una mascota. Y para aumentar la dicha aun más, podía sumergirse en el placer. Y no podían evitar devorarlo. Nada iba a serles negado en ese aspecto. Gimiendo con cada sensación nueva, estimulándose más y más, ahogándose en la disipación y la gratificación, cada onza de desvergüenza salía de ellos.
Besarse, masturbarse juntos, exponer sus partes privadas. Ningún acto de esos realizado con el propósito de tentar, sino en señal de su voluntad para indulgirse en ellos. De mostrarse sus zonas erógenas por placer mutuo.
Sexo oral a miembros duros e insolentes. Lamer dulces y suaves clítoris. Chupar y lamer. Era la fuente del placer de machos y hembras. La evidencia de las conexiones bajo su piel era prueba de la superioridad e inferioridad de una mascota. La razón por la que habían nacido.
Pero Riki no. Riki no se había expuesto frente a las masas. Fruncía el ceño y mantenía su júbilo para sí mismo. Repudiando abiertamente las ‘virtudes’ que una buena mascota debía tener. Podía estar atado por las mismas cadenas que las otras mascotas, pero dejaba en claro que no llevaba la misma impronta.
Ese era su intachable orgullo como mestizo.
Aunque lo que fuera que saliera de Riki resultaba muy erótico, exudaba algo como miel dulce. Los suspiros que salían intermitentes de las comisuras de su boca apretada, eran tan lascivos como nada que las otras mascotas pudieran hacer. Si eso no era sexo, entonces nada lo era.
Riki no se parecía en nada a las mascotas recién llegadas, con sus jadeos. Ese raptuoso estoicismo brillante era algo que ninguna mascota ni ningún Blondie habían visto jamás.
Aunque el ‘castigo por sus malos modales’ no duró más de diez minutos, el veneno poderoso sin dudas había infectado al resto de las mascotas.
Uno se puso rojo hasta las orejas en lo que se saboreaba los labios. Otro se quedó mirando a Riki con los ojos aguados como si quisiera devorar cada gota de esa lascivia desvergonzada. Otros se emparejaron y se rozaron los genitales entre ellos.
Ese poderoso agente infeccioso del que Orphe había hablado solo se había intensificado. De cualquier manera, la verdadera naturaleza y el significado de su impacto venenoso solo se revelaría después.
Atormentado por esas pulsaciones placenteras, que habían acabado con su ingenio y con su energía—cuando fue liberado de su ‘castigo’, los hombros de Riki se encogieron, su pecho subiendo y bajando con cada respiro, pareció incapaz de dar un solo paso.
El sudor le escurría a Riki por la espalda. Su cabello negro estaba todo pegado en su frente. Sus labios se abrieron y temblaron con cada exhalación. Su corazón latió dentro de su pecho, su sangre golpeteó en sus sienes, acallando el clamor a su alrededor.
“Vamos, Riki,” dijo Iason.
Pero Riki solo se quedó ahí mirando.
¡Riki!” volvió a decir Iason, aunque su voz esta vez fue engatusadora.
Riki de repente volvió a sus sentidos. Abrió muy despacio sus ojos llorosos. Haciendo su mejor esfuerzo en calmar sus temblorosas piernas, se puso de pie con torpeza.
“Ve tú a saber,” murmuró Hubert Boma. “Y yo que creía que era un salvaje total. No parece ser el caso.”
“Puede olfatear y distinguir las sutiles diferencias en el tono de voz de Iason. Tal como un perro, ¿no les parece?” Haynes Salas habló por lo bajo, pero su sorpresa era evidente.
A las mascotas, en lo que los Blondies farfullaban tan duros comentarios, las palabras les resultaban arrogantes y despóticas. Pero en realidad, era más una forma que tenía Riki de determinar con precisión el grado de ira de Iason.
Hasta donde iba la zona segura—hasta donde llegaba la zona roja—gracias al entrenamiento de Iason, Riki podía discernir esos límites con solo escuchar el tono de voz de Iason. Y ahora, Raoul y los otros habían capturado un vistazo de la verdadera quintaesencia—tan perversa como podía ser—de este semidios.
Pero pronto se dieron cuanta también de que este pequeño espectáculo no había sido sino el prefacio de las verdaderas presentaciones por venir.
Como un pez exhausto siendo halado desde el otro lado de una caña de pescar, Riki se tropezó al borde de colapsar en un montículo en el suelo. Todo el mundo contuvo el aliento con los ojos fijos en la escena, preguntándose qué iba a pasar a continuación y como terminaría la obra.
Iason agarró a Riki del cabello y le levantó de un tirón la cabeza. “Todo este esfuerzo debe haberte dejado algo sediento.”
Riki solo boqueó por aire.
“¿Quieres algo de tomar?” dijo Iason como ofreciéndole un premio.
Las bebidas dispuestas en la mesa junto a los deliciosos entremeses eran las más finas en todo el mundo, hechas para satisfacer los antojos de cualquier mascota. Pero no los de Riki.
“Agua—”
Raoul había quedado algo desconcertado de que Riki se hubiera conformado con solo agua. Iason lo había hecho arrastrarse, pero Riki no se pondría presumido. Se mantendría leal a sí mismo, obstinado hasta el final. Más que una característica de un mestizo, Raoul había empezado a discernir, que esa era una manifestación del orgullo de Riki. No se derrumbaría ni aunque lo pisara el venenoso miasma de mascota.
Quizás anticipando esa reacción, una sonrisa curvó los labios de Iason. Ni siquiera ahora puedo convencerlo de que se rinda. Un brillo de la verdadera naturaleza de Iason estaba mostrándose también. Un Blondie y un mestizo. Un amo y su mascota.
Algo está pasando entre Iason y Riki que no puede ser descrito con palabras. Pero Raoul había desechado ese terrible pensamiento tan pronto como había aparecido en su mente.
La recompensa de Riki por haber soportado el castigo, pronto fue provista en la forma de agua mineral. Excepto que Riki estaba demasiado exhausto como para sostener un vaso. Cuando Iason le pasó uno, se le cayó al suelo haciéndose añicos. Pero Iason no amonestó la torpeza. Lejos de ello, arrastró sin esfuerzos a Riki hacia su regazo, llenó otro vaso, tomó un sorbo y entonces presionó sus labios contra los de Riki.
Todo el mundo tragó en seco al unísono ante la increíble imagen. Nada como eso había sido presenciado antes. Pasó un momento de silencio, y entonces un fuerte alboroto se desató.
En una fiesta formal, una mascota no podía comer excepto lo que le ofreciera el amo. Siendo ese el caso, darle a una mascota un trago de agua, de boca a boca, parecía como una violación a la etiqueta. Pero de hecho, no lo era. Era solo que ningún amo consideraría cosa semejante.
Las mascotas estaban para ser amadas y admiradas desde la distancia, no de cerca ni físicamente. La perplejidad de contemplar el evento vuelto del revés, sacudió a las mascotas como un terremoto, y dejó estupefactos a Raoul y al resto de Blondies.
Iason no lo hizo una sola vez, sino dos, y después una tercera vez. Siempre que Riki quisiera más agua, se la daría, ignorando las expresiones de conmoción y las voces de clamor alrededor de ellos.




Ese hijo de perra de Iason está haciendo estas mierdas a propósito y amando cada minuto, pensó Raoul, colocando una cara agria. Se sentó pesadamente en el sofá de su residencia.
Hasta entonces, que Riki era la mascota de Iason era un hecho bien conocido. Los detalles específicos de esa relación, sin embargo, habían permanecido ocultos. La única evidencia de que Iason se estaba llevando a Riki a la cama, eran los moretones que aparecían en el cuerpo de Riki.
Cualquiera que fuera la verdad, la realidad chocante no había sido expuesta. Los chupetones marcando la posesión de Iason, permanecían sobre la piel de Riki. Ese simple hecho era suficiente para causar un alboroto. Un amo durmiendo con su mascota—y tras de eso un mestizo. Fue un escandalo de proporciones sin precedentes. Una desgracia perversa al nombre de los Blondies.
Aunque las predilecciones de Iason nunca eran mostradas en público, los rumores llenaban cada rincón de Eos. Antes, sin importar cuan escandaloso se volviera el rumor, Iason nunca lo confirmaba o lo negaba. Solo lo ignoraba.
Pero ahora las cosas eran diferentes. Habían mostrado deliberadamente una pequeña parte de su relación con el regreso de Riki, pero había sido tan sutil como una ráfaga de humo negro. Y sin embargo, Iason no revelaba sus cartas.
¿Qué coño pretende hacer Iason?
Raoul frunció el ceño de nuevo debido a la irritación.

Con los fuegos de la cruda lujuria penetrando las entrañas de Riki, fue arrastrado a otra habitación de la residencia de Iason. Aún desnudo, su piel estaba envuelta en llamas.
Detrás de él, sonó un clic y la puerta se cerró.
Riki y Iason estaban solos en la habitación. Sin miradas curiosas sobre él, sin molestos sonidos en el fondo—en cuanto se dio cuenta, Riki dejó de contener la respiración.
Sintió la presencia de Iason a sus espaldas, y advirtió como el humor que los envolvía a ambos se hacía más denso. La cadena fue retirada del collar y el mínimo movimiento hizo que los pelos se le pusieran de punta. Pero Iason se quedó tan callado como siempre ante el cambio que sabía que Riki estaba experimentando.
No todos los dictadores absolutos comandaban sobre su gente con tal arrogancia. Pero un hombre normalmente locuaz quedándose en taciturno silencio, era todavía más desconcertante.
Sin hablar, Iason se paró frente a Riki y entrelazó sus dedos en el negro cabello que estaba pegado a la nuca de Riki, levantándolo. Moviéndose de derecha a izquierda, con una deliberación relajada, desató el collar. El cabello húmedo se interponía en el camino. Solo eso. Pero de alguna forma pareció importante o significativo. Y eso fue un error.
Mierda. Riki maldijo para sus adentros. Sentía que ahí, cernido sobre él, Iason estaba sonriendo intencionalmente. Todo lo de adentro estaba surgiendo. Más que estar admitiendo su derrota tan fácil, por alguna razón, una especie de timidez estaba saliendo a flote. Algo que había sido sacado de él hacía mucho tiempo.
Mierda. Mierda. ¡Mierda!
La fiesta debería haberle sacado las últimos rastros de vergüenza. No debería haber nada más qué revelar. Pero al estar de pie frente a Iason con toda su ropa puesta, Riki fue acometido por la incertidumbre porque Iason podía ver muy bien que estaba excitado.
Riki podía desairar esas atenciones de cualquier otra persona. Pero no la mirada de Iason. Los dedos gráciles y flexibles de Iason le quitaron el collar. Aun sin eso constriñéndole la garganta, la dureza de casa respiro no disminuyó.
Riki había empezado a entender lo que significaba. Y sin embargo, incapaz de hacer nada más que apretar la boca con más fuerza para disminuir ese entendimiento, se irritó más consigo mismo. Podía patalear y retorcerse y gritar vulgaridades, pero al final, Iason podía lograr que hiciera cualquier cosa, que cantara como se le antojara. Y Riki odiaba eso.
De repente, la mano de Iason acarició el pecho de Riki.
“Válgame, pero tienes los pezones duros.”
Riki dio un respingo con los hombros y se tragó un grito. Pero la sorpresa atacando, sobrepasó sus defensas. Iason cerró los dedos sobre el cabello en el cuello de Riki y lo agarró con  fuerza. No iba a permitir que Riki disfrutara de esos placeres con la cara oculta.
Por todo el camino desde la fiesta hasta su casa, no importó cuanto trató Riki de amainar el calor entre sus muslos, las estimulaciones internas incesantes se aglomeraron en los botones duros que eran sus pezones. La sola fricción de su  ropa se hizo dolorosa.
“Es como si estuvieran gritándome que los acaricie,” dijo Iason.
¿Eso crees? Deseaba escupirle Riki a Iason, y muchas más cosas groseras además de eso. Pero con su cabello en el agarre de Iason, su garganta doblada en un arco, las venenosas palabras no podían dejar sus labios. En cambio sus pezones sobresalían de su pecho, poniéndose tan duros que dolían.
“Este es sin dudas tu punto débil.”
Junto con esas palabras, Iason aplicó manipulación directa. Una llama subió por el cuello de Riki. Explorar zonas erógenas que Riki no sabía que existían con manos y boca, y entrenarlas hasta que incluso el más mínimo contacto causara una reacción extrema—eso era algo que solo Iason podía hacer. Llamarlo un maldito bastardo no cambiaba el hecho de que hasta la más mínima caricia de sus dedos sobre los pezones de Riki, hacía que su boca temblara de manera incontrolable.
“Bueno, entre más sensible mejor, ¿no te parece?” comentó Iason en lo que sobaba con parsimonia el área, haciendo que el pectoral izquierdo de Riki ardiera. Su corazón se desbocó, como actuando a la par de cada movimiento de los dedos de Iason. A pesar de sus mandíbulas apretadas, no había manera de ocultar los dulces gemidos y jadeos escapando de su nariz. Un caliente torrente de placer le recorrió el cuerpo, desbordándose entre sus piernas en un reservorio sin fondos.
Con casi irritadora lentitud, el veneno circuló por sus venas. Sus entrañas sufrieron un espasmo, las puntas de sus dedos se entumecieron, su pene se puso erecto. Incapaz de acallar su quebrada respiración, Riki frunció el ceño.
De repente, Iason le apretó los pezones.
“Haa—”
El escroto de Riki se apretó y levantó en respuesta, con las nalgas apretadas y levantadas ligeramente.
Iason le susurró en el oído, “No dejes que se note todavía. Si no puedes soportar ni siquiera esto, tendré que tomar medidas de modo que no se derrame ni una sola gota.”
El dulce veneno en las palabras de Iason era mil veces más letal que ese recorriendo el sistema de Riki.
“Haa—haa—”
No eran solo palabras íntimas, sino una orden expresa. Riki presionó con la fuerza que le quedaba los muslos, apretando sus testículos juntos. Sin embargo, su líquido preseminal siguió saliendo. Tomó toda su voluntad no venirse. Pero necesitaba algo más a lo que aferrarse que sí mismo, así que agarró a Iason de la ropa. De no hacerlo, sus piernas se hubieran doblado bajo él mismo.
“Quédate así quieto tal y como estás,” le dijo Iason sin piedad y continuó acariciando los pezones de Riki.
¿Por—qué—coño—estás—enojado—?” Incautado por una intranquilidad indescriptible, las palabras de Riki trinaron de entre sus dientes apretados y sus labios temblorosos.

“Ahh—ahh—haa—” Riki gemía sin poder evitarlo en la cama. No podía recordar cuantas veces se había corrido. Pero todo el placer del orgasmo empezaba a convertirse en una pesada sensación de fatiga.
La interminable dicha se volvía agonía. Y sin embargo, Iason no paraba. Abriéndole las piernas a Riki, embistiendo y atrayendo sus caderas hacia él de manera implacable, acariciando su punto secreto sin cesar, excavando en las joyas del extasis de Riki.
Las sábanas estaban manchadas de sudor y lubricante y semen. En momentos como esos, con Riki jadeando, casi al borde del sofoco, con su pecho subiendo y bajando, las plácidas facciones de Iason parecían aún más las de alguna criatura misteriosa.
Los Blondies que encabezaban la estructura del poder de Eos eran los dictadores fríos y serenos de sus propias camas. Claro que solo Iason tendría sexo con una mascota—solo él era un buscador del placer tan impenitente como para poner en práctica la funcionalidad equivalente de un androide sexual de alta clase.
“Ya—basta—déjalo—”
Gritaba Riki, apenas capaz de articular las palabras, pero Iason era sordo a ellas.
En los barrios bajos, un hombre que tuviera la vitalidad para hacerlo tres veces seguidas nunca lo lograba sin la ayuda de alguna droga. Pero no Iason. Su resistencia era la característica genuina.
Sin el derecho a rechazarlo, Riki sabía eso mejor que nadie.
La primera vez que habían tenido sexo, Riki había asumido que los otros Blondies también se llevaban a sus mascotas a la cama. Pero enterarse de que solo Iason participaba de tales perversiones lo dejó sin palabras.
Cuando estaban físicamente fusionados, Riki no podía sondear lo que le pasaba a Iason por la cabeza. Solo que Iason lo rasgueaba como un harpa hasta que no pudiera respirar, hasta que su cuerpo temblara de lujuria, hasta que el centro de su cerebro quedara en blanco.
Iason siempre mantenía una conversación casual cuando estaban juntos en la cama. Pero ese momento, estaba innaturalmente taciturno, y Riki sabía que eso significaba que estaba enojado.
Riki solo podía recordar otras dos veces en que Iason había estado tan enojado. Una después de haber tenido sexo con Mimea, y la otra después de haber sobrepasado el perímetro de seguridad de Eos y escapado hacia los barrios bajos.
Cada una de esas veces la pagó caro. Pero esta vez, no podía entender qué había molestado a Iason. Habiendo sido arrastrado hasta allí después de la fiesta de presentación y ser follado hasta los extremos de la tortura—si Riki hubiera tenido el derecho de hacer la pregunta, la habría hecho y con mucha rabia.
No podía negar que se le había ido la boca, cavando su propia tumba y entonces profundizándola más. Riki no era un perro tan viejo y aun podía aprender nuevos trucos. Provocar a Iason sin cesar era inútil.
Pero a diferencia de arrancar sensaciones inimaginables de Riki con sus dedos y legua, la carga física de Iason cabalgándolo una y otra vez, penetrándolo hasta sus partes más profundas, era enorme. Demasiada dicha se hacía tóxica. Los nervios expuestos no producían placer sino tortura.
“Ahh—”
Las caderas de Riki se levantaban del colchón, pegadas a la pelvis de Iason, ondulando, su entrepierna subiendo y bajando.
No—puedo—más—
Todo lo que a Riki le quedaba se lo habían sacado hacía horas. Hasta alzar su voz ronca era doloroso. Pero la firmeza de Iason nunca languideció. Su dureza y su tamaño penetró el suave interior de Riki.
“¿No puedes más?” preguntó Iason, acariciando con la punta de su pulgar la abertura húmeda del miembro de Riki. “Pero si con cada embestida, se moja un poco más.”
Riki gritó en una agonía de éxtasis. Con Iason penetrándolo, descubriendo sus partes privadas y complaciéndolo con su mano y su boca había vuelto su carne hipersensible ante la más ligera estimulación. Sus piernas convulsionaban y sus muslos temblaban en respuesta, tragándose la larga hombría de Iason más adentro.
Iason sonreía de medio lado. “No es muy amable de tu parte. Decir no puedo más, mientras me aprietas con más fuerza. Tú siempre puedes más.”
El gélido Iason nunca resultaba más horriblemente “humano” que en momentos como estos. Pero muy pronto, la incuestionable sustancia artificial de la que estaba hecho su cuerpo volvía a hacerse evidente de nuevo. El miembro dominando a Riki desde su interior de repente aumentó su tamaño.
¡Ahh—! ¡Te estás—haciendomásgrande!
La cara de Riki convulsionó desvergonzadamente. Dobló el cuello y su cabeza se echó hacia atrás.  Habiendo llegado a su límite, de ensancharse un poco más, sabía que se desgarraría.
Ese miedo se hizo realidad.
Pero el sadismo de Iason solo abanicaba las brasas de sus miedos. “Es para follarte mejor,” murmuró en un tono de voz tan dulce que a Riki le dieron escalofríos. El venenoso filo de esa dulzura cortaba a lo largo de toda su columna.
Su tembloroso miembro, empapado y duro. Su carne suave y tensa. Con la que jugaban, a la que consentían y entonces violaban. Más y más profundo dentro de su embelesado y fundido interior.
Iason embestía a Riki. La piel ardiéndole, sus músculos estremecidos, haciéndolo pedazos. Saqueado y desollado vivo, Riki cayó en el abismo.
No. Detente. Voy a morirme.
Riki ya no podía comprender las palabras que salían de su boca. Solo era consciente del aliento que escaldaba su garganta, un gemido emergiendo de la parte más profunda de su ser, y sacudía su mundo entero.

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