¿Cuánto tiempo había permanecido
cautivo de la oscuridad? ¿Cuánto tiempo había sido encarcelado? ¿Cuánto más
debía esperar? No lo sabía. Pero ya no importaba.
Kirie apretó la esfera bermellón
contra su pecho, confirmando su calidez y compartiendo su pulso. Estaba bien.
No tenía miedo. No necesitaba nada más siempre y cuando mantuviera la esfera con
él.
Porque ella representaba todos sus
sueños y esperanzas.
La sostuvo, la abrazó y la besó.
La lamió, la mordisqueó y la arrulló. Una y otra vez. Y aguardó pacientemente. Con
el tiempo, el gran huevo color rojo eclosionaría en lo que Kirie más deseaba.
Lenta y gradualmente el tono y la
forma cambiaron. El huevo eclosionó y se transformó. Al final, una figura
humana apareció. Flexible y desnuda, con cabello negro. Aquello que Kirie
ansiaba y anhelaba yacía ante sus ojos, como una oferta consagrada solo para
él.
Apaciguando su acelerado ritmo
cardiaco, Kirie se acercó y vocalizó un encantamiento en el oído del humano. El
nombre de la oferta consagrada. Su dulce y amado—
“—Riki”
Sus párpados cerrados se abrieron
con debilidad. Sus iris negros azabache reflejando la oscuridad apremiante y
rebosante de calor húmedo, miraron a Kirie de vuelta.
“Riki—”
De nuevo, Kirie murmuró ese nombre
y lo besó reverentemente. Cuando lo hizo, Riki le acarició el cabello. Tomando
eso como una señal, Kirie lo besó con más fervor.
Riki— Riki—
La fiesta apenas comenzaba. No
había forma de saber cuándo terminaría.
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